LA CONDONACIÓN DE LA DEUDA EXTERNA,
UNA EXIGENCIA DEL JUBILEO

Texto íntegro de la catequesis de Juan Pablo II

CIUDAD DEL VATICANO, 3 nov 99 (ZENIT).- La pesadilla de la deuda exterior para la economía devastada de muchos países en vías de desarrollo se ha convertido en un motivo de profunda preocupación de los cristianos de todo el mundo, como hoy constató el mismo Juan Pablo II. En la catequesis de hoy, el pontífice plantea, en el contexto del inminente Jubileo, una nueva «ética de la supervivencia» que regule la economía en tiempos de globalización. Ante la economía globalizada, el obispo de Roma propone responder con la globalización de la solidaridad, pues el mercado tiene que comprender que en el «vertiginoso proceso de globalización económica no es posible salvarse solos».

Como se puede ver se trata de temas de candente actualidad que ofrecemos a continuación tal y como han sido afrontados por el Papa en el texto íntegro de su catequesis.


1. «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber...» (Mateo 25,34-35).

Estas palabras del Evangelio nos ayudan a hacer concreta nuestra reflexión sobre la caridad, despabilándonos para concentrar nuestra atención, según las indicaciones de la «Tertio millennio adveniente» (cf. n. 51), en algunas líneas de compromiso particularmente acordes con el espíritu del gran Jubileo que nos disponemos a celebrar.

El Jubileo en la Biblia

En este sentido, es oportuno hacer un recuerdo del jubileo bíblico. Descrito en el libro del Levítico, en el capítulo 25, este jubileo retoma y expresa en algunos aspectos de manera más completa la función del año sabático (cf. versículos 2-7; 18-22) como año en el que hay que abstenerse del cultivo de la tierra. El año jubilar, sin embargo, cae después de un período de 49 años. Se caracteriza también por la ausencia del cultivo del suelo (cf. versículos 8-12), pero comporta además dos normas emanadas para los israelitas. La primera afecta a la recuperación de las propiedades de tierra y de bienes inmuebles (cf. versículos 13-17; 23-34); la segunda atañe a la liberación del esclavo israelita que se ha vendido para pagar una deuda a su compatriota (cf. versículos 39-55).

2. El Jubileo cristiano, tal y como comenzó a celebrarse a partir de Bonifacio VIII, en 1300, tiene una configuración específica, pero muchos de sus contenidos recuerdan los del jubileo bíblico. Por lo que se refiere a la posesión de los bienes inmuebles, la normativa del jubileo bíblico se apoyaba en el principio, según el cual, la «tierra es de Dios» y por ello es ofrecida a toda la comunidad. Por este motivo, si un israelita había perdido su terreno, el año jubilar le permitía recuperarlo. «La tierra no puede venderse para siempre, porque la tierra es mía, ya que vosotros sois para mí como forasteros y huéspedes. En todo terreno de vuestra propiedad concederéis derecho a rescatar la tierra» (Levítico 25,23-24). Jubileo y condonación de la deuda

El jubileo cristiano se remonta cada vez más conscientemente a los valores sociales del jubileo bíblico, interpretándolos y reproponiéndolos en el contexto contemporáneo, a través de una reflexión sobre las exigencias del bien común y sobre el destino universal de los bienes de la tierra. Precisamente, en esta perspectiva, en la «Tertio millennio adveniente» he propuesto que el Jubileo sea vivido como «un tiempo oportuno para pensar entre otras cosas en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones» («Tertio millennio adveniente», 51).

3. Pablo VI, en la encíclica «Populorum progressio», al hablar de este problema, típico de muchos países económicamente débiles, afirmó que es necesario entablar un diálogo entre quienes aportan los medios y quienes se benefician de ellos de modo que se «puedan medir las aportaciones no sólo de acuerdo con la generosidad y las disponibilidades de los unos, sino también en función de las necesidades reales y de las posibilidades de empleo de los otros. Con ello los países en vía de desarrollo no correrán en adelante el riego de estar abrumados de deudas, cuya satisfacción absorbe la mayor parte de sus beneficios » («Populorum Progressio», 54).

«Mecanismos contraproducentes»

En la encíclica «Sollicitudo rei socialis» he tenido que hacer notar que, por desgracia, el cambio de circunstancias tanto entre los países endeudados como en el mercado internacional financiador han hecho que el mismo financiamiento se convierta en una «mecanismo contraproducente». Y esto «ya sea porque los países endeudados, para satisfacer los compromisos de la deuda, se ven obligados a exportar los capitales que serían necesarios para aumentar o, incluso, para mantener su nivel de vida, ya sea porque, por la misma razón, no pueden obtener nuevas fuentes de financiación indispensables igualmente» (n. 19).

«Ética de supervivencia»

4. El problema es complejo y no tiene una solución fácil. Ahora bien, tiene que quedar claro que no es sólo de carácter económico, sino que afecta a los principios éticos fundamentales y tiene que encontrar espacio en el derecho internacional, para ser afrontado y resuelto adecuadamente, según perspectivas a medio y largo plazo. Es necesario aplicar una «ética de la supervivencia» que regule las relaciones entre acreedores y deudores, de manera que el deudor en dificultades no se vea presionado por un peso insoportable. Se trata de evitar especulaciones abusivas, de concertar soluciones a través de las cuales quienes prestan se vean garantizados y quienes reciben se sientan comprometidos en reformas globales concretas en el aspecto político, burocrático, financiero y social de sus países (cf. Comisión Pontificia «Justicia y Paz», «Al servicio de la comunidad humana. Un acercamiento ético a la deuda internacional, II).

Hoy, en el contexto de la economía «globalizada», el problema de la deuda internacional se hace todavía más espinoso, pero la misma «globalización» exige que se recorra el camino de la solidaridad si no queremos afrontar una catástrofe general. Una solicitud universal

5. Precisamente en el contexto de estas consideraciones, acogemos la solicitud prácticamente universal que nos ha llegado de los recientes Sínodos, de muchas Conferencias Episcopales o de hermanos obispos, así como de amplias representaciones de religiosos, sacerdotes y laicos a que dirija un sentido llamamiento para que se perdonen parcial o totalmente las deudas contraídas a nivel internacional. En particular, la petición de pagos con intereses exorbitantes obligaría a tomar decisiones políticas que dejarían en el hambre y la miseria a poblaciones enteras.

Globalizar la solidaridad

Esta perspectiva de solidaridad, que tuve modo de señalar en la «Centesimus annus» (cf. n.35), se ha hecho ahora todavía más urgente en la situación mundial de los últimos años. El Jubileo puede constituir una ocasión propicia para la realización de gestos de buena voluntad: que los países más ricos den señales de confianza con respeto al saneamiento económico de las naciones más pobres; que los agentes del mercado comprendan que en el vertiginoso proceso de globalización económica no es posible salvarse solos. Que el gesto de buena voluntad de condonar las deudas o al menos de reducirlas se convierta en un signo de una nueva manera de considerar la riqueza en función del bien común.

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