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El Dayenu

 

En el capítulo anterior practicábamos la recitación del gran Hallel de la cena pascual judía, el salmo 136 de la Biblia. En este capítulo vamos también a practicar otra oración preciosa que se reza en la misma cena pascual, el Dayenu.

Esta oración es también un recuento de todas las obras maravillosas que Dios fue haciendo por su pueblo a lo largo de la historia de salvación, pero el género literario es ligeramente diverso.

La oración comienza diciendo: "¡Cuántos y cuán grandes beneficios nos ha hecho el Señor!" Luego pasa a enumerarlos, constatando que cualquiera de ellos hubiera sido suficiente. Por eso en la enumeración de los beneficios se repite en hebreo el estribillo "Dayenu": "Nos habría bastado".

Veamos algunos párrafos para descubrir la dinámica en la que se mueve esta oración: "Si nos hubiera conducido en su providencia por el desierto durante cuarenta años y no nos hubiera dado a comer el maná, nos habría bastado –Dayenu. Si nos hubiese dado a comer el maná y no nos hubiese dado el sábado, nos habría bastado –Dayenu. Si nos hubiese dado el sábado y no nos hubiese acercado al monte Sinaí, nos habría bastado –Dayenu. Si nos hubiese acercado al monte Sinaí y no nos hubiese dado la Ley, nos habría bastado –Dayenu.

Y así, el texto va enhebrando todas las grandes obras de Dios en la historia de su pueblo, constatando con admiración que cualquiera de ellas hubiera bastado para darles la felicidad. Al final se resume de nuevo la lista de las grandes acciones de Dios: "Por tanto, ¡cuánto más debemos gratitud doble y múltiple al omnipresente, porque nos sacó de Egipto […] nos condujo por el desierto, satisfizo nuestras necesidades dándonos el maná, nos dio el sábado, nos acercó al monte Sinaí…!

Lo mismo que hice anteriormente con el gran Hallel, invito al lector a que componga ahora su propia oración del Dayenu. Enumera los beneficios de Dios que has recibido en tu vida, haz una lista y vete enhebrándolos con este estribillo, constatando que cada uno de ellos de por sí bastaba para tu felicidad, incluso aunque no se te hubiesen concedido los demás.

Traducido a un lenguaje coloquial, esta oración le viene a decir al Señor: "Señor, te has pasado conmigo. Tus dones me desbordan. Yo en realidad no necesito tanto como me has dado. Mis manos son demasiado pequeñas para todo lo que me das. No tengo tiempo materialmente para poder disfrutar de los pequeños detalles de todo cuanto tengo".

A la luz de esta oración uno descubre el gran engaño que supone estarse quejando continuamente de Dios porque no me ha dado suficiente. Por desgracia en lugar de disfrutar y saborear y sacarle el jugo a todo lo que tengo, ando hambreando siempre tener más. No tengo tiempo para disfrutar de todos mis amigos, y ya quiero conocer otros nuevos. No me he aprendido todavía los nombres de todos los árboles y flores de mi pequeño jardín, y ya quisiera ensancharlo invadiendo los terrenos colindantes.

Es mi deseo de tener más lo que arruina el simple disfrute de lo que ya tengo. Porque la vida le da mucho al que pide poco, pero al que pide demasiado, se lo quita todo de un golpe. Es lo que le pasó a Adán en el paraíso. Adán y Eva tenían en el jardín cientos de árboles para disfrutar, pero el hecho de que existiese tan solo uno del que no podían comer, les amargaba el sabor de todos los otros. Y por su ansia de comer de todos, al final se quedaron sin comer de ninguno y se vieron expulsados del jardín.

Piensa cuánta gente se sentiría inmensamente feliz si tuviera sólo una pequeña parte de lo que tú tienes. Piensa en los ciegos que envidian tus ojos, los discapacitados que envidian tus piernas, los solterones que envidian tu matrimonio, los matrimonios sin hijos que envidian tus niños, los agnósticos que envidian tu fe, los que no pudieron estudiar que envidian tus estudios… Probablemente piensan que con solo tener eso que tú tienes y a ellos les falta, ya serían felices.

Haz un esfuerzo por apreciar algunos de los dones de Dios que todavía no le has agradecido nunca o de los que todavía no te has hecho consciente. Así como decimos que no hay que acostarse sin haber aprendido algo nuevo, tampoco hay que acostarse sin ser consciente de un nuevo don de Dios en la vida. De ese modo tu bendición no es nunca rutinaria ni aburrida, y puedes incluso llegar a agradecer a Dios esos dones que te ha dado y que no has descubierto todavía, esperando llegar a descubrirlos algún día.

El Dayenu es una forma sencilla de orar. Le decimos al Señor que nos basta y nos sobra con lo que nos ha dado, que nos bastaría con cualquiera de sus dones para ser felices. Porque en realidad el más grande de todos ellos es la donación que nos ha hecho de sí mismo. Por eso decía Santa Teresa que "quien a Dios tiene, nada le falta; solo Dios basta". Y San Francisco exclamaba: "Dios mío, y todas las cosas". Y San Juan de la Cruz le decía al Señor: "Me basta tu presencia y tu figura". Nos cuentan también de San Francisco Javier que en un momento de su vida era tanta la consolación y el calor que experimentaba en su pecho, que le decía a Dios: "¡Basta, Señor, basta!"

Una persona desgraciada es sencillamente alguien que no se ha enterado todavía de que es feliz. Decía Confucio que sólo puede ser feliz siempre aquel que es feliz con todo. No nos faltan cosas para disfrutar, sino mayor capacidad de disfrute. Por tanto, aprende a decirle hoy a Dios en tu oración que te basta con lo que tienes, que se ha pasado contigo, y siéntete inmensamente bendecido por él.