Carta Apostólica "Dies Domini"

 

Juan Pablo II afirma que no se puede vivir plenamente la fe sin la participación regular en la misa dominical

Es de importancia capital que cada fiel esté convencido de que no puede vivir su fe, con la participación plena en la vida de la comunidad cristiana, sin tomar parte regularmente en la asamblea eucarística dominical

El día 7 de julio de 1998 se hizo pública la Carta Apostólica Dies Domini (El Día del Señor), un documento del Papa Juan Pablo II dedicado al domingo, fiesta genuinamente cristiana que en los últimos años, debido al creciente ambiente secularizado, está sufriendo un deterioro.

Los obispos españoles ya alertaban en 1995 de esta minusvaloración del domingo, sobre todo en lo que se refiere a la celebración de la misa y el descanso, aunque en España, según estadística de los años 80, eran unos nueve millones los católicos que asistían a misa, un 29 por ciento de la población que, según Francisco Azcona, hasta hace poco director de la Oficina de Sociología y Estadística de la Conferencia Episcopal, sigue manteniéndose en los años 90 en torno al 26-19 %. El propio Amando de Miguel, prestigioso sociólogo, ha llegado a afirmar que "los asistentes a la misa dominical pueden parecer pocos, pero superan ampliamente las cifras de asistencia a todo tipo de actos públicos, sindicales y deportivos".

El Papa levanta ahora su voz para reivindicar, a escala universal el valor del domingo. Lo hace mediante la mencionada carta apostólica. Se trata de una llamada a la sociedad de tradición cristiana para que no olvide el sentido profundamente humanizador del ritmo semanal y trabaje por recuperar los valores del domingo. Es también el primer documento pontificio en la historia Iglesia dedicado a explicar de manera extensa la significación litúrgica, teológica y pastoral del domingo, en este caso siguiendo el Concilio Vaticano II.

Otra característica de esta carta del Papa es su forma eminentemente catequética. Juan Pablo II afirma explícitamente que está comunicando algo más que un aspecto doctrinal. Habla del domingo como una realidad directamente vinculada con la fe en Cristo resucitado, y lo hace en un lenguaje lleno de citas de la Biblia y de los Santos Padres. Tiene también en cuenta en su enseñanza las variadas situaciones que tienen la vida de los cristianos de hoy. En algunos casos, porque la organización de la sociedad en la que viven no está bajo el influjo tradicional del cristianismo, como tampoco lo estuvo la sociedad en la que los cristianos de los primeros siglos comenzaron a celebrar el domingo; en otros, porque, aún conservando socialmente el ritmo de la semana, han dejado de percibir o se ha debilitado la vivencia de lo que el domingo significa para la fe. Sería falsa una interpretación de la carta de Juan Pablo II en término de juicios sobre la sociedad actual. El texto del Papa es una explicación eminentemente positiva y gozosa d elo que significa para el hombre la "fiesta" que Dios le prepara y manda "santificar". Es también una explicación de cómo esta fiesta "a las puertas del Tercer Milenio, continúa siendo un elemento característicos de la identidad cristiana".

En cuanto a su estructura, el documento está formado de cinco capítulos, con una introducción y una conclusión. Los capítulos están titulados de acuerdo con el ritmo catequético que, como se ha señalado, tienen la Carta Apostólica.

El primero de ellos Dies Domini (Día del Señor) parte de la contemplación de la creación como obra de Dios, y de la obra de Cristo como "nueva creación". Siguiendo el Génesis y otros textos del Antiguo Testamento, Juan Pablo II destaca la actitud de adoración y de comunión con Dios por parte del hombre. A este propósito, motiva fuertemente el descanso entendido no tanto como una simple interrupción del trabajo, sino "como la celebración de las maravillas obradas por Dios ". La santificación de las fiestas no se inscribe como una simple observancia de disciplina religiosa, sino como uno de los fundamentos de la vida moral inscrita en el corazón de cada hombre. El Antiguo Testamento tuvo en el sábado el día del "recuerdo para la santificación"; la Iglesia tienen todo su "recuerdo", es decir, su fe, centrada en la resurrección de Cristo, el día después del sábado.

En el segundo capítulo, titulado Dies Christi (Día de Cristo), Juan Pablo II explica cómo llegan a su plenitud, en la celebración del domingo en honor de Cristo resucitado, todos los aspectos de la fiesta: es la Pascua semanal, que los cristianos progresivamente separaron del sábado judío; es el día de la nueva creación, el día que anuncia la eternidad, el día de Cristo-Luz, el día del don del Espíritu, el día de la fe. Termina con una afirmación solemne acerca del carácter "irrenunciable" del domingo cristiano. Citando el Concilio Vaticano II, reafirma que la Iglesia no se opone a los diferentes sistemas del calendario civil, siempre que garanticen y conserven la semana de siete días con el domingo".

Con el título de Dies Ecclesiae (Día de la Iglesia), en el tercer capítulo el Santo Padre hace una descripción entusiasta de la celebración eucarística dominical, en todos sus aspectos. En el corazón de toda la explicación, aparece el impulso de Juan Pablo II a los pastores y fieles para que valoren pastoralmente esta síntesis de alimento de la fe que es la Asamblea litúrgica del domingo. Ante los desánimos de unos, las dudas de otros sobre la necesidad de que sea precisamente el domingo el día de la Asamblea, la impresión que no pocos cristianos tienen de la no urgencia de la participación en la misa dominical, el Papa reafirma el sentido profundo de la obligación grave que afecta a todos los cristianos, fundada en la suma importancia de la Eucaristía para la vida cristiana. Es una afirmación que será clarificadora para los pastores, los educadores, los padres cristianos, y para todos los fieles.

El cuarto capítulo Dies hominis (Día del hombre) trata de las consecuencias que se derivan de la celebración del domingo para la calidad de vida de los hombres: una alegría liberadora, un descanso humanizador que comporte enriquecimiento espiritual. No se trata de ir contra el fútbol o cualquier otra afición, sino una decisión de "elegir, entre los medios de cultura y las diversiones que la sociedad ofrece, los que sean más conforme a los preceptos del Evangelio". El domingo es igualmente una oportunidad para la solidaridad, para aprender a compartir. En estos aspectos es donde, sobre todo, el Papa tienen en cuenta la diversidad de situaciones sociales en las que viven los cristianos.

El último capítulo titulado Dies dierum (Día de los días) es una reflexión sobre el sentido cristiano del tiempo. Si Cristo es el centro de la historia, la celebración del Día de Cristo es también "el día que revela el sentido del tiempo". El domingo es la jornada que estructura todo el año litúrgico y su celebración es el paradigma de todas ellas. Estas afirmaciones del Papa son un llamamiento a no cubrir con otros aspectos la celebración del misterio d e Cristo en el domingo.

La Carta termina con una invitación a los cristianos para que vivan plenamente la misa dominical: "Es de importancia capital dice el Papa que cada fiel esté convencido de que no puede vivir su fe, con la participación plena en la vida de la comunidad cristiana, sin tomar parte regularmente en la asamblea eucarística dominical El cristiano se siente, en cierto modo, solidario con los otros hombres al gozar del día del reposo dominical; pero, al mismo tiempo, tiene viva conciencia de la novedad y originalidad del domingo, día en el que está llamado a celebrar la salvación suya y de toda la humanidad". El Papa termina con una referencia mariana, y con una inspirada alusión al Jubileo: este pasará, pero "el domingo seguirá marcando el tiempo de la peregrinación de la Iglesia hasta el domingo sin ocaso".