11º Encuentro
UN NUEVO Y VIGOROSO PROYECTO MISIONERO

 


Objetivo: Que los participantes manifiesten su decisión de caminar con Dios por la ciudad participando en el Proyecto Misionero de la Iglesia en la Arquidiócesis de México


1. Saludo y enlace (10’)

El coordinador da la bienvenida al grupo y les hace ver la importancia de que continúen colaborando para que el grupo se convierta en una semilla de esperanza para la colonia donde viven. Sólo a partir de pequeños grupos, entre los que se encuentra éste, se irá haciendo realidad la renovación de los diversos ambientes que existen en la ciudad de México e iremos venciendo la ignorancia religiosa y la ausencia de testimonio más comprometido de los creyentes católicos.

A continuación recuerda lo tratado en el encuentro anterior.

Termina presentando el objetivo del día.

2. Aspectos de la vida urbana (10’)

El coordinador se dirige al grupo en estos términos:
 

Compartamos lo que pensamos de esta situación.

El coordinador deja unos minutos para que los participantes del grupo vayan opinando sobre aspectos positivos y negativos de las familias, de los jóvenes y los pobres e identifiquen las manifestaciones del vivir alejados de Cristo.

El coordinador hace referencia al II Sínodo diocesano como la fuerza que, desde hace varios años, ha venido impulsando la actividad evangelizadora de la iglesia arquidiocesana mediante el Nuevo y Vigoroso Proyecto Misionero.

Éste, en síntesis, consiste en que la acción de la Iglesia tiene que ser más decididamente misionera, es decir, que siempre salga a buscar a todos los hombres y mujeres de la ciudad de México, especialmente los más alejados del influjo del Evangelio.

Que sea una pastoral de encarnación, es decir, que participe de la vida concreta de los ciudadanos, de sus angustias, y esperanzas. Que sea una pastoral de diálogo, o sea, dispuesta a escuchar los requerimientos de la ciudad y a descubrir todo lo positivo que en ella hay.

3. La Palabra de Dios nos ilumina (5’)
 

Ahora bien, ¿cómo van a invocar a aquél en quien no creen?

¿Y cómo van a creer en él, si no les ha sido anunciado?

¿Y cómo va a ser anunciado, si no hay quién les predique?

¿Y cómo predicarán si no son enviados?
(Romanos 10, 14-15)

4. La Palabra de Dios en nuestra vida (20’)

En silencio cada uno hace el ejercicio de estar ante Jesucristo y de escuchar de sus labios el pasaje apenas leído.

El coordinador les mencionará que la actividad misionera de la Iglesia tiene como objetivo el que todas las personas acepten a Cristo como su Salvador. Para ello se necesita la cooperación de los cristianos, tanto con el anuncio explícito del Evangelio de Cristo, como con el testimonio en obras de justicia y caridad.

Al terminar su intervención, el coordinador individúa a aquéllos de los presentes que considere motivados para algún compromiso concreto. Al finalizar el encuentro tomará sus nombres y direcciones, para hacerlos llegar al responsable de la pastoral del sector.

5. Canto (5’)
 

Todos: Tan cerca de mí, tan cerca de mí
que hasta lo puedo tocar,
Jesús está aquí.

Cantor: Mírale a tu lado caminando
y paseándose en la multitud,
muchos ciegos van, porque no le ven:
ciegos de ceguera espiritual.

Todos: Tan cerca de mí...

Cantor: No busques a Cristo en lo alto,
ni lo busques en la oscuridad,
muy cerca de ti, en tu corazón
puedes adorar a tu Señor.

Todos: Tan cerca de mí.

6. Evaluación (5’)

¿Crees que logramos el objetivo que nos propusimos al comienzo del encuentro? ¿Por qué?

7. Oración final (5’)

SEÑOR DE LA MISIÓN
 

Señor Jesús, tú me llamaste por mi nombre
y me enviaste a trabajar en tu viña.
Hazme hermano universal,
con corazón abierto a todo el mundo.
Enséñame a estar contigo,
para ser testigo tuyo entre los hermanos.
Hazme capaz de transmitir la Buena Nueva de tu Reino.
Hazme valiente frente a la dura realidad
y capaz de cualquier esfuerzo para mejorarla.
Hazme cada día más consciente de tu mandato misionero.
Indícame dónde encontrar a mis hermanos
y sugiéreme cómo llegar a su corazón.
Enséñame la verdadera pobreza,
la experiencia del corazón libre,
la relatividad de los medios.
Empápame de deseos misioneros,
para que me deje llevar de tu Espíritu
allá donde hay mayor urgencia del anuncio.
Concédeme tu paz,
indícame caminos de paz,
para que pueda anunciarla,
desearla y realizarla siempre.
Manténme unido a ti,
Señor de la Misión.

8. Despedida e invitación al siguiente encuentro (5’)

El coordinador felicita a los miembros del grupo por haber llegado hasta este momento del camino. Hágales ver que si continúan presentes es porque se están dejando conquistar por Cristo y quieren cooperar con él en la obra de la evangelización de los hermanos. Hágales valorar la grandeza de amar a la Iglesia de Cristo. Invítelos a estar nuevamente presentes en el próximo encuentro. Finalmente, invítelos a meditar en la Lectura Complementaria.

Invitar a llevar una veladora. Sugerir la organización de una sencilla convivencia.


LECTURA COMPLEMENTARIA

Contando con el auxilio de la Virgen María, la Iglesia en América desea conducir a los hombres y mujeres de este Continente al encuentro con Cristo, punto de partida para una auténtica conversión y para una renovada comunión y solidaridad. Este encuentro contribuirá eficazmente a consolidar la fe de muchos católicos, haciendo que madure en fe convencida, viva y operante.

Para que la búsqueda de Cristo presente en su Iglesia no se reduzca a algo meramente abstracto, es necesario mostrar los lugares y momentos concretos en los que, dentro de la Iglesia, es posible encontrarlo. Ellos son el conocimiento de los Evangelios, en los que se proclama, con palabras fácilmente accesibles a todos, el modo como Jesús vivió entre los hombres.

Un segundo lugar para el encuentro con Jesús es la Liturgia: en la persona del Sacerdote que preside la Santa Misa, en los Sacramentos, en la comunidad y, sobre todo, en la Sagrada Eucaristía. En tercer lugar, en las personas, especialmente los pobres, con los que Cristo se identifica: “En el rostro de cada hombre, especialmente si se ha hecho transparente por sus lágrimas y por sus dolores, podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo, el Hijo del hombre” (Cf. Juan Pablo II, “La Iglesia en América”, n 12).