Iintervención Conclusiva

Del Emérito Cardenal

DARIO CASTRILLON HOYOS

Prefecto de la Congregación para el Clero

 

‘’Las leyes están, pero quién pone su mano en ellas?’’ (Purgatorio, c. XVI, V. 97), así Dante exprime su desazón sobre la falta de aplicación de las leyes por ignorancia o por desprecio. Es más, desde una perspectiva de análisis histórica serena, a la luz de la actual normativa canónica, considero que no se puede hablar de crisis en la aplicación del Derecho canónico sino más bien de crisis del vivir según una verdadera cultura  jurídico-canónica.

En particular, en la formación permanente del clero, a la que contribuye la iniciativa de esta video-conferencia, no se trata de cultivar una abstracta erudición histórica-jurídica, sino más bien de favorecer la comprensión, la interpretación y la aplicación de las leyes eclesiásticas, de acuerdo a la Sagrada Escritura y en unidad con la doctrina del Magisterio.

Hemos podido comprender mejor, en esta sesión internacional, cuanto sea perniciosa para la Iglesia la mentalidad racionalista que pretende de la norma la exahustividad de cada cuestión jurídica concreta, desanclándola de los problemas reales y de los objetivos pastorales que están a la base de la normativa canónica.

En esta perspectiva, las exposiciones  nos han señalado el peligro del así llamado reduccionismos hermenéuticos que pone la normativa canónica al servicio de intereses extraños a la fe y a la moral católica y pretende aplicar las leyes eclesiásticas separándolas de la Tradición y del Magisterio. Al respecto, recordó Juan Pablo II a los participantes a la Jornada Académica organizada en Vaticano, hace dos años, por el Pontificio Consejo para los Textos Legislativos: ‘’la dimensión jurídica, siendo teológicamente intrínseca a las realidades eclesiales, puede ser objeto de enseñanzas magisteriales, incluso definitivas’’ (Discurso del 24.1.2003, n.4)

En la exposición de las relaciones ha surgido también que la organicidad del ministerio episcopal y presbiteral es tal que, aún en la triplicidad de sus funciones de enseñar, santificar y gobernar, existe una única misión, aquella de apacentar el rebaño de Dios ‘’representado’’ – es decir, haciéndolo presente en sus personas, en el tiempo y en los lugares de los hombres -, el mismo Cristo Pastor. Cuando se descuida uno de los tres ámbitos del munus pascendi, no se es fiel a la misión del Pastor que Cristo a confiado a los Apóstoles y a sus sucesores, y a los sacerdotes como sus estrechos colaboradores.

Y es con relación a una cierta tendencia a eclipsar el ejercicio del munus regendi en la Iglesia, que Juan Pablo II afirma: ‘’Ni en la teoría ni en la práctica se puede prescindir del ejercicio de la potestas regiminis y, más en general, de todo el munus regendi jerárquico, como camino para declarar, determinar, garantizar y promover la justicia intraeclesial.’’ (Discurso de los participantes cit., n.4). Y luego sigue: ‘’Todos los instrumentos típicos a través de los cuales se ejerce la potestas regiminis -leyes, actos administrativos, procesos y sanciones canónicas- adquieren así su verdadero sentido, el de un auténtico servicio pastoral en favor de las personas y de las comunidades que forman la Iglesia’’. Y concluía: ‘’ A veces este servicio puede ser mal interpretado y contestado: precisamente entonces resulta más necesario para evitar que, en nombre de presuntas exigencias pastorales, se tomen decisiones que pueden causar e incluso favorecer inconscientemente auténticas injusticias.’’ (idem).

Concluyo, anunciando el tema de la próxima video-conferencia fijada para el lunes 27 de junio próximo: ‘’ la predicación en la vida de la Iglesia’’. Los sacerdotes, conscientes de que la Palabra de Dios viviente no sólo instruye sino posee la potencia de salvar, podrán encontrar la ocasión de profundizar teológicamente aquella parte esencial de su munus docendi, la predicación, y de renovar, rejuveneciéndolo, este empeño suyo, especialmente en la omilética  y en las meditaciones predicadas, que tanto favorecen la paz, obra de la justicia ( cfr. Is 32,17). De esta paz de Cristo, que hace parte esencial de la misión de la Iglesia y de la cual hoy hemos hablado más de una vez, tiene necesidad el mundo.

Invitándolos, entonces, a la próxima cita, agradezco los eminentes prelados,  los teólogos y los profesores que han intervenido hoy. Desde el Vaticano, 27 de mayo  de 2005.