45

La petición: dinámica del deseo

 

La oración de petición, que tan frecuentemente aparece en la Biblia y en toda la tradición oracional cristiana, se enfrenta hoy con muchas dificultades de comprensión. Para empezar, si Dios puede cambiar esa situación de enfermedad, de paro o de guerra y no la ha cambiado hasta ahora, él parece ser el único responsable de que las cosas vayan mal. Es él quien no está haciendo la suficiente. Nuestra oración intentaría ablandar a Dios para que fuese más bueno y más generoso y nos concediese esas cosas que necesitamos y que hasta ahora no nos ha querido dar.

En la oración de petición aparecemos nosotros como los bienintencionados, los misericordiosos y sensibles a las necesidades del prójimo, y Dios aparece más bien como el reticente, el que necesita dejarse convencer.

Si esto fuera verdad, la oración tendría mucho de oratoria, de poder de persuasión. Los buenos orantes serían buenos oradores, capaces de persuadir a Dios con su retórica y sus argumentos, (Mt 6,) hasta el punto de cambiar su voluntad y moverle a hacer algo que en principio no tenía pensado hacer.

La oración: "Ten misericordia" parece insinuar que Dios no es lo suficientemente misericordioso. Nosotros le invitamos a que lo sea un poco más. Le pedimos que al menos sea tan misericordioso como somos nosotros que estamos preocupados por ese niño enfermo o ese padre de familia sin trabajo o ese país en guerra.

Este planteamiento nos deja a muchos muy incómodos. Por eso algunos teólogos hoy día intentan explicar la oración de petición desde otras claves diversas en las que Dios quede mejor. Como hemos repetido varias veces, todo discurso sobre Dios es siempre muy inadecuado y antropomórfico. Es algo que nunca podremos evitar, pero al menos, hagámoslo de una forma que no sea demasiado hiriente.

En el fondo pedirle cosas a Dios no es otra cosa que expresar ante él nuestros deseos más profundos. Pero es importante saber que esos deseos vienen originalmente de Dios, que es él quien nos los ha inspirado. De ese modo le dejamos siempre a Dios la iniciativa. Pedir es formular y hacer nuestros esos deseos de Dios que él mismo está sembrando en nuestros corazones. Orar es sintonizar con los deseos de Dios y responder a la invitación de quien nos amó primero. Dice el salmo: "No está aún la palabra en mi lengua, y ya tú, Señor, la conoces entera" (Sal 139,4). Dice uno de los cantos de nuestros cancioneros: "¿Qué te puedo decir, que no me hayas dicho tú?"

Dice San Agustín: "Oramos a aquél que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos. Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquél que conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que por la oración se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos mas capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes y nuestra capacidad para recibir pequeña e insignificante. Por eso nos dice: "¡Ensanchaos! No os unzáis al mismo yugo de los infieles" (2 Co 6,13). Cuanto más firmemente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente esperamos este don, nos hacemos más capaces de recibirlo (Carta a Proba).

Cuando de repente se me ocurre la idea de pedirle a Dios algo bueno, debo hacerme consciente de que es Dios mismo quien me ha inspirado ese deseo. Cuando, respondiendo a esa invitación, me pongo en oración, no intento convencer a Dios de nada, sino dejarme convencer por él. Ese rato de oración en el que fomento esos buenos deseos me convierte en un instrumento más apto para que esos deseos puedan hacerse realidad. La oración no cambia los deseos de Dios, sino los míos, que son precisamente los que necesitan ser cambiados. Por eso propiamente habría que decir que en la oración no soy yo quien le pido cosas a Dios, sino que Dios me las pide a mí.

Orar es plantar día a día las semillas del deseo, plantar semillas que aunque no den frutos hoy, pueden darlos mañana. La Biblia nos ensalza al "hombre de deseos" (Dn 9,23). Ya que no soy hombre de "obras", puedo ser al menos hombre de deseos. En el texto se presenta a Daniel como "hombre de deseos", pero de los deseos de Dios, el hombre deseado por Dios. Cuando sembramos buenos deseos, no hacemos sino abrirnos a lo que Dios desea de nosotros.

"Constantemente oramos por medio de la fe, la esperanza y la caridad, con un deseo ininterrumpido. Pero además en determinados días y horas oramos también a Dios con palabras para que, amonestándonos a nosotros mismos por medio de esos signos externos, vayamos tomando conciencia de cómo progresamos en nuestro deseo y de ese modo nos animemos a proseguir en él. Porque sin duda el efecto será mucho mayor cuanto más intenso sea el afecto que lo hubiera precedido.

"Por eso, cuando dice el apóstol: "que vuestras peticiones sean presentadas ante Dios" (Flp 4,6), no hay que entender estas palabras como si se tratase de descubrir a Dios nuestras peticiones, pues él continuamente las conoce, aun antes de que se las formulemos. Estas palabras significan que más bien debemos descubrir nuestras peticiones a nosotros mismos en presencia de Dios, perseverando en oración...

...No hay que decir, como algunos piensan, que orar largamente sea lo mismo que orar con vana palabrería. Una cosa, en efecto, son las muchas palabras, y otra cosa el afecto perseverante y continuado. Pues del mismo Señor está escrito que pasaba la noche en oración y que oró largamente (Lc 5,16; 6,12). Lejos de nosotros la oración con vana palabrería, pero que no falte la oración prolongada, mientras persevere la oración pacientemente. (S. Agustín a Proba).