INTRODUCCIÓN A SAN PABLO

 Juan Manuel Martín Moreno, sj.

 

Tema 1. Años de juventud
 

Tema 2. En el camino de Damasco
 

Tema 3. Contemplativo en la acción
 

Tema 4. La llamada al apostolado
 

Tema 5. Los judaizantes y el concilio
 

Tema 6. Primer viaje mediterráneo
 

Tema 7. Segundo viaje misionero

 

 

  

    A) Los Años de Tarso

    Al regreso de su tercer viaje misional, Pablo estuvo a punto de perecer a manos de los judíos en un tumulto organizado en el templo de Jerusalén. El tribuno romano, al notar el revuelo, envía a la cohorte, libera a Pablo de las manos de los judíos, y después de atarle con dos cadenas, comienza el interrogatorio:

"Pablo dijo al tribuno: '¿Me permites decirte una palabra?' Él le contestó: '¿Sabes griego? ¿No eres tú entonces el egipcio qué estos últimos días ha amotinado y llevado al desierto a los cuatro mil terroristas?' Pablo dijo: 'Yo soy un judío de Tarso, ciudadano de una ciudad no oscura de Cilicia'" (Hch 21,37-39; 22,3).

Pero a renglón seguido de esta conversación en griego, Pablo pidió al tribuno que le permitiera hablar al pueblo en lengua hebrea (quizás aramea). "Te ruego me permitas hablar al pueblo". Se lo permitió. Pablo de pie sobre las escaleras, pidió con la mano silencio al pueblo. Y haciéndose un gran silencio, les dirigió la palabra en lengua hebrea".

En esta breve declaración al tribuno, Pablo está reconociendo las raíces más profundas de su ser, de su cultura, de su personalidad. El es un judío, pero un judío que habla griego, un judío nacido en el mundo helenístico, y al mismo tiempo un ciudadano romano. En Pablo vemos una persona nacida de raíces hebreas en lo religioso, griegas en lo lingüístico y cultural, y romanas en lo político. Israel, Grecia y Roma se entrecruzan en su persona, y le capacitarán para ser el aclimatador del evangelio de Jesús, el hebreo, a la cultura griega en el ámbito del imperio romano.

 

        1) Las raíces helenísticas 

tarso:

Era una gran urbe situada en la llanura de Cilicia, entre la cordillera del Tauro y el mar Mediterráneo. Cilicia es una fértil llanura encerrada entre el mar y las montañas. Por el Norte el desfiladero que atraviesa el Tauro (Puertas de Cilicia) la une con el Asia Menor. Por el este, otro desfiladero (Puertas de Siria) a través del Amano, la une con Siria.

La ciudad, en otro tiempo muy importante, estaba atravesada por el Cidno, río navegable, con lo que se constituía en puerto de mar. Era en aquella época una ciudad comercial franca, que atraía a marinos y comerciantes de todo el Mediterráneo oriental. Hoy día la antigua Tarso yace enterrada a cinco metros de profundidad. En la superficie no hay sino una mísera aldea.

En el puerto de Tarso, el niño Saulo contemplará a los marineros y les escuchará contar sus aventuras en el mar y sus historias de lejanos países. El mar habrá de ocupar una parte tan importante en la vida y en los viajes del apóstol... Allí también ve llegar a los bárbaros del Norte, los gálatas, que traen sus maderas y sus pieles de cabra para vender en los mercados. Queda intrigado por aquellos hombres rudos y primitivos que vienen del norte, de más allá de los montes del Tauro. ¿Intuye, quizás, que un día de mayor cruzará ese desfiladero para ir a llevarles un mensaje?

 

2

ciudad universitaria:

Por aquella época Tarso era una ciudad universitaria que disputaba a Atenas y a Alejandría la palma de la cultura. De allí era natural Atenodoro, maestro de Augusto. Tarso era cantera de preceptores para los príncipes imperiales.

A lo largo de las sombreadas orillas del Cidno, oradores públicos y fi1ósofos sentaban su escuela y disputaban sobre cultura. Pablo niño curiosearía entre los corrillos, aunque sus padres celosos hebreos se lo tuviesen prohibido.

Según Estrabón, en la tumba de Sardanápalo, fundador de la ciudad podía leerse: "Caminante: come, bebe, pásalo bien, que todo lo demás no vale la pena" (19,5). ¡Cuantas veces leería Pablo esta inscripción!

En sus cartas se conservan tres citas de filósofos griegos:

* 1 Co 15,33: Las malas compañías corrompen las buenas costumbres" (Menandro).

* Ti 1,12: Los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezosos" (Epiménides de Cnosos).

*Hch 17,28a: "En él vivimos, nos movemos y somos" (Arato de Cilicia).

*Hch 17,28b: "Somos también de su linaje" (Cleanto el estoico).

Por otra parte contemplaría también Pablo las religiones burdas y primitivas, fuertemente helenizadas; los cultos paganos a Sandán, divinidad de la vegetación. La fiesta de su muerte y resurrección, como símbolo de los ciclos de la naturaleza. Las hogueras y orgías que acompañaban estas fiestas. Desde su monoteísmo y su moral puritana, desde niño le habrían enseñado a despreciar esos ritos primitivos y grotescos de sus paisanos. Pero al mismo tiempo el carácter cosmopolita de su ciudad le dio una gran curiosidad intelectual, una apertura de conciencia bien distinta de la de los judíos de Palestina, mucho más cerrados Y provincianos. Este cosmopolitismo de Pablo le llevará a decir: "Examinadlo todo y retened lo que es bueno" (1 Ts 5,21).

Quizás junto con estas religiones grotescas él había percibido y admirado en sus paisanos paganos muchas virtudes. Todo esto le ayudaría a superar la visión nacionalista estrecha de los cuanto de hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo esto tenedlo en cuenta"" (Fil 4,8). El también había admirado en sus paisanos paganos muchas virtudes, que le ayudarían a superar la visión estrecha judía que despreciaba todo cuanto no era judío (Rm 2,14).

La convivencia estrecha con los gentiles en su ciudad natal le ayudó a Pablo a hacerse todo a todos (1 Co 9,20). En el mundo de su infancia la gracia de Dios había ido preparando a este hombre que serviría de puente entre dos culturas, y derribador de los muros que separaban a judíos y gentiles. "El que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos (judíos), actuó también en mí para hacerme un apóstol de los gentiles" (Ga 2,8). Dios iba preparando el corazón del niño Pablo para esta misión de gracia: "anunciar a los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo" (Ef 3,8). 

 

hombre urbano:

Mientras que Jesús Y los otros galileos que fundaron la Iglesia pertenecían a un entorno campesino, Pablo será un hombre de ciudad, con la visión típica de todo hombre nacido en una gran ciudad. Rasgo muy importante teniendo en cuenta que el cristianismo, si bien comenzó en la Galilea campesina, habría por convertirse en un fenómeno eminentemente urbano, Y será sobre todo en las grandes ciudades donde tendrá su máximo desarrollo. De hecho, al final del imperio romano las únicas zonas no cristianizadas serán precisamente las campesinas, hasta el punto de que pagano significó a la vez campesino y gentil en latín.

Mientras que en el habla de Jesús aparecen continuas referencias a la vida del campo, los sembradores, los pastores', 'las viñas, la cizaña..., en el lenguaje de Pablo hay más referencias a la vida de la ciudad, el estadio, los púgiles, las carreras, las coronas de laurel, los atletas descalificados (1 Co 9,24-27).

Aunque, como ya veremos, denuncia la corrupción de las costumbres y las orgías paganas (Rm 1), Pablo fue en cambio capaz de apreciar y captar las virtudes y la honestidad de alguno de sus vecinos paganos "que cumplen naturalmente las prescripciones de la Ley, aun sin tener Ley (escrita)..." (Rm 2,15), y muestran tener la realidad de esta Ley escrita en su corazón.

 

ciudadano romano:

Pablo se refiere a su condición de ciudadano romano no sin un cierto orgullo y hace valer sus derechos y privilegios. En Filipos, después de haber sido azotado y encarcelado, hizo valer su condición de ciudadano romano, hasta-el punto de atemorizar a los pretores, que les habían castigado sin saber esta realidad (cf. Hch 16,35-39). Y posteriormente, en Jerusalén, cuando el tribuno manda azotarle, Pablo invoca su condición de ciudadano romano para librarse de los azotes. "Cuando le tenían estirado con las correas, dijo Pablo al centurión que estaba allí: '¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haberle juzgado?'

Al oír esto el centurión fue donde el tribuno y le dijo: '¿Qué vas a hacer? Este hombre es ciudadano romano.' Acudió el tribuno y le preguntó: 'Dime, ¿eres ciudadano romano? -'Sí", respondió.

-'Yo', dijo el tribuno, 'conseguí esta ciudadanía por una fuerte suma'.

-'Pues yo, contestó Pablo, la tengo por nacimiento'.

Al punto se retiraron los que iban a darle tormento" (Hch 22,25-29).

San Pablo conservará una visión favorable de Roma, bien distinta de la de otros autores del Nuevo Testamento, sobre todo el autor del Apocalipsis, feroz adversario de Roma. Pablo ve a Roma como signo de libertad, como imperio universal garante de la paz, de la estabilidad, de la oikouméne o universalitas, crisol de pueblos. Muestra simpatía por los tribunos y gobernadores romanos que le protegen frente a la saña de los fariseos. Manda orar por el emperador (1 Tm 2,2).

Tiene un fuerte sentido de los deberes ciudadanos y exhorta al pago de impuestos, a las virtudes y conciencia cívica, al respeto a los magistrados (Rm 13, 1-7). A estos últimos llega a llamarlos "funcionarios de Dios", a pesar de los defectos y de la rapacidad que les caracterizaba (Rm 13,4). Manda la sumisión a las leyes cívicas (Ti 3,1), aun sin perder de vista que nuestra verdadera ciudadanía no es la romana, sino "la del cielo" (Flp 3,20).

Sólo posteriormente, cuando comiencen las persecuciones, cambiará esta imagen favorable de Roma, por esa otra visión hostil que caracterizará los últimos escritos del Nuevo Testamento. Pablo mismo, el que mandó acatar las leyes romanas y orar por el emperador, acabará sus días decapitado por aquellos funcionarios romanos a quines una vez denominó funcionarios de Dios

 

tejedor de tiendas:

Otro rasgo urbano muy importante para comprender el perfil de Pablo es el de su oficio de tejedor. Era famoso en el mundo entero el arte de los tejedores de Cilicia, y el famoso pelo de cabra (cilicio) que se usaba para tejer tiendas o para hacer capotes. Hasta el día de hoy los pastores cilicios siguen llevando unos gruesos capotes de pelo de cabra (kepenikler), impermeables, como el que Pablo echaba de menos en la húmeda y fría prisión de Roma (2 Tm 4,13).

En Tarso Pablo sería de muchacho aprendiz en algún taller. En todo momento se muestra orgulloso de trabajar con sus manos, y al llegar a una ciudad establecerá contacto con los de su mismo oficio, como Simón el tejedor (Hch 9,43). En Corinto se hospedó en casa de Áquila, también tejedor de tiendas, y trabajaba con él. Uno de sus títulos de orgullo era decir que "nos fatigamos trabajando con nuestras manos" (1 Co 4,12). Si bien reconocía el derecho de los misioneros a ser asistidos por la comunidad, él nunca quiso ser gravoso a nadie. "No comimos el pan de balde, sino que día y noche con trabajo y cansancio, trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros" (2 Ts 3,8; 1 Ts 2,9).

 

2) Las raíces semitas 

las juderías

No obstante sus contactos con el mundo helenístico, Pablo nace y se cría en una comunidad judía de la diáspora. En realidad eran muchos más los judíos que vivían fuera de Palestina que los que vivían dentro de ella.

El fenómeno de la diáspora judía fue siempre un fenómeno urbano. Los judíos fuera de Palestina no se desperdigan por los campos, sino que se concentran en las grandes ciudades, habitando en barrios o juderías donde pueden conservar mejor su identidad, y al abrigo que les proporciona el pluralismo que caracteriza las grandes urbes.

Ya mucho antes de Cristo existen grandes juderías en Antioquía, Alejandría, Corinto, Roma, Tarso... Los judíos de la diáspora asumen los oficios de artesanos, comerciantes, lo que les confiere un gran peso social. El antisemitismo en esas ciudades es un hecho anterior al cristianismo.

En la judería de Tarso nace Pablo. Puede gloriarse de su raigambre judía de la más pura cepa y de la más pura ortodoxia. "Circuncidado el octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín; hebreo, hijo de hebreos (es decir, de origen palestinense, que conserva el idioma hebreo). En cuanto a la Ley, fariseo...en cuanto a la justicia de la Ley, intachable" (Flp 3,5). "Fariseo, hijo de fariseos". (Flp 3,5-6; 2 Co 11,22; Rm 11,1; Hch 23,6).

En Tarso fue circuncidado al octavo día y se le puso el nombre de Saúl o Saulo (el implorado de Dios).

 

la educación en tarso

Pronto comenzaría a estudiar. Los niños hebreos comenzaban su educación a los 5 años en casa, aprendiendo Dt 5 y 6 y el Hallel (Salmos 113-118). Un año después comenzaban a asistir al viñedo o jardín de la infancia, la escuela aneja a la sinagoga local, donde se estudiaba la historia sagrada del pueblo. A los 10 años comenzaba el estudio de la Ley.

Paulo tuvo una educación severa y puritana. Quizás por su propia experiencia aconsejará más tarde a los padres: "No seáis demasiado estrictos con vuestros hijos" (Ef 6,4). Continuamente resonaban en sus oídos las palabras "Esto no se hace, eso no se dice, esto es pecado" (Col 2,21). El sistema educativo reforzaba demasiado el superego culpabilizante de todo buen fariseo.

Si bien Saulo ajusta su conducta a estos imperativos morales, -en cuanto a la justicia de la Ley intachable; sobrepasaba en el judaísmo a muchos de mis contemporáneos-, quedó en él una angustia culpabilizante que sus estrictas observancias no conseguían neutralizar. La descripción dramática del hombre bajo la Ley que "no hace el bien que quiere, sino el mal que no quiere (Rm 7,19), tiene tintes autobiográficos del Saulo adolescente, lo mismo que el grito "¡Pobre de mí!" que tantas veces lanzaría el joven Saulo (Rm 7,24).

Quizás esta angustia reprimida puede explicar la agresividad que Saulo sintió en un principio contra los cristianos, al oír hablar de una salvación gratuita al margen de la Ley, y puede también explicar el intenso gozo que sintió al verse salvado en el momento de su conversión.

Su deseo de perfeccionismo puede haber nacido también de un deseo de superar un cierto complejo de inferioridad por su apariencia externa poco prestante. Parece que "la presencia de su cuerpo era pobre y su palabra despreciable" (2 Co 10,10). Quizás sea una enfermedad crónica aquel "ángel de Satanás que lo abofeteaba" y del que Pablo tanto quiso sanar sin conseguirlo (2 Co 11,7-8).

Pero en la experiencia del amor de Jesús, Saulo aprendió a superar sus complejos, a sentirse valorado y querido aun en medio de su debilidad, a no tener que esforzarse tanto por "dar la talla", sino llegar a complacerse en sus propias flaquezas, que no son impedimento a la obra de Dios, sino precisamente el vehículo a través del cual se comunica la fuerza de Cristo (2 Co 11,9-10). 

 

B) Los años de Jerusalén

Hemos visto cómo se entrecruzan en el alma de Saulo de Tarso las raíces helenistas con las hebreas. Sin embargo, sus antecedentes helenistas que más tarde serían tan eficaces para la misión a los gentiles, quedaron de momento enterrados tras una formación hebrea cada vez más rigurosa y absorbente.

Pronto el joven Saulo marcha a Jerusalén, en donde debía tener parientes. Quizás se trate de aquellos mismos Andrónico y Junia "mis parientes que llegaron a Cristo antes que yo" (Rm l6,7), o de su sobrino joven (Hch 23,26). Allí Pablo fue educado "a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres" (Hch 22,3). En la escuela de Gamaliel aprendió el estilo rabínico de interpretación de las Escrituras.

Los rabinos de la época pertenecían a dos escuelas; la de Hillel, más liberal, y la de Shammay, más literal y conservadora en su explicación de la Ley.

Gamaliel fue el rabbí más respetado dentro de la escuela de Hille1 "con prestigio ante todo el pueblo" (Hch 5,34). Saulo pronto "sobresalió" entre sus condiscípulos (Ga 1,14). Las dos asignaturas de estudio eran la Halakha (casuística legal) y la Haggadah (historia sagrada como revelación). Allí aprendió Saulo a interpretar el triple sentido bíblico de los rabinos: típico, adaptado y alegórico, que tanto usará después para ilustrar el Evangelio con citas del Antiguo Testamento. Se cuentan en sus cartas unas doscientas citas del Antiguo Testamento.

Varios años más tarde volvemos a encontrar a Saulo en Jerusalén. Entre la primera y la segunda estancia se han verificado todos los episodios relativos a Jesús de Nazaret, a quien probablemente nunca llegó a conocer Pablo. Durante la segunda estancia en Jerusalén la aparición de la secta cristiana está en boca de todos los rabinos. Se han formado las primeras comunidades que cuestionan la teología tradicional.

Pero ya desde el principio aparecen en la comunidad inicial dos grupos culturalmente distintos en torno a los cuales se irán polarizando dos teologías diferentes: los discípulos palestineses y los helenistas. Los primeros entroncan con los fariseos convertidos a Jesús (tipo Nícodemo), que admiran en él al cumplidor perfecto de la Ley. En cambio los helenistas son judíos procedentes de la diáspora, que leían la Biblia en griego (los LXX), y tenían un espíritu más abierto y universalista.

Los cristianos helenistas serán los primeros en comprender la radical novedad de Jesús, la superación de la alianza mosaica, y la llamada a romper los estrechos moldes nacionalistas judíos para crear una Iglesia universal. La comunidad palestinense se siente más identificada con los apóstoles, sobre todo con Santiago. En cambio los helenistas pronto tendrán sus propios líderes escogidos por los apóstoles para crear puentes de dialogo: son los diáconos, sobre todo Esteban y Felipe.

Los primeros conflictos entre ambos estratos de la comunidad de discípulos de Jerusalén pueden ya apreciarse en las discusiones que surgieron sobre el reparto de alimentos (Hch 6,1) y desembocarán en la elección de los diáconos.

Es precisamente contra los helenistas contra quienes se desatará la persecución en la que es martirizado Esteban y en la que Pablo estuvo fuertemente implicado. Aquella persecución respetó a los discípulos palestinenses qué vivían más a la sombra del Templo y conservaban una piedad más judía y menos escandalosa para los fariseos.

La persecución de los helenistas los llevará a otras ciudades de Samaría y de Siria (Damasco, Antioquía). Esta dispersión traerá como consecuencia un progresivo distanciamiento entre ambas comunidades, entre las que se interpone ahora además una distancia geográfica.

Después de la huida de los helenistas, los discípulos de Jerusalén con Santiago fueron experimentando cada vez un mayor influjo de los fariseos. En cambio los helenistas, llegados a Antioquía, lejos ya de Palestina, "se llevaron consigo el recuerdo de Esteban, sus audacias y sus esperanzas, todo el porvenir del cristianismo, con el fermento auténticamente cristiano del primer Pentecostés".[1]

En Antioquía comenzará la predicación a los gentiles, el bautismo de los incircuncisos. "Un crecido número recibió la fe y se convirtió al Señor" (Hch 11,21). La radical novedad de este grupo es la que hizo aparecer un nuevo nombre para identificarlos: "cristianos". "En Antioquía fue donde por primera vez los discípulos recibieron el nombre de cristianos" (Hch 11,26). Dejan de ser una secta judía para convertirse en una religión nueva.

Todos estos son los sucesos de la primera comunidad cristiana que Saulo va a encontrar cuando aparece en Jerusalén en su segunda estancia. En la persecución contra los discípulos helenistas Saulo será testigo de la lapidación de Esteban. "Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo" (Hch 7,56). Como el mismo Saulo recordará después en una oración: "Señor, cuando se derramó la sangre de tu testigo Esteban, yo también me hallaba presente y estaba de acuerdo con los que lo mataban y guardaba sus vestidos" (Hch 22,20).

De ahí se inicia una persecución encarnizada contra los helenistas, primero en Jerusalén donde "hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza a  hombres y mujeres y los metía en la cárcel" (Hch 8,3).

No contento con esto, seguía "respirando amenazas y muertes contra los discípulos del Señor" (Hch 9,1), y al ver que los discípulos huían de Jerusalén, se decidió a perseguirlos hasta las ciudades en las que se refugiaban. "Se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores del camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén" (Hch 9,2).

En las cartas él mismo confiesa muchas veces su actividad persecutoria. "Ya estáis enterados de mi conducta anterior en el Judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba" (Ga 1,13). "Yo soy indigno del nombre de apóstol por haber perseguido a la Iglesia de Dios" (1 Co 15,9)". "Antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero encontré misericordia, porque obré con ignorancia en mi infidelidad" (1 Tm 1,13).

(Sobre la actividad anticristiana de Saulo en Jerusalén y su implicación en la lapidación de Esteban, hay que tener en cuenta la confesión de Pablo en Ga 1,22: "Las comunidades cristianas de Judea no me conocían personalmente". Bornkamm pone en duda la información de Lucas que habla de la participación de Saulo en la persecución contra los cristianos en Jerusalén y en la lapidación de Esteban (cf. Hch 7,58; 8,1; 22,4ss), porque contrasta con la afirmación paulina de que "las Iglesias de Judea no me conocían" (Ga 1,22). Según Bornkamm, Pablo sin duda persiguió a los cristianos antes de su conversión (Ga 1,13; 1 Co 15,9; F1p 3,6; 1 Tm 1,13-14), pero solo en la comunidad helenística de Damasco. Ni ve cómo habría podido arrastrar a los cristianos a Jerusalén, cosa que iría contra el derecho de la época. Se limitaría a azotarlos en la propia sinagoga).

Puede ser también que Pablo fuera conocido en Jerusalén, pero no en las otras localidades de Judea, con lo cual desaparece la contradicción entre ambos datos y podemos mantener la veracidad de la información de Lucas.


[1] L. Cerfaux, Itinerario espiritual de S. Pablo, Barcelona, 1968, p. 39

 

TEMA 2: EN EL CAMINO DE DAMASCO

  Hay tres caminos para llegar de Jerusalén a Damasco, unos 250 kms de recorrido, más de una semana de viaje. Se supone que Saulo, respirando amenazas, atravesaría por Samaria y Galilea, bordeando el lago. En su bolsillo una carta que podía segar muchas vidas. En su corazón su angustia y sus antiguos conflictos transformados en ira. Llega a la vista de Damasco. Quizás un lugar llamado Kokab, a 12 kms de la ciudad.

Un hecho repentino va a dividir la vida de Pablo en dos mitades. Saulo el fariseo perseguidor se convierte en Pablo el apóstol.

El encuentro con Cristo resucitado será un recuerdo repetidas veces contemplado, saboreado, narrado por Pablo. En sus cartas y en los Hechos de los Apóstoles hay abundantes referencias a este hecho singular, para el que se usan diversos vocablos:

revelación: "Cuando aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles..." (Ga 1,15-16).

visión celestial (Hch 26,19)

aparición: "En último término se me apareció también a mí, como a un abortivo" (1 Co 15,8).

alcance: "Continúo mi carrera por si consigo alcanzarle, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús" (Flp 3,12).

 

A) El análisis de los tres relatos de Hechos

  Tres veces se nos narra en los Hechos de los Apóstoles el desarrollo de esta aparición:

Relato A: Hch 9, 1-18.

Relato B: Hch 22, 3-15.

Relato C: Hch 26, 9-18.

El relato A es una narración de Lucas, mientras que los relatos B y C están puestos en labios del mismo Pablo dirigiéndose a los judíos y al rey Agripa; Los tres relatos coinciden en lo fundamental, aunque existen algunas pequeñas contradicciones que no resulta demasiado difícil armonizar.

Para poder abarcarlos con una mirada de conjunto los reproduciremos en una sinopsis, en la que el primer relato solo se identificará con el color azul, el segundo con el rojo, y el tercero con el verde. El color negro se usa para las partes comunes a los tres relataos, el marrón para las partes comunes al primero y segundo relato, y el color amarillo para las coincidencias entre el segundo y el tercer relato.

 Yendo de camino hacia Damasco, cuando ya estaba cerca, de repente hacia el mediodía, me rodeó (envolvió) una gran luz venida del cielo, más resplandeciente que el sol, a mí y a mis compañeros. Caí en tierra yo y mis compañeros, y oí una voz que me decía en lengua hebrea: 'Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? Te es duro dar coces contra el aguijón'. Yo respondí: '¿Quién eres, Señor?' y el Señor a mí me dijo: 'Yo soy Jesús Nazoreo, a quien tú persigues. 'Yo dije: '¿Qué he de hacer, Señor? Y el Señor me respondió: Levántate y ponte en pie, entra en la ciudad (vete a Damasco) y allí se te dirá todo lo que has de hacer (está establecido que hagas). Los que me acompañaban se habían detenido mudos de espanto (cayeron), vieron la luz pero no veían a nadie, oían la voz, pero no oyeron la voz del que hablaba.

El relato C prolonga mucho las palabras de Jesús detallando la misión. Estos detalles están contenidos más brevemente en el relato A en palabras de Jesús a Ananías, y en el relato B en palabras de Ananías a Pablo. Las recensiones de este mensaje son muy diversas y es más difícil abarcarlas en una sinopsis.

Relato A: Jesús habla a Ananías.

Relato B: Ananías habla a Pablo.

Relato C: Jesús habla directamente a Pablo.

 

Me he aparecido a ti para constituirte servidor y testigo tanto de las cosas que de mí has visto, como de las que te manifestaré, testigo de lo que has visto y oído, para que veas al Justo y escuches la voz de sus labios, vaso de elección que lleve mi nombre a los gentiles, a los reyes y a los hijos de Israel, a todos los hombres, para que les abras los ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios; y para que reciban el perdón de sus pecados y una parte en la herencia de los santificados mediante la fe en mí.

Los relatos B y C dicen que los acompañantes vieron la luz. En cambio el relato A dice que no vieron a nadie. Se podrían armonizar diciendo que sí vieron el resplandor, pero no distinguieron el rostro.

El relato A dice que oyeron la voz, y el relato B que no oyeron la voz del que hablaba. Se puede armonizar diciendo que oyeron el sonido de las palabras, pero no entendieron el significado. (El verbo griego akouein significa a la vez oír y comprender, y el término fwnh significa a la vez palabra inteligible y sonido). Puede por tanto decirse que los acompañantes oyeron el sonido de una voz que hablaba, pero no distinguieron las palabras.

En cualquier caso, si bien la visión fue dirigida sólo a Pablo, el hecho no sucedió sólo en su propia subjetividad, sino que tuvo repercusiones exteriores. Todos pudieron ver la luz y escuchar el sonido de unas palabras, aunque sólo para Pablo la luz se concretó en un rostro, y la voz en un mensaje.

Decíamos que el relato C explicita la misión de Pablo en palabras dirigidas directamente a él por Jesús. En los relatos A y B media la intervención profética de Ananías. Esta versión parece ser la más exacta. En su discurso al rey Agripa Pablo usa el recurso de eliminar la persona de Ananías para no extenderse demasiado. Por otra parte a pesar de que la experiencia de Jesús ocurre en la intimidad de Pablo, y el núcleo del mensaje le es revelado en sus subjetividad, esto no le exime de acudir a la comunidad, exterior, objetiva, para allí confirmar y completar lo que ha recibido en su interior.

En los relatos A y B el discípulo Ananías representando a la comunidad impone las manos a Saulo para que recobre la vista y sea bautizado. La intervención directa de Jesús no excluye una posterior dimensión eclesial y una mediación de la comunidad al recibir la gracia de la salud y del bautismo. Esto es importante subrayarlo frente a toda tentación de relegar la experiencia de Dios al mundo de lo puramente subjetivo.

Pablo ciego es conducido a una casa de Damasco. Todavía se conserva hoy en esta ciudad la calle recta, donde se hospedó Saulo y donde tuvo lugar su encuentro con Ananías. Se llama hoy Shuq al Tawil (mercado largo).

Entre la aparición del camino y el encuentro con Ananías median tres largos días de oscuridad y ceguera; tres días sin comer ni beber; tres días de experimentar la propia debilidad e impotencia; tres días de muerte en el sepulcro, como Cristo; tres días en que mueren todos los proyectos de Pablo y sus intentos por conseguir la perfección con sus propios esfuerzos.

Y al término de estos tres días de purificación, la luz y las aguas del Bautismo. Saulo ha muerto. Ha nacido una nueva creatura del agua y del Espíritu. Ante la experiencia de esta radical novedad, Pablo dirá más tarde: "Pasó lo viejo, todo es nuevo" (2 Co 5, 17).


 

B) El núcleo del mensaje: "Mi vida es Cristo" (Flp 1,21)

A las puertas de Damasco encontramos ya, como en semilla, todos los elementos que se desarrollarán mas tarde en la teología de Pablo.

Primeramente y ante todo, la revelación luminosa de Cristo en todo su poder y su gloria. "Él ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo" (2 Co 4,6).

Pablo ha quedado deslumbrado por esta gloria que brilló para él en la faz del Cristo resucitado. Por encima de toda ideología, hay una relación personal entre Jesús y San Pablo. Este no ha sido seducido por una bella idea o por un programa, sino por una persona viva.

Pablo se ha sentido amado, quizás por primera vez. "Me amó y se entregó por mí" (Ga 2,20). El amor de Cristo le ha dado la vida, le ha liberado profundamente de sus angustias, de su culpabilidad, de su ira, de su lucha por justificarse a sí mismo a través de sus propios esfuerzos.

Mientras que antes la angustia por lograr su propia justificación le hacía gritar: "¡Pobre de mí!", ahora puede con gozoso alzar sus brazos y gritar: "¡Gracias sean dadas Jesucristo nuestro Señor!" (Rm 7,24-25).

Su agresividad anterior era un mecanismo de defensa para encubrir su propia inseguridad y sus temores. Esta agresividad está descrita con gran patetismo: "Respiraba amenazas y muertes" (Hch 9,1); "perseguía encarnizadamente" (Hch 9,21); "obligado a combatir con todos los medios" (Hch 26,9); "rebosando furor" (Hch 26,11). Como los demás que lapidaron a Esteban, también él estaría "consumido de rabia y rechinando los dientes" (Hch 7,54).

Y probablemente al contemplar a los cristianos mártires, aumentaban a la vez su inseguridad y su rabia, viendo en ellos algo nuevo: "una suavidad, una dicha interior, la expresión de una vida más elevada, una unión con Jesús resucitado que por nada podía ser conmovida, un trato interior con él que les daba seguridad de que no iban a la muerte sino a la vida; brillaba ya ante él algo de un mundo que sobrepujaba en esplendor a todo lo demás y que no podía ofrecer la Ley".[1]

Repentinamente Cristo Jesús le proporciona lo que todos sus esfuerzos de fidelidad a la Ley no habían conseguido darle, la paz del corazón y el sentirse justificado gratuitamente por la generosidad del amor de Dios

Esto sí que ya es vivir. Vida nueva que le ha sido comunicada al sentirse amado por Cristo aun en sus propios pecados. "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo todavía nosotros pecadores, murió por nosotros" (Rm 5,8).

Por eso puede exclamar: "Mi vida es Cristo" (Flp 1,21). Comparado con la vida que de él he recibido, "todo lo que para mí era ganancia (las cosas de que antes me gloriaba, sobre las que apoyaba mi precaria seguridad: mi pertenencia a la raza hebrea, mi circuncisión, mi observancia de la Ley, las cosas que me justificaban a mis propios ojos), lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo, y más aún, Juzgo que todo es perdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, y conocerle a el, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de los muertos." (Flp 3,7-11).

De ahí su desprecio por todas las filosofías y sabidurías del mundo que no han sido capaces de aportar salvación ni de comunicar vida. La vida le ha venido a Pablo de la cruz de Cristo. "Mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Co 1,22-23).

El amor apasionado por su Señor crucificado será en adelante el motor que dinamice a Pablo y le mueva a ponerse en camino para alcanzarlo en una larga carrera. "Olvido lo que dejé atrás y me lanzo hacia lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús" (Flp 3,13-14). No hay otra meta que el reencuentro con Cristo, volviéndolo a contemplar como en el camino de Damasco, pero ya para toda la eternidad. En la proximidad de su muerte, muchos años más tarde, podrá Pablo afirmar:"He llegado al final de mi carrera" (2 Tm 4,7).

Caminando hacia Damasco un día Cristo le alcanzó por el camino y le mostró su rostro, adelantándole y siguiendo adelante. Ya toda la vida de Pablo no será otra cosa que ir detrás para darle alcance, para poder contemplar otra vez aquel rostro que en un momento le irradió llenándole de felicidad. "Continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús" (Flp 3,12).

Para quien tiene este deseo de alcanzarlo, para quien la vida es Cristo, "el morir es una ganancia" (Flp 1,21). Es lo que Teresa de Jesús traducirá más tarde: "Tan alta vida espero, que muero porque no muero". Y Pablo continúa: "Deseo partir y estar con Cristo, lo cual ciertamente para mí es con mucho lo mejor" (Flp 1,23). Pues, "mientras habitamos en el cuerpo vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe, no en la visión. Estamos llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para estar con el Señor" (2 Co 5,6-8). Siempre la añoranza de la visión de Damasco, de "ser arrebatado en nubes al encuentro del Señor en los aires, y así estar siempre con el Señor" (1 Ts 4,17).

 

E) Vivid en el amor como Cristo os amó (Ef 5,2)

La experiencia del amor de Cristo que salió al encuentro de un abortivo, de un pobre perdido, lleno de agresividad y de complejos, para darle la vida, es la que le lleva a San Pablo a vivir en el amor. Esa experiencia ha sacado amor de donde no lo había. "Encontré misericordia" (1 Tm 1,13).

Por eso exhorta a los efesios: "Vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma" (Ef 5,2); "arraigados y cimentados en el amor podréis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo que excede todo conocimiento" (Ef 3,17-19).

La visión de Damasco ha sido un conocimiento, pero en el sentido hebreo de la palabra conocer: una experiencia más afectiva que intelectual. Lo que hace que Pablo tenga por basura sus antiguos valores y sus ganancias, no es haber descubierto una nueva teoría más bella.

Ha sido el "conocerle a él"; tener una experiencia íntima. "Conocerle a el es "conocer el poder de su resurrección" (Flp 3,10), es decir su poder para resucitar, para dar vida; y al mismo tiempo es comunión en sus padecimientos. Este conocer es, pues, experiencia de poder y de comunión; poder que emana del Resucitado para dar vida a cuantos comulgan en sus padecimientos; la experiencia de la cruz es "fuerza de Dios para los que se salvan" (1 Co 1,18).

El corazón de Pablo que, hasta entonces, sólo se motivaba por el sentido del deber que le obligaba tiránicamente desde fuera, y era causa de sus represiones y agresividades", se ve impulsado a partir de entonces por el amor.

"Bajo la mirada relumbrante del Resucitado, todo lo endurecido se ablanda, los reprimidos sentimientos y facultades del alma vienen a ser libres de un modo casi inaudito, el fanatismo se convierte en la ardiente fuerza del amor que se manifiesta más tarde en una ternura y blandura maternal, junto con una resolución dura como el diamante".[2] "En este momento se produce un relajamiento de la excesiva tensión en la que su alma se encontraba, se afloja la actitud combativa y agresiva, y no se trata ya de buscar la supercompensación de los defectos propios, por medio de nuevos pretendidos plusvalores, ni se fuerza tampoco la conciencia. Una nueva dirección fundamental ha nacido en él, un estado de relaciones de filial confianza, que se designa por una alegría en la oración y una levantada disposición de ánimo, ya no turbadas por ninguna desconfianza, y en las cuales el alma exclama, llena de gozo, "¡Abba, Padre!".[3]

A partir de entonces, su corazón desborda de amor. El amor de Cristo le ha ensanchado el corazón y ahora es capaz de amar a sus hermanos. Repasemos unas cuantas citas de sus cartas en las que expresa su nueva capacidad de ternura para con sus hermanos:

A los filipenses: "Os llevo en mi corazón". "Testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el corazón de Cristo Jesús" (Flp 1,7-8). "Hermanos míos, queridos y añorados, mi gozo y mi corona" (4,1).

A los tesalonicenses: "Nos mostramos amables con vosotros, como una madre cuida con cariño de sus hijos. De esta manera, amándoos a vosotros, queríamos daros no sólo el evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, porque habías llegado a sernos muy queridos" (1 Ts 2,7-8).

A los gálatas: "Hijos míos, por quienes sufro dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Ga 4,19).

A los corintios: "Hijos míos queridos; aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien por el evangelio, os engendré en Cristo Jesús" (1 Co 4,14-15). "Os amo a todos en Cristo Jesús" (1 Co 16,24). "Haced todo con amor" (1 Co 16,13). "El amor de Cristo nos apremia" (2 Co 5,14).

El himno al amor que Pablo compondrá en su primera carta a los corintios brota así de una experiencia vivida, de un amor que ha sido recibido y desborda en el coraz6n del cristiano hacia sus hermanos. "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,5).

Este amor se convierte en celo. Es un amor que urge, que apremia. En la visión de Damasco hay una semilla del gran desarrollo teológico de la Iglesia como cuerpo de Cristo: la identidad de Cristo y los cristianos. Pablo perseguía a los cristianos, y Jesús le pregunta: ¿Por qué me persigues? Pablo aprende la lección; perseguir a los cristianos es perseguir a Cristo; amar a los cristianos es amar a Cristo. Uno mismo será el amor de San Pablo a Cristo y a su Iglesia, identificados ambos en un mismo misterio de amor.

No ha disminuido la impulsividad del fariseo. El torrente de odio se ha convertido ahora en un torrente de amor que mantiene la misma impetuosidad. El antiguo celo de destruir se ha convertido ahora en el celo de construir. "Celoso estoy de vosotros con celo de Dios" (2 Co 11,2). Entre sus sufrimientos menciona "la responsabilidad diaria, la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?" (2 Co 11,28-29).

La predicación del evangelio se ha convertido en una necesidad imperiosa. "Predicar el evangelio no es para mí ningún motivo de gloria, es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el evangelio gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el evangelio" (1 Co 9,16-18).

Continuamente San Pablo se gloriará de no haber sido gravoso a sus fieles. Trabajó con sus manos para no ser una carga. Él ya se consideraba suficientemente pagado con el amor y la vida nueva que había recibido de Jesús. Del Señor recibía su paga, y así ya no esperaba ningún tipo de salario de sus hermanos, y podía entregarse a ellos con toda generosidad, con un amor de padre totalmente desinteresado. "No busco vuestras cosas, sino a vosotros. Efectivamente no corresponde a los hijos atesorar para los padres, sino a los padres atesorar para los hijos". Por mi parte muy gustosamente me gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas" (2 Co 12,14-15).


[1] Holzner, San Pablo Heraldo de Cristo, Barcelona 1980, p. 42

[2] Holzner, o.c. pp. 54 y 55.

[3] O.c., p. 42.

 

 

TEMA 3: CONTEMPLATIVO EN ACCIÓN:   LA VIDA INTERIOR

  

A) Dimensión mística de la oración en Pablo

Desde la cima de la visión de Damasco, podemos asomarnos ahora a mirar panorámicamente todo lo que fue la vida contemplativa de Pablo. Su ardiente deseo de "caminar en visión y no en fe" y de "salir de este cuerpo para estar con el Señor" (2 Co 5,6-8) fue alimentado a lo largo de su vida por numerosos dones de oración.

"Vendré a las visiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años, -sin el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé; el Seño lo sabe. Fue arrebatado hasta el tercer cielo y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar" (2 Co 12,2-4).

La predicación de Pablo va a fluir del manantial de su vida contemplativa, de su penetración en la "sabiduría de Dios misteriosa, escondida" (1 Co 2,7). Su "misión de gracia a los gentiles" brota de una revelación especial, quizás la misma del camino de Damasco, u otra posterior. "Me fue comunicado por una revelación el conocimiento del misterio de Cristo" (Ef 3,4).

Este misterio de las profundidades del amor de Cristo sólo es accesible por gracia, "doblando la rodilla ante el Padre" (Ef 3,14). Es sólo el Padre  quien puede conceder el espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo perfectamente, "iluminando los ojos de vuestro corazón" (EF 2,17-18).

La sabiduría con que Pablo habla del misterio de Cristo no es una sabiduría aprendida en los libros de los filósofos, ni es fruto de su gran inteligencia; procede de una revelación. "A nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios" (1 Co 2,10). Por eso añade: "Hablamos de ellos no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu" (1 Co 2,13). Porque solo pueden conocer el misterio de Cristo quienes "tienen la mente de Cristo".

Sólo estas revelaciones pueden explicar la convicción profunda de a.C. Pablo, aun en medio de pruebas, su fogosidad para "correr hacia la meta" (Flp 3,14). Es la sublimidad de este conocimiento la que le hace juzgar todo como pérdida.

Vislumbró en sus raptos que "ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni en el corazón humano cabe lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co 2,9). Y por eso, porque ya lo ha pregustado místicamente, puede afirmar que "los sufrimientos del tiempo presente no son nada comparados con la gloria que se ha de manifestar en nosotros" (Rm 8,18).

Esta gloria ya ha empezado a revelarse. "El misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente" (Rm 16,25-26) contiene tres aspectos: la salvación de todos por la cruz de Jesucristo, el llamamiento de los gentiles a esta salvación, y la restauración del universo en Cristo como cabeza. Ya analizaremos posteriormente el contenido de este misterio, pero de momento basta conocer el contexto místico en el que Pablo llegó a conocerlo.

 

   B) Dimensión carismática

Esta vida contemplativa no afecta sólo a las grandes revelaciones del misterio de Cristo, o a los raptos y éxtasis en los que fue trasportado al cielo. Como buen carismático, fueron muchas las ocasiones de su vida en las que recibió orientaciones concretas del Señor por medio de signos e intervenciones proféticas.

Por intervención profética fue escogido para la misión primera."Dijo el Espíritu Santo: 'Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado'" (Hch 13,2). Cuando subió a Jerusalén a participar en el concilio, lo hizo "en virtud de una revelación" (Ga 2,2). En su segundo viaje misional, le hizo cambiar su itinerario una visión en la que "un macedonio estaba en pie suplicándole: 'Pasa a Macedonia y ayúdanos'" (Hch 16,9).

Dos veces nos dice el libro de los Hechos que Pablo tuvo que cambiar sus planes de viaje, porque el Espíritu se lo impidió. Así el Espíritu le impidió predicar la palabra en la provincia romana de Asia en el segundo viaje (Hch 16,6), y estando en Misia el Espíritu de Jesús no le consintió que fuese a Bitinia (Hch 16,7).

Cuando la fundación de la fundación de la Iglesia de Corinto, en un momento en que Pablo estaba muy desalentado, recibió un mensaje nocturno. "El Señor dijo a Pablo durante la noche en una visión: 'No tengas miedo. Sigue hablando y no calles, porque yo estoy contigo y nadie te pondrá la mano encima para hacerte mal; pues tengo yo un pueblo numeroso en esa ciudad'" (Hch 18,9-10).

En su discurso a los presbíteros de Éfeso, les dijo:"Mirad, yo ahora, encadenado en el Espíritu, me dirijo a Jerusalén sin saber lo que allí me sucederá. Solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones" (Hch 20,23).

Estando en Cesarea, al final del tercer viaje, Ágabo se acercó, "tomó el cinturón de Pablo, se ató sus pies y sus manos y dijo: 'Esto dice el Espíritu Santo. Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre a quien pertenece este cinturón y lo entregarán en manos de los gentiles" (Hch 21,11).

Cuando era llevado preso en el barco hacia Roma, Pablo tuvo la predicción de que ninguno perecería en el naufragio, y así lo anunció de antemano en medio de la tempestad: "Tened buen ánimo. Ninguna de vuestras vidas se perderá, solamente la nave. Pues esta noche se me ha presentado un ángel de Dios, a quien pertenezco y a quien sirvo, y me ha dicho: 'No temas, Pablo; tienes que comparecer ante el Cesar, y mira, Dios te ha concedido la vida de todos los que navegan contigo'" (Hch 27,23).

Hay por tanto a lo largo del ministerio de Pablo una alusión a un contacto directo y continuo con Dios, en su docilidad al Espíritu que le guía a veces de un modo muy directo, trascendiendo las mediaciones habituales. Una auténtica renovación carismática de nuestro ministerio evangelizador nos debería llevar a valorar más la guía del Espíritu, incluso a través de estas intervenciones carismáticas.

A la oración carismática de Pablo pertenece también ese modo de oración que debió ser habitual en  Pablo: la oración en lenguas. Si bien el contexto en que nos habla de este género de oración es restrictivo y pone en guardia contra la excesiva atención que los corintios daban a esta oración, sin embargo al paso Pablo nos hace importantes indicaciones sobre el puesto que ocupaba este carisma en su propia vida de oración. Así llega a afirmar: "Deseo que todos oréis en lenguas" (1 Co 14,5). De sí mismo dice: "Doy gracias a Dios de que oro en lenguas más que todos vosotros" (1 Co 14,18). Por eso a pesar del contexto un tanto restrictivo, aparece bien claro la valoración que hacía San Pablo de este carisma: esas lenguas de ángeles, a las que se refiere (psicológicamente lo llamaríamos un lenguaje arcaico que todos conservamos desde la niñez, y que puede ser activado por el Espíritu como don de oración) serían las mismas que Pablo escuchó en el paraíso, "palabras inefables que el hombre no puede pronunciar" (2 Co 12,4), pero que sin amor, no valdrían de nada (1 Co 13,1).

Nos exhorta San Pablo a que usemos esta oración no conceptual, que no se expresa en lenguaje racional; pero nos dice también que la sepamos armonizar con otro tipo de oración más meditativa y conceptual. "Si oro en lenguas, mi espíritu ora pero mi mente queda sin fruto. Entonces ¿qué hacer? Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente" (1 Co 14,15).

Este estilo de oración vivencia la profunda realidad de que ya no soy yo quien oro, sino que es el Espíritu quien ora en mí. Renuncio a entender, a controlar mi oración, y dejo que sea otro quien use mis labios, quien me inspire, quien emita dentro de mí esos "gemidos inefables" por los que el Espíritu mismo intercede en nosotros (cf. Rm 8,26). Es dejar al Espíritu que gima en nosotros y llame a Dios "¡Abba, Padre!" (Rm 8,26; Ga 4,61). Esta oración no es sino una aplicación del gran principio inspirador de San Pablo: "No vivo yo, sino que es Cristo quien  vive en mí" (Ga 2,20). El que ora en el Espíritu puede decir: "No oro yo, si no que es Cristo quien, ora en mí".

 

 

C) Dimensión cotidiana de la oración en San Pablo

Pero la vida de oración en San Pablo no se reduce sólo a estos fenómenos místicos o carismáticos a los que nos hemos referido. El es también maestro de esa oración sencilla, humilde, de cada hora; la oración de todas las cosas.

Para poder ser beneficiario de esas grandes revelaciones hace falta vivir habitualmente engolfado en la presencia de Dios, como vivía San Pablo, y ser muy dócil a las más mínimas inspiraciones; no "extinguir nunca el Espíritu" (1 Ts 5,19). Es ante todo la continua presencia de Dios y la oración incesante la que nos permitirá penetrar en la dimensión carismática.

Al comienzo de su conversión Pablo se retira a Arabia, como Ignacio de Loyola se retiraría a Manresa, para profundizar y saborear el misterio de Cristo que le había sido revelado. En la vida de todos los grandes hombres religiosos hay al principio una etapa de desierto y de silencio. Para Pablo son los años del desierto y los tranquilos años de Tarso, antes de que Bernabé fuera a buscarlo para llevarlo a Antioquía (¿años 39-45?)

Toda vida de oración necesita al principio un noviciado, un aprendizaje, una ascesis. Ni siquiera las grandes revelaciones dispensan de esta etapa ele tanto fruto. Ahí se crean los hábitos de oración cotidiana que luego serán tan útiles en medio del ajetreo de una vida apostólica.

Dice al respecto Holzner: "Pero todavía bajo otro aspecto estos años de quietud no fueron para Pablo tiempo perdido. ¿O es tiempo perdido, cuando el grano de trigo está bajo la capa de nieve en el largo tiempo de invierno? ¿Cuando en sus células invisibles va acaeciendo una muerte misteriosa? "Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, permanece solo, sin fruto"(Jn 12,24). ¡Crece mucho pan en la noche de invierno! Nos admiramos muchas veces al leer las cartas de San Pablo, de cómo este hombre con su inaudita actividad, podía desenvolver series de profundas y místicas ideas, detrás de las cuales se halla un enorme trabajo psíquico. Aquí, en estos años tranquilos de recogimiento está el secreto. La permanencia en Arabia y estos años de Tarso no nos los podemos figurar bastante importantes y decisivos para el crecimiento interior y la madurez de la teología de Pablo".[1]

Son años también de rumia lenta y sabrosa del Antiguo Testamento. Si bien hay en la ilustración de Pablo un elemento gratuito, de don, de revelación, este no excluye la fidelidad a la gracia en largas horas de meditación y estudio de la Sagrada Escritura, y en el acopio de datos sobre el Jesús histórico a quien él probablemente no llegó a conocer.

Y sobre todo la oración constante, la continua referencia a Dios de todos los acontecimientos de la vida. Las vicisitudes del ministerio de Pablo no le impiden ser un verdadero "contemplativo en la acción". Las numerosísimas referencias a la oración en las cartas de San Pablo, subrayan siempre el hecho de que es una oración continua, constante, ininterrumpida, bien sea en la adoración, la alabanza, la acción de gracias o la petición. Cuando recomienda a los demás la oración continua es porque él la ha practicado primero.

"En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en nuestras oraciones" (1 Ts 1,2). "No cesamos de dar gracias a Dios porque habéis acogido su palabra" (1 Ts 2,13; 1 Co 1,4). "Incesantemente me acuerdo de vosotros, rogándole siempre a Dios en mis oraciones" (Rm 1,9-10; Ef 1,6); "perseverando en la oración" (Rm 12,12). "Siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu" (Ef 6,18). "Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por vosotros todos... Lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo más (Flp 1,3-4.9).

Su oración se continuaba hasta altas horas de la noche. En Filipos, presos en el calabozo y cubiertos de llagas, "hacia la media noche Pablo y Silas estaban en oración cantando himnos a Dios' (Hch 16,25).

Y así como la practicó, recomienda también a los cristianos la práctica de la oración constante. "No os inquietéis por cosa alguna, antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias" (Flp 4J6). "Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor; dando gracias por todo continuamente a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5,19-20). "Todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre" (Col 3,17). Quiero que los hombres oren en todo lugar, levantando hacia el cielo unas manos piadosas, sin ira ni discusiones" (1 Tm 2,8), "noche y día" (1Tm 5,5).

Quisiera subrayar cómo un gran místico como Pablo no desdeña el uso de oraciones vocales, de peticiones. Hoy día se ha resucitado la moda de una cierta oración "oriental" o "mística" que tiende hacia una oración de pasividad, de "vacío mental", en la que uno tiende a fusionarse con el todo, vaciando la mente de cualquier contenido concreto. Es la oración de los místicos. Pero habría que advertir que esta oración mística no elimina la necesidad de esa otra oración más casera, más concreta que consiste en presentar a Dios problemas concretos, peticiones, súplicas, letanías de nombres de personas que se encomiendan a nuestras oraciones, acciones de gracias por dones concretos y pormenorizados. No desdeñemos este tipo de oración. El mismo Pablo que fue arrebatado hasta el tercer cielo, descendía después muy en detalle a mencionar al Señor los nombres de los cristianos con sus circunstancias concretas.

El abandono de todo en manos de Dios, no elimina, la necesidad de hacer presentes ante él todos nuestros problemas y situaciones. Que vuestras peticiones sean presentadas a Dios" (Flp 4,6).

Como comenta San Agustín: "No hay que entender estas palabras como si se tratare de descubrir a Dios nuestras peticiones, pues él continuamente las conoce, aun antes de que se las formulemos; estas palabras significan, más bien, que debemos descubrir nuestras peticiones a nosotros mismos en presencia de Dios, perseverando en la oración".[2]

En una ocasión concreta el mismo Pablo nos narra cómo su oración no fue escuchada en el sentido literal en la que se expresaba. En la segunda carta a los corintios nos habla de aquel "aguijón de la carne", "ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría". No sabemos exactamente en qué consistía. Algunos piensan que era una enfermedad que le producía ataques súbitos e imprevistos y le recortaba mucho en su apostolado. "Tres veces rogué al Señor que se alejase de mí, pero él me dijo: 'Te basta mi gracia" (2 Co 12,7-8). Vemos con claridad en este texto, cómo el total abandono y conformidad en manos de Dios no elimina el que le podamos hacer peticiones concretas, con la salvedad de que él sabe mejor que nosotros lo que nos conviene.


[1] Holzner, o.c. p. 75.

[2] Carta a Proba. CSEL 44,60-63

 

 

TEMA 4: LA LLAMADA AL APOSTOLADO

 

 

 

 

A) Apuntes históricos sobre los primeros años del Pablo cristiano

Los historiadores no son unánimes al darnos la cronología de los primeros años después de la conversión de San Pablo. Los pocos datos que sabemos sobre estos años nos vienen fundamentalmente de dos fuentes distintas:

1) los apuntes autobiográficos de los capítulos uno y dos de la carta a los Gálatas, y el capítulo 11 de la segunda Corintios

2) la narración de Lucas en los capítulos 9 y 26 de los Hechos.

No resulta fácil concordar en una secuencia lineal todos los acontecimientos narrados en ambas fuentes. Hay serias dificultades que han hecho correr ríos de tinta de los especialistas. Sin entrar en los aspectos más técnicos, nosotros nos limitaremos a dar aquellos datos en los que existe mayor acuerdo.

El origen de estas dificultades de concordancia está en que por una parte las cartas de San Pablo tienen un carácter fogoso y dialéctico que pueden alejarle de lo que sería una crónica objetiva. Por otra parte en los Hechos de los Apóstoles encontramos el peculiar estilo narrativo de Lucas que muchas veces no sigue el orden cronológico y hace agrupaciones artificiales de diversos sucesos ocurridos en diversas épocas pero que tienen afinidad entre sí.

Dos sucesos ocurridos simultáneamente son narrados por Lucas sucesivamente, ya que no es amigo de dejar temas colgando. En cualquier caso, la secuencia de acontecimientos podría ser la siguiente:

Año 30:    Misterio pascual: muerte y resurrección del señor.

     33:   Segunda venida de Saulo a Jerusalén.

             Martirio de Esteban.

             Huída de los cristianos helenistas a Antioquía.

             Conversión de Pablo.

   34-36:         En Arabia.

   37:     En Damasco. Huye colgado en una espuerta.

             Visita a Jerusalén. Ve a los apóstoles. Pasa quince días.

             Marcha a Tarso. (¿Revelación de que salga de Jerusalén?)

   39-42 Pablo vive su vida privada en Tarso.

   42      Bernabé va a Tarso a buscar a Pablo y lo lleva consigo a Antioquía.

   43-45 Estancia en Antioquía. (¿Viaje a Jerusalén con colecta?)

   46      Pablo y Bernabé elegidos como misioneros.

             Se inicia el primer viaje misional.

 

Lo importante es notar que entre la visión de Damasco y la vocación misional recibida en Antioquía que dará lugar al primer viaje misional, median 17 largos años. Aquella llamada a ser "vaso de elección", "testigo" que se recibió en Damasco, sólo comenzaría a realizarse diecisiete años después, el día en que "celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: 'Separadme ya a Bernabé y Saulo para la obra a la que los he llamado'. Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y les enviaron" (Hch 13,2-3).

¿Qué sucedió en estos diecisiete años? Tiempo de germinación de la semilla. Compás de espera del Espíritu Santo. Hubo tiempo de desierto en Arabia, contactos con los apóstoles en Jerusalén informándose sobre la vida del Jesús histórico; pequeñas experiencias apostólicas en Siria y1 Cilicia, años tranquilos de vida normal en Tarso. Pero durante estos años hay siempre una promesa que aguarda su cumplimiento, una vocación que espera concretarse. En Damasco fue concebido un apóstol; en Antioquía, tras diecisiete años de gestación, éste apóstol es finalmente dado a luz. 

(NOTA: Un problema puramente técnico que estudian los especialistas es si durante este tiempo hubo uno o dos viajes a Jerusalén -Ga 2,1; Hch 11,30: ¿Se trata de dos viajes distintos o de un mismo viaje?- Otro problema es si hubo una o dos estancias en Damasco: -Hch 9,19-25 nos habla de una sola estancia larga; Ga 1,18 nos habla de dos estancias distintas separadas por el tiempo en Arabia. otro problema afecta a la duración de todo este tiempo: Gálatas nos habla de tres años más catorce, o sea diecisiete; pero dada la manera que tenían los judíos de contar el tiempo, podría tratarse año y medio más doce años y medio, o sea catorce en total.

 

B) Naturaleza y origen de la misión del apóstol

Los dos contenidos centrales de la visión de Damasco son la revelación del misterio de Cristo como amor gratuito que justifica y la llamada a anunciarlo. Toda la vida y la teología de San Pablo están contenidas germinalmente en esta visión.

La misión de Pablo viene de Jesús mismo, sin ningún tipo de mediaciones. "Pablo, apóstol, no de parte de los hombres, ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre que le resucitó entre los muertos" (Ga 1,1)

En esto consiste precisamente el carisma singular del apostolado, en ser una misión que arranca directamente de Cristo sin mediaciones humanas. Así concebido, el apostolado es un carisma que sólo se dio en la primera generación cristiana, y afectó sólo a muy pocos hombres. En las demás generaciones, la vocación apostólica está siempre mediada por la Iglesia, a través de la cual nos llega la misión de Cristo.

La misión directa de Pablo arranca de su visión del Resucitado, en la que no medió ningún predicador. "Os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo" (Ga 1,11).

Pablo quiere dejar claro que su llamada al apostolado no ha sido recibida por delegación de los restantes apóstoles, sino que está en pie de igualdad con la que ellos también recibieron. "Me había sido confiada la evangelización de los incircuncisos, al igual que a Pedro la de los circuncisos, -pues el que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles" (Ga 2,7-8).

"Al igual que". Este pie de igualdad es el que Pablo desea subrayar. La igualdad estriba en que ambos apostolados brotan de una misma fuente: una aparición de Cristo resucitado; "Se apareció a Cefas, luego a los Doce... y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo (1 Co 15,5-8).

La humildad y la conciencia de sus anteriores pecados le llevan a considerarse "el último de los apóstoles, indigno del nombre de apóstol" (1 Co 15,9), último e indigno, pero verdadero apóstol.

La palabra abortivo tiene diversas interpretaciones. Para nosotros supone la falta de madurez, la falta de preparación de Pablo para la nueva vida del apostolado; el carácter milagroso de su alumbramiento a la gracia; el prodigio de que un ser tan deforme pudiese sobrevivir tras su alumbramiento a una nueva vida.

Pero frente a estos rasgos de humildad, tendrá Pablo que ensalzarse muchas veces a sí mismo, no por vanidad, sino para hacer valer su doctrina frente a la de sus adversarios. Sobre todo en la carta a los gálatas y en la segunda a los corintios, Pablo tiene que hacer valer su condición de verdadero apóstol, para robustecer y validar "su evangelio" (la justificación por la fe en Jesús y no por las obras de la Ley), frente a "otro evangelio" (Ga l,6) atribuido a los otros apóstoles, en franca desautorización de su persona y su doctrina.

Ya estudiaremos más detalladamente este punto. Los adversarios habrían sembrado su cizaña judaizante en las comunidades de Galacia y Corinto, obligando a los cristianos a la observancia de la Ley de Moisés, y "perturbando y deformando el Evangelio de Cristo" (Ga 1, 8 ) .

El gran argumento de los adversarios era el comportamiento un tanto ambiguo de los otros apóstoles más autorizados. La defensa por tanto de Pablo irá en una doble línea: por una parte mostrar cómo su dignidad de apóstol era igual que la de los demás, y por otra hacer ver que en el fondo su evangelio no era distinto del de Pedro y los otros.

 

C) El incidente de Antioquía

Se basaban, sobre todo, los adversarios de Pablo en la conducta de San Pedro que se recataba de mezclarse con los gentiles, por miedo a los judíos observantes, y arrastraba a otros a esta conducta ambigua.

  En realidad Pedro había sido el primero en admitir a los gentiles al Bautismo, tras su milagroso encuentro con el centurión Cornelio (cf. Hch 10). Posteriormente en el Concilio de Jerusalén, su discurso estaba muy en la línea de Pablo. Es sólo, después de este concilio, cuando la conducta de Pedro empieza a titubear. Como enseguida veremos, la solución del Concilio había sido no exigir a los paganocristianos el cumplimiento de la Ley mosaica, pero tampoco se prohibía a los judeocristianos el que siguiesen practicándola. Con esto había el peligro de que la comunidad cristiana se escindiese en dos sectas, En Antioquía la comunidad cristiana estaba prácticamente constituida solo por paganocristianos. Al llegar Pedro a Antioquía, en lugar de incorporarse plenamente a esta comunidad, empieza a aislarse en un pequeño núcleo judeocristiano, y a no querer comer en las mesas de los paganocristianos, con lo cual dividía a la comunidad, y creaba en estos últimos una conciencia de culpabilidad, haciéndoles sentirse impuros, o a lo menos, cristianos de segunda categoría.

Este es el trasfondo del famoso incidente de Antioquía que narra Pablo en su carta a los Gálatas: "Cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era digno de reprensión. Pues antes de que llegaran algunos del grupo de Santiago, comía en compañía de los gentiles: pero una vez que aquellos llegaron, se le vio recatarse y separarse por temor de los circuncisos. Y los demás judíos le imitaron en su simulación, hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio arrastrado por la simulación de ellos. Pero en cuanto vi que no procedían con rectitud, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: 'Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?'"(Ga 2,11-14).

La línea de argumentación de Pablo se expone de una manera oratoria y dramática, entrecruzando los hilos de los diversos argumentos. Diseccionando un poco el texto, encontramos los siguientes elementos:

(1) No invoquéis el proceder de Pedro contra el mío. Su dignidad de apóstol es igual a la mía. Yo no soy un mero delegado de los apóstoles o de los notables (por cierto, ¡qué fea palabra esa de notables para usar entre cristianos! Ga 2,6). Mi vocación y mi evangelio han sido recibidos directamente de Jesús. Puestos a eso, tanto valor puede tener lo que diga Pedro como lo que diga yo.

(2) Además, sabed que el evangelio que yo predico, aunque no reciba su valor de la aprobación de los otros apóstoles, sin embargo sí ha sido examinado y aprobado por ellos en diversas ocasiones. "Les expuse el evangelio que proclamo entre los gentiles, para saber si corría o no corría en vano" (Ga 2,3). "Reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión" (Ga 2,9). No es cierto que ellos me hayan desautorizado, sino al revés. Siempre nos hemos mantenido en comunión.

(3) Por otra parte Pedro nunca se ha opuesto a recibir en la Iglesia a los incircuncisos. Los criterios los tenía claros. No se trataba de errores doctrinales, de "evangelios distintos" del mío. Lo que era digno de reprensión no fue tanto su evangelio cuanto su comportamiento, demasiado receloso y ambiguo que daba lugar a muchos equívocos y confusiones, y dio pie a que los judaizantes utilizasen a Pedro en favor propio.

Este fue el motivo de la reprensión pública que Pablo hizo a Pedro en Antioquía. Algunos protestantes han tratado de forzar mucho el texto de este "incidente" para atacar la doctrina de la infalibilidad de Pedro y del Papado. Es sacar las cosas de quicio, pues precisamente Pablo cita el incidente como un argumento para reforzar su tesis de que "en el fondo Pedro pensaba lo mismo que yo; no le utilicéis como argumento contra mí".

Lo que sí pondría en tela de juicio este incidente no es la sana doctrina de la infalibilidad de Pedro, sino una cierta "infalibilidad inflada" que pretende que el Papa nunca se equivoca en nada, ni puede tener desaciertos en sus criterios, ni dar lugar a confusiones con sus comportamientos ambiguos, o ser demasiado débil a la hora de atajar los errores de otros. De este tipo de desaciertos está llena la Historia de la Iglesia. Desaciertos que incluso, en ciertos casos, han podido tener funestísimas consecuencias cuyos daños todavía lamentamos.

Pero todo esto no atenta nada contra la verdadera doctrina de la infalibilidad de Pedro, ni debe restar a otros la libertad y aun la santa audacia de hacer caer en la cuenta al Papa de los posibles efectos perniciosos de sus comportamientos ambiguos, demasiado vacilantes o demasiado enérgicos.

 

D) La defensa de Pablo frente a sus adversarios

Todas las cartas de San Pablo se ven atravesadas por una continua polémica contra unos adversarios concretos: los judaizantes. Es imposible comprender a San Pablo sin haber calado la importancia de lo que estaba en juego en esta polémica. Lo trataremos en el siguiente capitulo, y sólo entonces podremos comprender plenamente lo que ahora vamos a explicar.

Estudiamos en este tema la llamada de Pablo al apostolado. Tal como la expone en sus cartas, esta vocación aparece siempre en un contexto polémico. Pablo tiene que justificar su condición de apóstol frente a aquellos que se la quieren negar, frente a los que utilizan el nombre y el prestigio de los otros apóstoles para atacarle a él, para desautorizarle, para sembrar la duda y la confusión en esas comunidades que Pablo había fundado con tantas penalidades y esfuerzos.

En esta polémica la impulsividad de Pablo brota a flor de piel. No se trata ya de la agresividad y del odio de su época de farisea, sino del amor a sus ovejas que le lleva a enfrentarse valientemente contra el lobo. Pablo hará uso de todo tipo de argumentos con tal de refutar a sus contrarios.

l. Argumentos doctrinales serios y profundos que atacan la raíz del problema de la justificación por la fe, tal como aparecen en el cuerpo central de las cartas a los romanos y a los gálatas.

2. Argumentos ad hominem, tratando de prestigiar su propia dignidad de apóstol, la autenticidad de su vocación, su profunda comunión con los otros apóstoles. Su doctrina tiene que ser autentificada por unas credenciales. Para ello Pablo tiene que tragarse su humildad y recomendarse a si mismo (2 Co 3,1). Es consciente de que al recomendarse a sí mismo, puede dar la impresión de vanidoso y fatuo (necio) que "ha perdido el juicio" (2 Co 5,12). Pero se arriesga a dar esta impresión, con tal de que su doctrina no quede desautorizada, y pide por favor a los cristianos que le soporten un poco su fatuidad (2 Co 11,1), aunque promete no pasarse demasiado, ni gloriarse de nada que no sea absolutamente cierto.

Veamos cuáles son esas credenciales de las que Pablo se gloria:

(a) Yo he ido siempre a territorios vírgenes a predicar a Cristo, roturando el terreno, mientras que vosotros, los que me criticáis, en lugar de abrir caminos nuevos, teniendo todo el mundo para convertir, os dedicáis a ir detrás de mi a las comunidades que con tanto esfuerzo fundé, para meter cizaña y "gloriarse en territorio ajeno, a costa del trabajo de los demás". Lo único que hacéis es sembrar la discordia contra mí. Y encima os tenéis por superapóstoles, cuando lo único que sabéis es intrigar (cf. 2 Co 10,15-16; 11,5).

(b) Otra credencial que puedo presentar es mi desinterés económico. Nunca os fui gravoso(11,9). No busco vuestras cosas, sino a vosotros (12,14), por eso he trabajado con mis manos. Tenia derecho a que me alimentaseis, porque al sembrar en vosotros bienes espirituales, ¡qué mucho que recibiera bienes materiales! (1 Co 9,11), sin embargo, "no he hecho uso de este derecho" (1 Co 9,12), porque no está bien que los hijos alimenten a los padres, sino los padres a los hijos (cf. 2 Co 12,14). Por eso me he fatigado trabajando con mis manos (1 Co 4,12), trabajando día y noche para no seros gravoso (1 Ts 2,9)

(c) Otra credencial que puedo presentar es que nunca he querido abusar de mi autoridad, ni comportarme de una manera despótica. Mis adversarios me acusan de ambicioso y altanero, pero demasiado bueno he sido con ellos. "Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros, como una madre cuida con cariño a sus hijos" (1 Ts 2,7)

Pero haga lo que haga, siempre me criticáis. Cuando me muestro tolerante, comprensivo, lo achacáis a cobardía, a falta de carácter. Decís que cara a cara, me hago el "humildito" (2 Co 10,1), porque la "presencia del cuerpo es pobre y la palabra despreciable, pero luego a distancia, por carta, me envalentono" (2 Co 10,9). Más tendría que envalentonarme contra quienes todo lo interpretan mal.

(d) Otra de mis credenciales de auténtico apóstol es todo lo que he sufrido por llevar mi evangelio a vosotros, azotado, apedreado, calumniado, en naufragios, inundaciones, noches en vela, hambre y sed frío y desnudez (2 Co 11,23-27). Perdonadme que tenga que recordároslo; lo hago solo para prestigiar la autenticidad de mi evangelio, y además el mérito no hay que atribuírmelo a mí, sino a Dios que es quien me ha dado la capacidad (2 Co 3,5).

(e) Además, no penséis que si en mi evangelio quito importancia a las prácticas judías, lo hago por resentimiento, o "porque no estén maduras". Si hubiese que gloriarse de ser judío, yo lo soy tanto corno vosotros. El no valorar las prácticas legales no es en mí un mecanismo de defensa que me lleve a despreciar lo que no poseo. He sido más judío y más fariseo que nadie, pero "lo que para mí era ganancia lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo" (Flp 3,7). Si no presumo de estas cosas no es porque carezca de ellas, sino porque ya no les doy valor.

(f) Pero sobre todo mi mejor credencial sois vosotros mismos, el fervor de las comunidades fundadas por mí. "Vosotros sois nuestra carta de recomendación, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres" (2 Co 3,2).

Podría quedarnos una impresión de fanfarronería. Pero la verdadera humildad no teme en ciertos momentos ensalzarse a sí misma, si de ello pueden sacarse frutos espirituales en defensa de la verdad. Por otra parte San Pablo es bien consciente de que todo ha sido gracia en su vida, de que él es "un abortivo" (1 Co 15,8), "el último de los apóstoles" (1 Co 15,9), "un blasfemo, un perseguidor, un insolente que halló misericordia" (1 Tm 1,13), "el primero de los pecadores" (1 Tm 1,15).

Esto no le impide apreciar la obra de la gracia en su propio corazón. "Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo (1 Co 15,10).

Todo es obra de la gracia. "Yo planté, Apolo regó, mas fue Dios quien dio el crecimiento. De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer" (1 Co 3,6-7). "¿Que tienes que no lo hayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?" (1 Co 4,7). La vocación al apostolado es ante todo "una gracia" (Rm 1,5), una elección, para la que no cuentan las cualidades del hombre; al contrario, la debilidad del apóstol contribuye a que la gloria vaya para sólo Dios, y "ningún mortal se gloríe en presencia de Dios." (1 Co 1,29).

 

 

TEMA 5. LOS JUDAIZANTES Y EL CONCILIO DE JERUSALEN

  

Todo el ministerio y las cartas de San Pablo están coloreados por una circunstancia histórica concreta, un contexto (Sitz im Leben) que conviene conocer bien para su recto entendimiento.

En el trasfondo de la vida y los escritos de Pablo está continuamente el problema de los judaizantes, que supuso el más fuerte conflicto para la Iglesia naciente. 

Este conflicto resulta muy lejano para el lector de hoy que se acerca a las cartas de San Pablo con unas preocupaciones muy distintas. La continua referencia a este conflicto pasado y poco interesante es lo que hace que las cartas de San Pablo sean a veces difíciles de leer, o irrelevantes para nuestros planteamientos vitales. Nos puede parecer que en el epistolario paulino encontramos todo un centón de respuestas a problemas que no nos interesan y que nunca nos hemos planteado, mientras que las preguntas que verdaderamente nos agobian se quedan sin respuesta.

Se hace necesaria una traducción de aquellos problemas a los nuestros, de aquellas soluciones a las nuestras. Sólo el conocimiento histórico del contexto y las circunstancias de Pablo podrán iluminar el sentido central de su mensaje; y sólo entonces podremos traducir ese mensaje en una respuesta a nuestras inquietudes de hoy que en el fondo no son distintas de las de los hombres de cualquier época.

 

A) Los judeocristianos de Jerusalén

Dentro de la Iglesia de Jerusalén habla una tendencia muy fuerte a integrar la experiencia de Cristo y del Espíritu en el viejo molde de la religión de Moisés. Muchos discípulos habían visto cómo el Señor había sido fiel cumplidor de la Ley de Moisés. Para ellos Jesús habría sido el profeta que habría llevado la religión de Moisés a su más alta perfección. "Veían en el cristianismo la más elevada y espiritualizada forma de sus antiguos usos, la más hermosa florescencia del judaísmo".[1] No dudaban de que a esta comunidad estaban llamados todos los hombres incluso los gentiles. "El monoteísmo y la ley moral querían compartirla bondadosamente con los gentiles, pero la esperanza mesiánica era una herencia de la familia de su pueblo. Sólo se podía ser ciudadano de ese Reino con plenitud de derechos siendo descendiente de Abraham o aceptando la circuncisión y con ella la incorporación al pueblo escogido. La Ley y la circuncisión deberían facilitar la salvación como una especie de sacramento. La sangre y las leyes ceremoniales debían alcanzar y traer las bendiciones de Cristo, y por tanto el cristianismo sólo debía ser término, coronación y cumbre del judaísmo. Con esto quedaba puesta en duda la sustancia del cristianismo, la única y exclusiva redención y mediación de la salvación por Cristo".[2]

Ya hicimos notar cómo al principio había en Jerusalén un grupo de helenistas y un grupo palestinense, dentro de la primitiva comunidad. Después de la dispersión de los helenistas (más abiertos y ecuménicos) y la lapidación de Esteban su líder, cada vez fueron entrando en la comunidad de Jerusalén más fariseos piadosos que tenían a Santiago, el hermano del Señor, como centro. Este tenía el prestigio de haber sido pariente de Jesús y de haber tenido una aparición especial del Resucitado.

Junto a su amor por Jesús. Santiago era un fiel cumplidor de la Ley y llevaba una vida ascética muy severa. Aunque probablemente tuviese una actitud mis flexible y matizada, fue utilizado por los fariseos conservadores como bandera tras la que reagruparse. De aquí que estos judeocristianos sean designados como los del grupo de Santiago (Ga 2,12) .

Holzner, con su gran capacidad para revivir dramáticamente personas y situaciones, nos describe así la figura de Santiago:

"Su cabeza descendía en largas guedejas. Nunca había llegado a su cabeza una tijera. Nunca una gota de aceite para ungir tocó su cuerpo. Este Santiago, ya en vida, había venido a ser su propio mito. Fue nazoreo, esto es, consagrado a Dios de por vida. Apenas podemos figurarnos qué santo respeto infundía este hombre con su vestido, su porte y manera de vestir a todos sus contemporáneos, judíos y cristianos, aunque no sea verdad más que la mitad de lo que notifica de él la tradición. No llevaba sandalias ni vestidos de lana, porque sólo se vestía de lino. Únicamente él podía entrar en el santuario del templo, lo que estaba prohibido por lo demás a cualquier laico. Era célibe (?) y vegetariano; no tomaba bebida alguna embriagadora, y estaba por largas horas orando en el templo de rodillas. Contaban que no necesitaba más que elevar sus brazos al cielo para que se hiciese un milagro. Era la más impresionante expresión de lo numinoso de la religión, la última y más pura personificación de la piedad del Antiguo Testamento, antes que ella se hundiese para siempre. En una palabra: un patriarca de la Antigua y de la Nueva Alianza en una persona

 

B) La actitud de Pablo en la controversia

Pablo fue haciéndose consciente de que su propia opción a favor de los gentiles contribuiría a que sólo entrase en la Iglesia un "pequeño resto de Israel" (Rm 11,5). "Su caída (la de Israel) ha traído la salvación a los gentiles" (Rm 11,11). Pablo optó por un modelo que dificultó la adhesión de los judíos a Cristo, pero facilitó la de los gentiles. Por eso puede decir que "su reprobación (la de Israel) ha sido la reconciliación del mundo"(11,15).

Poco a poco se fueron formando dos Iglesias paralelas, la de Jerusalén y la de Antioquía; una de judeocristianos que obligaba a los gentiles a circuncidarse y pasar por el aro de la Ley de Moisés; otra helenista y posteriormente paganocristiana que no obligaba a los gentiles a hacerse judíos para poder ser cristianos.

La consecuencias para el cristianismo del triunfo de una u otra tendencia eran incalculables. De haber triunfado la corriente judaizante, la naciente Iglesia se hubiese convertido en una secta judía piadosa, relegada al ghetto dentro del imperio Romano y del mundo, incapaz de atraer e influenciar a todas las culturas. El soplo ecuménico de Pentecostés hubiese quedado asfixiado en el estrecho entramado de una única raza y una única cultura.

En el fondo lo que estaba en juego era esta alternativa: o crear una Iglesia atractiva para los judíos, donde estos se siguiesen sintiendo en casa, conservando sus costumbres tradicionales y su orgullo de privilegiados de Dios, pero donde los gentiles hubiesen tenido que renunciar a sus propias culturas y valores; o si no, crear una Iglesia universal, no identificada con ninguna cultura ni tradición, adonde los gentiles tendrían un fácil acceso, pero donde los judíos tendrían que renunciar a tantas cosas que les eran muy queridas.

Cualquiera de las dos opciones tenía sus riesgos. El modelo de la Iglesia de Jerusalén dificultaba enormemente la catolicidad de la Iglesia y la mantenía en el ghetto judío; en cambio el modelo de la Iglesia de Antioquía, que es el que acabó triunfando, abría las puertas de par en par a los gentiles, pero dejaba fuera a la mayoría del pueblo judío.

El haber tenido que optar por esta dolorosa alternativa no dejaba indiferente a Pablo. "Siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón, pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne" (Rm 9,2-3).

Sin embargo Pablo se abre a la esperanza de que los judíos un día serán reinjertados. Su desgajamiento sirvió para facilitar la entrada a los gentiles. Pero "el endurecimiento parcial que sobrevino a Israel durará sólo hasta que entre la totalidad de los gentiles" (Rm 11,25) También ellos un día conseguirán misericordia y todo Israel será salvo; esta salvación será parangonable a una resurrección final de los muertos (Rm 11,15).

Lo que estaba en juego en esta controversia sobre el valor de la Ley de Moisés era algo muy profundo. Se trata del puesto que hay que dar a la fe en Jesús para la salvación del hombre. La vida nueva que experimentan los cristianos en sus venas al sentirse salvados por Jesús no les ha venido por mediación de la Ley. Pablo puede hablar por propia experiencia. Toda su observancia de la Ley en la época de fariseo no fue capaz de comunicarle el amor, el gozo, la paz, la seguridad de salvación que ahora siente, desde que encontró a Jesús.

Además Pablo puede apelar a la experiencia de tantos cristianos gentiles que han recibido la vida nueva sin necesidad de circuncidarse ni de guardar la Ley. "Quiero saber una cosa: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la Ley o por la fe en la predicación?" (Ga 3,2). "El Reino de Dios no consiste en comida ni bebida (no depende del cumplimiento de las prescripciones legales en torno a los alimentos de Lv 11), sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14,18).

La Ley fue buena sólo como pedagogo que preparase el camino hacia Cristo, "en espera de que llegase la fe" (Ga 3,23). Pero una vez llegada la fe, la Ley deja de tener ningún sentido salvífico.

Pero si los creyentes siguen poniendo su esperanza en la circuncisión y la observancia de la Ley, están restando importancia y valor a la salvación aportada por la fe en Cristo. Por eso dice a los gálatas: "Si os deseáis circuncidar, Cristo no os aprovechará para nada"(Ga 5,2). "Habéis roto con Cristo todos cuantos buscáis vuestra justificación en la Ley" (Ga 5,4).

No hay que tratar de guardar el vino nuevo en pellejos viejos, ni de vivir la vida nueva del Espíritu dentro de las estrucutras vieja: de la religión mosaica. El cristianismo no es una secta judía piadosa; no es un judaísmo ilustrado y purificado; no es un "revival" de la religión mosaica. Es algo radicalmente nuevo. El que está en Cristo es una nueva creación. Pasó lo viejo, todo es nuevo" (2 Co 5,17) "Nada cuenta ni la circuncisión ni la incircuncisión, sino la creación nueva" (Ga 6,15). Lo que importa ya no es la carne (el estar o no estar circuncidado) Los que confían en salvarse por el hecho de estar circuncidados, se glorían en la carne en lugar de gloriarse en Cristo.

En este punto Pablo se pronuncia en tono sarcástico. Esos que tanta importancia le dan al corte del prepucio y os fuerzan a circuncidaros, ¡ojalá que se acaben de castrar del todo! (Ga 5,12) como hacen los paganos de la diosa Cibeles.

Termina Pablo diciendo: si uno tiene que gloriarse de alguna cicatriz en el cuerpo, no será de la cicatriz de mi circuncisión que llevo desde niño de la que yo me gloriaré, porque ya no me sirve para nada. Me gloriaré sólo de las cicatrices de los malos tratos que he soportado por Cristo, las huellas de las lapidaciones y de los azotes. Estas son las cicatrices que cuentan en la vida nueva. "En adelante que nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo las cicatrices de Jesús" (Ga 6,17). "Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Ga 6,14).

 

C) El contexto del Concilio de Jerusalén

La lucha contra los judaizantes constituye, pues, la trama dramática sobre la que se desarrolla la vida y el ministerio de Pablo. Los del "grupo de Santiago" no se estaban quietos. En lugar de ir como misioneros a roturar campos vírgenes, preferían seguir las huellas de Pablo, en las cristiandades fundadas por él, para sembrar dudas sobre lo que Pablo había predicado y a obligar a los nuevos cristianos a judaizar.

Veamos lo que hicieron en Antioquía y podremos imaginar lo que harían en las restantes cristiandades por donde Pablo había pasado. El grupo conservador de Jerusalén envió a alguno de sus más extremados representantes a Antioquía. Así describe Holzner su llegada: "Los enviados fueron recibidos por los superintendentes con veneración, pues detrás de ellos era visible la sombra de un hombre del todo grande (Santiago). Pero se sintió un escalofrío cuando los recién llegados se lavaban las manos después de cualquier contacto casual con un paganocristiano y no aceptaban ninguna invitación a ir a una casa cristiana. Pues con un incircunciso no se podía comer en la misma mesa, y mucho menos de un plato común, como entonces era usual en Oriente. Esta gente no había sentido el soplo de Pentecostés y en todas partes preveía peligros. Pero cuando en el ágape de la tarde del sábado se aislaron, comiendo en mesas aparte y declararon en pública asamblea a los antioquenos: "Si no os hacéis circuncidar, no podéis salvaros", descargó la tormenta. Debió haber sido recia, pues Lucas en este pasaje habla directamente de un "tumulto".

 Ya hicimos alusión a cuál es el tipo de acusaciones y de cizaña que estos judeocristianos sembraron en Galacia y en Corinto, y a las quejas que San Pablo tuvo que contestar en sus cartas. Le acusaban

       -de que no pertenecía al grupo de los 12 sobre quienes se había fundado la Iglesia

       -que actuaba de manera diferente a como actuaban Pedro y los otros apóstoles

       -de que el mismo Pablo había hecho circuncidar a Timoteo (Hch 16,3) y no seguía una línea pastoral coherente

       -de que era voluble e inconstante en sus planes de viaje

       -de que era un cobarde que solo se atrevía a reñir por carta, pero cara a cara se achantaba y que sus cartas eran demasiado severas (2 Co 10, 9-l0)

       -que hablaba muy mal; su palabra era despreciable y carecía de elocuencia

Con esto podemos hacernos idea de que calaña de hombres eran aquellos que crearon el tumulto en Antioquía y dividieron a la Iglesia. Las frases con que Pablo les define no son muy "ecuménicas": "superapóstoles" (2 Co 12,11), "falsos apóstoles, trabajadores engañosos que se disfrazan de apóstoles de Cristo" (11,13); "os esclavizan, os devoran, os roban, se engríen, os abofetean, y vosotros les toleráis" (11,19-21), "intrusos, falsos hermanos que solapadamente se infiltraron para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús" (Ga 2,4).

Este tumulto de Antioquía es la ocasión próxima de la magna reunión de los apóstoles en Jerusalén, que suele ser conocida como Concilio de Jerusalén, y que tuvo lugar hacia el año 49, al poco de regresar San Pablo de su primer viaje misional por Chipre y Asia Menor.

 (NOTA: Hay dos narraciones de este concilio, difíciles de concordar. Una es la del mismo Pablo en la carta a los Gálatas, y otra es la narración de Lucas en Hechos 15. Las diferencias derivan de dos estilos muy distintos, y de dos intenciones también distintas. Pablo trata ante todo de hacer ver cómo el resultado de aquella reunión fue netamente favorable para su causa. Lucas en cambio trata de ser más conciliador y de hacer ver que no hubo ni vencedores ni vencidos. Pablo habla de una reunión un tanto informal de Pablo y Bernabé por una parte y de tres apóstoles por otra (Pedro, Juan y Santiago: las columnas). En la narración de Lucas se nos habla de un concilio más numeroso y más solemne.

En la narración de Pablo al final no se impone ningún tipo de cláusula ni de restricción a los paganocristianos; su única obligación es la de atender a los pobres "nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos, solo que nosotros debíamos tener presentes a los pobres, cosa que he procurado cumplir con todo esmero" (Ga 2,9-10). Para Lucas en cambio se llega al final a una cierta componenda con tres cláusulas restrictivas. Según algunos autores aquí Lucas estaría atribuyendo al concilio una medida conciliadora que se tomó después, y de la que nunca Pablo en sus escritos se dio por enterado. Aunque en el fondo también Pablo aconseja a los cristianos que sean tolerantes para con los débiles que se escandalicen, e incluso el que en ocasiones cedan sus derechos para no hacer daño a los hermanos que todavía tenían tabúes de la Ley de Moisés (cf. Rm 14; 1 Co 10,23-31). Aunque Lucas no silencia los conflictos, en su conjunto ofrece una visión de la primitiva Iglesia más idílica, disimula la ruptura tan traumática que Pablo hizo para con las tradiciones mosaicas, rehúsa dar a Pablo el título de apóstol -reservado para los Doce- y le sitúa siempre en una actitud de concordia con las autoridades de Jerusalén.

 

D) El desarrollo del Concilio

Tras el tumulto provocado en Antioquía, decidieron que Pablo y Bernabé y algunos de ellos subieran a Jerusalén, donde los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión. Lucas en este pasaje habla directamente de un "tumulto" (Hch 15,2).

Ellos, pues, enviados por la Iglesia, atravesaron Fenicia y Samaria contando la conversión de los gentiles y produciendo gran alegría en todos los hermanos. Llegados a Jerusalén fueron recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y presbíteros y contaron cuanto Dios había hecho juntamente con ellos.

   Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron para decir que era necesario circuncidar a los gentiles y obligarles a cumplir a Ley de Moisés. Se reunieron entonces los apóstoles y presbíteros para tratar este asunto y hubo una larga discusión" (Hch 15, 2 -7) .

El detonante último de la crisis habían sido los éxitos apostólicos conseguidos por la Ig1esia de Antioquía en el primer viaje misionero de Pablo y Bernabé. Al volver estos tan contentos narrando las maravillas de Dios en la conversión de 1os gentiles, los del "grupo de Santiago" empezaron a temer. Veían a la Iglesia de Antioquía en franca expansión. Si las cosas avanzaban a ese ritmo preveían que la comunidad palestina y los judeocristianos se convertirían en una minoría enquistada en el pasado al margen de la vida y el crecimiento de la Iglesia. Por tanto intentaron forzar la mano para que toda la Iglesia se encauzase por la cultura y la religión judía.    

Desde el principio aparecen estas tensiones doctrinales en la Iglesia, aun en aquella primera comunidad que Lucas nos había pintado tan idílicamente "donde los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común" (Hch 2,44), y donde la "multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma" (Hch 4,32).

Los términos que usa Lucas para expresar la dureza de la confrontación no tienen nadas de eufemismo, a pesar de su tendencia a dulcificar las tensiones. Más duro aún es Pablo al referirse a los judaizantes como espías infiltrados (Ga 2,4). Explica González Ruiz: "Se trataba de una comparación tomada de la táctica militar: el espionaje. No luchaban con nobleza, cara a cara, sino utilizando las armas indirectas de la delación, el chisme difuso, la expresión vaga e inequívoca, la continua apelación a una mítica ortodoxia que se suponía en estado de grave peligro".[3]

Pablo llega a Jerusalén y trata de forzar la situación haciéndose acompañar ostensiblemente por un incircunciso, Tito, que se había mostrado muy buen cristiano. Tras larga discusión, acabaron triunfando las tesis de Pablo, apoyadas por el discurso de Cefas, que se volcó totalmente a favor de los gentiles bautizados.

Sin embargo  esa victoria de las tesis de Pablo no pretendió aplastar a sus contrarios. Bien sea en aquel mismo momento, bien después, se tuvo en cuenta la gran repugnancia de los judeocristianos a transigir en varios puntos de la Ley de Moisés y se redactaron cláusulas restrictivas. Los gentiles quedaron libres de la circuncisión y de la Ley de Moisés, pero se les obligaba a respetar tres de las normas, las que constituían un tabú para los judíos.

Hay así un respeto para los sentimientos de los demás, procurando no herirles en lo más vivo. Ya dijimos que esto está muy de acuerdo con la actitud que tuvo Pablo en otras ocasiones cuando tenía mucho cuidado de no escandalizar y "procurar lo que fomente la paz y la mutua edificación" (Rm 14,19). "Tened cuidado de que vuestra libertad no sirva de tropiezo a los débiles" (1 Co 8,9).

Pablo y los suyos estarían, pues, dispuestos a aceptar esas limitaciones de sus derechos, de su "libertad", en servicio de la caridad y para no imponer a los fariseos convertidos un "trágala" demasiado humillante. Siempre según Hechos, estas restricciones serían una enmienda de última hora, presentada por Santiago de forma conciliadora, para evitar que el concilio terminase con vencedores y vencidos.

Vamos a exponer el texto del decreto apostólico, según Lucas, y luego explicaremos la naturaleza de esas concesiones tácticas que a última hora se hicieron a los fariseos.

"Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos venidos de la gentilidad que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia. Habiendo sabido que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han perturbado con sus palabras, trastornando vuestros ánimos, hemos decidido de común acuerdo elegir algunos hombres y enviarlos donde vosotros, Juntamente con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que son hombres que han entregado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. Enviamos, pues, a Judas y a Silas, quienes os expondrán esto mismo de viva voz. Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que estas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza. Haréis bien en guardaros de estas cosas. Adiós (Hch 15,23-29).

Estas últimas concesiones se conocen comúnmente como "cláusulas de Santiago" y pueden interpretarse de distinta forma según sea el texto griego que se establezca.

El texto oriental menciona cuatro puntos: contaminación con los ídolos (comer carne ofrecida a los ídolos, que luego se vendía en el mercado), comer la sangre de animales (Lv 17, 10), comer lo ahogado (carne de animales no desangrados: cf. Lv 17,13) y la fornicación, entendida como el matrimonio dentro de los grados de parentesco prohibidos por la Ley de Moisés (Lv 18). Se trataría en todos los casos de normas positivas de Ley mosaica, y no de derecho natural.

En cambio el texto occidental tiene estas variantes: suprime "lo ahogado" y añade: "no hacer a los demás lo que uno no querría que le sucediera'. En esta redacci6n se puede tratar no ya de normas legales positivas, sino de principios de moral natural: se prohibiría la idolatría, el homicidio (la sangre) y la fornicación (los tres grandes pecados de la primitiva Iglesia), y además la gran norma de oro de la moral.

NOTA: El texto oriental lo constituyen la mayoría de los grandes códices en letra mayúscula más antiguos, así como los Padres griegos. El texto occidental es ante todo el del códice de Beza, reforzado por la traducción Vetus latina y la Vulgata y los Padres latinos Tertuliano, Cipriano, Ambrosio...

La mayoría de los intérpretes se inclinan por el texto oriental y entienden estas restricciones como normas legales positivas. En esta línea hay un papiro del año 250 que suprime la palabra fornicación, con lo que todo quedaría reducido a cuestión de alimentos: carne sacrificada, carne no sangrada y sangre.

En este sentido las "cláusulas de Santiago" habían de entenderse como una aplicación a los gentiles bautizados de las restricciones que ya se habían impuesto antes en la sinagoga a los "temerosos de Dios" (simpatizantes de la religión judía) y que facilitaban el que pudiesen participar en la liturgia sin que los judíos se sintiesen contaminados por ellos.

 

E) Resultado del concilio

¿Cuál fue el resultado de este concilio? Como siempre que hay algún tipo de componendas, no se dirime definitivamente la cuestión. Provisionalmente se estableció una tregua, pero pronto volverían los conflictos (el famoso incidente de Antioquía entre Cefas y Pablo que según Gálatas  2,11-14 tuvo lugar porque no se había abordado el tema de una forma doctrinal sino práctica).

De momento la práctica de no circuncidar a los gentiles convertidos se apoyaba en las tesis dogmáticas de Pablo (G 2,9). Pero los judaizantes tuvieron en las cláusulas restrictivas un punto de apoyo para seguir sus ataques. En lugar de interpretarlas como una concesión que se les había hecho generosamente, volvieron a la carga y comprometieron a Pedro para que disimulase, absteniéndose de comer con los gentiles y creándoles así una mala conciencia. Veamos cómo presenta González Ruiz los matices de la nueva situación creada:

"En Antioquía el problema adquiría nuevas e imprevistas perspectivas. Pedro, temiendo a los judeocristianos venidos de Jerusalén, se separa de la convivencia del grupo paganocristiano y vuelve a restablecer la comunidad judeocristiana que hasta entonces en Antioquía había sido absorbida por la mayoría de los étnicos. En rigor todo sucedía según los cánones concordados. Sin embargo, Pablo veía las cosas desde otro punto de vista y sentenció que "no andaban derechamente según la verdad del evangelio" (Ga 2,14).[4]

El incidente de Antioquía entre Cefas y Pablo es como un segundo round, en que vuelve a plantearse el problema conciliar. En frase un tanto oportunista de González Ruiz, el "postconcilio había sido "bloqueado". Pero tras este y otros rounds sucesivos, acabó por imponerse plenamente la teoría y la praxis de Pablo. Las cláusulas de Santiago no eran suficientes para los judeocristianos que querían más, y resultaban muy engorrosas para los paganocristianos que acabaron prescindiendo totalmente de ellas.

La entrada masiva de paganocristianos en la Iglesia y la progresiva encapsulación de los judeocristianos, fue haciendo estás cláusulas cada vez más irrelevantes. La destrucción de Jerusalén en el año 70, y la emigración de la comunidad palestinense privó a los judeocristianos del prestigio que les confería su condición de Iglesia madre. Cada vez más reducidos en número, acabaron constituyendo un núcleo cismático apartado de la corriente principal de la vida cristiana que se había orientado por derroteros paulinos. Su fin fue el de una secta, claramente herética, rechazada tanto por judíos como por cristianos, que acabó por desaparecer. Triste fin para los herederos espirituales del gran apóstol Santiago.

El futuro de la Iglesia estaba en las comunidades paganocristianas fundada por Pablo. Muy pronto estas comunidades habían, ya prescindido del todo de las cláusulas restrictivas del concilio de Jerusalén.

En el tiempo de las cartas pastorales, las normativas sobre alimentos ya estaban totalmente liberalizadas, y los que mantenían a este respecto las regulaciones mosaicas se consideran ya claramente herejes al margen de la comunión eclesial, pues "todo lo que Dios ha creado es bueno, y no se ha de rechazar ningún alimento que se coma con acción de gracias, pues queda santificado por la palabra de Dios y la oración (1 Tm 4,4).


[1] Holzner, o.c. p. 142.

[2] O.c. p. 144.

[3] El evangelio de Pablo, Madrid 1977, p. 20.

[4] J. González Ruiz o.c. p. 27.

 

 

TEMA 6: EL PRIMER VIAJE APOSTÓLICO:

 

A) La Iglesia de Antioquía, Iglesia misionera

Ya hemos hecho alusión a la vitalidad y expansión de la Iglesia de Antioquía. Fue probablemente fundada a raíz de la dispersión de los cristianos helenistas tras la lapidación de Esteban. Ocupará un puesto de vital importancia en el desarrollo de la naciente Iglesia.

"Los que se habían dispersado cuando la tribulación originada a la muerte de Esteban, llegaron en su recorrido hasta Fenicia, Chipre y antioquía, sin predicar la palabra de Dios a nadie más que a los judíos. Pero había entre ellos algunos chipriotas y cirenenses que, venidos a Antioquía, hablaban también a los griegos (gentiles) y les anunciaban la Beuna Nueva del Seño Jesús. La mano del Señor estaba con ellos y un crecido número recibió la fe y se convirtió al Señor.

La noticia de esto llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquía. Cuando llegó y vio la gracia de Dios, se alegró y exhortaba a todos a permanecer con corazón firme, unidos al Señor, porque era un hombre bueno lleno de Espíritu Santo y de fe. Y una considerable multitud se adhirió al Señor" (Hch 11,19-24).

Digamos ante todo unas palabras sobre la ciudad de Antioquía. Había sido fundada el año 300 por Seleuco, general de Alejandro Magno, en honor de su padre Antíoco. Está situada a orillas del río Orontes en Siria (modernamente queda dentro de las fronteras de Turquía). En un precioso valle cerca del mar, en donde se construyó el puerto de Seleucia. Llegó a convertirse, junto con Alejandría, en el centro de expansión de la cultura helenística en el Oriente. Fue primero capital del reino de los seléucidas y después de la conquista romana, se convirtió en capital de la provincia romana de Siria. En la época de San Pablo contaría unos 500.000 habitantes. Gran urbe cosmopolita en la que podían escucharse todas las lenguas y acentos del Oriente y todas las religiones del Mediterráneo. La ciudad tenía una numerosa colonia judía, organizada en sus propios barrios que incluían las sinagogas correspondientes. Hoy día es una ciudad mucho más pequeña, Antakia, pero los campos de ruinas arqueológicas son extensísimos.

En esta ciudad sucedió un hecho de gran trascendencia. "En Antioquía fue donde por primera vez los discípulos recibieron el nombre de cristianos" (Hch 11,26). Este es el nombre dado en griego a los discípulos de Jesús. En hebreo se les conoce hasta ahora como Notsrim, nazarenos. El hecho de recibir un nombre especial supone el reconocimiento como religión distinta y perfectamente identificable. Quizás en un principio este nombre pudo haber sido un apodo sarcástico usado por los enemigos para ridiculizar a los discípulos. Lo cierto es que pronto estos se sintieron orgullosos de este nombre, y de padecer a causa de este nombre. "¿No blasfeman el hermoso nombre por el que sois nombrados?" (Stg 2,7). "Si tiene alguno que padecer por cristiano, no se avergüence de ellos, sino alabe a Dios por llevar ese nombre" (1 P 4,16). Con esta nueva designación la comunidad de discípulos se había desgarrado ya de hecho del seno materno del judaísmo.

La comunidad de Antioquía aparece ya estructurada en diversos ministerios. "Había en la Iglesia fundada en Antioquía profetas y maestros, Bernabé, Simeón llamado Níger, Lucio el cireneo, Menájem, hermano de leche del rey Herodes, y Saulo" (Hch 13,1). Por sus orígenes tenemos dos norteafricanos, un chipriota, un palestino y un cilicio. Todos ellos probablemente eran judíos helenistas de la diáspora, a excepción de Menájem. Lo cual muestra el carácter cosmopolita y abierto de aquella Iglesia, en contraste con la de Jerusalén, más uniforme y provinciana.

Se reunían para celebrar el culto del Señor. Se trataba ya de un culto netamente distinto del de las sinagogas. Probablemente celebraban el culto la vigilia del domingo, y tendrían un ágape en común, tras el que partirían el pan litúrgicamente. La celebración era probablemente muy espontánea, abierta a las intervenciones carismáticas de sus miembros. Es una Iglesia que sigue viviendo un perenne Pentecostés.

En una de esas reuniones de culto tuvo lugar la intervención profética que lanzó a Saulo y a Bernabé a la misión."Mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunaban, dijo el Espíritu Santo: 'Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado'. Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los enviaron. Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia..." (Hch 13, 2-4).

Impresiona leer cómo esta primera Iglesia discierne la voz del Espíritu por medio del carisma de profecía, y atribuye directamente al Espíritu sus propias acciones y decisiones. ¿Quién de nosotros se atreve a dar su opinión con la frase "Dice el Espíritu Santo"? ¿Quién de nosotros redacta las conclusiones de una reunión o un sínodo diciendo:"Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros"? Cuando oímos a los pentecostales que todavía se siguen expresando en este género literario nos resulta chocante. Somos demasiado conscientes de la complicada red de mediaciones humanas que hay entre la voz del Espíritu y la nuestra. Pero puede que este realismo y esta humildad nos hagan ir relegando la providencia y la guía del Espíritu al campo de la irrelevancia, y perdamos de vista el hecho real y firmísimo de que es el Espíritu quien personalmente sigue guiando a la Iglesia a través de las voces de los hombres. No se trata de ignorar las mediaciones, pero sí de adorar a Dios en ellas.

Con el gesto de la imposición de manos se consagra el envío de los primeros misioneros cristianos. Emociona contemplar esta escena fundida con otros millones de escenas en las que hombres y mujeres serán enviados a tierras lejanas a lo largo de los siglos para anunciar ese mismo evangelio.

 

B)  Itinerario de la primera misión

Aunque esta primera misión supuso ya cruzar los mares, sin embargo todavía conservó un cierto aire localista. Los lugares visitados estaban cerca de las patrias de origen de Bernabé o de Pablo. Más que ir todavía a tierras lejanas, exóticas, se trataba de momento de llevar el evangelio a Chipre, de donde procedía Bernabé, y a Pisidia, colindante con Cilicia, en donde había nacido San Pablo.

La misión iba dirigida en un principio a judíos, es decir a las juderías que había en las ciudades del Mediterráneo. El punto inicial de predicación es siempre la sinagoga, aprovechando las reuniones que había en ellas los sábados.

Diremos antes algo sobre estas juderías de la diáspora. El judaísmo helenista se había distanciado bastante del judaísmo palestinense, centrado en el Templo. Como dice Bornkmann, la exposición de la Torah reemplazó al sacrificio, y los escribas y doctores de la Ley reemplazaron a los sacerdotes.[1] Estas comunidades judías solían ser más liberales que las palestinas y estaban mucho más abiertas a los paganos, aunque entre ellas había determinados miembros más fanáticos muy vinculados con la ciudad madre y con el templo.

De hecho, antes del cristianismo ya se había dado un amplio movimiento misionero entre los judíos, que intentaron convertir a los paganos con notable éxito. Este proceso de captación incluía dos grados en la adscripción al judaísmo, el de prosélitos y el de temerosos de Dios. Los prosélitos eran aquellos gentiles que se circuncidaban y se comprometían a guardar toda la Ley de Moisés como el resto de los judíos.

En cambio los temerosos de Dios eran gentiles que se acercaban a las instituciones religiosas del judaísmo, sin por ello hacerse judíos ni circuncidarse. Se comprometían a la confesión de fe monoteísta, a una vida moral y a un mínimo de prácticas rituales (dietas de alimentos, sobre todo el no comer sangre ni animales vivos), para no resultar impuros a los ojos de los judíos. En estas condiciones podían asistir a la sinagoga, pero no tenían que romper con su familia ni con su cultura propia, ni ingresar en ningún tipo de ghetto.

Probablemente la misión cristiana a los paganos iba dirigida a estos "temerosos de Dios" que ya habían tenido un fuerte influjo del judaísmo. Eran hombres atraídos por la sublimidad del monoteísmo y de la moral hebrea y hartos de las supercherías vergonzosas de los ritos paganos con sus politeísmos extravagantes y sus ritos orgiásticos. Pero estos hombres se quedaban un poco a caballo entre los dos mundos, porque no llegaban a ser del todo judíos y en la sinagoga se les consideraba ciudadanos de segunda clase. Podemos imaginar el gozo con el que acogerían el evangelio de Jesús que contenía todo lo que ellos valoraban más en el judaísmo, pero permitiéndoles a la vez seguir perteneciendo a su cultura propia y ser miembros de pleno derecho en la Iglesia de Dios.

Bornkmann sugiere incluso la posibilidad de que ya Saulo en su etapa farisea hubiese sido misionero, y que ya hubiese recorrido alguno de los territorios que atravesará más tarde como cristiano. Para ello se basa en el texto de Ga 5,11: "En cuanto a mí, hermanos, si todavía sigo predicando la circuncisión, ¿por qué se me persigue?" Da la impresión de que en otro tiempo Pablo fue predicador de la circuncisión y quiere dejar claro que ahora es misionero de otro evangelio distinto. De ser eso cierto, la experiencia y los contactos de la primera misión en su etapa farisea, sin duda serían luego valiosas para la misión del Pablo cristiano.[2]

El itinerario de la primera misión fue el de Chipre primero y el interior de Asia Menor después: Pisidia y Licaonia. Una vez llegados a lo que hoy es Turquía, hicieron un viaje de ida predicando en Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe, y luego en el camino de regreso volvieron a visitar las comunidades recién fundadas.

 

C)  En frecuentes viajes (2 Co 11,26)

Acompañando a Pablo que se adentra en el Asia menor, reflexionemos sobre este aspecto de su vida que lo presenta como un gigante ante nuestros ojos. La medida de su capacidad de sufrimiento nos dará la medida de su amor.

Tras atravesar la cordillera del Tauro, se asciende primero junto a los bordes del Caistro, para coronar por fin el desfiladero de las "Puertas de Cilicia"; de allí comienza el descenso por el otro lado hacia la meseta de Pisidia, un altiplano de alturas superiores a los 1.200 mts.

En su segunda carta a los corintios Pablo nos habla de sus penalidades en estos viajes hechos en condiciones muy precarias: "Viajes frecuentes; peligros de ríos, peligros de salteadores, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles; peligros en la ciudad, peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir muchas veces; hambre y sed, muchos días sin comer; hambre y desnudez" (2 Co 11,26-27).

Sin duda este viaje a través de la cordillera del Tauro habría de ser uno de los más peligrosos y duros de toda la actividad misional de Pablo. Tan duro y azaroso que en el momento de iniciarlo, Juan Marcos, que había acompañado a Pablo y Bernabé en Chipre, decidió abandonarles y volverse a Jerusalén (Hch 13,13).

Podríamos detenernos ahora un momento a descansar con él en la cresta del Tauro, para mirar de allí de forma panorámica lo que debió ser la extrema dureza de su vida misional. Como ya dijimos, en su defensa contra los calumniadores escribe un largo alegato en los capítulos 11 y 12 de la segunda carta a los corintios, relatando sus penalidades físicas y psíquicas que tuvo que sufrir por el evangelio y que son su timbre de gloria y sus mejores credenciales.

Impresiona aun más saber que esta vida extremadamente dura fue soportada por una naturaleza débil y enfermiza. El mismo Pablo cita una grave enfermedad que tuvo que sufrir cuando estaba viviendo entre los gálatas (probablemente en su segundo viaje). "Bien sabéis que una enfermedad me dio ocasión para evangelizaros por primera vez; y no obstante la prueba que suponía para vosotros mi cuerpo, no me mostrasteis desprecio ni rechazo, sino que me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús..." Pues yo mismo puedo atestiguaros que os hubierais arrancado los ojos, de haber sido posible, para dármelos" (Ga 4,13-15).

No podemos saber la naturaleza de esta enfermedad. Probablemente es el "ángel de Satanás que le abofetea" y que tantas veces hizo sentir a Pablo su debilidad. Se trataría de una enfermedad recurrente y vergonzosa, que provocaba repentinos ataques (tres veces rogué que se alejase de mí aquel mal). Algunos piensan en la epilepsia, otros en la malaria con altas fiebres recurrentes, otros en una enfermedad de los ojos. ¡Cuántas veces en tierra extraña Pablo se vería atacado súbitamente por este mal! Otros han pensado en ataques de depresión como el que quizás tuvo en Corinto al comienzo de su misión allí.

Y además habría que contemplar su cuerpo lleno de cicatrices.¡Con qué orgullo las llevaba! "Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús" (Ga 6,17). Huella permanente dejarían las brechas abiertas por las pedradas y la lapidación en Listra (Hch 14,19; 2 Co 11,25), y los varazos que recibió en Filipos (Hch 16,23). Hasta tres veces fue azotado con varas y cinco con látigos (2 Co 11,24-25).

Pensemos en las penalidades de los viajes. "El esfuerzo de San Pablo realizado en sus viajes es verdaderamente extraordinario. Si teniendo en la mano la guía excelentemente trabajada de Baedecker Konstantinopel und Kleinasien, contamos sólo el número de kilómetros de sus viajes por Asia Menor llegamos al resultado de 5.000 kms."[3]

Si además tenemos en cuenta que estos viajes eran a pie, sin posadas, por territorios desconocidos y de extrema pobreza, comprenderemos el grado de disciplina al que Pablo había llegado a someter su cuerpo para poder soportar ese género de vida. "Los atletas se privan de todo y eso por una corona corruptible. Así pues, yo corro, no a la ventura, y ejerzo el pugilato, no dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi  cuerpo y los someto" (1 Co 9,25-27). Pero todas estas penalidades resultan bien ligeras comparadas con el premio que otorgan. "Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se va a manifestar en nosotros" (Rm 8,8).

Ese amor de Cristo le apremia a no reservarse la vida, a quemarse a sí mismo. "Muy gustosamente me gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas" (2 Co 2,15). "Llevamos siempre en nuestros cuerpos el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De modo que la muerte actúa en nosotros y en vosotros la vida " (2 Co 4,10-12).

Las fatigas, las cárceles, los azotes, las cicatrices, van erosionando, desgastando la naturaleza de Pablo, pero su espíritu se renueva con la seguridad del fruto apostólico que producen todos esos sufrimientos y el premio incomparable de la vida eterna. "Por eso no desfallecemos, pues aunque nuestro hombre interior se va desmoronando, el hombre interior se renueva día a día. En efecto, la leve tribulación de un momento nos produce sobre toda medida un pesado caudal de gloria eterna" (2 Co 4,16-17).

Y en medio de todas estas fatigas, la consolación de Cristo. "Pues así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abundan también por Cristo nuestra consolación" (2 Co 1,5); consolación tan excesiva que en algunos casos hace que un pobre preso, puesto en un calabozo, con su espalda cubierta de llagas y los pies en el cepo, se ponga a cantar himnos gozosos a Cristo en las mazmorras de Filipos (cf. Hch 16,25) El mismo orgullo que le producen sus cicatrices se lo producen también sus cadenas. Son cicatrices de Jesús y cadenas de Jesús. No hay mayor título de gloria que ser "encadenado por Cristo" (EF 3,1; 4,1; Col 4,3). Pero "yo no considero mi vida digna de estima, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús, de dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios" (Hch 20,24).

 

D) Antioquía de Pisidia, modelo de misión

Mejor que narrar de un modo pormenorizado cada una de las visitas apostólicas de San Pablo a las diferentes ciudades Pisidia y Licaonia, vamos a estudiar con mayor profundidad una de ellas, que Lucas ha querido narrarnos como modelo de la actividad misionera de Pablo.

"Partiendo de Perge llegaron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Después de la lectura de la Ley y los Profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir: 'Hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación para el pueblo, hablad'. Pablo se levantó, hizo señal con la mano y dijo" (Hch 13,14-16). Sigue el largo discurso que es modelo de los discursos apostólicos dirigidos a los judíos.

Pablo empieza su misión en la sinagoga y en los medios paganos simpatizantes de la sinagoga, que habían tenido ya una preevangelización. Sólo después, cuando se le cierren las puertas de la sinagoga irá a los gentiles.

Las sinagogas eran a la vez lugares de oración y de enseñanza, lugares de culto sencillos y recogidos, rectangulares y normalmente orientados hacia Jerusalén. Las mujeres se sentaban aparte, normalmente en unas tribunas superiores con celosías.

El sagrario de la sinagoga es un arca donde se conservan los rollos de la Ley, que son llevados procesionalmente a la liturgia. El oficio comenzaba con la recitación del Shema Israel y una serie de bendiciones y salmos. Se leía una lectura de la Ley y otra de los profetas (haftaráh). Se leían en hebreo e inmediatamente se hacía la traducción a la lengua del lugar (arameo en Palestina y griego en la diáspora). Uno de los miembros de la asamblea tenía la homilía, extendiendo el brazo, que era la señal para enseñar.

Lucas en los Hechos recoge dos sermones estándar, que nos permiten hacernos una idea de cómo sería la predicación de San Pablo. Uno es el sermón dirigido a los judíos en Antioquía de Pisidia; otro es el sermón dirigido a los paganos en el Areópago de Atenas (c. Hch 17,22-31).

El sermón a los judíos tiene tres partes, netamente separadas por unos vocativos:

1.- Israelitas y temerosos de Dios (1,16).

2.- Hermanos, hijos de la raza de Abrahán y cuantos entre vosotros temen a Dios (13,26).

3.- Hermanos (13,38).La primera parte es un resumen de la historia sagrada, que relata las maravillas de Dios en el pasado (elección de Abrahán, Pascua, prodigios del desierto, entrada en Canaán, jueces, reyes). Termina con Juan Bautista como antecesor inmediato de Cristo.

La segunda parte presenta a Jesús como cumplimiento de todas las promesas en el misterio de su muerte y resurrección. "La promesa hecha a los padres, Dios nos la ha cumplido a nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús" (13,32-33).

Finalmente, el sermón se termina con una aplicación propia de la doctrina de Pablo: la justificación de los pecados por la fe. Esta es la aplicación personal a cada uno de la Buena Noticia de Cristo resucitado.

El desenlace de la predicación solía ser el mismo en todos los lugares. Unos cuantos, en su mayoría gentiles, lo aceptaban y "se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra de Dios y creyeron cuantos estaban destinados a la vida eterna. Y la Palabra de Dios se difundía por la región" (Hch 13,48-49). Pero simultáneamente los judíos, es decir las estructuras oficiales, las autoridades, promueven una persecución contra Pablo, bien directamente, bien tratando de denunciarlo ante las autoridades paganas.

Esta es la secuencia de acontecimientos que habría de repetirse con pequeñas variantes en Iconio, Listra y Derbe. Los cuatro elementos de toda visita misionera eran; discursos, signos, persecuciones y conversiones.

Estos cuatro ingredientes forman parte del anuncio de la fe. Junto con los discursos vienen los signos del poder y milagros que confirman la doctrina. En Listra la curación de un tullido de nacimiento (Hch 14,8-13); en Iconio, variadas "señales y prodigios que daban testimonio de la predicación y su gracia" (Hch 14,3); en Filipos el exorcismo de la muchacha esclava (Hch 16,16-19). Hay varios sumarios o pasajes "sombrilla" que recogen expresiones generales acerca de los muchos milagros que Dios realizaba en apoyo de la evangelización. "Dios obraba por medio de Pablo milagros poco comunes, de manera que bastaba aplicar a los enfermos los pañuelos o mandiles que había usado y se alejaban de ellos las enfermedades y salían los espíritus malos" (Hch 19,11).

Pero junto con estos signos de poder, se dan también los fracasos y las contradicciones, persecuciones, cárceles. Signos de poder y fracasos son a la vez las señales del verdadero apóstol. Las características del apóstol se vieron cumplidas en vosotros, paciencia perfecta en los sufrimientos y también señales, prodigios y milagros" (2 Co 1,12). Ni todo pueden ser éxitos, ni tampoco todo pueden ser fracasos. Hay una gloria de Cristo que resplandece en la predicación evangélica, pero este tesoro está en "vasijas de barro" (2 Co 4,7).

Como para las cosechas hacen falta días de sol y días de bruma y lluvias, así también para la cosecha misionera hacen falta persecuciones que vayan haciendo granar la espiga. En Antioquía de Pisidia "los discípulos quedaron llenos de gozo y de Espíritu Santo" (Hch 13,52). En Iconio, "una gran multitud de judíos y griegos abrazaron la fe" (Hch 14,27).

Estas son las buenas noticias que pueden contar a su regreso a Antioquía de Siria. "A su llegada reunieron a toda la Iglesia y se pusieron a contar todo cuanto Dios había hecho juntamente con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe" (Hch 14,27). Y más tarde siguen contando todas estas conversiones en su recorrido por Fenicia y Samaría, "produciendo gran alegría en todos los hermanos" (Hch 15,3).  

 

E)  El apóstol de los gentiles (Rm 11,13)

Con este título ha pasado San Pablo a la historia. Él se lo aplicó a sí mismo escribiendo a los romanos: "Por ser yo verdaderamente apóstol de los gentiles, hago honor a mi ministerio" (Rm 11,13).

Es precisamente a raíz de su visita a Antioquía de Pisidia cuando Pablo toma esta decisión. "Entonces dijeron con valentía Pablo y Bernabé: 'Era necesario anunciaros a vosotros (a los judíos) en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazáis y vosotros mismos no os juzgáis dignos de la vida eterna, mirad que nos volvemos a los gentiles'" (Hch 13,46).

Este propósito no hay que tomarlo de esa forma tan radical. Pues inmediatamente después, Pablo visita Iconio y comienza de nuevo por la sinagoga. Y lo mismo sucede en el segundo viaje en ciudades como Tesalónica (Hch 17,1-2), Berea (17,10), Atenas (17,17), Corinto (18,4), Éfeso (19,8)...

Por tanto, ese volverse hacia los gentiles no significa un abandono intencionado de la predicación a los judíos, sino una toma de conciencia de lo específico de su misión hacia los que estaban lejos, acompañada de una lucidez, no exenta de tristeza, de que el pueblo judío en su conjunto se había cerrado al evangelio.

La misión a los gentiles, por tanto, no es exclusiva. En ningún momento sintió Pablo ningún brote de antisemitismo, antes al contrario, para él fue muy doloroso constatar la cerrazón de sus hermanos de raza. "Siento una gran tristeza en mi corazón y dolor incesante, pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos de raza" (Rm 9,2).

Sin embargo, para él la misión a los gentiles es ante todo una mística, una vocación especial que no excluye otras vocaciones, pero que sí ha recibido directamente de Dios como una luz que polariza todo el sentido de su vida.

De alguna manera esta vocación está ya inscrita desde el principio de la revelación en el camino de Damasco. "Ese me es un instrumento de elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel" (Hch 9,15). Esta revelación va siendo explicitada progresivamente por medio de otras. Debió ser importante la que tuvo en Jerusalén, cuando cayó en éxtasis y vio que Jesús le decía: "Date pisa y marcha inmediatamente de Jerusalén, pues no recibirán tu testimonio acerca de mí... Marcha, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles" (Hch 22,18.21).

La vocación del apóstol de los gentiles es una vocación a tender puentes, de ir "a los que están lejos", para acercarlos al misterio de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Mas ahora en Cristo, los que en otro tiempo estabais lejos habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo (Ef 2,12-13). LEJOS/CERCA. Pero para que los que están lejos puedan acercarse, es necesario que los que estaban cerca sean enviados lejos, salgan de su propia cultura, de su propio país, de sus comunidades, de sus costumbres, de sus idiomas, para ser enviados. No hay anuncio del evangelio sin  envío, sin ruptura, sin el drama de un alejamiento. Pablo tuvo que romper dolorosamente con su pasado cultural en el judaísmo, para poder acercarse a los que estaban lejos.

"Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará, pero ¿cómo invocarán a aquél en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquél de quien no han oído? Y ¿cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura '¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el bien!'" (Rm 19,14-15).

En el mismo corazón del misterio de Cristo que le ha sido revelado a Pablo está el hecho de que "los gentiles sois coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio" (Ef 3,6).

Al mismo tiempo que es consciente de toda su indignidad, Pablo es también consciente de la gracia inmensa que le ha sido concedida en esa vocación. "A mí, el más pequeño de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza que es Cristo y esclarecer cómo se ha dispensado este Misterio escondido desde siglos" (Ef 3,8).


[1] C. Bornkmann, Pablo de Tarso, Salamanca 1979, p. 38. 

[2] O.c., p. 43.

[3] Holzner, o.c. p. 279.

 

 

TEMA 7: EL SEGUNDO VIAJE MISIONERO

 

A) La travesía de Asia Menor

Después de pasar un breve tiempo de descanso en Antioquía y confirmar las conclusiones tomadas en el concilio de Jerusalén, Pablo emprende el segundo viaje apostólico.

El motivo de este viaje fue visitar las comunidades ya evangelizadas en el primer viaje a Chipre, Pisidia y Licaonia. "Volvamos ya a ver cómo les va a los hermanos en todas aquellas ciudades en que anunciamos la palabra del Señor" (Hch 15,36).

Surge aquí un nuevo conflicto que Lucas nos narra honestamente a pesar de su intención de cedida de paliar lo más posible todos los aspectos negativos de la Iglesia primitiva. El enfrentamiento se va a dar esta vez entre dos grandes santos y dos grandes apóstoles, Pablo y Bernabé, los que habían realizado juntos el primer viaje y juntos habían sido testigos de tanto fruto evangelizador.

 

El motivo del conflicto va a ser otro santo, el joven Juan Marcos que en el primer viaje había desertado, quizás por miedo. Bernabé, su primo,  quiere darle una segunda oportunidad y llevarle a toda costa. Pablo, quizás por criterios de eficacia, decide no cargar con una persona poco segura. "Se produjo una tirantez tal que acabaron por separarse uno de otro. Bernabé tomó consigo a Juan Marcos y se embarcó rumbo a Chipre. Por su parte, Pablo eligió por compañero a Silas y partió, encomendado por sus hermanos a la gracia de Dios" (Hch 15,39).

Ya señalamos anteriormente que pudo haber otros motivos más profundos de distanciamiento ideológico entre Pablo y Bernabé, señalados por el propio Pablo en la carta a los Gálatas a propósito del así llamado "incidente de Antioquía" entre Cefas y Pablo. Cuando Cefas comenzó a retraerse del trato con los cristianos provenientes del paganismo, "los demás judíos le imitaron en su simulación, hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio arrastrado por la simulación de ellos" (Ga 2,14). Podemos suponer que con la misma entereza con que Pablo se enfrentó con Cefas, se enfrentaría también con Bernabé, y esto no pudo por menos que influir en el distanciamiento entre ambos.

Después de la separación de Pablo y Bernabé, la nueva pareja misionera de Pablo y Silas (Silvano), recorren por tierra Siria y Cilicia, y, atravesando la cordillera del Tauro, comienzan su visita a Licaonia y Pisidia, ya evangelizadas, confirmando a las pequeñas comunidades.

De esta travesía Lucas anota sólo un hecho muy significativo. Un tercer personaje se incorpora a la comitiva. Se trata de Timoteo, un muchacho piadoso y tímido. Era hijo de padre griego y madre judía y probablemente para entonces era huérfano de padre. Su madre Eunice y su abuela Loida los habían formado desde pequeñito en la lectura de las Escrituras judías (cf. 2 Tm 1,5; 3,15). Probablemente fue en casa de Eunice donde recogieron el cuerpo ensangrentado de Pablo tras su apedreamiento en Listra, y el muchacho contemplaría a Pablo e iría aficionándose a él y madurando su deseo de acompañarle. Cuando tres años más tarde Pablo les vuelve a visitar, Timoteo ya ha tomado su decisión, se despide de su madre y se va tras Pablo a quien siempre acompañará con gran fidelidad. Pablo le considerará como su propio hijo, "querido hijo" (2 Tm 1,2), "verdadero hijo en la fe" (1Tm 1,2).

Prosiguen los tres sus viajes hacia tierras nuevas. Su primera intención es dirigirse hacia Éfeso, en la provincia romana de Asia (Hch 16,6), pero el Espíritu les guía en dirección diversa hacia Frigia y Galacia, regiones habitadas por pueblos celtas, rudos y primitivos, cuya capital era Ancira (la Ankara de hoy). Extraña este viaje de Pablo por las aldeas gálatas, porque normalmente prefería evangelizar las grandes ciudades. Pero llegó a intimar en su corazón con estos hombres ingenuos y sencillos. Julio César nos habla de su carácter y nos dice que eran curiosos, nobles, acogedores y un tanto inconstantes.

Los tres misioneros se sintieron muy bien acogidos por ellos. A Pablo le recibieron "como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús" (Ga 4,14). Estando allí enfermó Pablo y los gálatas no le mostraron ni desprecio ni rechazo (GA 4,14) y hasta se hubieran quitado los ojos para dárselos" (Ga 4,15). Pablo les llama con palabras muy afectuosas: "Hijos míos, por quienes sufro dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Ga 4,19), pero al mismo tiempo no duda en reprenderles duramente por haber dado oído a los judaizantes: "¡Oh insensatos gálatas!" (Ga 3,1).

Terminada la misión en Galacia con la fundación de las nuevas comunidades, nuevamente hay otra intervención del Espíritu que les guía hasta Tróade (Hch 16,7), junto a la antigua ciudad de Troya, de donde pensaban por fin bajar a Éfeso y a las grandes ciudades jónicas de la costa del mar Egeo.

Pero no eran estos los planes del Señor, y es ahora cuando la aparición en sueños de un macedonio les hace embarcarse para Macedonia. El cristianismo hace su primera entrada en Europa. Antes de embarcar probablemente se une a la expedición un cuarto misionero, Lucas "el médico querido" (Col 4,14). Efectivamente, a partir de Tróade empieza el pasaje narrado en primera persona del plural, "nosotros", implicando según algunos la presencia del propio narrador.

Lucas era un médico antioqueno, quizás ya conocido por Pablo en Antioquía. Como muchos médicos de la época, ejercía su profesión de modo itinerante, de ciudad en ciudad. Probablemente el ejercicio de la medicina lo hacía entre las ciudades de la costa egea, en continua navegación de cabotaje, lo cual explicaría su gran conocimiento de las técnicas náuticas. Esta vez cambia su ejercicio misionero de la medicina por el del evangelio y se convertirá en fiel acompañante de Pablo en sus misiones y en sus cárceles. En la carta a los colosenses y segunda a Timoteo, Escritas en prisión, Lucas está presente (Col 4,14; 2 Tm 4,11).

 

B)  La misión en Macedonia

Después de dos días de travesía, Pablo y el evangelio ponen el pie en Europa en el puerto de Neápolis, y por la via Egnatia camina los 12 kms., hasta llegar a la ciudad de Filipos, donde surgirá la primera Iglesia europea.

Mapa de Macedonia Ruinas en la acrópolis de Filipos

Unos cuatrocientos años antes había sido fundada esta ciudad por Filipo de Macedonia, el padre de Alejandro Magno. Llevaba ya doscientos años englobada en la órbita del imperio romano. Cien años antes de la llegada de Pablo había sido escenario de la cruelísima batalla entre Marco Antonio y los asesinos de César, Bruto y Casio. Tras esta batalla se fundó una colonia romana para albergar a los soldados licenciados del ejército, y esta colonia llegó a convertirse en la capital de la provincia romana de Macedonia.

Los habitantes estaban orgullosos de su ciudadanía romana y Pablo les tendrá que decir a los filipenses cristianos que la única ciudadanía que cuenta es "la de los cielos" (Flp 3,20).

Los comienzos del cristianismo en esa ciudad fueron muy modestos. Pablo fue a buscar primero a la comunidad judía. Apenas había judíos en aquella colonia romana. Ni siquiera tenían el minyan o quórum para reunirse en una sinagoga. En ese caso podían tener una parcela acotada con setos, llamada proseuché o lugar de oración. Parece ser que este lugar se encontraba fuera de la ciudad, a las orillas del río Gangites. Allí se dirigen los cuatro misioneros a predicar al grupito de personas, casi todas mujeres.

Entre ellas está una de las mujeres excepcionales que tanto ayudarán a Pablo en su ministerio. Se trata de Lidia, una empresaria, vendedora de púrpura, que adoraba a Dios y escuchó las palabras de Pablo. "El Señor le abrió el corazón para que se adhiriese a las palabras de Pablo" (Hch 16,14). Se inicia así una amistad espiritual que habría de traer grandes bendiciones sobre la Iglesia de Filipos. Pablo muestra una gran delicadeza de sentimientos hacia sus colaboradoras como Cloe, su confidente en Corinto, en cuya casa debía reunirse la comunidad (1 Co 1,11), Febe, la diaconisa de la Iglesia de Cencreas, portadora de la carta a los romanos, a quien Pablo considera su protectora (Rm 16,1). En Cesarea se hospedó en la casa de las hijas del diácono Felipe, que estaban dotadas del don de profecía (Hch 21,9).

En casa de Lidia entra Pablo obligado por ella con las artes de persuasión femenina. En su casa se reunirá la primera comunidad de los filipenses a quienes tanto amó Pablo, "su gozo y su corona" (Flp 4,1). Con ellos tiene Pablo sus efusiones de afecto: "Os llevo en mi corazón"(Flp 1,7), "Testigo me es Dios de cuánto os quiero en el corazón de Cristo Jesús" (Flp 1,8). De hecho los filipenses son la única Iglesia que le abrió cuenta de "haber y debe" (Flp 4,15), es decir, es la única Iglesia de quien Pablo aceptó una ayuda económica. Ya nada más salir de Filipos le enviaron dinero dos veces cuando estaba en Tesalónica (Flp 4,16). Posteriormente cuando Pablo estuvo encarcelado (¿en Éfeso?), le enviaron a Epafrodito para que le sirviera durante su cautiverio (Flp 2,25).

Toda la carta a los filipenses rezuma ternura, intimidad y alegría para con Lidia y sus paisanos. Aquella amistad florecida a la orilla del río va a continuarse durante todo el ministerio de Pablo.

Súbitamente la misión de Filipos va a tener un quiebro que dará origen a una persecución. Se trata del exorcismo que Pablo realiza a una joven esclava a quien sus amos usaban para sacar dinero con sus artes adivinatorias. Es un caso típico de explotación inhumana y de opresión tanto por parte del mal espíritu como por parte de aquellos dueños desaprensivos. El evangelio de Pablo es un evangelio de libertad y de liberación de los oprimidos y no puede por menos que indignar a los opresores. La persecución llevó a Pablo y a Silas a los azotes y a la cárcel, de la que fueron milagrosamente liberados por Dios, gracias a aquel terremoto que no solo rompió sus cepos, sino que les ganó la amistad del carcelero.

Un nuevo miembro se va a unir a la pequeña comunidad, el carcelero y su familia que son bautizados aquella noche. Extraño conjunto el de los reunidos en casa de Lidia, la vendedora de púrpura, la esclava exorcizada, el carcelero y un pequeño número de mujeres entre las que estarían quizás Evodia y Síntique, que "lucharon por el evangelio" (Flp 4,3), y Epafrodito "hermano, colaborador y compañero de armas" (Flp 2,25). Estas imágenes de compañeros de armas y de lucha hacen alusión al continuo clima de hostilidad que tenía que afrontar la naciente comunidad. Como hace notar González Ruiz, casi todos los nombres de miembros de la comunidad de los fieles de Filipos corresponden a forasteros desarraigados. Entre ellos hay de todo menos filipenses, lo mismo que entre los cristianos de Antioquía donde había de todo menos antioquenos (chipriotas, africanos, cilicios, palestinos...).

El evangelio con su mensaje de comunidad prende enseguida entre los desarraigados de las grandes urbes. La evangelización de Europa no se hizo desde las estructuras políticas de la ciudad, sino desde las comunidades domésticas, no tanto en las plazas y los mercados cuanto en las casas. La misma palabra parroquia originalmente significa el círculo de los que se reúnen en torno a una casa (paroikia). En Gálatas se llama a los hermanos de una misma comunidad "los de la casa de la fe" (Ga 6,10), una bella expresión para las comunidades de base: oikeioi th" pistew". El imperio romano va siendo penetrado por una red de hogares, de comunidades domésticas, que poco a poco van haciendo fermentar la masa.

Formadas por elementos marginales a la sociedad, las comunidades macedonias vivirán "probadas por muchas tribulaciones, con rebosante alegría y extrema pobreza" (2 Co 8,2). En medio de un mundo brutalmente pagano, "brillan como antorchas, llevando en alto la palabra de Cristo" (Flp 2,15).

Unos años después de esa primera visita, Pablo escribió su carta a estos amigos desde la cárcel. Recordaría la cárcel de Filipos donde había estado preso anteriormente. Ahora está en la incertidumbre sobre si lo ejecutarán o no. Pende sobre él una posible sentencia de muerte. No sabe si volverá a ver a sus queridos filipenses (Flp 1,20). Esto ha hecho que esta carta se incluya entre lo que se llaman "cartas de la cautividad" (Ef, Col y Flm) escritas según algunos durante la cautividad en Roma.

 

NOTA: Hoy día hay muchos que creen que la carta no está escrita en Roma, sino en otra cautividad anterior y en un lugar más próximo a Filipos. En la carta parece que Pablo ha estado solo una vez en Filipos, con lo cual la carta sería anterior a la segunda visita de Pablo a Filipos que tuvo lugar mucho antes de su prisión en Roma. La carta alude a frecuentes viajes entre Filipos y el lugar de la prisión de Pablo, cosa difícil si la cárcel estuviera en la lejana Roma. Según la carta, durante el cautiverio de Pablo llegó Epafrodito, como enviado de los filipenses para servir a Pablo en su prisión (Flp 2,25). Epafrodito enfermó (Flp 2,27), hubo tiempo de que llegase noticias a Filipos de su enfermedad, y de que Pablo se enterase de que en Filipos se habían enterado (Flp 2,26). Pablo anuncia que lo vuelve a enviar a Filipos (Flp 2,28), probablemente como portador de la carta. Todo eso supone al menos cuatro viajes de ida y vuelta entre Filipos y el lugar en el que Pablo estaba preso.

Por eso, muchos se inclinan a fechar la carta durante la larga estancia de Pablo en Éfeso. Escribiendo desde Éfeso a los corintios, Pablo menciona "la tribulación sufrida en Asia que nos abrumó hasta el extremo, hasta el punto de que perdimos la esperanza de conservar la vida. Pues hemos tendido sobre nosotros mismos la sentencia de muerte" (2 Co 1,8-9). Como diremos, en un sentido metafórico puede tambien referirse a esta tribulación cuando cuenta que “luchó en Éfeso contra las bestias” (1 Co 15,32). Es verdad que Pablo no alude expresamente a su prisión en Éfeso, ni tampoco Hechos reseña ninguna prisión de Pablo durante su estancia en Éfeso, pero también es verdad que cuenta muy pocas cosas de los tres años completos que pasó en la ciudad. Las alusiones al "pretorio" y a la "casa del César" (Flp 1,1; 4,22) no implican necesariamente que Pablo estuviese preso en Roma al escribir la carta, porque también en Éfeso había destacamentos pretorianos y funcionarios del emperador.

Con todo resulta muy impresionante que esta carta a los filipenses, conocida como la carta de la alegría, se haya escrito desde una lóbrega cárcel. Pero esto no les pudo extrañar a los filipenses destinatarios, que sabían de primera mano cómo Pablo y Silas pasaron la noche en la cárcel de Filipos cubiertos de heridas, pero cantando himnos a Dios (Hch 16,25).

 

C)  Otras dos comunidades en Macedonia: Tesalónica y Berea

Pablo liberado de la cárcel con honores gracias a su condición de ciudadano romano se despidió de Lidia y de sus queridos filipenses. Pasarán más de seis años hasta que vuelva a verles, pero todo este tiempo les llevará en su corazón. De Filipos, siguiendo la via Egnatia que une oriente y Occidente, atravesaron Anfípolis y Apolonia, y tras caminar unos ciento cincuenta kilómetros llegaron a Tesalónica, la capital de la provincia romana de Macedonia.

Había sido fundada esa ciudad por Casandro, general macedonio, en honor de su mujer, la hermana de Alejandro Magno. Hoy día con el nombre de Salónica es la segunda ciudad de Grecia moderna. Por entonces tenía una impronta típicamente griega. Su emplazamiento a los pies del monte Olimpo en un amplio valle y su proximidad al mar le dan un clima muy agradable.

Aquí tenían los judíos una gran sinagoga y probablemente una gran comunidad con muchos temerosos de Dios y un fuerte proselitismo entre la población pagana. Precisamente entre estos paganos más o menos allegados al judaísmo es donde prenderá mejor el evangelio de Pablo. Tres sábados consecutivos acudieron los misioneros a la sinagoga y comenzaron a cosechar un gran fruto.

Pronto empezó a reunirse una comunidad doméstica, esa vez en casa de Jasón. Y pronto empezaron también las persecuciones. Si en Filipos la persecución había venido de los paganos, en Tesalónica vendrá de los judíos, envidiosos del éxito de Pablo.

Su acusación contra los misioneros la harán desde el punto de vista político, tratando de enfrentarles con las autoridades romanas como subversivos contra el emperador. Esta es la misma acusación que presentaron a Pilato contra Jesús.

Los judíos acusan a los cristianos de que "afirman que hay otro rey, Jesús" (Hch 17,7). Los romanos solo llamaban Kyrios al César, el basileus o rey.

Pablo tendrá que justificar ante los tesalonicenses la modestia y sencillez de su vida apostólica. La gente estaba acostumbrada a los predicadores de las religiones mistéricas que se rodeaban de un gran montaje y protocolo. En cambio Pablo se precia de trabajar con sus propias manos (1 Ts 2,9), y no tuvo palabras aduladoras ni altaneras, sino que se mostró sencillo y fraternal (1 Ts 2,5-6). En casa de Jasón, durante tantas visitas domiciliarias, este fue el tipo de trato llano, tan distinto del de los ampulosos y solemnes predicadores de ídolos.

Frente a los excesos orgiásticos de las religiones mistéricas, Pablo propone una vida moral sobria y honrada. "Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación" (1 Ts 4,3). Como principal mandamiento está el del amor fraterno. "En cuanto al amor mutuo no necesitáis que os escriba, ya que vosotros habéis sido instruidos por Dios a amaros mutuamente y lo practicáis también con los hermanos de toda Macedonia" (1 Ts 4,9-10). El amor fraterno y una vida tranquila y digna "en tranquilidad, ocupándose cada uno responsablemente de sus asuntos, trabajando y viviendo dignamente" (1 Ts 4,11-12) harán de estas fraternidades un modelo a imitar para todos los creyentes de Macedonia y Acaya (1 Ts 1,7).

Sorprende el impresionante poder de atracción y fascinación que ejercen estas humildes comunidades de amor en medio del mundo corrompido del imperio romano. Se ofrece a los hombres, especialmente a los más marginados dentro de aquella sociedad insolidaria de lobos rapaces, el perfume de la koinonia, la comunión que alienta la vida fraternal, y que es primicia de un nuevo orden que ha de ser instaurado tras la parusía esperada del Señor Jesucristo.

Pablo escribió su primera carta a los tesalonicenses solo unos meses después de haber dejado la ciudad tras su primera visita, y puede ya admirar la cosecha de lo que había sembrado: "las obras de la fe, los trabajos de la caridad, la tenacidad de la esperanza" (1 Ts 1,3). Para entonces, en unos pocos meses, la comunidad de Tesalónica se ha convertido en un foco de irradiación cristiana en todo el contorno. "Partiendo de vosotros ha resonado la palabra del Señor y vuestra fe en Dios se ha difundido no solo en Macedonia y Acaya, sino en todas partes" (1 Ts 1,8).

Y todo esto en medio de persecuciones. Ya el mismo Pablo tuvo que salir huido de Tesalónica por la noche(Hch 17,10), y el pobre Jasón que había albergado a Pablo en su casa, se vio arrastrado hasta los magistrados en medio de gran alboroto (Hch 17,6). Esta situación de gran conflictividad parece ser que siguió los meses siguientes a la salida de Pablo de la ciudad.

Cuando Pablo les escribió su primera carta desde Corinto se refiere a los que "abrazaron la palabra con gozo del Espíritu santo en medio de muchas tribulaciones" (1 Ts 1,6). Hace también alusión al alboroto suscitado contra Jasón y los de su casa. "Después de haber padecido sufrimientos e injurias en Filipos, como sabéis, confiados en nuestro Dios, tuvimos la valentía de predicaros el evangelio de Dios entre frecuentes luchas" (1 Ts 2,2).

Y también en la segunda carta, escrita muy poco después de la primera, alude a la "tenacidad y la fe en todas las persecuciones por las que estáis pasando" (2 Ts 1,4).

Decíamos que las cartas a los tesalonicenses están escritas sólo unos pocos meses después de la visita de Pablo y de la fundación de la comunidad. Pablo las escribe desde Corinto, probablemente el año 50. Son los documentos más antiguos del Nuevo Testamento, anteriores en casi veinte años a los evangelios actuales. Recogen por tanto estratos muy antiguos de la predicación apostólica, fuertemente escatológica.

Pablo da por supuesta la esperanza en una venida inminente del Señor Jesús, que se esperaba de un día para otro. En los meses que median entre la visita a Tesalónica y las cartas debió haber muerto en Tesalónica alguno de los hermanos recién convertidos. Esto causó mucho desconcierto en la comunidad, porque esos hermanos morían sin haber sido testigos de la parusía. "No queremos hermanos que estéis en la ignorancia respecto a los difuntos, para que no os entristezcáis como los demás que no tienen esperanza" (1 Ts 4,13). La doctrina del apóstol es que tanto los hermanos ya fallecidos como los que estén vivos a la llegada del Señor gozarán por igual de la gracia de su venida. Pero al decir esto, Pablo usa una frase que da a entender que él espera ser uno de esos que estarán aún en vida a la llegada del Señor. Eso supone que espera que la llegada tendrá lugar en el futuro próximo.

Se trataba de una expectativa común entre los primeros cristianos. Sin embargo la venida se ha retrasado durante siglos. ¿Se equivocaron, entonces, los primeros cristianos? ¿Se equivoca la Escritura cuando alude a esa próxima venida como algo muy próximo? Hay que reconocer que los cristianos sí pudieron estar equivocados en este punto. La Escritura recoge esta expectativa como algo común en aquel ambiente, pero en ningún momento lo valida. Más bien insiste en que el día del Señor vendrá como un ladrón (1 Ts 5,2) y pone en guardia frente a aquellos que dicen que es inminente (2 Ts 2,2). Por otra parte, su expectativa de que antes se tiene que anunciar el evangelio a todos los gentiles supone que esa espera tendrá que demorarse bastante tiempo (Rm 11,25).

Pero además, lo importante son las actitudes y no tanto las teorías. Se nos exhorta a vivir como si la venida fuera inminente. Es preferible pensar que es inminente y vivir en consecuencia, que más bien instalarse en el mundo pensando que va para largo.

Al salir Pablo de Tesalónica deja allí una comunidad que "espera tenazmente" y que va a ser testigo de esperanza. Sigamos acompañándole en su salida nocturna de Tesalónica que le llevará como refugiado a la ciudad de Berea, donde fundará su tercera comunidad macedonia, también esta vez en medio de persecuciones.

"Al llegar allí se fueron a la sinagoga de los judíos. Estos eran de un natural mejor que los de Tesalónica y aceptaron la palabra de todo corazón. Diariamente examinaban las Escrituras para ver si las cosas eran así. Creyeron muchos de ellos" (Hch 17,10-1). La persecución esa vez va a venir desde fuera, desde los judíos de Tesalónica que vinieron a agitar y alborotar a la gente. Pablo tuvo que huir nuevamente. Sus continuas huidas van sembrando el evangelio por ciudades nuevas.

 

D) El fracaso de Atenas

Sólo unos mese ha durado la estancia de Pablo en la provincia romana de Macedonia. Tiene que abandonarla furtivamente, pero el evangelio ha quedado arraigado sólidamente.

Cuando Pablo deja Berea para embarcarse hacia el sur puede contemplar la mies que ya ha empezado a granar en las tres comunidades macedonias fundadas por él: Filipos, Tesalónica y Berea. Al cuidado de estas comunidades incipientes deja a Silas y Timoteo, y él solo embarca hacia Atenas bordeando toda la costa griega.

Los cuatro días de navegación por el mar Egeo, costeando Grecia y divisando desde el barco lugares famosos en la historia universal, son para Pablo un tiempo tranquilo de acción de gracias.

No pudo por menos que emocionarse al poner pie en el puerto del Pireo y contemplar la acrópolis ateniense, Un hombre como él, sensible "a todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable; todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio" (Flp 4,8), tuvo que sentir un estremecimiento al encontrarse con aquel foco de filosofía y arte clásico, en el que pronto iba a darse el enfrentamiento entre el evangelio y la antigua sabiduría de los hombres.

En este desigual enfrentamiento Pablo está solo, sin siquiera poder gozar del consuelo y fortaleza que proporcionan los hermanos misioneros. "Decidimos quedarnos solos en Atenas" (1 Ts 3,1).

Los primeros días están dedicados por Pablo a una visita "turística" de la ciudad, recorriendo los templos, la acrópolis, las academias filosóficas, contemplan y reflexionando sobre todo lo que veían sus ojos, tratando de encontrar puntos de encuentro en el diálogo con el paganismo. La Atenas de entonces había decaído de su gran esplendor de la época de Pericles, y sin embargo era todavía un mito revestido con el esplendor de la gloria pasada. "Había visto ya muchas ciudades hermosas, pero la riqueza y el esplendor de esta ciudad debieron haberle desconcertado algo. Pudo haberle pasado lo que al sencillo Pedro cuando vio ante sí la Roma de los Césares. Sintiose solitario y abandonado en esta acumulación sin alma de frío mármol, en medio de la ostentación de este paganismo caído de la altura. No tenía nadie con quien pudiese hablar de lo que llenaba lo más interior de su corazón".[1]

En el transcurso de su visita turística se fijó en una estatua con una inscripción y en ese momento se sintió inspirado para tener un punto de enganche para presentar el evangelio."Al pasear y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esa inscripción: 'Al dios desconocido'. Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar" (Hch 17,23).

Algunos autores como Bornkmann piensan que toda la escena de los Hechos sobre la visita de Pablo a Atenas y su discurso en el Areópago son una composición literaria de Lucas. Esta escena no tendría más base histórica que la de una "mera parada fugaz en el camino hacia Corinto",[2] amplificada por Lucas para "describir de una manera digna del nombre de esa ciudad, centro del espíritu griego, el encuentro entre el mensaje cristiano y los representantes de la cultura y la civilización antiguas". En ese caso el discurso del Areópago sería composición literaria de Lucas y no del Pablo histórico.

Nosotros admitimos la elaboración dramática y literaria hecha por Lucas, pero pensamos que este pasaje tiene más fondo histórico que le de ser una "mera parada fugaz en el camino hacia Corinto". Lucas recoge por extenso dos discursos de San Pablo, que son paradigmas de la predicación de Pablo a los judíos y a los griegos. No pretendemos decir que estos discursos son copia dactilografiada de lo que Pablo pronunció. Por todas partes hay signos evidentes de la redacción lucana. Pero en ellos recoge Lucas la dinámica y la argumentación de Pablo

Volvemos a nuestro turista ateniense. Pronto traba conversación por las calles con los habitantes de la ciudad. "Discutía diariamente en el ágora con los que por allí se encontraban. Trababan también conversación con él algunos filósofos epicúreos y estoicos. Unos decían: '¿Qué querrá decir ese charlatán?' Y otros: 'Parece ser un predicador de religiones extranjeras'. Porque anunciaba a Jesús y la resurrección" (Hch 17,17-18).

Unos toman a Pablo por un charlatán de los muchos que abundaban en la ciudad tan dada a la oratoria callejera, como un Hyde Park. Otros piensan que es un de tantos predicadores de religiones orientales mistéricas con su parejita de dioses, uno masculino y otro femenino, Cristo y Anástasis, interpretando esta última como una diosa emparejada con Jesús como Isis con Osiris. Hay en este relato de Lucas una fina ironía hacia el carácter curioso y un tanto superficial de los atenienses.

Finalmente, llevado al Areópago, Pablo pronunciará su discurso más elaborado. Comienza con una captatio benevolentiae, alabando la religiosidad ateniense. Probablemente esta alabanza encierra una cierta dosis de ironía, pues el término religiosidad en el Nuevo Testamento tiene un matiz negativo.

Inmediatamente trata de establecer un punto de contacto entre lo ya conocido por ellos y la novedad que él anuncia. Este enganche está en el altar al dios desconocido, y en la doble cita de los poetas griegos Epiménides y Arato (Hch 17,28). En cualquier caso Pablo pretende empalmar con esa búsqueda a tientas, con ese presentimiento de una humanidad que en sus tinieblas busca a la divinidad, para ver si la hallaban, "por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros" (Hch 17,27).

Después de haber establecido estos puntos de enganche, pasa Pablo a mencionar lo novedoso de su doctrina al hablar de Jesús y de la garantía de la resurrección. En este punto queda roto el diálogo. "Unos se burlaron y otros dijeron: 'Sobre esto ya te oiremos otra vez'" (Hch 17,32).

Cosechó Pablo un rotundo fracaso que debió haberle hundido mucho, sobre todo si tenemos en cuenta que estaba solo. Únicamente un puñadito de personas acogieron sus palabras: "Dionisio el areopagita, además de una mujer llamada Damaris y algunos otros" (Hch 17,34). Pablo salió de Atenas decepcionado y desengañado de los "persuasivos discursos de la sabiduría" (1 Co 2,4). De hecho en todo el corpus paulino no hay ninguna indicación  de que en Atenas existiese una comunidad cristiana.

Mal comienzo para la evangelización en la provincia de Acaya. "Débil y temeroso" (1 Co 2,3), pero confiado intentará una nueva evangelización de la otra gran ciudad de Acaya, en su capital Corinto. Desengañado de los orgullosos atenienses, buscará en Corinto a los desarraigados, a los sin herencia, a esa población que por sentirse "forasteros y extraños" es más  capaz de apreciar la ciudadanía del evangelio que les convierte en "conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios" (Ef 2,19).