CAPÍTULO IV

 

CELEBRAR EL EVANGELIO
 DE LA ESPERANZA

« Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza,
 honor, gloria y potencia
por los siglos de los siglos »
(Ap 5, 13)

 

Una comunidad orante

66. Se ha de celebrar el Evangelio de la esperanza, anuncio de la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8, 32). Ante el Cordero del Apocalipsis comienza una liturgia solemne de alabanza y adoración: « Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos » (Ap 5, 13). Esta visión, que revela a Dios y el sentido de la historia, tiene lugar « en el día del Señor » (Ap 1, 10), el día de la resurrección revivido por la asamblea dominical.

La Iglesia que recibe esta revelación es una comunidad que ora. Orando escucha a su Señor y lo que el Espíritu le dice: ella adora, alaba, da gracias e invoca la llegada del Señor, « ¡Ven, Señor Jesús! » (cf. Ap 22, 16-20), afirmando así que sólo de Él espera la salvación.

También a ti, Iglesia de Dios que vives en Europa, se te pide que seas comunidad que ora, celebrando a tu Señor con los Sacramentos, la liturgia y toda la existencia. En la oración descubrirás la presencia vivificante del Señor. Así, enraizando en Él cada una de tus acciones, podrás proponer de nuevo a los europeos el encuentro con Él mismo, esperanza verdadera y la única que puede satisfacer plenamente el anhelo de Dios escondido en las diversas formas de búsqueda religiosa que retoñan en la Europa contemporánea.

I. Descubrir la liturgia

El sentido religioso en la Europa de hoy

67. No obstante las amplias áreas descristianizadas en el Continente europeo, hay signos que ayudan a perfilar el rostro de una Iglesia que, creyendo, anuncia, celebra y sirve a su Señor. En efecto, no faltan ejemplos de cristianos auténticos, que viven momentos de silencio contemplativo, participan fielmente en iniciativas espirituales, viven el Evangelio en su existencia cotidiana y dan testimonio de él en los diversos ámbitos en que se mueven. Se pueden entrever, además, muestras de una « santidad de pueblo », que manifiestan cómo en la Europa actual es posible vivir el Evangelio no sólo en la esfera personal sino también como una auténtica experiencia comunitaria.

68. Junto con muchos ejemplos de fe genuina, hay también en Europa una religiosidad vaga y, a veces, desencaminada. Sus manifestaciones son frecuentemente genéricas y superficiales, en ocasiones incluso contrastantes en las personas mismas de las que proceden. Hay fenómenos claros de fuga hacia el espiritualismo, el sincretismo religioso y esotérico, una búsqueda de acontecimientos extraordinarios a todo coste, hasta llegar a opciones descarriadas, como la adhesión a sectas peligrosas o a experiencias pseudoreligiosas.

El deseo difuso de alimento espiritual ha de ser acogido con comprensión y purificado. Al hombre que se percata, aunque sea confusamente, de no poder vivir sólo de pan, la Iglesia ha de presentarle de modo convincente la respuesta de Jesús al tentador: « No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios » (Mt 4, 4).

Una Iglesia que celebra

69. En el contexto de la sociedad actual, cerrada con frecuencia a la trascendencia, sofocada por comportamientos consumistas, presa fácil de antiguas y nuevas idolatrías y, al mismo tiempo, sedienta de algo que vaya más allá de lo inmediato, a la Iglesia en Europa le espera una tarea laboriosa y apasionante a la vez. Consiste en descubrir el sentido del « misterio »; en renovar las celebraciones litúrgicas para que sean signos más elocuentes de la presencia de Cristo, el Señor; en proporcionar nuevos espacios para el silencio, la oración y la contemplación; en volver a los Sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia, como fuente de libertad y de nueva esperanza.

Por eso te dirijo a ti, Iglesia que vives en Europa, una invitación apremiante: sé una Iglesia que ora, alaba a Dios, reconoce su absoluta supremacía y lo exalta con fe gozosa. Descubre el sentido del misterio: vívelo con humilde gratitud; da testimonio de él con alegría sincera y contagiosa. Celebra la salvación de Cristo: acógela como don que te convierte en sacramento suyo y haz de tu vida un verdadero culto espiritual agradable a Dios (cf. Rm 12, 1).

Sentido del misterio

70. Algunos síntomas revelan un decaimiento del sentido del misterio en las celebraciones litúrgicas, que deberían precisamente acercarnos a él. Por tanto, es urgente que en la Iglesia se reavive el auténtico sentido de la liturgia. Ésta, como han recordado los Padres sinodales,119 es instrumento de santificación, celebración de la fe de la Iglesia y medio de transmisión de la fe. Con la Sagrada Escritura y las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, es fuente viva de auténtica y sólida espiritualidad. Con ella, como subraya certeramente también la tradición de las venerables Iglesias de Oriente, los fieles entran en comunión con la Santísima Trinidad, experimentando su participación en la naturaleza divina como don de la gracia. La liturgia se convierte así en anticipación de la bienaventuranza final y participación de la gloria celestial.

71. En las celebraciones hay que poner como centro a Jesús para dejarnos iluminar y guiar por Él. En ellas podemos encontrar una de las respuestas más rotundas que nuestras Comunidades han de dar a una religiosidad ambigua e inconsistente. La liturgia de la Iglesia no tiene como objeto calmar los deseos y los temores del hombre, sino escuchar y acoger a Jesús que vive, honra y alaba al Padre, para alabarlo y honrarlo con Él. Las celebraciones eclesiales proclaman que nuestra esperanza nos viene de Dios por medio de Jesús, nuestro Señor.

Se trata de vivir la liturgia como acción de la Trinidad. El Padre es quien actúa por nosotros en los misterios celebrados; Él es quien nos habla, nos perdona, nos escucha, nos da su Espíritu; a Él nos dirigimos, lo escuchamos, alabamos e invocamos. Jesús es quien actúa para nuestra santificación, haciéndonos partícipes de su misterio. El Espíritu Santo es el que interviene con su gracia y nos convierte en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia.

Se debe vivir la liturgia como anuncio y anticipación de la gloria futura, término último de nuestra esperanza. Como enseña el Concilio, « en la liturgia terrena pregustamos y participamos en la Liturgia celeste que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la que nos dirigimos como peregrinos [...], hasta que se manifieste Él, nuestra Vida, y nosotros nos manifestamos con Él en la gloria ».120

Formación litúrgica

72. Aunque se ha avanzado mucho después del Concilio Ecuménico Vaticano II en vivir el auténtico sentido de la liturgia, todavía queda mucho por hacer. Es necesaria una renovación continua y una constante formación de todos: ordenados, consagrados y laicos.

La verdadera renovación, más que recurrir a actuaciones arbitrarias, consiste en desarrollar cada vez mejor la conciencia del sentido del misterio, de modo que las liturgias sean momentos de comunión con el misterio grande y santo de la Trinidad. Celebrando los actos sagrados como relación con Dios y acogida de sus dones, como expresión de auténtica vida espiritual, la Iglesia en Europa podrá alimentar verdaderamente su esperanza y ofrecerla a quien la ha perdido.

73. Para ello se necesita un gran esfuerzo de formación. Ésta se orienta a favorecer la comprensión del verdadero sentido de las celebraciones de la Iglesia y requiere, además, una adecuada instrucción sobre los ritos, una auténtica espiritualidad y una educación a vivirla en plenitud.121 Por tanto, se ha de promover más una autentica « mistagogía litúrgica », con la participación activa de todos los fieles, cada uno según sus propios cometidos, en las acciones sagradas, especialmente en la Eucaristía.

II. Celebrar los Sacramentos

74. Se debe dar gran relieve a la celebración de los Sacramentos, como acciones de Cristo y de la Iglesia orientadas a dar culto a Dios, a la santificación de los hombres y la edificación de la Comunidad eclesial. Reconociendo que Cristo mismo actúa en ellos por medio del Espíritu Santo, los Sacramentos se deben celebrar con el máximo esmero y poniendo las condiciones apropiadas. Las Iglesias particulares del Continente han de poner sumo interés en reforzar su pastoral de los Sacramentos, para que se reconozca su verdad profunda. Los Padres sinodales han destacado esta exigencia para contrarrestar dos peligros: por un lado, algunos ambientes eclesiales parecen haber perdido el auténtico sentido del sacramento y podrían banalizar los misterios celebrados; por otro, muchos bautizados, por costumbre y tradición, siguen recurriendo a los Sacramentos en momentos significativos de su existencia, pero sin vivir conforme a las normas de la Iglesia.122

La Eucaristía

75. La Eucaristía, supremo don de Cristo a la Iglesia, hace presente sacramentalmente el sacrificio de Cristo para nuestra salvación: « La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua ».123 La Iglesia, en su peregrinación, acude a ella, « fuente y cima de toda la vida cristiana »,124 encontrando la fuente de toda esperanza. En efecto, la Eucaristía « da impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas ».125

Todos estamos invitados a confesar la fe en la Eucaristía, « prenda de la gloria futura », convencidos de que la comunión con Cristo, vivida ahora como peregrinos en la existencia terrena, anticipa el encuentro supremo del día en que « seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es » (1 Jn 3, 2). La Eucaristía es « gustar la eternidad en el tiempo », presencia divina y comunión con ella; memorial de la Pascua de Cristo, es por naturaleza portadora de la gracia en la historia humana. Abre al futuro de Dios; siendo comunión con Cristo, con su cuerpo y su sangre, es participación en la vida eterna de Dios.126

La reconciliación

76. Junto con la Eucaristía, el sacramento de la Reconciliación debe tener también un papel fundamental en la recuperación de la esperanza: « En efecto, la experiencia personal del perdón de Dios para cada uno de nosotros es fundamento esencial de toda esperanza respecto a nuestro futuro ».127 Una de las causas del abatimiento que acecha a muchos jóvenes de hoy debe buscarse en la incapacidad de reconocerse pecadores y dejarse perdonar, una incapacidad debida frecuentemente a la soledad de quien, viviendo como si Dios no existiera, no tiene a nadie a quien pedir perdón. El que, por el contrario, se reconoce pecador y se encomienda a la misericordia del Padre celestial, experimenta la alegría de una verdadera liberación y puede vivir sin encerrarse en su propia miseria.128 Recibe así la gracia de un nuevo comienzo y encuentra motivos para esperar.

Es necesario, pues, que se revitalice en la Iglesia en Europa el sacramento de la Reconciliación. Se recuerda, sin embargo, que la forma del Sacramento es la confesión personal de los pecados seguida de la absolución individual. Este encuentro entre el penitente y el sacerdote ha de ser favorecido en cualquiera de las formas previstas por el rito del Sacramento. Ante la pérdida tan extendida del sentido del pecado y la creciente mentalidad caracterizada por el relativismo y el subjetivismo en campo moral, es preciso que en cada comunidad eclesial se imparta una seria formación de las conciencias.129 Los Padres Sinodales ha insistido en que se reconozca claramente la verdad del pecado personal y la necesidad del perdón personal de Dios mediante el ministerio del sacerdote. Las absoluciones colectivas no son un modo alternativo de administrar el sacramento de la Reconciliación.130

77. Me dirijo a los sacerdotes, exhortándolos a ofrecer generosamente la propia disponibilidad para oír las confesiones y a que ellos mismos den ejemplo, acudiendo con regularidad al sacramento de la Penitencia. Les recomiendo que procuren estar al día en el campo de la teología moral, de modo que sepan afrontar con competencia los problemas planteados recientemente a la moral personal y social. Presten una especial atención, además, a las condiciones concretas de vida en que se encuentran los fieles y les ayuden pacientemente a descubrir las exigencias de la ley moral cristiana, ayudándolos a vivir el Sacramento como un gozoso encuentro con la misericordia del Padre celestial.131

Oración y vida

78. Junto con la celebración Eucarística, hace falta promover también otras formas de oración comunitaria,132 ayudando a descubrir la relación entre ésta y la oración litúrgica. En particular, manteniendo viva la tradición de la Iglesia latina, se han de promover las diversas manifestaciones del culto eucarístico fuera de la Misa: adoración personal, exposición y procesión, que se han de concebir como expresión de fe en la presencia real y permanente del Señor en el Sacramento del altar.133 Se ha de educar a ver una conexión similar con el misterio eucarístico en la celebración, personal o comunitaria, de la Liturgia de las Horas, cuyo valor para los fieles laicos ha sido puesto también de relieve por el Concilio Vaticano II.134 Se exhorte a las familias a dedicar algún tiempo a la oración en común, de tal modo que interpreten a la luz del Evangelio toda la vida matrimonial y familiar. Así, partiendo de quienes se ponen a la escucha de la Palabra de Dios, se formará una liturgia doméstica que marcará cada momento de la familia.135

Toda forma de oración comunitaria presupone la oración individual. Entre la persona y Dios se establece un coloquio franco que se expresa en la alabanza, el agradecimiento, la súplica al Padre por Jesucristo y en el Espíritu Santo. Nunca se descuide la oración personal, que es como el aire que respira el cristiano. Y se eduque también a descubrir la relación entre ésta última y la oración litúrgica.

79. Se ha de dedicar también una atención especial a la piedad popular.136 Muy extendida por las diversas regiones de Europa mediante las cofradías, procesiones y peregrinaciones a numerosos santuarios, enriquece el itinerario del año litúrgico, inspirando usos y costumbres familiares y sociales. Todas estas formas deben ser consideradas cuidadosamente mediante una pastoral de promoción y renovación, que les ayude a desarrollar todo lo que es expresión auténtica de la sabiduría del Pueblo de Dios. Lo es ciertamente el Santo Rosario. En este año dedicado al mismo, me complace recomendar su rezo, porque « el Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda, espiritual y pedagógica, para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva evangelización ».137

En el campo de la piedad popular hay que vigilar constantemente los aspectos ambiguos de algunas de sus manifestaciones, preservándo las de desviaciones secularistas, consumismos desconsiderados o también de riesgos de superstición, para mantenerlas dentro de formas auténticas y juiciosas. Se ha de llevar a cabo una pedagogía apropiada, explicando cómo la piedad popular se ha vivir siempre en armonía con la liturgia de la Iglesia y vinculada con los Sacramentos.

80. No se debe olvidar que el « culto espiritual agradable a Dios » (cf. Rm 12, 1) se realiza ante todo en la existencia cotidiana, vivida en la caridad por la entrega libre y generosa de uno mismo incluso en momentos de aparente impotencia. Así, la vida está animada por una esperanza inquebrantable, porque sólo se apoya en la certeza del poder de Dios y la victoria de Cristo: es una vida rebosante de consolaciones de Dios, con las cuales hemos de consolar, por nuestra parte, a cuantos encontramos en nuestro camino (cf. 2 Co 1, 4).

El día del Señor

81. El día del Señor es un momento paradigmático y sumamente evocador en la celebración del Evangelio de la esperanza.

En el contexto actual, diversas circunstancias hacen difícil que los cristianos vivan plenamente el domingo como día del encuentro con el Señor. No es raro que se reduzca a un simple « fin de semana », a un tiempo de mera evasión. Hace falta, pues, una acción pastoral articulada en el ámbito educativo, espiritual y social, que ayude a vivir su sentido genuino.

82. Renuevo, por tanto, la invitación a recuperar el sentido más profundo del día del Señor,138 para que sea santificado con la participación en la Eucaristía y con un descanso lleno de fraternidad y regocijo cristiano. Que se celebre como centro de todo el culto, preanuncio incesante de la vida sin fin, que reanima la esperanza y alienta en el camino. Por eso no se ha de tener miedo a defenderlo contra toda insidia y a esforzarse por salvaguardarlo en la organización del trabajo, de modo que sea un día para el hombre y ventajoso para toda la sociedad. En efecto, si se priva al domingo de su sentido originario y no es posible darle un espacio adecuado para la oración, el descanso, la comunión y la alegría, puede suceder que « el hombre quede cerrado en un horizonte tan restringido que no le permite ya ver el “cielo”. Entonces, aunque vestido de fiesta, interiormente es incapaz de “hacer fiesta” ».139 Y sin la dimensión de la fiesta, la esperanza no encontraría un hogar donde vivir.
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119 Cf. Propositio 14.

120 Const. Sacrosanctum concilium, sobre la sagrada liturgia, 8.

121 Cf. Propositio 14; II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante disceptationem, III, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 23.

122 Cf. Propositio 14, 2ª.

123 Conc. ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5.

124 Conc. ecum. Vat. II, Const. Dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.

125 Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 20: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 18 abril 2003, p. 9.

126 Cf. Catequesis en la Audiencia general (25 octubre 2000), 2: Insegnamenti XXIII/2 (2000), 697.

127 Propositio 16.

128 Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante disceptationem, III, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 23.

129 Cf. Propositio 16.

130 Cf. Motu proprio Misericordia Dei (7 abril 2002), 4: AAS 94 (2002), 456-457.

131 Cf. Propositio 16; Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 2002 (17 marzo 2002), 4: AAS 94 (2002), 435-436.

132 Cf. Propositio 14c.

133 Cf. ibíd.

134 Cf. Const. Sacrosanctum concilium, sobre la sagrada liturgia, 100.

135 Cf. Propositio 14c; Propositio 20.

136 Cf. Propositio 20.

137 Carta ap. Rosarium Virginis Mariae (10 octubre 2002), 3: AAS 95 (2003), 7.

138 Propositio 14.

139 Carta ap. Dies Domini (31 mayo 1998), 4: AAS 90 (1998), 716.