La Eucaristía

Juan Manuel Martín-Moreno González, sj.

 

1) Cómo celebrar la Eucaristía

  a) Introducción

  b) Eucaristía participada

  c) Orientaciones generales

  d) Orientaciones concretas

      Bibliografía sobre la Eucaristía

2) El culto eucarístico fuera de la Misa

  a) La crisis y su superación

  b) Análisis de los principales documentos

  c) Resumen teológico y pastoral

       Bibliografía sobre culto eucarístico

       Notas

 

a) Introducción

Después de estudiar la teología de la liturgia, vamos a ir viendo el modo de celebración de cada uno de los sacramentos, empezando por la Eucaristía. El hilo que seguiremos es el de las rúbricas para su celebración, y al explicar cada rúbrica, iremos reseñando la manera de practicarla, profundizando en los principios que la inspiran.

Para esta parte de la asignatura me he inspirado sobre todo en el libro del jesuita americano D. C. Smolarski, Cómo no decir la Misa, 4ª. ed., Centre de Pastoral Liturgica, Barcelona 1998.

La antigua Institutio Generalis Missalis Romani y el Ordo Missae fueron publicados el 6 de abril de 1969. El texto se puede consultar en el Enchiridion, pp. 198-263, o al principio del propio Misal Romano. Pronto, hubo una segunda edición con algunos retoques en 1975; en 1983 se introdujeron algunas modificaciones debidas a la aprobación del nuevo Código de Derecho canónico (Variationes inducendae). Finalmente el 20 de abril de 2000, se ha publicado la última edición, que incluye numerosas modificaciones, y una numeración nueva. En Ephemerides liturgicae 114 (2000) está publicado el nuevo texto, señalando con negrita las modificaciones que introduce, y estableciendo un paralelismo entre la nueva numeración y la antigua. Esta nueva institución no ha sido aún hasta la fecha (1.6.2004) traducida oficialmente al castellano. Probablemente se traducirá cuando se termine la traducción de la tercera edición típica del Misal Romano que está en curso de publicación (Las dos ediciones anteriores fueron las de 1970 y 1975).

Dada nuestra finalidad práctica, incluyo aquí sólo unos apuntes breves, que no pretenden ser exhaustivos. Cubren sobre todo aquellos puntos en los que son frecuentes las desfiguraciones y desviaciones en nuestra práctica litúrgica. Por eso estos apuntes no pueden suplir la lectura de una exposición más completa de todas las rúbricas de la Eucaristía. Para ello debe consultarse la mencionada Ordenación general del Misal Romano al principio del Misal litúrgico.

Muchas de estas indicaciones nacen de una sensibilidad litúrgica. Para quienes carecen de ella, algunas de los detalles que precisamos aquí pueden parecer puros formalismos o rubricismos. El problema de las corruptelas litúrgicas no es un problema disciplinar, sino un problema teológico y antropológico. Normalmente las “corruptelas” litúrgicas tan frecuentes suelen nacer de una mala comprensión de la naturaleza de la liturgia y de sus ritos, y en este sentido tanto se suele pecar por la derecha como por la izquierda. Aunque es frecuente culpar a los más “progres” de desviaciones y corruptelas litúrgicas, si leemos con atención las páginas siguientes veremos que no son menos las corruptelas y desviaciones litúrgicas que se dan entre los más “carcas”.

Constato que algunas de nuestras indicaciones complican mucho el arte de celebrar, y multiplican el número de ministros, de libros, de lugares diversos, de objetos litúrgicos, de posturas, de movimientos. Esta “complicación” tiene sus costos en espacio, personal, tiempo, dinero, molestias y preparativos. Por supuesto que las indicaciones que damos hay que adaptarlas a cada espacio y a cada comunidad. No es lo mismo celebrar la Eucaristía el domingo en la Misa parroquial más concurrida, que celebrarla en una pequeña comunidad religiosa, o en el hogar de una familia. El sentido común tiene siempre mucho que decir a la hora de hacer determinadas adaptaciones.

Pero en lugar de poner como caso típico la liturgia de mínimos, nosotros vamos a poner como caso típico la liturgia de máximos, la celebrada con mayor solemnidad. Ahí es donde se transparenta mejor su verdadera naturaleza.

Confieso que este tipo de celebración que describo no resulta nada “práctico”. Pero la practicidad, junto con la cutrez, son los dos grandes enemigos de la liturgia. Por su propia naturaleza las acciones simbólicas deben utilizar un lenguaje de gratuidad y de exceso. Hay siempre en nosotros un Judas mercantilista que protesta del exceso del perfume alegando que más valdría gastarlo en los pobres.

Si la Eucaristía en una actividad más en la agenda del sacerdote, y éste llega al altar un minuto antes, sin saber cuáles son las lecturas, se limitará a “decir la Misa” mecánicamente, de un modo improvisado, minimalista, y últimamente “insignificante”.  Y encima le echamos la culpa a la liturgia de ser poco significativa.

Repetidamente aludiremos a ejemplos de cómo los verdaderos profesionales y artistas cuidan y miman la preparación de sus actuaciones. Ayer veía un capítulo de la serie televisiva “Triunfo”, en la que un joven artista tenía que ensayar repetidamente cómo enfatizar más la sílaba “I” en la letra de una determinada canción.

Pensemos también en cómo los actores de teatro tratan de “meterse” en su papel. Trabajan sólo dos horas al día, pero el resto del tiempo es para aprender, ensayar, meterse en el personaje, crear un clima de paz interior, para estar psicológicamente “a tope” a la hora de representar, de modo que su personaje cobre vida. La vocación más sublime del sacerdote es dar vida a Jesús durante la celebración eucarística (IGMR 19). Siempre nos quedará mucho por aprender. 

b) Eucaristía participada

La Eucaristía ideal es aquella que se celebra con una gran asamblea de pueblo, y con asistencia de muchos ministros que ejercen ministerios diversos. Es ahí donde se comprende bien la dinámica litúrgica. Sólo conociendo bien esta dinámica, y entendiendo el porqué de los detalles, sabremos hacer una adaptación adecuada a los casos en que se celebre la Eucaristía en el contexto de un pequeño grupo.

La Iglesia permite al sacerdote celebrar la Eucaristía con la asistencia de al menos un fiel. El quórum litúrgico judío son 10 varones judíos adultos. El quórum cristiano es sólo de dos bautizados. “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre...” Sin embargo, el ideal no es multiplicar las pequeñas eucaristías, sino intentar que la asamblea sea lo más numerosa y lo más variopinta posible.

Cuando el sacerdote celebra la Misa él solo, sin nadie que le acompañe, entonces ya no existe ese quórum mínimo de dos, requerido para que Cristo esté presente litúrgicamente. Por eso en este caso exige la Iglesia una causa “razonable y justa”. “Celebratio sine ministro vel aliquo saltem fideli non fiat sine iusta et rationabili de causa (Canon 254; IGMR 254).

Normalmente se comete un grave abuso al considerar que cualquier capricho o conveniencia es causa razonable y justa. Esta excepción está prevista para casos extraordinarios como el del Carlos de Foucauld cuando era el único cristiano en Tamanrasset. Pero no vale para el caso en el que lo que está en juego no sea algo razonable o justo, sino la pura comodidad del celebrante o su devoción personal. En realidad, cuando el sacerdote tiene posibilidad de asistir a una celebración comunitaria durante ese día, no se justifica el que celebre una Misa él solo sin asistencia de nadie. Si para ello tiene que adaptar los horarios, es más importante que adapte sus horarios, que no el que celebre solo para no molestarse en cambiar su horario.

Es curioso cómo las mismas personas que interpretan laxamente las palabras “causa justa y razonable”, luego las interpretan de manera rigorista cuando se dice que “es mejor que los sacerdotes presentes a la celebración eucarística ejerzan su propio oficio en ella y participen como concelebrantes y se revistan, a menos de que estén excusados de ello por una causa justa” (IGMR 114). Obsérvese que mientras que en el primer caso se trata de una prohibición de celebrar sin al menos un asistente (celebratio non fiat), en el segundo caso sólo se trata sólo de una recomendación  (praestat), es mejor concelebrar que asistir como fiel.

La liturgia participada exige la creación de un equipo de liturgia. Ésa es una de las mayores responsabilidades del sacerdote responsable de las Eucaristías que se repiten habitualmente en un mismo lugar y a una misma hora. En temas litúrgicos nosotros, los sacerdotes, tenemos facilidad de improvisación, pero los laicos no la tienen tanta. Ellos necesitan prepararse más. Si lo dejamos todo para última hora, les impedimos participar, y acabaremos celebrando a solas como hombres-orquesta.

Convendría no rotar los distintos ministerios entre las diversas personas, sino que conviene que cada persona se vaya vocacionando y profesionalizando para poder realizar un mismo ministerio cada vez mejor.

Forman parte del equipo de liturgia junto con los ministros ordenados:

a) las personas encargadas de guardar los objetos litúrgicos, poner orden en los armarios, lavar y planchar los pañitos, manteles y vestiduras, dar de baja los objetos que se van deteriorando y comprar nuevos, renovar las existencias del vino, formas, velas, etc., preparar el pan especial para la Eucaristía

b) las personas encargadas de preparar el local, colocar los vasos sagrados en la credencia, el libro de la sede en la sede, y el leccionario en el ambón, registrar los libros litúrgicos, poner las flores con arte y creatividad, encender las luces, alumbrar las velas, conectar la megafonía, etc. Para eso conviene instruirles en cómo hacerlo e infundirles una mística para que lo realicen con profesionalidad y vocación.

c) el acólito, o el equipo de acólitos que preparan el altar y la presentación de las ofrendas, ayudan a dar la comunión, retiran los vasos sagrados a la credencia después de la comunión.

d) el equipo de lectores, con quienes se debe ensayar y hacer prácticas. Sería importante dar un cursillo de lectura litúrgica. Hay que distribuir las lecturas con tiempo, para que las preparen bien y las mediten. Sólo así podrá mejorar el nivel de la lectura.

e) el animador general que da los avisos, y, en ausencia del diácono, hace las peticiones de la oración de los fieles,

f) el equipo de monitores que preparan las moniciones a las lecturas.

g) el salmista que canta las estrofas del salmo responsorial, el verso del aleluya o las estrofas de los cantos procesionales.

h) el animador musical que discierne los cantos, es responsable del coro o “schola”, y dirige musicalmente al coro y a la asamblea. Es también el responsable de actualizar los cancioneros.

i) los componentes del coro, que deben ensayar antes de la liturgia.

j) los “ostiarios” o responsables de la acogida, que distribuyen las hojas litúrgicas por los bancos, hacen la colecta y pueden acoger de un modo personalizado a las personas nuevas que viene a la celebración.

 

c) Orientaciones generales sobre el ministerio de presidir

1. En la liturgia más que hablar del sacerdote “celebrante”, habría que hablar del “presidente” de la celebración. El celebrante es siempre la asamblea entera. La asamblea es el verdadero sujeto de la celebración y dentro de ella cada uno desempeña su propio ministerio. El sacerdote no preside desde fuera de la asamblea, sino dentro de ella.

 2. El presidente es a la vez el representante de Cristo cabeza, y el portavoz de la comunidad. En unas ocasiones actúa como portavoz de la comunidad que se dirige a Dios, y en otras como portavoz de Cristo que dialoga con su comunidad. Tiene que mostrar a la vez un rostro fraterno sin dejar de ser un icono de paternidad/maternidad. Saber combinar estas dos dimensiones simultáneamente es el secreto principal del arte de presidir.

 3. El presidente no debe delegar en ningún caso las acciones que le incumben a él en exclusiva. Ni siquiera debe delegarlas en los otros concelebrantes. Me refiero al saludo inicial, el prefacio, las oraciones presidenciales (colecta, ofrendas y postcomunión), el ofertorio, la bendición... En la comunión, aunque haya otros ministros que le ayuden, no debe sentarse, sino repartir él también la comunión desde el centro. Los otros ministros le ayudan a dar la comunión, pero no le sustituyen. “Dar” es uno de los cuatro verbos principales de la acción eucarística, y lo debe hacer el mismo que tomó, bendijo y partió.

 4. El presidente no debe usurpar los ministerios que no le incumben. Sólo cuando no haya ministros aptos podrá ejercer una suplencia de ellos. El presidente no debe leer las lecturas si hay lectores; no debe leer el evangelio si hay diácono u otro sacerdote concelebrante; no debe decir las preces de la oración de los fieles, sino sólo introducirla y concluirla; no debe preparar las ofrendas si hay un acólito, un diácono u otro presbítero concelebrante; no debe dar la paz ni despedir la asamblea si hay diácono; no debe dirigir los cantos si hay un animador; no debe purificar los vasos sagrados si hay acólitos o diáconos; no debe acaparar toda la plegaria eucarística si hay concelebrantes.

 5. La liturgia es ante todo una acción, y no un discurso, ni una mesa redonda, ni un simposio. El presidente debería alentar el cambio de posturas y “agitar al personal”. El cambio de posturas propicia la participación de todos e impide que la gente se apoltrone en sus asientos. La postura de pie es la postura del resucitado y debería ser la postura normal en la oración comunitaria. Es también la postura que se adopta normalmente durante el canto. En cambio se sienta uno para escuchar la palabra, para compartir los ecos o para meditar en silencio. La postura de rodillas puede enfatizar el momento de adoración.

 6. Al principio el altar debe estar vacío. Sólo cuando llegan las ofrendas se coloca el pan y el vino y el Misal. Sobre el altar no hay que colocar ningún otro objeto: gafas, misalitos, hojas sueltas, cancioneros, leccionarios, globos terráqueos... Sólo se debe colocar el Misal, el pan y el vino y el evangeliario si no hay un lugar especial para él. Las ofrendas especiales traídas por los fieles durante la procesión de ofrendas no se deben poner sobre el altar, sino en un sitio aparte (IGMR 73, 140).

 7. Si ya hay una cruz en el presbiterio en lugar bien visible, o si se está usando la cruz procesional, ya no hay necesidad de poner otra cruz pequeña sobre el altar.

 8. Hay que delimitar los tres espacios litúrgicos principales: sede, ambón y altar. Conviene resaltar en cada caso, como con un foco, el lugar que se está utilizando en cada etapa de la liturgia. Mantener a oscuras o vacíos los otros lugares cuando no se están utilizando. Marcar el paso de un espacio a otro. Esto conlleva duplicar ciertos elementos como micrófonos, atriles, libros (libro de la sede distinto del Misal). Es un ejemplo más de cómo lo litúrgico no es siempre lo más práctico, y cómo conviene evitar el minimalismo.

 9. No hay que realizar en uno de los espacios lo que pertenece a un espacio distinto, según iremos especificando más adelante. Sobre todo no hay que realizar los ritos introductorios desde el altar.

 10. El presidente debe reservar el altar para el tiempo de la liturgia eucarística. En la liturgia de la palabra el presidente está en la sede (o en el ambón, para la lectura del evangelio, si lo lee). No se debe predicar la homilía desde el altar.

 11. Es muy importante la belleza de los objetos litúrgicos, o por lo menos su limpieza (manteles, purificadores, albas, misales, leccionarios). La blancura de los tejidos blancos tiene un fuerte poder simbólico. Podemos inspirarnos en la “mística” de los anuncios de detergentes.

 

 

d) Orientaciones concretas

 

Los números que daremos de la Institución general del Misal Romano (IGMR) son los de la tercera edición del año 2000.

 

A.-  Ritos introductorios

1. El ritmo de la celebración viene marcado por las tres grandes procesiones: la procesión de entrada, la procesión de las ofrendas, y la procesión de la comunión. Cada una de estas tres procesiones concluye con una de las tres oraciones presidenciales, la colecta, la oración sobre las ofrendas y la postcomunión. En la procesión de entrada, la asamblea en pie acoge la llegada del presidente y de los ministros con un canto de entrada. Este canto viene a suplir la “antífona de entrada”. Si hay canto de entrada ya no se recita la antífona de entrada. Todo lo más puede servir de inspiración bíblica para hacer una monición inicial.

 2. El presidente, diácono y ministros hacen la inclinación no ante la cruz, sino ante el altar. Tanto el presidente como concelebrantes y diáconos besan el altar (IGMR 49). Durante toda la celebración se inclina la cabeza cuando se nombran juntas las tres divinas personas, el nombre de Jesús o de María, o el santo del día. La inclinación profunda se hace delante del altar al entrar y salir, y en la recitación de las oraciones Munda cor meum, In spiritu humilitatis, y durante el credo en el Et incarnatus est (IGMR 275).

 3. En cada Iglesia debe haber un solo altar mayor, fijo y consagrado "que significa para la asamblea que hay un solo Señor y una sola Eucaristía en la Iglesia" (IGMR 303) y que "representa Jesucristo, la Piedra Viva (1 Pedro 2:4; vea Ef.2:20) en forma mas clara y permanente (IGMR 298). sobre el altar se coloca solamente lo indicado en una lista de los requisitos para la celebración de la Santa Misa, (IGMR 306). Las flores se arreglan en forma modesta y con moderación, alrededor, nunca sobre el altar.

 4. La entrada del presidente debe tener una cierta solemnidad. La asamblea le acoge como a Cristo. No conviene aprovechar esta entrada solemne para traer cosas y objetos en las manos. Todas esas cosas han debido ser traídas previamente al altar o al ambón. Lo mismo decimos del momento de salida del sacerdote. Debe también resistir a la tentación practicista de aprovechar su salida para irse llevando ya algo a la sacristía.

 5. En este momento se puede tener la incensación del altar, a renglón seguido de haberlo besado. Al poner el incienso en el incensario, el sacerdote bendice el incienso con la señal de la cruz en silencio y hace una reverencia profunda antes y después de incensar la persona u objeto. Las normas generales sobre la incensación se contienen en los nn. 276 y 277 de la IGMR.  Allí se especifica el número de golpes con el incensario y demás detalles. SE dan normalmente tres golpes, salvo cuando se trata de las imágenes o reliquias de los santos, en cuyo caso sólo se dan dos.

 6. El presidente se une a los demás en el canto de entrada, pero para ello es mejor que no use el micrófono, porque su voz sobresaldría demasiado y desequilibraría el canto de la asamblea.

 7. El acto penitencial no es un atrio de purificación antes de la Eucaristía, ni una celebración penitencial en miniatura, sino el reconocimiento comunitario de que la asamblea reunida para la Eucaristía es una asamblea de pecadores, convencidos de su fragilidad y miseria, pero abiertos al don de la misericordia, y decididos a perseverar en la lucha contra el mal a pesar de sus muchos fallos.

 8. Cuando se escoge la fórmula tercera del acto penitencial, conviene recordar que las tres invocaciones “Señor ten piedad, Cristo ten piedad, Señor ten piedad”, van dirigidas las tres a Cristo, y no a las tres personas de la Trinidad.[1]

 9. Si se improvisan estas tres invocaciones a Cristo, se debe hacer en ellas memoria de la misericordia de Dios y no de nuestros pecados. No es el momento de una confesión de los pecados concretos, sino de una confesión de la bondad de Dios manifestada en tres rasgos coincidentes. Cada una de las tres aclamaciones se repite dos veces, pero podría repetirse un número mayor de veces (IGMR 52).

 10. El acto penitencial se suprime siempre que haya habido antes cualquier otra acción litúrgica: la salmodia de parte del oficio, la procesión de Ramos o de candelas, la procesión de entrada de los novios o del féretro en las exequias...

 11. Un rito muy sugerente al principio de la Misa es la aspersión con agua bendita, el “Asperges”. Está especialmente indicado para los domingos, y sobre todo para los 7 domingos del tiempo de Pascua. Conviene usar agua en abundancia y que la gente realmente se moje. Suple al acto penitencial.[2]

 12. El Gloria se tiene los domingos y fiestas fuera de Cuaresma y Adviento. Se le conoce también con el nombre de doxología mayor, y tuvo un gran prestigio en toda la Iglesia en sus diversas redacciones. Roma lo tomó de la liturgia bizantina y lo cantó al principio el día de Navidad, y más tarde en las Misas de los domingos y fiestas. Conviene cantarlo, aunque se puede también rezar (IGMR 53). Lo puede cantar la asamblea, la schola, o alternando la schola con la asamblea. Se puede rezar también introducido y terminado por una antífona cantada. Se puede también rezar a dos coros. Al no ser plegaria presidencial, no es necesario que la entone el presidente.

 13. La oración colecta es una oración presidencial. Con ella concluye el rito de entrada. El presidente invita al pueblo a orar, y tras un tiempo de silencio, recoge la oración secreta de los fieles en una fórmula que el presidente recita en voz alta. Al final el pueblo se une a la oración del presidente diciendo en voz alta: “Amén”. La inmensa mayoría de las colectas van dirigidas a la primera persona de la Santísima Trinidad. Desgraciadamente todas estas oraciones incumplen el consejo de Jesús que nos invita a orar llamando a Dios Padre. Las colectas se suelen dirigir a él llamándole “Señor”, y terminan refiriéndose a Jesucristo también como “Señor”, lo cual crea cierta confusión. Hubiese sido preferible usar el término “Padre” para dirigirse a la primera persona de la Trinidad, y diferenciarlo así mejor de Jesucristo a quien toda la tradición del Nuevo Testamento llama “Señor”.

 14. No conviene anteponer a la conclusión “Por nuestro Señor Jesucristo...” la palabra “Te lo pedimos”, porque el sentido de la mediación de Jesucristo es más amplio que el de la mera petición, y abarca tanto la dirección ascendente como la descendente. Nuestra oración asciende por medio de Jesucristo, y también el don desciende por medio de él.

 B.- Liturgia de la palabra

15. Los libros han de ser decentes, bien encuadernados, sin páginas rasgadas. Se han de tratar y trasladar con respeto. No se deben apilar unos sobre otros, ni poner en el suelo debajo de la silla cuando no se están usando.

 16. Las lecturas se han de proclamar desde un leccionario digno y en ningún caso desde hojitas de papel sueltas. Sería siempre deseable un leccionario litúrgico grande, pero si no lo hay, se puede suplir por un misalito en buen estado. Si se usa la Biblia de Jerusalén, hay que tener cuidado en el Antiguo Testamento con la palabra YHWH. Nunca deber pronunciarse en la asamblea, sino que debe ser sustituida en cada caso por la palabra “el Señor”, tal como hace la traducción litúrgica de los leccionarios.

 17. La liturgia de la palabra es ya liturgia, y no una catequesis, ni una mesa redonda que precede a la liturgia. La Escritura no se lee, sino que se proclama como un acontecimiento, acompañada de gestos, cantos y oraciones. Sería absurdo revestirse sólo en el ofertorio, después de la liturgia de la palabra, como si fuera sólo entonces cuando comenzara la etapa ritual de la Eucaristía.

 18. Las lecturas bíblicas se deben hacer todas y siempre desde el ambón, y el ambón debe utilizarse sólo y exclusivamente para la lectura de la Palabra de Dios (IGMR 309). No hay que dejar que la Palabra atropelle a la asamblea. “Es impensable un director de orquesta arrancando los primeros compases de una obra apenas subido al estrado. Se concentra, deja que los músicos se acomoden, espera que se haga el silencio entre el público, que se ablande la última tos. Este momento, no largo, es un momento casi ritual en un concierto. Tiene su función”.[3]

 19. Las moniciones a las lecturas no son obligatorias. Conviene tenerlas en el caso de lecturas difíciles que requieran una introducción, dependiendo también mucho de las necesidades de cada asamblea concreta. Deberán ser muy breves y fundamentalmente informar sobre el contexto histórico y existencial que ayude a situar la lectura.

 20. Si hay moniciones a las lecturas, deben hacerse en otro lugar distinto del ambón y por otra persona distinta del lector. De esta manera se establece una diferencia más nítida entre la Palabra de Dios y los comentarios humanos a dicha palabra. Cualquier otro tipo de intervención avisos o moniciones, debería hacerse desde otro atril distinto del ambón, situado en otro lugar dentro o fuera del presbiterio. Esto supone un atril más y quizás otro micrófono, además del de la sede, el altar y el ambón. Pero recordemos que los conjuntos de rock, cuando son realmente profesionales, no escatiman el número de micros ni toda la parafernalia acústica.

 21. En la liturgia dominical y festiva hay dos lecturas antes del evangelio y sería muy conveniente que haya dos lectores distintos. Convendría también que el salmista fuera distinto del lector, y en la medida de lo posible que el salmista cantase las estrofas del salmo en lugar de limitarse a leerlas (IGMR 61). El responsorio del salmo responsorial debería ser cantado por toda la asamblea. Es la manera de que el salmo no se convierta en una cuarta lectura. Al cantar el salmo, tenemos una estructura alternante de lectura (primera)-canto (salmo)-lectura (segunda)-canto (aleluya)-lectura (evangelio) El salmo responsorial expresa el carácter dialogal de la Liturgia de la Palabra, y es como la prolongación poética del mensaje de la primera lectura.

 22. El aleluya se omite si no se canta. Si se canta, lo debe cantar toda la asamblea, y no un coro polifónico muy sofisticado. Con esta aclamación, “la asamblea recibe y saluda al Señor que va a hablarles, y profesa su fe en el canto” (OLM 23).

 23. El evangelio debe ser leído por un ministro ordenado in sacris, preferiblemente un diácono. El diácono pide siempre la bendición del presidente antes de leer el evangelio. Si es un concelebrante quien lee el evangelio, debe pedir también la bendición cuando preside un obispo, pero no cuando preside otro presbítero (IGMR 212). En la Misa solemne hay una pequeña procesión en la que el diácono lleva el evangeliario al ambón, acompañado por dos ministros que llevan velas, y otro que lleva el incensario humeante. Después de anunciar la lectura del evangelio, el diácono procede a incensarlo, y luego prosigue con la lectura o el canto del texto. Tras la lectura, el diácono besa el evangeliario mientras dice en secreto “Per evangelica dicta...”. Si el que preside es un obispo, el diácono le lleva el libro para que éste lo bese (IGMR 175).

 24. Cuando, en ausencia de diáconos o concelebrantes, es el mismo presidente quien lee el evangelio, la oración previa “Munda cor meum”, la dice inclinado no ante el sagrario, ni ante el ambón, sino ante el altar. Esta oración se reza en silencio como el resto de las oraciones privadas del celebrante que están en primera persona.

 25. Si la aclamación después del evangelio es cantada, se pueden usar otras fórmulas distintas de alabanza a Jesucristo, como “Gloria a ti, Palabra de vida”.[4]

 26. La homilía es obligatoria los domingos y recomendada en el resto de las Misas. Se debe predicar desde la sede, no desde el ambón, y en ningún caso desde el altar.

 27. La homilía es un género de predicación distinto de la catequesis, de la lección sacra, de la conferencia y del sermón. Es una predicación litúrgica en la que más que instruir o moralizar, se trata de convertir la palabra leída y los signos que la acompañan en un acontecimiento. Es la transición entre la liturgia de la palabra y la liturgia del pan y del vino, y debe siempre extender un puente entre ambas.

 28. La homilía no debería exceder de diez minutos. Entre semana podría limitarse a tres o cuatro minutos, subrayando alguna de las palabras o gestos litúrgicos. En la época antigua, las homilías de los Santos Padres nunca superaban los quince minutos.

 29. El Credo se reza los domingos y solemnidades. Se puede cantar o recitar bien al unísono, o bien en dos coros. Si se canta, puede ser introducido por el cantor o la schola o el presidente, según los casos. No es una simple afirmación de ortodoxia, sino un himno bellísimo, y en cuanto tal es preferible que el pueblo lo cante.

 30. La oración de los fieles es una plegaria litánica de la asamblea. El presidente se limita a introducirla y concluirla con una oración final. Es uno de los ritos más antiguos de la Eucaristía. San Justino en el siglo II se refiere ya a esta oración: “Elevamos oraciones en común por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos los demás esparcidos por el mundo entero... Terminadas las preces, nos damos mutuamente el beso de paz”.[5]

 31. Las intenciones particulares son expuestas a la asamblea por el diácono, o en su ausencia por un monitor (no por el presidente).

 32. Las intenciones se deben hacer no en forma de oración dirigidas a Dios (“Te pedimos Señor que...”), sino en forma de exhortación en el cohortativo, o imperativo de primera persona del plural, dirigido a la asamblea: “Pidamos para que... Oremos para que”, y terminando con una expresión tal como “Roguemos al Señor”, que dé pie a la respuesta de todos.

 33. Las intenciones se deben exponer de una manera breve, sin aprovechar la ocasión para dar catequesis, o hacer florituras verbales, y mucho menos para lanzar mensajes ideológicos a los demás “vía satélite”.

 34. Se debe orar siempre por la Iglesia y por el Papa, por los gobernantes, y por las personas que sufren. La oración de los fieles debe hacerse eco de los problemas actuales de la comunidad o del mundo.

 35. Se puede orar por alguna persona concreta, pero hay que encuadrar esta petición dentro de una intención más general. Por ejemplo, se puede decir “Oremos por Fulano que está enfermo y también por todos los enfermos”.

 36. La respuesta de la asamblea a cada una de las peticiones, “Te rogamos óyenos” o fórmula similar, puede cantarse o rezarse.

 37. Conviene equilibrar el tiempo dedicado a cada una de las dos partes de la Eucaristía. Algunos sacerdotes prolongan excesivamente la liturgia de la palabra con largas homilías y comentarios y luego tratan de ganar tiempo celebrando atropelladamente el resto de la Eucaristía.

 C.- Presentación de las ofrendas

38. Desde el Vaticano II se subraya que el “ofertorio” no es verdadero ofertorio, sino “preparación” y “presentación” del pan y del vino. El verdadero ofertorio tiene lugar durante la plegaria eucarística. La “presentación” en la nueva liturgia responde al momento en que Jesús tomó el pan y el cáliz en sus manos. El gesto de la presentación del pan y del vino debe ser extendiéndolos, pero no alzándolos.

 39. El diácono o el acólito preparan la ofrenda, extendiendo primeramente el corporal, que tiene su forma propia tradicional de plegarse y desplegarse, que conviene que conozcan tanto los que lo extienden sobre el altar como los encargados de plancharlo.

 40. Es el momento de la segunda gran procesión que está acompañado por un canto de toda la asamblea. Es mejor traer las ofrendas desde un lugar distante, a la entrada del templo y así habrá un suficiente espacio para que la procesión sea significativa. Las ofrendas de la procesión deben ser cosas de las que uno realmente se desprende y dona a los demás, para ser consumidas durante la Eucaristía (pan, vino, velas, flores), para el uso del templo (iconos, libros, objetos litúrgicos) o para los pobres (dinero, comida, ropa, juguetes). No tiene sentido ofertar cosas que luego uno vuelve a llevarse a casa después de la Misa.

 41. No se deben presentar los dones mientras todavía se está haciendo la colecta, sino que hay que esperar a que ésta acabe. Por ello conviene agilizar la colecta teniendo varias bolsas y utilizando a varios colaboradores. El dinero de la colecta es parte de la ofrenda, y por eso la presentación de las ofrendas debe hacerse cuando las bolsas están ya debajo del altar.

 42. El ideal es que los dones no estén ya antes puestos sobre el altar. Un ministro se los pasa de mano en mano al sacerdote, y sólo después de la presentación son depositados sobre el altar.

 43. Es preferible que durante la Misa haya un solo pan (una sola patena o copón), y un solo cáliz. Sólo después de la fracción del pan pueden repartirse las formas en varios recipientes distintos para agilizar la comunión.

 44. La preparación del cáliz es mejor hacerla en la credencia, y no en el altar. Es preferible que la haga otro ministro distinto del presidente. La bendición del agua pertenecía al ritual tridentino. Hoy se introduce en el cáliz la gota de agua, pero ya no se bendice el agua (IGMR 73).

 45. La plegaria “Per huius aquae” al mezclar el vino y el agua se dice en silencio. Cuando hay acólito, diácono, u otro concelebrante, éstos hacen la mezcla del agua y el vino y el presidente recibe el cáliz ya preparado. La práctica de rebajar el vino pronto tuvo un significado simbólico, que aparece ya en san Cipriano en el siglo III: “Cuando se mezcla el vino con agua en el cáliz, el pueblo se une con Cristo. Si alguien ofrece sólo vino, la sangre de Cristo está sin nosotros; si sólo ofrece agua, el pueblo se halla sin Cristo”.[6]

 46. La costumbre de algunos de hacer una presentación única de pan y vino con una misma fórmula es una típica corruptela minimalista, que trata de eliminar el mayor número de gestos posibles, o de evitar repeticiones. Ya hemos dicho que para la ritualidad son muy importantes los gestos y las repeticiones. Además, la doble presentación no es un acto repetitivo, porque pan y vino tienen cada uno su especificidad y sus matices simbólicos que se pierden cuando se les pasa el rodillo uniformador. Toda la tradición judía de la bendición del pan y el vino ha conocido siempre una doble fórmula, una para el pan y otra para el vino. Hasta hoy se bendice doblemente al que “saca el pan de la tierra”, y al “creador del fruto de la vid”.

 47. No es obligatorio pronunciar en voz alta las palabras de la presentación del pan y el vino. Si se canta durante la presentación de ofrendas, el presidente puede recitar las dos oraciones en voz baja.

 48. Inmediatamente después de la presentación de las ofrendas y de la oración en silencio “In spiritu humilitatis”, se puede tener la incensación, que es la principal de la Misa. El presidente inciensa las ofrendas y el altar, es incensado por un ministro, el cual luego inciensa a todos los otros ministros y a toda la asamblea.

 49. No hay absolutamente ningún motivo general para suprimir el lavabo. Su supresión forma parte de la actitud racionalista y verbalizadora que procura reducir al mínimo los gestos corporales. De hecho hoy día la presencia o ausencia de lavabo en España se ha convertido en un símbolo del tipo de ideología del celebrante, permitiendo identificarlo como “carca” o “progre”. No nos deberíamos dejar encasillar por estas categorías, ni mucho menos instrumentalizar la liturgia de la Iglesia para afirmar nuestra identidad frente a otros.

 50. Algunos argumentan que el lavabo es un gesto superfluo porque se instituyó cuando era necesario lavarse las manos después de las ofrendas de los fieles. Con la misma lógica podría decirse que las velas tenían sentido cuando no había luz eléctrica, pero que ahora ya no son funcionales y deberían ser eliminadas. Además, es falso que el lavabo tuviese al principio una finalidad práctica. De hecho está demostrado en la historia de la liturgia que el lavabo es anterior a la institución de la procesión de ofrendas y a la incensación, por lo cual en ningún momento ha tenido un carácter funcional, sino sólo simbólico. Tiene un sentido de purificación bautismal muy propia antes de ofrecer el sacrificio de alabanza. Establece una conexión entre bautismo y eucaristía. El lavatorio de las manos está ya presente en el rito pascual judío que Jesús celebró en la última cena. Es uno de los elementos más antiguos de la liturgia de la Eucaristía.

 51. No nos faltará nunca conciencia de las muchas manchas concretas que han ensuciado nuestras manos después de nuestra última celebración. Cuando se lava uno las manos, debe mojarse no sólo las puntas de los dedos (minimalismo), sino las manos, restregándolas bien, aunque no hace falta llegar a los extremos de Lady Macbeth. De este modo el signo es mucho más visible. Hará falta después una verdadera toalla para secarse y no un simple pañito. Lo cual “complica” una vez más el ajuar litúrgico propio de una liturgia no minimalista. Pero recordemos una vez más qué poco escatiman los verdaderos profesionales y artistas todo el equipo necesario para su actuación. Dice una de las catequesis de san Cirilo: “Esta ablución de manos es símbolo de la pureza que debéis llevar, purificándoos de todo pecado y de toda prevaricación...”[7]

 52. La oración sobre las ofrendas es la conclusión de la gran procesión de ofrendas, lo mismo que la colecta lo es de la procesión de entrada, y la postcomunión de la procesión de comunión. Contrariamente a las otras dos oraciones presidenciales, carece de “Oremos”, porque la invitación a orar acaba de ser expresada en el Orate fratres. Por ser oración presidencial se debe decir de pie, pero no porque sea ya parte de la plegaria eucarística. Termina con el “Amén” del pueblo. La plegaria eucarística no comienza hasta el diálogo “El Señor esté con vosotros”, “Levantemos el corazón”, etc.

 53. La nueva institución del Misal dice que hay que ponerse ya de pie desde el Orate fratres (IGMR 43; 146).

  

C.- Plegaria eucarística

54. La plegaria eucarística es el centro de la Misa. Comienza con el diálogo introductorio entre presidente y asamblea, y concluye con el gran Amén. La plegaría tiene un carácter eucológico, es decir, es una plegaria de bendición al Dios que nos bendice, y se inspira en el rito tradicional de bendición de la mesa o birkat haMazon. Conjuga las dos dimensiones de la bendición judía, la ascendente y la descendente, la anábasis y la catábasis. La bendición descendente es lógica y realmente anterior a la ascendente. Porque hemos sido bendecidos, podemos bendecir.

 55. La elección de la plegaria eucarística debe ser objeto de un cuidadoso discernimiento. Algunas plegarias eucarísticas, como la cuarta y la quinta, tienen su prefacio propio y deben ir siempre unidas a él.[8]

 56. El anuncio del número de la plegaria eucarística se debe hacer antes del Prefacio, y no después del Sanctus, para que este anuncio no interrumpa la anáfora que ha comenzado ya en el prefacio (IGMR 79). Hay que evitar el dar la impresión de que son dos oraciones distintas cuando en realidad es una única oración. El Prefacio puede ser el de las plegarias eucarísticas que lo tienen propio (II, IV y V), o el correspondiente al tiempo litúrgico, o a la fiesta del día, o al domingo.

 57. En la tercera edición del Misal Romano los prefacios propios para Solemnidades y Fiestas aparecen con una versión musicalizada y otra sin musicalizar. Es una invitación al presidente a que el Prefacio debe ser preferiblemente cantado.

 58. El Sanctus es un himno cantado por el presidente y toda la asamblea para concluir la acción de gracias inicial de la plegaria Eucarística (Prefacio). En algunas anáforas el Sanctus está situado en el medio de esta acción de gracias (cf. Plegaria IV). La unión de nuestra alabanza con la de los ángeles está heredada de la liturgia judía. El Sanctus se introduce en las anáforas cristianas a partir del siglo IV y el Benedictus qui venit algo después. Se inspira en Isaías 6,3, “Santo, santo, santo, YHWH Tsebaot, llena está la tierra de tu gloria”, y de Mt 21,9: “Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas” (cf. Sal 118, 25-26). Es una de las partes que toda la asamblea debería cantar prioritariamente (IGMR 79b).

 59. Los concelebrantes deben recitar las partes comunes de la plegaria eucarística en voz baja, para que sólo se oiga la voz del presidente (IGMR 218). Durante el tiempo de la plegaria eucarística no debe sonar el órgano ni los instrumentos (IGMR 32). Conviene que el sacerdote cante la parte de la plegaria eucarística que tiene anotaciones musicales (IGMR 147).

 60. Los concelebrantes no son copresidentes. Se debe evitar el compartir con los concelebrantes los textos presidenciales, imitando a los “sobrinos del pato Donald”. Presentación de ofrendas, diálogo con el pueblo, consagración del pan y el cáliz deben ser hechos por un solo y único presidente. Sólo puede delegarse en los concelebrantes las intercesiones de la plegaria eucarística, la lectura del evangelio y la preparación de las ofrendas si no hay diácono.

 61. La liturgia de la Eucaristía se articula en torno a los cuatro verbos de la institución: Tomó, bendijo, partió y dio. Tomó (presentación de ofrendas), bendijo (consagración), partió (fracción del pan) y dio (comunión). Cada una de estas acciones tiene su momento propio que hay que subrayar y respetar. Aunque durante el relato de la Cena se pronuncian los cuatro verbos seguidos, es absurdo realizar las cuatro acciones seguidas en ese momento. Cada una tiene su lugar propio dentro de la secuencia general.

 62. Adelantar la fracción del pan al momento en que recordamos que “lo partió” es tan absurdo como adelantar a la comunión al momento en que recordamos que “lo dio a sus discípulos”. Cada una de esas acciones tendrá su momento adecuado más adelante, como ya la tuvo el “tomó” en la presentación de las ofrendas. Además el partir el pan en ese momento altera la secuencia de los cuatro verbos, porque en ese momento el pan todavía no ha sido bendecido (consagrado). Sólo lo será cuando se pronuncie la fórmula consecratoria. La fracción debe hacerse con el pan ya consagrado. Lo que se parte no es un pedazo de pan, sino el cuerpo de Cristo.

 63. En la fórmula de la consagración la ordenación del Misal no detalla cómo deben los concelebrantes extender su mano, si con la palma hacia arriba o hacia abajo. Sólo dice: “con la mano derecha extendida”, “manu dextera extensa” (IGMR 222, 227, 230, 233). En la primera epíclesis claramente todos están de acuerdo en que se debe extender la mano con la palma hacia abajo, aunque el texto no lo explicita y se limita a decir “manibus ad oblata extensis” (ibid.). En cambio en las palabras de la consagración del pan y del vino sigue habiendo una doble escuela: los que dicen que hay que hacerlo con la palma para arriba (forma deíctica) o con la palma para abajo (impositiva). Tras cada una de las dos consagraciones el presidente hace una genuflexión, y una elevación del Pano y el Vino consagrados. Esta genuflexión es un elemento bastante reciente que se remonta solo al siglo XIV.

 64. La Institución general exhorta a que los fieles estén de rodillas durante la consagración, a menos que exista una causa razonable. Los que no se pongan de rodillas, que hagan una inclinación profunda mientras el presidente hace las dos genuflexiones después de consagrar el cuerpo y la sangre de Cristo (IGMR 43). Otros prefieren mantener una misma postura a lo largo de toda la plegaria eucarística para subrayar así su unidad. Hay una exhortación a que se procure que todos tengan una misma postura (IGMR 43).

 65. El presidente proclama “Misterio de la fe” pero no debe responder, sino dejar que sea el pueblo solo quien responda “Anunciamos tu muerte...” Es preferible que esta respuesta se cante en lugar de decirse. Conviene alternar entre las cuatro diversas opciones ofrecidas.

 66. La segunda parte de la plegaria eucarística, después del relato de la Institución, tiene varios momentos principales. Primero nunca debe faltar la anámnesis, o recuerdo del misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor. A continuación, viene la segunda epíclesis, o epíclesis de comunión, en la que se invoca al Espíritu Santo sobre la asamblea para transformarla también a ella en Cuerpo de Cristo. Estas dos oraciones deben ser recitadas por el presidente, y no deben ser delegadas a los concelebrantes. Pueden éstos acompañar al presidente en la recitación de estas oraciones con las manos extendidas, pero en voz baja.

 67. No se deben omitir los “embolismos”, pequeños añadidos a la plegaria eucarística que marcan el domingo, o los tiempos litúrgicos fuertes.

 68. A continuación vienen las intercesiones por los vivos y los difuntos. Nunca debe faltar la intercesión por el Papa, el obispo local y por toda la Iglesia. En las Eucaristías rituales también es importante añadir las intercesiones particulares por novios, bautizados, etc. Sigue a continuación la plegaria de comunión con la Iglesia del cielo y todos los santos, en la que nunca debe faltar la mención de la Virgen María. Estas plegarias pueden ser delegadas en los otros sacerdotes concelebrantes.

 69. La plegaria eucarística termina con la elevación solemne y la oración Per ipsum, que sigue siendo parte de la oración presidencial. En este momento sí conviene alzar el pan y el vino lo más alto posible. Si se usan varios copones y cálices, sólo se debe alzar un copón y un cáliz; hay que evitar que los concelebrantes exhiban toda la vajilla. Esta es una corruptela nacida de un deseo maniático de que intervenga siempre el mayor número de personas posible, lo cual no es un principio litúrgico absoluto. En este caso la exhibición de toda la vajilla rompe el simbolismo del único pan y el único cáliz, símbolo de la unidad de la Iglesia.[9]

 70. El gran Amén es la aclamación del pueblo. Convendría cantarlo siempre. San Jerónimo decía que “retumbaba como un trueno celestial en las basílicas romanas”.[10] Y san Agustín dice: “Vuestro Amén es vuestra firma, es vuestro consentimiento y vuestro compromiso”.[11]

 E.- Comunión

71. En el Padrenuestro no se deben omitir nunca las mismas palabras que Jesús nos enseñó a decir. Es una grave corruptela el sustituir el texto evangélico por otros textos o cantos. Debe ser recitado o cantado por todos al unísono, y el presidente ha de intentar no hacerse oír por encima de los demás. El embolismo que viene después del Padre Nuestro (“Líbranos, Señor”) es muy conveniente que sea cantada por el presidente. La doxología (“Tuyo es el reino”) puedes ser rezada o preferiblemente cantada por toda la asamblea.

 72. Tras la oración por la paz, es el diácono el que invita a los fieles a darse la paz. En ausencia del diácono, lo hace el propio presidente, o uno de los concelebrantes. En la Iglesia antigua el beso de paz seguía inmediatamente a la oración de los fieles, y Tertuliano lo llamaba el sello de la oración, signaculum orationis.[12]

 73. Conviene hacer la fracción del pan de un modo ostensible, dando realce al hecho de romper el pan, de modo que toda la asamblea lo pueda percibir. Convendría usar pan con forma de pan, o al menos hostias grandes, que sea posible partir (IGMR 321). Éste es quizás uno de los puntos a los que de hecho se les hace caso omiso en la práctica pastoral generalizada. Podría fomentarse entre el equipo litúrgico el ministerio doméstico de preparar cada vez el pan para la eucaristía. En cualquier caso, en la liturgia latina debe tratarse de pan sin levadura.

 74. Tras la fracción del pan, el presidente mete dentro del cáliz una partícula diciendo en voz baja: Haec commixtio, mientras el coro canta el Agnus Dei.

 75. No debe hacerse la fracción mientras la asamblea está dándose la paz, sino esperar a que termine el rito de la paz.

 76. Durante la fracción del pan, la schola o la asamblea cantan o rezan el Agnus Dei. También se puede cantar alternando un cantor y el pueblo. Normalmente se repite dos veces añandiendo “Ten piedad de nosotros”, y una tercera vez añadiendo: “Danos la paz”. Si la fracción del pan fuera larga, se podría repetir más veces, pero sólo la última se añade “Danos la paz” (IGMR 83). El Agnus Dei se ha usado en la litrugia romana desde el siglo VII. Y se inspira en las palabras del Bautista (Jn 1,29.36) y en el Apocalipsis 7,10.17, así como en todos los textos del AT que respaldan este título cristológico (cf. Ex 12,5; 19,6; Is 53,7).

 77. Se recomienda consagrar pan nuevo en cada Eucaristía, y no acudir sistemáticamente al sagrario, “para que incluso por los signos, se manifieste mejor que la comunión es participación del sacrificio que en ese momento se celebra” (IGMR 85).

 78. La oración del presidente para prepararse a comulgar es una oración secreta que se dice con las manos juntas (IGMR 156). El Misal ofrece al presidente la opción entre dos fórmulas distintas: “Domine Jesu Christe”, o “Perceptio Corporis tui”. 

 79. Tras esta oración, el presidente hace una genuflexión, toma un pedazo de la sagrada forma teniéndola un poco elevada sobre el cáliz o sobre la patena y dice: “He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los llamados al banquete del Señor”. Luego junto con los fieles recita el “Domine non sum dignus”, que está inspirado en las palabras del centurión del evangelio (Mt 8,8).

 80. A continuación comulga primero del pan y luego del cáliz diciendo: “Corpus Christi custodiat me in vitam aeternam” y “Sanguis Christi custodiat me in vital aeternam”. Mientras el sacerdote comulga se empieza ya el canto de la comunión (IGMR 159).

 81. Los concelebrantes se dan la comunión a sí mismos, pero el diácono y los otros ministros de la comunión la reciben de manos del presidente (IGMR 182; 244).

 82. Se recomienda que los fieles comulguen bajo las dos especies cuando la comunión no es demasiado masiva y el grupo es “definido, ordenado y homogéneo”. “La comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies” (Cf. Plan pastoral para al Archidiócesis de Madrid 2001-2002)

 83. Hay que evitar la impresión de “self-service” que se produce cuando el sacerdote se sienta y pone el copón en el altar para que la gente se sirva. En los buenos restaurantes le sirven a uno. Además el sacerdote nunca debería rehusar ninguna acción que visibilice su actitud de servidor de sus hermanos.

 84. La comunión es un don que se recibe, no algo que uno arrebata. El comulgante debe extender la palma vacía y recibir el pan, en lugar de alargar la mano en pinza para cogerlo al vuelo. En el signo de la palma abierta se está reflejando toda una actitud de pobreza, acogida, gratuidad; expresa un modo humilde de relacionarse con la Eucaristía. El nuevo Ordo prohíbe explícitamente que los fieles tomen ellos mismos la comunión, o que se la pasen unos a otros (IGMR 160).

 85. El ministro ordinario de la comunión es el presbítero o el diácono (Sacrum Diaconatus ordinem). El ministro extraordinario es el acólito instituido. El obispo puede delegar esta facultad de modo permanente a algunos laicos, incluso sin instituirles como acólitos. Esta delegación se hace de un modo ritual, dentro o fuera de la Misa y siguiendo el ritual prescrito (RCCE 17: Enchiridion 296-97).

 86. Conviene escoger con cuidado a las personas para este ministerio y convendría que fueran miembros de un equipo estable. En ausencia de estos ministros, puede siempre el presidente solicitar la ayuda de laicos o laicas para ayudarle a distribuir la comunión, tanto para sostener el cáliz, cuando se da la comunión bajo las dos especies, como para agilizar la distribución cuando hay muchos fieles (Ministeria Quaedam, CIC 910, cf. Enchiridion, p. 974-977; Fidei Custos, cf. Enchiridion p. 262-263).

 87. Los que vayan a colaborar en la distribución de la comunión, deben acudir ya al altar para recibir la paz del sacerdote, pero no pueden participar en la fracción del pan. Reciben la comunión inmediatamente después del presidente, y bajo las dos especies. Si no han recibido el ministerio de acólito, o una delegación permanente, el presidente les da la bendición especial ad hoc: El Señor te (os) bendiga + para distribuir ahora a tus (vuestros) hermanos el cuerpo (y la sangre) de Cristo.

 88. La Iglesia desea que los fieles participen consciente, piadosa y activamente en la Eucaristía (SC 48) y recuerda que la participación “más perfecta” en la Misa es recibir la comunión (SC 55). La nueva práctica de la Iglesia desde san Pío X exhorta a la comunión frecuente y aun diaria. La normativa posterior permite la comunión dos veces al día en ciertos casos (Inmensae caritatis, Cf. Enchiridion p. 281-283). El canon 917 afirma que “Quien ya ha recibido la Santísima Eucaristía puede de nuevo recibirla el mismo día sólo dentro de la celebración eucarística en la que participe”. Una interpretación maximalista de este canon pretendía que uno puede comulgar tantas veces cuantas participe en la Misa, pero una interpretación oficial ha aclarado que sólo se puede comulgar dos veces al día como máximo.[13]

 89. Como ya hemos señalado, si hay un canto de comunión, debe empezar ya mientras el presidente y los concelebrantes comulgan. El versículo bíblico de la comunión no se lee cuando se ha cantado un canto de comunión. Cuando no se canta durante la comunión, el versículo puede ser leído por los fieles, o por un lector, o bien por el propio presidente (IGMR 87).

 90. Inmediatamente después de la comunión, el sacerdote, diácono o acólito deben consumir el resto del vino consagrado que haya podido quedar en el cáliz. Las formas sobrantes se consumen, o se guardan en el sagrario. La purificación del cáliz se debe hacer en un extremo del altar o preferiblemente en la credencia. Dicha purificación puede hacerse inmediatamente después de la comunión, o terminada la Misa (IGMR 163).

 F.- Ritos finales

91. Tras la comunión el presidente regresa a la sede. Debe haber un momento de silencio meditativo en el que todos están sentados, o también se sugiere la posibilidad de cantar un salmo o un himno (IGMR 164). Todos se alzan para la oración de la postcomunión, que es una oración presidencial, precedida de un “Oremos” del presidente, y concluida con un “Amén” de la Asamblea.

 92. Seguidamente el presidente bendice a la asamblea con la señal de la cruz. Una corruptela propia de una presidencia débil es que el presidente en lugar de bendecir a la asamblea diciendo: “”Que la bendición de Dios descienda sobre vosotros”, se santigüe a sí mismo diciendo “Que la bendición de Dios descienda sobre nosotros”, negándose a bendecir a la asamblea.

 93. En las grandes fiestas del año hay tres invocaciones sobre la asamblea, a las cuales el pueblo responde: “Amén”. El presidente hace estas invocaciones con las manos extendidas sobre el pueblo, y son una forma de epíclesis sobre la vida ordinaria de los que van a volver a su mundo tras la celebración. Si hay diácono, éste invita al pueblo a inclinarse para recibir la bendición

 94. Si hay avisos, deberían ser breves, y se dan después de la oración postcomunión y antes de la bendición (IGMR 90a). Si los avisos van a ser largos, algunos prefieren tenerlos cuando la gente está todavía sentada antes, de la postcommunio. Resulta más práctico, pero menos litúrgico.

 95. El diácono despide a la asamblea. En ausencia del diácono lo hace el propio presidente. Puede preceder una brevísima monición.

 G.- Música

96. El coro o schola no debe distanciarse de la asamblea, sino formar parte de la misma, como un fermento. Hay que evitar a toda costa que la schola se sitúe en “el coro” de la iglesia, es decir, en la parte de atrás. La schola deberá estar siempre bien visible y audible.

 97. Las partes que es más importante cantar son las siguientes y por este orden: a) Aclamaciones del pueblo: Aleluya, Amén, Gloria a ti Señor, Anunciamos tu muerte. b) Salmo responsorial para dar una alternancia entre lectura y canto. c) Textos fijos de la Misa: Sanctus, Kyrie, Gloria, Agnus Dei, Padre Nuestro.  d) Cantos procesionales: procesión de entrada, procesión de las ofrendas y procesión de la comunión.

98. Se debe combinar en la liturgia la intervención musical de la asamblea con respuestas, aclamaciones y estribillos, con otras intervenciones musicales del coro o de los solistas. Hay que evitar que el coro lo cante todo, o que la asamblea lo cante todo. La alternancia entre cantar y escuchar tiene una gran efectividad.

 99. No se deberían sustituir los textos litúrgicos de la Misa -Gloria, Sanctus, Agnus Dei, Padrenuestro- por otros cantos distintos (IGMR 366).

 100. No conviene utilizar un repertorio de cantos demasiado novedoso, pero sí conviene ir renovando el repertorio poco a poco con la introducción de algunos cantos nuevos. La selección de los cantos debe ser objeto de un cuidadoso discernimiento, que tenga en cuenta el momento dentro de la dinámica eucarística, los tiempos litúrgicos. Es importante que las letras se adapten al momento o al tiempo litúrgico. No tiene sentido cantar un canto cualquiera a la Virgen María durante la comunión. Los cantos procesionales y aclamaciones que se cantan de pie piden una música más vibrante. Los cantos que se cantan sentados (interleccional, presentación de dones, silencio después de la comunión) deben ser más meditativos.

 

 

Bibliografía sobre la Eucaristía

 

1) Documentación (por orden cronológico)

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SCR, Normas sobre el uso de las tres nuevas plegarias eucarísticas, de 23.5.68, en A. Pardo, Enchiridion, 184-186.

Ordenación del Misal Romano de 6.4.69, modificado en el 70,72 y 75. Versión de la edición española del Misal Romano de 1978, en A. Pardo, Enchiridion, 198-261.

Pablo VI, Constitución apostólica ‘Missale Romanum’, de 3.4.69, en A. Pardo, Enchiridion, 194-197

Sagrada Congregación para la disciplina de los sacramentos, Instrucción ‘Fidei Custos’ sobre ministros extraordinarios de la comunión, de 30.4.69, en A. Pardo, Enchiridion, 262-263.

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SCCD, Instrucción ‘Memoriale Domini’ sobre el modo de administrar la Comunión, de 29.5.69, en A. Pardo, Enchiridion. Documentación litúrgica postconciliar, pp. 269-273.

SCCD, Instrucción ‘Sacramentali Communione’ ampliando la facultad de administrar la comunión bajo las dos especies, de 29.7.70, en A. Pardo, Enchiridion, 274-276.

SCCD, Declaración ‘In celebratione’ sobre la concelebración eucarística de 7.8.72, en A. Pardo, Enchiridion, 277-278.

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2) Otros textos y comentarios generales

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3) Ritos de entrada

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5) Homilía

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6) Oración de los fieles

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7) Presentación de las ofrendas

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8) Plegaria eucarística

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9) Fracción del pan

Canals, J.M., “La fracción del pan”, Phase 28 (1988) 290-295.

Urdeix, J., “El rito de la paz”, Phase 28 (1988) 285-289.

 

10) Rito de comunión

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11) Ritos finales

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12) Concelebración

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12) Acolitado

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13) Lectorado

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14) Cantos y otros elementos litúrgicos

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Notas al tema VIII


[1] D.C. Smolarski, ¿Cómo redactar la tercera forma del Acto penitencial” en Preguntas y respuestas sobre la celebración litúrgica, CPL, Barcelona 2004, 14-15.

[2] D.C. Smolarski, “¿Cuándo y cómo hacer la aspersión al principio de la Misa?, ibid, 11-13.

[3] A.R. Sastre,”Lenguaje y comunicación en la liturgia”, Phase 23 (1983), p. 464.

[4] Cf. M. Expósito, Conocer y celebrar la Eucaristía, p. 123.

[5] Apología 1, 65.

[6] Epist. ad Caecilium 13.

[7] S. Cirilo de Jerusalén Catequesis 5,20.

[8] D.C. Smolarski, “¿Cuál sería el criterio para elegir la plegaria eucarística?” ibid., 39-41.

[9] D.C. Smolarski, “¿Elevar el pan y el vino durante la doxología de la plegaria?”, ibid. 41-44.

[10] In Gal 1,3.

[11] Contra Pelagium 3.

[12] De oratione, cap. 18 ; cf. también San Justino, Apología 1, 65.

[13] AAS 76 (1984) 746-747.