TERCERA PARTE

EL PATRIMONIO DE LAS IGLESIAS ORIENTALES CATÓLICAS

 

UN LARGO recorrido por la historia nos ha descubierto cómo la predicación del evangelio fue cristalizando e impregnando la vida de muchos pueblos del Oriente: «La tradición transmitida por los apóstoles fue recibida de diversas formas y maneras, y por ello, desde los mismos comienzos de la Iglesia, se desarrolló de modo distinto en uno y otro lugar por causa tanto de la diversidad de mentalidad como de las condiciones de vida»1.

Durante el primer milenio, la Iglesia fue consciente de que la rica diversidad la identificaba: las variadas liturgias que celebraban muchas iglesias locales, las distintas maneras de expresarse a la hora de conocer y profesar la fe, las diferentes formas de vida espiritual y una organización que respetara tanto la unidad en la comunión bajo el sucesor de Pedro como la forma colegial en su ejercicio. Así fueron naciendo las distintas Iglesias orientales, todas unidas a la Sede romana que las presidía en la comunión y las preservaba en la necesaria unidad y legítima diversidad. Cuando estos principios no eran correctamente observados, asomaban las primeras escisiones, pero se mantenía la Iglesia entera, la gran Iglesia, en unidad de fe y de gobierno:

«Las Iglesias de Oriente y Occidente, durante muchos siglos, siguieron su propio camino, unidas, sin embargo, por la comunión fraterna de fe y vida sacramental, siendo la Sede Romana, con el consentimiento común, la que moderaba cuando surgían disensiones entre ellas en materia de fe o de disciplina»2.

1 UR 14.
2
Ib.

Con la llegada del segundo milenio, se rompe la comunión entre las Iglesias orientales y la Sede de Roma. Los motivos hay que buscarlos en no querer ver la distinta manera de ser ni entender las diferentes formas de vida existentes entre Oriente y Occidente, todas ellas legítimas y complementarias. A esto hay que añadir las causas externas, o ajenas, o los llamados «factores no teológicos» que acrecentaron aún más la separación junto con las faltas de caridad mutua. Con todo, la Iglesia entera no se resignó a dar por hecha y definitiva una situación que contradice abiertamente la verdad del evangelio y la propia voluntad de Cristo.

Conservando todo lo recibido a lo largo del primer milenio, y que fue vivido y transmitido por aquellas primeras Iglesias orientales, muchas de ellas o parte de ellas fueron conscientes de una doble situación en que se encontraban: faltaba la comunión con la Iglesia de Roma, con sus pastores y con sus fieles como había existido muchos siglos antes; pero también se quería y se pedía vivir y conservar las legítimas tradiciones orientales que formaban parte y configuraban a la Iglesia indivisa. Así nacieron las Iglesias orientales católicas, en unidad con toda la Iglesia católica presidida por Roma y en fidelidad a las legítimas tradiciones recibidas.

Estas formas peculiares de celebrar la liturgia, de comprender los misterios de Dios y del hombre, o de vivir unidos y organizados los cristianos, se conoce como el patrimonio de las Iglesias orientales católicas y de sus hermanas las Iglesias orientales ortodoxas. El mismo patrimonio es común porque pertenece a la única Iglesia de Cristo:

«Este santo Sínodo, dando gracias a Dios porque muchos orientales, hijos de la Iglesia católica, que conservan este patrimonio y ansían vivirlo más pura y plenamente, viven ya en comunión plena con los hermanos que practican la tradición occidental, declara que todo este patrimonio espiritual y litúrgico, disciplinar y teológico, en sus diversas tradiciones, pertenece a la plena catolicidad y apostolicidad de la Iglesia»3.

3 UR 17.

Con análogas palabras se expresa también el papa Juan Pablo II:

«De las Iglesias de Oriente se reconoce su gran tradición litúrgica y espiritual, el carácter específico de su desarrollo histórico, las disciplinas observadas por ellas desde los primeros tiempos y sancionadas por los santos Padres y por los Concilios ecuménicos, su modo propio de enunciar la doctrina. Todo esto con la convicción de que la legítima diversidad no se opone de ningún modo a la unidad de la Iglesia, sino que por el contrario aumenta su honor y contribuye no poco al cumplimiento de su misión»4.

El patrimonio oriental es, pues, el modo de vivir la propia fe de cada Iglesia oriental. Este modus vivendi se concreta en «una religiosa fidelidad a las antiguas tradiciones orientales» (OE 24). El concilio Vaticano II las ha mencionado en dos decretos que se interrelacionan mutuamente: Unitatis redintegratio y Orientalium ecclesiarum. Sin embargo, el lenguaje empleado y el orden en la exposición varía de un decreto a otro.

El decreto Unitatis redintegratio nos presenta el patrimonio de las Iglesias orientales, ya estén en comunión plena o no plena con la Sede de Roma, en materias litúrgica y espiritual (n. 15), disciplinar (n. 16) y teológica (n. 17), y casi este mismo orden viene expuesto en síntesis al final de este último número cuando se afirma que «todo este patrimonio espiritual y litúrgico, disciplinar y teológico, en sus diversas tradiciones, pertenece a la plena catolicidad y apostolicidad de la Iglesia». El orden en la exposición no coincide exactamente con el de la síntesis: quiere esto indicar que el patrimonio lo componen estos cuatro elementos señalados, aunque el orden sea indiferente.

Sin embargo, el decreto Orientalium ecclesiarum ofrece el patrimonio de las Iglesias orientales, aquí referido obviamente a las católicas para quienes especialmente va dirigido el decreto, de una forma general y variable en sus expresiones. Así tenemos cómo menciona «las instituciones,

4 UUS 50.

los ritos litúrgicos, las tradiciones eclesiásticas y la disciplina de la vida cristiana» (n. 1), o «la liturgia, la disciplina eclesiástica y el patrimonio espiritual» (n. 3), o «los ritos, la disciplina, la doctrina, la historia y la índole de los orientales» (n. 6). No existe el mismo orden ni es uniforme ni contiene una terminología precisa sobre la forma de concretar el patrimonio oriental.

Se trata, pues, de dos decretos, y ambos tratan del mismo patrimonio, compuesto por los cuatro elementos ya mencionados. En cuanto al orden en que serán tratados, se observará el que ofrece el Derecho propio de las Iglesias orientales:

«El rito es el patrimonio litúrgico, teológico, espiritual y disciplinar, distinto de la cultura y de las circunstancias históricas de los pueblos y que se expresa en el modo de vivir la fe propia de cada Iglesia sui iuris»5.

«Este patrimonio en el que resplandece la tradición que viene de los apóstoles a través de los Padres»6 no se puede identificar con la sagrada Tradición apostólica que, junto con la sagrada Escritura, constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios confiado a la Iglesia (DV 10):

«La Tradición apostólica es la que viene de los apóstoles y transmite lo que estos reciben de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito y el Nuevo Testamento atestigua el proceso de la Tradición viva.

Es preciso distinguir de ella las tradiciones teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquellas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del magisterio de la Iglesia»7.

5 CCEO 28.1. Cf también CCEO 405.
6
Cf OE 1; CCEO 39.
7
CEC 83.

La Tradición apostólica es normativa para la Iglesia entera, porque se reciben las obras y palabras de Cristo; sin embargo las tradiciones nacidas desde antiguo en las iglesias locales sólo pueden ser normativas para éstas si quieren conservarse en fidelidad. Estas tradiciones, reconocidas por su venerable antigüedad y que son también actuales porque se adaptan mejor a las costumbres de los fieles, constituyen el patrimonio como conjunto de bienes pertenecientes a la única Iglesia de Cristo y que son compartidos por todos los orientales, católicos y ortodoxos.

 

1. La liturgia

Entre los distintos elementos configurantes del patrimonio oriental, casi siempre se suele señalar a la liturgia como el primero de todos, no por su importancia que ciertamente la tiene, sino por ser el elemento más fácilmente perceptible por todo fiel cuando participa en el culto de una determinada iglesia.

La liturgia ha sido uno de los movimientos renovadores de la vida de la Iglesia desde principios de este siglo que, junto con los movimientos bíblico y ecuménico, han llegado al concilio Vaticano II y han generado tres documentos de especial significación novedosa: Sacrosanctum concilium, Dei Verbum y Unitatis redintegratio8. En el caso de las liturgias orientales es este el vehículo más al alcance de todos para descubrir una Iglesia oriental, ya que Oriente y Occidente han vivido largos años de desconocimiento mutuo cuando no de rencillas, alimentadas antaño por el poder musulmán y hoy quizás por algunos gobiernos, organizaciones o ideologías que tienen especial interés en mostrar una Iglesia dividida, porque así resta en fuerza, en testimonio y en credibilidad.

Si la Iglesia católica afirma solemnemente que la deseada unión entre las Iglesias de Oriente y Occidente ha de hacer-

8 Cf UR 6.

se sin sacrificar por ello la rica diversidad, significa que la liturgia está llamada a ser punto de unión. En las liturgias orientales habrán de poner las Iglesias todo el interés en custodiarlas con fidelidad, devolviéndolas a su pureza original cuando se hayan apartado indebidamente a lo largo del tiempo, o adaptándolas mejor a lugares y tiempos en virtud de su progreso orgánico. No se trata de fosilizar las liturgias ni de modernizarlas: una forma concreta de colaboración será el establecer comisiones mixtas entre las Iglesias hermanas implicadas, evitando de esta forma que una oportuna adaptación por parte de una Iglesia se convierta para la otra en pretexto para censurar su infidelidad litúrgica.

Por otra parte, la liturgia de una Iglesia oriental es un elemento muy sensible porque afecta a la piedad de los fieles, afecta igualmente a la fe vivida y expresada9, y al misterio de salvación que en ella se celebra. Es en la liturgia donde se celebra aquello en lo que se cree y lo que se celebra ha de repercutir en la fe vivida.


1.1.
Liturgia y rito

Sin embargo, conviene matizar conceptos que pueden tener variado sentido. Nos detenemos en dos fundamentales: liturgia y rito. Otros, como culto o celebración, expresan determinados aspectos de aquéllos.

Liturgia, con sentido etimológico griego (laos, leiton, pueblo, y ergon, obra), significa servicio público o popular. Por influencia de la traducción griega del Antiguo Testamento, llamada de los LXX, liturgia se va reservando poco a poco para el servicio religioso y ya en el Nuevo Testamento ex-

9 El conocido axioma lex credendi, lex orandi, atribuido a Próspero de Aquitania (+ 463) en la polémica semipelagiana, ponía de manifiesto la relación vital entre fe y liturgia: ut legem credendi statuat lex supplicandi. No significa que haya que extraerse una afirmación de fe de la liturgia cuando esta no lo da a entender expresamente ni la liturgia puede ofrecer a la fe unos contenidos que no hayan sido revelados por Dios. No se puede dar a este axioma un valor absoluto, como si la liturgia fuera un valor normativo en materia de fe.

presa varias realidades sobre el sacrificio de Cristo y su celebración en la Iglesia. El vocablo se conservó más en la Iglesia oriental, y con él se designaba el culto cristiano en general y a la celebración de la eucaristía en particular, denominada divina Liturgia. Por el contrario, en Occidente, este término se empezará a usar a partir del siglo XVI para indicar libros rituales: con anterioridad se usaban los términos de ritos y rúbricas.

En la actualidad, tras el movimiento litúrgico iniciado a comienzos del siglo XX, cuyos pioneros fueron Lambert Beauduin, quien definirá la liturgia como el culto de la Iglesia, y Odo Casel, quien también la describirá como el misterio de Cristo y de la Iglesia en la obra salvífica mediante el velo de los símbolos, la liturgia será expresión del ejercicio del sacerdocio sacerdotal de Cristo10. Hoy el uso del vocablo liturgia, tanto en Oriente como en Occidente, expresa el ejercicio del sacerdocio de Cristo continuado en la Iglesia, poniendo de relieve los dos aspectos: Cristo, cabeza, y la Iglesia, cuerpo, representado por los ministros y la comunidad respectivamente.

Sin embargo, rito como vocablo, ha tenido y tiene distinta significación en Oriente y en Occidente.

Rito, de etimología sánscrita, designa lo que está conforme con el orden (rita), y por extensión es referido a lo ritual, a la ritualización. Es el lenguaje común de la plegaria oficial en el conjunto de ceremonias que hay que cumplir en una determinada liturgia. Cabría, pues, establecer una distinción simple: la liturgia se dirige al misterio celebrado de Cristo en la Iglesia; el rito se refiere más a los elementos externos y perceptibles con que se desarrolla.

En Oriente, rito designa a la tradición de una Iglesia. Así lo ha tenido en cuenta el decreto conciliar Orientalium ecclesiarum, pero también ha fluctuado con su empleo en relación con la liturgia11. El rito en Oriente designa a una

10 Pío XII, carta encíclica Mediator Dei, AAS 39 (1947) 522 y 529; SC 7.
11 OE 1-6.

Iglesia particular que posee el patrimonio litúrgico, de tal manera que esta Iglesia particular es Iglesia ritual12. En Occidente, rito en la práctica se equipara a los aspectos externos de una celebración litúrgica. Así se entiende cómo la constitución sobre la liturgia menciona al Rito romano y a otros Ritos, que tienen igual derecho y honor, y quiere que se conserven y que se revisen13.

La liturgia, culmen et fons, constituye la epifanía de la Iglesia. En ella se reconoce la propia Iglesia en su ser y en su actualización, pero no se agota en la liturgia toda su actividad, pues la Iglesia tiene como misión fundamental la evangelización, que ha de traducirse en obras de penitencia y caridad14.

Cuando el aspecto externo del rito no es respuesta del misterio celebrado en la liturgia, el rito degenera en ritualismo, en una mera ejecución de la obra, que al final acaba conformándose con un rubricismo. Una correcta celebración litúrgica ayudará a descubrir la propia Iglesia y a respetar elementos ajenos de la celebración de otra Iglesia.


1.2.
Desarrollo de las liturgias en Oriente

La celebración de la última cena pascual judía por Cristo, que a su vez es la primera cena pascual cristiana, es el punto de partida del desarrollo de toda liturgia, tanto en Oriente como en Occidente. Sin embargo, Jesucristo no dejó consignada la forma en que habría de celebrarse hasta su segunda venida: solamente confió a sus apóstoles el realizarlo en memoria suya, tal como los evangelistas lo señalan junto con san Pablo15. Serán los primeros cristianos quienes habrán de organizar la celebración de la eucaristía.

Este núcleo original lo desarrollarán las diversas anáfo-

12 OE 5-6; CIC 111-112; cf CCEO 28.1.
13 SC 3-4.
14 SC 9-10.
15
Mt 26,26-28; Mc 14,22-24; Lc 22,19-20; ICor 11,23-25.

ras16 o plegarias eucarísticas de las diferentes liturgias. Surgen, así, varias liturgias existentes tanto en Oriente como en Occidente. La liturgia era expresión celebrativa del depositum fidei: lo que la Iglesia ha creído, lo celebra normalmente de forma inmutable, y solamente prescindirá de aquellos elementos que no se consideren importantes en relación con Cristo o con los apóstoles y sus sucesores.

La génesis de las liturgias orientales ha de buscarse en la ordenación de la Iglesia antigua. El desarrollo de la liturgia oriental va anejo a la configuración eclesial metropolitana o patriarcal, pues este fenómeno de administración eclesiástica en las iglesias locales antiguas se centra primero en torno a un número de metrópolis y posteriormente en un número más restringido de algunas iglesias, llamadas patriarcales. Los patriarcas, delimitando los campos legislativo y disciplinar, fijarán la vida litúrgica, introduciendo fiestas y formularios litúrgicos, costumbres y ayunos. Aparecen también las provincias eclesiásticas, que gozan de una autonomía, dando lugar al origen de las provincias litúrgicas, en que se desarrollará una determinada liturgia, o se consolidará más fuertemente, o cuidará determinados aspectos o ritos celebrativos.

Las distintas liturgias se fueron configurando progresivamente en las grandes sedes de la antigüedad cristiana: Jerusalén y Cesarea con Antioquía y Constantinopla por un lado, y por otro Alejandría, todas en Oriente, y al oriente del Imperio bizantino, cabe señalar la Armenia que recibirá influjos bizantinos y el Imperio persa con su centro en Edesa. En Occidente estarán Roma, Milán y otros ritos, como el galicano y el hispano, que gozaban de la autorizada memoria de santos obispos.

16 Anáfora (ana-fero, llevar sobre, ofrecer) tiene cuatro sentidos: ofrenda eucarística, fórmula utilizada, materia ofrecida o prosfora o velo litúrgico que cubre las especies eucarísticas. Litúrgicamente es la oración presidencial eucarística en la que se ofrece, como atestigua la monición previa a la anáfora de san Juan Crisóstomo: «Estemos con devoción y temor para ofrecer en paz la santa oblación».

La liturgia en los primeros siglos heredaba usos judíos. Las bendiciones judías (berakah) fueron el embrión de la eucaristía cristiana, tal como se expresan en algunos documentos de esta época17. Sin embargo, gracias a algunas aportaciones investigadoras, se ha podido reconstruir la Tradición Apostólica de Hipólito, documento litúrgico de principios del siglo III que debió ejercer un gran influjo en Roma y en el Oriente, a juzgar por las traducciones coptas del árabe y del etíope, y algo del latín, en que ha llegado hasta nosotros18.

Para llegar a las grandes familias litúrgicas que hoy conocemos, existe un lento y laborioso proceso de gestación, caracterizado por una creatividad incipiente de textos, por la distribución del ciclo litúrgico (tanto en su ritmo semanal en torno al dies Domini, como al ritmo anual, en torno a la fiesta de Pascua), como por otros factores no litúrgicos (cuestiones teológicas, políticas, lingüísticas). Todas estas consideraciones son válidas tanto en Oriente como en Occidente.

Las liturgias orientales se caracterizan por el empleo de anáforas fijas para la celebración de la divina Liturgia, cualquiera que sea la fiesta que se celebre, pero cada tradición oriental posee un número más o menos considerable de anáforas, que más tarde trataremos pormenorizadamente. Las anáforas orientales constan de los siguientes elementos, aunque su orden puede variar según las diferentes familias litúrgicas: diálogo introductorio, oración teológico-cristológica, sanctus, intercesiones y mementos, relato de la institución, anámnesis o memorial, epíclesis y doxología. Algún elemen-

17 Didajé o Doctrina de los doce apóstoles, 9-10 (trad. de D. Ruiz, Padres apostólicos, Madrid 1950, 86-88); SAN JDSTINO, Primera Apología 61, 65-67 (trad. de D. Ruiz, Padres apologistas griegos, Madrid 1954, 250-251 y 256-259); Constituciones apostólicas, libro VII (trad. de L. BOUYER, Eucaristía, Barcelona 1969, 195-207). También: V. MARTÍN PINDADO-J. M. SÁNCHEZ CARO, La gran oración eucarística. Textos de ayer y de hoy, Madrid 1969, 127-134 y 226-239.

18 Tradición apostólica: A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, Barcelona 1992, 334; V. MARTÍN PINDADO-J. M. SÁNCHEZ CARO, o.c., 134-137.

to puede estar oscurecido o incluso faltar en alguna anáfora concreta. Por el contrario, en Occidente, se sigue un doble criterio: la liturgia romana tendrá una anáfora fija19, aunque con algunos elementos variables (prefacios, Communicantes y Hanc igitur), mientras la liturgia hispana tendrá los elementos fijos del Sanctus, relato de la institución y conclusión.

Esta diversidad entre Oriente y Occidente muestra que cada rito posee su anáfora o repertorio de anáforas, que cada tradición litúrgica ha compuesto y ha conservado las anáforas que mejor correspondían a una mentalidad teológica, a una sensibilidad religiosa y a su concepto de celebración: así se comprende la sobriedad romana y la teología sacrificial de Occidente, y la vistosidad oriental con su teología mistérica.

En Oriente, como en Occidente, se pueden distinguir, por tanto, dos etapas en el desarrollo de sus liturgias: una llamada de gestación, y otra de estructuración.

Las liturgias orientales comienzan a desarrollarse a partir de los siglos II-III en dos áreas geográficas bien delimitadas, coincidiendo con las dos grandes ciudades del Imperio que, a su vez, iban generando escuela: Antioquía y Alejandría. Este período de desarrollo o gestación terminará después del siglo V, en que ya las liturgias orientales están estructuradas. Pero antes ofrecemos una visión panorámica de las anáforas orientales, con sus elementos propios y sus mutuas relaciones.

La rama o familia antioquena abarca las regiones en las que el patriarcado de Antioquía extendía su influencia (Jerusalén y Constantinopla) y otros territorios bajo dominación

19 La actual liturgia romana consta de cuatro plegarias eucarísticas desde 1968; a estas se añaden una quinta plegaria eucarística del «Sínodo suizo» con sus cuatro variantes —a) Dios guía a su pueblo; b) Jesús, nuestro camino; c) Jesús, modelo de caridad; d) La Iglesia, en camino hacia la unidad—, otras tres plegarias eucarísticas «para misas con niños» y dos más «sobre la reconciliación». Las cuatro primeras se insertan en el Misal romano en el Ordinario, mientras las restantes forman un apéndice.

persa hasta la India; por ello incluye dos tipos: el siro-oriental y el siro-occidental. Las anáforas de la rama antioquena, inspiradas en la berakah hebrea, están centradas en la historia de la salvación. Parece que la Tradición Apostólica, las Constituciones Apostólicas20 y algunas anáforas antioquenas reconstruidas dieron paso a la etapa de estructuración, juntamente con las catequesis bautismales de san Juan Crisóstomo pronunciadas en Antioquía y de san Cirilo de Jerusalén (350-386) que más bien parecen ser de su sucesor Juan (386-416), las homilías de Teodoro de Mopsuestia en traducción siríaca y la liturgia jerosolimitana descrita en el Itinerario de Egeria.

a) El tipo siro-oriental, que vivió un aislamiento del resto de la cristiandad bajo la dominación persa y la no aceptación de los Concilios de Efeso y Calcedonia, se caracteriza por relegar la epíclesis antes de la doxología y tiene la siguiente estructura:

— diálogo y oración teológica antes del sanctus,

— sanctus,

— oración con doxología y respuesta del amén,

— relato de la institución,

— intercesión y conmemoración de vivos y difuntos,

— anámnesis,

— epíclesis,

— doxología final.

Comprende el rito nestoriano, con las anáforas de Addai y Mari, Teodoro de Mopsuestia, Nestorio y la maronita de

20 Las Constituciones Apostólicas son una gran obra canónico-litúrgica de finales del siglo IV, posterior al año 381 pero anterior al 394, ya que recoge cánones de concilios anteriores a esta última fecha. Esta obra está dividida en ocho libros, presentados como «ordenanzas» de los apóstoles. Interesa resaltar el libro VII, que comprende tres partes: los capítulos 1-32 son una ampliación de la Didajé, del 33-38 contienen cinco oraciones de alabanza a Dios redactadas sobre oraciones hebreas, y los capítulos 39-45 presentan un ritual de la iniciación cristiana, más desarrollado que en la Tradición Apostólica. Termina este libro con una lista de los obispos ordenados por los apóstoles. En esta obra, su autor trata de recopilar obras anteriores, introduciendo añadiduras.

san Pedro Sarar. La epíclesis o invocación al Espíritu Santo se sitúa tras las oraciones de intercesión con las que concluye la anáfora, y no antes, como en otros ritos sirios. La anáfora de Addai y Mari no incluye el relato de la institución, hecho que ha dado lugar a distintas interpretaciones. De la rama siro-oriental surgieron en fechas más recientes otras ramificaciones, como el rito caldeo y el malabar, debido a su afán misionero que, en confesión nestoriana, llevó el cristianismo hasta Pekín y la India.

b) El tipo siro-occidental, que se caracteriza por el desarrollo oracional de la historia de la salvación —antes del sanctus la parte veterotestamentaria, y después del sanctus la neotestamentaria—, comprende fundamentalmente cuatro ritos: el antioqueno, el maronita, el armenio y el bizantino, y tiene el siguiente esquema:

— diálogo y oración teológica antes del sanctus,

— sanctus,

oración cristológica,

— relato de la institución,

— anámnesis,

— epíclesis,

— intercesiones,

— doxología.

El rito antioqueno, que se desarrolla en torno al centro de Antioquía, recibirá influencias de la liturgia jerosolimitana que celebraba con la anáfora de Santiago. Después del Concilio de Calcedonia, el rito antioqueno queda dividido: surge el rito melkita o de los partidarios del emperador, que irá dando consistencia al futuro rito bizantino y usará el griego como lengua en la liturgia, y el monofisita o jacobita, que conservará la antigua anáfora de Santiago junto con otras de mejor calidad y usará como lenguas litúrgicas el árabe y el siríaco.

El rito maronita es otra modalidad del rito sirio de Antioquía: se usa desde los siglos VII y VIII en el Líbano y en torno al monasterio de San Marón. Usó la arcaica anáfora de san Pedro Sarar, emparentada con la de Addai y Mari en la liturgia caldea, aunque con las cruzadas sufre un proceso fuerte de latinización.

El rito armenio posee influencias de Antioquía y Constantinopla, como también de los siro-orientales: la razón hay que buscarla en la situación geográfica de Armenia y en la actividad de Gregorio el Iluminador, quien se convierte al cristianismo en Cesarea de Capadocia (Asia menor) y es el principal organizador de la Iglesia armenia. Cuando los armenios aceptan el monofisimo en el sínodo de Dvin en el año 506, el rito armenio se va afirmando, aunque en la época de las cruzadas incorporará elementos de las liturgias occidentales, y concretamente de la latina.

El rito bizantino, finalmente, es el rito antioqueno que se forma en la ciudad imperial de Constantinopla, centro de las diócesis de Asia, Ponto y Tracia y de las regiones dominadas por los bárbaros. Usa las anáforas de san Basilio y san Juan Crisóstomo: posee, además, una celebración llamada liturgia de los presantificados cuando no se celebra la eucaristía. El rito bizantino es rico en su himnografía, en su iconografía como fruto de la victoria iconoclasta, en su teología en relación con los primeros concilios celebrados, y es abierto a todas las aportaciones de otros pueblos, como lo demuestra la subdivisión de este rito en numerosas adaptaciones posteriores.

La rama o familia alejandrina se distingue de la antioquena porque sitúa las intercesiones antes del sanctus y tiene dos epíclesis21, antes y después del relato de la institución. Tiene el siguiente esquema:

21 La epíclesis consiste en la invocación al Espíritu Santo para que haga fecundas las palabras de la institución, por lo que goza de gran importancia en el mundo oriental como complemento necesario de la consagración. En las anáforas alejandrinas existen dos epíclesis, antes y después del relato: se quiere invocar con la epíclesis primera o de consagración que los dones eucarísticos se transformen en el cuerpo sacramental de Cristo, y con la segunda epíclesis o de comunión, que Ios fieles se transformen al recibirlos en el cuerpo místico de Cristo.

diálogo y oración antes del sanctus,

— sanctus,

primera epíclesis,

— relato de la institución,

— anámnesis,

— segunda epíclesis,

— doxología.

Las fuentes de la rama alejandrina son más bien escasas, más preocupada por la doctrina que por la liturgia. Antes del cisma monofisita, en Egipto se seguía una liturgia en griego, pero al ser condenado el patriarca de Alejandría Dióscoro, y ser relegada Alejandría al rango siguiente a Constantinopla, se acentúa el dualismo litúrgico: la liturgia griega, conocida por el papiro de Deir-Balizeh (siglo VI), el Eucologio atribuido a Serapión (362), obispo de Thumis y amigo personal de san Atanasio, y la anáfora de san Marcos (siglos 111-IV), y la liturgia copta en la lengua también copta, con las anáforas de san Cirilo, san Gregorio Nacianceno y san Basilio. Comprende la rama alejandrina los ritos copto y etíope.

El rito copto es fruto del cisma monofisita y consecuentemente recibe influencias del rito siro-oriental, que se desarrolla sin la aceptación de los Concilios de Efeso y Calcedonia. De tipo sirio son las tres anáforas: la de san Cirilo se inspira en la de san Marcos, la copta de san Basilio —no las versiones bizantina, siríaca ni la armenia— y la de san Gregorio Nacianceno llamado el Teólogo. Las lenguas litúrgicas son el griego y el árabe.

El rito etíope depende de Alejandría, ya que Etiopía fue evangelizada en el siglo IV por monjes alejandrinos. Su liturgia, con influencia alejandrina, se distingue por su inspiración poética, por su himnografía mariana y por una colección de anáforas, que en su mayoría no son alejandrinas. Emplea en la liturgia la lengua gheéz o etíope.

De todo cuanto antecede hay que señalar que las distintas anáforas mencionadas y empleadas en los diferentes ritos constituyen el embrión de las liturgias hoy existentes. Hay que recordar que las anáforas orientales no son fáciles de clasificar porque su uso no se corresponde con las divisiones territoriales, jurisdiccionales y confesionales. Se da el caso de anáforas de estructura antioquena que usan los coptos o los etíopes. Así como las incipientes liturgias orientales se desarrollan en torno a las grandes familias de Antioquía y Alejandría, las familias de anáforas no se corresponden con las liturgias. Generalmente se aceptan tres grupos fundamentales de anáforas: de tipo antioqueno (anáforas de los Doce Apóstoles, de san Juan Crisóstomo, de san Basilio, de Santiago, la armenia de san Atanasio, etc.), de tipo sirooriental (Addai y Mari, Teodoro de Mopsuestia o el Intérprete) y de tipo alejandrino (san Marcos, san Gregorio Nacianceno, la copta de san Basilio), como ya se dijo.

1.3. Las diferentes liturgias orientales

Las iglesias locales de las metrópolis más importantes trataron de expresarse, en materia litúrgico-celebrativa, de la forma más adecuada en razón de la ley de la progresiva y orgánica formulación del depósito de la fe. Esto no significa que cada Iglesia oriental posea su liturgia propia, ya que algunas, sobre todo, de tradición bizantina, tienen la misma liturgia salvo algunas variantes propias del lugar.

Aunque en realidad existen unas ocho liturgias orientales, que pueden considerarse como liturgias-madres, existen otras variantes litúrgicas que dependen de aquéllas al conservar su estructura fundamental. Trataremos de las primeras por ser consideradas como más importantes.

En el orden de la exposición se seguirá el criterio ya expuesto con anterioridad, al tratar de todas y cada una de las Iglesias orientales católicas. Sin embargo, es incorrecto pensar que las Iglesias orientales católicas tomaron o adaptaron una determinada liturgia, como si la liturgia fuera exclusiva de la Ortodoxia y las Iglesias orientales católicas hubieran usurpado algo que no las pertenecía. Durante el primer milenio la Iglesia entera era católica a la par que profesaba la fe ortodoxa, y en la comunión de iglesias creció la riqueza litúrgica, hasta que con la ruptura de la comunión entre los patriarcados orientales y la Sede romana todas las liturgias orientales —salvo alguna excepción—vivieron por algún tiempo fuera de la comunión presidida por Roma. Por ello, estas liturgias son compartidas sustancialmente por orientales católicos y ortodoxos: este rico patrimonio litúrgico en común manifiesta la fraternidad entre todas ellas22.

a) La liturgia copta

Es la liturgia más importante de la tradición alejandrina, que se desarrolla únicamente en Egipto: tras la invasión musulmana (639-642) los cristianos alejandrinos son llamados coptos por la pronunciación árabe corrompida de aegiptos, derivándose después a qibti y qubti. Comenzó siendo el griego su lengua litúrgica, pero ya desde el segundo milenio se suplanta el copto por el árabe. En el siglo XV se redactan definitivamente los rituales.

El templo tiene una decoración modesta y sobria en iconos. El iconostasio es una pared de madera que separa el presbiterio del resto del templo, con tres puertas: sobre la puerta central está colocado el icono de la Cena de Cristo y los doce apóstoles, seis por cada lado. La eucaristía se reserva en un tabernáculo colocado en una pared lateral. El altar cuadrado está cubierto con un mantel, con candeleros y una cruz copta.

22 Como repertorio accesible de las distintas liturgias orientales publicadas en español, véase la obra citada de V. MARTIN PINDADO-J. M. SÁNCHEZ CARO que contiene las anáforas orientales más representativas: unas recientemente descubiertas, otras han caído en desuso, y otras en uso, pero todas ellas están muy enriquecidas con bibliografía y oportunas anotaciones. Para un estudio más profundo, véase J. M. SÁNCHEZ CARO, Eucaristía e historia de la salvación. Estudio sobre la plegaria eucarística oriental, Madrid 1983.

Los coptos usan pan fermentado, confeccionado la tarde anterior, redondo y de dos centímetros de alto: en la fracción se divide en doce partes, además de la partícula central llamada despoticon, que representa al Señor y el resto a los apóstoles. En la eucaristía diaria el pan y la fracción pueden tener forma latina. Usan frecuentemente los velos para envolver el pan y el cáliz, que significan la pureza ante Dios. Antes de la fracción del pan, el sacerdote mezcla las especies mojando con su dedo el despoticon, y con esta partícula las restantes.

La divina Liturgia comienza con una procesión alrededor del altar con los dones del pan y del vino. Se leen cuatro lecturas, incluido el evangelio, y tras una larga letanía comienza la anáfora, frecuentemente la denominada copta de san Basilio, aunque en días especiales de fiesta se usa la de san Gregorio Nacianceno, y alguna vez la de san Cirilo, que es prácticamente la greco-alejandrina de san Marcos, pero debido a su larga duración casi está en desuso, al igual que otras doce anáforas23. La liturgia católica de los coptos es algo más reducida. La predicación se inspira en temas de la liturgia. Todas las ceremonias son sobrias, acompañadas en el canto por instrumentos de percusión, como triángulos y címbalos.

Entre los libros litúrgicos coptos señalamos los más importantes, como el Eucologio (ordinario de la eucaristía), el Diaconal (partes variables para el diácono y el pueblo), el Leccionario dividido en tres partes (los ciclos anual, cuaresmal y pascual en varios volúmenes), y el Sinaxario (que contiene las lecturas del martirologio que se leen tras la lectura de los Hechos de los apóstoles, para indicar la continuación de la historia de la salvación).

El año litúrgico consta de trece meses en 365 días: doce meses de treinta días y un mes de cinco días (en año bisiesto son seis días): se sigue la llamada «era de Diocleciano», muy extendida en Egipto, que comienza el 29 de agosto del

23 Las tres anáforas referenciadas véanse en: V. MARTÍN PINDADO-J. M. SÁNCHEZ CARO, o.c., 164-184 y 189-198.

año 284, o de la «era de los mártires» para los coptos. La semana comienza el sábado por la tarde, y se observan los ayunos de Navidad (43 días antes), de Cuaresma (siete semanas), de los apóstoles (variable) y de la Dormición24 (del 7 al 22 de agosto). Celebran solemnemente siete fiestas del Señor: anunciación, navidad, bautismo, domingo de ramos, resurrección, ascensión y pentecostés.

b) La liturgia etíope

La liturgia etíope, que forma parte de la tradición litúrgica alejandrina, no es puramente copta a causa del influjo de los misioneros provenientes del imperio bizantino, sin faltar tampoco influjos jerosolimitanos e incluso armenios. La organización de esta liturgia se define en los siglos XIV-XVI en que se introducen costumbres judías y del Antiguo Testamento (siete vueltas alrededor del templo al son bíblico de címbalos, fiestas de santos del Antiguo Testamento, la práctica de la circuncisión previa al bautismo).

En la celebración eucarística se usan catorce anáforas25, algunas de origen sirio y dos son una reelaboración de la Tradición Apostólica de Hipólito y del Testamentum Domini: todas están precedidas de una preanáfora (recitación de seis salmos, oraciones para los celebrantes, larga absolución, preparación de los dones). La liturgia de los catecúmenos comprende las letanías, el trisagio dirigido a la humanidad de Cristo, cuatro lecturas (epístolas paulinas, epístolas católicas, Hechos y lectura evangélica). El evangelio reviste especial solemnidad: llevado en procesión, los ministros dialogan entre sí alabando a Dios por el don del evangelio,

24 Esta importante fiesta oriental tiene especial significación en la Iglesia copta: aunque María —según los coptos— murió el 29 de enero, esta fiesta se celebra el 22 de agosto, en que se conmemora la apertura de la tumba de María. Es celebrada por cristianos y musulmanes, con peregrinaciones a santuarios marianos, besando sus iconos e implorando su ayuda.

25 La anáfora más usada es una adaptación de la contenida en la Tradición Apostólica, denominada «Anáfora de nuestros santos padres los apóstoles».

bendición de los cuatro puntos cardinales, canto solemne por el diácono y veneración por parte de todos. Nuevas letanías, credo, lavabo, la paz y la anáfora componen la liturgia eucarística, para cuya celebración se requieren tres sacerdotes y dos diáconos. Conservan de la liturgia copta la confección del pan, la mezcla de las especies mojadas y la fracción en trece partículas.

Los libros litúrgicos principales son el Misal que contiene las anáforas, y distintos manuales o rituales para la administración de los sacramentos, además del Sinaxario, el Antifonario anual y algunos libros marianos. La lengua litúrgica es el gheéz.

El calendario litúrgico es el copto-juliano de trece meses: los tiempos litúrgicos fijos son 19 y muy cortos de duración; el ciclo móvil comienza con el ayuno de Cristo, de 55 días (seis semanas de cuaresma más seis días de ayuno de Heraclio en la semana previa a la Pascua)26. Los domingos de la cuaresma se denominan: del santo (reposo sabático), del templo (enseñanza de Jesús), del paralítico (milagro de la piscina probática), del monte de los Olivos (discurso escatológico), del siervo fiel (Mt 25,14-30) y de Nicodemo (Jn 3,1-22).

La liturgia etíope celebra nueve fiestas principales del Señor (encarnación, epifanía, milagro de Caná, transfiguración, pasión, resurrección, aparición a Tomás, ascensión y pentecostés) y seis secundarias (exaltación de la cruz, circuncisión, multiplicación de los panes, Jesús en brazos de Simeón, invención de la cruz y la venida de Jesús a Egipto y, según la tradición, a Etiopía también), 32 fiestas de la Virgen, tomadas de la Iglesia copta, a las que se han añadido otras, como el Tránsito de María (21 de enero), la Dormición (22 de agosto) o la Consagración de todas las iglesias del mundo a María (10 de febrero). En estas fiestas de la Virgen se recitan dos anáforas exclusivamente marianas y únicas en el mundo cristiano, atribuidas al abad Ciriaco de Bahannasa (siglo VIII) y a Amba Georgis, la primera

26 Esta semana de ayuno recuerda el hallazgo de la cruz por Heraclio, cuando este conquista la ciudad de Jerusalén a los persas en el año 614.

conocida por sus primeras palabras «Breve perfume de santidad».

La Virgen María ocupa en la Iglesia y en la liturgia etíope un puesto clave como fruto de la piedad mariana. Existe entre los etíopes la convicción de tener parentesco con María: según la tradición el reino de Etiopía tiene su ascendencia en la reina de Saba y de Salomón, hijo de David, a cuya estirpe pertenecía María. También es conocida entre los etíopes la leyenda, basada en el libro apócrifo Tamerata Maryam (Milagros de María), según la cual Etiopía es la tierra escogida por María.

c) La liturgia malankar

La Iglesia malankar pertenece a la tradición antioquena: el cristianismo había llegado a las costas de la India en confesión nestoriana y dependiendo del patriarca de Seleucia-Ctesifonte. Sin embargo, en 1665 el patriarcado de Antioquía envía misioneros a estos «cristianos de santo Tomás» quienes pasan en parte de ser nestorianos a monofisitas. De estos monofisitas o jacobitas de la India una parte se une a Roma en 1930, naciendo así la joven Iglesia malankar, distinta de la malabar, de tradición caldea.

La liturgia malankar reúne elementos nestorianos o caldeos y otros monofisitas o antioquenos. Cuando esta Iglesia malankar se une a Roma, la liturgia también es latinizada. Es, pues, un conglomerado de distintos usos litúrgicos. Su lengua litúrgica es el malayalam.

El templo malankar está dividido por una pared que llega hasta el techo y separa el presbiterio del resto de la nave. En el centro hay una puerta, con un velo descorrido durante la celebración eucarística, semejando el velo veterotestamentario pero revelado o «desvelado» por el misterio pascual de Cristo27.

27 Cf Mt 27,51. El sacrificio judío se realizaba en el interior del santuario del templo, siendo invisible para quienes no formaban parte de la casta sacerdotal.

La celebración litúrgica de la misa, tras la preparación del sacerdote y del altar, comienza con el ofrecimiento del pan y del vino, incensación de los dones y del pueblo, y del canto del trisagio. Se leen dos lecturas: epístola y evangelio. Prosigue la oración de la paz, el ósculo de la paz y la oración de la «imposición de manos» hasta que se descubren los dones. Entonces se recita la plegaria eucarística (prefacio, sanctus, consagración sin ostensión de las especies, anámnesis y epíclesis, intercesiones por el papa, obispo, vivos y difuntos, y recuerdo de la Madre de Dios). De la liturgia siria retiene algunos elementos (la fracción del pan en tres pedazos —con uno se humedecen los otros dos pedazos semejando la sangre de Cristo derramada por nosotros—y la mezcla de las especies). La comunión está precedida del padrenuestro, la elevación de los santos dones (sancta sanctis) por tres veces, comunión y bendición final, que se hace con la mano derecha mientras la izquierda está unida al altar.

La liturgia malankar se considera hija de la liturgia siria de Antioquía.

d) La liturgia maronita

Dentro de la tradición antioquena, los maronitas se forman en torno al monasterio de San Marón, huyendo de la invasión árabe y refugiándose en las montañas libanesas. Con posterioridad al siglo XII, en que contactan con los cruzados, no se puede conocer esta liturgia, dada la latinización entonces existente, acrecentada con la fundación en 1584 del Colegio maronita en Roma y consumada en 1736 en el Sínodo del Monte Líbano.

En esta liturgia ha desaparecido del templo la separación mediante pared o iconostasio entre el altar y el pueblo; asimismo las costumbres y usos latinos son notorios: el pan es ácimo, se sigue el calendario gregoriano desde 1606, los ornamentos son latinos, incluso se ha introducido la celebración de cara al pueblo y la misa dialogada tras la celebración del Concilio Vaticano II.

La celebración litúrgica de la eucaristía, tras la preparación del sacerdote, comienza con el ofertorio precedido de la incensación de los objetos litúrgicos, de los dones, del altar y del pueblo. Tras el trisagio, el gloria, la oración y las letanías con nueva incensación de los dones, del altar y del pueblo se reza el Salmo 50 como oración penitencial. Después de un segundo trisagio e incensación por tercera vez, se lee en árabe la epístola por el lector y el evangelio por el sacerdote. Nueva incensación de los dones, del altar y del pueblo al recitar el credo. La anáfora que desde el siglo XVIII se ha impuesto en la liturgia maronita es realmente extraña a esta tradición: se la llama anáfora de la Iglesia romana, mientras que en 1592 desapareció la anáfora de san Pedro Sarar, característica de esta liturgia y emparentada con la de Addai y Mari28. La comunión es precedida de la elevación de las especies, el padrenuestro y la oración de la «imposición de manos», la fracción del pan y la mezcla de las especies. Como preparación a la comunión existe una bendición de exorcismo y absolución. Termina la eucaristía con la bendición final y la despedida del altar.

Celebran algunas fiestas de la tradición latina. El ayuno y la abstinencia, según prescribe el Sínodo del Monte Líbano, tiene cuatro períodos: cuaresma (diariamente ayuno hasta mediodía y abstinencia, excepto sábados, domingos y festivos), santos apóstoles Pedro y Pablo (cuatro días previos de abstinencia), asunción (siete días previos de abstinencia) y navidad (doce días previos también de abstinencia). También se extiende la abstinencia a todos los miércoles y viernes del año no festivos.

La mezcla de ritos sirios y latinos han originado que esta liturgia esté en proceso de revisión: ya desde 1942 en que se reforma el Ritual maronita comienza el proceso de retorno a las fuentes litúrgicas antioquenas. La lengua litúrgica es el

28 Para una comparación entre estas dos liturgias siríacas, la de Addai y Mari y de san Pedro Sarar, véase A. G. MARTIMORT, o.c., 337-339.

árabe, y algunas partes en siríaco, pero en las comunidades de la diáspora se emplea la lengua propia del lugar.


e) La liturgia siria

Es la liturgia más representativa y más pura de la tradición antioquena. Su origen se remonta a influjos jerosolimitanos por la anáfora de Santiago, pero tras la llegada del monofisismo y su configuración por Jacobo Baradeo en el siglo VI, su liturgia se enriquece con las composiciones poéticas atribuidas a san Efrén y a Santiago de Sarug (451-521). El rito adquiere su forma clásica en la segunda mitad del siglo XII, en tiempos del patriarca Miguel el Grande (1166-1199), al que se le atribuye la compilación del Pontifical.

El año litúrgico se divide en nueve períodos: el inicial desde el domingo de la dedicación u octavo antes de navidad (generalmente es el más cercano al 1 de noviembre, con el que comienza el año), el de la anunciación, el de navidad, el de epifanía, el de precuaresma con tres domingos, el de cuaresma con seis domingos, el de pascua a pentecostés con siete semanas, el de pentecostés a la exaltación de la cruz dividido en dos ciclos (domingos de los apóstoles y domingos de verano) y el de la exaltación a la dedicación. Guardan el ayuno hasta el mediodía y la abstinencia mosaica en cuatro períodos: cuaresma, santos apóstoles Pedro y Pablo (sólo abstinencia los cuatro días previos), asunción y navidad (abstinencia las semanas previas). Los principales libros litúrgicos son: el de las anáforas que contiene las oraciones del sacerdote, el diaconal con las intervenciones del diácono y del pueblo, el de las lecturas y el evangeliario, dividido en tres ciclos (domingos y fiestas móviles, fiestas fijas y días feriales).

La liturgia contiene muchos elementos poéticos e hímnicos, numerosos ritos de incensación, el discurso llamado sedro, multitud de anáforas de las que se conocen unas setenta, aunque los misales solamente recogen alrededor de una docena, todas con una estructura similar (trisagio, anámnesis de la historia de la salvación, tan característica de la tradición antioquena, institución, epíclesis e intercesiones). Sin embargo, la anáfora más típica y más usada es la de Santiago29.

La celebración eucarística contiene unos ritos preparatorios: veneración del altar, preoblación del pan redondo y fermentado con trece cruces, y vestición de los ornamentos. El ofertorio, con la doxología trinitaria30, la incensación de los dones, del altar y del pueblo, introduce las lecturas que suelen ser seis (tres del Antiguo Testamento, una de los Hechos o epístola católica, otra de una carta paulina y la del evangelio). Tras las lecturas, comienza una oración ante el altar, credo, incensación y lavado de las manos, oración de la paz y ósculo, y la oración de la «imposición de manos». Se retira el velo que cubre las ofrendas con una oración y una bendición, siguiendo la anáfora31, tal como se indicó. Tras la fracción del pan en tres pedazos y su humedecimiento por seis veces, se mezclan las especies en el cáliz, se elevan (sancta sanctis), se adoran y se comulgan. Después de la comunión se imparte la bendición sacramental, se consumen las especies y se despide del altar.

El templo sirio está dividido por una pared con celosías entre el santuario con el altar y la nave, en medio de la cual está situado el berra o podio donde se sitúan los ministros para la primera parte de la celebración eucarística y que significa el lugar visible para todos como signo de la voz del Señor: ambos lugares del templo muestran los dos polos de la liturgia y ponen de relieve la significación de estar

29 Cf V. MARTÍN PINDADO-J. M. SÁNCHEZ CARO, O.C., 244-252.

30 Esta doxología se representa simbólicamente por medio de las cadenillas del incensario: toma el sacerdote la primera, la bendice con las palabras: «Santo es el Santo, Dios Padre», toma luego las otras dos (las dos naturalezas de Cristo) y las bendice diciendo: «Santo es el Santo, Dios Hijo», y pronunciando parecido elogio al Espíritu Santo, toma el sacerdote todas las cadenillas.

31 Entre los sirios, y también entre los etíopes, existen ciertas circunstancias en que se permite una concelebración o «misa sincronizada»: consiste en que varios sacerdotes celebran en altares distintos o en el mismo altar, pero teniendo cada uno su propia oblata que consagra.

reunidos en torno a la palabra de Dios para después dirigir la mirada al santuario.

La liturgia siria no ha estado latinizada, por lo que se ha mantenido en su pureza original. Conserva el uso del pan fermentado y sus ornamentos no son propiamente bizantinos (no usan el felonio o casulla bizantina, sino una especie de capa parecida a la latina). Pero han adoptado algunos usos latinos los obispos unidos a Roma (mitra, cruz pectoral y anillo). La lengua litúrgica comenzó siendo el siríaco, aunque poco a poco ha sido desplazada por el árabe.


f) La liturgia armenia

Es la única liturgia existente en la tradición armenia, aunque pertenece al grupo sirio de tipo occidental.

Tras el cisma monofisita, el reino de Armenia organiza su liturgia con la creación del alfabeto armenio entre los años 415 y 450, con influencias de Jerusalén y de Constantinopla a pesar de haber rechazado la cristología calcedonense en el Sínodo de Dvin del año 506 y haber roto con Bizancio. Armenia es un pueblo dividido entre los imperios romano y persa, sometido por otros pueblos: seléucidas, árabes, persas y otomanos. En la época de las cruzadas, el reino armenio de Cilicia (1080-1375) entra en contacto con Occidente: su liturgia incorporará muchos y variados elementos.

La liturgia eucarística se inicia con la vestición del sacerdote, procesión hacia el altar, lavatorio recitando el Salmo 25 y la confesión de los pecados al pie del altar. Se preparan las ofrendas en una hornacina cercana al altar donde el pan ha de ser confeccionado en el mismo día según una antigua tradición armenia del siglo V32, y el vino nunca se mezcla

32 El uso del pan ácimo no es una influencia latina, como en el caso de Ios maronitas, ya que los armenios son los únicos orientales en confeccionarlo así: ya en tiempos del emperador Mauricio (582-602), el catholicos Mousiles no quiere ir a Constantinopla porque «a Dios no le gusta que coma pan cocido al horno y beba caliente» (Narratio de rebus Armeniae, citado en A. G. MARTIMORT, o.c., 438, nota 12).

con agua: tal vez se quiera indicar el rechazo a las dos naturalezas. La proclamación de la palabra de Dios comienza con la introducción sencilla del evangeliario mientras se canta el trisagio: se leen tres lecturas (profetas, epístolas y evangelio) y se recita el credo.

Tras la procesión de las ofrendas33 y el ósculo de la paz, comienza la anáfora34, seguida de la mezcla de las especies a la usanza latina y la comunión. Termina la eucaristía con el prólogo evangélico de san Juan, al igual que en la liturgia latina antes de la última reforma litúrgica, o con el epílogo del cuarto evangelio (Jn 21,15-19) cuando la celebración se sitúa entre pascua y pentecostés.

Entre los libros litúrgicos cabe señalar el Typikon de las fiestas, el Libro del misterio o misal, que conserva la única anáfora llamada de san Atanasio de las cinco antiguas anáforas que poseía, el Leccionario y el Himnario, además de otros libros y rituales.

La liturgia armenia no nació con la crisis monofisita, como erróneamente se ha creído, porque cuando los armenios se asociaron al grupo anticalcedoniano, sus estructuras litúrgicas ya estaban en parte formadas. Debido a la oposición a Bizancio, la veneración de los iconos es muy moderada y escasamente litúrgica; en cambio, la himnografía es rica, fruto de las composiciones, entre otros, de san Gregorio de Narek (s. X). Los ornamentos imitan a los bizantinos y a veces a los latinos.

El calendario armenio dedica el domingo a las fiestas del Señor y de la Virgen, mientras los miércoles y los viernes, dedicados a la encarnación y a la pasión de Cristo respec-

33 En la procesión de las ofrendas, como en la procesión de entrada y del evangeliario, se usan los exaptérigos o flabelos (de fiare, soplar): son unas varas de dos metros de largo, revestidas de metal, que representan a los querubines como participantes en la liturgia, y tienen en los bordes unas campanillas. Es un signo de solemnidad. También se usan los flabelos entre los bizantinos, con idéntica finalidad. Su uso antiguo parece que era el ahuyentar los posibles insectos de las ofrendas.

34 La anáfora generalmente usada por los armenios católicos es la de san Atanasio. Cf V. MARTÍN PINDADO-J. M. SÁNCHEZ CARO, O.C., 265-273.

tivamente, son días de ayuno; el resto de los días se dedican a las escasas fiestas de los santos. Los tiempos litúrgicos son: teofanía, cuaresma, pascua-pentecostés, después de pentecostés, transfiguración, dormición, exaltación de la cruz y quincuagenario de adviento.

Las fiestas principales del Señor son: teofanía, pascua, transfiguración y exaltación de la cruz; las fiestas marianas principales son: la dormición (15 de agosto), la natividad (8 de septiembre), la presentación (21 de noviembre), la concepción (9 de diciembre), la candelaria (14 de febrero) y la anunciación (7 de abril). Casi todas las fiestas son móviles y son trasladadas al domingo más cercano, pero están precedidas de una semana de ayuno y dedican el siguiente día de la fiesta a la memoria por los difuntos. Además del ayuno cuaresmal, son días de abstinencia los miércoles y viernes del año, excepto en pascua y epifanía.

Han adoptado algunas costumbres latinas recientemente: utilizaban el calendario juliano, pero los católicos desde 1912 siguen el gregoriano; celebraban la epifanía o teofanía, aunque ahora la dividen en dos fiestas: el 25 de diciembre y el 6 de enero.

El templo armenio es peculiar, de forma cuadrada o rectangular, con sobriedad de iconos, altar elevado, protegido por una cortina que permanece cerrada en cuaresma, por lo que no tiene iconostasio. El templo denota austeridad en su ornamentación, aunque no se impone con rigor absoluto la unicidad del altar.

g) La liturgia caldea

La liturgia más representativa de la tradición caldea es la siro-oriental, más conocida como la caldea. La Iglesia caldea, con su antigua escuela de Edesa, ha tenido que desarrollarse en el marco del imperio persa, entre creencias mandeas y más tarde musulmanas, lo que ha permitido conservar esta liturgia de otras influencias y mantener expresiones semitas.

El año litúrgico se distribuye en' nueve tiempos: anunciación (cuatro semanas previas a la navidad), epifanía (variable, de cuatro a seis semanas después del 6 de enero), cuaresma, resurrección (siete semanas desde pascua a pentecostés), apóstoles (siete semanas desde pentecostés), verano (siete semanas), Elías y Moisés (ambas variables) y dedicación (cuatro semanas hasta enlazar con el de anunciación). Conservan la abstinencia mosaica y tiene cinco períodos de ayuno: Cuaresma a diario, Apóstoles, Asunción y Navidad, más el de los Ninivitas (lunes a jueves de la tercera semana previa a la cuaresma). Los días de abstinencia son los miércoles y viernes del año, excepto en tiempo pascual.

Conservan dos anáforas antioquenas de Teodoro de Mopsuestia y una llamada de Nestorio, pero la más conocida es la de Addai y Mari35 o de los Apóstoles: es la anáfora más usada por los nestorianos, y en otra versión por los caldeos y por los malabares. Según B. Botte, su estructura comporta una acción de gracias, relato de la institución (que se ha perdido), anámnesis, intercesiones y epíclesis; no tiene el relato de la institución entre los nestorianos, bien porque no formara parte originariamente o porque hayan prescindido de él36

La liturgia caldea se celebra en siríaco y comienza con el ofertorio. Tras la lectura de la epístola por el lector y el evangelio por el sacerdote, se reza la oración por los catecúmenos y la oración de la «imposición de manos». Despedidos los catecúmenos, sigue el lavabo y la segunda oblación, la oración de la entrada y el credo, terminando con la veneración del altar. La parte central la constituye la anáfora, con la representación simbólica de la sepultura de Cristo: consiste en plegar el paño que cubre el cáliz alrededor de los vasos sagrados durante toda la anáfora. Sigue la fracción del pan y la mezcla, oraciones preparatorias a la comunión con el padrenuestro (además de rezarlo en este momento,

35 Cf V. MARTÍN PINDADO-J. M. SÁNCHEZ CARO, O.C., 210-223.
36 Cf supra nota 28.

también se reza al principio y al final de la celebración) y el anuncio del sancta sanctis indicando —no elevando— las especies. La celebración concluye con la comunión, la acción de gracias y la bendición.

Los templos caldeos, orientados, están divididos entre el santuario y la nave, separados por una pared que sube hasta el techo. La cortina de la puerta, que da acceso al santuario, está casi siempre descorrida durante la misa, por el simbolismo vetero y neotestamentario que encierra para muchas de las liturgias no bizantinas. La distribución del templo imita la sinagoga judía: ante la puerta santa se sitúan los niños, en el centro los hombres y detrás, separadas por una mampara, las mujeres. Usan pan fermentado, aunque de forma latina, y los ornamentos imitan más a los bizantinos.

Los católicos caldeos han aceptado varias costumbres latinas en la administración de algunos sacramentos, en las insignias episcopales, en los vasos sagrados; sin embargo, la escasa penetración helenista y el carácter semítico de esta Iglesia hacen que su liturgia se caracterice por rasgos arcaicos, con notable sobriedad, abundante himnografía compuesta por Bardesanes (154-222) y san Efrén (306?-373) y hondo sentido de humildad y penitencia, fruto de ser una comunidad en minoría.

h) La liturgia malabar

Esta liturgia es hija de la caldea o siro-oriental. La Iglesia de Seleucia extendió la evangelización a China y a las costas indias de Malabar, nombre portugués de una denominación mal identificada: corresponde a la costa occidental de la India, en el actual estado federal de Kerala. Allí llegó el evangelio desde Persia y Mesopotamia por la «ruta de la seda», de tal manera que de allí recibían los obispos, la liturgia y el cristianismo, que la tradición hace remontar a santo Tomás37.

37 Las excavaciones arqueológicas indican que verosímilmente su sepultura está en Maylapur o Meliapur, y que desde el siglo VI se celebra el 3 de julio el traslado de sus restos a Edesa. En esta fecha se celebra actualmente su fiesta en la liturgia romana.

En el siglo XVI llegan los primeros portugueses a estas costas y se encuentran con unas comunidades cristianas: estos los consideran católicos, establecen la communicatio in sacris y los someten al arzobispo de Goa, diócesis creada en 1533. Años más tarde, en el Sínodo de Diamper, celebrado el 20 de junio de 1599 y convocado por los portugueses, se impone un ritual portugués traducido al sirio, con lo que los viejos libros litúrgicos de tradición siria son abolidos y destruidos, con lo que se pierde un gran patrimonio ya irreparable en aras de una dura latinización.

La actual liturgia se celebra en malayalam, lengua local. Comienza con la oración de las gradas, canto de agradecimiento, Kyrie, epístola a la derecha del altar y evangelio a la izquierda, credo, incensación de los vasos sagrados, se mezcla el vino con el agua y, tras una letanía y la oración de la «imposición de manos», termina la celebración de los catecúmenos. El ordinario malabar sigue de cerca al latino o romano.

La celebración propiamente eucarística se inicia trayendo los dones al altar: el ofertorio, recuerdo del Señor, de la Virgen, de los ángeles, santos y difuntos, y veneración del altar con catorce besos. Se descubren los dones, se representa simbólicamente la sepultura del Señor como en la liturgia caldea y comienza la anáfora, con la ostensión de las especies tras la consagración. A la terminación de la anáfora se realiza la fracción del pan, momento en que se retira la sepultura simbólica del Señor, porque la mezcla de las especies significa la resurrección. A la comunión sigue la acción de gracias y la bendición final.

La latinización de la liturgia es más evidente en los signos externos: ornamentos, uso del pan ácimo, inserciones latinas en la anáfora de Addai y Mari, genuflexiones, elevación de las especies sin sancta sanctis, signaciones, recitación tres veces del Agnus Dei. Cabe esperar buenos resultados de la reforma litúrgica en curso, que tenga en cuenta las adaptaciones legítimas y que devuelva la originalidad a la liturgia malabar existente con anterioridad a los Sínodos de Goa (1585) y Diamper (1599), que impusieron la adopción de numerosos ritos y fórmulas latinas tomadas del rito entonces existente en Braga y Coimbra.

i) La liturgia bizantina

Es la más extendida entre el mundo oriental, participada por varios patriarcados e iglesias ortodoxas y por las trece Iglesias orientales católicas de tradición bizantina. Es igualmente la más representativa de la eclesiología oriental, lo que ha significado que la liturgia bizantina sea esbelta y solemne, y ha venido a ser el signo más perceptible del culto bizantino y, por extensión, del Oriente cristiano. En el fondo la liturgia bizantina se ha identificado con la liturgia ortodoxa, al igual que la liturgia romana con la liturgia católica, por ser la liturgia que celebra la Iglesia de Constantinopla, primera en honor de todas las iglesias locales de la Ortodoxia.

La liturgia bizantina es el resultado de un proceso de encuentro y evolución de muchas tradiciones locales en el Imperio de Oriente, creando así una síntesis constantinopolitana. En todo este proceso interviene un tiempo de gestación y la geografía de determinadas áreas especialmente creativas.

Desde el siglo IV hasta la invasión de los persas (614) y de los árabes (638) se desarrolla una liturgia en Jerusalén y Palestina, marcada por el hecho de las peregrinaciones a los santos lugares38. Para satisfacer la piedad de los peregrinos, ya se había constituido en Jerusalén, antes que en ningún otro lugar, un ciclo de fiestas en el pontificado de san Cirilo que servirá de pauta para todo el mundo cristiano. En este

38 Las catequesis de Cirilo (348-386) y de Juan (386-417) de Jerusalén, la Peregrinatio ad loca sancta de Egeria, libro que describe un viaje realizado entre los años 381-384 y en que da cuenta de las iglesias existentes en Jerusalén (Martirio y Sepulcro, Sión, Olivos, Betania, Belén) y sus fiestas (epifanía, semana santa y pascua), o el Leccionario armenio del siglo V, expresan las líneas principales de esta liturgia.

sentido el monasterio de San Sabas, cercano a Jerusalén, vendrá a prestar a la liturgia jerosolimitana su actividad literaria y especialmente hímnica: el kontakion —serie de versos isosílabos agrupados en estrofas regulares acrósticas—fue obra del sirio Romano el Meloda, monje de San Sabas. Este género literario se desarrollará en Constantinopla, donde llegan los libros litúrgicos del monasterio de San Sabas de Jerusalén al monasterio de Studion en Constantinopla.

La liturgia de Jerusalén prestó a la naciente liturgia de Constantinopla una división muy simple e incipiente del año litúrgico y la anáfora de Santiago.

Además, otra fuente interesante en la formación de la liturgia bizantina o de Constantinopla fue la aportación antioquena. En el siglo IV Antioquía ya tenía consolidada su estructura eclesiástica, después de Alejandría. Gracias a la escuela antioquena surgen jerarcas y teólogos, como san Gregorio Nacianceno, san Juan Crisóstomo o Nestorio. En esta época se introducen en Constantinopla la anáfora de Santiago, que ya era celebrada en el entorno sirio de forma casi universal, y la anáfora capadocia de san Basilio, que estaba relacionada con Egipto y emparentada con la anáfora de los Doce apóstoles.

Constantinopla supo integrar estas aportaciones en su propia tradición local, nacida en torno a la basílica de Santa Sofía y sostenida por el monasterio de Studion.

Para conocer, pues, la historia de la liturgia bizantina hay que tener presentes las aportaciones que recibió de estas dos grandes áreas geográficas, como son Jerusalén y Palestina, y Capadocia y Antioquía a lo largo de varios siglos, preferentemente en los siglos IV y V. Ha de tenerse, igualmente, en cuenta la contribución de los monasterios de San Sabas y de Studion, que van a ir orientando la elaboración litúrgica bizantina.

Estas tradiciones litúrgicas locales se conservan en cada Typikon, libro regulador de las celebraciones o especie de directorio de culto: en ellos se encuentran las rúbricas, el calendario, e informaciones topográficas y hagiográficas. La liturgia bizantina ha tenido tres que revisten especial importancia: el Typikon de la basílica de Santa Sofía, el del monasterio de San Sabas de Jerusalén y el del monasterio de Studion de Constantinopla. Junto a estos, hay otros de uso muy local que apenas ejercieron influencia.

Los tres Typikon (dos constantinopolitanos y uno jerosolimitano) atravesarán especiales dificultades que modificarán la liturgia. En Jerusalén hay que reseñar las invasiones persa (614) y árabe (638), y la devastación del califa egipcio Hakim (1009). En Constantinopla hay dos verdaderamente turbulentas: la crisis iconoclasta (726-843), y la conquista y establecimiento del imperio latino (1204-1261) juntamente con la caída en poder de los turcos (1453).

Estos avatares políticos influyen en la vida litúrgica de tal forma que el Typ ikon de Constantinopla pierde en beneficio del de San Sabas, que acabará imponiéndose en toda la Ortodoxia. No obstante, tras la victoria iconoclasta, surgen liturgistas de la talla del patriarca Germán de Constantinopla, autor de himnos, de san Teodoro Studita, autor del Triodion cuaresmal, de su hermano José, metropolita de Tesalónica y autor de varias homilías, entre otros.

Tras la toma de Constantinopla desaparece el Typikon studita, pero gracias a los monasterios del Monte Athos, la tradición litúrgica del monasterio de San Sabas se logra imponer hasta que es finalmente impreso en Venecia en 1546. Entre tanto, la tradición litúrgica del monasterio de San Sabas y tras las invasiones del siglo VII, hay grandes liturgos, como san Sofronio (+ 638), patriarca de Jerusalén o san Juan Damasceno (+ 749). Ya desde su impresión, el Typikon de San Sabas se convirtió en normativo para toda la tradición bizantina, incluidas las regiones eslavas y Rusia39, y concretamente normativo para toda la Ortodoxia.

39 En Rusia, tras las sucesivas ediciones del Typikon a partir de 1610 en que se aceptaba y se consideraba normante el de San Sabas para toda la Ortodoxia, no fue aceptado por el patriarca Nikón en el Sínodo moscovita de 1654, lo que dio origen al conocido cisma de los viejos creyentes, que pretendía una unidad litúrgica conforme a los usos griegos.

La celebración litúrgica bizantina se expresa a través de los libros litúrgicos por los que se desarrolla. En primer lugar hay que señalar el Typikon (libro-guía de toda la liturgia bizantina, donde se detallan todas las rúbricas, calendario, celebraciones, fiestas, ayunos y ceremonias especiales). Para la divina Liturgia están: el Eucologio o libro ordinario de las celebraciones, el Evangeliario y el Apóstol; para los tiempos litúrgicos están: el Triodion como libro propio de cuaresma, el Pentecostarion como libro propio de pascua a pentecostés, y el Octoechos (libro de ocho tonos) que contiene Ios textos de cada día divididos en ciclos de ocho semanas con ocho tonos diversos40. Para la liturgia de las horas el más importante es el Horologion, con el ordinario de vísperas, laudes y horas menores; contiene también como apéndice himnos como el Akáthistos41 o la Paraklisis42.

El año litúrgico, según antigua tradición heredada del mundo judío43, comienza el 1 de septiembre y termina el 31 de agosto. A lo largo del año litúrgico se van desgranando nueve grandes fiestas de fecha fija. Las fiestas del Señor son cinco: exaltación de la cruz, navidad, teofanía, presentación y transfiguración, que coinciden en las mismas fechas que en la liturgia romana. Las fiestas marianas son cuatro: natividad o genetlíaco, presentación o eisodos, anunciación o evanguelismós y dormición o koimisis, también coincidentes con la liturgia romana.

Las fiestas móviles giran en torno a la pascua, fiesta de todos Ios cristianos, aun cuando se celebre en distinta fecha,

40 Los ocho tonos son: stijíron, troparion, apolitykion, káthisma, kontákion, ikós, anavathamós e irmós.

41 El akáthistos (a-kathistos, no sentado) es el himno mariano más célebre de la liturgia bizantina, de autor anónimo, al parecer de finales del siglo V, que se canta en parte los cuatro primeros sábados de cuaresma y completo el quinto sábado, en recuerdo de la especial protección de la Virgen María cuando la ciudad de Constantinopla se vio asediada por los bárbaros.

42 La Paraklisis es otro himno mariano que se suele cantar las tardes del 1 al 14 de agosto como preparación a la fiesta de la Dormición de María.

43 En el judaísmo el año nuevo comienza el 1 de Tisrí. Como el calendario es (unisolar, es decir, basado en las fases lunares para el cálculo de los meses, y en el ciclo del sol para el cómputo de los años, la fecha del comienzo del año (Ros-ha-Saná) ha de situarse en otoño (1 de septiembre?).

ya sea siguiendo el calendario juliano o el gregoriano. En el ciclo móvil hay que señalar: la Precuaresma con cuatro domingos (domingos del fariseo y del publicano, del hijo pródigo, del juicio final o de carnaval, y de la expulsión de Adán del paraíso o de los lacticinios), la Cuaresma con seis domingos (domingos de la Ortodoxia, de san Gregorio Palamas44, de la adoración de la cruz, de san Juan Clímaco45, de santa María Egipcíaca46 y de ramos), la Semana santa (el lunes está dedicado a la venta de José por sus hermanos; el martes a la llegada del divino Esposo, el miércoles a la mujer pecadora, el jueves al lavatorio de los pies, el viernes a la muerte de Cristo y el sábado al embalsamamiento), Pentecostario con nueve domingos (de pascua, de Santo Tomás, de las miróforas47, del paralítico, de la samaritana, del ciego de nacimiento —jueves de la Ascensión—, de los Santos Padres del Concilio de Nicea, de pentecostés o trinidad, y finalmente de todos los santos).

Cada día de la semana tiene su especial dedicación, y se preven las siguientes conmemoraciones: el domingo a la resurrección, el lunes a los ángeles, el martes a san Juan el precursor, el miércoles y el viernes son días penitenciales y están dedicados a la Virgen Madre de Dios y a la cruz (como es muy común entre las distintas tradiciones orientales), el jueves a los santos apóstoles y san Nicolás de Myra, y el sábado a todos los santos y difuntos. El santoral bizantino completo se contiene en los Meneos o libro mensual (doce libros). La piedad bizantina tiene aquí una expresión diaria en la vida del fiel creyente.

44 Monje del Monte Athos, defensor del hesicasmo, metropolita de Tesalónica, que muere en 1360. Desde entonces la Ortodoxia lo proclamó santo, venerándolo con grandes alabanzas.

45 Monje en el Sinaí, autor de la obra ascética Escala (climax) del paraíso, que muere en el año 649. Esta obra tuvo mucha aceptación, siendo ampliamente difundida y traducida.

46 Mujer a quien la tradición conoce como anacoreta y egipcia; su culto se extendió desde Bizancio a Europa y su fiesta se celebra el 1 de abril.

47 Aunque las mujeres que estuvieron junto a la cruz fueron cuatro, incluyendo a María la madre de Jesús (Jn 19,25), las tres Marías (Magdalena, Salomé y María la de Santiago) son llamadas «miróforas», cuya fiesta se celebra el 30 de junio en la liturgia bizantina (cf Mt 27,56; Mc 15,40).

La divina Liturgia o celebración eucarística bizantina tiene dos anáforas de estructura antioquena: la de san Juan Crisóstomo, habitual en esta tradición, y la de san Basilio, más larga y celebrada en contadas ocasiones48. Últimamente parece que se está haciendo un esfuerzo por recuperar la liturgia jerosolimitana de Santiago, que había caído en desuso entre los bizantinos y que fue la primera liturgia que conoció Constantinopla.

Además de las liturgias señaladas, hay que mencionar la llamada liturgia de los presantificados atribuida a san Gregorio Magno, liturgia inicialmente vespertina; sin embargo esta liturgia era un servicio de comunión para aquellos días en que no se celebraba la divina Liturgia. En la tradición bizantina la celebración eucarística diaria es ajena, aunque se aconseja entre los católicos bizantinos49: la eucaristía tiene pleno sentido en el día del Señor y se permite en otros días, pero siempre están excluidos los miércoles y viernes, días penitenciales a lo largo del año, y todo el tiempo cuaresmal. Hay que advertir que la privación de la divina Liturgia no sólo sirve para acrecentar los deseos de una mayor y mejor participación, sino que significa también la privación como penitencia que ha de ir dirigida a valorar mejor el sacrificio redentor de Cristo. La llamada liturgia de los presantificados50 consistía en recibir la eucaristía consagrada en la celebración eucarística anterior: se mostraba la eucaristía al sancta sanctis para ser comulgada.

La liturgia de san Juan Crisóstomo puede ser estructurada en tres partes: la proscomidia, que comporta la prepa-

48 La anáfora bizantina de san Basilio se usa en las vigilias de navidad y epifanía, el 1 de enero en que se celebra su fiesta, los cinco domingos de cuaresma, y el jueves y sábado santos. La anáfora bizantina de san Juan Crisóstomo desplazó a la de san Basilio del primer lugar que ocupaba: así lo refiere en 1203 el patriarca de Constantinopla Teodoro Balsamón. Véanse ambas anáforas en V. MARTIN PINDADO-J. M. SÁNCHEZ CARO, o.c., 252-265.

49 CCEO 704; 881.3.

50 En la liturgia romana sólo se adoptó para el viernes santo (el sábado es un día alitúrgico) ya desde el siglo VIII, aunque hubo dificultades para imponerse; fuera de la liturgia bizantina también existe entre los maronitas y sirios católicos, ya que al parecer se originó en las iglesias de tradición antioquena.

ración de los ministros y de las ofrendas, la liturgia de los catecúmenos y la liturgia de los fieles.

La proscomidia es un rito tardío (siglos XII-XIV) y muy detallado en el Typikon: tras las preceptivas oraciones y la vestición de los ornamentos por parte de los ministros (sacerdote y diácono), en la mesa de la prótesis se preparan los dones: se usa pan fermentado, de forma circular, y vino con agua en el cáliz. Se utilizan la patena con pie que representa el pesebre, la estrella o arcos de metal que colocados sobre la patena impiden que los velos contacten con el pan y que recuerda la estrella que guió a los magos, la lanza o cuchillo que simboliza la perforación del costado de Cristo por el soldado romano, y los velos o paños que cubren el cáliz y la patena, representando el sudario con que fue envuelto el cuerpo del Señor.

Todo el rito de la proscomidia consiste en que el sacerdote, con una lanza o cuchillo, hace una incisión en la prósfora o pan ofrecido que lleva grabada una cruz con las letras IC.XC.NI.KA., y separa la partícula llamada «Cordero» que será consagrada. El resto del pan se parte en distintos trozos a la par que se conmemora a la Virgen María, ángeles, patriarcas, apóstoles, pontífices, mártires, monjes, todos los santos, y finalmente a san Juan Crisóstomo, de quien se celebra la liturgia. Este rito termina con la incensación, recubrimiento de las ofrendas con velos y oración ante la mesa de la prótesis.

La parte de la divina Liturgia llamada de los catecúmenos se inicia con una doxología trinitaria, la letanía diaconal, oraciones correspondientes a tres antífonas (Salmos 102, 145 y Bienaventuranzas) y el tropario O monoguenés:

«¡Oh Hijo Unigénito y Verbo de Dios! Tú que eres inmortal, te dignaste, para salvarnos, tomar carne de la santa Madre de Dios y siempre Virgen María. Tú, Cristo Dios, sin sufrir cambio te hiciste hombre y en la cruz con tu muerte venciste la muerte. Tú, Uno de la Santísima Trinidad, glorificada con el Padre y el Espíritu Santo, sálvanos»51.

51 Este tropario o himno, introducido hacia el año 535, se atribuye al emperador Justiniano.

La pequeña entrada consiste en el traslado del evangelio desde la puerta norte a lo largo del templo hasta penetrar en el santuario por las puertas centrales del iconostasio, mientras se cantan los troparios preceptivos, que concluyen con el canto del trisagio:

«Santo es Dios, santo y fuerte, santo e inmortal, ten piedad de nosotros (tres veces). Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén. Santo e inmortal, ten piedad de nosotros. Santo es Dios, santo y fuerte, santo e inmortal, ten piedad de nosotros» 52.

Después del canto del trisagio se proclama la palabra de Dios. Primeramente el lector canta la epístola y posteriormente el diácono el evangelio. Tras la proclamación en el lugar determinado, el sacerdote bendice al pueblo con el Evangeliario y lo deposita sobre el altar. Sigue una súplica insistente en forma de peticiones y se despide a los catecúmenos.

La liturgia de los fieles se inicia con dos oraciones, dichas por el sacerdote en voz baja, salvo la doxología final, que siempre es en voz alta. Durante la primera oración, el sacerdote desdobla el corporal o antimensio53. Se abren las puertas santas del iconostasio para la gran entrada, en que el sacerdote y diácono llevan las ofrendas, ya recibidas de los fieles al comienzo de la proscomidia, desde la mesa de la prótesis al altar del santuario y en medio de la veneración de los fieles y el humo del incienso, mientras se canta el Himno de los querubines:

«Nosotros, símbolo y figura de los querubines, que cantamos el triple santo a la Trinidad, fuente de vida, despojémonos de

52 El trisagio es la pieza litúrgica más antigua de la liturgia bizantina: fue introducido en las liturgias orientales después del año 450. San Juan Damasceno refiere que ya fue cantado en el Concilio de Calcedonia. Según la tradición, había sido enseñado por los ángeles a un niño en Constantinopla bajo el episcopado de Proclo (434-446). De Oriente pasa a otras liturgias occidentales, y por fin a Roma, que lo conserva en la liturgia del viernes santo.

53 Paño de seda o lino, adornado con imágenes de Cristo, en el que se hallan encerradas reliquias de mártires. Equivale al ara latina.

todo afán temporal, pues vamos a recibir al Rey del universo, visiblemente escoltado por legiones de ángeles. Aleluya, aleluya, aleluya».

Terminado este himno y colocadas las ofrendas sobre el altar, se cierran las puertas santas del iconostasio. Se hace la letanía del ofertorio y una oración sobre las ofrendas. Concluye esta parte con el rito de la paz diciendo el sacerdote: «Paz a todos. Amémonos los unos a los otros para profesar unánimes nuestra fe, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Trinidad consustancial e indivisible». Besa las ofrendas, y el sacerdote dice al diácono (o al concelebrante): «Cristo está entre nosotros»; éste contesta: «Está y estará», mientras besa su hombro. Y como paso previo a la anáfora, se recita el Símbolo niceno-constantinopolitano sin el filioque latino.

La anáfora se inicia con una monición: «Con orden y reverencia, estemos atentos para ofrecer en paz la santa oblación»: se descubren los dones y, tras el diálogo inicial del prefacio que menciona la creación, caída y restauración del hombre, así como la asociación al coro de los ángeles, se canta el sanctus. Al relato de la institución precede una oración de alabanza a Dios, tres veces santo; no hay ostensión de las ofrendas consagradas, sino aclamación del Amén. Sigue la anámnesis o memoria de Cristo y de los acontecimientos de su misterio pascual; la epíclesis o invocación del Espíritu Santo sobre los fieles y sobre las ofrendas haciendo una comunidad eucarística; las intercesiones de los santos (entre las que se intercala un himno a la Virgen), de los difuntos, de los vivos (papa, patriarca, obispo, «de todos y de todas»), y la doxología, tras la cual se hacen unas peticiones litánicas hechas normalmente por el diácono, que sirven de introducción al padrenuestro.

La comunión está precedida de varias oraciones, de la elevación de los dones sagrados al sancta sanctis54, de la

54 Este gesto litúrgico se basa en el texto evangélico de Mt 7,6 siendo recogido por las Constituciones Apostólicas y comentado por san Juan Crisóstomo: ocupa un lugar importante en las liturgias orientales.

fracción del pan en cuatro trozos dejando caer el primero en el cáliz como conmixtión o mezcla, y de la infusión del agua caliente también en el cáliz55. Primeramente comulga el sacerdote y el diácono, luego se abren las puertas santas del iconostasio y comienza la comunión de los fieles a la monición: «Acercaos con fe, caridad y temor de Dios», mientras se canta una oración previamente recitada por el sacerdote antes de recibir la comunión:

«Invítame hoy, Hijo de Dios, a tomar parte en tu Cena sacramental; no revelaré a tus enemigos el misterio, no daré el beso de Judas; antes como el ladrón te reconozco y te suplico: Acuérdate de mi, Señor, en tu reino».

Tras la acción de gracias, en que se canta un tropario de la fiesta y se dice una oración de agradecimiento, se da la bendición por el sacerdote fuera del iconostasio, mientras el diácono purifica los vasos sagrados. La despedida menciona, además de ser una alabanza a Cristo, a María, a san Juan Crisóstomo y a todos los santos, el recuerdo o memoria del correspondiente día de la semana, según ya quedó dicho. Termina la celebración eucarística o divina Liturgia con la distribución del pan bendito o antidoron, como don sustitutivo de la eucaristía, diciendo el sacerdote a cada uno: «La bendición del Señor y su misericordia desciendan sobre ti». Después los ministros se despojan de sus vestiduras, rezando el Nunc dimittis, el trisagio y el tropario de san Juan Crisóstomo.

Hay que tener en cuenta que en la celebración de la divina Liturgia no siempre interviene un diácono, en cuyo caso habrá de tenerse en cuenta cuando oficia un solo sacerdote, y él habrá de suplirlo. El diácono en la liturgia bizantina viene a ser el gran animador de la asamblea, con sus intervenciones complementarias, con las letanías, y siempre ac-

55 Este gesto típicamente bizantino de infundir el agua caliente o zeon quiere recordar la sangre y el agua salidos del costado de Cristo (in 19,34), pero principalmente quiere significar que el beber la sangre caliente de Cristo es signo de vida.

túa como intermediario entre el santuario y el pueblo, a semejanza de los ángeles.

La divina Liturgia bizantina es presentada como la alabanza celestial en la tierra, o como la alabanza de la Iglesia que llega hasta la Jerusalén celestial. Ante la trascendencia de Dios —incomprensible, inconmensurable e inexpresable—la liturgia viene a ser la respuesta del hombre: la alabanza y la glorificación, por lo que son frecuentes las doxologías como respuesta a la teología apofática subyacente. Para los cristianos allí reunidos significa la expresión plástica de la parábola del banquete (Mt 22,1-14) en la que son invitados y a la que se responde con la vestidura de la gracia.

En el templo bizantino siempre sobresale una bóveda por encima de una o más torres. En su interior y bajo la cúpula está pintado el Cristo pantocrator o creador de todo, rodeado de ángeles y santos. Los muros igualmente contienen escenas bíblicas, que vienen a ser un catecismo plástico para quien lo contempla. Pero sobre todo es el iconostasio, todo cubierto de iconos, el elemento más llamativo en el interior de un templo bizantino.

El iconostasio es una pared que separa el santuario del resto del templo, semejando el cielo y la tierra, de la que el sacerdote es el intermediario y el diácono realiza el oficio del ángel. Todo está cargado de simbolismo. El iconostasio tiene en su parte central dos puertas, y en sus dos hojas se representa el misterio de la anunciación del Señor (el arcángel Gabriel y la Virgen María), juntamente con los signos o emblemas de los cuatro evangelistas. Estas puertas centrales están habitualmente cerradas, y son abiertas en precisos momentos de la celebración, pudiendo solamente acceder por ellas los ministros sagrados y ordenados.

La distribución del iconostasio tiene su orden, aunque no es riguroso, ya que depende de las dimensiones que tenga. En la parte baja se sitúan las puertas centrales, y en los extremos las llamadas puertas diaconales para acceder al interior del santuario: sobre ellas se representa a los arcángeles Miguel y Gabriel. A la derecha de las puertas centrales se sitúan los iconos de nuestro Señor Jesucristo y de su precursor san Juan Bautista; a la izquierda la Virgen María y el titular del templo o iglesia a quien está dedicado.

Sobre esta parte baja se sitúan: sobre las puertas centrales el icono de la última cena o de la institución de la eucaristía, y a derecha e izquierda de este icono central se sitúan los iconos representativos de las doce fiestas del Señor y de María. En otra fila superior, la tercera, se sitúa en el centro a Jesucristo sentado en su trono, y a derecha e izquierda los apóstoles. En la fila más alta, la cuarta, en el centro se representa a la Virgen María, y a su derecha e izquierda santos y profetas del Antiguo Testamento que profetizaron sobre Cristo como Enmanuel. Estas dos últimas filas no siempre están en todo iconostasio por razones de espacio. Corona el iconostasio el icono de la santa Cruz con el Cristo crucificado, teniendo a sus pies a la Virgen María y al discípulo san Juan. Contemplando el iconostasio, tenemos ante nuestros ojos la biblia iconográfica, como síntesis de toda la historia de la salvación.

La nave o cuerpo del templo bizantino se distribuye en sillerías a ambos lados, formando dos coros que alternarán en la liturgia. Ante el iconostasio está un facistol o atril de pie con el icono de la fiesta del día o del titular del templo, que los fieles devotamente besan.

En el interior del santuario se encuentra el altar, revestido de tres manteles: el más inferior lleva el nombre de los cuatro evangelistas en cada una de las esquinas del altar; sobre éste se coloca el katasarkion que envuelve el altar hasta el suelo y que simboliza el sudario con que fue envuelto el Señor; finalmente el ependysis es el mantel más vistoso, ordinariamente blanco salvo en cuaresma que es rojo, y que manifiesta la gloria de Dios. A la izquierda del altar se sitúa la mesa de la prótesis o preparación de las ofrendas, desde la que se desarrolla la proscomidia; a la derecha se revisten los ministros de sus ornamentos.

Las vestiduras litúrgicas de los ministros son: el estikerion o túnica hasta los pies, de color blanco, o rojo en la cuaresma, con mangas amplias para el diácono, y con sobremangas o epimaniquias que cierran las mangas para el sacerdote; la estola diaconal u orarion, muy adornada con cruces, llevada sobre el hombro izquierdo y a la que el diácono sostiene a veces su parte delantera con los dedos de su mano derecha; la estola sacerdotal o epitrakleion, que cuelga en sus dos partes del cuello y pasa por delante del pecho estando ambas partes unidas; el cíngulo o zoni que, como cinturón, deja fijada la estola sacerdotal y el estikerion o alba. El sacerdote usa, además, el felonio, especie de casulla, más parecida a una capa sin mangas que rodea todo el cuerpo, salvo por delante en que quedan los brazos libres para actuar. El obispo tiene, entre sus ornamentos propios, el hypogonation o antiguo delantal para no ensuciar la túnica, elemento litúrgico simplemente ornamental, además del cetro y de la corona, equivalentes del báculo y mitra latinos. Si el obispo es metropolita, usa el omoforio, equivalente al palio latino56

Todos los ornamentos descritos existen, con uno u otro estilo, en la casi totalidad de las liturgias orientales, por lo que se han descrito pormenorizadamente para tener así una visión de conjunto.

La práctica de la penitencia bizantina, semejante al de otras iglesias orientales católicas y no católicas, tiene cuatro períodos, de los que sobresale la cuaresma como tiempo especial de oración, de ayuno y abstinencia. El ayuno consiste en no ingerir nada desde el comienzo del día hasta el mediodía, es decir, desde la doce de la noche hasta las doce horas del día; la abstinencia significa la capacidad de privación y consiste en no comer carne de animales, pescados, lácteos y huevos. Todas las prácticas penitenciales han de ir acompañadas de oración y de obras de penitencia, ejercitando las virtudes y superando las tentaciones y pasiones: no se puede quedar en una penitencia exterior sino que el ayuno y la abstinencia han de ir dirigidos a la abstinencia de cometer pecados.

56 CCEO 156.

La liturgia bizantina descrita logró sobresalir por encima de cualquier otra liturgia oriental, de tal forma que se fue extendiendo por otras regiones de Oriente, tanto de los antiguos patriarcados de Alejandría y Antioquía, como en los nuevos territorios eslavos a partir de la actividad misionera y litúrgica de los santos hermanos Cirilo y Metodio. Por otra parte, el número de fieles católicos de tradición bizantina equivale al número total de católicos orientales de otras tradiciones. Esto significa que la liturgia bizantina es la más observada, tanto por la mitad de los católicos orientales como por la totalidad de los ortodoxos bizantinos. No existe en la Ortodoxia otra tradición que no sea la bizantina: no hay ortodoxos bizantinos de tradición caldea, ni ortodoxos bizantinos de tradición armenia.

La tradición bizantina está, pues, extendida en toda la Ortodoxia y en buena parte de los católicos orientales. Dentro de la influencia de Constantinopla encontramos naciones como Grecia, Albania, sur de Italia o Siria, y otras donde la influencia es eslava, como Rusia, Croacia, Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia, Hungría o Ucrania. Esto quiere indicar que la liturgia celebrada por los católicos sigue siendo la bizantina, pero debido a otras influencias sociales y culturales, y también de cercanía a la liturgia latina o romana, además de otras de tipo histórico desde su unión a Roma, la liturgia bizantina adquiere algunos matices en sus ritos, o afirmación más explícita o simbólica de alguno de ellos que, sin ser una liturgia distinta, admite algunas particularidades.

Además, hay que subrayar que a partir del Concilio de Trento surgen las Iglesias católicas de tradición bizantina, recibiendo una formación y una configuración de corte occidental, tanto en la liturgia como en las devociones. Esta situación tampoco se operó con la misma intensidad, ya que varía de unos lugares a otros. La pérdida de contacto con las fuentes litúrgicas (la vida sinodal, los centros monásticos, la teología patrística y el estudio de la propia tradición) y el aislamiento social y confesional al que se vieron obligadas las Iglesias orientales católicas bizantinas dieron pie a introducir elementos extraños o al abandono de elementos originarios. Por ello se hace necesario un estudio litúrgico a fondo, renovado, pero afianzado en su más fiel tradición57.

Entre los elementos ajenos introducidos o abandonados cabe señalar que algunas Iglesias orientales católicas de tradición bizantina han abandonado el rito de la proscomidia, se han introducido las misas privadas en perjuicio de la liturgia de los presantificados y la posibilidad de celebrar varias liturgias de la eucaristía en el mismo día y sobre el mismo altar58, se ha asimilado el ayuno eucarístico oriental desde la medianoche anterior al de la tradición latina59, se han introducido fiestas de Occidente en el calendario bizantino, como el Corpus o la Inmaculada Concepción, san José o Todos los santos60, o la administración por separado de los sacramentos de la iniciación cristiana, característica tan propiamente oriental, o las devociones occidentales del rosario, novenas, viacrucis, bendición sacramental eucarística, en perjuicio de otras devociones bizantinas, como el akhátistos o la paraklisis, o la introducción de imágenes en vez de iconos. Estas actuaciones han de mantenerse alejadas de la liturgia y piedad bizantinas.

Sin pretender ser exhaustivos, la liturgia bizantina entre los católicos orientales tiene sus variantes más sobresalientes entre los eslavos, particularmente entre los rutenos. Para los rutenos el uso del incienso no es tan frecuente, ni se usa el agua caliente, y las puertas santas del iconostasio están abiertas durante toda la celebración. Una actualización de la divina Liturgia no puede nunca ser obra de una Iglesia, católica o no católica, sino de una comisión intereclesial que, sin modernizar la liturgia bizantina, responda mejor y más claramente a su tradición original.

En general puede afirmarse que las diferentes liturgias orientales contienen unos rasgos que las caracterizan como

57 Cf OE 6; CCEO 40-41.
58
Estas prácticas, previstas en el CIC 905-906 no están contempladas por el CCEO.
59 Cf CIC 919; CCEO 707.1.
60 Sobre el número de fiestas a observar, véanse y compárense CIC 1246 y CCEO 880.3.

tales. Señalemos, en primer lugar, el hondo sentido de la trascendencia en las celebraciones litúrgicas: en ellas, y congruente con el sentido teológico oriental, se expresa el apofatismo para subrayar la grandeza de Dios y la pequeñez humana en gestos e inclinaciones, en las aclamaciones y doxologías, en el sentido del misterio que las envuelve.

Otra cualidad de las liturgias orientales radica en la concepción de que la liturgia anticipa y representa la Jerusalén celestial: la distribución del templo, separado por el iconostasio, pared o cortina, manifiesta que la liturgia es «el cielo en la tierra». La representación de multitud de santos en el iconostasio significa, además, su incorporación a la liturgia. El santuario, donde se encuentra el altar, semeja el cielo, y la nave en la que se sitúan los fieles representa la tierra: la puerta del iconostasio significa que Cristo es la puerta, mediador e intercesor entre Dios y los hombres, actuando en las personas del sacerdote y del diácono. Además, en las liturgias orientales, el cristiano celebra la gloria de Dios en la liturgia tabórica, significada en las luces, los cantos, el incienso: se siente transportado a otro mundo al participar misteriosamente en la vida divina.

Quien participa en una liturgia oriental percibirá también el carácter cristológico y pneumatológico que encierra. Cristo se hace presente entre su pueblo, desarrollando el sentido de la eclesiología eucarística y de la liturgia pneumatológica mediante la importancia que tiene la epíclesis como invocación a Dios para que envíe su Espíritu Santo en orden a completar su obra salvífica, transformado los dones presentados por el hombre en dones consagrados por el poder del Espíritu.

Todas las liturgias orientales, patrimonio de toda la Iglesia de Cristo61, manifiestan la rica diversidad cultual y la unidad de la fe celebrada; y los fieles, al participar en la celebración eucarística, encuentran la fuente de la vida eclesial y viven la comunión en una eclesiología sacramental:

61 OE 5; UR 17.

«Todos conocen también con cuánto amor los cristianos orientales realizan el culto litúrgico, principalmente la celebración eucarística, fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la gloria futura, por la cual los fieles unidos al obispo, al tener acceso a Dios Padre por medio de su Hijo, el Verbo encarnado, que padeció y fue glorificado, en la efusión del Espíritu Santo, consiguen la comunión con la Santísima Trinidad, hechos partícipes de la naturaleza divina (2Pe 1,4). Consiguientemente, por la celebración de la eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios y mediante la concelebración se manifiesta la comunión entre ellas»62.

Muchos de los elementos litúrgicos orientales han enriquecido otras liturgias de Occidente, como la ambrosiana, la hispana o la romana, que han llegado hasta nuestros días como liturgias definidas y configuradas, como lo pone de relieve el concilio Vaticano II cuando afirma que las Iglesias de Oriente poseen desde el principio un tesoro del que la Iglesia de Occidente ha tomado muchas cosas en materia litúrgica63. Sin embargo, este principio ha de ser fielmente observado y respetado por los ministros, celebrando la liturgia en su propio rito64; ellos son dispensadores o administradores, no dueños de las liturgias para integrar elementos de unas o de otras como si pudieran disponer a su antojo: «Nadie, aunque sea sacerdote, debe añadir, quitar o cambiar nada en la liturgia por iniciativa propia»65

Las Iglesias orientales católicas, que muchas veces conviven en un mismo territorio y celebran sus liturgias propias aunque diferentes, también han de observar estos principios, incluso en el caso de la concelebraciónó6. Cuando estos principios no son correctamente observados, se cae en el sincretismo y se perjudica al ecumenismo, tarea de especial misión para las Iglesias orientales católicas, hermanas de las ortodoxas, como lo pone de relieve el común patrimonio litúrgico.

62 UR 15.
63 UR 14.
64
CIC 846.2 y CCEO 674.2.
65 SC 22.3. Cf CIC 387.1 y 388.1.
66 CCEO 701.

La pluralidad de liturgias de una misma eucaristía ha conocido a lo largo de los siglos diferentes lenguajes y fórmulas que expresan la diversidad de una fe celebrada67. Esta es la riqueza de la Iglesia: en su variedad litúrgica reside la complementación de unas liturgias con otras, y al mismo tiempo todas ellas completan el patrimonio litúrgico que la Iglesia, como depositaria, trata de custodiar diligentemente.


2.
La teología

La misma fe, los mismos sacramentos y el mismo gobierno ejercido en la caridad mantienen a los fieles católicos, orientales y occidentales, en la comunión de la santa Iglesia católica. Esta gran unidad confesante, solemnemente proclamada, ha de ser igualmente normativa vinculante68.

En el apartado anterior dedicado a la liturgia, y especialmente a la liturgia de la eucaristía en las distintas Iglesias orientales católicas, se ponía de relieve cómo las diferentes liturgias son expresión legítima y variada de una misma eucaristía que se celebra y en la que se cree, por ser válida en cada una de las Iglesias orientales.

En el presente apartado dedicado a la teología o al patrimonio teológico de todas las iglesias locales que forman y conforman la Iglesia católica, sean de Occidente o de Oriente, la expresión teológica ciertamente es diferente, porque desde distintos caminos se explica la misma fe a confesar: «La herencia transmitida por los apóstoles fue recibida de diferentes formas y maneras, y por ello, desde los mismos comienzos de la Iglesia, se desarrolló de modo distinto en uno y otro lugar por causa tanto de la diversidad de mentalidad como de las condiciones de vida»69.

67 COMISIÓN MIXTA PARA EL DIÁLOGO TEOLÓGICO ENTRE LA IGLESIA CATÓLICA Y LA IGLESIA ORTODOXA, Fe, sacramentos y unidad de la Iglesia, n. 19: A. GoNZÁLEZ MONTES, Enchiridion Oecumenicum II, Salamanca 1993, 302.

68 LG 14; CIC 205; CCEO 8.

69 UR 14.

El decreto sobre el ecumenismo comienza señalando la claridad en la exposición de la doctrina, de tal manera que, dadas las distintas mentalidades, a todos se haga comprensible sin abdicar de la profundidad y exactitud tanto en el fondo como en la forma:

«El modo y el sistema de expresar la fe católica no deben convertirse de ninguna manera en un obstáculo para el diálogo con los hermanos. Es del todo necesario que se exponga claramente la doctrina. No hay nada tan ajeno al ecumenismo como ese falso irenismo que daña la pureza de la doctrina católica y oscurece su sentido genuino y cierto. Al mismo tiempo, la fe católica debe ser explicada con mayor profundidad y exactitud, con una forma y un lenguaje que los hermanos separados puedan comprender rectamente»70.

70 UR11

Estas palabras tan clarificadoras no siempre fueron llevadas a la práctica. Las discusiones, y en menor medida los diálogos habidos entre Oriente y Occidente, se revelaron ineficaces y hasta antagónicos cuando se desconocía la distinta forma de ser y de pensar de unos y de otros, el lenguaje y hasta el peso de la historia. Los diálogos teológicos entre la Iglesia católica y la Ortodoxia, actualmente en curso, revelan una nueva forma de entendimiento, basada en el diálogo entre expertos, que revise las expresiones, de tal forma que sean comprensibles a la otra parte.

En un segundo momento, el decreto sobre el ecumenismo se detiene en la diversa exposición de la teología, seguida en Oriente y Occidente:

«Lo que antes hemos dicho acerca de la legítima diversidad nos es grato declararlo de igual modo acerca de la diversa formulación teológica de las doctrinas. En efecto, en Oriente y Occidente se han seguido diversos pasos y métodos en la investigación de la verdad revelada para conocer y confesar lo divino. No hay que admirarse, pues, de que a veces unos hayan captado mejor que otros y expongan con mayor claridad algunos aspectos del misterio revelado, de manera que hay que reconocer que con frecuencia las varias fórmulas teológicas, más que oponerse, se complementan entre sí»71.

71 UR 17.

La distinta comprensión teológica no afecta a la unidad de la fe: más bien expresa las riquezas de la fe, captadas de manera distinta por unos y por otros, y así han de entenderse como complementarias y no antagónicas, porque están en referencia directa a la misma y única fe de la Iglesia, y de ella derivan formando una diversidad o variedad, legítima y a la vez necesaria.

También en la reflexión teológica ha de ponerse de manifiesto la variedad, cuando se ofrece y se presenta a otros cristianos, a otras Iglesias. Esa variedad siempre será enriquecedora, tanto para quien la ofrece como para quien la recibe, aunque a veces pueda originar tensiones debido a los malentendidos, a la no profundización en las verdades de fe o incluso a la creencia exclusiva de estar en posesión de toda la verdad revelada.

2.1. El conocimiento de Dios

El conocimiento que el hombre tiene de Dios se basa en la revelación divina: Dios se manifiesta a través de obras y palabras intrínsecamente ligadas entre sí, para que el hombre alcance la verdad profunda de Dios y su designio salvífico en Cristo, plenitud de toda revelación.

Todas las disposiciones divinas decididas en la eternidad y realizadas en el tiempo con vistas a la salvación del hombre definen la «economía salvífica» (Ef 1,10), término utilizado por los santos Padres y frecuentemente en la teología católica (DV 2,4 y 14). La teología oriental es akribeia (exactitud, fidelidad) en la formulación de la fe u ortodoxia; en cambio es económica o condescendiente en la práctica de la fe u ortopraxia: ambos conceptos son necesarios de cara al ecumenismo, y por lo mismo complementarios72.

El ser humano es capaz de Dios, puede acceder a Él. Y Dios no cesa de atraernos hacia sí, respetando la libertad humana. Se da, por tanto, una doble actitud: por parte de Dios encontramos una apertura o manifestación de su designio; por parte del hombre se da la respuesta a la revelación en actitud de acogida. El hombre puede conocer con certeza a Dios con su razón a partir de las cosas creadas, pero necesita de la revelación para que las conozca sin dificultad, con certeza firme y sin error, tal como enseña el Magisterio de la Iglesia73.

El conocimiento que el hombre tiene de Dios es limitado hasta que no le contemple «cara a cara». Mientras tanto, al no tener un conocimiento perfecto y total de Dios, nuestras palabras y conceptos son limitados también. Sólo podemos conocerle a partir de las criaturas, porque todas ellas poseen una cierta semejanza con Dios.

Nuestro lenguaje acerca de Dios ha de expresarse por medio de imágenes y analogías, pero Dios escapa y supera nuestras palabras y conceptos humanos. «Nosotros no podemos captar de Dios lo que El es sino solamente lo que no es y cómo los otros seres se sitúan en relación a El»74. Surgen así dos caminos de acceso a Dios: la teología apofática y la teología catafática75.

La teología apofática o teología negativa significa aquella vía de acceso a Dios por medio de negaciones: no se pueden referir a Dios los atributos sacados del mundo sensible e inteligible para acercarse a El. Dios siempre está más

72 Cf P. LANGA, El principio de economía eclesiástica en la Iglesia ortodoxa, PE 3 (1986) 9-20; La noción de economía en los santos Padres, Religión y cultura 31/145 (1985) 129-152; D. SALACHAS, Oikonomia e Akribeia nella ortodossia greca odierna, Nicolaus 4 (1976) 301-338.

73 CONCILIO VATICANO I, constitución dogmática de fe católica Dei Filius, Dz 1785-1786; CONCILIO VATICANO II, DV 6.

74 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa contra gentiles 1,30.

75 Apofatismo procede del griego apofasis, negación; y también catafatismo, de catafasis, afirmación.

allá de nuestros razonamientos y por tanto trasciende nuestros conocimientos y conceptos.

La teología apofática es característica de las tradiciones orientales, pero no es exclusiva de ellas, pues también se encuentra en Occidente el apofatismo en el maestro Eckhart (1260-1327), en los místicos españoles del siglo XVI, o en Nicolás de Cusa (1401-1464), quien describe nuestro conocimiento de Dios como «docta ignorancia». El apofatismo como reflexión teológica subraya más la trascendencia de Dios. Pero no significa ni quiere expresar que es imposible conocer a Dios, ya que esta afirmación iría contra la revelación y la enseñanza del magisterio: quiere indicar que el cristianismo no puede ser reducido a una filosofía que especule con conceptos abstractos, sino que ante todo es una comunión con Dios. El apofatismo se manifestará en las liturgias orientales en no pocos troparios y doxologías, así como en sus oraciones de hondo contenido bíblico76.

Los textos bíblicos en que se apoya esta tradición teológica oriental se hacen derivar de un texto clave del Antiguo Testamento: «No podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo», dice Dios a Moisés, que permanece oculto y metido en un agujero de la roca; cuando Dios levanta su mano, Moisés lo ve de espaldas, sin haber podido ver su cara (Ex 33,20-23). Cuando se dice que se ha visto a Dios cara a cara, se quiere expresar un encuentro personal con Dios, aunque siempre envuelto en el misterio77.

El Nuevo Testamento explicita más los contenidos de la teología apofática. En el prólogo del cuarto evangelio se afirma que «a Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer» (In 1,18), e idéntica expresión también se contiene en lJn 4,12. También san Pablo afirma de Dios que «es el único que posee la inmortalidad y habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver»

76 T. MOLDOVAN, Los hermanos en oración. Oraciones sacramentales de la Iglesia ortodoxa, Madrid 1994.

77 Cf Gin 32,24-30; Ex 33,11; Dt 34,10.

(1Tim 6,16). Esta trascendencia de Dios se manifiesta en los escritos paulinos por medio de atributos desconceptualizados por el alfa privativa: aóratos (invisible, Rom 1,20), árretos (indecible, 2Cor 12,4), anexereúnetos (inescrutable, Rom 11,33), apróxitos (inaccesible, 1Tim 6,16).

También encontramos en los escritos de los santos Padres las vías afirmativa y negativa para conocer a Dios.

Fue Eunomio, obispo de Cizico (+ 194?) quien afirmaba que podíamos conocer a Dios como nosotros somos conocidos por El. Fue refutado por san Basilio, san Juan Crisóstomo y san Gregorio Niseno, quienes subrayaban la infinitud y majestad de Dios, que el hombre jamás puede conocer en su plenitud ni sondear los misterios divinos. Quieren afirmar los Padres capadocios que la experiencia de Dios se adquiere por la mística y no por la razón, que el Dios revelado es totalmente distinto, absolutamente gratuito y trinitario. Se insiste en la inefabilidad de Dios: dicen lo que Dios no es para afirmar a sensu contrario lo que es y cómo se le puede alcanzar.

La culminación del apofatismo llega con Dionisio Areopagita, personaje mencionado en He 17,34 y misterioso autor de un conjunto de escritos, denominado Corpus Dionysiacum. Durante la Edad media se creyó que su autor era este discípulo de san Pablo y primer obispo de París: hoy estos escritos hay que situarlos a finales del siglo V o principios del VI, y su autor parece ser un cristiano ateniense que escoge este pseudónimo (hecho muy corriente en la época, sobre todo para dar mayor autoridad a los escritos) y se califica a sí mismo como obispo de Atenas. Su identidad es, pues, incierta, por cuanto es denominado como Dionisio pseudo-Areopagita. Su mérito está en ofrecer dos caminos teológicos posibles que no se contradicen.

La teología catafática, en Dionisio pseudo-Areopagita, procede por afirmaciones y consigue un cierto conocimiento de Dios, aunque imperfecto; la teología apofática procede por negaciones y conduce a una ignorancia perfecta, única forma que es conforme con la naturaleza incognoscible de Dios. Así, la teología positiva o catafática atribuye a Dios todas las propiedades, y la teología negativa o apofática niega al primer principio cualquier posible atributo. Estas dos vías de acceso a Dios no se contradicen porque, mientras la vía apofática considera la trascendencia de Dios y subraya su diferencia con los seres, la vía catafática considera a Dios como la causa de todos los seres. En la vía apofática se llega desde los seres al primer principio, a Dios; en la vía catafática es a la inversa: desde la divinidad se llega a los seres. Y así, ambos métodos explican cómo la divinidad carece de nombres y al mismo tiempo es objeto de todos los nombres posibles. Fue Dionisio pseudo-Areopagita un adelantado del ecumenismo en cuanto a la diversidad de métodos teológicos.

La vía negativa o apofatismo influyó en la tradición oriental cuando Dionisio pseudo-Areopagita la considera como el método más adecuado. Este pensamiento recorrerá la Patrística hasta llegar a Gregorio Palamas +1360), para quien el conocimiento de Dios se adquiere por la experiencia mística, a ejemplo de Moisés en el Sinaí, o los apóstoles en el Tabor, o san Esteban (He 7,55-56). El palamismo llegará a ser una doctrina fundada en el hesicasmo (entrega a la oración durante cinco días a la semana en paz y quietud —hesychia— para participar en la vida común y litúrgica el sábado y el domingo) y en la teología apofática78. No se trata, afirma Lossky, de hacer del apofatismo una teología del éxtasis, sino que es una disposición del Espíritu rechazando la formulación de conceptos sobre Dios79.

La teología catafática, propia de la tradición occidental, es el procedimiento teológico por el que se refieren a Dios los conceptos relativos a los nombres con los que se le indica, sacados de los seres creados por Dios, pero nunca pue-

78 El Sínodo constantinopolitano de 1351 confiere a la doctrina palamítica el rango de oficial en la Ortodoxia, de tal forma que los elegidos obispos, antes de ser ordenados, han de hacer profesión en el palamismo. En 1767 la Iglesia ortodoxa rusa quitó toda mención de los sínodos palamitas, aunque mantuvo la fiesta de san Gregorio Palamas.

79 V. LossKY, Teología mística de la Iglesia de Oriente, Barcelona 1982, 36.

den expresar adecuadamente su naturaleza. Es frecuente el recurso a la analogía, porque logra expresar de forma más positiva el misterio de Dios.

Durante la Edad media se desarrolló la teología catafática en Occidente, recurriendo a los atributos de Dios. Según Boecio no es necesario demostrar que el supremo bien es Dios puesto que la idea que de El tenemos coincide con el ser que sólo es pensable como el mejor. Para la razón, Dios tiene que poseer el bien más alto y más perfecto. Sin embargo, la Escolástica tratará más de la existencia de Dios que de su conocimiento.

La analogía es el camino para conocer a Dios: expresa la diferencia existente entre Dios y las criaturas. La Escolástica contribuirá como método teológico a una sistematización progresiva de la fe que busca hacerse entender (fides quaerens intellectum) según san Anselmo (1033-1109). Para ello se servirá del aristotelismo, que prestará a la Escolástica el método silogístico-racional, capaz de llevar lo que se cree a la razón. Por ello puede definirse a la Escolástica como el intento cristiano de conferir un carácter científico a la fe y de presentarla dentro de un todo unitario que le da sentido. Todo cuanto se afirme de Dios serán conceptos y atributos.

Estos dos métodos o vías de conocimiento de Dios, que en la Edad media se vieron enfrentados como consecuencia de la separación entre Oriente y Occidente, y representados por dos mentalidades distintas a la par que opuestas, hoy se han revelado como más complementarias y retornan al patrimonio común, representado por Dionisio pseudo-Areopagita, personaje común al milenio de la Iglesia indivisa. Actualmente teólogos ortodoxos, como P. Evdokimov o el rumano D. Staniloae, tampoco ven oposición dogmática entre ambas teologías o ambos conocimientos sobre Dios: el racional o catafático y el místico o apofático no se excluyen sino que se complementan: quien tiene un conocimiento racional de Dios lo complementa con el apofático, y quien tiene experiencia apofática la puede expresar con formulaciones del conocimiento racional si quiere.

Aún reconociendo la validez de las dos vías de acceso al conocimiento de Dios, representadas por las teologías apofática y catafática, que no se contradicen y siempre se complementan por revelarse incompletas, la teología bizantina se ve mejor representada en el apofatismo del que recibió más influencia, y la teología escolástica prefirió el catafatismo como mejor forma de acceder a Dios. Este ejemplo de dos formas de hacer teología es altamente significativo: propuesto durante el primer milenio de la Iglesia indivisa es nuevamente propuesto tanto por teólogos actuales como por el Magisterio de la Iglesia, ya que «hay que reconocer que con frecuencia las diversas fórmulas teológicas, más que opuestas, son complementarias entre sí»80.

2.2. La Trinidad

La fe de la Iglesia católica fue explicitándose durante el primer milenio en la celebración de los concilios ecuménicos habidos todos en Oriente. Eran convocados por el emperador, con la concurrencia más o menos numerosa de obispos, pero siempre aceptados por la Iglesia de Roma, que se hacía presente y enviaba sus legados. Tenían una doble función: diálogo y definición de cuestiones dogmáticas, canónicas, litúrgicas, morales o disciplinares.

En el campo dogmático, la fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo se va a ir desarrollando y exponiendo como fe ortodoxa, y al mismo tiempo se va matizando frente a interpretaciones heterodoxas. Las herejías han servido así de acicate a la formulación dogmática y a la proclamación de la fe en los distintos credos. Todos ellos mantienen una estructura trinitaria, aunque en determinadas ocasiones se haya desarrollado una determinada parte del credo o se haya añadido alguna explicación que era considerada como necesaria en aquel momento.

El Concilio de Nicea vino a significar en el año 325 la afirmación de la divinidad de Jesucristo frente a la posición

80 UR 17.

arriana: el primer credo conciliar se formula sobre la necesaria estructura trinitaria, pero esto no significa que aspectos desarrollados no sean ulteriormente renovados: así ocurre que en la formulación dogmática se desarrolle el engendramiento del Hijo afirmando la consustancialidad con el Padre frente al arrianismo81.

Años después, el Concilio I de Constantinopla (año 381) completa la pneumatología que en Nicea había sido mencionada y que ahora era negada por los macedonianos, colocando al Espíritu Santo como criatura intermedia o como un ser de naturaleza no divina, inferior a Dios pero superior al hombre. Es en este concilio cuando se introducen cinco afirmaciones de carácter bíblico-litúrgico sobre el Espíritu Santo82.

La doctrina sobre el Espíritu Santo se reveló poco después controvertida en relación con el término latino del Filioque, dando lugar a agrias polémicas todavía no superadas, tanto desde el punto de vista canónico o su inclusión, como desde el punto de vista teológico o su adición.

La introducción del Filioque en el Credo nicenoconstantinopolitano, símbolo de la unidad en la fe tanto en Oriente como en Occidente, elaborado en los primeros siglos de la Iglesia indivisa, ha sido una cuestión que ha separado aún más a la Iglesia cuando se han absolutizado distintas posiciones teológicas. En el apartado anterior se señalaba la legítima variedad, dada la distinta mentalidad existente entre Oriente y Occidente. Muchos siglos de discusión alimentaron incomprensión; ahora la comprensión ha de ser fomentada por el diálogo en claridad y profundidad, mostrando a la otra parte el hacerse comprender y aportando el enriquecimiento de las razones.

81 COD 5.
82 El Espíritu Santo es dominum, al igual que Cristo; vivificatorem, como vivificador de la vida bautismal y creador de vida entera; ex Patre procedentem, que procediendo del Padre es de su misma condición divina;
cum Patre et Filio coadorandum er conglorificandum indican su puesto en la liturgia para reforzar aún más la divinidad. La locución por los profetas parece no referirse tanto al profetismo carismático del momento cuanto a la actuación del Espíritu Santo en la inspiración de las Escrituras (COD 24).

Con exactitud no se sabe en qué momento surge el Filioque como fórmula, que indicaba la procedencia del Espíritu Santo tanto del Padre como del Hijo. Pero ciertamente el Filioque se encontraba en el Símbolo Quicumque o atanasiano (Dz 39) y a partir del Concilio III de Toledo del año 589. El principal mentor fue san Agustín de Hipona (354-430), en el sentido de haber sintetizado distintos elementos sobre la procedencia o procesión del Espíritu Santo en la tradición latina: «No podemos decir que el Espíritu Santo no procede del Hijo (a Filio non procedat), pues el Espíritu Santo es presentado (en el Nuevo Testamento, Jn 15,26) como Espíritu del Padre y Espíritu del Hijo»83. «Todo lo que tiene el Hijo lo tiene el Padre, por eso procede el Espíritu Santo principaliter del Padre»84. La fórmula del Filioque no tardó en extenderse, desde España a las Galias, pero sin ser introducida en el Símbolo, aunque no tardó en hacerlo.

La introducción del Filioque en el Símbolo nicenoconstantinopolitano se decidió en el sínodo de Braga del año 675, fue acogida la decisión por Carlomagno, pero tal decisión no fue aceptada por el papa León III (795-816), quien veía en este gesto algo esencial a la fe ortodoxa: no sólo no lo hizo, sino que mandó grabar en dos placas metálicas el Símbolo en latín y griego, como si de dos tablas de la alianza se tratara. El Filioque se introducirá en la liturgia romana en el año 1014 con ocasión de la coronación de Enrique II y a petición de éste.

Entre tanto, Oriente seguía el desarrollo que Occidente hacía del Filioque, mientras se perfilaban mejor las tradiciones griega y latina sobre la procedencia del Espíritu Santo. Ambas tradiciones partían del texto evangélico de Jn 15,26, y cada una lo formulaba según la teología subyacente y sin tenerse en cuenta una y otra tradición. El problema debatido era doble: el canónico y el teológico.

Los orientales siempre han sostenido que al Símbolo niceno-constantinopolitano no se le podía introducir o añadir

83 SAN AGUSTÍN, De Trinitate IV 20,29.
84 Ib, XV 25,47.

otra fe, y para ello recurrían a la disposición del Concilio de Efeso85. Con idéntica opinión la Iglesia católica también reconoce el valor normativo e irrevocable del Símbolo formulado en griego el año 381. También es verdad que semejante disposición efesina del año 431 sólo era referible al Concilio 1 de Nicea, tal como afirma la disposición, y no al Concilio I de Constantinopla, que fue recibido como ecuménico el año 451 en el Concilio de Calcedonia86. Sea lo que fuere, para los orientales la autoridad en materia dogmática para toda la Iglesia era el concilio ecuménico y no un sínodo particular, según la concepción eclesial del momento —primer milenio—. Para los latinos, la autoridad provenía del papa según la mentalidad medieval, pero semejante concepción ya pertenece a los inicios del segundo milenio.

La cuestión canónica sobre la inserción del Filioque en el Símbolo de la fe se fundamenta en su autoridad doctrinal: el concilio ecuménico y el papa. Ambas tradiciones han de conjugarse en este punto concreto, puesto que la autoridad en la Iglesia no es monárquica ni democrática, sino jerárquica y ejercida en comunión87.

La postura ortodoxa es firme: el Filioque ha de ser suprimido del Símbolo, y así lo han pedido a los veterocatólicos y anglicanos, más cercanos o más sensibles que el protestantismo a la Iglesia indivisa. Los veterocatólicos ya lo han suprimido88, aunque todavía no lo han hecho oficialmente

85 His igitur recitatis decrevit sancta Synodus aliam fidem nulli licere proferre vel conscribere vel componere praeter illam quae definita est a sanctis patribus qui Nicaeam per Spiritum Sanctum convenerunt... (Concilio de Efeso, c. 7: COD 65).

86 CONCILIO DE CALCEDONIA, Horos (COD 84).

87 LG 22; CIC 331 y 336; CCEO 43 y 49.

88 «Sobre el Espíritu Santo en particular enseñan la Sagrada Escritura (Jn 15,26), el II Concilio ecuménico en el símbolo niceno-constantinopolitano y en general la Iglesia antigua que procede del Padre, fuente y origen de la divinidad. Su eterna procesión únicamente del Padre hay que distinguirla de su revelación en el tiempo y de su envío al mundo, que tiene lugar a través del Hijo. Si entendemos la procesión del Espíritu Santo en el sentido de su ser y procesión eternos y sin principio, entonces confesamos la procesión sólo del Padre, y no también del Hijo. Pero si la comprendemos en el sentido de la procesión del Espíritu Santo en el tiempo y de su envío al mundo, entonces confesamos la procesión a partir del Padre a través del Hijo o también de Ios dos. En este sentido se dice en la carta de fe de la Conferencia Episcopal Veterocatólica Internacional del año 1969: Rechazamos... firmemente el añadido del Filioque que fue creado en Occidente durante el siglo XI, sin reconocimiento por parte de ningún concilio ecuménico. Este rechazo no se refiere solamente a la forma no canónica del añadido, aunque esta forma representa una falta contra el amor como vínculo de la unidad. Rechazamos, más bien, toda doctrina teológica que convierte al Hijo en la causa del Espíritu» (COMISIÓN TEOLÓGICA MIXTA ORTODOXA-VETEROCATÓLICA, La Santísima Trinidad, Chambésy, 20-28 de agosto de 1975: Diálogo ecuménico 20 [1985] 97-98).

los anglicanos, pero lo han prometido. Para los católicos de las tradiciones orientales, el papa Benedicto XIV en 1742 les ha dispensado del uso del Filioque. E incluso, en las visitas a Roma de los patriarcas ecuménicos de Constantinopla se ha cantado el Credo sin el Filioque, pero esto ha de ser interpretado como una atención ecuménica que no compromete la fe, ya que se trata de una formulación teológica.

Más importante es el contenido dado al Filioque o la cuestión teológica: ¿se trata de otra fe distinta y contraria, que sería una herejía, o se trata de una formulación?

Tal como se ha visto, el mundo oriental no aceptó tal introducción, y además la consideró generalmente herética. No todos los orientales sostenían que fuera una herejía: cuando el metropolita de Efeso Marcos Eugénicos en el Concilio de Florencia calificó de herejes a los latinos por la adición, tal opinión no fue compartida por el resto de los miembros de la representación griega; incluso en la actualidad hay opiniones distintas entre los ortodoxos: mientras unos afirman que el Filioque es un theologumenon (afirmación u opinión distinta del dogma) como S. Boulgakov, P. Evdokimov o L. Voronov, otros son contrarios.

Los orientales han venido sosteniendo la monarquía del Padre, y afirman que el Espíritu Santo procede del Padre por el Hijo (per Filium). Se trata de una concepción «lineal». Los latinos ponen de relieve la consustancialidad entre el Padre y el Hijo, y afirman que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (Filioque). Se trata en este caso de una concepción «triangular». Una y otra concepción no se excluyen, sino que se complementan. No se trata de introducir otra fe, sino de explicitar la fe con una adición teológica.

Sin embargo, en las discusiones se enfrentaron cada vez más y se opusieron las distintas formas de reflexión teológica. El Filioque comienza a ser censurado por Focio, quien sostiene que el Espíritu Santo procede sólo del Padre, acentuando la monarquía. También en la tradición latina se subraya la monarquía, ya que para san Agustín el Espíritu Santo procede del Padre principaliter. «En este sentido las dos tradiciones reconocen que la monarquía del Padre implica que el Padre sea la única causa trinitaria (aitía) o principio (principium) del Hijo y del Espíritu Santo»89.

Para Occidente, el Filioque expresa —sin olvidar la monarquía del Padre— la consustancialidad: el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre, y de ambos procede el Espíritu Santo. Ya san Máximo el Confesor (662) sintetizaba las posiciones capadocia y alejandrino-latina sobre el origen del Espíritu Santo: el Padre es el único principio sin principio del Hijo y del Espíritu Santo (monarquía), y el Padre y el Hijo son fuente consustancial de la procesión del Espíritu Santo (consustancialidad). El Filioque manifiesta la comunión consustancial del Padre y del Hijo.

Los Concilios de Lyon (1274) y Florencia (1439) trataron de la procesión del Espíritu Santo. El primero confesó que «el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo no como de dos principios sino como de un solo principio»90. El segundo confesó «que el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo como de un solo principio», y añadió además: «Aparte de esto, definimos que la adición de la palabra Filioque que fue puesta en el Símbolo legítimamente y con razón, para esclarecer la verdad y por una necesidad que urgía en aquel tiempo»91. El Filioque no es sino una adición teológica, justificándose su uso en la

89 L'Osservatore Romano (1996) 21-22: «Las tradiciones griega y latina con respecto a la procesión del Espíritu Santo».

90 Concilio II de Lyon, COD 314.

91 CONCILIO DE FLORENCIA, bula Laetentur coeli, COD 526-527.

liturgia latina, ya que «ninguna profesión de fe propia de una tradición litúrgica particular puede contradecir la fe enseñada y profesada por la Iglesia indivisa»92. El uso del Filioque para las Iglesias griegas (de tradición bizantina) e incluso de rito latino en que se emplea el griego (o latinas presentes entre la tradición bizantina) es rechazado por la Iglesia católica93

«Para la Iglesia católica la tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del Padre con relación al Espíritu Santo. La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consustancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo. Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado»94. Este reconocimiento legítimo de ambas tradiciones todavía no ha alcanzado la convergencia entre Oriente y Occidente en este punto. Son dos formas de presentar al Espíritu Santo en el misterio trinitario.


2.3. La concepción eclesiológica

Las Iglesias orientales católicas, que participan de las tradiciones orientales y que están, por ello, más en contacto permanente con otras Iglesias orientales ortodoxas, bizantinas o precalcedonenses, han aportado al Concilio Vaticano II, juntamente con observadores orientales no católicos, una particular visión eclesiológica que ha enriquecido notablemente toda la eclesiología católica.

Trataremos de algunos aspectos o puntos concretos, algunos ya formando parte y aceptados como tales en toda la Iglesia católica. Otros aspectos todavía necesitan ulterior estudio por parte de católicos y ortodoxos, y en este sentido

92 «Las tradiciones griega y latina con respecto a la procesión del Espíritu Santo», 21.
93 Ib.
94 CEC 248.

los católicos orientales pueden aportar la especial luz oriental: la promoción de la unidad en todo el Oriente.

El desarrollo de la eclesiología durante el primer milenio no fue fácil. La precisión de la fe llevada a cabo en los primeros concilios ecuménicos ocasionó las primeras escisiones en aquella Iglesia, una, santa, católica y apostólica que se profesaba en el Símbolo niceno-constantinopolitano: algunas han llegado hasta nuestros días (nestorianos y monofisitas), aunque en nuestros días hay que afirmar el avance en el diálogo teológico con estas Iglesias, hecho que pone en evidencia cómo hubo muchos factores que incidieron en la separación. Otras escisiones de aquellos primeros concilios (arrianos y macedonianos o pneumatómacos) no rebasaron el siglo VII.

Durante el primer milenio la Iglesia católica era concebida como una comunión de fieles y pastores: la Sede romana presidía la pentarquía o colegio patriarcal compuesto por los obispos de Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén. El obispo de Roma ejercía además una especial autoridad siempre reconocida: se le invocaba cuando surgía alguna disensión, presidía o reconocía los concilios celebrados, servía como punto de referencia para la ortodoxia de la fe, y estaba presente en la mención de los dípticos en que se conmemora al obispo de Roma en todas las liturgias de la eucaristía. La comunión eclesial era manifestada también en la comunión eucarística, y la concelebración de la eucaristía en torno al mismo y único altar manifestaba la unidad de la Iglesia católica y la comunión entre todas ellas.

Desgraciadamente la ruptura de la comunión eclesial entre los cuatro patriarcados orientales y la Sede romana ocasionó la ruptura de la comunión sacramental en la misma eucaristía. Desde entonces cada Iglesia la celebra por separado, aunque es consciente cada Iglesia de la validez de la eucaristía de las otras: «Mas como en estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la eucaristía, con los que se unen aún con nosotros con vínculo estrechísimo, no sólo es posible, sino que también se aconseja alguna comunicación con ellas en las cosas sagradas, dadas las circunstancias oportunas y con la aprobación de la autoridad eclesiástica»95. Oriente perdió su principal punto de referencia y unión con todo el cristianismo de Occidente, y Occidente fue oscureciendo aspectos eclesiológicos y canónicos de las tradiciones orientales. Con la separación nadie ganó: cada Iglesia desarrollará aspectos eclesiológicos no conocidos o no aceptados por la otra parte, creciendo el confesionalismo, olvidando los muchos puntos comunes y resaltando las diferencias, muchas veces dándoles una justificación teológica96

Así como durante el primer milenio se formularon distintos aspectos teológicos con los que se explicaba el misterio de Dios y de la Trinidad, aspectos que ahora se han revelado como complementarios y enriquecedores, la eclesiología de Oriente y Occidente se desarrolló en el segundo milenio sin mutuas referencias y en oposición: lo que una parte de la Iglesia afirmaba, la otra parte lo ignoraba o afirmaba lo contrario. No existía diálogo ni se sentía con el mismo corazón. Eran Iglesias hermanas que no se habían descubierto como tales y que necesitan respirar —en frase feliz del papa Juan Pablo II— con dos pulmones97.

9s UR 15.

96 En el Concilio de Calcedonia se afirma la fe ortodoxa de la Iglesia católica. La Iglesia se mostraba católica y ortodoxa a la vez, en su manifestación externa por su vocación ecuménica y católica, y en su vivencia interna por la ortodoxia de la fe cristiana a defender y profesar. Con la separación de la única Iglesia católica y ortodoxa, los patriarcados orientales se dedicarán preferentemente a defender la ortodoxia de la fe frente al Islam y a profesarla en la intimidad de la liturgia, y la Sede romana desarrollará más la catolicidad en la evangelización y en la misión ad extra. Ambas visiones se absolutizarán con la separación, y servirán de identificación a la Iglesia, denominada en Oriente como Iglesia ortodoxa, y en Occidente como Iglesia católica.

97 Esta expresión aparece en varios documentos del pontificado de JUAN PABLO II. Solamente señalamos los tres más representativos: las cartas encíclicas Redemptoris Mater, n. 34 y Ut unum sint, n. 54, y la constitución apostólica Sacri canones por la que se promulga el CCEO: en este texto utiliza, además de la comparación de los dos pulmones, los dos ventrículos.

La primera consecuencia de la separación a partir del año 1054 fue una nueva configuración de la eclesiología. Se desarrollará en Occidente una visión monárquica del Primado como consecuencia de haber quedado el Patriarcado de Occidente en Roma aislado del conjunto de los patriarcados orientales, y en consecuencia se olvidará el sentido de comunión en la Iglesia, que retorna el concilio Vaticano II al exponer el misterio de la Iglesia. La teología del Primado romano se construye sobre la base de los tres primados (el apostólico, el patriarcal y el metropolitano) que confluirán en el papado como culmen de toda potestad98. Añádase a ésto la teoría de las dos espadas (los poderes temporal y espiritual), así como las dos potestades, de orden y de jurisdicción, que tienen sus exponentes en los papas Gregorio VII (1073-1085) y Bonifacio VIII (1295-1303). Esta visión del papado ha ido influyendo negativamente en todo el mundo oriental. Se hace necesario buscar el equilibrio en esta importante y necesaria función, para bien de toda la Iglesia, del primado del obispo de Roma, como el papa Juan Pablo II, insistente y solemnemente, ha pedido99.

Gracias a la celebración conciliar del Vaticano II, a la nueva actitud de diálogo fraterno y sincero que ha propiciado, a la participación y aportación del mundo oriental, en los obispos católicos orientales como miembros y en los ortodoxos como invitados, se han ido recuperando muchos aspectos eclesiológicos que se han conservado mejor en las tradiciones orientales.

Se ha descubierto el profundo sentido de la Iglesia como misterio o sacramento universal de salvación (LG 1), obra e imagen de la Santísima Trinidad que identifica mejor el ser de la Iglesia como pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu100 y se ha superado la concepción de la Iglesia como sociedad perfecta, imperante en los últimos siglos,

98 J. M. R. TILLARD, El obispo de Roma. Estudio sobre el papado, Santander 1986, 72.
99 UUS 88-96.
100 LG 2-4 y 17 in fine; GS 1; PO 1; AG 2-4; UR 2.

en que se ponía a Cristo más como fundador que como fundamento, en la que la jerarquía era piramidal y no colegial, en que se subrayaba la cristología y se oscurecía la pneumatología. Todo esto no significa desprecio o infravaloración de la jerarquía o de la sociedad eclesial, pero son aspectos derivados del misterio de la Iglesia: porque es comunión, es sociedad, y en comunión jerárquica se sirve al pueblo de Dios. Donde hay comunión, no hay juridicismo ni uniformidad, sino participación de todos los fieles en la vida eclesial. En este sentido las Iglesias orientales católicas aportan el testimonio de la sinodalidad, al igual que las ortodoxas, en toda la organización eclesial que más tarde se analizará.

Durante la Edad media, Oriente y Occidente seguirán una trayectoria distinta. La reforma gregoriana, expuesta en los Dictatus papae de Gregorio VII, empobrecerá la idea comunitaria y mística de la Iglesia tal como aparece en la Escritura y en la Patrística, y la Iglesia empezará a reivindicar su libertad y derecho propio como sociedad autónoma y perfecta, considerada a partir de la jerarquía y en concreto del papado. La comunión en la Iglesia ya no guardará tanta relación con la comunión eucarística, sino que se concibe como sumisión a la misma cabeza; al mismo tiempo casi llega a desaparecer la concelebración de la eucaristía en un mismo altar, multiplicándose en Occidente capillas y altares por doquier en orden a las misas privadas. No cabe duda que en muchos aspectos Oriente actúa de contrapeso y logra que toda la Iglesia los recupere y asuma.

Otro aspecto de la eclesiología oriental es el de la iglesia local como forma concreta de realización de la Iglesia. Sin embargo, tal como afirma H. Legrand, se nota una terminología fluctuante en los propios textos conciliares101: La Iglesia en cuanto tal se designa en ellos cuarenta y cinco veces como Iglesia católica, veinticinco como Iglesia universal (universalis) y veintitrés como Iglesia entera (universa). De los ocho casos en que se emplea ecclesia localis, cuatro

101 H. LEGRAND, La Iglesia local, en B. LAURET-F. REFGULÉ, Iniciación a la práctica de la teología III, Madrid 1985, 138-139.

designan la diócesis, uno la diócesis en su contexto cultural, dos una agrupación de diócesis y en un caso a la parroquia. En veinticuatro casos aparece la expresión ecclesia particularis y se emplea en doce ocasiones para designar la diócesis, y otros doce referidos a la Iglesia en su contexto cultural, de los que en cinco de ellos se refiere a las Iglesias católicas de rito no latino102.

En efecto, la terminología de ecclesia particularis es más propia de Occidente, por cuanto con este término se quiere indicar que la Iglesia particular es portio y no pars103 (la porción significa que una parte conserva las propiedades y cualidades del conjunto; la parte indica que las propiedades y cualidades se conservan en menor cuantía), y así se designará a la diócesis a partir de la promulgación del CIC en 1983. Por el contrario, en Oriente se expresa mejor con el término ecclesia localis: en el Nuevo Testamento se usa esta expresión y se prefiere a la de Iglesia particular que, con todas las explicaciones que se den, etimológicamente suena a «parte». Son dos explicaciones sobre la misma realidad: la realización concreta de la Iglesia.

Oriente y Occidente habían formulado la eclesiología aunque en muy distinta dirección. La Iglesia católica en Occidente había desarrollado una concepción de la Iglesia como sociedad perfecta y había privilegiado la universalidad; por el contrario, Oriente, más afincado en las fuentes bíblica y patrística, ofrece una concepción de la Iglesia más local. Ambas formas de expresarse lograrán una armoniosa integración: el Concilio Vaticano II va a consagrar el principio de que la iglesia local o particular será el centro o embrión desde el que se desarrollará la Iglesia católica: «...las Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal. En ellas y a partir de ellas —in quibus et ex quibus— existe la Iglesia católica, una y única»104

102 OE 2 (tres veces con el término equiparable de Iglesias particulares o ritos), y en los números 3 y 4 una vez en cada uno.

103 Siempre la documentación conciliar del Vaticano II reserva la portio a las diócesis (LG 23 y CD 11), salvo en un lugar (CD 6) en que la califica de pars.

104 LG 23; CIC 368.

La fuerza de la eclesiología local había logrado redimensionarse gracias a la contribución de notables teólogos ortodoxos, como N. Afanassief y N. K. Nissiotis, que vuelven a ofrecer la relación Iglesia-eucaristía, propia del primer milenio. Esta corriente, denominada eclesiología eucarística, alcanzará su culminación cuando se presente a la eucaristía como la más alta manifestación de la Iglesia local reunida en sinaxis o asamblea en torno al mismo altar y en una misma concelebración: «La principal manifestación de la Iglesia tiene lugar en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, especialmente en la misma eucaristía, en una misma oración, junto a un único altar, que el obispo preside rodeado de su presbiterio y ministros»105

Como fruto de estas aportaciones orientales, se ha logrado describir la diócesis o la eparquía con cuatro elementos que la constituyen como Iglesia: la edificación por el Espíritu Santo, el apacentamiento por el obispo con la colaboración del presbiterio, y la congregación por el evangelio y la eucaristía. Estos elementos, tomados de los Padres apostólicos y particularmente de san Ignacio de Antioquía, pueden ser la clave para un análisis más profundo del concepto teológico de la Iglesia, que evite un uso sociológico por parte de algunas comunidades cristianas o sectas que se hacen llamar Iglesias y no conservan algunos o todos los elementos descritos106

La Iglesia particular o local, diócesis o eparquía, constituye la manifestación más plena de la Iglesia católica, sin olvidar que otras diócesis o eparquías también lo son, y por tanto cada una no lo puede ser en forma aislada sino que ha de ser mantenida en comunión. «Todos los elementos cons-

105 SC 41. Estos aspectos han sido desarrollados en el primer documento del diálogo ortodoxo-católico El misterio de la Iglesia y de la Eucaristía a la luz del misterio de la Santísima Trinidad (6 de julio de 1982), Enchiridion Oecumenicum I, 504-516. Cf I-I. J. SCHULTZ, Iglesia local y eucaristía en el documento de consenso de la Comisión Internacional para el Diálogo católico-ortodoxo, Diálogo ecuménico 20 (1985) 69-91.

106 LG 26; CD 11; CIC 369; CCEO 177.1.

titutivos de la Iglesia local diocesana la fundamentan y la obligan a vivir esta comunión: el evangelio no es su propiedad, sino el objeto de recepción y tradición; el conjunto de los dones del Espíritu no se encuentra sino en el conjunto de las Iglesias; la eucaristía hace de la Iglesia un solo cuerpo; el ministerio episcopal expresa visiblemente la comunión entre las Iglesias»107.

El ejercicio de la comunión entre las Iglesias también ha sido mejorado gracias a la nueva visión de la eclesiología. Los obispos no son delegados sino representantes de las Iglesias que presiden. En efecto, los obispos no pueden ser delegados de sus fieles, como a veces modernas teorías quieren presentar, ni delegados del Romano Pontífice de quien recibirían el poder, como si el episcopado fuera subalterno del papa y las diócesis las sucursales de Roma. Los obispos hacen presente a su respectiva Iglesia y son por ello como los vicarios y legados de Cristo (LG 27).

Todas las diócesis o eparquías necesitan la comunión con las demás: una diócesis ha de vivir la comunión eclesiástica con todas las diócesis que, juntas, forman el cuerpo de las Iglesias o el conjunto de la Iglesia católica. Además, todas y cada una de las diócesis o eparquías han de manifestar también la comunión con la iglesia particular o local de Roma, primera iglesia que preside en la caridad y que es digna por su eximio origen. Las Iglesias orientales católicas han manifestado, así, la comunión con todas las eparquías, y su unión a Roma no significa incorporarse a una administración centralizada ni aceptar el patrimonio occidental sacrificando el oriental ya que, tanto uno como otro, sin superioridad de ningún género, forman parte del patrimonio de toda la Iglesia de Cristo; significa descubrir en la comunión con Roma la forma plena de vivir la catolicidad.

Si es difícil mantener el equilibrio entre la Iglesia universal y las iglesias locales como formas de descubrir y describir a la Iglesia católica, el binomio primado-episcopado ne-

107 H. LEGRAND, O.C., 161-162.

cesita todavía más clarificación tanto en su identidad como en su ejercicio108.

Los fundamentos de esta relación están expuestos en los siguientes términos: «Así como, por disposición del Señor, san Pedro y los demás apóstoles forman un único Colegio apostólico, por análogas razones están unidos entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los apóstoles»109. La relación, como se puede observar, no es de igualdad sino de analogía entre el Colegio apostólico y el Colegio episcopal. Se proponen distintos tipos de relaciones: comunicaciones, concilios convocados, la ordenación episcopal, hechos todos dados en el primer milenio y sobre el que ha de buscarse la unidad entre Oriente y Occidente110.

El Concilio Vaticano II viene a reequilibrar con el tema de la colegialidad episcopal el primado del obispo de Roma, expresión esta nunca usada en los documentos de los concilios Vaticano I y II, además de ser la más teológica que posee el papa111'. La colegialidad episcopal, expresión de la comunión de las Iglesias, la integran todos y sólo los obispos «en virtud de la consagración sacramental y por la comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros del Colegio» (LG 22). Sin embargo, no se afirma que la integran todos y sólo los obispos que presiden las distintas Iglesias, como vendría exigido por su relación con la comunión entre las Iglesias. Posiblemente radica aquí el sentido de los obispos auxiliares, a quienes se les confiere una diócesis titular, para así manifestar esta vinculación eciesial y no contraponer cuanto preceptúa el Concilio 1 de Nicea en su canon 8 (in una civitate duo episcopi), prohibiendo que en cada diócesis haya más de un obispo112.

108 K. RAHNER-J. RATZINGER, Episcopado y primado, Barcelona 1965.
109
LG 22; CIC 330; CCEO 42.
110 UUS 55 y 61 principalmente.
111CIC 331; CCEO 43. En UUS se cita al obispo de Roma 21 veces, expresión que, ecuménicamente, nunca ha sido impugnada.
112 La praxis existente entre las Iglesias orientales católicas referida a los obispos auxiliares es conferirles una eparquía titular generalmente de su propia Iglesia
sui iuris. Más difícil será compaginar la existencia de varios obispos, metropolitas o patriarcas, que presiden una Iglesia sui iuris en el mismo lugar o ciudad: como solución cabría aplicar la prevista para los párrocos in solidum, ejerciendo uno de ellos de moderador. Cf CIC 517.1; 526.2 y 542-543; el CCEO no contempla esta figura del párroco in solidum, sino que la remite al derecho particular de la Iglesia sui iuris (CCEO 287.2).

El ejercicio de la colegialidad episcopal varía ya se trate del obispo de Roma o del resto del Colegio episcopal. El papa siempre pertenece al Colegio por ser obispo de Roma, de ahí que su elección presupone siempre la ordenación episcopal y, en caso de carecer de ella, sea ordenado statim113

El obispo de Roma es cabeza del Colegio episcopal y los obispos son miembros del Colegio, como la Iglesia de Roma es cabeza y madre de todas las Iglesias y el resto de las Iglesias forman el cuerpo o conjunto de la Iglesia católica.

La autoridad en la Iglesia católica es un tema sobre el que cabe esperar nuevos perfiles. La teología y el derecho en la Iglesia católica presentan el ejercicio de la autoridad en dos sujetos: el obispo de Roma que, por ser cabeza del Colegio episcopal, tiene «plena, suprema y universal potestad, que puede ejercer siempre con entera libertad» (y no siempre y libremente, excluyendo las intromisiones y arbitrariedades de un papa en aquello que depende del gobierno de los obispos). Además, existe otro sujeto de la autoridad en la Iglesia: el Colegio episcopal, que siempre ha de actuar junto con su Cabeza y nunca sin ella, y que «es también sujeto de la potestad suprema y plena sobre toda la Iglesia»114. No son dos autoridades, sino una autoridad ejercida personalmente por el papa y corporativamente por el Colegio episcopal. La articulación correcta de ambos sujetos evitará caer en una monarquía o en una democracia.

Por otra parte hay diferencia entre ambos sujetos: el papa no siempre existe (hay períodos de sede vacante) y siempre que existe actúa; por el contrario, el Colegio episcopal existe siempre, pero no siempre actúa; y cuando actúa el Colegio episcopal lo puede hacer siendo convocado por el papa quien lo llama a actuar colegialmente en su expresión máxima como es el concilio ecuménico, o lo hacen los obispos

113 CIC 332.1; CCEO 44.1.
114 LG 22; CIC 332.1 y 336; CCEO 44.1 y 49.

dispersos por el mundo a una con el papa resultando así un acto colegial.

La autoridad en la Iglesia se llama potestas. Ciertamente en Occidente ha variado su concepción, y consecuentemente su ejercicio durante el segundo milenio y a partir de la separación. Durante la Edad media en que se opera una primacía del derecho canónico sobre la teología, se tiende a distinguir entre la potestad de orden, que vendría sacramentalmente, y la potestad de jurisdicción, que vendría conferida por delegación o por concesión del papa. Semejante diferencia resultaba extraña y ajena al mundo oriental, que nunca la conoció en el primer milenio. Esto originó la avocación o la reserva por parte del papa, que concedía benignamente las dispensas y las concesiones necesarias. Actualmente la teoría de la doble potestad (de orden y de jurisdicción) está ya superada115 y sólo existe una potestad nacida del sacramento del orden: «La consagración episcopal confiere, junto con la función de santificar, también las funciones de enseñar y gobernar. Estas, sin embargo, por su propia naturaleza, no pueden ejercerse sino en comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros del Colegio episcopal» (LG 21). Ahora se trata sólo de una potestas que, para su ejercicio en comunión, requiere una facultas.

Sin embargo, la autoridad en la Iglesia no está contestada en el Oriente, sino su ejercicio que, como Juan Pablo II recuerda, «sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva..., ya que por razones muy diversas, y contra la voluntad de unos y otros, lo que debía ser un servicio pudo manifestarse bajo una luz bastante distinta»116. Poco antes había afirmado que «este primado se ejerce en varios niveles».

En el obispo de Roma concurren tres primacías de muy distinto signo que, al ser ejercidas por un mismo sujeto, inducen a no reconocer bajo qué primacía el Romano Pontífice actúa. El papa es el sucesor de san Pedro, interpretado

115 Aún es mencionada en el CIC 966.1; el CCEO la desconoce.
116 UUS 95.

en un contexto amplio, ya que en realidad es vicario de san Pedro y sucesor del primer obispo de Roma.

En este sentido el obispo de Roma tiene una función exclusiva y propia: el primado apostólico. Esta primacía consiste en que la función del primero de los apóstoles sea ejercida «de modo análogo» por el primero de los obispos, o mejor, por el que preside desde la primera iglesia, Roma. Ser el primero en confesar la fe (Mt 16,16-19), o en confirmar la fe de sus hermanos (Lc 22,31-32), apacentar corderos y ovejas todas del rebaño (Jn 21,15-18) y otros textos neotestamentarios en que aparece Pedro como protos son las bases sobre las que ha de pivotar este primado117'. El primado apostólico se ha querido significar con la imagen de la roca o piedra en relación con el nombre de Pedro, aunque en este punto hay varias teorías exegéticas: para unos la roca es Cristo, para otros es Pedro, para un tercer grupo la roca es la fe confesada por Pedro. Independientemente de las distintas apreciaciones, el primado apostólico única y exclusivamente ha sido y es ejercido por el obispo de Roma.

Otra primacía que curiosamente ha sido silenciada por los documentos del concilio Vaticano II es el de patriarca de Occidente, relegándose esta primacía a un mero título. Los orientales ortodoxos consideran al obispo de Roma como primus inter pares. En efecto, el patriarca de Occidente o de Roma es el primero de todos, ya que el orden de quienes presiden las iglesias patriarcales está fijado desde antiguo118. También sobre este primado se necesita saber en qué consiste y su forma de ejercerlo.

La tercera primacía es la metropolitana, ya que el papa es «arzobispo y metropolitano de la provincia romana». Con la primacía metropolitana se quiere significar la comunión con las iglesias vecinas que integran una provincia eclesiás-

117 UUS 90-94.
118 Concilios I de Nicea, can. 6 (COD 8-9); I de Constantinopla, can. 3 (COD 32); IV de Constantinopla, can 21 (COD 182); IV de Letrán, can. 5 (COD 236); Florencia, bula Laetentur coeli (COD 528); Pío XII, motu proprio Cleri sanctitati (2 de junio de 1957), can. 219; CCEO 59.2.

tica y desde la que su arzobispo, con el signo del palio (que en Oriente también se llama omoforio) está en comunión con todas las iglesias locales.

Para una mejor comprensión del ejercicio del primado del obispo de Roma es necesario un estudio sobre la forma en que se ejerció durante el primer milenio en que la Iglesia permaneció indivisa. Ayudará también cómo ha sido desarrollado su ejercicio en Occidente y su forma de comprensión en Oriente a lo largo del segundo milenio. En tercer lugar, un estudio de las distintas primacías que concurren singularmente en el obispo de Roma, ya que tan sólo ha sido estudiada la primacía apostólica y silenciadas las otras dos, con lo que la figura del primado del obispo de Roma se vería notablemente enriquecida y no daría la impresión centralizadora y unitaria al ejercerse el primado apostólico.

Al primado apostólico, como forma de ejercicio de la autoridad en la Iglesia, se le ha vinculado otro tema de distinto signo, también necesitado de estudio, como es el de la infalibilidad, definido en el Concilio Vaticano.119  Este punto tiene una especial sensibilidad entre los orientales ortodoxos, quienes han querido ver una nueva forma de ejercicio absoluto del primado romano y ser presentado como una definición dogmática en un concilio no considerado por ellos como ecuménico.

La infalibilidad, en primer lugar, indica ausencia de engaño. Proviene del término latino infallibilis que, a su vez, se deriva de fallere precedido de una partícula privativa.

La infalibilidad es una cualidad que pertenece a la Iglesia católica, «columna y fundamento de la verdad» (1Tim 3,15). En consecuencia, no es la infalibilidad de la Iglesia un desarrollo de la infalibilidad del Magisterio, o del Romano Pontífice, sino a la inversa. Un planteamiento así es más correcto y a la par más acorde con el sentir oriental: la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia hace que conozca

119 Constitución dogmática Pastor aeternus (18 de julio de 1870), c. IV, COD 815-816.

toda la verdad (Jn 16,13), que le enseñe todo y se lo recuerde (Jn 14,26). Esta actuación del Espíritu Santo en la Iglesia, fundamento de la pneumatología, tiene que hacer a la Iglesia dócil, dejándose conducir y gozando de su continua asistencia. La Iglesia siempre ha tenido conciencia de poder reconocer infaliblemente su propia fe y de poder expresarla en proposiciones que, a pesar de los límites del lenguaje humano, son y seguirán siendo verdaderas y exentas de error.

En realidad sólo la Iglesia es infalible. Cuando el Concilio Vaticano I formula la infalibilidad en relación con el Romano Pontífice no afirma que es infalible, sino que goza de la infalibilidad, dato éste muy significativo:

«Que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra..., por la asistencia divina que le fue prometida en la persona del bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad de que el Redentor divino quiso que estuviera provista su Iglesia en la definición de la doctrina sobre fe y costumbres...»120

Curiosamente el Concilio Vaticano II, cuando trata el tema de la infalibilidad no lo vincula única y exclusivamente al Romano Pontífice: lo inserta al tratar del pueblo de Dios:

«La totalidad de los fieles que tienen la unción del Santo (lJn 2,20 y 27) no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos muestran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral. El Espíritu de la verdad suscita y sostiene ese sentido de la fe. Con él, el pueblo de Dios, bajo la dirección del magisterio al que obedece con fidelidad, recibe, no ya una simple palabra humana, sino la palabra de Dios (cf 1Tes 2,13). Así se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre (Jds 3), la profundiza con un juicio recto y la aplica cada día más plenamente en la vida»121.

120 Dz 1839.
121
LG 12.

El Magisterio de la Iglesia, cuya tarea es enseñar, es ejercido por el papa (LG 18) y por los obispos en comunión con él (LG 25), como maestros e intérpretes auténticos del evangelio. Aunque no faltan teólogos122 que sostienen que en la Iglesia sólo hay un sujeto de infalibilidad, que sería el Colegio episcopal, que siempre actúa por su cabeza, el Concilio Vaticano II distingue —al igual en que el tema de la autoridad— dos sujetos: el papa y el Colegio episcopal123

El tema de la infalibilidad de la Iglesia afecta a todo el pueblo de Dios: los fieles con sentido de fe reciben y se adhieren (receptio) a la revelación, expuesta por el Magisterio a través del Romano Pontífice y también por el Colegio episcopal, reunido solemnemente en un concilio ecuménico, o cuando dispersos pero unidos en comunión enseñan auténticamente, junto con su cabeza, en materia de fe y costumbres, es decir, en la fe y en la moral o conducta acorde.

La concepción de la Iglesia, manifestada y clarificada en todos los aspectos reseñados, es importante para todos los católicos, y particularmente para los católicos orientales, quienes desarrollan su vida y su fe en contacto permanente con los orientales ortodoxos. Ellos han de mostrar el nuevo rostro de la Iglesia católica, más colegial y más sinodal, y sobre todo, más fraterna, capaz de integrar todos los aspectos del misterio revelado que se hayan conservado mejor o se hayan expuesto con más claridad en las distintas tradiciones eclesiales. Así se logrará un mayor enriquecimiento y beneficio mutuos.


2.4.
La patrística

Otro importante campo de la teología oriental lo constituye el estudio de la vida, escritos y doctrina de los santos Padres de la Iglesia. Existe también otra denominación: la patrología, si bien su ámbito se circunscribe al estudio de las obras,

122 K. RAHNER-J. RATZINGER, O.C., 99-105.
123 LG 25. Cf CIC 749.1-2; CCEO 597.1-2.

por lo que estimamos y preferimos el de patrística y no el de patrología como más adecuado, ya que nos ofrece una visión más teológica y complexiva.

Los «Padres de la Iglesia» o los «Santos Padres» es un título honorífico concedido en virtud de especiales criterios dogmáticos. No se puede olvidar que gracias a la patrística la Iglesia fue comprendiendo y delimitando la fe cristiana, y sirvió para conocer textos litúrgicos y espirituales que alimentaron durante varios siglos las celebraciones del culto cristiano y la vida espiritual. El Decretum Gelasianum de libris recipiendis et non recipiendis (Dz 165), de comienzos del siglo VI, exige para todo Padre de la Iglesia cuatro criterios: la doctrina o ciencia ortodoxa en comunión con la Sede romana, la santidad de vida manifestada en la veneración que el pueblo cristiano tributa, el reconocimiento expreso o tácito de los escritos de acuerdo con la doctrina que enseñan, y finalmente la antigüedad, circunscrita al primer milenio de la Iglesia indivisa, limitada en Oriente hasta san Juan Damasceno (1749) y en Occidente hasta san Isidoro de Sevilla (1636) según criterio más uniforme.

Sin embargo, los Padres de la Iglesia han de ser distinguidos de los «escritores eclesiásticos», en que la santidad y la doctrina no pueden ser reconocidas sin reserva. De igual forma ha de distinguirse el título de «Doctor de la Iglesia», ya que, aunque todos los Padres de la Iglesia gozan de él, éste es más amplio que aquél.

Los Padres de la Iglesia son, pues, los maestros que enseñan de forma eminente. Este título tiene un origen bíblico, ya que el título de «padre» equivale al de «maestro» (1Cor 4,15). Pronto se comenzó a reservar al obispo, que desde su sede o cátedra enseña, aunque este criterio —ser obispo—no será uniforme.

Son tenidos como Padres de la Iglesia, en Occidente, san Ambrosio (340-397), san Agustín (354-430), san Gregorio Magno (540-604) y san Jerónimo (342-420) que, aunque no fue obispo, fue san Agustín quien le incluyó entre los cuatro santos Padres de la Iglesia en Occidente en razón de su doctrina y santidad. Esta opinión fue también manifestada en 1298 por el papa Bonifacio VIII, y así se considera a estos cuatro santos Padres como egregii doctores ecclesiae. En Oriente se veneran como santos Padres a los tres «grandes maestros ecuménicos»: san Basilio el Grande (329-379), san Gregorio Nacianceno (328-389) y san Juan Crisóstomo (347-407), a los que la Iglesia romana añade además a san Atanasio (295-373) para manifestar la igualdad numérica tanto en Oriente como en Occidente. El acuerdo unánime de los santos Padres en materia doctrinal (unanimis consensus Patrum) es muy importante, ya que la tradición de la Iglesia en ellos se ve reflejada.

Sin embargo, la patrística abarca más que los cuatro Padres occidentales y los cuatro Padres orientales. En primer lugar, hay que señalar a los Padres apostólicos que, por estar en contacto con los apóstoles o haber vivido en la época inmediatamente posterior, tienen una importancia excepcional para conocer la tradición oral. Entre estos cabe citar a San Clemente Romano, a San Ignacio de Antioquía, a San Policarpo de Esmirna y a Papías de Hierápolis, además de otros escritos (Didajé, Carta a Diogneto, Epístola de Bernabé y el Pastor de Hermas). Los escritos de los Padres apostólicos están relacionados con el Nuevo Testamento y tienen un carácter pastoral y escatológico, por lo que acusan una nostalgia de Cristo en la espera de su retorno.

Los Padres apologistas son otro grupo de escritores pertenecientes al siglo II que confrontan el cristianismo al paganismo o al gnosticismo, refutando doctrinas y calumnias de otros escritos de la época, demostrando la doctrina sobre Dios, la divinidad de Jesucristo y el monoteísmo, a la par que subrayaban la superioridad del cristianismo por encima de toda filosofía. Hay que destacar entre los apologistas a San Justino, Taciano el Sirio, Atenágoras de Atenas y Teófilo de Antioquía.

La culminación de la patrística oriental comienza cuando se trata de exponer la teología de una forma sistemática y ordenada: así surgen las distintas escuelas, focos del saber cristiano, donde se depuraba la fe y se combatía la heterodoxia. Las dos grandes escuelas fueron Alejandría, que sostenía el platonismo y la interpretación alegórica de la Escritura con tendencia a la mística para subrayar la divinidad de Cristo, y Antioquía, basada en el sistema aristotélico, haciendo de la Escritura exégesis literal y resaltando la faceta humana de Cristo. Entre estas dos escuelas están los santos Padres de Oriente: a la escuela de Alejandría pertenecía San Atanasio, San Basilio junto con su hermano San Gregorio de Nisa (331-396) y San Gregorio Nacianceno; a la escuela de Antioquía pertenecía San Juan Crisóstomo. Existían además otras escuelas, como la de Edesa, cuyo máximo representante fue San Efrén sirio (306?-373).

La patrística occidental se desarrolla a partir del siglo IV, alejada de las grandes controversias cristológicas y trinitarias de Oriente. A Occidente llega el arrianismo a través de los godos, que lo habían conocido en las riberas del Danubio. Sin embargo, las herejías del priscilianismo, donatismo y pelagianismo no son conocidas en Oriente, siendo especialmente combatidas por San Agustín: estas controversias giran, no sobre la Trinidad, sino sobre la libertad y la gracia.

Poco a poco la Iglesia en Occidente se va desprendiendo de la solidaridad imperial y se orienta hacia otras tareas, como la evangelización de otras tierras. Vive las invasiones de los godos provenientes de Centroeuropa y de los vándalos por el norte de Africa: esto se traduce en una defensa de los fieles por parte de los obispos, quienes velan por la fe y la disciplina, y una evangelización de los pueblos invasores arrianos, reintegrándoles en la unidad cristiana. Sin embargo, en Occidente no existe escuela alguna de pensamiento cristiano: San Ambrosio y San Jerónimo tendrán maestros orientales, pero en general los Padres latinos se forman al margen de escuelas, con lo que se favorece más la libertad de pensamiento y expresión, sostenida por una formación clásica.

La patrística guarda relación estrecha con la teología: los teólogos griegos exponen la economía de la salvación de Dios mientras los latinos subrayan más la unidad de la esencia divina. Unos y otros desarrollan la teología de la transformación: Jesucristo asume la naturaleza humana en la encarnación y, al asumirla, la diviniza. La eclesiología expuesta en la patrística es presentada en relación con la Virgen María, tipo y figura de la Iglesia en la tierra.

Ya en los siglos VI y VII la patrística, tanto griega como latina, va conociendo el ocaso, aunque no faltarán en Occidente tallas como San Gregorio Magno y particularmente el florecimiento de la Iglesia visigoda, cuya culminación es San Isidoro de Sevilla (¡636). En Oriente hay que resaltar a San Máximo Confesor (t662), San Juan Clímaco 0-649) y San Juan Damasceno (1-749), con quien termina la patrística. La Iglesia a partir de esta época se verá sacudida por la aparición del Islam, la controversia iconoclasta y las disensiones cada vez más notorias entre Oriente y Occidente.

Para el conocimiento de la patrística hay una obra clave, escrita por san Jerónimo el año 392 en la que consigna 135 autores eclesiásticos: De viris illustribus, escrita al estilo de otra obra de Suetonio con idéntico título. Después de san Jerónimo, escriben De viris illustribus distintos y sucesivos autores: Genadio de Marsella, hacia el año 480 continúa la escrita por san Jerónimo; san Isidoro, entre los años 615-618, ya incluye a algunos españoles, y finalmente san Ildefonso de Toledo (+667), cuya obra es exclusivamente local y visigoda. La obra de san Jerónimo pronto fue conocida en Oriente, sirviendo de base a otros escritos orientales, como Bibliotheca de Focio o Myriobiblon hacia el año 858 y Diccionario o Lexicon de Suidas de Constantinopla hacia el año 1000.

La patrística, a diferencia de otras corrientes teológicas, constituye un enriquecimiento entre Oriente y Occidente: el mérito de las Iglesias orientales católicas será el estimular el estudio y el conocimiento de los Padres Orientales y, a su vez, el Oriente logrará un mejor conocimiento de la patrística occidental. Muchos Padres y Doctores de la Iglesia profesaron en el monacato y lo divulgaron con sus escritos, y así sus obras han sido fuente de doctrina y espiritualidad.


3. La espiritualidad

Entre el patrimonio de las Iglesias orientales católicas se señala la espiritualidad como uno de los capítulos específicos y característicos del Oriente. Sin embargo, hay que afirmar en términos generales que no existe una espiritualidad oriental distinta de la occidental, sino más bien aspectos destacados en Oriente y un desarrollo de la institución monástica contagiado al Occidente. Ni tampoco puede afirmarse que la espiritualidad oriental es independiente de la teología. Teología y espiritualidad son el anverso y el reverso de una misma realidad: «En cierto sentido toda teología es mística, en la medida en que se manifiesta el misterio divino. La tradición oriental jamás ha distinguido entre mística y teología, entre la experiencia personal de los misterios divinos y el dogma afirmado por la Iglesia. Lejos de oponerse, la teología y la mística se sostienen y se complementan mutuamente. La una es imposible sin la otra: si la experiencia mística es un fruto personal del contenido de la fe común, la teología es una expresión, para utilidad de todos, de lo que puede ser experimentado por cada uno»124.

Por otra parte, la espiritualidad consiste en una forma especial de concebir el misterio de Dios y de vivirlo en cada celebración litúrgica: ambas expresiones son percibidas por el ser humano en términos apofáticos y doxológicos, en el sentido de que la tarea del ser humano ha de consistir en constatar la propia indignidad al acercarse al insondable misterio del Dios trinitario, cuya tarea expresada en la liturgia no puede ser otra que el tributar el honor, la alabanza y la gloria. La oración de petición, o de intercesión o de acción de gracias termina alabando a Dios por su majestad y omnipotencia, preferentemente a través de las doxologías125.

124 V. LOSSKY, O.C., 8.
125 Las cartas apostólicas de Pablo, Pedro y Judas, además del Apocalipsis y de los escritos de los Padres apostólicos, están salpicadas de muchas doxologías, unas dirigidas al Padre, otras al Hijo y al Espíritu Santo. Las principales doxologías litúrgicas son: la gran doxología o el antiquísimo himno de origen griego Gloria in excelsis Deo, dirigida en su primera parte a Dios Padre, y la segunda centrada en la súplica a Jesucristo, que denota una polémica antiarriana; la pequeña doxología o Gloria Patri et Filio et Spiritu Sancto, nunc et semper et in saecula saeculorum, sugerida por la fórmula bautismal de Mt 28,19, se generaliza a partir del siglo IV contra el arrianismo, aunque el inciso sicut erat in principio es occidental. Hay que añadir las importantes doxologías al final de la plegaria eucarística y del padrenuestro, esta última ya confirmada por la
Didajé.

La espiritualidad en el Oriente es vivida como consecuencia de articular el conocimiento de Dios con la liturgia, llegando de esta forma al diálogo con Dios en forma contemplativa.

Según esto, la espiritualidad oriental no está contenida en un manual de espiritualidad como tal. La contemplación no requiere de manuales sino de hombres experimentados que, como padres espirituales, se conviertan en guías y directores. Y así hay que explicar que los escritos de Ios Padres de la Iglesia son en primer lugar fuentes de vida espiritual y, además, ejercen el oficio de maestros en la escuela de la vida del espíritu.

Aquí radica la diferencia entre un «padre» cristiano y un mufti musulmán o un rabino judío: mientras éstos explican el libro sagrado, aquel —abba— hace las veces de Cristo, ya que es designado con su sobrenombre (abad proviene de abbas, padre), según lo que dice el apóstol: «Habéis recibido el espíritu de adopción filial que nos permite gritar: ¡abba!, ¡padre!» (Rom 8,15). La revelación de la paternidad divina constituye una novedad en la historia de las religiones, y la paternidad espiritual no significa una infidelidad al evangelio («No os llaméis padre unos a otros en la tierra, pues nuestro padre es uno sólo, el del cielo»: Mt 23,9), sino una participación sobrenatural en la paternidad divina126.

La espiritualidad oriental no ha sentido la necesidad de un tratado: las fuentes de la espiritualidad han sido la palabra de Dios contenida en la sagrada Escritura como libro clave y los escritos de los Padres de la Iglesia y de otros escritores. Solamente cuando los monjes son expulsados de

126 T. SPIDLiK, Los grandes místicos rusos, Madrid 1986, 158.

sus monasterios en algunas invasiones, al no poder disponer de las obras patrísticas ni del recurso a las bibliotecas, se siente la necesidad de hacer algunas compilaciones o resúmenes de las enseñanzas de los Padres: así surgen florilegios, filocalias, apotegmas y pandectas. Hay que destacar al monje Antíoco, que hacia el año 620 compone las Pandectas en 150 capítulos, los Apotegmas de los Padres que transmiten en forma de aforismos aspectos de la vida espiritual, las Centurias de san Máximo Confesor +.662) y la Vida de san Antonio escrita por san Atanasio. Durante varios siglos estas lecturas alimentaron la espiritualidad monástica de toda la Iglesia.

Uno de los temas que más va a desarrollar la espiritualidad oriental es la vida del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios (Gén 1,26-27). Para ello en el Oriente se distingue entre la imagen como inicio de la vida espiritual y la semejanza entendida como la perfección: la espiritualidad oriental consiste en pasar de la imagen a la semejanza a través de varios pasos o etapas. Aunque el pecado no destruye la imagen, contribuye a revelar su maldad y a velar la bondad de Dios.

«La tradición oriental cristiana implica un modo de acoger, comprender y vivir la fe en el Señor Jesús. En este sentido está muy cerca de la tradición cristiana de Occidente que nace y se alimenta de la misma fe. Con todo, se diferencia también de ella, legítima y admirablemente, puesto que el cristiano oriental tiene un modo propio de sentir y de comprender y, por tanto, también un modo original de vivir su relación con el Salvador... En esos rasgos se perfila la visión oriental del cristiano, cuyo fin es la participación en la naturaleza divina mediante la comunión en el misterio de la Santísima Trinidad»127.

En efecto, la vida espiritual es reflejo de la vida trinitaria, que tiene su origen en el Padre, y por el Espíritu el hombre vive la deificación, la theosis. Se opera una perfecta

127 OL 5-6.

mutación: Dios se hace hijo del hombre y el hombre se hace hijo de Dios. Así se consigue la comunión con la Santísima Trinidad, al ser hechos partícipes de la naturaleza divina (UR 15). Y aunque para los orientales es imposible un conocimiento positivo de Dios, ya que sólo podemos saber que existe y que se ha revelado en la economía de la historia de la salvación, la espiritualidad consiste en la unión con Dios mediante el esfuerzo personal y la ayuda experimentada de quien tiene el carisma de la dirección espiritual respetando la libertad del dirigido así como sus ritmos personales.

Toda la espiritualidad cristiana oriental está referenciada al diálogo con Dios en oración contemplativa, con el ejemplo de los monjes como personas en relación continua, y a la veneración icónica de la presencia de Dios.

3.1. El diálogo con Dios en la oración

El cristiano es una persona en diálogo, en relación a Dios que se expresa a través de la oración. Se dirige al Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. La oración es entendida como la elevación de la mente a Dios o como coloquio con Dios (Evagrio Póntico) o como petición a Dios de las cosas convenientes (san Basilio).

La oración a Dios afecta a todas las facultades humanas, aunque no siempre del mismo modo. Hay una especie de gradación (boca, mente, corazón), y así surgen las distintas clases de oración: la vocal, que consiste en la recitación de fórmulas, la mental que pondera 1as verdades divinas, y la afectiva o del corazón que es una disposición constante.

El cristiano oriental, consciente del misterio inefable de Dios, ha desarrollado una piedad basada en la conocida «oración de Jesús», consistente en invocar la breve jaculatoria de hondo contenido evangélico: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador». La oración de Jesús, o más bien la oración a Jesús, jalona todos los momentos de la vida del piadoso cristiano oriental. Incluso se afirma que ha de ser pronunciada de acuerdo con los momentos de la respiración: la primera parte, que se corresponde con la aspiración del aire, ha de significar un impulso hacia Jesús, y en la segunda parte al expulsar el aire ha de estar dirigido hacia uno mismo. Las dos partes nos sitúan en relación con Dios: el sentimiento vivo de su presencia divina y el sentido del pecado personal128. La oración vocal se corresponde mejor con la exhortación paulina de «orar incesantemente» (Ef 6,18; lTes 5,17).

La oración mental ha de ser contemplativa. El cristiano oriental, y sobre todo el monje, ha de vivir en estado contemplativo, fin primordial de la vida monástica. La contemplación no pregunta por el sentido causal sino por el sentido final, no busca la razón sino la intuición, no invita a la inquietud de Marta sino a la quietud de María. Las condiciones indispensables de la contemplación son la iluminación divina y la pureza moral.

También la contemplación tiene sus grados: primeramente la contemplación natural o de las criaturas visibles, después la contemplación de las cosas invisibles o el descubrimiento de la voluntad de Dios y de los designios de su providencia, finalmente la contemplación del misterio de la Santísima Trinidad que en esta vida nunca puede ser perfecta. Nuevamente el apofatismo vendrá a indicar que no se puede conocer la esencia de Dios, aunque sí su existencia.

Este aspecto de distinguir entre la esencia de Dios, imposible de conocer, y la percepción de su existencia por las energías increadas, será inicialmente desarrollado por el monje de Athos y posterior metropolita de Tesalónica, san Gregorio Palamas (1296-1359). El palamismo enseña que en la contemplación del misterio de Dios se perciben unos rayos de aquella luz increada que iluminó a los apóstoles en el Tabor, llamados «energías increadas» a través de las cuales el hombre es divinizado. Aunque para el hombre Dios es inalcanzable e incognoscible en su esencia, nos hace partíci-

128 T. SPIDLÍK, O.C., 250ss.

pes de la naturaleza divina por medio de sus energías increadas.

La doctrina palamítica, aunque fue aceptada oficialmente en un sínodo celebrado en Constantinopla en el año 1341, chocó contra algunos bizantinos influidos por la escolástica latina. No obstante, pronto se convirtió en doctrina oficial ortodoxa, de tal forma que el palamismo representa un elemento de diferenciación entre el mundo oriental y el latino.

La oración del corazón es afectiva cuando la relación con Dios se ha convertido en una actitud y disposición constante. El corazón es obvio que significa y representa la totalidad de la persona, que ha de mantenerse lejos de los malos pensamientos. Evagrio Póntico propone una lista de ocho pensamientos genéricos de donde proceden todos los males: gula, fornicación, avaricia, tristeza, cólera, envidia, vanagloria y soberbia, que en Occidente se transformarán en los siete pecados capitales129.

La culminación de la oración del corazón entre los monjes orientales se sitúa en la apatheia, plena disponibilidad del alma para escuchar la voz de Dios. En Occidente se tradujo apatheia (pathé, no según las pasiones) por apatía, confundiéndose con la insensibilidad de las pasiones o con la impecabilidad como si no se tuvieran malos pensamientos, o con una especie de quietismo. La vida espiritual del monje no es algo estático sino una perenne ascesis hasta Dios, ideal de santidad en la participación de la vida divina.

Como forma de lograr esa disponibilidad total, propia del monje, se preceptúa el silencio exterior y la hesychia o paz interior necesaria para la oración perfecta130. Esta disponibilidad se convertirá en la gran corriente hesicasta, cuyo principal baluarte fue el monte Athos con sus numerosos monasterios.

Junto a la oración personal hecha en la celda del monje o en otro lugar apartado y solitario, también hay que situar la

129 Cf T. SPIDLÍK, o.c., 123-126.
130 Concilio de Calcedonia, c. 4, COD 89.

oración comunitaria, hecha generalmente en el templo. La oración nocturna (Sal 118,62) es considerada como la más ascética. Los monasterios tanto en Oriente como en Occidente han conservado la bíblica costumbre (Sal 118,164) de alabar a Dios siete veces al día: maitines, laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y completas, aunque estos nombres puedan variar. Se trata de santificar el tiempo a la par que significa una vida continua de oración o de oración constante e insistente. Esta oración comunitaria es denominada como las «Alabanzas divinas», celebradas normalmente en los monasterios, pero también en las parroquias131.

En la espiritualidad oriental, como en otros aspectos ya analizados con anterioridad, hay que buscar lo positivo, lográndose de esta forma un mutuo enriquecimiento por las tradiciones propias de Oriente y Occidente. Si el hesicasmo fue censurado en Occidente se debió a que la oración contemplativa, que se caracterizaba por una quietud del espíritu absorto en la contemplación, no fue entendida correctamente y era confundida con un quietismo: no cabe duda que en Occidente la oración era entendida más como un descubrir a Dios, en actitud inquieta o de búsqueda, que gozar de la unión con Dios en la paz e intimidad del corazón.

La espiritualidad oriental nuevamente se ha vuelto a revalorizar. Ya a finales del siglo XVIII se edita una colección de textos de Nicodemo Hagiorita con el título de Philocalia (amor a la belleza). Además, la teología de la belleza, desarrollada en relación con el arte oriental del icono y la doctrina de la divinización o theosis, ha sido elaborada por el teólogo ruso P. Evdokimov.

En la ascesis oriental, la práctica de la penitencia está dirigida no a la mortificación corporal, sino a la preparación de la naturaleza, a fin de disponerla en relación con Dios. Es una penitencia positiva, creativa, no dirigida al castigo de la naturaleza. A veces la penitencia se expresa en las lágrimas como forma humilde de pedir perdón o como desahogo del corazón.

131 CCEO 346.2.3°; 377; 473.1; 538.1; 881.1.

Existe, además, la costumbre oriental de hacer un número determinado de metanías (palabra derivada de metanoia, conversión, penitencia): consiste en la inclinación profunda hasta tocar con la mano derecha en el suelo, al mismo tiempo que se recita la llamada «Oración de Jesús» (Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador) y se hace la señal de la cruz.

En síntesis, hay que afirmar que el diálogo con Dios a través de la oración y de la penitencia es accesible a todo cristiano, aunque serán los monasterios los lugares privilegiados de vivir plenamente la espiritualidad, convirtiéndose así en focos y puntos de referencia para la piedad popular oriental.

3.2. La consagración a Dios en el monacato

Esta institución es fruto del florecimiento de la Iglesia y del desarrollo de la vida interior o espiritual que muchos cristianos abrazaron o admiraron desde los primeros siglos de la Iglesia. Es la manifestación de una espiritualidad y de un sentido de la vida y, al mismo tiempo, contribuye a mantener el espíritu religioso y a elevar el nivel cultural de la sociedad a través de las bibliotecas y escuelas monacales.

En Oriente la institución monacal se concreta en el monasterio y se personifica en el monje. El monasterio realiza y equivale al sentido bíblico del desierto, lugar donde se experimenta la esterilidad y la fertilidad, la pobreza y la riqueza, el camino y la meta, en definitiva la provisionalidad y el anticipo de la eternidad.

La vida monacal es ante todo vida de comunidad presidida por la caridad. El monje desarrollará su condición bautismal, sin necesidad de tener el estado canónico de religioso o monje, pero asumiendo los votos religiosos, signo de la vida celestial. El monacato en Oriente es presentado como el lugar ideal para vivir la radicalidad evangélica y como la culminación de cualquier otra forma de vida religiosa. Si entre

las Iglesias orientales católicas existen otras formas de vida religiosa132 ello se debe a que se han asumido de Occidente, produciéndose de esta forma un enriquecimiento mutuo. Por ello, hay que considerar al monacato como un puente de fraternidad (OL 9), llamado a expresarse en ciertas experiencias que favorezcan el ecumenismo y el conocimiento mutuo entre Oriente y Occidente, entre católicos y ortodoxos133

a) Orígenes

Ya en la época apostólica hubo cristianos dispuestos a imitar a Jesucristo en su vida de oración y de soledad en el desierto mediante la práctica de los consejos evangélicos. Esto llevaba consigo la abstención del matrimonio y los ejercicios de penitencia, que pronto fueron considerados como ascesis. También ejerció un gran influjo el ejemplo de las primeras comunidades cristianas que hacían vida en común y se desprendían de sus bienes (He 2,42-47).

Aparecen también las vírgenes, que quieren imitar a Jesucristo y a su santísima Madre134. Fueron numerosos los directores y escritores (san Cipriano, san Ambrosio, san Jerónimo, san Gregorio Niseno, san Juan Crisóstomo) que ensalzaron la belleza de este género de vida en el voto de virginidad que emitían, en la imagen de los desposorios místicos que contraían, a imitación de la Iglesia con Jesucristo o en el significado de la consagración a semejanza de los templos dedicados a Dios.

La primera manifestación del monacato (palabra derivada del griego, monos, solo) son los anacoretas (ana joreo, retirar-

132 El CCEO presenta en primer lugar la vida monacal típica y propia de Oriente, y como formas de vida consagrada menciona las órdenes y congregaciones, las sociedades de vida común a la manera de los religiosos, los institutos seculares y otras formas.

133 Cf OL 25; DE 50; JUAN PABLO II, exhortación apostólica Vita consecrata (25 de marzo de 1996), 101.

134 Cf F. DE B. VIZMANOS, Las vírgenes cristianas en la Iglesia primitiva, Madrid 1949.

se), llamados también eremitas (eremos, desierto) desde comienzos del siglo IV. No se debe su crecimiento, como a veces se ha afirmado, a un miedo o temor ante las persecuciones sufridas por los cristianos en los primeros siglos, refugiándose en los desiertos o montañas, sino que fue la motivación contraria: los anacoretas buscan la perfección, a semejanza del martirio, como nueva forma de testificar una mayor perfección mediante su retiro en soledad.

El primer personaje anacoreta fue san Pablo (t347), considerado y venerado como el primer ermitaño, cuya vida aparece envuelta en piadosa leyenda. Dedicado por completo a Dios y en austeridad de vida, vivió aislado de todos y de todo: continencia absoluta y despojado de bienes materiales. Su ejemplo fue imitado por muchos en los desiertos de Egipto.

Otro personaje que vivió el eremitismo fue san Antonio, que supuso un avance con relación al anterior. También él se retiró al desierto de Egipto para vivir una vida solitaria, pero introdujo una novedad: reúne en torno suyo muchos ermitaños a quienes constituye en grupos o comunidades de eremitas bajo su dirección, de tal manera que servirá de padre espiritual (abbas) o abad. Esta experiencia constituye un paso intermedio entre la vida anacorética y la cenobítica. También hay que reseñar que para san Antonio la vida anacorética no le impidió estar al lado de otros cristianos para afianzarles en la verdadera fe y estar junto a san Atanasio en su lucha contra los arrianos, dejándonos el mismo san Atanasio una biografía preciosa.

Del desierto egipcio la vida anacorética en colonias de monjes se extiende por otros lugares, en torno a un renombrado monje: junto a Alejandría se establece Ammonio (1156?) en el desierto de Nitria; en el desierto de Escitia se sitúa san Macario el egipcio (1390?); en el desierto de Gaza san Hilarión (t371) introduce la vida anacorética en Palestina, y san Juan Marón a finales del siglo IV lo establece en las montañas del Líbano, comenzándose a llamar sus seguidores maronitas. Estas colonias de monjes no tenían reglas escritas ni fijas, siendo dirigidas por un monje como padre espiritual. Los ejemplos y los dichos de los primeros ermitaños del monacato egipcio fueron reunidos en los Apothegmata Patrum, que se formaron en los siglos IV y V, trasmitiéndose así a la posteridad y sirviendo a la piedad monacal también en Occidente.

Cuando la vida monacal se organiza en torno a una persona como superior, en un recinto llamado monasterio y con una regla escrita, surge la vida cenobítica (koinós, común, y bíos, vida). Los monjes vivirán ya en comunidad, estableciéndose dentro de los muros del monasterio una serie de servicios autónomos como para no depender del exterior. Tendrán la vita communis y la stabilitas loci.

El primer organizador de la vida cenobítica fue san Pacomio (292), que comenzó siendo anacoreta, pero pronto reunió en torno suyo discípulos con los que organizó la vida en comunidad componiendo una regla en lengua copta de 192 preceptos que sirvió de base para otras posteriores. Este género de vida se fue extendiendo, surgiendo otros cenobios que tratan de agruparse en una congregación a cuyo frente está el archimandrita. Todos los monjes profesan obediencia al superior que, junto con la castidad y la pobreza ya existente entre los anacoretas, formarán los llamados tres votos.

Sin embargo, la vida cenobítica adquiere formas especiales: en Palestina surgen las lauras, especie de cabañas situadas dentro de los límites del monasterio, en que los monjes viven en ascetismo y bajo la guía de un padre espiritual. Su organizador fue san Sabas (+532).

Todas estas formas de vida monacal van a ir influyendo en todo el Oriente y muchas de estas experiencias pasarán a Occidente: la vida monacal propiamente tal, con vida común, pero también adoptando otras formas ascéticas y eremíticas, la adaptarán los cartujos y camaldulenses en la Edad media. En Oriente también existieron otras formas de vida sacrificada y ascética poco comunes y por lo mismo poco conocidas: los estilitas (stilos, columna), que vivían sobre una columna o roca inaccesible, expuestos a las inclemencias del tiempo y recibiendo el alimento a través de una cuerda o soga con que subirlo: san Simeón Estilita puede considerarse como el mejor ejemplo de este género de vida. Otra forma de vida penitente fueron los inclusos o emparedados, que se encerraban de por vida en la celda, llamada clausa, cuya puerta era tapiada a excepción de un agujero por el que se conservaba el contacto con el exterior. Los acoimetas (acoimetoi, que no se acuestan) eran monjes que durante la noche se turnaban para no dejar de alabar a Dios. Estas formas poco comunes han de ser analizadas con los criterios de la época, en que la vida penitencial y ascética gozaba de gran prestigio.

También hubo desviaciones y rarezas: algunos de los monjes ascetas creían sentirse inspirados por Dios, como los sarabaítas; otros se dedicaban a ir de un monasterio a otro con pretexto de ser ascetas en libertad, como los giróvagos: contra estas y otras desviaciones hubieron de tomarse medidas135, disponiéndose que todo monje de vida cenobítica o anacorética estuviera bajo la vigilancia del obispo.

b) Desarrollo en Oriente

La vida monacal de estilo cenobítico se impone por encima de otras formas y, gracias a san Basilio, se desarrolla en Oriente de forma extraordinaria. San Basilio fue también anacoreta en Egipto y, vuelto a su tierra de Cesarea en Capadocia, redacta, con la ayuda de su amigo san Gregorio Nacianceno, la regla monacal que ha inspirado a los monjes basilianos y que consta de dos partes: la llamada regla mayor de 55 capítulos, y la menor de 313 disposiciones. La regla de san Basilio daba especial importancia no tanto a las mortificaciones externas cuanto a la obediencia como sacri-

135 Concilio de Calcedonia. c. 4 (COD 89). También existió en el siglo III la cohabitación de ascetas y vírgenes, y la existencia de monasterios mixtos que también fueron suprimidos en el siglo IV y prohibidos por el emperador Justiniano en el siglo VI y más tarde en el segundo Concilio de Nicea (c. 20, COD 153-154).

ficio interno y al período de preparación o noviciado, con el fin de entrenarse para este género de vida común. La oración personal y la liturgia, junto con los trabajos manuales e intelectuales, serán la quintaesencia de la regla ora et labora que pasará a Occidente con san Benito.

En Occidente el monacato fue heredado de Oriente, y su introducción fue algo más tardía y más lenta. A ello contribuyó el destierro de san Atanasio de Alejandría en Tréveris (335-338), trayendo consigo a los monjes Isidoro y Ammonio, quienes dan a conocer la vida anacorética existente en Egipto y la ejemplar vida de san Antonio. De esta época incipiente, en Occidente están los monjes san Paulino de Nola (t341) y san Eusebio de Vercelli (1371); este último conoció por propia experiencia la vida monacal durante su destierro en Oriente. También contribuyó a implantar en Occidente la vida monacal Juan Casiano (t435) quien, tras conocer monjes orientales de vida anacorética y cenobítica, funda en las cercanías de Marsella dos monasterios, uno para varones y otro para mujeres. Contribuye también a que la vida monacal sea conocida y admirada san Jerónimo, quien vive retirado en Belén; igualmente san Agustín compone su regla tras conocer el monacato en Milán y lo instaura en el norte de Africa, y san Martín de Tours en Francia, y san Cesáreo de Arles, que escribe la Regula monachorum y la Regula sanctarum virginum.

El verdadero organizador del monacato occidental fue san Benito de Nursia (480-543), quien practicó la vida retirada en Subiaco y más tarde funda el monasterio de Montecassino. Escribió su Regula monachorum, de 73 capítulos, que completa todas las escritas con anterioridad. El monje vivirá separado del mundo y unido a Dios, y la oración con la contemplación será la primera tarea del monje benedictino. En la vida de comunidad el monje ha de ocuparse también en los trabajos manuales o intelectuales. El lema del ora et labora se ha de realizar bajo la guía del abad. No prescribe la ascesis penitencial, sino que la deja en libertad, aunque da más importancia a determinadas obras de misericordia, como la atención a los huéspedes y peregrinos. Dispone que todo monasterio esté aislado y se observe la clausura, con el fin de propiciar el recogimiento. Su regla contribuyó a aumentar el prestigio del monacato en Occidente, siendo adoptada posteriormente por otras familias religiosas.

Por influencia del ideal contemplativo de los eremitas bizantinos, nacieron en el siglo XI los camaldulenses, fundados por san Romualdo (+1027) y los cartujos, fundados por san Bruno de Colonia (+1101). Estas órdenes religiosas modifican notablemente la regla cenobítica de los benedictinos, orientándola a la vida anacorética. Pero también se desarrolló el espíritu benedictino en la orden cisterciense por obra de san Bernardo de Claraval (+1153). Sin embargo, en la Edad media los monjes serán mayoritariamente clérigos y la vida monástica llegará al clero, naciendo así los canónigos regulares, que observarán la regla de san Agustín.

Así como a partir del siglo V en Occidente se desarrolla el monacato, Oriente conoce la decadencia del monacato egipcio: el monofisismo y la invasión musulmana hacen que el centro del monaquismo oriental se desplace a Constantinopla y al monte Athos, baluartes en la lucha iconoclasta, donde predomina más la mística ya iniciada por Evagrio Póntico (t399), que llegará a su culminación con el hesicasmo.

Desde el siglo XIV el monte Athos, ante la caída de Constantinopla en poder de los turcos musulmanes, será el principal foco de espiritualidad monástica en Oriente. Comenzará a prevalecer la forma idiorítmica (de ordenación individual) en la vida monacal, como una especie de anacoretismo moderado. Esta forma se extenderá por Rusia y por países ribereños del Danubio.

Oriente y Occidente han desarrollado importantes aspectos de la vida monacal, no de una forma exclusiva, aunque sí de forma preferente. Esto quiere decir que la concepción de la vida espiritual subyacente varía. En Oriente se ponía especial interés en la experiencia de Dios, en la mística, en el amor y la contemplación de la belleza divina o filocalia: la búsqueda de la belleza divina mueve a las personas consagradas a velar por la imagen divina deformada en los rostros humanos desfigurados por el hambre, desilusionados por las promesas políticas, humillados por la cultura, aterrorizados por la violencia, angustiados en los menores y ofendidos en las mujeres, sin dignidad en Ios emigrantes o en los ancianos136. En Occidente, con frecuencia la vida monástica experimentaba la realidad y la miseria humanas, se inclinaba más a la ascética como ejercitación para alcanzar a Dios y favorecía el combate espiritual para dilatar el corazón y abrirlo al Señor y a los hermanos, sobre todo con los más débiles y pobres, como son los oprimidos, los marginados, los ancianos, los enfermos y cuantos son considerados y tratados como los últimos de la sociedad137.

Es evidente que ambas formas de vivir en el monacato no son excluyentes sino complementarias, y ambas se han dado por igual tanto en Oriente como en Occidente: el monacato oriental da la prioridad a la conversión, la renuncia de sí mismo y la compunción del corazón, a la búsqueda de la hesychia, es decir, de la paz interior, y a la oración incesante, al ayuno y a las vigilias, al combate espiritual y al silencio, a la alegría pascual por la presencia del Señor y por la espera de su venida definitiva, al ofrecimiento de sí mismo y de los propios bienes...; el monacato occidental se esfuerza en conciliar armónicamente la vida interior y el trabajo en el compromiso evangélico por la conversión de las costumbres, la obediencia, la estabilidad y la asidua dedicación a la meditación de la Palabra (lectio divina), la celebración de la liturgia y la oración138

También se ha comparado el monacato oriental y occidental con las dos hermanas de Lázaro, Marta y María, que prestaban sus servicios al Señor con la acción y la contemplación (Lc 10,38-42). Sin embargo, estas distinciones no constituyen de por sí una diferencia excluyente, sino que postulan una rica integración.

Más importante es constatar cómo el monacato nacido en

136 Cf JUAN PABLO II, exhortación apostólica Vita consecrata, 75.
137 Ib, 82.
138 Ib, 6. Cf
27.

Oriente llegó a Occidente y se desarrolló con gran vitalidad. Así, han nacido en Occidente otros institutos de vida religiosa: canónigos regulares, órdenes mendicantes, clérigos regulares y congregaciones masculinas y femeninas dedicados a la actividad misionera o asistencial. Ya en épocas más recientes surgen los institutos seculares y las sociedades de vida apostólica. Este desarrollo operado en Occidente también fue contagiado a las Iglesias orientales católicas que han salido beneficiadas: en ellas, fieles a la tradición oriental, también se están desarrollando el monacato y otras formas de vida espiritual.


c) Situación en las Iglesias orientales católicas

La existencia del monacato en las Iglesias orientales católicas es reciente. Cuando se produce la ruptura de la comunión entre los patriarcados orientales y la Sede romana a partir del año 1054, el monacato oriental siguió totalmente vinculado a sus pastores y en consecuencia permaneció en la Ortodoxia. El resurgimiento de la restauración de la comunión con la Sede romana en el Concilio de Florencia, que no se vio coronado con éxito, motiva que muchas comunidades cristianas orientales, de forma parcial, hayan pedido y permanecido unidas a la Iglesia de Roma como signo de su dimensión plenamente católica al igual que en la época anterior a la separación. Desde entonces fueron surgiendo comunidades católicas de distintas tradiciones orientales, haciéndose presentes también comunidades monásticas y órdenes religiosas de Occidente que trabajaban apostólica y ecuménicamente propiciando la unidad.

Gracias a la labor de carmelitas, capuchinos y jesuitas, al deseo mostrado por muchas comunidades ortodoxas de conservar su rico patrimonio viviendo unidas a Roma, a las condiciones políticas que favorecían y hasta imponían la unión, y de forma especial a la aceptación de la unidad sellada, surgen las Iglesias orientales católicas. Una vez constituidas, el monacato y otras formas de espiritualidad no tardarán en aparecer, si bien de forma aislada. En su mayoría se trata de órdenes masculinas, como los antonianos, los basilianos o los mechitaristas.

La primera reglamentación de estos institutos religiosos orientales data de 1952139. Esta reglamentación sólo servirá para los monjes, órdenes, congregaciones y sociedades de vida común existentes hasta este momento.

Con la promulgación del CCEO, la reglamentación sobre los monjes y otros institutos y sociedades religiosas se configura definitivamente en el Título XII, con 162 cánones (cc. 410-572). Este título se estructura en cuatro capítulos: de los monjes y de los demás religiosos, de las sociedades de vida común a la manera de los religiosos, de Ios institutos seculares, y de otras formas de vida consagrada. Es significativo que el estado religioso o los religiosos sólo sean los monjes, las órdenes y las congregaciones; las sociedades de vida común, los institutos seculares y otras formas de vida consagrada no forman parte del estado religioso, y quienes pertenecen a ellos no son miembros religiosos sino simplemente miembros.

El tratamiento que el CCEO da a los monjes es amplio, acorde con esta institución eminentemente oriental, de tal forma que el Código la presenta como la culminación de cualquier otra forma religiosa: describe al monasterio como la casa religiosa de los monjes o monjas en que se observa la vida monástica, regulada por el típico como texto fundamental del monasterio. Como el Oriente conoció en los orígenes del monacato a los eremitas o anacoretas, también prevé el Código que haya miembros del monasterio sui iuris o autónomo que con licencia del Superior y el consentimiento de su consejo viva separado del monasterio; si quiere vivir fuera del monasterio necesita, además, el consentimiento del obispo eparquial140. El eremita en la tradición latina no constituye

139 Pfo XII, motu proprio Postquam Apostolicis Litteris (9 de febrero de 1952), por el que se promulga el Título XIV (De los monjes y de los demás religiosos) del futuro Código que no se llegará a promulgar.
140 CCEO 481-485.

una institución, sino una situación personal, por lo que profesa en manos del obispo diocesano y está bajo su dirección141.

Además de Ios monjes, son religiosos también los miembros de las órdenes y congregaciones. En el caso de las órdenes, la profesión se equipara a la monástica; si se trata de congregaciones no se equipara a la profesión monástica. La profesión monástica es perpetua, con los votos de pobreza, castidad y obediencia, aunque puede revestir, según el típico del monasterio, distintos grados que son accidentales a la profesión y son referidos al tipo de hábito empleado (cc. 462-463). Tanto las órdenes como las congregaciones se rigen por sus propios estatutos y precede la profesión temporal a la perpetua (c. 526.1).

En el momento actual hay que distinguir entre institutos religiosos nacidos en Occidente y presentes en Oriente (que se rigen por el CIC y dependen de la Congregación de Religiosos e Institutos Seculares o de la Congregación para la Evangelización de los pueblos) y los monasterios, órdenes y congregaciones nacidos en una tradición oriental, que están presentes en Oriente y acaso hasta en Occidente, pero se rigen por el CCEO y dependen de la Congregación para las Iglesias orientales. Obviamente aquí son tratados estos últimos, y están distribuidos de la siguiente manera142:

  1. Monjes: solamente existen los monjes de la Regla Studita o Monjes Studitas Ucranios. Fueron fundados el 1 de octubre de 1965 y sólo hay dos casas, con once religiosos, de los cuales ocho son sacerdotes. No existen monasterios de monjas actualmente.

  2. Órdenes: existen tres familias masculinas, con un total de 259 casas, integradas por 1.487 religiosos, de los cuales 977 son sacerdotes. No existen órdenes femeninas.

Los antonianos, que siguen fielmente el espíritu y carisma de san Antonio, están presentes entre los maronitas y los caldeos en la forma siguiente:

141 CIC 603.
142 Datos tomados del Anuario Pontificio de 1997.

  • Orden maronita mariamita (Fund. 10-11-1695), con 27 casas, 125 religiosos, de los que 77 son sacerdotes.

  • Orden libanesa maronita (Fund. 10-11-1695), con 70 casas, 356 religiosos, de los que 262 son sacerdotes.

  • Orden antoniana maronita (Fund. 1700): con 32 casas, 163 religiosos, de los que 91 son sacerdotes.

  • Orden antoniana de San Hormisdas de los caldeos (Fund. 1808), con 5 casas, 34 religiosos, de los que 19 son sacerdotes.

Los basilianos siguen la regla de san Basilio, siendo la orden más numerosa y más representativa de Oriente:

— Orden basiliana de Grottaferrata (Fund. 1-11-1579), con 5 casas, 28 religiosos, de los que 19 son sacerdotes.

— Orden basiliana de San Josafat (Fund. 1617), con 68 casas, 534 religiosos, de los que 305 son sacerdotes.

— Orden basiliana del Salvador de los melkitas (Fund. 1684), con 19 casas, 105 religiosos, de los que 89 son sacerdotes.

— Orden basiliana de san Juan Bautista de los melkitas (Fund. 1697), con 6 casas, 50 religiosos, de los que 39 son sacerdotes.

— Orden basiliana alepina de los melkitas (Fund. 1697), con 12 casas, 44 religiosos, de los que 30 son sacerdotes.

Los mechitaristas, fundados en 1701 por el apóstol armenio Pedro Nanoug Mechiter (1670-1749) en Sebaste, observan la Regla de san Benito y se dedican a la promoción eclesial, religiosa y cultural de los armenios, además de la cura de almas:

  • Venecia (Fund. 1717), con 10 casas, 32 religiosos, de los que 31 son sacerdotes.

  • Viena (Fund. 1773), con 5 casas, 16 religiosos, de los que 15 son sacerdotes.

  1. Congregaciones: existen tres congregaciones religiosas clericales nacidas en el Estado indio de Kerala (Carmelitas de la Bienaventurada Virgen María Inmaculada, fundada en 1885; Congregación de la Imitación de Cristo, fundada en 1919, y Congregación misionera del Santísimo Sacramento, fundada en 1933), con un total de 271 casas, integradas por 1.861 religiosos, de los cuales 1.113 son sacerdotes. Existen también 23 institutos centralizados o congregaciones femeninas, con un total de 2.890 casas, integradas por 27.519 religiosas.

  2. Sociedades de vida común a la manera de los religiosos: profesan los consejos evangélicos no con votos sino con vínculos e imitan la forma de vida de los religiosos según sus estatutos143. Solamente existe la Congregación Vicenciana malabar, como Sociedad de vida común ad instar religiosum, fundada en 1927, dedicada a labores misionales, asistenciales y formativas del clero y laicado. La componen 54 casas, con 371 religiosos, de los que 224 son sacerdotes.

En las Iglesias orientales católicas se ha introducido una forma totalmente occidental y desconocida hasta ahora: son los Institutos seculares, recibidos en las tradiciones orientales por influencia latina. Sin embargo, este hecho ha de ser interpretado como una aportación occidental y en contrapartida constituye un enriquecimiento oriental. Existe hasta el momento presente un instituto secular ucranio, fundado en 1940: las Catequistas del Sagrado Corazón de Jesús.

143 CCEO 554.1. No se debe confundir las Sociedades de vida común a la manera de los religiosos (que profesan los consejos evangélicos, no tienen votos sino vínculos y se equiparan a los religiosos, CCEO 554.3) con las Sociedades de vida apostólica (que pueden no profesar los consejos evangélicos, existen vínculos y no se equiparan a los religiosos, sino que se asemejan a los institutos de vida consagrada, CCEO 572). Ambos tipos de Sociedades fueron recibidas en el derecho oriental: el primer tipo en el motu proprio Postquam Apostolicis Litteris, cc. 224-231 y posteriormente en el CCEO 554-562; el segundo tipo sólo es contemplado en el citado c. 572 del CCEO. En la tradición latina existen sólo las Sociedades de vida apostólica (CIC 731-746) que equivalen a las de la tradición oriental, con la pequeña diferencia de que en el CCEO 572 pueden no profesar los consejos evangélicos, y en el CIC 731.2 han de profesarlos.

Prevé también el CCEO otras formas de vida consagrada, como los ascetas que imitan la vida eremítica (ya están previstos los monjes eremitas, CCEO 481-485), las vírgenes (He 21,9) y las viudas consagradas (1Tim 5,3-16) que se remontan a la época apostólica144.

Cabe recordar, finalmente, que el monacato y otros institutos religiosos han sido y son expresión de la espiritualidad vivida en la Iglesia: el monacato nació en Oriente y tras su desarrollo llegó a Occidente, como otros institutos religiosos (órdenes, congregaciones, sociedades, etc.) nacen y se desarrollan en Occidente y llegan a Oriente. Tratan de vivir el ejemplo de Jesucristo e imitar a la primitiva comunidad cristiana muchas personas, vinculándose en estas instituciones y haciendo partícipes de la espiritualidad a otros fieles laicos.


3.3.
La presencia de Dios en el icono

Muchas de las Iglesias orientales, y particularmente las pertenecientes a la tradición bizantina, conceden una importancia a la iconografía como manifestación de la presencia de Dios. El icono (eikon, imagen) consiste en una imagen pictórica sobre madera que representa a Cristo, la Virgen, los santos y escenas del Antiguo o Nuevo Testamento. El icono ha de ser diferenciado de la representación escultórica, que también existe en alguna Iglesia oriental católica, aunque el uso general es la veneración de los iconos, sobre todo en las Iglesias de tradición bizantina145

El icono manifiesta la presencia de Dios para la mayoría de las Iglesias orientales católicas. Así como en Occidente la presencia de Cristo se manifiesta más en la «doble mesa» de la palabra de Dios escrita y del cuerpo de Cristo (DV 21), en Oriente el icono alimenta la espiritualidad y signifi-

144 CIC 604; CCEO 570; JUAN PABLO II, exhortación apostólica Vita consecrata, 7.
145 CCEO 886-887.

ca su presencia: cuando el piadoso fiel se coloca frente a un icono, está en la presencia de aquél a quien representa.

La presencia de Dios es percibida por el hombre a través de los sentidos: por el oído escuchamos la voz de Dios hecha palabra escrita que se proclama; por la boca o el gusto recibimos el cuerpo de Cristo que nos sirve de alimento; por la vista contemplamos «cara a cara» el rostro visible del Dios invisible a través de los iconos. Siempre se trata de una presencia permanente que tenemos asegurada los cristianos en virtud de la promesa de Cristo: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

El significado que encierra la veneración de los iconos es consecuencia del misterio de la encarnación: Dios se hace hombre, se hace palabra, se hace imagen. La iconografía no consiste solamente en considerarla como valor didáctico en el sentido que nos acerca a lo que se representa en el icono, ni tiene como finalidad recordar un misterio, ni sirve para suscitar la devoción, sino que tiene un profundo sentido teológico y litúrgico: hace presente a quien representa o lo que representa, por lo que es signo o sacramento de la presencia de Dios. Y así el Oriente celebra con los iconos lo que en Occidente significa la presencia eucarística, determinando el culto y la espiritualidad.

La veneración de los iconos tuvo una lucha larga, fruto de la reflexión sobre la teología de la imagen manifestada en la palabra de Dios y en la legitimidad de su uso en la tradición de la Iglesia, que será sancionado por el segundo Concilio de Nicea el año 787.

La iconoclastia, o lucha destructora de iconos, fue originada hacia el año 726 y no termina hasta el año 843, con dos períodos bien delimitados por el año 787. Fue una lucha entre los partidarios de la destrucción —iconoclastas— y los defensores de la veneración de los iconos —iconófilos—, para lo que se apoyaban en textos bíblicos y en el uso o tradición de la Iglesia.

Los iconoclastas apelaban a ciertos textos de la Sagrada Escritura en que se prohibía hacer imágenes. Esta prohibición estaba justificada por el peligro de caer en la idolatría, tan difundida entre los pueblos vecinos. Las religiones monoteístas, para salvaguardar la trascendencia y soberanía de Dios en la creación y prevenir contra la idolatría como fácil tentación del ser humano, prohibían rigurosamente hacer imágenes y darlas culto. Esta praxis es asumida por el judaísmo y el islamismo: el judaísmo se mantendrá fiel a las disposiciones mosaicas, y este ejemplo será seguido por el Islam, aunque no contenga una prohibición específica146. Sin embargo, en el mundo judío no se excluye la fabricación artística de imágenes dentro de ciertos límites, por lo que en la decoración de la sinagoga se usan representaciones simbólicas en vidrieras; en cambio el Islam desconoce como motivo ornamental de sus mezquitas otra cosa que no sean frases coránicas en forma de arabescos.

Otra razón esgrimida por los iconoclastas se amparaba también en otros textos bíblicos que afirmaban la trascendencia de Dios, su majestad y soberanía: en ellos se afirma la imposibilidad de ver el rostro de Dios147 y en consecuencia la incapacidad del ser humano de representarle. Hay que añadir, igualmente, que los cristianos de Oriente, durante la época del iconoclasmo, se encontraban entre dos pueblos anicónicos, judíos y musulmanes.

La primitiva Iglesia sigue la costumbre judía de no venerar imagen alguna, sino a la palabra de Dios y a la eucaristía como signos de la presencia de Cristo, aunque pronto aparecen decoraciones en las catacumbas. Para los primeros cristianos la verdadera imagen de Dios es Jesucristo, «imagen del Dios invisible» (Col 1,15) y el hombre creado «a imagen y semejanza de Dios» (Gén 1,26). Durante los primeros siglos, la tendencia es opuesta a la veneración de imágenes: el Concilio de Elvira en la España romana de comienzos del siglo IV establece en el canon 36 que no haya ninguna imagen en las iglesias; igualmente contrarios se muestran Euse-

146 Éx 20,4-5; Dt 5,8-9. Cf Corán 4,153; 7,138ss; 20,85ss.
147 Ex 33,20; Jn 1,18.

bio de Cesarea y Epifanio de Salamina. Sin embargo, las iglesias revisten sus muros de escenas del Antiguo Testamento o de personajes del Nuevo como motivo ornamental y no como objeto de culto: aquí han de situarse numerosos Padres que alaban el sentido pedagógico de tales murales, entre los que destaca san Gregorio de Nisa, para quien estos murales son como un libro abierto donde aprenden a leer los que no saben.

El culto a las imágenes o iconos no se puede delimitar en qué momento comenzó, pero ciertamente con bastante anterioridad al comienzo de la crisis iconoclasta. Ya el Concilio Quinisexto del año 692 dedica el canon 73 a la veneración de la cruz, el 82 a sustituir los símbolos de Cristo con imágenes de su humanidad, y el 100 a la decencia en el arte sagrado.

El iconoclasmo sostenía, basándose en textos ya referenciados de la Biblia, que no se podían hacer imágenes de Dios porque Dios es incorpóreo, ni de Cristo, porque entonces se mezclarían en la imagen las dos naturalezas y eso equivaldría al monofisismo ya condenado en Calcedonia, ni tampoco se podía pintar la naturaleza humana de Cristo porque se dividiría el único Cristo y eso sería el nestorianismo ya condenado en Efeso. Por el contrario, los iconófilos defendían los iconos en virtud del misterio de la encarnación: rechazar los iconos significaba negar la verdad de la encarnación, ya que Cristo puede ser representado. «Antaño jamás ha sido representado Dios en imagen, puesto que es incorporal y sin figura. Pero puesto que ahora Dios ha vivido en la carne y ha vivido entre los hombres representamos lo que es visible de Dios. Yo no venero la materia, sino al creador de la materia que se ha hecho materia por mí»: así se expresaba san Juan Damasceno, valiente defensor de los iconos, quien relaciona la imagen con el prototipo y distingue entre la adoración debida a Dios y la veneración otorgada a los iconos. El valor y la justificación del culto a los iconos subraya el carácter relacional, es decir, la veneración del icono dice referencia al prototipo.

La lucha iconoclasta se enciende por una intervención imperial: el emperador León III (717-741), tras unos años de paz, comienza a destruir los iconos de Cristo, quebrando la unidad del imperio, ya que la zona europea era iconófila y la asiática era iconófoba. Al rebelarse los griegos y latinos por semejante persecución, acuden estos al papa Gregorio II (715-731), quien protesta contra esta intromisión en materia de fe. Su sucesor, Gregorio III (731-741) convoca un sínodo donde ya se condena el iconoclasmo. Como respuesta, el emperador León III ataca Italia y sustrae de la jurisdicción papal para someterla al patriarca de Constantinopla los territorios bizantinos de la Italia meridional y el Ilírico. Su hijo Constantino V (741-775) fue más fanático que su padre: convoca un sínodo en el palacio de Hieria el año 752 con 338 obispos adictos a la iconoclastia, determinándose que la imagen es incapaz de mostrar a Dios, ya que no es más que una obra humana, y condena tanto el culto a los iconos como a los fieles que los posean y a los monjes que los hagan. Le sucede su hijo León IV (775-780), pero al fallecer prematuramente y contar su hijo Constantino con diez años, su viuda Irene, más favorable a la veneración de los iconos, elegirá al iconófilo Tarasio para ocupar la sede constantinopolitana y convocará el segundo Concilio ecuménico de Nicea.

Durante la primera parte de la persecución iconoclasta, los defensores del culto fueron el patriarca Germán de Constantinopla (715-730), obligado a dimitir y anatematizado por el sínodo de Hieria, junto con san Juan Damasceno; durante la segunda parte de la persecución iconoclasta (813-843) fueron defensores de los iconos el patriarca de Constantinopla Nicéforo y el monje Teodoro Studita.

El segundo Concilio de Nicea, convocado por la emperatriz Irene, se inicia el 24 de septiembre de 787, presentes los legados pontificios: el arcipreste de la Iglesia romana Pedro y el abad del monasterio griego de San Sabas en Roma. Los patriarcas orientales, dada la imposibilidad de estar presentes a causa de la dominación musulmana, envían cartas de adhesión, siendo el moderador el patriarca Tarasio de Constantinopla. En el Concilio se revoca el sínodo de Hieria, se homenajea a los monjes por su valiente y constante defensa de los iconos, y se determina y sanciona su veneración:

«Siguiendo la enseñanza divinamente inspirada de nuestros santos Padres y la tradición de la Iglesia católica (pues reconocemos ser el Espíritu Santo que habita en ella) definimos con toda exactitud y cuidado que de modo semejante a la imagen de la preciosa y vivificante cruz han de exponerse las sagradas y santas imágenes, tanto las pintadas como las de mosaico y de otra materia conveniente, en las santas iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos, en las paredes y cuadros, en las casas y caminos, las de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, de la Inmaculada nuestra Señora la santa Madre de Dios, de los santos ángeles y de todos los santos y justos. Porque cuanto con más frecuencia son contemplados por medio de su representación en la imagen, tanto más se mueven los que éstas miran al recuerdo y deseo de los originales y a tributarles el saludo y adoración de honor, no ciertamente la latría verdadera que según nuestra fe sólo conviene a la naturaleza divina, sino que como se hace con la preciosa y vivificante cruz, con los evangelios y con los demás objetos sagrados de culto, se las honre con la ofrenda del incienso y luces, como fue la piadosa costumbre de los antiguos. Porque el honor de la imagen se dirige al original, y el que adora una imagen, adora a la persona en ella representada» 148.

El mérito del segundo Concilio de Nicea se manifestó en definir la fe en una confesión, y que en la definición de fe (horos) se distingue entre latreia o adoración y proskynesis o veneración.

El argumento usado por los iconoclastas era apelar a la tradición de la Iglesia, manifestada en los concilios precedentes y en los Padres, en tradiciones escritas y no escritas, pero ellos mismos rompían con la tradición de la Iglesia considerando el icono o la imagen como un retorno a la

148 CONCILIO II DE NICEA, Horos, COD 135-136; también Dz 302. Con ocasión del XII centenario de este Concilio, JUAN PABLO II publicó la carta apostólica Duodecimum saeculum (4 de diciembre de 1987) L'Osservatore Romano (1988) 115-116; igualmente se hicieron varios estudios históricos y teológicos: PE 5 (1988) 11-60 y 183-191.

idolatría, a la vez que mantenían estatuas del emperador. El Concilio mantuvo que el icono hace presente a la persona, y que venerar el icono es venerar a la persona representada. Consecuentemente, rechazar la representación icónica de Cristo es negar su encarnación.

La paz no se consiguió con la celebración conciliar nicena en el año 787. Años después149 se vuelve a desencadenar la persecución cuando sube al trono el emperador León V el Armenio (813-820) y decide verificar si en la tradición de la Iglesia se había mantenido o no una desaprobación del culto a las imágenes. A esta intervención imperial en materia de fe se opusieron el patriarca Nicéforo de Constantinopla y el monje Teodoro Studita, lo que les valió la deposición al primero y el destierro al segundo. Le sucede Miguel II (820-829), más moderado en la persecución; con su hijo Teófilo (829-843) arrecia aún más, siendo exterminados muchos monjes, pero su muerte imprevista ocasiona la regencia de su mujer Teodora ante la minoría de edad de su hijo Miguel III. Es entonces cuando se restablece el culto a los iconos y se instituye la fiesta de la Ortodoxia como victoria sobre la iconoclastia150

Aunque la crisis iconoclasta no terminó el año 813, la iconoclastia ha reaparecido en otras ocasiones a lo largo de la historia. Cuando en Occidente es conocida la controversia oriental y las decisiones de Nicea, el imperio franco tampoco acepta el valor de las imágenes: un sínodo en Frankfurt rechaza la doctrina conciliar expuesta en Nicea sobre las imágenes al no distinguir entre latreia y proskynesis. Siglos

149 En el año 815 se celebra un sínodo en Constantinopla con la complicidad del patriarca Teodosio, donde nuevamente se reafirma la postura iconoclasta: «Imitando las antiguas herejías han fomentado, quienes veneran las imágenes, la necedad de tiempos anteriores, sea que quieren circunscribir con la imagen a quien es incircunscribible, sea que separan la naturaleza humana de la divinidad. Corrigen un mal con otro... Conservamos los decretos (del sínodo de Hieria del 754) y determinamos que el hacer imágenes no sirve, sin que por ello las consideremos como cosas idolátricas» (Sínodo constantinopolitano de 815, Horos: Dumeige, Nicée 11, Apéndice textual X).

150 Esta fiesta bizantina se celebra el primer domingo de Cuaresma, y así es denominada.

después, el Concilio de Trento reafirma el culto de las imágenes151, frente a las ideas de la Reforma protestante que condenaba no las imágenes sino su veneración152. Ya en nuestro siglo, el concilio Vaticano II reconoce el valor de las imágenes153 expuesto igualmente en el Catecismo de la Iglesia católica154

En Oriente la victoria sobre el iconoclasmo se convierte en una inserción del icono en la vida litúrgica y espiritual. Los iconos llenan los templos bizantinos, presididos por el pantocrator en la bóveda y por la theotokos en el ábside; el iconostasio, pared cubierta de iconos que separa el altar y lo oculta de la vista, viene a ser la palabra de Dios pintada, convirtiéndose así en un gran mural bíblico que recorre escenas y personajes. Además, en el templo bizantino existe el proskynitario o atril donde se coloca el icono que se venera cada día u otro icono de especial veneración, que el fiel respetuosa y reverentemente besa y alumbra.

En la vida familiar, la espiritualidad icónica llega también al rincón de cada casa, con un icono adornado convenientemente o incluso con un pequeño iconostasio, exponente de la devoción oriental: allí se recitan las oraciones de la familia y el icono, pequeño o grande, preside los acontecimientos de toda la vida familiar.

El significado que para el cristiano oriental tiene el icono es profundamente teológico: hace presente a quien representa, y el fiel está presente ante quien con mirada dulce y serena le ve. El icono no es un retrato, ya que no tiene expresiones ni movimientos. Está desmaterializado para así transmitir lo que sobrepasa la materia: la gloria. El icono no tiene perspectivas ni sombras: todo él es luz y esplendor.

151 Concilio tridentino, sesión XXV, COD 774-775, y también Dz 984-988.

152 Para Lutero y Melanchton la imagen es una adiphoron, ni buena ni mala; pero son contrarios Zuinglio y Calvino. Cf L. Ruiz POVEDA, La veneración a las imágenes, problema ecuménico, PE 5 (1988) 61-67.

153 SC 126; LG 67.

154 CEC 1159-1162 y 2129-2132.

Tienen una importancia excepcional los colores, inspirados en Ap 6,1-8: el negro es signo del pecado, como el oro refleja la gloria, destacándose en la aureola o corona, y también en los bordes de las vestiduras de Jesucristo y la Virgen María; el blanco representa la transfiguración y resurrección de Jesucristo y la vida celestial; el rojo indica el sacrificio, el verde la regeneración y el ocre con aspecto de tierra se reserva para los rostros y partes del cuerpo, indicando que ha sido sacado de la tierra y que es signo de humildad, junto con el amarillo. Todos estos colores tienen una gran variedad cromática, por lo que caben distintas tonalidades.

El proceso de confección de los iconos representa, en cierta medida, el misterio de la encarnación. Siguiendo una técnica específica y tras una preparación adecuada, el iconógrafo ha de contemplar la luz tabórica que ha de transmitir y se ha de preparar espiritualmente con la oración y el ayuno, a semejanza de Cristo al inicio de su ministerio público. No es, pues, de extrañar que los mejores iconógrafos sean los monjes, dada su experiencia contemplativa. La iconografía no puede ser entendida sólo como un arte sino sobre todo como un carisma semejante al de la enseñanza catequética: requiere un alto conocimiento bíblico y hagiográfico capaz de ser transmitido, la variedad de colores a emplear, la elección de posturas y gestos sin movimiento. Necesitará, además, el iconógrafo la preceptiva bendición previa para que pueda expresar en los iconos que pintará que Cristo ha reformado nuestra imagen manchada, y que por él ha sido llamada a la belleza divina155

El icono es una pintura sobre madera, no sobre papel u otros materiales equivalentes y por lo mismo nada nobles, que fácilmente se pueden deteriorar o romper. Cuando el iconógrafo termina su sagrado oficio no firma su obra, sino que el icono es ungido con crisma en sus cuatro esquinas: desde entonces el icono ya es signo de la presencia de Dios.

A lo largo de la historia de la Iglesia puede afirmarse que

155 Cf P. EVDOKIMOV, El arte del icono. Teología de la belleza, Madrid 1991; Imágenes de la fe 302 (1996).

siempre hubo iconos, al menos desde el siglo IV ya está documentada su existencia. La tradición oriental señala a san Lucas, además de médico y evangelista, como pintor de la Virgen María en unos tres iconos, aunque los iconos atribuidos son muchos más: uno en Siria, dos en Egipto, varios en Athos e incluso en Roma. Estos primeros iconos son considerados por la tradición como milagrosos, por su condición de acheropitas (a-cheiro-poiete, no hecho a mano) y son venerados como reliquias156. Sí hay que afirmar que con el iconoclasmo se perdió gran cantidad de iconos y que los más antiguos pueden estar fuera o alejados del escenario geográfico de la controversia (Monte Athos, Monte Sinaí, Roma).

Capítulo especial es el de la iconografía mariana157. La Virgen María es representada en los iconos junto con su Hijo en los brazos (no siendo un niño, sino como un adulto pequeño), y puede ser denominada según las posturas y los gestos que adopte: Odigitría o guía (María en posición frontal que con un brazo sostiene a su Hijo y con el otro señala a Cristo «camino»), Eleusa o misericordiosa (María sostiene a su Hijo que se abraza al cuello y la acaricia), Orante o en actitud de oración, aunque pueda revestir tres modos: la Aguiosotirissa (de Hagia Sorós, urna santa que contenía el vestido de la Virgen) que representa a la Virgen sola con los brazos alzados, mirada fija y en actitud suplicante; la Blanquerniotissa (icono del santuario de Las Blanquernas, al norte de Constantinopla, destruido en 1453 y sólo conocido a través de copias) en que María aparece en busto o de pie, con los brazos alzados al cielo en actitud de intercesora; y la Deissis (en griego significa súplica) en que se representa a María al lado de Cristo juez junto con san Juan, teniendo ambos brazos alzados y mirando a Cristo en actitud suplicante; la Galactotrefussa (que amamanta) en que María apa-

156 Con esta cualidad habría que señalar los atribuidos a san Lucas, al mandylion o rostro de Cristo enviado por el mismo Cristo, según la leyenda, a Abgar, rey de Edesa, la sábana santa o syndone, y la faz con que la verónica limpió su rostro.

157 Cf T. MOLDOVAN, María, una mirada desde el Oriente cristiano, Madrid 1996.

rece con el Niño al pecho; finalmente la Kyriotissa (señora del mundo) en que la Virgen aparece sentada como emperatriz.

Además de estos cinco tipos de iconos marianos existen otros tipos secundarios: la Virgen de la Pasión, más conocida como del Perpetuo Socorro (María con su Hijo asustado, que une sus manos a la de su Madre, mientras en la parte superior unos ángeles tienen instrumentos de la pasión); la Virgen trijerussa (o Virgen de las tres manos) que aparece así porque los iconoclastas cortaron una mano a san Juan Damasceno, defensor de los iconos; o la Virgen del signo (el signo de Is 7,14) en que Cristo aparece en un círculo sobre el pecho de su Madre. Importante son otros signos en los iconos marianos: el vestido habitualmente es de color celeste158 y el manto o maphorion (contracción de omophorion) que como velo envolvía la cabeza. Lleva tres estrellas: en la frente y una en cada hombro, significando la perpetua virginidad antes, en y después del parto; para otros significan sus relaciones con la Santísima Trinidad (Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo).

La importancia concedida por la iconografía a la Virgen María da a entender que su puesto en la liturgia es absolutamente necesario: preside desde el ábside, está a la izquierda de la puerta santa del iconostasio (a la derecha está Cristo), y en la divina Liturgia es constantemente invocada.

La controversia iconoclasta motivó la profundización del misterio de la encarnación, definido en los concilios cristológicos de Efeso y Calcedonia, al mismo tiempo que justificó el uso en el culto de los iconos y matizó la veneración debida. En el Oriente bizantino el icono formará parte de la liturgia y tendrá un contenido teológico: el icono servirá en relación con el origen y será una epifanía de lo invisible. Será la forma más accesible e inmediata de asomarse al mundo divino, sin despreciar por ello la palabra de

158 El calendario litúrgico bizantino dedica el 1 de octubre a las vestiduras de la Madre de Dios; el 2 de julio a su deposición en el santuario bizantino de Las Blanquernas, y el 31 de agosto a la deposición del cinturón.

Dios y el sacramento eucarístico: el icono es percibido por el sentido de la vista, el más directo de todos. Incluso se le atribuye el ser canal de la gracia de Dios, a semejanza de los sacramentos.

Occidente no vivió la crisis iconoclasta de forma directa. Ha desarrollado la imagen más como escultura que como pintura, más con valor didáctico y pedagógico que como valor litúrgico y teológico. A ello contribuyó la actitud de san Gregorio Magno, al afirmar que «lo que es para los lectores la Escritura, es la imagen para los no instruidos». De esta forma se subraya más el aspecto catequético: en este sentido las pinturas románicas y los retablos medievales o renacentistas mostrarán escenas bíblicas, quedando las imágenes en escultura expuestas a la veneración. Tampoco han faltado iconos en Occidente159, aunque han proliferado más los cuadros en la devoción popular.


4. La disciplina

Entre los cuatro elementos que conforman el patrimonio de las Iglesias orientales católicas se señala, finalmente, el disciplinar. Los documentos conciliares del Vaticano II lo señalan después de tratar los tres anteriores (el litúrgico, el teológico y el espiritual), no porque carezca de importancia, sino para indicar que, si los anteriores pueden ser en algunos aspectos comunes con la tradición latina u occidental, éste es decisivo: es el elemento que distingue a la tradición latina de cualquier tradición oriental, y además distingue a cada Iglesia oriental católica.

En efecto: en la Iglesia católica existen distintos ritos o tradiciones que configuran las seis existentes: en Occidente

159 Como consecuencia de las cruzadas se desarrolla en la Edad media la devoción a la cruz en el Via crucis, resaltando más la humanidad de Cristo y de su Madre. A ello contribuyó la devoción a la syndone o sábana santa y la verónica, mujer que salió al encuentro de Jesús camino del Calvario, y que al aplicar un lienzo a su rostro obtuvo la imagen de su faz. Otras narraciones apócrifas mencionan a Verónica como la mujer hemorroisa de Mt 9,20 (Cf A. DE SANTOS OTERO (ed.), Los evangelios apócrifos, Madrid 1993, 497).

la latina, y en Oriente la alejandrina, la antioquena, la armenia, la caldea y la bizantina. Cada uno de estos ritos o tradiciones posee un patrimonio litúrgico, teológico, espiritual y disciplinar160.

Muchos aspectos del patrimonio teológico y espiritual son compartidos tanto en Oriente como en Occidente; sin embargo, cada tradición oriental u occidental tiene un elemento distinto, pero no decisivo, como es el litúrgico, que distingue y caracteriza cada tradición. Así resulta que cada tradición oriental posee una, dos o más liturgias, como se ha visto al tratar del elemento litúrgico del patrimonio oriental. Y en la tradición latina también existen otras liturgias: la romana161, que logró imponerse desde los comienzos del segundo milenio y que prácticamente es universalmente celebrada, la galicana, que no superó el siglo VIII en Francia, la ambrosiana, cuyo ámbito se reduce al norte de Italia en torno a Milán, y la hispana, más reducida aún a algunas parroquias españolas. Con ser importante el elemento litúrgico, lo decisivo está en lo disciplinar: en Occidente no hay tradiciones latinas sino tradición latina con varias liturgias y una disciplina canónica con legislación universal y particular (CIC 12 y 13), y en Oriente hay varias tradiciones con distintas liturgias junto con un derecho común que abarca las leyes y costumbres tanto de la Iglesia universal como de todas las Iglesias orientales católicas, y un derecho particular con las restantes leyes, costumbres, estatutos y otras normas que no son comunes ni a la Iglesia universal ni a todas las Iglesias orientales católicas (CCEO 1493,1-2).

160 CCEO 28.1-2.
161Dentro de la liturgia romana o rito romano han existido algunas variantes, consignadas en los misales romano, lionés, cartujano y dominicano (cf A. G. MARTIMORT, o.c., 464-467). Recientemente diversos episcopados han compuesto distintas plegarias eucarísticas: Roma compone tres plegarias para misas con niños en 1974 y dos sobre la reconciliación en 1975 con ocasión del Año santo; Suiza compone una plegaria con cuatro variantes en 1974: todas ellas se encuentran ya en el Misal romano. El episcopado del Zaire ha preparado para su país un nuevo Ordinario de la misa, en que se incluye también una nueva plegaria eucarística más de acuerdo con el lenguaje autóctono (cf D. BOROBIO Y OTROS, La celebración de la Iglesia II, Salamanca 1994, 417).

La disciplina canónica oriental hunde sus raíces en la propia configuración imperial. Si se exceptúan las Constituciones Apostólicas de finales del siglo IV, que contienen los llamados 85 cánones apostólicos cuyas fuentes son los cuatro primeros Concilios ecuménicos, las colecciones canónicas orientales son de tres tipos: cronológicas (el Syntagma canonum, compuesto antes del año 381 posiblemente por el obispo antioqueno Melecio, y la Colección Trullana, compuesta en el año 691 en Constantinopla), sistemáticas (Colección en cincuenta títulos, compuesta por Juan Escolástico hacia el año 550: contiene los 85 cánones apostólicos, 224 cánones recogidos en el Syntagma canonum y 68 textos de san Basilio), y Nomocánones o colección imperial compuesta de leyes seculares y de cánones de la Iglesia162. Durante el mismo período, no se encuentra en Occidente una colección sistemática hasta el siglo XII con el Decreto de Graciano.

El Concilio II de Nicea, celebrado en el año 787, declara como primera regla canónica «a los cánones que proceden de los gloriosos apóstoles, y a los seis santos y universales Sínodos y de aquellos Concilios reunidos localmente, así como de nuestros santos Padres»163. La disposición nicena venía a sintetizar toda la legislación canónica precedente, y esta disposición es observada incluso cuando acaece la ruptura de la comunión entre los patriarcados orientales y la Sede romana, ya que el Concilio IV de Constantinopla (869-870) no fue aceptado con unanimidad. «Y así, no se ha de olvidar que las Iglesias orientales que todavía no están en plena comunión con la Iglesia católica se rigen por el mismo y fundamentalmente patrimonio de la disciplina canónica, es decir, por los sagrados cánones de los primeros siglos de la Iglesia»164.

162 Cf A. GARCÍA GARCÍA, Historia del Derecho canónico, Salamanca 1967, 168-170.

163 JUAN PABLO II, constitución apostólica Sacri canones (18 de octubre de 1990), por la que se promulga el CCEO. Cf CONCILIO II DE NICEA, c. 1 (COD 138-139).

164 Ib. Los Cánones por los que se rigen las Iglesias ortodoxas bizantinas, y que conforman su propio derecho, suman 902 cánones: 85 Cánones Apostólicos (finales del siglo IV); 191 Cánones de los Concilios ecuménicos: Nicea (325) con 20; Constantinopla (381) con 8; Éfeso (431) con 9; Calcedonia (451) con 30; Trullano (692) o Constantinopla 11-I11 con 102, y Nicea (787) con 22; 322 Cánones de Sínodos locales: Cartago (256) con 1, Ancira (314) con 25, Neocesarea (315) con 15, Gangra (340) con 21, Antioquía (341) con 25, Laodicea (343) con 60, Sárdica (343) con 21, Constantinopla (394) con 1, Cartago (419) con 133, Constantinopla (861) con 17, y Constantinopla (879) con 3; 172 Cánones de los santos Padres: Dionisio arzobispo de Alejandría (1264) con 4, san Gregorio arzobispo de Neocesarea o el Taumaturgo (1270) con 11, Pedro 1 arzobispo de Alejandría y mártir (1311) con 15, san Atanasio el Grande (1373) con 3, san Basilio el Grande (330-379) con 92, Timoteo 1 de Alejandría (1385) con 18, san Gregorio Nacianceno o el Teólogo (1390) con 1, san Anfiloquio (1395) con 1, san Gregorio de Nisa (1395) con 8, Teófilo de Alejandría (1-412) con 14, y san Cirilo de Alejandría (1444) con 5; finalmente 132 Cánones complementarios: Juan IV el Ayunador (1595) con 65, Nicéforo el Confesor con 49, Nicolás de Constantinopla (1086-1111) con 11 y 7 cánones de Prescripciones canónicas (Cf Canoanele Bisericii Ortodoxe. Note si comentarü, 1992).

La situación creada por la ruptura de la comunión canónica y eclesial se hace aún más difícil en la época de las cruzadas en que, conquistadas las sedes patriarcales, surgen otros tantos patriarcados latinos. Así ocurre con Jerusalén (1099), Antioquía (1110), Constantinopla (1204) y, según parece, también con Alejandría. El Concilio IV de Letrán, en su canon 4, reconoce el carácter patriarcal de las sedes de Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén, pese a que en 1215 sólo el patriarca de Alejandría estaba en comunión con Roma. Esto se tuvo en cuenta en el Concilio de Florencia (1438), donde se colocó a los patriarcas orientales del lado de la epístola, frente a los latinos que estaban del lado del evangelio de la iglesia catedral donde se celebró el Concilio.

Las celebraciones del Concilio de Florencia emanaron cinco decretos con los que se firmaba la unión y se afirmaba la comunión doctrinal y canónica. Sin embargo, es conocido el eco encontrado en buena parte del pueblo y de sus pastores que no aceptaron la unión, con lo que tantos buenos deseos puestos en esta celebración conciliar se vieron frustrados. Será a partir de entonces cuando la respuesta de otra parte del pueblo y sus pastores pedirá la comunión con Roma, surgiendo así las Iglesias orientales católicas, ante la negativa del resto de las Iglesias orientales que quisieron permanecer en la situación de ruptura de la comunión plena.

El nacimiento de las Iglesias orientales católicas postulaba la organización y, consecuentemente, una normativa que sirviera para garantizar tanto la comunión con la Iglesia de Roma, signo de la comunión plena, como para salvaguardar el patrimonio oriental. Primeramente hubieron de ser los obispos en cuanto legisladores quienes dieran disposiciones puntuales de acuerdo con el tenor de las bulas de unión con Roma. Esta situación disciplinar llegará a la celebración del concilio Vaticano 1 en 1870: algunos obispos de estas Iglesias orientales (Gregorio Yussef, patriarca de la Iglesia greco-melkita y José Audu, patriarca de la Iglesia caldea) llegaron a pedir al Concilio temas como la revisión del derecho canónico oriental ante la pobreza disciplinar existente165. La interrupción del Concilio Vaticano 1 ahogó que se hubiera tratado sobre este tema.

La institución sinodal siempre gozó entre los orientales de especial relevancia y era, con todo, la mejor forma de legislar. Así tenemos que antes del Concilio Vaticano 1 ya se celebraron algunos Sínodos, como el del Monte Líbano en 1736 para los maronitas, o el del Sínodo aintracense en 1835 para los greco-melkitas. Después del Concilio Vaticano I se celebran muchos más: el sciarfense en 1888 para los sirios, el leopoliense de 1891 para los rutenos, dos sínodos en Alba Julia en 1882 y 1900 para los rumanos, el alejandrino de 1898 para los coptos, y el romano de 1911 para los armenios. La promulgación en 1917 del Código de Derecho Canónico se convirtió para todos los orientales católicos como un punto de referencia, ya que se concedía a la recién creada Sagrada Congregación para la Iglesia Oriental (1 de mayo de 1917) todas las facultades que otras Congregaciones tenían para el rito latino166

165 Mansi 49, col. 200 y 50, col. 515-516.
166 «La Congregación para la Iglesia Oriental está presidida por el mismo Romano Pontífice. A esta Congregación le están reservados todos los asuntos de cualquier género que se refieren tanto a las personas como a la disciplina o a los ritos de las Iglesias orientales, aunque sean asuntos mixtos, esto es, que, ya por razón de la materia, ya de las personas, afecten también a los fieles de la Iglesia latina. Por lo cual, esta Congregación tiene para todas las Iglesias de rito oriental todas las facultades que las demás Congregaciones tienen para la Iglesia de rito latino...» (CIC de 1917, c. 257.1-2).

En 1929 se decide la codificación canónica oriental, constituyéndose en 1935 una comisión, sucediéndose consultas, estudios y reuniones numerosas. Años después se pensó que la promulgación debería hacerse por partes en razón de que algunas eran consideradas como más urgentes. Así surgen los motu proprios de Pío XII: Crebre allatae sunt (22 de febrero de 1949) sobre Derecho matrimonial, Sollicitudinem nostram (6 de enero de 1950) sobre Derecho procesal, Postquam Apostolicis Litteris (6 de febrero de 1952) sobre Derecho de los religiosos, bienes temporales de la Iglesia y significación de las palabras, y finalmente Cleri sanctitati (2 de junio de 1957) sobre Derecho de los ritos orientales y personas. Sin embargo quedó sin promulgar casi la mitad del futuro Código.

El concilio Vaticano II promulga el Decreto Orientalium Ecclesiarum el 21 de noviembre de 1964, y ésta ha sido la legislación conciliar concreta para todas y solas las Iglesias orientales católicas por espacio de casi veinticinco años con las disposiciones allí contenidas. En realidad este decreto conciliar contiene dos partes bien distintas: comienza exponiendo la venerabilidad de las Iglesias orientales católicas por su rico patrimonio que han de custodiar en fidelidad y del derecho de regirse por él en igualdad de dignidad (nn. 1-6), para detenerse después en la institución patriarcal y la disciplina oriental en materias de culto y sacramentos (nn. 7-23). La parte final se dedica a las relaciones fraternas entre todas las Iglesias orientales, con o sin comunión plena (nn. 24-30).

Terminado el Concilio Vaticano II se reanudan los trabajos de dotar a las Iglesias orientales católicas de su Código. Se abandona definitivamente el proyecto iniciado de Código oriental en parte promulgado y se constituye en 1972 una nueva Comisión en consonancia con la nueva realidad eclesial y las recientes disposiciones conciliares. Esta tarea verdaderamente pericial y sinodal fue concluida casi veinte años después, y se convirtió en el otro pulmón necesario en la Iglesia católica: esta comparación respondía a la conclusión del ordenamiento canónico167

El promulgado Código de Cánones de las Iglesias orientales, a diferencia del Código de Derecho Canónico de la Iglesia latina que está compuesto de siete libros, está distribuido en treinta títulos y dedica una tercera parte a la organización como característica propia de la disciplina oriental. Nuestro propósito no es hacer un comentario o un estudio del Código y de cada uno de sus títulos, que desborda nuestro cometido a la par que resultaría innecesario, sino subrayar los principales capítulos que en la disciplina oriental adquieren especial relevancia.


4.1.
La adscripción a una Iglesia «sui iuris»

Por el sacramento del bautismo el ser humano se incorpora (incorporatur) a la Iglesia, cuerpo de Cristo, de la que el fiel cristiano forma parte. La incorporación es consecuencia de nuestra adhesión a Cristo, que nos libra del pecado y nos confiere la dignidad de ser hijos de Dios168.

La incorporación a la Iglesia por el bautismo inserta al cristiano en una comunidad cristiana concreta y produce automáticamente una vinculación canónica con una Iglesia sui iuris llamada adscripción, distinta de la inscripción o prueba escrita de la vinculación. Por ella el cristiano se une o se vincula a una iglesia particular en la que vive y celebra la fe, en la que descubre el misterio cristiano siempre fascinante, y donde organizadamente se expresa la Iglesia como pueblo de Dios y el cristiano como miembro vivo. Sin embargo, no todas las iglesias particulares requieren la adscrip-

167 Código de Derecho Canónico, promulgado el 25 de enero de 1983, y Código de Cánones de las Iglesias orientales, promulgado el 18 de octubre de 1990.

168 Cf CCEO 675.1; CIC 849.

ción de sus miembros, sino solamente aquellas reconocidas como tales y que son denominadas Iglesias sui iuris.

«Se llama Iglesia sui iuris a la agrupación de fieles cristianos junto con la jerarquía, a la cual la autoridad suprema de la Iglesia la reconoce expresa o tácitamente como sui iuris» 169. Una Iglesia sui iuris es una Iglesia particular con tradición ritual propia (litúrgica, teológica, espiritual y canónica). No todas las iglesias particulares (eparquías, diócesis y sus equiparadas en derecho) son Iglesias sui iuris; pero todas las Iglesias sui iuris ciertamente son iglesias particulares, pudiendo estar formadas por una eparquía o exarcado como «porción del pueblo de Dios», o por un conjunto de eparquías y/o exarcados, constituyendo un patriarcado, un arzobispado mayor o una metropolía.

Para conocer cuáles son las Iglesias sui iuris, el CCEO no las determina, pero advierte que, además de la Iglesia latina (CIC 1), han de pertenecer a alguna de las cinco tradiciones orientales existentes (CCEO 28.2). Así tenemos que, aunque canónicamente no se da el número exacto de Iglesias sui iuris existentes, históricamente la autoridad suprema de la Iglesia (bien sea a través del Romano Pontífice como Pastor de la Iglesia universal en la tierra, bien sea a través del Colegio Episcopal cuya cabeza es el obispo de Roma) ha reconocido en forma expresa (bulas de unión u otros documentos acreditativos) o tácita (mediante alguna forma de asentimiento) cuáles son las Iglesias sui iuris existentes170.

Una Iglesia particular que sea a la vez sui iuris, es decir, autónoma en virtud del rito o tradición ritual, goza del derecho de adscribir a los bautizados o recibidos en la Iglesia católica, y quienes quedan adscritos han de observar el propio rito siempre y en todas partes (CCEO 39-41).

La adscripción a una Iglesia sui iuris se produce, en primer lugar, por la recepción del bautismo, no por su adminis-

169 CCEO 27. Cf M. BROG,, Le Chiese «sui iuris» nel Codex Canonum Ecclesiarum Orientalium, REDC 48 (1991) 517-544.
170
Cf la segunda parte, «Las Iglesias orientales católicas».

tración. Es canónicamente vinculante que el fiel lo haya recibido en su propia Iglesia sui iuris, no que sea administrado, a falta de ministro propio, por otro. De ahí la oportuna indicación del canon 38. Sin embargo, el bautismo puede ser recibido antes o después de los catorce años.

Cuando el bautismo es recibido antes de cumplir los catorce años son los padres, ambos o uno de ellos, el elemento decisor de la adscripción. Si ambos padres son católicos y pertenecen a la misma Iglesia sui iuris, el hijo queda adscrito a la Iglesia sui iuris de los padres; si ambos padres son católicos y no pertenecen a la misma Iglesia sui iuris, queda adscrito a la Iglesia sui iuris del padre, o de la madre si ambos lo piden de común acuerdo o con voluntad concorde. Si se trata de padres que forman un matrimonio mixto o dispar, el hijo queda adscrito a la Iglesia sui iuris de la parte católica; si se trata de padres no bautizados, el hijo queda adscrito a la Iglesia sui iuris del que asumió la educación en la fe católica. No se contempla la hipótesis de padres acatólicos, cuyo hijo es bautizado en la Iglesia católica: aquí cabe aplicar por analogía la adscripción a la Iglesia sui iuris del mismo rito (CCEO 35) de procedencia de los padres y de precedencia del padre171. Si el hijo nació de madre no casada, queda adscrito a la Iglesia sui iuris de la madre, y si es hijo de padres desconocidos queda adscrito a la Iglesia sui iuris del curador.

Cuando el bautismo se recibe después de cumplir los catorce años, puede elegir libremente la Iglesia sui iuris el que ha de bautizarse, al mismo tiempo que queda adscrito en dicha Iglesia por el bautismo en ella recibido (CCEO 30; CIC 111.2). No se requiere la voluntad de los padres, o de

171 Podría causar cierta perplejidad cuando se trata de un hijo de matrimonio acatólico, cuyo padre perteneciera a la comunión anglicana o a una confesión reformada, y la madre a cualquier Iglesia oriental no católica (Cf CCEO 681.4-5). Los padres tienen procedencia ritual distinta y, aunque el Código confiere la precedencia al padre, en este caso sería de aplicación, en virtud de la comunión casi plena con los orientales, que el hijo sea adscrito a la Iglesia sui iuris de la que procede la madre, o simplemente resolver mediante recurso a la Sede apostólica (Cf CCEO 29.1 y 35).

uno de ellos, o del curador o educador en la fe: es una elección personal del propio bautizando.

El segundo capítulo para adscribirse a una Iglesia sui iuris lo motiva la celebración o la convivencia en el matrimonio de dos cristianos de distinto rito. Hay que distinguir entre las dos hipótesis contempladas: si se trata del momento de contraer matrimonio, la mujer, no el varón, puede pasar a la Iglesia sui iuris del esposo (dada la precedencia que el Código confiere al esposo o padre), pero esta disposición sólo es válida cuando varón y mujer pertenecen a distintos ritos orientales (CCEO 33), ya que si uno de ellos es oriental y el otro es latino cualquier cónyuge (varón o mujer) puede pasar a la Iglesia sui iuris del otro cónyuge (CIC 112.1,2°). En la segunda hipótesis, por la convivencia o durante la vida matrimonial, la mujer puede pasar a la Iglesia sui iuris del marido si ambos pertenecen a distintos ritos orientales. Cuando uno de ellos es latino, cualquier cónyuge puede pasar al rito del otro cónyuge.

Los hijos nacidos con anterioridad al matrimonio o durante la vida matrimonial de dos cónyuges de distinto rito oriental pasan ipso iure (si no han cumplido los catorce años) a la Iglesia sui iuris en la que ya se encuentran los cónyuges; si solamente pasa uno de los cónyuges, los hijos pasan si ambos consienten. Se trata de un caso en que los padres «arrastran» consigo a los hijos cuando ambos o uno de ellos pasa a otro rito. El legislador tiene en cuenta que la familia permanezca unida incluso en cuestiones rituales, ya que el matrimonio afecta a todas las parcelas de la vida de ambos cónyuges, incluso abarca la educación de los hijos así como la vivencia y celebración de su fe. Cuando los hijos cumplan los catorce años, pueden volver a la Iglesia sui iuris anterior (sea por razón del bautismo, o por la recepción en la Iglesia católica, o por consentimiento expreso o presunto de la Sede apostólica). Caso de que se trate de un matrimonio entre católicos latino y oriental, «los hijos pueden volver a la Iglesia latina» (CIC 112.1.3°). Nótese que «pueden» volver, no que hayan de volver: es una opción, no una obligación.

Si llegara a producirse la disolución del matrimonio por cualquiera de las causas prevenidas por el Derecho172, la mujer puede volver a su anterior Iglesia sui iuris, si su cónyuge fue un católico oriental; si uno de los dos cónyuges era latino, disuelto el matrimonio, puede volver a la Iglesia latina. Los hijos menores de catorce años, en caso de disolución del matrimonio de sus padres, en virtud del derecho quedan adscritos a la Iglesia sui iuris de sus padres o de uno de ellos si ambos consienten. Este mismo criterio ha de aplicarse cuando se trata de hijos de un matrimonio mixto173. Si los hijos han cumplido ya los catorce años pueden volver a su anterior Iglesia sui iuris si se trata de matrimonio entre dos católicos orientales, o pueden volver a la Iglesia latina si se trata de matrimonio entre dos católicos latino y oriental. Se aprecia un cierto latinismo en el CIC en todas estas cuestiones rituales, privilegiando a la Iglesia latina al indicar el CIC que a ésta nominativamente pueden volver. Igualmente decisiva es la edad de los catorce años en los casos de adscripción o de retorno de los hijos a la Iglesia sui iuris, quedando a voluntad de los padres si son menores, o como derecho a elegir si los hijos son mayores de catorce años.

El tercer capítulo para pasar a otra Iglesia sui iuris, después de haber recibido el bautismo, e independientemente de haber contraído matrimonio, es por concesión de la Sede apostólica: «Nadie puede pasar válidamente a otra Iglesia sui iuris sin consentimiento de la Sede apostólica»174. La Sede apostólica aparece siempre en materia de adscripción como última instancia a la que todo fiel puede recurrir o acogerse al derecho por ella establecido175 y como garante de la observancia de cualquiera de sus ritos.

El paso a otra Iglesia sui iuris requiere licencia obtenida

172 CCEO 853-862; CIC 1141-1150.
173 Cf CCEO 34; CIC 112.1,3°.
174 CCEO 32.1; Cf CIC 1 12.1,1°.
175
Cf CCEO 29.1; 30 y 35; CIC 1417.1. También se preceptúa el consentimiento de la Sede apostólica cuando un monasterio de una Iglesia sui iuris o de la Iglesia latina se adscribe a otra Iglesia sui iuris (CCEO 432) y la licencia de la Sede apostólica para hacer el noviciado en un monasterio, o en un Instituto religioso o en una Sociedad de vida común a la manera de los religiosos que pertenezcan a otra Iglesia sui iuris (CCEO 451; 517.1 y 559.1).

de la Sede apostólica si se trata de un católico latino, o consentimiento si se trata de un oriental. Aunque la terminología empleada no es uniforme, el contenido y el resultado es el mismo: ha de ser la Sede apostólica la que ha de proveer, y no la costumbre, por prolongada que sea, de recibir los sacramentos en una determinada Iglesia sui iuris (CIC 112.2) o de estar encomendados a la cura pastoral de otra Iglesia sui iuris (CCEO 38). El motivo hay que buscarlo en evitar tránsitos de una a otra Iglesia sui iuris por razón de gustos o preferencias personales, religiosas o de otra índole, como puede ser un ejercicio inductor o proselitista a cambiar de rito (Cf CCEO 31).

Existen casos en que el tránsito a otra Iglesia sui iuris no requiere el consentimiento expreso sino presunto de la Sede apostólica (CCEO 32.2). Se trata del caso de un católico oriental que pide pasar a otra Iglesia sui iuris: si la Iglesia sui iuris a la que quiere pasar tiene eparquía propia (no es suficiente tener parroquia) en el mismo territorio, y si ambos obispos eparquiales consienten en el tránsito por escrito, el consentimiento de la Sede apostólica se presume176. El legislador quiere asegurarse de que al fiel católico no le van a faltar los medios ordinarios para su vida cristiana en un determinado rito, y evitar roces mediante el consenso entre los dos obispos.

El tránsito o paso de una Iglesia sui iuris a otra ha de constar por escrito: cuando interviene la Jerarquía (Sede apostólica o los obispos implicados) siempre hay constancia por escrito; en cambio, cuando el fiel católico pide pasar a otra Iglesia sui iuris se requiere declaración hecha ante el Jerarca del lugar o su párroco (o un sacerdote delegado por cualquiera de ellos) y dos testigos. Dicha declaración ha de ser manifestada por escrito o en forma oral.

Todas estas disposiciones pormenorizadas sobre la adscrip-

176 También se presume la licencia de la Sede apostólica (CIC 112.1,1°) cuando ambos obispos (latino y oriental) consienten por escrito, según rescripto «ex audiencia», de 26 de noviembre de 1992: cf M. BRool, Licenza presunta della Santa Sede per il cambiamento di Chiesa «sui iuris», REDC 50(1993)661-668.

ción a una Iglesia sui iuris por el bautismo, y de su posterior tránsito y retorno a otra (con ocasión de la celebración del matrimonio, o durante su convivencia, o en su disolución, o por concesión expresa o presunta de la Sede apostólica) tratan de responder a la casuística existente, sobre todo en aquellas Iglesias sui iuris que conviven en un mismo territorio, o de aquellos fieles que viven desprovistos de jerarquía propia.

La adscripción a una Iglesia sui iuris en virtud del bautismo recibido o el tránsito o retorno a otra Iglesia sui iuris ha de anotarse en el libro de bautismos. Cuando el bautismo se recibe en la Iglesia latina, es suficiente la inscripción del bautismo y no ha de constar la adscripción a la Iglesia latina, sino el cambio a un rito oriental (CIC 535.2). Si se trata del bautismo recibido en una Iglesia sui iuris oriental, ha de constar en la propia partida bautismal tanto la inscripción en la Iglesia sui iuris como el eventual paso a otra Iglesia sui iuris o posteriores pasos si existen. En el caso de que no pueda hacerse la anotación en el libro de bautismos, se anotará en otro documento donde se haga constar el tránsito: dicho documento se custodiará, no en la parroquia bautismal, sino en el archivo de la parroquia a la que se ha adscrito (CCEO 37).

La adscripción o el tránsito a otra Iglesia sui iuris significa una identificación con el patrimonio de esa Iglesia: todos los fieles han de conocerlo, estimarlo y observarlo cuidadosamente177.

4.2. La recepción en la Iglesia católica de un oriental no católico

Un cuarto supuesto de adscripción a una Iglesia sui iuris, que merece una reflexión teológica y canónica aparte, es el de la recepción en la plena comunión con la Iglesia católica.

177 CCEO 40.3; OE 6.

El bautismo válidamente administrado con agua natural y con la invocación trinitaria incorpora a la Iglesia de Cristo178, que se identifica en su forma plena con la Iglesia católica, sea del rito que sea. La plenitud de la comunión católica radica en los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos y del gobierno ejercido en comunión colegial por el Papa y los obispos179. La Iglesia católica es consciente, y así lo profesa, de que en ella subsiste la plena comunión, sin negar que en otras Iglesias también exista ciertamente la comunión, aunque no en su forma plena.

«Las Iglesias de Oriente y Occidente, durante muchos siglos, siguieron su propio camino, unidas, sin embargo, por la comunión fraterna de fe y vida sacramental, siendo la Sede Romana, con el consentimiento común, la que moderaba cuando surgían disensiones entre ellas en materia de fe o de disciplina»180. El grado de comunión entre estas Iglesias es casi plena. No se trata de una apreciación subjetiva de la Iglesia católica hacia las Iglesias orientales no católicas ni de un trato de favor, que ciertamente no sería ecuménico, sino de una constatación objetiva por la que en estas Iglesias no católicas conservan no ya su rico y valorado patrimonio oriental sino la práctica totalidad de los elementos ya mencionados que integran la plena comunión, y esta constatación no puede silenciarse ni ocultarse en honor a la verdad.

Quienes nacen a la vida de fe en estas Iglesias orientales no católicas y en ellas alimentan su vida eclesial, como quienes nacen en el seno de otras Iglesias no católicas, no pueden ser tachados de cismáticos ni ser acreedores de sanción canónica alguna, porque no han sido los causantes del pecado de separación sino que han heredado desgraciadamente sus efectos. Esto significa un cambio en la mentalidad y en la terminología ecuménicas. Son —somos— en realidad hermanos, sin necesidad del calificativo de separados181, ya que independientemente de nuestros pecados personales por los

178 Cf CCEO 675.1 y DE 93.
179 LG 14; UR 3; CIC 205; CCEO 8; DE 11.
180 UR 14.
181 Cf UR 3; UUS 42.

que tal vez no estamos unidos a Cristo unos y otros, estamos y nos consideramos separados en la única Iglesia de Cristo, que subsiste en la Iglesia católica182.

Si el sacramento del bautismo es válidamente administrado en las Iglesias orientales no católicas, no se puede iterar, porque el bautismo incorpora plenamente y para siempre a la Iglesia a la cual se pertenece y en la cual se permanece. No cabe, pues, hablar de evangelización de las Iglesias orientales no católicas, ya que equivaldría a una auténtica aberración teológica, como es también impensable utilizar ya la terminología superada de conversión a la Iglesia católica o de remisión del cisma, u otros términos análogos que, si en épocas pasadas fueron utilizados, respondían a una ignorancia y confrontación eclesiales. El término de conversión, siempre referido a Dios, en realidad sólo puede ser usado con toda propiedad cuando se administra el bautismo, por el significado radical que opera.

Cuando un cristiano oriental no católico pide, por motivos de conciencia y no de conveniencia, el ingreso en la Iglesia católica en cualquiera de sus ritos o tradiciones que siempre gozan de la misma equiparación y dignidad, no se le puede catalogar con los calificativos despectivos de uniata, traidor o apóstata, ni tachar a su Iglesia de proselitista. Su decisión personal, libremente madurada, merece todo el respeto, porque todo hombre está obligado a buscar la verdad sobre todo en lo referente a Dios y a su Iglesia y, una vez conocida, abrazarla y practicarla sin que nadie se lo impida y sin que nadie le obligue, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales o de cualquier potestad bumana183. Evitar calificativos degradantes a tales cristianos responde a su dignidad personal y eclesial, y ha de ser tenido en cuenta cuando un cristiano pide en conciencia su ingreso en la plenitud católica o cuando la cree haber descubierto en otra Iglesia no católica.

La petición de ingreso en la Iglesia católica por parte de

182 Cf LG 8; UR 3-4; DE 17.
183 Cf DH 2; CIC 748.2; CCEO 586.

un cristiano oriental supone ya el bautismo válido: «No ofrece duda alguna la validez del bautismo, tal como se administra en las diferentes Iglesias orientales. Basta, pues, establecer el hecho del bautismo» (DE 99 a). Así también lo indican otros documentos de la Iglesia católica, en los que se afirma la existencia de vera sacramenta184.

A lo largo de la historia eclesial del segundo milenio, desde cuando se tuvo conciencia de la separación existente, muchos fieles han pedido personalmente —y cuando lo hacían junto con sus pastores también colectivamente— ser recibidos en la plena comunión católica. Así nacieron las Iglesias orientales católicas en este milenio, como anticipo o como adelantadas en el camino de la unidad. No son el método ideal para lograr la unidad plena, ya que dejaban otras Iglesias, con sus hermanos y con una historia de fe vivida y celebrada, y mientras alcanzaban la unidad con la Iglesia de Roma como en el primer milenio, otros fieles y pastores no consideraban necesaria tal unidad. Esto ha provocado y provoca que, mientras los orientales no católicos permanezcan sin la comunión con la Iglesia de Roma, otros hermanos orientales ansiarán la unidad existente en los comienzos del primer milenio. Orientales católicos y no católicos han de preguntarse qué están haciendo por la unidad de la Iglesia toda y cómo la están favoreciendo, pues de lo contrario nadie en la Iglesia ganará y sí todos perderán en credibilidad y mermarán la eficacia del anuncio del evangelio (cf UR 1).

La recepción en la plena comunión con la Iglesia católica es una equiparación canónica al bautismo válidamente recibido. El fiel oriental que pide ser recibido o que llega a la plena comunión con la Iglesia católica necesita «la sola profesión de fe católica, supuesta la previa preparación doctrinal y espiritual según la condición de cada uno»185. Ha de

184 Cf LG 15; UR 15.
185 OE 25; CCEO 897. La profesión de fe católica puede ser emitida según el rito litúrgico (Ritual de la admisión a la plena comunión con la Iglesia católica de los ya bautizados válidamente: Apéndice del Ritual de la Iniciación cristiana de adultos, Madrid 1976, 223-235) o en forma pública mediante la fórmula aprobada por la Sede apostólica (Congregación para la Doctrina de la Fe, decreto de 1 de marzo de 1989: AAS 81 [1989] 104-106).

prestarse especial atención a la preparación, que ha de ser procesual, y que no se puede identificar con el catecumenado como preparación al bautismo, ni con una catequesis tendente a la recepción del resto de los sacramentos de la iniciación cristiana, sino como una preparación peculiar que englobe una identificación con la Iglesia católica: así se evitarán suspicacias por parte de otras Iglesias hermanas. El fiel oriental ha de ser recibido por el jerarca correspondiente y con la edad mínima de catorce años186.

El cristiano oriental, por la recepción de la plena comunión con la Iglesia católica, queda adscrito a la tradición y al propio rito de su procedencia. Canónicamente es vinculante la recepción con la adscripción: «Los bautizados acatólicos que vienen a la plena comunión con la Iglesia católica mantienen en todas partes el propio rito y lo cultivan y observan según sus fuerzas; quedan, por tanto, adscritos a la Iglesia sui iuris del mismo rito, salvo el derecho de recurrir a la Sede apostólica en casos especiales de personas, de comunidades o de regiones»187. No hace falta salirse del propio rito para identificarse con la Iglesia católica, ya que todos los ritos conforman su patrimonio y a todos los venera con igual dignidad. Las únicas Iglesias sui iuris que escapan a esta normativa son las Iglesias maronita e italo-albanesa, ya que no tienen otra membresía que no sea católica.

Con la adscripción al propio rito de procedencia, la Iglesia católica quiere asegurar la fidelidad del fiel oriental a la propia tradición, y su empeño en conservar el patrimonio de todas y de cada una de las Iglesias orientales. La vinculación con la Iglesia católica que preside Roma no significa sacrificar o perder el propio rito en aras de la unidad, ni se puede identificar con un pretendido latinismo la recepción en la plena comunión con la Iglesia de Roma.

186 Cf CCEO 898, 899 y 900.1.
187 CCEO 35; OE 4.


4.3. La organización de las Iglesias orientales católicas

Las Iglesias orientales católicas, una vez constituidas como tales, fueron aceptadas en el conjunto de la Iglesia católica, aportando la diversidad de sus tradiciones y permaneciendo en la fidelidad de la comunión. La Iglesia católica puede solemnemente proclamar que en ella existe la diversidad en la unidad, y que la variedad, lejos de ir contra la unidad, la manifiesta mejor (OE 2): «Dentro de la comunión eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones, sin quitar nada al primado de la Sede de Pedro. Esta preside toda la comunidad de amor, defiende las diferencias legítimas y al mismo tiempo se preocupa de que las particularidades no sólo no perjudiquen a la unidad, sino que más bien la favorezcan»188.

Coordinar la unidad y la diversidad eclesiales requiere una organización que fomente la comunión colegial entre el obispo de Roma y los jerarcas de las Iglesias orientales católicas. El CCEO, después de tratar de la autoridad suprema de la Iglesia, ejercida de modo personal por el Romano Pontífice y de modo colegial por el Colegio episcopal, desarrolla la organización peculiar de estas Iglesias orientales. Omite otras instituciones, como el Sínodo de los obispos, el Colegio cardenalicio, la Curia romana y los Legados pontificios, más propias de la Iglesia de Roma y de quien la preside, y que no guardan una relación directa con la organización oriental.

En el Oriente los conceptos de autocefalía y autonomía tienen especial relieve. Con la separación entre los patriarcados orientales y la Sede romana surge la autocefalía, expresión con la que cada patriarcado se mostraba hacia Roma: al no aceptar a la Iglesia de Roma y a su obispo como cabeza visible de la Iglesia católica, las propias Iglesias orientales se calificaban de autocéfalas, considerándose a sí mismas como cabeza, si bien el Patriarcado ecuménico de Cons-

188 LG 13.

tantinopla gozaba y goza desde antiguo de una primacía honorífica.

Más tarde, ya en el segundo milenio, la autocefalía se concebía como paso previo para acceder al reconocimiento y honor patriarcal, surgiendo de esta forma los llamados patriarcados modernos y las autocefalías arzobispales. La autocefalía en la Ortodoxia bizantina era concedida en virtud de una amplia interpretación de los cánones o de una praxis continuada: a veces se invocaba el origen apostólico de una Iglesia y otras veces no, o la importancia política de la sede, o la configuración como un estado o nación, razones que no estaban consignadas en norma de derecho alguna. Prácticamente la razón eclesial más convincente estaría en la imposibilidad o dificultad para comunicarse con la Iglesia madre por las distancias geográficas o por las invasiones acaecidas. Tampoco se debe olvidar la importancia que las decisiones del pueblo tenían en el tema de la autocefalía, como mejor forma de preservar la propia identidad, llegándose a confundir con el mismo estado o nación.

La autocefalía entre las Iglesias orientales bizantinas en la actualidad se suele basar en una decisión del Patriarcado ecuménico de Constantinopla y en el reconocimiento o aceptación, en mayor o menor grado, por parte del resto de la Ortodoxia, dando lugar a declaraciones unilaterales de autocefalía por parte de la propia Iglesia y el reconocimiento de algún patriarcado.

«Podría definirse la autocefalía como la situación canónica de aquella Iglesia ortodoxa que ha llegado a su plena independencia, y no admite, por tanto, en sus asuntos internos injerencia alguna de ninguna otra Iglesia. Teóricamente no reconoce otra autoridad superior que la del concilio ecuménico, que respeta y admite toda Iglesia ortodoxa. De ahí que no sólo puede hablarse de una sola Iglesia ortodoxa, sino de diversas Iglesias ortodoxas, aunque todas ellas coincidan esencialmente en lo doctrinal y canónico»189. Es evi-

189 A. SANTOS HERNÁNDEZ, Iglesias orientales separadas, Valencia 1978, 32.

dente que este concepto de autocefalía ortodoxa no existe ni puede existir en la Iglesia católica: todas las Iglesias orientales están —como las no orientales— sub moderamine Romani Pontificis190.

Distinto de la autocefalía es la autonomía, existente en las Iglesias orientales, tanto ortodoxas como católicas, si bien hay que matizar que encierra contenidos diferentes. En la Ortodoxia la autonomía se considera como el paso previo para alcanzar la autocefalía: la Iglesia ortodoxa autónoma conserva los vínculos con su Iglesia madre y de ella depende, aunque con vocación de independencia. La concesión de la autonomía significa que una Iglesia oriental se administra por sí misma, salvo aquellas limitaciones impuestas por la Iglesia concesionaria. En la Iglesia católica existe y se reconoce total autonomía en las Iglesias orientales católicas: solamente se ha de mantener la comunión eclesial y la colegialidad episcopal con la Iglesia de Roma y con quien la preside, y el recurso canónico a la Sede romana como árbitro y garante de la comunión, tal como se concebía en el primer milenio de la Iglesia indivisa.

Para la Ortodoxia, la concesión de la autonomía queda circunscrita por los límites geográficos del estado o nación de que se trate, como también por la raza o grupo étnico (casos de la ex-Yugoslavia o de Macedonia). Sin embargo, estos conceptos ortodoxos de autocefalía y autonomía son bastante recientes, por cuanto es difícil precisarlos y diferenciarlos, así como los criterios aplicados para su consecución. Para las Iglesias orientales católicas la autonomía es su principal cualidad que las distingue de otras, presentes en Oriente o en Occidente: a estas Iglesias se las define como sui iuris, es decir, con su forma de regirse, no por concesión sino en virtud del patrimonio litúrgico, teológico, espiritual y disciplinar que poseen.

La autocefalía crea relaciones de fraternidad entre las Iglesias ortodoxas que han alcanzado esta condición: son Iglesias

190 OE3.CfLG15y22.

hermanas; en cambio, la autonomía crea relaciones materno-filiales entre las distintas Iglesias orientales: son veluti matrices fidei, alias pepererunt quasi filias (LG 23). Cuando se trata de la Iglesia católica y de las Iglesias ortodoxas, se afirma que son Iglesias hermanas191, en razón de participar del mismo patrimonio oriental que las vincula estrechamente.

La organización, pues, de las Iglesias orientales católicas es su nota característica en el conjunto de todas las iglesias particulares que conforman la Iglesia católica: con ella se respeta la unidad con la Iglesia de Roma y con el resto de las iglesias particulares, a la vez que se conserva la diversidad de sus tradiciones.


a) Las Iglesias patriarcales

«Dios en su providencia hizo que diversas Iglesias, fundadas en diversos lugares por los apóstoles y sus sucesores, con el correr de los tiempos, se hayan reunido en grupos organizados. Estos, manteniendo a salvo la unidad de la fe y la única constitución divina de la Iglesia universal, gozan de una disciplina propia, de un rito litúrgico propio y de un patrimonio teológico y espiritual. Algunas de ellas, de manera característica las antiguas Iglesias patriarcales, como madres en la fe, dieron a luz a otras como hijas, con las que están unidas hasta hoy con lazos muy estrechos de amor en la vida sacramental y en el respeto mutuo de sus derechos y deberes. Esta diversidad de Iglesias locales con un mismo objetivo muestra muy claramente la catolicidad de la Iglesia indivisa»192.

191 Cf UUS 55-56. La primera vez que esta expresión es formulada oficialmente data del año 1967 (TA 176). Pablo VI, en la canonización de los 40 mártires de Inglaterra y Gales el 25 de octubre de 1970, incluyó en su homilía el siguiente pasaje: «No se pretenderá lesionar el legítimo prestigio y el digno patrimonio de piedad y de uso propio de la Iglesia anglicana cuando la Iglesia católica —esta humilde servidora de los siervos de Dios—pueda abrazar a su siempre querida hermana en la única auténtica comunión de la familia de Cristo, una comunión de origen y de fe, una comunión de sacerdocio y de gobierno, una comunión de los santos en la libertad del amor del Espíritu de Jesús» (A. GONZÁLEZ MONTES, Enchiridion Oecumenicum II, 595).
192 LG 23. Cf UR 14.

La organización patriarcal de las Iglesias orientales católicas es su nota más característica: todas ellas tienen una vinculación como madres que aportan el patrimonio o como hijas que lo reciben, aunque unas y otras, como hermanas, lo conservan y fomentan.

Las Iglesias patriarcales tienen en muchos casos una vinculación apostólica estrecha por estar fundadas por los apóstoles o por sus sucesores. Recuérdense las Iglesias patriarcales en sus distintos ritos de Alejandría y Antioquía, cuyos orígenes se atribuyen al evangelista san Marcos y a san Pedro respectivamente; a Santiago el Menor en Jerusalén, a la evangelización de san Bartolomé en Armenia, o en Babilonia a Addai y Mari. Además, conservan la unidad en la fe y la única constitución divina de la Iglesia universal, pero conservan igualmente la variedad de la expresión de la fe y su celebración en las distintas liturgias, así como su particular organización, donde se manifiesta la riqueza y variedad de la Iglesia entera.

Tampoco se ha de olvidar que en Occidente hay una Iglesia patriarcal, Roma, que, a su vez, es la primera de todas las existentes en la actualidad193, aunque todavía no se ha estudiado convenientemente ni se menciona el patriarcado de Occidente en ningún documento del concilio Vaticano II.

La Iglesia patriarcal, circunscrita por un determinado territorio, está encomendada al patriarca, que la rige como pater et caput, juntamente con el sínodo: el ejercicio de la autoridad patriarcal es personal y colegial, según el derecho194, y

193 «Aparte de la prerrogativa honorífica, el título de patriarca o el de primado no lleva consigo en la Iglesia latina ninguna potestad de régimen, a no ser que en algún caso conste otra cosa por privilegio apostólico o por costumbre aprobada» (CIC 438). En la Iglesia latina sólo existe el Patriarcado de Occidente con potestad de régimen, ejercido por el Papa, además del Patriarcado de Jerusalén de los latinos (creado en 1099 y restaurado el 23 de julio de 1847) con potestad de régimen para los católicos latinos de Palestina, Jordania y Chipre. El resto de los patriarcados occidentales son honoríficos: según el orden de precedencia por razón de la antigüedad de la sede, se sitúan: Venecia (8 de octubre de 1457), Indias Occidentales (11 de mayo de 1524), Lisboa (7 de noviembre de 1716) e Indias Orientales (1 de septiembre de 1886).
194 Cf OE 9; CCEO 77.1-2 y 110.1-4.

su delimitación geográfica se denomina patriarcado. El patriarcado, pues, es una institución originariamente propia de las Iglesias orientales: nació en los primeros siglos de la Iglesia católica y manifestó siempre una colegialidad peculiar llamada pentarquía o colegio de los cinco patriarcas.

La configuración de los patriarcados fue gestándose a partir del Concilio de Nicea el año 325. Ya entonces tenían Roma, Alejandría y Antioquía unos privilegios y una jurisdicción superior a cualquier obispo y a cualquier grupo de obispos. En el año 381 durante el Concilio de Constantinopla se reconoce a esta ciudad y a su obispo los mismos privilegios en el ámbito de las diócesis civiles de Efeso, Cesarea de Capadocia y Heraclea. Más tarde, en el Concilio de Calcedonia se desmembran de Antioquía las tres provincias palestinenses (Cesarea de Palestina o Marítima, Escitópolis y Petra) para crear el patriarcado de Jerusalén. Así surgió la pentarquía o los llamados cinco patriarcados históricos. Otra institución similar, incluso equivalente a los patriarcados, fueron los catholicados: éstos surgen fuera de las fronteras del Imperio de Oriente y a raíz de las separaciones de los nestorianos y monofisitas. Solamente los cinco patriarcados antes descritos permanecieron en comunión a lo largo del primer milenio, y así se consolidó la precedencia u orden entre ellos, incluso después de la separación195. Con posterioridad al Concilio de Florencia surgen los llamados patriarcados modernos, tanto en la Ortodoxia como en la Iglesia católica.

El patriarca, definido etimológicamente como padre y cabeza, es «el obispo con potestad sobre todos los obispos, no exceptuados los metropolitas, y sobre todos los demás fieles cristianos de la Iglesia que preside, conforme al derecho aprobado por la suprema autoridad de la Iglesia»196. Ha de ser elegido canónicamente por el Sínodo de obispos de la Iglesia patriarcal, compuesta por todos y sólo los obispos

195 Cf Concilio IV de Letrán (1215), c. 5 (COD 236); Concilio de Florencia, decreto pro graecis (6 de julio de 1439), COD 528; CCEO 59.2.
196 CCEO 56; OE 7.

ordenados y constituidos en la misma Iglesia. El patriarca, así elegido, resulta ser la cabeza de la Iglesia patriarcal y el primer miembro del Sínodo de los obispos del patriarcado.

Elegido el patriarca, en principio, mediante la obtención de las dos terceras partes de los votos en el plazo de quince días, ha de aceptar antes de dos, ha de ser entronizado en su sede patriarcal y ha de ser comunicada la entronización (en Occidente se denomina «toma de posesión» de la sede o cátedra), tras prestar la profesión de fe y la promesa de fidelidad al cargo patriarcal, mediante cartas sinodales al Romano Pontífice y a los Patriarcas de las Iglesias orientales, y finalmente de su puño y letra ha de pedir al Romano Pontífice la communio ecclesiastica197. La potestad del patriarca es ordinaria y propia, que puede ejercer después de ser entronizado, pero sin convocar el Sínodo de obispos de la Iglesia patriarcal ni ordenar obispos antes de recibir la comunión eclesiástica del Romano Pontífice: se quiere indicar la importancia que tiene la colegialidad episcopal198 sin la cual no puede el obispo ejercer su ministerio.

Ciertamente la potestad patriarcal es amplia, con sus derechos y deberes inherentes al oficio, regulados minuciosamente por los cánones, pero no es una potestad absoluta, ya que la Sede apostólica puede intervenir en cada caso y es frecuente la intervención del Sínodo de los obispos de la Iglesia patriarcal. Así se logra con la sinodalidad una mayor estabilidad y un menor centralismo en el patriarca, sin que pueda designar un vicario patriarcal ni un delegado ad universitatem casuum (cf CCEO 78.1). El honor al patriarca ha de manifestarse en la obediencia que le es debida y en la conmemoración en la divina Liturgia y en las alabanzas divinas después del Romano Pontífice que han de hacer todos los obispos y clérigos, y que él mismo ha de hacer también con el Romano Pontífice como signo de comunión199

197 Cf CCEO 63; 72.1-2 y 76.1-2.
198
Cf LG 24 in fine y CCEO 77.1-2. Así ha de entenderse penalización de los obispos que administren la ordenación episcopal sin mandato de la autoridad competente (Cf CCEO 1459.1).
199 Cf CCEO 88.1; 91; 92.1-2. La importancia dada a los dípticos o menciones litúrgicas en el Oriente indica lo positivo de la comunión y lo negativo del cisma: cf CCEO 1438.

El Sínodo de obispos de la Iglesia patriarcal, distinto del Sínodo de los obispos de la Iglesia universal (CIC 342-348) y también distinto del Sínodo permanente de la Curia patriarcal (CCEO 114-121) modera periódicamente toda la vida de la Iglesia patriarcal: ha de ser convocado por el patriarca para el estudio de determinados temas o tratar asuntos pendientes, o legislar y juzgar, o elegir los jerarcas, hasta su clausura. El Sínodo de los obispos de la Iglesia patriarcal es competente, en los casos de sede patriarcal vacante por fallecimiento o por renuncia, en la elección del patriarca, mientras es regida por un obispo-administrador de la Iglesia patriarcal (cf CCEO 126-127).

Todo patriarca ha de tener una curia patriarcal, distinta de la curia de la propia eparquía del patriarca, cuyo principal órgano colegial es el Sínodo permanente: cuatro obispos presididos por el patriarca por el tiempo de cinco años, elegidos tres por el Sínodo de obispos de la Iglesia patriarcal y uno por el propio patriarca. Además del tribunal patriarcal, han de existir otros oficios patriarcales, como el ecónomo y el canciller. El patriarca junto con el Sínodo de obispos de la Iglesia patriarcal cuenta también con otro órgano consultivo, como es la asamblea patriarcal en cuanto es representación de todo el patriarcado (cf CCEO 140-145), además de otras asambleas previstas por el derecho en orden a una actividad conjunta en la Iglesia patriarcal que preside200 o con jerarcas de otras Iglesias sui iuris201.

Cualquier modificación sobre el patriarcado queda reservada a la suprema autoridad de la Iglesia, incluso la erección de un nuevo patriarcado, porque «siendo la institución patriarcal la forma tradicional de gobierno en las Iglesias orientales, el santo Sínodo ecuménico desea que, donde sea necesario, se erijan nuevos patriarcados, cuya constitución se reserva al Sínodo ecuménico o al Romano Pontífice»202:

200 Cf CCEO 84.1-2.
201 Cf OE 4; CCEO 322.1-4.
202 OE 11. Esta norma da a entender que sólo pueden erigirse patriarca
dos entre las Iglesias orientales católicas por ser una institución típicamente oriental: de ser así, algunos pedían la supresión para evitar diferencias; otros querían extenderlo a toda la Iglesia, y un tercer grupo, finalmente, pedían que determinadas Iglesias sui iuris se elevaran a patriarcados (cf A. SANTOS HERNÁNDEZ, O.C., 27).

sin embargo, este tema concreto quedó sin estudiar y se reservó, como ya quedó dicho, a la autoridad suprema de la Iglesia.

Los patriarcados orientales católicos existentes en la actualidad son seis: Alejandría de los coptos (26 de noviembre de 1895), Antioquía de los sirios, de los greco-melkitas y de los maronitas, Babilonia de los caldeos (20 de abril de 1553) y Cilicia de los armenios (26 de noviembre de 1742).


b)
Las Iglesias arzobispales mayores

«Lo que se dice en el derecho común sobre las Iglesias patriarcales o sobre los patriarcas, ha de entenderse que tiene validez para las Iglesias arzobispales mayores o para los arzobispos mayores, a no ser que se prevea otra cosa en el derecho común o que conste por la naturaleza de la cosa»203

Las Iglesias arzobispales mayores son equiparadas a las patriarcales y sus arzobispos son elegidos por el mismo procedimiento que los patriarcas. El arzobispo mayor, figura exclusivamente oriental, «es el metropolita de una sede determinada o reconocida por la autoridad suprema de la Iglesia, que está al frente de toda una Iglesia oriental sui iuris no dotada de título patriarcal»204. Así, las Iglesias arzobispales mayores, al no ser insignes por el título patriarcal, son generalmente como el paso para alcanzar la dignidad patriarcal.

Las Iglesias arzobispales mayores fueron emergiendo en los primeros siglos de la Iglesia, al igual que la estructura patriarcal, lo cual nos está indicando que son pocas las diferencias que existen entre el patriarca y el arzobispo ma-

203 CCEO 152. Cf OE 10.
204 CCEO 151.

yor. Los arzobispos comenzaron siendo los prelados de aquellas diócesis o eparquías más relevantes en la antigüedad, de tal forma que las sedes patriarcales antes fueron arzobispales. A aquellos obispos que estaban al frente de una iglesia más extensa se les llamaba arzobispos mayores; en cambio, los que presidían una iglesia con menor extensión y dependían del patriarcado sin tener obispos sufragáneos se les llamaba arzobispos menores. Entre unos y otros hay que situar a los metropolitas, que son aquellos obispos que tienen sufragáneos dentro de los límites de la Iglesia patriarcal o arzobispal mayor. En Occidente no existen arzobispos mayores sino arzobispos metropolitanos que presiden una provincia eclesiástica, y algunos arzobispos no metropolitanos que dependen directamente de la Sede apostólica.

En la Ortodoxia, se consideran Iglesias arzobispales mayores a Grecia y Chipre, evangelizadas en sus orígenes por Pablo y Bernabé, en cuanto que son independientes de cualquier patriarcado ortodoxo, lo que las convierte en Iglesias autocéfalas con su propio Sínodo. Grecia alcanzará la autocefalía, declarada unilateralmente en 1833 y concedida por Constantinopla en 1850; Chipre, en cambio, que dependía de Antioquía, alcanza la autonomía en el año 431205

Las Iglesias arzobispales mayores ortodoxas son Iglesias autocéfalas; por el contrario, las Iglesias arzobispales mayores católicas son autónomas, ya que siempre dependen —como las Iglesias patriarcales— en virtud de la unidad de la fe y la única constitución divina de la Iglesia universal, de la autoridad suprema de la Iglesia.

En la actualidad existen entre las Iglesias orientales católicas dos Iglesias arzobispales mayores, la ucrania, con sede en Lviv, desde el 23 de diciembre de 1963, y la siro-malabar, con sede en Ernakulam-Angamaly, desde el 16 de noviembre de 1992. También estas Iglesias arzobispales mayores tienen en su historia evangelizadora una tradicional vinculación con los apóstoles san Andrés y santo Tomás.

205 Concilio de Éfeso, decreto de autonomía de Chipre, COD 68-69.

Entre las motivaciones para alcanzar el rango de Iglesia arzobispal mayor hay que señalar que están alejadas geográficamente del patriarcado o tradición oriental que les dio origen, así como el elevado número de fieles que las integran.

El arzobispo mayor es elegido por el Sínodo de obispos de la Iglesia arzobispal mayor, con las mismas disposiciones canónicas requeridas para la elección de los patriarcas. Sin embargo, la entronización y la comunión canónica es distinta que en los patriarcas: el arzobispo mayor, una vez elegido y aceptada la elección, ha de pedir al Romano Pontífice, de su puño y letra, la confirmación de su elección. Una vez recibida, ha de emitir la profesión de fe y la promesa de cumplir este oficio ante el Sínodo de los obispos de la Iglesia arzobispal mayor: entonces será proclamado y entronizado en su sede206

El derecho común oriental reconoce la equiparación del arzobispo mayor al patriarca: aunque no goza de todos los derechos y deberes patriarcales, de alguna manera se asemeja.


c) Las Iglesias metropolitanas
«sui iuris»

Dentro de la organización de las Iglesias orientales católicas hay que situar, además de las Iglesias patriarcales y arzobispales mayores, a las Iglesias metropolitanas sui iuris. Etimológicamente son «como madres en la fe», que también aportan todo el patrimonio oriental a un grupo de eparquías o iglesias particulares. Al frente de la Iglesia metropolitana sui iuris está el metropolita207, pero, a diferencia de las Iglesias patriarcales o arzobispales mayores en que la autoridad

206 Cf CCEO 153.1-4.
207 El metropolita que preside una Iglesia metropolitana
sui iuris es distinto del metropolita que preside una provincia dentro de los límites de la Iglesia patriarcal (cf CCEO 133.1) o arzobispal mayor: aquél es ayudado por el Consejo de Jerarcas, éste por el Sínodo metropolitano. Uno y otro tienen distinta configuración y consecuentemente la normativa canónica es distinta (cf CCEO 155-173 y 133-139).

la ejercen el patriarca y el arzobispo mayor junto con sus Sínodos respectivos, el metropolita de la Iglesia sui iuris está «asistido» por un Consejo de Jerarcas: se trata de una ayuda, no de una autoridad.

El metropolita no ha de pedir la comunión eclesiástica ni la confirmación de su elección, como los patriarcas y los arzobispos mayores cuando son elegidos por sus Sínodos, sino que «ha de solicitar el palio como signo de su potestad metropolitana y de la plena comunión de la Iglesia metropolitana sui iuris con el Romano Pontífice» antes de convocar el Consejo de Jerarcas u ordenar obispos208. Al igual que los patriarcas y arzobispos mayores, su potestad es ordinaria y propia, sin que pueda nombrar un vicario para la Iglesia metropolitana sui iuris, ni delegar ad universitatem casuum209 aunque es evidente que en su propia eparquía ha de nombrar un protosincelo (vicario general) que tiene potestad ordinaria vicaria.

Goza el metropolita de la Iglesia sui iuris de la conmemoración litúrgica después del Romano Pontífice como signo de comunión con él, y él mismo ha de conmemorar al obispo de Roma.

El Consejo de Jerarcas, distinto del Sínodo de obispos de la Iglesia patriarcal o arzobispal mayor, ayuda al metropolita: lo integran los obispos ordenados y constituidos en la propia Iglesia metropolitana que sean eparquiales o coadjutores con voto deliberativo, y también los auxiliares si así lo establece el derecho particular, pudiendo estar presentes como huéspedes los obispos de otras Iglesias sui iuris si la mayor parte de los miembros del Consejo de Jerarcas lo pide. Este Consejo es competente, no para nombrar obispos, sino para proponer las ternas (cf CCEO 168) a la Sede apostólica.

También son aplicables al metropolita algunas disposiciones referidas al patriarca y al arzobispo mayor: ha de existir cada cinco años una asamblea de toda la Iglesia me-

208 CCEO 156.1-2; cf CIC 437.1-3.
209 Cf CCEO 157.1; 78.1 y 152.

tropolitana sui iuris, así como el procedimiento a seguir en la vacante de la sede metropolitana mediante un obispo-administrador de la Iglesia metropolitana sui iuris, que es distinto del proceso en la vacante de la eparquía del metropolita210

En la actualidad, son Iglesias metropolitanas sui iuris, según el orden de su constitución, cuatro Iglesias orientales católicas: la rumana (1721), la malankar (1932), la etíope (1961) y la rutena (1977).

Las Iglesias orientales católicas tienen sus órganos sinodales de gobierno, con mayor capacidad decisoria y mayor número de competencias, según la gradación de los grupos (coetus) existentes en las Iglesias sui iuris (patriarcal, arzobispal mayor, metropolitana): «Entre ellas rige una admirable comunión, de tal modo que su variedad en la Iglesia no sólo no daña a su unidad, sino que más bien la manifiesta»211.


d) Las eparquías

En las Iglesias orientales católicas existen distintos grupos unidos de Iglesias rituales o sui iuris212, como son las Iglesias patriarcales, las arzobispales mayores y las metropolitanas sui iuris. Todas ellas están integradas por varias eparquías y exarcados como porciones que son del pueblo de Dios. La eparquía no es un grupo de Iglesias sino una verdadera iglesia particular que, junto con el exarcado, forma la estructura básica de toda Iglesia oriental católica.

En el Oriente se empezó a designar a las comunidades cristianas con los términos dioecesis y paroecia (ambos derivados de dioikeo y paroikeo, habitar). El primero designaba, en el derecho público romano, una circunscripción civil

210 Cf CCEO 173.1-3.
211 OE 2. Cf M. BROGI, Le Chiese «sui iuris» nel Codex Canonum Ecclesiarum Orientalium, REDC 48 (1991) 517-544; A. SANTOS HERNÁNDEZ, Organización eclesiástica de las Iglesias orientales, REDC 30 (1973) 321-358.
212 Cf OE 2; CCEO 27.

en torno a una ciudad para prestar después el nombre a la circunscripción eclesiástica en torno a la ciudad o sede episcopal; el segundo se reservó a los habitantes cercanos que formaban una parroquia. Sin embargo, el concepto eclesial de diócesis pronto fue suplantado en el Oriente por el de eparquía (epi-arjé), que afirmaba etimológicamente su relación con la cabeza, usándose el de diócesis en el derecho latino y el de eparquía en el Oriente.

El término de eparquía comenzó a usarse a partir del siglo IV para designar a la provincia eclesiástica, al frente de la cual estaba el metropolita con jurisdicción sobre los obispos eparjiotas, que después del siglo VII se llamarán sufragáneos. Desde entonces, la diócesis oriental se denomina eparquía. En la actualidad eparquía y diócesis son términos equivalentes y se definen de idéntica forma: «Porción del pueblo de Dios cuyo cuidado pastoral se encomienda al obispo con la cooperación del presbiterio, de manera que, unida a su pastor y congregada por él en el Espíritu Santo mediante el evangelio y la eucaristía, constituya una Iglesia particular, en la cual verdaderamente está presente y actúa la Iglesia de Cristo una, santa, católica y apostólica»213.

La eparquía es la iglesia particular base de otros grupos de Iglesias sui iuris, por lo que también sirve a la organización de las Iglesias orientales católicas. Es presidida por un obispo, elegido por el Sínodo de obispos de la Iglesia patriarcal o arzobispal mayor si la eparquía está dentro del respectivo límite territorial y al que el Romano Pontífice presta asentimiento; si la eparquía está fuera del territorio patriarcal o arzobispal mayor, su respectivo Sínodo de obispos propone la terna y el Romano Pontífice nombra214. «El obispo eparquial toma posesión canónica de la eparquía con la misma entronización legítimamente hecha, en la que públicamente son leídas las letras apostólicas o patriarcales de provisión canónica»215.

213 CCEO 177.1; CIC 369; CD 11.
214 Cf CCEO 181.1-2.
215 CCEO 189.1.

Entre los deberes del obispo eparquial está la solicitud pastoral de los fieles que se le confían, sin excluir a los fieles que pertenecen a otra Iglesia sui iuris, vivan permanentemente o temporalmente en la eparquía. El obispo (eparquial o diocesano) tiene la especial responsabilidad de custodiar el patrimonio y velar porque sea observado, dada la movilidad de los fieles por motivos económicos, políticos, étnicos o migratorios que componen grupos minoritarios pertenecientes a otra Iglesia sui iuris. Estas situaciones se pueden plantear tanto en Oriente, donde conviven católicos orientales de diversos ritos —incluido el latino— como en Occidente, donde comienza a percibirse la presencia de fieles orientales católicos.

A esta variada realidad, el derecho trata de proveer: «Donde hay fieles de diverso rito, el obispo diocesano debe ocuparse de sus necesidades espirituales, sea mediante sacerdotes o parroquias del mismo rito, sea mediante un vicario episcopal dotado de facultades adecuadas y, si llega el caso, provisto incluso del carácter episcopal, sea mediante un vicario que ejerza por sí mismo la función de Ordinario de diversos ritos. Pero si esto, por razones particulares, no fuere posible, a juicio de la Sede apostólica, se debe establecer una jerarquía propia según la diversidad de ritos». Estas recomendaciones son válidas tanto para los Ordinarios latinos como para los Jerarcas orientales216.

Varias son las soluciones ofrecidas al obispo, y todas de forma gradual: ejercer la cura pastoral de los fieles de otra Iglesia sui iuris por sacerdotes de la propia Iglesia sui iuris o por sacerdotes birrituales; cuando exista ya una comunidad mediante la erección de una parroquia personal de su rito217, y cuando lo requiera el buen gobierno de la eparquía nombrando un sincelo (vicario episcopal) dotado de oportunas facultades218 o proponiendo que tenga carácter episcopal.

Entre las soluciones que ya exceden de la competencia

216 CD 23. Cf OE 4; OL 26; CCEO 193.2; CIC 383.2.
217
Cf CCEO 280.1; CIC 518.
218 Cf CCEO 246; CIC 476 y 479.2.

del obispo eparquial está la del visitador patriarcal o arzobispal mayor, en orden a proponer la erección de parroquias, exarcados o eparquías219. Además, la Sede apostólica, a través de la Congregación para las Iglesias Orientales, puede proveer por medio de visitadores apostólicos o erigiendo jerarquía propia220, sin excluir el Ordinariato pluri-ritual ya previsto en CD 23221.

La Iglesia católica, con todas estas medidas pastorales hacia las «comunidades frecuentemente pequeñas y pobres o que viven dispersas» (LG 26), trata de servir a este tipo de fieles desprovistos de sus propios pastores, encomendándolos a la cura pastoral del obispo eparquial o diocesano, signo del amor que tiene hacia estos fieles y del aprecio por su tradición particular222.

Al obispo eparquial le ayudan el protosincelo (vicario general) y los sincelos (vicarios episcopales), así como el vicario judicial y los jueces; también sirve de ayuda al obispo eparquial la asamblea eparquial (sínodo diocesano en el CIC), representativa de toda la eparquía. Otros instrumentos al servicio del obispo eparquial (curia eparquial, consejo presbiteral, colegio de consultores y el posible consejo pastoral) completan los órganos al servicio del gobierno de la eparquía, dando así un sentido de sinodalidad. La vacante de la eparquía, si está dentro de los límites de la Iglesia patriarcal o arzobispal mayor, no es cubierta por el colegio de consultores mediante la elección de un administrador eparquial sino por el patriarca o arzobispo mayor, quienes nombran y dan posesión al administrador eparquial; en el resto de los casos es competente el colegio de consultores, si la Sede apostólica no

219 Cf CCEO 148.1 y 3.
220 JUAN PABLO II, constitución apostólica Pastor bonus (28 de junio de 1988) n. 59; CIC 372.2; CCEO 916.5.
221 Existen actualmente cinco Ordinariatos para los fieles católicos desprovistos de Ordinario del propio rito: Brasil (14 de noviembre de 1953), Francia (16 de junio de 1954), Austria (13 de junio de 1956), Argentina (19 de febrero de 1959) y Polonia (16 de enero de 1991).
222 M. BROGI,
Cura pastorale di fedeli di altra chiesa «sui iuris», REDC 53 (1996) 119-131.

ha provisto de otra forma223. En general, ha de decirse que la forma de regir una eparquía es similar al CIC, con las pertinentes acomodaciones de vocabulario y con las debidas consideraciones a las prerrogativas del patriarca y del arzobispo mayor y sus respectivos Sínodos de obispos.

Sin embargo, existen eparquías que, además, constituyen por sí mismas una Iglesia sui iuris, cuyo obispo es, por ello, Jerarca de la Iglesia sui iuris: «La Iglesia sui iuris que ni es patriarcal, ni arzobispal mayor ni metropolitana, se confía a un Jerarca, que la preside a tenor del derecho común y del derecho particular establecido por el Romano Pontífice»224. Estas Iglesias sui iuris dependen inmediatamente de la Sede apostólica: pueden estar integradas por una o más eparquías, pero el derecho particular de esta Iglesia sui iuris corresponde al Jerarca delegado.

Las Iglesias sui iuris que son eparquiales, por orden de antigüedad, son: la croata de Krizevci (1777), la eslovaca de Presov (1818) con un exarcado y otra eparquía en Canadá, la húngara de Hajdúdorog (1912) con un exarcado, y la ítalo-albanesa de Lungro (1919) con otra eparquía y una abadía. A estas cuatro hay que añadir la Administración apostólica de Albania meridional (1939), regida por su propio Administrador225'.


e) Los exarcados

Dentro de la estructura organizativa de las Iglesias orientales católicas hay que mencionar al exarcado, delimitación única y exclusivamente oriental. No significa, pues, que el exarcado haya de existir como en el caso de la eparquía, sino que su estructura está en función de la capacidad o posibilidad de llegar a ser una eparquía.

El exarcado, como tantos términos que circunscriben las iglesias, proviene de una terminología civil que fue recibida

223 Cf CCEO 220-222 y 234.
224 CCEO 174.
225 Cf CCEO 234.1-2.

en la Iglesia católica. Antiguamente significaba la administración civil, militar y jurisdiccional que el emperador bizantino ejercía en las tierras lejanas del imperio a través de sus representantes o exarcas. Son célebres en la antigüedad cristiana los exarcados de Efeso, Cesarea de Capadocia y Heraclea.

«El exarcado es una porción del pueblo de Dios que, por especiales circunstancias, no ha sido erigido en eparquía y que, circunscrita territorialmente o por otro criterio, se encomienda a un exarca para que sea su pastor»226. El exarcado es potencialmente una eparquía a la que canónicamente se equipara227. Existen exarcados patriarcales o arzobispales mayores cuando son erigidos dentro de los límites de la respectiva Iglesia por el patriarca o por el arzobispo mayor, y existen también los exarcados apostólicos si son erigidos por la Sede apostólica. El nombramiento del exarca es competencia del Sínodo de obispos de la Iglesia patriarcal o arzobispal mayor en el primer caso, y de la Sede apostólica en el segundo.

La creación o erección del exarcado obedece a especiales circunstancias: la lejanía de la sede o la situación fuera del patriarcado o arzobispado mayor por razones migratorias, la etnia o el exiguo número de fieles son razones para que exista; hay que añadir, además, que un exarcado se puede originar, en principio, cuando un grupo de fieles y pastores de cualquier Iglesia oriental no católica pide y es recibida en la plena comunión sin disponer de la correspondiente Iglesia sui iuris. Existen, pues, exarcados que forman una Iglesia sui iuris, integrados por uno o más exarcados y que, consecuentemente, no dependen de la autoridad del patriarca sino directamente de la Sede apostólica: en este caso el exarca es, además, jerarca de la Iglesia sui iuris.

Las Iglesias sui iuris que constituyen un exarcado o más, por orden de antigüedad, son las siguientes: la Iglesia griega, con los exarcados de Turquía (1911) y Grecia (1923), y la Iglesia búlgara con el exarcado de Sofía (1926). La Igle-

226 CCEO 311.1.
227 Cf CCEO 313.

sia rusa está constituida por los exarcados apostólicos de Rusia (1917) y Harbin en Manchuria (1928), aunque no consta número de fieles ni de sus pastores. De la Iglesia bielorrusa no se tienen noticias ni está organizada.

Todas las Iglesias sui iuris presentes en un mismo territorio pueden formar, a juicio de la Sede apostólica, una Asamblea de Jerarcas de varias Iglesias sui iuris —incluida la Iglesia latina— y en la que se puede fomentar la participación de los Jerarcas de las Iglesias orientales no católicas: se trata de un deseo ecuménico de gran alcance que puede servir de cauce para una actividad conjunta. El intercambio de pareceres en temas comunes en orden a una unidad de acción y una mayor fidelidad al patrimonio oriental ha de servir para fomentar la unidad entre todas las Iglesias orientales, a la vez que se respeta a cada Iglesia sui iuris228. La Sede apostólica, aprobando sus estatutos, promueve la unidad y tutela la legítima diversidad.


4.4.
Disciplina sacramental

Las Iglesias orientales católicas, por su peculiar visión teológica y espiritual y su variada forma de celebrar el misterio de la eucaristía, tienen una disciplina sacramental que es común a todas ellas y una disciplina particular a cada una. Ha de distinguirse entre el derecho común, propio de toda la Iglesia católica y de todas las Iglesias orientales católicas, y el derecho particular, que no es común a toda la Iglesia universal ni a todas las Iglesias orientales católicas. La disciplina sacramental ha de entenderse en estrecha relación con el culto y la liturgia de los sacramentos.

La disciplina sacramental no contempla el desarrollo histórico y litúrgico de los sacramentos, más propio de otras ciencias a las que nos remitimos.

Para las Iglesias orientales católicas la disciplina sacra-

228 Cf CCEO 322.1-4; CD 38.6; OE 4.

mental se sitúa entre el derecho que tiene todo fiel de recibir los sacramentos y el deber que tienen sus ministros de proporcionarlos. El legislador reconoce el derecho de todo fiel al culto litúrgico según la propia Iglesia sui iuris: «Los fieles cristianos tienen derecho a tributar culto a Dios, según las normas de la propia Iglesia sui iuris, y a practicar su propia forma de vida espiritual, siempre que sea conforme con la doctrina de la Iglesia»229.

A los laicos les reconoce, además, «el derecho a participar activamente en las celebraciones litúrgicas de cualquier Iglesia sui iuris, según las prescripciones de los libros litúrgicos»230. Nada se dice sobre la Iglesia en la que han de recibir los sacramentos, pero es obvio que en su propia Iglesia sui iuris a la que están adscritos y con la que tienen contraída la obligación de observar el rito y conservarlo en todas partes231, salvo que algo sea exceptuado por el derecho. Están obligados los fieles católicos a recibir los sacramentos lícitamente de los ministros católicos, y estos, a su vez, lícitamente los administran sólo a los fieles católicos232

Sin embargo, el legislador es más exigente para con los ministros en la celebración de los sacramentos, a quienes explícitamente se les indica que han de observar las prescripciones de la propia Iglesia sui iuris. Esta obligación se funda en que también los clérigos han de observar fideliter el propio rito233, sin hacer concesiones a gustos o innovaciones personales.

La disciplina sacramental de las Iglesias orientales católicas es sensible al hecho de que los católicos orientales conviven en un mismo territorio con cristianos orientales, y unos y otros pueden tener o sentir la necesidad de acudir a recibir o administrar los sacramentos más comunes en la vida cristiana. La Iglesia católica es consciente de esta situación y,

229 CCEO 17. Cf CIC 214.
230 CCEO 403.1.
231 Cf CCEO 40.3 y 403.1.
232 Cf CCEO 671.1; CIC 844.1.
233 Cf CCEO 674.2 y 40.2.

teniendo en cuenta la validez de todos y de cada uno de los sacramentos, el grado de comunión casi plena y el progreso del diálogo ecuménico con las Iglesias orientales no católicas, decreta que:

«Pueden ser administrados los sacramentos de la penitencia, la eucaristía y la unción de enfermos a los orientales que de buena fe se hallan separados de la Iglesia, con tal que los pidan espontáneamente y estén debidamente dispuestos; más aún, también los católicos pueden pedir esos mismos sacramentos a ministros acatólicos en cuya Iglesia hay sacramentos válidos, siempre que lo aconseje la necesidad o un verdadero provecho espiritual, y sea física o moralmente imposible acudir a un sacerdote católico»234.

La fraternidad eclesial entre las Iglesias orientales católicas y ortodoxas, consecuencia de la fraternidad sacramental por tener verdaderos sacramentos garantizados por la sucesión apostólica, y la participación del mismo patrimonio común, ofrece menos dificultades que si se tratara de católicos latinos. No obstante hay que tener siempre en cuenta que las Iglesias orientales pueden tener una disciplina sacramental más restrictiva y diferentes usos y costumbres en materia sacramental, tratando siempre de evitar toda apariencia de proselitismo.


a) Sacramentos de la iniciación

La iniciación cristiana consiste en un proceso, llamado catecumenado, por el que una persona se hace cristiana; este proceso se manifiesta en los tres ritos que marcan el inicio de la vida cristiana: el bautismo como incorporación a la Iglesia, la confirmación o crismación del santo myron como fortaleza en el obrar, y la eucaristía como significación de la vida en Cristo y de la unidad en la Iglesia. Aunque todos los sacramentos a la eucaristía se ordenan, la iniciación cristiana con ella se completa.

234 OE 27. Cf CCEO 671.2-3; CIC 844.2-3; DE 123 y 125.

Los tres sacramentos de la iniciación cristiana forman una unidad entre si, ya que todos son necesarios para la plena iniciación cristiana; pero, a su vez, la unidad se manifiesta también en las sucesivas etapas por las que un cristiano va avanzando hasta completar toda la iniciación con la comprensión de la vida cristiana. Ninguno de los tres sacramentos está encerrado en sí mismo, sino unido a los demás con los que forma una unidad235

En Occidente, al desaparecer el catecumenado gradual236 con la administración generalizada del bautismo de los niños, los sacramentos de la iniciación cristiana se vieron alterados y fueron configurándose también gradualmente: mientras en Oriente se mantuvo la unidad en la administración conjunta de los tres sacramentos tanto a los adultos como a los niños, en Occidente se mantuvo también la unidad teológico-litúrgica, pero la pastoral basada en razones antropológicas a la par que catequéticas pospuso la administración de los otros dos sacramentos para una edad más tardía, modificando su orden. Sin embargo, siempre se conservó la administración conjunta y ordenada de los tres sacramentos de la iniciación para los adultos237.

Dejando las explicaciones históricas, teológicas y litúrgicas relativas a las distintas etapas de la iniciación, y reconociendo la tradición particular de cada Iglesia sui iuris, así como las diferentes tradiciones y usos legítimos entre las Iglesias católica y ortodoxa, en el Oriente se ha conservado siempre la unidad en los sacramentos de la iniciación, tanto en su orden como en su administración conjunta; en Occi-

235 Cf CIC 842.2; Diálogo católico-ortodoxo, Fe, sacramentos y unidad de la Iglesia, nn. 37-53, Enchiridion Oecumenicum II, 305-308.

236 Según las catequesis mistagógicas atribuidas a san Cirilo de Jerusalén, el catecumenado comprendía varias etapas, entre las que sobresalen los escrutinios, ordenados a rechazar el demonio (se significaba escupiendo hacia occidente o apotaxis) y la adhesión a Cristo (levantando la mirada a oriente o syntaxis), la traditio o entrega del símbolo de la fe y de la oración dominical, en los que se describían las maravillas de Dios y el espíritu filial de ser hijos de Dios. Cf Ritual de la iniciación cristiana de adultos, Madrid 1976, 23-24.

237 Cf CIC 866; CCEO 697.

dente, aunque se ha mantenido la unidad, se ha modificado su orden inicial y se han gradualizado los sacramentos de la iniciación por las antedichas razones antropológicas. Hay que añadir que, como consecuencia de la gradualización de los tres sacramentos, en Occidente —siempre referida a los niños— la confirmación se reservó para el obispo, administrándose en muchos casos con posterioridad a la eucaristía.

En las Iglesias orientales católicas se sigue siempre el orden en los sacramentos de la iniciación cuando son administrados a los niños, aunque la crismación con el santo myron (confirmación) se puede administrar conjuntamente con el bautismo o separadamente de él238: en este punto han de tenerse en cuenta las prescripciones de cada Iglesia sui iuris.

El bautismo es administrado con fórmula declarativa («se bautiza el siervo de Dios N. en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo») en las Iglesias bizantina, armenia, siria y caldea para poner de relieve la mediación del ministro; en el resto se hace con la fórmula indicativa, como en la Iglesia latina («yo te bautizo»), y subraya la actuación del ministro in persona Christi. Además de la liturgia bautismal, existen en algunas Iglesias orientales católicas otras ceremonias con anterioridad o con posterioridad al bautismo: se celebra el día del nacimiento con sentido de gratitud, el octavo día con la ceremonia de la imposición del nombre (cf Lc 2,21), el día cuadragésimo como signo de purificación (cf Lev 12, 3-4), o el fin de la octava bautismal, equivalente al domingo in albis latino, que significa la deposición de las vestiduras bautismales239

El ministro del bautismo ordinariamente es el sacerdote, y el diácono sólo en caso de necesidad. El sujeto del bautismo debe recibirlo según las normas litúrgicas de la Iglesia sui iuris a la que por él se adscribe, debiendo ser administrado por un sacerdote de la propia Iglesia sui iuris o, a falta

238 Cf CCEO 694; 695.1-2 y 696.1.
239 Cf J. SÁNCHEZ VAQUERO,
Ecumenismo. Manual de formación ecuménica, Salamanca 1971, 273-279.

de éste, por otro sacerdote de otra Iglesia sui iuris designado por el obispo eparquial240. Especial importancia adquiere en el derecho común de todas las Iglesias orientales católicas la figura del padrino, con la que el bautizado adquiere un parentesco espiritual que motivará un impedimento en orden a contraer matrimonio con él241: si este padrino es fiel de alguna Iglesia oriental acatólica, se le puede aceptar como padrino, pero siempre junto con otro padrino católico242.

La confirmación en la tradición occidental o latina es llamada crismación con el santo myron en Oriente, siendo ordinariamente su ministro el presbítero243. Así pues, todos los presbíteros orientales administran válidamente la crismación a todos los fieles orientales o latinos y, a su vez, todos los fieles orientales válidamente la reciben de cualquier presbítero oriental o latino. También la crismación ha de ser administrada por el propio presbítero de la Iglesia sui iuris a la que pertenece el fie1244.

La crismación con el santo myron se administra en la liturgia bizantina, y también en la liturgia romana desde la última reforma del Ritual romano, con la fórmula del «sello del don del Espíritu Santo», de hondas raíces paulinas (Ef 1,13; 4,30; 2Cor 1,21-22). En otras liturgias católicas la fórmula es más variada, y se complementa con la vestición o coronación del crismado.

«La iniciación sacramental en los misterios de la salvación se completa con la recepción de la divina eucaristía; consiguientemente, la divina eucaristía sea administrada al fiel cristiano lo antes posible, después del bautismo y la crismación del santo myron, conforme al derecho particular de la propia Iglesia sui iuris». «Sobre la participación de los

240 Cf CCEO 678.1-2 y 683.
241 Cf CCEO 811.1.
242 Cf CCEO 685.3; DE 98b.
243 El ministro originario de la confirmación, según LG 26, es el obispo, y ministro ordinario según CIC 882: sin embargo, en el CCEO no se afirma que el obispo es su ministro originario ni ordinario, aunque se debe interpretar el primero, ya que se concede al presbítero su administración.
244 Cf CCEO 696.3.

niños en la divina eucaristía, después del bautismo y de la crismación del santo myron, cúmplanse, tomando las debidas cautelas, las prescripciones de los libros litúrgicos de la propia Iglesia sui iuris»245.

La recepción de la eucaristía va generalmente unida a los otros dos sacramentos con los que forma una unidad celebrativa, completándose así la iniciación cristiana. En la liturgia etíope, además, se le da al bautizado después de la comunión leche y miel, símbolo de la nueva vida (cf Dt 31,20).

Los tres sacramentos que completan la iniciación cristiana han de ser administrados y recibidos según la liturgia de la Iglesia sui iuris que se trate246. Normalmente se administran en una misma celebración, pero también se pueden plantear varias hipótesis: administrar el bautismo conjuntamente con la crismación y dejar la eucaristía para otro momento, pero cuanto antes, o administrar el bautismo independientemente de la crismación y unida a la eucaristía, o administrar el bautismo independientemente de la crismación e independiente también de la eucaristía (pero cuanto antes). En todo caso ha de guardarse el orden en la recepción y hay que observar las disposiciones litúrgicas de cada Iglesia sui iuris, aunque el legislador no oculta que los tres han de recibirse conjuntamente, según la antigua tradición oriental.


b)
Sacramentos penitenciales

Los sacramentos penitenciales o de curación, que recuerdan al cristiano sus debilidades y pecados, son la penitencia sacramental y la unción de enfermos. En el de la penitencia —más frecuente por su condición pecadora— el cristiano acude en demanda de paz y reconciliación para su vida cristiana; en el de la unción de enfermos recurre a la contrición de los pecados y a la fortaleza para superar o soportar la enfermedad. Ambos sacramentos destacan algunos aspectos

245 CCEO 697 y 710.
246 Cf CCEO 683; 696.3 y 710.

comunes: la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, el cuerpo y el espíritu, la debilidad y la fortaleza. Así son tratados y expuestos dentro de la teología sacramental y en la doctrina canónica.

La penitencia sacramental muy acertadamente comienza situándose en relación con la disciplina penitencial: no se ha de recibir al menos una vez al año (CIC 989), sino que se recomienda encarecidamente en los períodos penitenciales de cada Iglesia sui iuris247: comúnmente en las Iglesias orientales católicas existen, como especiales tiempos de ayuno y penitencia, cuatro períodos: el adviento, la cuaresma pascual y los días previos a las fiestas de los santos apóstoles (29 de junio) y de la Dormición de María (15 de agosto). Siempre se puede acudir a este sacramento, por lo que se recomienda también recibirlo con frecuencia. El sacramento de la penitencia no sólo reconcilia —por medio de la confesión hecha al sacerdote— con Dios y con su Iglesia, sino que sirve de incremento de la vida cristiana y dispone a recibir la eucaristía.

La confesión individual e íntegra junto con la absolución constituyen el único modo ordinario de reconciliación sacramental: las disposiciones en este campo son absolutamente idénticas a las existentes para la Iglesia latina248.

Los sacerdotes, como ministros de este sacramento, lo administran a todos los fieles si están provistos de las facultades correspondientes por derecho o por concesión, independientemente de la Iglesia sui iuris a la que pertenezcan, a no ser que se oponga el Jerarca del lugar en casos especiales. Sin embargo, en algunos casos se limita la facultad de absolver para reservarla a otra autoridad con el consentimiento del Sínodo de obispos de la Iglesia patriarcal o arzobispal mayor, o del Consejo de Jerarcas de la Iglesia metropolitana sui iuris, o de la Sede apostólica. La reserva de los pecados, desaparecida en el CIC, es fácil de obtener, con lo que puede resultar ineficaz249.

247 Cf CCEO 719.
248 Compárese CCEO 720-721 y CIC 960-962.
249 Cf CCEO 727-729.

La forma de acceder a la confesión, la fórmula de la absolución y la sede para su administración varía de unas Iglesias a otras: aunque sólo se prescribe la iglesia como lugar propio para administrar la penitencia sacramental, algunas han introducido el uso occidental del confesonario. Sin embargo, en estos temas puntuales el derecho particular ha de proveer. También la fórmula de la absolución puede variar de una Iglesia sui iuris a otra: aunque exista la fórmula deprecativa, generalmente se usa la indicativa («yo te absuelvo»), como en la Iglesia latina.

El sacramento de la unción de los enfermos, conferido por los presbíteros mediante la oración y unción al enfermo, significa el fortalecimiento ante la debilidad pecadora y humana de la enfermedad. Es administrado de acuerdo con el relato institucional de Sant 5,14-15 por uno o más presbíteros, gesto sacramental ya usado por el Señor y transmitido a los apóstoles (Mc 6,13 y 16,18) que se manifiesta en la imposición de manos.

En las distintas Iglesias orientales católicas la unción de los enfermos es administrada dentro de una gran variedad: número de sacerdotes celebrantes, número y orden de las unciones, bendición del óleo, fórmula sacramental e interpretación del concepto elástico de enfermedad. Incluso el CCEO remite a la liturgia propia de cada Iglesia sui iuris: «Las unciones han de hacerse cuidadosamente, con las palabras, en el orden y con el modo prescrito en los libros litúrgicos; sin embargo, en caso de necesidad basta una sola unción con la fórmula propia» 250.

Las Iglesias armenia, copta y siria denominan la unción de enfermos con el nombre de «Celebración de la lámpara»: cada presbítero (siete entre los armenios y coptos y cinco entre los sirios) enciende una lámpara y hace la unción con el aceite que la alimenta. Siempre existen dos oraciones importantes: una para bendecir el óleo y otra para ungir al enfermo251.

250 CCEO 742.
251 Cf A. G. MARTIMORT, o.c., 690-691.

La Iglesia bizantina prescribe en principio siete presbíteros porque siete son los dones del Espíritu Santo, con siete oraciones y siete lecturas bíblicas252, donde se presenta a Cristo como médico de los hombres, al óleo como poder medicinal y al dolor como unión a Cristo sufriente. Si no se pueden reunir los siete presbíteros, se desea que estén presentes al menos tres. Aunque no está prescrito el número exacto de presbíteros celebrantes, ya que el texto neotestamentario de Sant 5,14-15 se refiere a los presbíteros en general, se debe procurar conservar la costumbre oriental de administrarla por varios sacerdotes si es posible253

Hay que tener en cuenta, también, el puesto que ocupa la eucaristía como viático, merced a lo cual se dispuso la reserva eucarística como primera finalidad: servir para los enfermos y especialmente si se encuentran en peligro de muerte254

Los sacramentos penitenciales (penitencia sacramental y unción sacramental de enfermos, juntamente con la eucaristía como viático) guardan cierta similitud255 con los sacramentos de la iniciación cristiana: la penitencia como «segundo bautismo», la unción como don y fortaleza del Espíritu Santo, y la eucaristía-viático como culminación de la vida terrena y anticipo de la vida eterna. Los dos sacramentos penitenciales unidos al viático guardan una unidad que también se ha mantenido en el rito continuo y en mutua referen-

252 Jn 5,25-37; Jn 19,1-10; Mt 10,5-8; Mt 7,14-23; Mt 25,1-13; Mt 15,21-28 y Mt 9,9-13. Cf T. MOLDOVAN, Los hermanos en oración. Oraciones sacramentales de la Iglesia ortodoxa, Madrid 1994, 89-120.

253 Cf CCEO 737.2. Incluso el Ritual de la Unción y de la Pastoral de enfermos (n. 19) prevé la administración con la presencia de varios presbíteros. El CIC no contempla este tipo de administración, aunque remite en este punto a los libros litúrgicos (cf CIC 1000.1).

254 Cf CCEO 708: Divinam Eucharistiam suscipiendi in periculo mortis y CCEO 714.1: Divina Eucharistia custodiatur praesertim pro infirmis. El Concilio de Nicea, en el año 325, dispuso que De his qui ad exitum vitae veniunt, etiam nunc lex antigua regularisque servabitur ita, ut, si quis egreditur e corpore, ultimo et necessario viatico minime privetur (c. 13, COD 12). Disposición similar es recogida por el Concilio tridentino (Sesión XIII, 11 de octubre de 1551, c. 6, COD 696).

255 Cf CEC 1525.

cia teológico-litúrgica aún cuando su administración se hiciere de forma gradual. Ppr lo que se refiere a estos tres sacramentos solicitados por fieles católicos a ministros orientales acatólicos, o solicitados por fieles acatólicos orientales a ministros católicos, han de cumplirse las condiciones previstas por el derecho256


c) Sacramento del orden

El sacramento del orden, participado por el triple ministerio de los obispos, presbíteros y diáconos, ha sido conservado en todas las Iglesias orientales católicas y no católicas con la garantía de la sucesión apostólica y la observancia canónica de los primeros concilios ecuménicos. La constatación existente de todos estos elementos manifiesta su validez, celebrada mediante el gesto sacramental de la imposición de manos y la oración consecratoria prescrita para cada orden sagrado.

La liturgia de la ordenación sacramental, solamente referida a los tres grados ya mencionados, varía en cada Iglesia sui iuris, y el derecho común remite al derecho particular en materias como la ordenación de un súbdito adscrito a otra Iglesia sui iuris por un obispo no propio, o la ordenación hecha en una eparquía ajena, o determinados requisitos en el candidato a las órdenes sagradas (casados, edad y su dispensa, preparación del ordenando...).

La ordenación episcopal, previa la elección canónica, requiere el legítimo mandato para ser constituido miembro del Colegio episcopal y la misión canónica: «Uno queda constituido miembro del Colegio episcopal en virtud de la consagración episcopal y por la comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros del Colegio» y «la misión canónica de los obispos puede hacerse a través de las legítimas costumbres no revocadas por la autoridad suprema y universal de la Iglesia, o a través de las leyes dadas o reconocidas

256 Cf OE 27; CCEO 671.2-3; CIC 844.2-3; DE 123 y 125.

por la misma autoridad, o directamente a través del propio sucesor de Pedro. Si el Papa rehúsa o niega la comunión apostólica, los obispos no pueden ser admitidos al ejercicio del ministerio»257.

El mandato está reservado al Romano Pontífice, quien da su asentimiento258, al Patriarca (goza de la communio eclesiastica, CCEO 77.2), al Arzobispo mayor (goza de la confirmación pontificia, CCEO 153.2) o al Metropolita de la Iglesia sui iuris (recibe el palio como signo de comunión, CCEO 156.2): el mandato vincula con la comunión eclesial y jerárquica. La misión canónica o provisión canónica de todo obispo electo consiste en constituirle obispo de una eparquía o de otra determinada función en la Iglesia259. Mandato y misión garantizan la validez de las ordenaciones episcopales.

En cuanto a la ordenación episcopal, para manifestar la forma colegial, han de intervenir tres obispos según las antiguas prescripciones260 y a ser posible de la misma Iglesia sui iuris: en caso de no poder estar presentes, los otros dos (el segundo y el tercero) pueden ser de otra Iglesia sui iuris, exceptuado el caso de extrema necesidad261. La praxis, también antigua, de escoger los candidatos episcopales entre los célibes, ha de ser obligatoriamente observada en toda la Iglesia católica, sea de la tradición que sea262.

Las ordenaciones presbiteral y diaconal han de ser realizadas por el propio obispo eparquial de aquella eparquía en la que va a quedar adscrito263 o por otro obispo con letras di-

257 LG 22 y 24.
258 Cf CCEO 181.1-2 y 182.3-4.
259 Cf CCEO 187.2.
260 Concilio I de Nicea, c. 4, COD 7.
261 Cf CCEO 746.1-2; CIC 1014.
262 Cf CCEO 180.3.
263 Aunque el término canónico de adscripción generalmente es referido a la vinculación con la Iglesia sui iuris por el bautismo (o recepción y otros casos previstos por el derecho) en ella recibido (cf CCEO 29-38) o al tránsito de algunos monasterios que se adscriben a otra Iglesia sui iuris (cf CCEO 432) y novicios de monasterios, institutos religiosos y sociedades de vida apostólica a la manera de los religiosos que pertenecen a otra Iglesia sui iuris (cf CCEO 451; 517.2 y 559.1), la adscripción referida a una eparquía es equivalente al término latino de incardinación (cf CIC 357-366).

misorias. No puede, salvo licencia de la Sede apostólica, ordenar un obispo a un adscrito a otra Iglesia sui iuris264.

Además de las cualidades previstas por el derecho, existe en diversas Iglesias orientales católicas —no en todas— la disciplina por tradición o por concesión legítima según la cual el candidato al presbiterado y al diaconado puede estar casado o 265. Prescindiendo de consideraciones espirituales y teológicas, en este punto conviene matizar varios aspectos de la disciplina existente en la Iglesia católica. La práctica de la Iglesia primitiva, siguiendo el ejemplo del Señor, tuvo en gran aprecio el celibato asumido por el reino de los cielos (Mt 19,12), aunque aceptó de buen grado que sus ministros sólo tuvieran una mujer (1Tim 3,2-5 y 11-12). En los primeros siglos de la vida de la Iglesia quedará fijada la venerable disciplina occidental y oriental en este punto.

En la tradición latina, los candidatos al diaconado y al presbiterado han de ser célibes según la antigua disposición del Concilio de Elvira, sancionada posteriormente en el año 1139 como legislación genera1266. Para los diáconos permanentes en la tradición latina, la Iglesia católica dispuso que podrían ser ordenados célibes o casados, y estos últimos vienen obligados al celibato en caso de viudedad267. Sin embargo, para los diáconos transitorios, posteriormente ordenados presbíteros, sigue vigente la disciplina de la legítima tradición latina y relativa a la condición célibe de todos los clérigos.

En la tradición oriental, generalmente la bizantina, la disciplina celibataria muy pronto fue urgida a los obispos, aunque los presbíteros y los diáconos continuaron ordenándose siendo célibes o casados: sólo se les prohibía la bigamia o

264 Cf CCEO 748.2; CIC 1015.2.
265 Cf CCEO 373-375.
266
Placuit in totum prohibere episcopis, presbyteris et diaconibus positus in ministerio abstinere se a coniugibus suis, et non generare filios. Quicumque vero fecerit, ab honore clericatus exterminetur: Concilio de Elvira, c. 33. También, Concilio II de Letrán, cc. 6-7, COD 198.
267 Cf LG 29; PABLO VI, motu proprio Sacrum diaconatus ordinem (18 de junio de 1967), principalmente nn. 11-16; CIC 277.1.

nuevo matrimonio al quedar viudos. Ya a comienzos del siglo IV aparecen otras exigencias: se permite el matrimonio de un diácono célibe si al momento de la ordenación declaraba su deseo de casarse (Concilio de Ancira [314] c. 10), o la deposición del sacerdote que se case (Concilio de Neocesarea [315] c.1). Incluso, parece ser que la cuestión del celibato clerical se plantea en el Concilio de Nicea el año 325 con intención de extenderlo a toda la Iglesia, a lo que se opuso el obispo Pafnucio por considerarla muy rigurosa, aunque esta referencia parece ser legendaria. El Concilio trullano del año 692, no aceptado en Occidente y que en Oriente inició una disciplina propia, recoge las normas de los Concilios ecuménicos quinto y sexto (quinisexto): Roma había enviado sus legados, presentes unos 200 obispos orientales y con la convocatoria del emperador Justiniano II. Roma no aceptó el Concilio, aunque los representantes romanos firmaron también las actas, porque sancionaba usos orientales distintos a los existentes en Occidente: el canon 13 admitía diáconos y presbíteros casados.

La disciplina oriental sólo exige el celibato al obispo; los presbíteros y los diáconos son ordenados célibes o casados, aunque están obligados al celibato si enviudaren, pero jamás permite tradición alguna católica u ortodoxa casarse con posterioridad a la ordenación diaconal, por el sentido sobrenatural que el celibato tiene sobre el matrimonio. Aunque esta disciplina existió en la Iglesia oriental antes de la separación, varias Iglesias orientales católicas aceptaron la disciplina existente en el primer milenio, por lo que no cabe hablar de un derecho común en esta materia sino de un derecho particular de cada Iglesia sui iuris.

En síntesis: puede afirmarse que el celibato no viene exigido por el sacerdocio sino por una ley de la Iglesia latina; que la legislación de la Iglesia católica sobre el celibato expresa su firme voluntad de mantenerlo en el rito latino; que el celibato y la ordenación sacramental guardan una relación de coherencia y armonía, y que esta legislación no afecta a la disciplina de las Iglesias orientales católicas ni suscita, por ello, menosprecio hacia ellas. Algunas Iglesias orientales católicas, sin embargo, también mantienen el celibato para sus ministros ordenados; otras, en cambio, confieren la ordenación sacramental a varones casados según su propia y legítima tradición, uso o costumbre.

Todas estas razones determinan firmemente «la decisión de la Iglesia latina y de algunas Iglesias orientales (católicas) de conferir el sacerdocio ministerial sólo a aquellos hombres que han recibido de Dios el don de la castidad en el celibato. La disciplina de otras Iglesias orientales (católicas) que admiten al sacerdocio a hombres casados, no se contrapone a la de la Iglesia latina: de hecho, las mismas Iglesias orientales exigen el celibato de los obispos; tampoco admiten el matrimonio de los sacerdotes y no permiten sucesivas nupcias a los ministros que enviudaron. Se trata, siempre y solamente, de la ordenación de hombres, que ya estaban casados»268.

La liturgia del sacramento del orden varía de una Iglesia sui iuris a otra. En la liturgia bizantina el diácono es ordenado antes de la comunión: inclinado ante el altar recibe la imposición de manos y escucha la oración consecratoria, recibiendo al final la estola diaconal u orario y el flabelo o abanico litúrgico que agita sobre las especies sacramentales; el presbítero es ordenado después del himno de los querubines: también recibe la imposición de manos y la correspondiente oración de consagración, es revestido con el felonio y recibe la partícula consagrada denominada «Cordero» que sostiene en sus manos hasta el sancta sanctis; el obispo es ordenado después del canto del trisagio, y también, inclinado ante el altar, se le coloca el evangeliario sobre su cabeza y, tras la imposición de manos y la oración de consagración, recibe el báculo bizantino como signo de su condición de pastor. Los tres grados del sacramento del orden se introducen con la siguiente declaración:

268 CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros (31 de enero de 1994) n. 60. Cf PO 16; JUAN PABLO II, exhortación apostólica Pastores dabo vobis (25 de marzo de 1992), Madrid 1992, n. 29.

«La gracia divina, que siempre sana lo que está enfermo y suple lo que falta, escoge a N. como obispo (presbítero o diácono). Oremos, pues, por él, para que venga sobre él la gracia del Espíritu Santo».

En otras liturgias orientales suelen existir unciones, más entregas de instrumentos acompañadas de sus correspondientes fórmulas y una liturgia bastante parecida a la romana. La fórmula para cada orden suele ser declarativa: «N. es ordenado... en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». No obstante, en algunas liturgias, revisten especial significación algunos ritos: el ayuno de cuarenta días para los sacerdotes armenios; los diáconos sirios son frotados por el obispo en la cabeza y espaldas mientras le cubre con su capa; los presbíteros sirios no concelebran, sino que son presentados por el obispo al final de la ceremonia al pueblo; los diáconos coptos son ordenados antes de la misa269

Cada Iglesia oriental católica tiene también sus ministerios clericales no ordenados, aunque contengan bendiciones e imposiciones de manos, que están al servicio del pueblo de Dios y ejercen sus correspondientes funciones litúrgicas, pero están regulados por el derecho de cada Iglesia sui iuris270.

En lo referente a la celebración de la divina Liturgia, denominación que en Occidente se corresponde con la celebración de la eucaristía o santa misa, las Iglesias orientales católicas tienen más desarrollada la participación en sus ministros inferiores y menos la común a todos los fieles, aunque tras la celebración del concilio Vaticano II, la participación allí pedida poco a poco va en aumento. Las razones hay que buscarlas en la mentalidad y espiritualidad oriental, en la configuración del templo, en la ausencia del precepto dominical de la eucaristía para los fieles. Por el contrario, las Iglesias orientales católicas han conservado mejor el sentido de la comunión eclesial manifestado en la concelebra-

269 Cf J. SÁNCHEZ VAQUERO, o.c., 282286.
270
Cf CCEO 327.

ción de la divina Liturgia por obispos y presbíteros, en la que también intervienen los diáconos si existen.

La celebración de la divina Liturgia, aunque no se indica expresamente, ha de realizarse según las prescripciones litúrgicas de la propia Iglesia sui iuris del celebrante, salvo que se establezca otra cosa o goce de una especial facultad de la Sede apostólica, como es el caso de los sacerdotes birrituales271. En este sentido ha de interpretarse el uso de los ornamentos de otra Iglesia sui iuris cuando no se dispone de los propios, así como del uso del pan, que en unas Iglesias orientales católicas se usa el pan común y en otras el ácimo272, pero siempre evitando cuanto pueda resultar llamativo. El CCEO silencia la posibilidad de celebrar dos o tres veces por razones pastorales y de precepto (CIC 905.2): ello se debe al sentido profundo de unidad, expresado en una única celebración al día, sobre todo del día del Señor, y de celebrarse sobre un mismo y único altar, y de formar una sola asamblea273; si esto fuere imposible, una segunda celebración sería por razones prácticas, y aunque se recomienda la celebración diaria de la divina Liturgia, hay que tener presente que existen días excluidos o alitúrgicos en las distintas Iglesias sui iuris.

La concelebración es aconsejada como forma de manifestar la unidad del sacerdocio y de la Iglesia que se reúne, teniendo en cuenta las razones pastorales de los fieles; es posible la concelebración de obispos y presbíteros de distintas Iglesias sui iuris conservando dentro de lo posible los propios ornamentos, siguiendo la liturgia del celebrante principal y evitando todo sincretismo litúrgico274; pero la conce-

271 Cf CCEO 674.2; 701.1; CIC 846.2.
272 Cf 707.2; CIC 926.
273 «No participéis, sino en la única eucaristía, pues una sola es la carne de nuestro Señor y una sola la copa que nos une en su sangre; no hay más que un altar, como no hay más que un solo obispo rodeado del presbiterio y de los diáconos, sus colaboradores en el ministerio». «Corred a reuniros todos en el único templo de Dios, al pie del mismo altar, junto a Jesucristo uno, que procede del Padre uno, que, estando unido a él, ha vuelto a él» (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Cartas a los filadelfios y a los magnesios, 4 y 7,2, en D. Ruiz, Padres apostólicos, Madrid 1950, 483 y 563).
274 Cf
CCEO 701.

lebración está prohibida con ministros y sacerdotes acatólicos275 por razón de la unidad de la Iglesia. Se permite que un sacerdote católico celebre la divina Liturgia en un templo no católico, pero esto ya entra dentro de la comunicación en las cosas espirituales276.


d) Sacramento del matrimonio

La disciplina matrimonial de las Iglesias orientales católicas ya tiene un antecedente cuando fue promulgado el derecho matrimonial del proyectado Código oriental277. En este sentido ha servido en gran manera para mejor perfilar la disciplina matrimonial, tras la promulgación del CIC y la elaboración de la actual codificación a partir del concilio Vaticano II.

El decreto Orientalium Ecclesiarum daba una nueva disposición, fruto de la nueva visión que el ecumenismo aportaba y que era referida al matrimonio entre orientales católicos y no católicos:

«Para evitar matrimonios inválidos, cuando católicos orientales contraen matrimonio con bautizados orientales acatólicos, y para velar por la estabilidad y santidad del matrimonio y por la paz familiar, el santo Sínodo establece que la forma canónica en la celebración de estos matrimonios obligue sólo para la licitud; para la validez es suficiente la presencia de un ministro sagrado, con tal que se cumplan las demás normas requeridas por el derecho»278.

Poco después se extendía la misma disposición al matrimonio contraído entre católicos latinos y orientales no católicos279. En estas disposiciones se establecía que la forma canónica era necesaria sólo para la licitud, y para la validez

275 Cf CCEO 702; CIC 908.
276 Cf OE 28-29; CCEO 705.2; DE 137.
277 Pío XII, motu proprio Crebre allatae sunt (22 de febrero de 1949), AAS 41 (1949) 99-119.
278 OE 18.
279 SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA IGLESIA ORIENTAL, decreto Crescens matrimoniorum
(22 de febrero de 1967), AAS 59 (1967) 165-166.

se requería la presencia del ministro sagrado, al mismo tiempo que se daban facultades a los Ordinarios para dispensar no sólo del impedimento entonces existente de mixta religión (parte católica-parte no católica), sino también de la forma canónica. Estas medidas propiciaron un nuevo clima más ecuménico entre católicos y ortodoxos, y cristalizaron en la actual codificación canónica matrimonial280.

El sacramento del matrimonio en la disciplina oriental nunca es considerado como contrato, palabra proveniente del derecho romano y ajena a la tradición oriental. No debe, pues, extrañar que nunca se mencione el contrato matrimonial, siendo sustituido por la celebración matrimonial. Ni tampoco se usa la distinción rato-consumado, más propia de la tradición latina fundada en el derecho romano.

Para todas y cada una de las Iglesias orientales católicas ante todo el matrimonio es una celebración: en ella se constituye o se origina el matrimonio canónico oriental, en la necesaria bendición sacerdotal, como parte culminante y esencial que es. Así como en la tradición latina el eje vertebral del matrimonio canónico radica en «el consentimiento de las partes legítimamente manifestado entre personas jurídicamente hábiles»281, en las distintas Iglesias orientales católicas el matrimonio canónico también se basa en el consentimiento como acto de la voluntad del varón y de la mujer por el que se aceptan y entregan mutuamente, pero tal consentimiento no sólo basta manifestarlo ante un ministro assistens que pide el consentimiento y lo recibe en nombre de la Iglesia, sino también ante un ministro que asiste (pidiendo y recibiendo el consentimiento) y bendice la unión sacramental282.

280 Cf PABLO VI, motu proprio Matrimonia mixta (31 de marzo de 1970); CIC 1127.1; CCEO 834.2.
281Cf C1C 1057.1.
282 La Iglesia, ya desde el siglo IV, bendijo los matrimonios, inspirándose en bellas oraciones bíblicas, y fue fundamentando la constitución del matrimonio desde que el consentimiento era válidamente emitido. Cuando el emperador búlgaro consulta al papa Nicolás I (858-867) sobre lo esencial en el matrimonio, éste le contesta con una carta el 13 de noviembre del 866 afirmando que lo esencial en el matrimonio sigue siendo el consentimiento mutuo (Dz 334). La respuesta no debió agradar al emperador de Constantinopla
sobre el consentimiento como elemento esencial, decidiéndose más tarde, por la Novela 89 (Novellae, legislación posterior a Justiniano) del emperador bizantino León VI el Sabio (886-912) la obligatoriedad de la bendición sacerdotal. Nótese que coincide esta disposición con la crisis fociana.

La bendición del matrimonio en las tradiciones orientales de las distintas Iglesias sui iuris tiene especial relevancia: la espiritualidad oriental entiende el matrimonio como bendición de Dios que llama al hombre y a la mujer a ser sus colaboradores en la obra de la generación. Celebrar el matrimonio en Oriente significa ponerse bajo la protección de Dios, a quien se le pide humildemente la bendición: así, en la Biblia, son numerosas las bendiciones matrimoniales en la época patriarcal, destacando la de Tobías y Sara (Tob 8,5-8), la de Zacarías e Isabel (Lc 1,57-58) y las bodas de Caná que Jesús santificó con su presencia (Jn 2,1-2). Conforme a la mentalidad bíblica, los hijos son la mejor bendición de Dios (Sal 127).

La bendición sacerdotal es elemento constitutivo del matrimonio. Ha de darse siempre por el Jerarca del lugar o el párroco del lugar, o por aquel sacerdote delegado por uno u otro. No puede bendecir el matrimonio el diácono en ninguna hipótesis, ni el laico puede ser ministro del matrimonio. Según la tradición oriental no son los contrayentes los ministros del matrimonio, sino el sacerdote cuando lo bendice. No hay que extrañarse de la importancia de la bendición sacerdotal, distinta de la bendición nupcial existente en la liturgia matrimonial romana.

Es interesante la aportación que hace el CCEO en orden a la regulación del matrimonio. Al igual que en la Iglesia latina283, el matrimonio de dos católicos (sean del rito que sean) o aunque uno solo sea católico (del rito que sea) y el otro sea no católico o no cristiano, se rige, además del derecho divino, por el derecho canónico. El estado o la autoridad civil nunca rige el matrimonio canónico, competencia exclusiva de la Iglesia católica: a la autoridad civil sólo co-

283 Cf F. AZNAR GIL, El derecho matrimonial canónico de las Iglesias orientales católicas, Curso de Derecho matrimonial y procesal canónico para los profesionales del foro, Salamanca 1994, 237-266.

rresponde regular los efectos meramente civiles. Las leyes de la Iglesia católica obligan a los católicos y para ellos se dan; los no católicos no están obligados a las leyes meramente eclesiásticas284 sino a las que son de derecho divino o natural.

Cuando la Iglesia católica ha de juzgar sobre la validez del matrimonio de los no católicos bautizados, además del derecho divino, se rige también por el derecho propio de tal Iglesia o Comunidad eclesial a la que pertenece el acatólico si lo tiene285; si no lo tiene, ha de regirse por el derecho al que está obligado el acatólico. Estas disposiciones son de aplicación cuando un acatólico unido en matrimonio o divorciado solicita contraerlo con otra persona católica. La validez del matrimonio de dos acatólicos la Iglesia católica no lo juzga, pero si alguna vez lo debe juzgar, tendrá en cuenta el derecho vinculante cuando las partes lo celebraron y la forma de su celebración tendrá que ser pública (o con rito sagrado si uno de los contrayentes es oriental acatólico). Estos criterios vienen a llenar una laguna existente en el CIC, y con este sentido se ha de interpretar la legislación matrimonial católica286.

Aunque el matrimonio en las Iglesias orientales católicas lo constituye el consentimiento prestado por ambos cónyuges y bendecido por el sacerdote, los esponsales gozan de una amplia tradición en estas Iglesias, que aceptaron costumbres judías y han conservado la separación entre los dos momentos del matrimonio: los esponsales y las bodas. Los esponsales no son una promesa de matrimonio sin más, equivalente al noviazgo: consistían en un acuerdo entre dos familias en orden a la convivencia de dos de sus miembros. Las bodas se iniciaban con celebraciones públicas y religio-

284 Cf CCEO 1490 y CIC 11.
285 Los orientales no católicos tienen derecho matrimonial propio, a tenor de UR 16, ya que «tienen la facultad de regirse según sus propias disciplinas» (cf supra nota 164 para las Iglesias ortodoxas bizantinas). En la comunión anglicana, la Iglesia de Inglaterra también tiene derecho matrimonial propio (The canons of the Church of England, Londres 1969, cc. B 30-B 36).
286 Cf CCEO 780.2 y 781.

sas, y venían a significar el comienzo de la cohabitación o deductio in domum mariti. En medio de estas dos celebraciones hay que situar la anunciación del Señor: María estaba desposada con José y antes de convivir juntos concibió por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18; Lc 1,27.34).

La regulación de los esponsales se remite a cada Conferencia episcopal o al derecho particular de cada Iglesia sui iuris287, teniendo en cuenta que la promesa de matrimonio no origina acción alguna para pedir su celebración, sino únicamente para exigir la indemnización por daños y perjuicios derivados de su no celebración.

A partir del siglo XII en Occidente se empezaron a unir ambas celebraciones (esponsales y bodas, identificando esposos y cónyuges), al coincidir con el desarrollo de la canonística medieval, mientras en Oriente se conservó esta institución, que ha sido recibida y regulada por el derecho particular.

Antes de celebrar el matrimonio debe constar que nada se opone a la celebración válida y lícita. En orden a su cumplimiento, hay toda una serie de atenciones pastorales: la preparación remota o general mediante la instrucción sobre el significado y obligaciones del matrimonio que conlleva la educación integral de los hijos, la instrucción de Ios esposos sobre el estado matrimonial, la asistencia pastoral de los casados, la manifestación de posibles impedimentos y la licencia en orden a bendecir determinados tipos de matrimonios.

También existen impedimentos que invalidan el matrimonio y prohibiciones que lo impiden o dirimen. Los impedimentos están consignados en el derecho común, pero pueden existir impedimentos por derecho particular de una Iglesia sui iuris bajo tres condiciones: se requiere causa gravísima, como puede ser el arraigo de una costumbre oriental en un determinado territorio, el contraste de pareceres de los obispos eparquiales de otras Iglesias sui iuris, y la consulta a la Sede apostólica. Las prohibiciones pueden afectar a la lici-

287 Cf CCEO 782.1-2; CIC 1062.1-2.

tud, e impiden la celebración del matrimonio también en tres supuestos: causa grave, durante un determinado tiempo y mientras dure la causa motiva. Pueden existir prohibiciones con una cláusula dirimente, que afecten a la validez y hagan inválida la celebración: sólo pueden hacerse por la Sede apostólica o por el patriarca dentro de los límites de su Iglesia patriarcal.

Las dispensas de los impedimentos, al igual que en el derecho latino, están reservadas al Jerarca del lugar si son de derecho eclesiástico, ya qué si se trata de impedimentos de derecho natural ciertos o dudosos no cabe tal dispensa. Se exceptúan tres impedimentos que están reservados a la Sede apostólica: los que se originan de la recepción del orden sagrado (diáconos, presbíteros y obispos)288, de la emisión del voto público perpetuo de castidad en un Instituto religioso, y del conyugicidio o crimen: de estos dos últimos también el patriarca goza del derecho de dispensa.

Los impedimentos que coinciden con el derecho latino, son los siguientes: edad (dieciséis años para el varón y catorce para la mujer), impotencia coeundi antecedente y perpetua, vínculo matrimonial, disparidad de cultos (parte católica sea del rito que sea con parte no bautizada o no válidamente bautizada), orden sagrado, voto público y perpetuo de castidad en instituto religioso, rapto o retención, conyugicidio o crimen, consanguinidad, afinidad, pública honestidad y parentesco legal proveniente de la adopción. Algunos de estos impedimentos tienen sus matices orientales289. A estos doce impedimentos hay que añadir otro de honda tradición oriental: el parentesco espiritual proveniente del

288 Nótese que la pérdida del estado clerical puede provenir por sentencia judicial o decreto administrativo en que se declare la invalidez de la ordenación, o por la pena de dimisión legítimamente impuesta, o por rescrito apostólico o patriarcal, concedido a los diáconos por causas graves y a los presbíteros por causas gravísimas. No se prevé para los obispos, pero la praxis demuestra que no se da tal rescripto. Si el clérigo, además, está vinculado a la observancia del celibato, esta dispensa sólo es concedida por el Romano Pontífice (cf CCEO 394-397).
289 Cf CCEO 803; 806; 809 y 810: compárense con CIC 1086; 1089; 1092 y 1093.

bautismo, que dirime el matrimonio entre el padrino y el bautizado, y entre el padrino y los padres del bautizado.

Los matrimonios mixtos, entre parte católica, sea del rito que sea, y parte no católica pero cristiana, no constituyen ningún impedimento, sino que precisan de la correspondiente licencia, por lo que sólo afectan a la licitud. Particular importancia tiene este tipo de matrimonios en determinados países donde conviven cristianos de distintas Iglesias que no están en la plena comunión católica, y que pueden ser frecuentes entre orientales católicos y no católicos, sean bizantinos, monofisitas o nestorianos. Las relaciones ecuménicas han de tener una especial sensibilidad en estos casos, conociendo la naturaleza y la vida de la Iglesia no católica de que se trate, así como la observancia del derecho matrimonial para Ios católicos orientales y otras sugerencias en orden a cuidar la pastoral ecuménica290

Aunque la normativa reguladora de la licencia en estos matrimonios es idéntica a la latina, existen dos diferencias significativas: no se recoge el abandono por acto formal ni se dispensa de la forma canónica salvo que sea otorgada por la propia Sede apostólica o por el patriarca, que no lo harán si no es por causa gravísima, dada la importancia que tiene la forma en la celebración oriental del matrimonio. Estas dos diferencias señaladas hay que situarlas en el contexto más riguroso en que se sitúan las Iglesias orientales291 por su concepción social y eclesiológica.

Por similitud con los matrimonios mixtos, la celebración de los matrimonios de rito mixto, sea entre parte católica latina y oriental, o entre orientales católicos de distintas Iglesias sui iuris, no se trata específicamente en el derecho de las Iglesias orientales católicas. Sin embargo, el CCEO concede el favor iuris a la Iglesia sui iuris del marido, a la que puede pasar la mujer al momento de contraer matrimonio o durante el mismo (CCEO 29.1 y 33); por otra parte, «celébrese el matrimonio ante el párroco del esposo, a no ser que

290 Cf CCEO 902-908; DE 143-160.
291 Cf CCEO 835; DE 154.

el derecho particular indique otra cosa o que una causa justa lo excuse»292.

Teniendo en cuenta estas disposiciones, en principio prevalece la mens legislatoris (CCEO 1499), según la cual se ha de celebrar el matrimonio de rito mixto en la Iglesia sui iuris a la que pertenece el esposo. Si el esposo es de rito latino y la esposa es de cualquier rito oriental, la celebración matrimonial ha de ser conforme a la tradición latina con la observancia litúrgica y canónica; por el contrario, si el esposo está adscrito a un rito oriental, en ese rito debe celebrarse. Hay que tener presente la salvedad «a no ser que el derecho particular indique otra cosa o que una causa justa lo excuse», con lo que tal prevalencia en favor del párroco o de la Iglesia del esposo queda muy aminorada. Y esto mismo es de aplicación tratándose de matrimonios entre orientales de distinto rito.

Por otra parte existe la equivalencia según la cual el matrimonio puede celebrarse en el rito de cualquiera de los esposos por el párroco propio del lugar donde se celebra, con tal que al menos una de las partes esté adscrita a su propia Iglesia sui iuris, sean o no súbditos293. En este sentido, el principio de la territorialidad es aceptado igualmente en orden a la celebración del matrimonio.

Además de los impedimentos que dirimen el matrimonio y de las prohibiciones que lo impiden y también lo pueden dirimir, el consentimiento matrimonial puede no existir porque una o ambas partes puedan viciarlo por nueve capítulos: carencia de suficiente uso de razón, grave defecto de discreción de juicio, imposibilidad para asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por causas de naturaleza psíquica, ignorancia, error, dolo, simulación, miedo y condición: estos tres últimos vicios afectan a la voluntad y el resto al entendimiento. Sin embargo, algunos de los vicios señalados contienen también sus matices orientales294.

292 CCEO 831.2.
293 Cf CCEO 829.1-3; CIC 1109.
294 Cf CCEO 818.2-3; 819 y 826, y compárense con CIC 1095.2-3; 1096.2 y 1102.1-2.

El consentimiento matrimonial no puede ser prestado por medio de procurador o de intérprete: ambas figuras se excluyen por la propia celebración oriental del matrimonio que requiere la bendición del sacerdote; únicamente puede celebrarse el matrimonio por procurador si así lo establece el derecho particular de una determinada Iglesia sui iuris295.

Sobre la forma canónica de celebrar el matrimonio en las Iglesias orientales católicas ya se indicó con anterioridad: se preceptúa el rito sagrado ante el Jerarca del lugar o el párroco del lugar, quienes gozan de facultad ordinaria, o ante un sacerdote del rito que sea delegado por cualquiera de los dos, y la presencia de al menos dos testigos. La presencia o intervención del sacerdote es necesaria asistiendo (no en el sentido de estar presente sin más, sino en cuanto pide la manifestación externa del consentimiento y la recibe en nombre de la Iglesia) y bendiciendo el matrimonio que se constituye.

Los ministros, según la teología oriental, no son las partes, sino el sacerdote. Esto significa que queda excluido el diácono y el laico como «asistentes»296. La forma canónica extraordinaria (CCEO 832.1-3) consiste en celebrar el matrimonio ante la sola presencia de los testigos (al menos dos) cuando no se dispone de sacerdote competente o existe la imposibilidad de acudir a él no sin grave dificultad: en este caso, el matrimonio así contraído, es válido y lícito si se celebra en peligro de muerte o se prevé que el disponer de un sacerdote se prolongará durante un mes al menos. Nótese que ni siquiera en este caso de necesidad el diácono goza de la facultad de bendecir el matrimonio. En este sentido no se omite, si llega el caso, que sea bendecido por otro sacerdote católico297 o no católico298. En el caso último de que el matrimonio se haya

295 Cf CCEO 837.2; CIC 1104-1106.
296 Cf CIC 1108.1; 1111.1; 1112.1-2 y 1116.2.
297 Se duda si, a falta de sacerdote competente, otro sacerdote suspenso o depuesto del estado clerical (cf CCEO 394.2; 1433.2 y 1435.2) o que ha recibido el correspondiente rescripto por el que pierde el estado clerical (cf CCEO 394.3) y la dispensa de la obligación del celibato —si es el caso—concedida por el Romano Pontífice, puede bendecir el matrimonio. Es claro que si se trata de peligro de muerte la respuesta es afirmativa (cf CCEO 725 y 1435.2).

298
El CCEO, con fina sensibilidad ecuménica y en razón de especiales vínculos sacramentales que garantizan la validez de los sacramentos al poseer la sucesión apostólica, así como la común disciplina oriental, concede al sacerdote acatólico la facultad de bendecir el matrimonio de dos católicos. En reciprocidad ha de interpretarse la posibilidad de ser bendecido un matrimonio de fieles de una Iglesia oriental acatólica por un sacerdote católico a quien el Jerarca del lugar le conceda esta facultad, si se dan tres condiciones: la imposibilidad de acudir a un sacerdote acatólico de la propia Iglesia oriental sin grave incomodidad, si lo piden por propia iniciativa, y que nada se oponga a la válida y lícita celebración del matrimonio. «El sacerdote católico, si es posible, antes de bendecir el matrimonio, lo comunicará a la autoridad competente de aquellos fieles» (CCEO 833.1-2).

celebrado válida y lícitamente ante solos los testigos, han de acudir cuanto antes a un sacerdote para la bendición del matrimonio, requisito tan esencial dentro de la concepción oriental del matrimonio. Esto no significa que el matrimonio no sea ya sacramental cuando extraordinariamente se celebra ante al menos dos testigos: es sacramento si es válidamente celebrado entre bautizados299.

A la forma canónica están obligados todos los orientales católicos, bautizados o recibidos en la Iglesia católica, incluso en el caso de tratarse de un matrimonio mixto o dispar. Si se trata, además, de un matrimonio entre parte católica adscrita a una Iglesia oriental sui iuris y parte no católica perteneciente a una Iglesia oriental acatólica, la forma canónica se requiere únicamente para la licitud, ya que para la validez es suficiente la bendición de un sacerdote, cumplidas las restantes prescripciones canónicas.

Siempre se prohíbe la mal llamada celebración ecuménica, consistente en que «antes o después de la celebración canónica haya otra celebración religiosa del mismo matrimonio para prestar o renovar el consentimiento matrimonial; asimismo, se prohíbe la celebración religiosa en la cual tanto el sacerdote católico como el ministro acatólico piden el consentimiento de las partes» 300 Este tipo de celebraciones alternativas a la celebración canónica, antes o después, como

299 Cf CCEO 776.2; CIC 1055.2.
300 CCEO 839; CIC 1127.3.

la celebración simultánea ante el sacerdote católico y el ministro acatólico, han de ser consideradas como totalmente antiecuménicas por violar la communicatio in sacris: no se favorece la caridad entre las distintas Iglesias, como si a una la faltara algo que la otra completara, ni favorece la claridad ante dos ministros que piden al mismo tiempo el consentimiento, ni se sabría en nombre de qué Iglesia se recibe, además de la consiguiente inseguridad jurídica. No se prohíbe que el sacerdote o ministro acatólico participe en la ceremonia oficiada por un sacerdote católico, ni que el sacerdote católico participe en la ceremonia oficiada por un sacerdote acatólico u otro ministro acatólico301

La celebración matrimonial se ajustará a las prescripciones propias de cada Iglesia sui iuris: libros litúrgicos y costumbres legítimas, como el tiempo de la celebración matrimonial. Muchas de las Iglesias orientales católicas, al igual que las ortodoxas bizantinas, reservan como fechas de celebración matrimonial los domingos y días festivos, excluyendo los cuatro períodos penitenciales, los miércoles y los viernes como días de oración y penitencia, y también las semanas de Navidad, Pascua y Pentecostés.

La liturgia oriental del matrimonio dispone a los novios a la nueva vida compartida que van a iniciar. Tras confesar sus pecados y recibir la absolución sin ningún tipo de reserva (CCEO 729.1), no olvidan recibir la eucaristía (CCEO 783.2) en la divina Liturgia que se celebra antes del matrimonio, sobre todo en la liturgia bizantina; en otras liturgias la eucaristía y el matrimonio se celebran de forma conjunta.

La celebración del matrimonio tiene dos partes claramente diferenciadas que antiguamente se hacían por separado: los esponsales u oficio de los desposorios, y la boda propiamente tal, llamada oficio de coronación.

Los esponsales consisten en el interrogatorio a los espo-

301 Cf DE 157-158: aquí se preven, en uno y otro caso, la participación en las lecturas bíblicas, una breve exhortación y la bendición a la pareja, distinta de la bendición nupcial de la liturgia romana, y distinta también de la bendición sacerdotal del matrimonio.

sos sobre su condición y se colocan el anillo, signo de la fidelidad, mientras el sacerdote dice a cada uno: «El siervo de Dios N. se desposa con la sierva de Dios N. en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén». Antiguamente los desposorios o esponsales se hacían en la casa de la novia; ahora se desarrollan cerca de la entrada del templo.

La segunda parte de la celebración del matrimonio lo constituyen las bodas o el oficio de coronación, llamado así por san Juan Crisóstomo, y se celebra en el interior del templo, al que acceden los esposos con velas encendidas a semejanza de las vírgenes dispuestas al banquete de bodas (Mt 25,10). Se recitan tres largas oraciones que recuerdan personajes unidos en matrimonio en la historia de la salvación. Por fin el sacerdote impone las coronas sobre las cabezas, primero del esposo y luego de la esposa, mientras afirma: «El siervo de Dios N. se casa con la sierva de Dios N. en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén», y los bendice tres veces diciendo: «Señor Dios nuestro, corónales de gloria y dignidad» (Sal 8,6). A la imposición de las coronas siguen las lecturas bíblicas302, preces, bendición de una copa de vino que beben Ios nuevos casados y que evoca la comunión que antiguamente en este momento se recibía. Estando coronados, se dan tres vueltas a la mesa y se les quitan las coronas mientras se canta un himno que recuerda a los tres patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob junto con sus mujeres Sara, Rebeca y Raquel303

Otras liturgias orientales han recibido influencias de la liturgia bizantina y sustancialmente conservan el mismo rito, aunque con algunas variantes: la velación de los esposos, los esponsales en casa de la novia con la entrega de ésta al esposo, la firma, y hasta la unción de las muñecas en la liturgia copta.

302 Las lecturas bíblicas matrimoniales más comunes son Ef 5,20-33 y Jn 2,1-11.
303 Cf J. SÁNCHEZ VAQUERO, o.c., 286-288; T. MOLDOVÁN, o.c., 69-86.


e) Sacramentales

«Signos sagrados por los que, a imitación en cierto modo de los sacramentos, se significan y se obtienen, por intercesión de la Iglesia, unos efectos principalmente espirituales, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida»304. Las dos últimas finalidades concretan el valor pedagógico de los sacramentales al orientar a los sacramentos y se subraya la santificación de la vida del cristiano al recibir los sacramentos en los momentos claves de su vida.

Los sacramentales, al ser muchos y variados, es lógico que se remitan al derecho particular de cada Iglesia sui iuris (CCEO 867.2). No obstante, nos fijaremos en los más representativos de las Iglesias orientales católicas de tradición bizantina: las exequias, los lugares sagrados, los días de fiesta y de penitencia, y la veneración de los iconos.

Las exequias consisten en el rito que la Iglesia católica dispone para todos los fieles difuntos, incluidos los catecúmenos, con ocasión del sepelio mediante la inhumación y a veces la incineración cuando no es elegida por razones contrarias a la fe cristiana. El cadáver, si se trata de un niño se le rodea de flores y velas como signo de la inocencia, o se lava si es de un adulto como signo de su condición pecadora a fin de ser presentado ante Dios con el alma limpia y se le viste con un traje nuevo que recuerda su condición bautismal. El día del entierro es llevado al templo y colocado hacia oriente, de donde vendrá Jesucristo como juez según una piadosa tradición305 Allí se celebran las exequias según la variedad litúrgica del Oriente. Conducido al sepulcro, el sacerdote lo sella con una pala haciendo la señal de la cruz mientras dice: «Se sella este sepulcro del difunto siervo de Dios N. hasta la segunda venida de nuestro Señor y Dios Jesucristo, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».

304 CCEO 867.1; CIC 1166.
305 Cf OL 28.

Cuando se trata de las exequias de diáconos y presbíteros, el cadáver no se lava sino que se le limpia con una esponja humedecida en aceite y se le reviste de los ornamentos correspondientes. En algunos lugares existe la costumbre de dar una o tres vueltas al templo parroquial, como signo del dolor de la parroquia por la pérdida de su ministro. De modo semejante se hace con el cadáver del obispo. Sin embargo, los cadáveres de los patriarcas, obispos y exarcas son enterrados en los templos306

Existen también otras conmemoraciones por los difuntos, además de las exequias, y que varían de unos lugares a otros: a los tres días de la muerte (sentido de la resurrección, en que en algunas Iglesias sui iuris se celebra la divina Liturgia como mejor forma de asociar al difunto a la muerte y resurrección de Cristo); a los nueve días (en recuerdo de la hora nona en que Jesús, inclinando la cabeza, expiró); a los cuarenta días (en recuerdo de la ascensión del Señor, para pedir que el alma del difunto sea llevada a la gloria), y al cumplirse el año (en que los cristianos se reúnen para celebrar el aniversario del dies natalis).

Los principales lugares sagrados son las iglesias o templos y los cementerios. La consagración de un templo está reservada, según la mentalidad oriental, al obispo, y él sólo puede reducirlo a un uso profano si no se puede reparar o no se necesita ya para el culto. Los cementerios han de estar bendecidos, tanto si son propiedad de la Iglesia como el espacio acotado en un cementerio civil, y en el caso de no estar bendecido, ha de bendecirse por el sacerdote cada sepultura.

La privación de la sepultura eclesiástica está muy mitigada en el derecho común oriental: solamente están privados los pecadores que no hayan dado signos de arrepentimiento y que la concesión de la sepultura eclesiástica cause escándalo entre los fieles. Por el contrario, son admitidos a las exequias los bautizados acatólicos, «con tal que no conste la

306 Cf CCEO 874.2; CIC 1242.

voluntad contraria de éstos y no pueda hacerlas su ministro propio»307; igualmente son admitidos a las exequias los niños a quienes sus padres deseaban bautizar, y a otros (adultos) que de alguna manera resultan cercanos a la Iglesia y han muerto antes de recibir el bautismo: no se trata de catecúmenos, que ya tienen este derecho como Ios cristianos, sino de aquellos que miran con simpatía a la Iglesia católica (CCEO 876.2).

Las fiestas y los días de penitencia configuran el calendario litúrgico de cada Iglesia sui iuris. Si se trata de establecer, trasladar o suprimir los días festivos y penitenciales que son comunes a todas las Iglesias orientales católicas, la autoridad competente es la suprema autoridad de la Iglesia católica; si, por el contrario, no son comunes sino particulares de una Iglesia oriental católica, la autoridad competente es la propia de esa Iglesia, con la debida c6nsideración de las otras Iglesias sui iuris.

Las Iglesias orientales católicas tienen, además de los domingos, cinco días festivos de precepto comunes a todas ellas: Navidad, Epifanía y Ascensión de Jesucristo, Dormición de la Virgen María, y San Pedro y San Pablo308. No tienen otras fiestas de Occidente como: Corpus (nacida en Lieja en 1246 y extendida por Urbano IV a toda la Iglesia latina en 1264), Santa María, Madre de Dios (fiesta antigua de la maternidad de María en la liturgia romana), Inmaculada Concepción de la Virgen María (fiesta que comienza a celebrarse en el siglo XI y es introducida en el calendario romano por Sixto IV en 1476 y realzada tras la definición dogmática en 1854 por Pío IX), San José (introducida después del Concilio de Trento) y Todos los Santos (introducida poco a poco después del siglo IV y fijada en Inglaterra y países francos para el 1 de noviembre). Las fiestas comunes a todas las Iglesias orientales católicas son en realidad fiestas universales, porque son observadas tanto en Oriente como en Occidente.

Los domingos y días festivos de precepto, así llamados

307 CCEO 876.1; CIC 1183; DE 120.
308 Cf CCEO 880.3; CIC 1246.1.

por estar preceptuada la participación en la divina Liturgia o misa, tienen los cristianos obligación de participar en ella y abstenerse de aquellos trabajos que por sus efectos no contribuyen o impiden celebrar el culto litúrgico de la Iglesia católica en el día del Señor, o no revisten la alegría propia del «primer día de la semana», o no fomentan el descanso necesario en el séptimo día (Gén 2,3). Hay que señalar que en alguna Iglesia oriental católica el precepto es referido a las Alabanzas divinas, no como sustitución de la divina Liturgia, sino como alternativa309

Existen otras fiestas no de precepto, dedicadas a santos preferentemente orientales. Como nota particular, en el calendario bizantino se celebra al día siguiente de algún misterio del Señor la fiesta del protagonista o personaje central: al día siguiente a la Epifanía o Bautismo del Señor se celebra a san Juan Bautista; al día siguiente a la Presentación del Señor se recuerda a los santos Simeón y Ana; san Gabriel se celebra al día siguiente a la Anunciación del Señor. En otras liturgias, como la armenia y la caldea, hay menos santos y se suelen trasladar al domingo. Cada liturgia celebra igualmente a los santos oriundos del lugar.

«En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de Cuaresma» (CIC 1250). Los días y tiempos penitenciales son más numerosos en Oriente. Conservan, por lo menos, los cuatro tiempos penitenciales: el adviento, la cuaresma, y otros dos que disponen a dos grandes fiestas universales, los santos Apóstoles y la dormición de María. La forma de hacer las prácticas penitenciales pueden variar de unas Iglesias orientales a otras: en general el ayuno consiste en no ingerir alimento alguno desde la doce de la noche hasta la doce de la mañana: su ruptura se llama «desayuno». La abstinencia suele estar referida a no comer carne y sangre de algunos animales, a veces prohibidos por la legislación mosaica, como animales impuros y sofocados. Suelen ser días penitenciales los miércoles y los viernes.

309 Cf CCEO 881.1; CIC 1248.2.

La veneración de los iconos y de las reliquias demuestra el arraigo que tiene el culto a los santos. A diferencia de Occidente en que las imágenes o estatuas de los santos tienen un sentido decorativo y recuerdan que ellos son nuestros intercesores a quienes debemos imitar, en Oriente los iconos tienen un carácter representativo, no por lo que representan sino por lo que se nos hacen presentes: nos descubren su verdadero rostro transfigurado. La veneración de los iconos recobra nueva fuerza a partir del Concilio II de Nicea, como ya se dijo.

Aunque la tradición oriental siempre se inclinó por el culto a los santos a través de los iconos en cuanto representación pictórica, algunas Iglesias orientales católicas han adoptado o han alternado tanto los iconos como las imágenes en el culto a los santos310

Ya a partir del siglo IV los descubrimientos y traslados de las reliquias aumenta su culto, tanto en Oriente como en Occidente. Puede afirmarse que Roma fue más reacia a este tipo de reliquias y aceptó de mejor grado las llamadas reliquias ex contactu. Incluso parece que el germen de la fiesta de Todos los Santos fue la reacción ante tanta reliquia que proliferaba y se trasladaba.

Los sacramentales son, pues, difíciles de describir en cada tradición oriental, ya que en cada parte adquieren nuevos perfiles, simbolismos, variedad y religiosidad. Por otra parte juegan un papel determinante costumbres recibidas o arraigadas de cada lugar, lo que facilita también el auge de la llamada religiosidad popular (peregrinaciones, fiestas, procesiones, bendiciones...), con sus luces en cuanto que desarrolla la liturgia y a ella se orienta, o con sus sombras o desviaciones si en su origen el elemento religioso poco a poco va degenerando en formas mágicas o folclóricas.

310 Cf CCEO 886-887; CIC 1188-1189.


4.5. Otras medidas disciplinares

La disciplina de las Iglesias orientales católicas no se limita al culto que se celebra ni a la forma peculiar de regirse en orden a mantener y transmitir el patrimonio propio, sino que abarca también medidas sancionadoras. La disciplina penal en la Iglesia católica no siempre es rectamente entendida: al mismo tiempo que anuncia el evangelio a todo hombre, defiende sus derechos y censura formas no correctas que atentan contra la unidad y diversidad de la Iglesia.

Desde antiguo la Iglesia católica trató de solucionar las diferencias que existían en su seno. Ya san Pablo exhortaba a no llevar a los tribunales no cristianos los litigios entre cristianos (1Cor 6,1-5). Más tarde, con posterioridad al siglo IV, la Iglesia reivindica que el tribunal episcopal entienda en estas causas al considerar al obispo como legislador y juez, aunque la ejecución de la sentencia fuera remitida a la autoridad civil si la Iglesia lo pedía. La primera pena canónica como tal fue la excomunión, seguida de la deposición para los clérigos.

El derecho penal en la Iglesia resalta, ante todo, el carácter medicinal que toda sanción conlleva, y especialmente en el CCEO: «Al igual que Dios, que todo lo calcula para que regrese la oveja errante, quienes recibieron de El la potestad de desatar y de atar lleven la medicina conveniente a la enfermedad de los que delinquieron, les arguyan, rueguen, reprendan con toda paciencia y doctrina, e incluso les impongan penas, para que se curen de las heridas ocasionadas por el delito, de manera que ni los delincuentes sean impulsados a los precipicios de la desesperación, ni se relajen los frenos de la vida disoluta y de la ley menospreciada»311

La disciplina penal oriental es realmente novedosa con relación al CIC, al no ser publicado el proyecto de derecho penal de las Iglesias orientales católicas antes del Concilio Vaticano II. Contiene algunas características, entre las que

311 CCEO 1401. Cf también CIC 1341.

sobresalen: la supresión de las penas latae sententiae312 e imposición de todas las penas mediante un proceso judicial o extrajudicia1313, el valor concedido al arrepentimiento manifestado en la confesión del delito al Jerarca314 pudiéndose remitir o adaptar la pena, la uniformidad de las penas en un mismo territorio en razón de la convivencia de distintas Iglesias sui iuris315, la importancia que tiene el aviso o la amonestación antes de imponer la pena316, la reserva de pecados que por su gravedad se consideren relevantes y que en cierta medida son equiparables a las penas latae sententiae317 del CIC, las circunstancias eximentes, atenuantes o agravantes318 no son tan pormenorizadas en razón de ser un Código común a todas las Iglesias orientales católicas, por lo que quedan confiadas a la prudencia del juez.

«Según las antiguas tradiciones de las Iglesias orientales pueden imponerse penas por las que se manda realizar alguna obra grave de religión o de piedad o de caridad, tales como unas preces determinadas, una peregrinación piadosa, un ayuno especial, unas limosnas, unos ejercicios espirituales»319. Las penas no consisten solamente en la privación de

312 El c. 1314 del CIC establece la diferencia entre las penas latae sententiae (de sentencia dictada, o automáticas, pudiendo ser declaradas o no declaradas con consecuencias canónicas distintas) y ferendae sententiae (de sentencia a dictar). Aunque se ha discutido en el proceso de codificación del CIC sobre la oportunidad de las penas latae sententiae, el legislador ha optado por mantenerlas aunque de forma excepcional porque así se castigan mejor los delitos ocultos a la par que se castiga a todos por igual, pero tienen la desventaja de condenar sin oír al reo y confunden los fueros externo e interno. En el CCEO no existen este tipo de penas perché esse non corrispondono alle genuine tradizione orientali, sono sconosciute alle Chiese Ortodosse e non sembrano necessarie ad un adattamento del Codice orientale alle esigenza moderna della disciplina delle Chiese Orientale Cattoliche (S. Mu-DRYI, Lo schema dei canoni riguardanti le sanzioni penali, Nuntia 4 [1977] 72). Cf ID, La nuova revisione dei canoni riguardanti le sanzioni penali nene Chiese Orientale Cattoliche, Nuntia 12 (1981) 37-84.
313 Cf CCEO 1402.1-2.
314 Cf CCEO 1403.1-2.
315 Cf CCEO 1405.3.
316 Cf CCEO 1407.1-2.
317 Cf CCEO 727-729.
318 Cf CCEO 1413-1416 y CIC 1323-1326.
319 CCEO 1426.1.

un bien sino principalmente en la imposición de un acto positivo, razón por la cual se rebaja la edad penal a los catorce años y no a los dieciséis como en el CIC o a los dieciocho como en otros ordenamientos penales320. Hay, además, otras penas, como la corrección pública, la vigilancia del reo o la prohibición de residencia en un determinado lugar a clérigos, religiosos y miembros de una sociedad común a la manera de los religiosos; sin embargo, no se pueden imponer privaciones penales que afecten a la potestad del orden sagrado ni a los grados académicos.

Las penas canónicas orientales, llamadas censuras en el CIC, están concebidas gradualmente de menos a más: la excomunión menor (exclusión de la comunión eucarística, o de la participación en la divina Liturgia o incluso de su entrada en el templo) que se corresponde con el entredicho latino; la suspensión de todos o algunos actos de la potestad de orden o de régimen para los clérigos mayores y menores (cf CCEO 327); la reducción en un grado inferior al clérigo por el que se le prohiben los actos de la potestad de orden o de régimen conformes con ese grado; la deposición o pérdida del estado clerical, y finalmente la excomunión mayor por la que el fiel se ve privado de recibir y administrar sacramentos y sacramentales, así como desempeñar cualquier oficio o realizar actos de régimen.

Se castigan con excomunión mayor (equivalente a la excomunión latina) los siguientes delitos: herejía y apostasía, cisma, profanación de la eucaristía, atentado físico contra el Romano Pontífice, Patriarca o Metropolita, homicidio, aborto, violación directa del sigilo sacramental, absolución del cómplice en pecado contra la castidad, y consagración episcopal ilegítima: todos estos delitos321 ya se castigaban en el CIC con la excomunión. El derecho común oriental incluye otros delitos típicamente orientales: la omisión deliberada de la mención litúrgica de los Jerarcas correspondientes por ser considerada como una negación de la comu-

320 Cf CCEO 1413.1-2; CIC 1323.1.
321 Cf CCEO 1436.1; 1437; 1442; 1445; 1450.1 y 2; 1456.1; 1457 y 1459.

nión jerárquica, el recurso a la autoridad civil para la obtención de la ordenación sagrada o de cualquier oficio eclesiástico, o la inducción a cambiar de Iglesia sui iuris por parte de quien ejerce algún puesto de responsabilidad en la Iglesia: estos delitos322 han existido a lo largo de la historia disciplinar oriental, tanto ortodoxa como católica.

322 Cf CCEO 1438; 1460 y 1465.