Dios Hijo

30-X-1985

 

1. "Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso. Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre.'.

Con estas palabras del Símbolo niceno-constantinopolitano, expresión sintética de los Concilios de Nicea y Constantinopla, que explicitaron la doctrina trinitaria de la Iglesia, profesamos la fe en el Hijo de Dios.

Nos acercamos así al misterio de Jesucristo, el cual también n hoy, lo mismo que en los siglos pasados, interpela e interroga a los hombres con sus palabras y con sus obras. Los cristianos, animados por la fe, le muestran amor y devoción. Pero tampoco faltan entre los no cristianos quienes sinceramente lo admiran.

Dónde está, pues, el secreto de la atracción que Jesús de Nazaret ejerce?. La búsqueda de la plena identidad de Jesucristo ha ocupado desde los orígenes el corazón y la inteligencia de la Iglesia, que lo proclama Hijo de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

2. Dios, que habló repetidamente 'por medio de los profetas y últimamente. por medio del Hijo', como dice la Carta a los Hebreos (1, 1-2), se reveló a Sí mismo como Padre de un Hijo eterno y consubstancial. Jesús a su vez, al revelar la paternidad de Dios, dio a conocer también su filiación divina. La paternidad y la filiación divina están en íntima correlación entre sí dentro del misterio de Dios uno y trino. 'Efectivamente, una es la Persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es una, igual la gloria, coeterna la majestad. El Hijo no es hecho, ni creado, sino engendrado por el Padre solo' (Símb. Quicumque).

3. Jesús de Nazaret que exclama: 'Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y se las revelaste a los pequeñuelos', afirma también con solemnidad: 'Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo' (Mt 11, 25, 27).

El Hijo que vino al mundo para 'revelar al Padre' tal como El sólo lo conoce, se ha revelado simultáneamente a Sí mismo como Hijo, tal como es conocido sólo por el Padre. Esta revelación estaba sostenida por la conciencia con la que, ya en la adolescencia, Jesús hizo notar a María y a José 'que debía ocuparse de las cosas de su Padre' (Cfr. Lc 2, 49). Su palabra reveladora fue convalidada además por el testimonio del Padre, especialmente en circunstancias decisivas, como durante el bautismo en el Jordán, cuando los que estaban allí oyeron la voz misteriosa: 'Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias' (Mt 3, 17), o como durante la transfiguración en el monte (Cfr. Mc 9, 7, y paral).

4. La misión de Jesucristo de revelar al Padre, manifestándose a Sí mismo como Hijo, no carecía de dificultades. Efectivamente tenía que superar los obstáculos derivados de la mentalidad estrictamente monoteísta de los oyentes, que se habían formado por medio de la enseñanza del Antiguo Testamento, en la fidelidad a la Tradición, la cual se remontaba a Abrahán y a Moisés, y en la lucha contra el politeísmo. En los Evangelios, y especialmente en el de Juan, encontramos muchos indicios de esta dificultad que Jesucristo supo supera con habilidad, presentando con suma pedagogía estos signos de revelación a los que se dejaron abrir sus discípulos bien dispuestos.

Jesús hablaba a sus oyentes de modo claro e inequívoco: 'El Padre, queme ha enviado, da testimonio de mí'. Y a la pregunta: '¿Dónde está tu Padre?', respondía: 'Ni a mí me conocéis ni a mi Padre; si me conocierais a mí conoceríais a mi Padre.' 'Yo hablo lo que he visto en el Padre.'. Luego a los oyentes que objetaban: 'Nosotros tenemos por Padre a Dios.', les rebatía: 'Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios. es El que me ha enviado.', . en verdad, en verdad os digo: Antes que Abrahán naciese, yo soy' (Cfr. Jn 8, 12-59).

5. Cristo dice: 'Yo soy', igual que siglos antes, al pie del monte Horeb, había dicho Dios a Moisés, cuando le preguntaba el nombre; 'Yo soy el que soy' (Cfr. Ex 3, 14). Las palabras de Cristo: 'Antes que Abrahán naciese, Yo Soy', provocaron la reacción violenta de los oyentes que 'buscaban. matarlo, porque de Cía a Dios su Padre, haciéndose igual a Dios' (Jn 5, 18). En efecto, Jesús no se limitaba a decir: 'Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también' (Jn 5, 17), sino que incluso proclamaba: 'Yo y el Padre somos una sola cosa' (Jn 5, 64)

La tragedia se consuma y se pronuncia contra Jesús la sentencia de muerte. Cristo, revelador del Padre y revelador de Sí mismo como Hijo del Padre, murió porque hasta el fin dio testimonio de la verdad sobre su filiación divina.

Con el corazón colmado de amor nosotros queremos repetirle también hoy con el Apóstol Pedro el testimonio de nuestra fe: 'Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo' (Mt 16, 16).


El Hijo, Dios-Verbo

6-XI-1985

 

1. La Iglesia basándose en el testimonio dado por Cristo, profesa y anuncia su fe en Dios-Hijo con las palabras del Símbolo niceno-constantinopolitano: 'Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre.'.

Esta es una verdad de fe anunciada por la palabra misma de Cristo, sellada con su sangre derramada en la cruz, ratificada por su resurrección, atestiguada por la enseñanza de los Apóstoles y transmitida por los escritos del Nuevo testamento.

Cristo afirma: 'Antes de que Abrahán naciese, yo soy' (Jn 8, 58). No dice: 'Yo era', sino 'Yo soy', es decir, desde siempre, en un eterno presente. El Apóstol Juan, en el prólogo de su Evangelio, escribe: 'En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. El estaba en el principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por El, y sin El no se hizo nada de cuanto ha sido hecho' (Jn 1, 1-3). Por lo tanto, ese 'antes de Abrahán', en el contexto de la polémica de Jesús con los herederos de la tradición de Israel, que apelaban a Abrahán, significa: 'mucho antes de Abrahán' y queda iluminado en las palabras del prólogo del cuarto Evangelio: 'En el principio estaba en Dios', es decir, en la eternidad que sólo es propia de Dios: en la eternidad común con el Padre y con el Espíritu Santo. Efectivamente, proclama el Símbolo 'Quicumque': 'Y en esta Trinidad nada es antes o después, nada mayor o menor, sino que las tres Personas son entre sí coeternas y coiguales'.

2. Según el Evangelio de Juan, el Hijo-Verbo estaba en el principio en Dios, y el Verbo era Dios (Cfr. Jn 1, 2). El mismo concepto encontramos en la enseñanza apostólica. Efectivamente, leemos en la Carta a los hebreos que Dios ha constituido al Hijo 'heredero de todo, por quien también hizo los siglos. Este Hijo. es irradiación de su gloria y la impronta de su sustancia y el que con su poderosa palabra sustenta todas las cosas' (Heb 1, 2-3). Y Pablo, en la Carta a los Colosenses, escribe: 'El es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura' (Col 1, 15).

Así, pues, según la enseñanza apostólica, el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre porque es el Dios-Verbo. En este Verbo y por medio de El todo ha sido hecho, ha sido creado el universo. Antes de la creación, antes del comienzo de 'todas las cosas visibles e invisibles', el Verbo tiene en común con el Padre el Ser eterno y la Vida divina, siendo 'la irradiación de su gloria y la impronta de su sustancia' (Heb 1, 3). En este Principio sin principio el Verbo es el Hijo, porque es eternamente engendrado por el Padre. El Nuevo Testamento nos revela este misterio para nosotros incomprensible de un Dios que es Uno y Trino: he aquí que en la ónticamente absoluta unidad de su esencia, Dios es eternamente y sin principio el Padre que engendra al Verbo, y es el Hijo, engendrado como Verbo del Padre.

3. Esta eterna generación del Hijo es una verdad de fe proclamada y definida por la Iglesia muchas veces (no sólo en Nicea y en Constantinopla, sino también en otros Concilios, p.e., en el Concilio Lateranense IV, año 1215), escrutada y también explicada por los Padres y por los teólogos, naturalmente en cuanto la inescrutable Realidad de Dios puede ser captada con nuestros conceptos humanos, siempre inadecuados. Esta explicación la resume el catecismo del Concilio de Trento, que dictamina exactamente: . es tan grande la infinita fecundidad de Dios que, conociéndose a Sí mismo, engendra al Hijo idéntico e igual'.

Efectivamente, es cierto que esta eterna generación en Dios es de naturaleza absolutamente espiritual, porque 'Dios es Espíritu'. Por analogía con el proceso gnoseológico de la mente humana, por el que el hombre, conociéndose a sí mismo, produce una imagen de sí mismo, una idea, un 'concepto', es decir, una 'idea concebida', que del latín verbum es llamada con frecuencia verbo interior, nosotros nos atrevemos a pensar en la generación del Hijo o 'concepto' eterno y Verbo interior de Dios. Dios, conociéndose a Sí mismo, engendra al Verbo-Hijo, que es Dios como el Padre. En esta generación, Dios es al mismo tiempo Padre, como el que engendra, e Hijo, como el que es engendrado, en la suprema identidad de la Divinidad, que excluye una pluralidad de 'Dioses'. El Verbo es el Hijo de la misma naturaleza que el Padre y es con El el Dios único de la revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento.

4. Esta exposición del misterio, para nosotros inescrutable, de la vida íntima de Dios se contiene en toda la tradición cristiana. Si la generación divina es verdad de fe, contenida directamente en la Revelación y definida por la Iglesia, podemos decir que la explicación que de ella dan los Padres y Doctores de la Iglesia, es una doctrina teológica bien fundada y segura.

Pero con ella no podemos pretender eliminar las oscuridades que envuelven, ante nuestra mente, al que 'habita una luz inaccesible' (1 Tim 6,16). Precisamente porque el entendimiento humano no es capaz de Comprender la esencia divina, no puede penetrar en el misterio de la vida íntima de Dios. Con una razón particular se puede aplicar aquí la frase: 'Si lo comprendes, no es Dios'.

Sin embargo, la Revelación nos hace conocer los términos esenciales del misterio, nos da su enunciación y nos lo hace gustar muy por encima de toda comprensión intelectual, en espera y preparación de la visión celeste. Creemos, pues, que 'El Verbo era Dios' (Jn 1, 1), 'se hizo carne y habitó entre nosotros' (Jn 1, 14), y 'a cuantos le recibieron, les dio potestad de venir a ser hijos de Dios' (Jn 1, 12). Creemos en el Hijo 'unigénito que está en el seno del padre' (Jn 1, 18), y que, al dejar la tierra, prometió 'prepararnos un lugar' (Jn 14, 2) en la gloria de Dios, como hijos adoptivos y hermanos suyos (Cfr. Rom 8, 15; Gal 4, 5; Ef 1, 5).


Espíritu Santo

13-XI-1985

 

1. 'Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los Profetas.

También hoy, al comenzar la catequesis sobre el Espíritu Santo, nos servimos, tal como hemos hecho hablando del Padre y del Hijo, de la formulación del Símbolo niceno-constantinopolitano, según el uso que ha prevalecido en la liturgia latína.

En el siglo IV, los Concilios de Nicea (325) y de Constantinopla (381)contribuyeron a precisar los conceptos comúnmente utilizados para presentar la doctrina de la Santísima Trinidad: Un único Dios que es, en la unidad de su divinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La formulación de la doctrina sobre el Espíritu Santo proviene en particular del mencionado Concilio de Constantinopla.

2. Por esto, la Iglesia confiesa su fe en el Espíritu Santo con las palabras antes citadas, la fe es la respuesta a la autorrevelación de Dios: El se ha dado a conocer a Sí mismo 'por medio de los Profetas y últimamente. por medio de su Hijo' (Heb 1, 1). El Hijo, que nos ha revelado al Padre, ha dado a conocer también al Espíritu Santo. 'Cual Padre, tal Hijo, tal Espíritu Santo', proclama el Símbolo 'Quicumque', del siglo V. Ese 'tal' viene explicado por las palabras del Símbolo, que siguen, y quiere decir: 'increado, inmenso, eterno, omnipotente. no tres omnipotentes, sino un solo omnipotente: así Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo. No hay tres Dioses, sino un único Dios'

3. Es bueno comenzar con la explicación de la denominación Espíritu-Santo. La palabra 'espíritu' aparece desde las primeras páginas de la Biblia:. el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas' (Gen 1, 2), se dice en la descripción de la creación. El hebreo traduce Espíritu por 'ruah', que equivale a respiro, soplo, viento, y se tradujo al griego por 'pneuma' de 'pneo', en latín por 'spiritus' de 'spiro' (.). Es importante la etimología, porque, como veremos, ayuda a explicar el sentido del dogma y sugiere el modo de comprenderlo.

La espiritualidad es atributo esencial de la Divinidad: 'Dios es Espíritu.', dijo Jesús en el coloquio con la Samaritana (Jn 24). (.). En Dios 'espiritualidad' quiere decir no sólo suma y absoluta inmaterialidad, sino también acto puro y eterno de conocimiento y amor.

4. La Biblia, y especialmente el Nuevo Testamento, al hablar del Espíritu Santo, no se refiere al Ser mismo de Dios, sino a Alguien que está en relación particular con el Padre y el Hijo. Son numerosos los textos, especialmente en el Evangelio de San Juan, que ponen de relieve este hecho: de modo especial los pasajes del discurso de despedida de Cristo Señor, el jueves antes de la pascua, durante la última Cena.

En la perspectiva de la despedida de los Apóstoles Jesús les anuncia la venida de 'otro Consolador'. Dice así: 'Yo rogar al Padre y os dará otro Consolador, que estará con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad.'(Jn 14, 16). 'Pero el Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, se os lo enseñará todo' (Jn 14, 26). El envío del Espíritu Santo, a quien Jesús llama aquí 'Consolador', será hecho por el Padre en el nombre del Hijo. Este envío es explicado más ampliamente poco después por Jesús mismo: 'Cuando venga el Consolador, que yo os enviar de parte del Padre, el Espíritu de Verdad que procede del Padre, El dará testimonio de mí.' (Jn 15,26).

El Espíritu Santo, pues, que procede del Padre, será enviado a los Apóstoles y a la Iglesia, tanto por el Padre en el nombre del Hijo, como por el Hijo mismo una vez que haya retornado al Padre.

Poco más adelante dice también Jesús: 'El (Espíritu de Verdad) me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer' (Jn 16, 14-15).

5. Todas estas palabras, como también los otros textos que encontramos en el Nuevo Testamento, son extremadamente importantes para la comprensión de la economía de la salvación. Nos dicen quién n es el Espíritu Santo en relación con el Padre y el Hijo: es decir, poseen un significado trinitario: dicen no sólo que el Espíritu Santo es 'enviado' por el Padre y el Hijo, sino también que 'procede' del Padre.

Tocamos aquí cuestiones que tienen una importancia clave en la enseñanza de la Iglesia sobre la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo es enviado por el Padre y por el Hijo después que el Hijo, realizada su misión redentora, entró en su gloria (Cfr. Jn 7, 39; 16, 7), y estas misiones (Missiones) deciden toda la economía de la salvación en la historia de la humanidad.

Estas 'misiones' comportan y revelan las 'procesiones' que hay en Dios mismo. El Hijo procede eternamente del Padre, como engendrado por El, y asumió en el tiempo la naturaleza humana por nuestra salvación. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, se manifestó primero en el Bautismo y en la Transfiguración de Jesús, y luego el día de Pentecostés sobre sus discípulos; habita en los corazones de los fieles con el don de la caridad.

Por eso, escuchemos la advertencia del Apóstol Pablo: 'Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido sellados para el día de la redención' (Ef 4, 30). Dejémosnos guiar por El. El nos guía por el 'camino' que es Cristo, hacia el encuentro beatificante con el Padre.