25

Hágase tu voluntad

 

El Señor nos enseñó a orar en el Padrenuestro diciendo: "Padre, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" (Mt 6,10). El mismo Señor practicó esta oración que nos había enseñado, y en Getsemaní oró durante tres horas repitiendo estas mismas palabras (Lc 22,42).

Para poder entender esta oración y rezarla con toda el alma hay que reformar muchas ideas equivocadas sobre la voluntad de Dios, ideas que son frecuentes entre muchos cristianos.

No es cierto que todo lo que suceda aquí en la tierra sea voluntad de Dios. Hay muchísimas cosas, el pecado entre ellas, que Dios no quiere y que no puede querer de ninguna manera. Si suceden no es porque Dios las quiera, sino porque no las puede evitar. Sólo en el cielo se cumple la voluntad de Dios perfectamente. Por eso nuestro deseo es que se haga su voluntad aquí en la tierra como se hace en el cielo.

En el cielo sí sucede todo conforme a la voluntad de Dios, pero aquí en la tierra, no. Hay que gritarlo bien fuerte: Dios no quiere que los niños mueran de hambre, ni que haya guerras, ni que existan redes de trata de blancas, ni las mafias de las drogas, ni la corrupción de la justicia, ni un largo etcétera.

Si estas cosas siguen sucediendo es porque de alguna manera Dios no reina aún plenamente entre nosotros. Por eso pedimos que venga su reino y que su voluntad reine en la tierra así como reina ya en el cielo. Es la solución más efectiva para que todas esas cosas horribles dejen de suceder ya para siempre.

Para explicar el misterio de cómo es posible que sucedan cosas contra la voluntad de Dios omnipotente, un recurso fácil es decir que Dios no quiere esas cosas, pero las permite. Establecemos un distingo entre la voluntad de beneplácito (las cosas buenas que Dios quiere) y la de permisión (las cosas malas que Dios no quiere, pero permite).

Pero esta manera de hablar no convence del todo. En el plano humano, el que permite el mal pudiéndolo evitar se convierte en cómplice de ese mal. Ni siquiera vale decir que Dios permite cosas malas para conseguir cosas buenas. En términos humanos esa doctrina es también totalmente reprobable. No es permisible consentir un mal para que salga un bien. Sería admitir la doctrina de Maquiavelo, según la cual el fin justifica los medios.

Es verdad que todo lenguaje humano sobre Dios es inadecuado, y siempre de un modo u otro tenemos que usar antropomorfismos que tienen su faceta odiosa. Pero puestos a utilizar antropomorfismos, yo prefiero otra imagen, que salva los escollos de la teoría de la permisión divina.

Yo prefiero hablar de que Dios tiene dos planes: el plan A y el plan B. El plan A es el que realmente quiere. En ese plan A sólo caben cosas buenas, porque lo que hay que salvar a toda costa es que Dios nunca puede querer nada malo.

Ahora bien, en muchas ocasiones esta voluntad de Dios se frustra aquí en la tierra (nunca en el cielo). Dios no puede realizarla porque la omnipotencia divina no es tan absoluta como a veces pensamos. Hay muchas cosas que Dios no podría hacer aunque quisiera, por ejemplo que un círculo sea cuadrado, o que los hombres libres no puedan cometer a veces el mal y la injusticia, o que los seres imperfectos sean perfectos. Dios no puede hacer estas cosas, simplemente porque son contradictorias.

Pudo haber creado al hombre sin libertad, pero entonces el hombre ya no sería hombre, sino un animal más. Supuesto que ha creado al hombre libre, lo que no puede hacer Dios es contradecirse y forzarle a que no tenga comportamientos injustos.

Por eso el plan A de Dios se frustra muchas veces aquí en la tierra. Pero lo maravilloso en que entonces entra en efecto el plan B, mediante el cual Dios "se las arregla" para reconducir las cosas de modo que de ese mal inevitable salga un bien aún más grande.

Si entendemos las cosas así, nunca tendremos miedo de pedir a Dios que se haga su voluntad. Al hacerlo pedimos en primer lugar que se realice el plan A: que el niño se cure, que el matrimonio se reconcilie, que el parado encuentre trabajo, que se haga justicia a los oprimidos, que cese la guerra, que el inocente no sea condenado…

Pero, si por cualquier causa, ese plan de Dios se frustra –no por voluntad ni por permisión de Dios-, pedimos que se realice entonces el plan B, y que de una manera o de otra esa tragedia redunde en un mayor bien. Esto es lo que significa creer que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Los renglones torcidos ni los quiere, ni los permite; pero se las arregla para que al final la escritura sea derecha.

Nos cuesta decir "Hágase tu voluntad" porque presentimos que la voluntad de Dios va a ser siempre algo costoso, absurdo. No es este el abandono confiado que Jesús tiene en manos de su Padre. Jesús rezaba diciendo: "Si es posible" (Mt 26,39), pero sabía que hay cosas que simplemente no son posibles. Por eso en cualquier caso se abandonó a la voluntad de su Padre que sabe sacar el bien aun de las maldades que cometen los hombres.

La vida de Jesús fue toda ella una pasión por hacer la voluntad de su Padre. Este era el sentido más hondo de su misión, no hacer la voluntad propia, sino la del Padre (Jn 6,38), Para Jesús esa voluntad llegó a convertirse en su alimento (Jn 4,34). "El Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que ve hacer al Padre" (Jn 5,19). "Yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn 8,29).

Hay una oración muy difundida que pide a Dios serenidad para aceptar lo que no podemos cambiar, coraje para cambiar lo que sí está en nuestra mano cambiar y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro. El santo Padre Rubio puso como lema de su vida: "Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace.

Siempre en la oración debemos dar lugar a un acto de aceptación de esa voluntad de Dios en lo pequeño y en lo grande. El beato Carlos de Foucauld redactó esta hermosa oración que puede servirnos como fórmula:

Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras

sea lo que sea te doy las gracias,

lo acepto todo con tal que tu voluntad se cumpla en mí

y en todas tus criaturas.

No deseo nada más, Padre. Hoy te ofrezco mi alma

y te la doy con todo el amor de que soy capaz,

porque deseo darme, ponerme en tus manos sin medida,

con infinita confianza, porque tú eres mi Padre.