Gnosticismo

Bajo este nombre se comprende todo un complejo de sistemas heréticos que tomaron este nombre en el siglo II y III (continuando bajo formas veladas pero con los mismos principios aún hasta nuestros días), los cuales, mediante un sincretismo filosófico-religioso, intentaron dar una explicación racional a los misterios del cristianismo.

Punto de partida del gnosticismo es el problema del mal que resuelve mediante la aceptación de un dualismo radical entre Dios y la materia. Dios, que es el ser esencialmente espiritual, capaz de desenvolverse y desarrollarse, engendró los seres espirituales y eternos como él (eones). La primera pareja de eones (sicigia), macho y hembra, procedieron directamente de Dios; las demás proceden la una de la otra por sucesiva evolución. Sucedió que, en el proceso evolutivo, los eones que conforme se iban alejando de Dios se hacían cada vez más imperfectos, un eón prevaricó y fue excluido del pléroma, o sea, de la sociedad de todos los eones. Este, a su vez, prolificó dando origen a otros eones malvados como él, y creó el mundo y al hombre; fue adorado como Dios por los hebreos, los cuales le dieron el nombre de Jahvé, el Demiurgo. Pero un eón superior puso en el hombre, a escondidas, un germen divino, el cual se vio, de este modo, prisionero en la materia y comenzó a sufrir persecución por parte del demiurgo. ¿Cómo es posible a este germen divino verse libre del cuerpo? De la siguiente manera: uno de los primeros eones superiores se encarnó, tomó la forma, el fantasma, de Jesús de Nazareth, y enseñó a los hombres, mediante su predicación, el medio de poderse salvar. Pero el Evangelio de Jesús de Nazareth, si puede convencer y ser suficiente para los ingenuos y los simples, no lo es para los demás; para éstos se requiere una gnosis más profunda del Evangelio. Los hombres, por tanto, se dividen en tres grupos: los ílicos (materiales) para los cuales no hay salvación posible; los psíquicos, que pueden salvarse con la ayuda de Jesucristo, y los pneumáticos o gnósticos perfectos, los cuales ya tienen la salvación en la gnosis y, por tanto, no tienen necesidad de salvación. Cuando la gnosis haya realizado la liberación del germen divino en el hombre y el Demiurgo sea sometido a Dios, entonces el mundo material será destruido y sobrevendrá la restauración universal. Los centros principales del gnosticismo se encontraron en Siria y Alejandría; sus maestros principales fueron Cerinto, Saturnino, Basílides y Valentino. Según San Ireneo, Cerinto debió de enseñar la distinción entre el Dios supremo y el Demiurgo. Jesús, hijo natural de María, era un hombre normal como los demás; después de su bautismo bajó sobre él una virtud especial, proveniente del Dios supremo, en forma de paloma; antes de su pasión, esta virtud que estaba en Cristo abandonó a Jesús, que sufrió y murió como todos los demás hombres, mientras que el Cristo permaneció impasible y sigue existiendo espiritualmente.

Según Cayo, Cerinto exhibía un libro de revelaciones que decía haber recibido de manos de los mismos ángeles y, según el cual, tras la resurrección de la carne, se gozará de toda clase de placeres y de voluptuosidades durante mil años.

Saturnino admitió la existencia de Dios Padre, creador de las potencias angélicas; éstas, a su vez, crearon el mundo y al hombre; pero, como quiera que el hombre creado por los ángeles no podía tenerse en pie, Dios infundió en él una centella de vida, por la que éste se sostuvo, articuló sus miembros y comenzó a vivir. Surgió, entonces, entre los ángeles creadores y el Dios supremo una lucha que se traspasó también a los hombres buenos y malos; buenos los que creían en el Dios supremo, y malos los que creían y adoraban a los ángeles creadores y, en particular, a Jahvé que era uno de los cabecillas de los ángeles. Para abatir toda la potencia angélica y para sacar a la humanidad del dominio del ángel Jahvé, Dios envió un Salvador, Cristo, que apareció en un fantasma humano, incorpóreo.

Basílides conservó esta teoría de la oposición entre el Dios supremo y los ángeles creadores, que son la trescientos sesenta y cinco emanación de los eones. Estos ángeles, con Jahvé a la cabeza, crearon el mundo, dieron la ley a los hebreos e inspiraron a los profetas. El Cristo, primero de los eones, engendrado por Dios e increado como espíritu, a fin de librar a los hombres de la esclavitud de Jahvé, apareció bajo la semejanza de Simón de Cirene, el cual fue quien, en realidad, llevó la cruz y fue crucificado puesto que el Cristo increado no podía morir.

Valentino dio otra impronta al gnosticismo. En la base de su sistema está la teoría de los eones, los cuales se interponen entre Dios y el mundo, el bien y el mal, intentando ser una conciliación. Al principio de los eones Valentino pone el Abismo, el Padre no ha engendrado, con su compañera el Silencio, de cuya unión surgió la pareja mente-verdad, y ésta engendró sucesivamente el verbo y la vida, el hombre y la Iglesia. De la pareja verbo-vida nacieron diez eones (cinco parejas de machos y hembras); de la pareja hombre-iglesia nacieron doce eones, o sea, otras seis parejas. Todos estos treinta eones formaron el pléroma que es "la sociedad perfecta de los seres inefables". El último de los eones, la Sabiduría (Sofía), fue presa del deseo de subir a la fuente del pléroma y conocer al Padre Abismo, pero fue tal y tan grande el coraje que le cogió por no poder conseguirlo que rompió la felicidad de todos los eones inferiores. De este desequilibrio nacieron todos los males, por parejas: temor e ignorancia, tristeza y llanto, etc.; al final estaban también las tres sustancias: la materia animada, la inanimada y la materia espiritual, sustancias que son, más o menos, los componentes del hombre, el cual, por esto mismo, está dividido según sustancias que lo componen en hombre material, hombre psíquico y hombre espiritual. A fin de recomponer las cosas, de la pareja eónica mente-verdad salió la pareja Cristo-Espíritu Santo. El eón Cristo descendió, en forma de paloma, hasta Jesús de Nazareth, del cual, después que hubo predicado y enseñado a los hombres la manera de verse libres de las pasiones, se marchó y subió a la perfección del pléroma en el momento de su presentación ante Poncio Pilato, permitiendo que sufriese y muriese el elemento material revestido de su apariencia.

El gnosticismo fue combatido por San Ireneo, San Hipólito Romano, Tertuliano y Orígenes.


 

Conjunto de doctrinas sincrético-religiosas, que adoptó enseñanzas de origen iranianas, judeo-cristianas, caldeas, babilonicas, egipcias e hindúes. Sus principales promotores entre los cristianos fueron Simón el Mago, Cerinto, Carpócrates, Valentino, Satrunino y Basílides, entre muchos otros. Puede reconocerse en la mayoría de los autores gnósticos el haber abrevado tanto en el pensamiento griego, principalmente en las ideas de Plotino, como de parte de aquella teología mística y especulativa de la Sinagoga (Cábala) pervertida bajo la lamentable influencia de las doctrinas panteístas babilónicas, iranianas y persas, como del sabeísmo (culto a los astros) y otras tradiciones religiosas paganas durante los años del obligado exilio (siglos VI a IV antes de Cristo), influjo que algunos estudiosos remontan hasta el s. XVI a.C. durante el período del destierro en Egipto. Así, la visión ‘racionalista’ de los misterios divinos y su total rechazo al recurso de la Fe, impidió a los gnósticos captarlos en su total dimensión y profundidad pues para ellos, la Fe, debía ser reemplazada por los rudimentos de la filosofía. 

En consecuencia, y ya que la Verdad podía ser alcanzada solo mediante el recurso de la razón, los misterios de la Fe quedaron subordinadas a las doctrinas cuyo origen reconocen sólo al hombre. Sin que sea posible, en esta breve síntesis, efectuar una descripción única y total del gnosticismo, dada la multiplicidad de las facetas dadas por sus propugnadores, si puede intentarse una relativa caracterización, teniendo en cuenta algunos puntos en común.  En ese marco, el gnosticismo sostuvo la existencia de un conocimiento particular o especial, superior a la Fe, cuya consecución permitía alcanzar o asegurar la salvación del alma. Dicho  ‘conocimiento’ venía legado por un Revelador Celeste a unos pocos elegidos (o iniciados) el que (como dijimos) constituía el fundamento y garantía de la futura salvación. En consecuencia, el recurso a la Fe quedaba totalmente mitigado como así también la trascendencia de las buenas obras.

 Otro elemento determinante del gnosticismo fue su concepción ontológica caracterizada por el dualismo. Si bien creían que el origen de todas las cosas (buenas y malas, espirituales y materiales) provenían de un único super-principio (monismo ontológico), el Pléroma (lo Absoluto identificado con la Nada), recurrieron al dualismo para resolver el problema del Mal. Así, Dios era un ser ‘puro y espiritual’ que se encontraba fuera del mundo, sin contacto real con él, motivo por el cual rechazaron su naturaleza creadora. Tal actividad era concedida a un espíritu intermedio (Demiurgo), autor del mundo sensible y material, al que identificaban con el principio del Mal. Sin embargo, la concepción gnóstica del mal era una realidad positiva (en abierta contradicción con la concepción cristiana para la considera negativa), atento que el mismo –al igual que el bien-  provenía de un principio común, lo Absoluto (el Pléroma), donde ambos libraban un combate eterno. De allí se explica el desdén o desprecio que los gnósticos tenían por la noción de pecado. Por otro lado,  creían que entre Dios y el mundo material existía una serie de seres espirituales llamados ‘Eones’, cuya procedencia se originaba en una  emanación de Dios. Su carácter lo imprimía el grado de cercanía que tenían con el Absoluto. En consecuencia, los más cercanos eran más perfectos que las más lejanas.

 

 La particular visión del mundo material, provocó entre los gnósticos un total rechazo a todos los Sacramentos, especialmente en el de la Eucaristía. Jesucristo era entendido como la encarnación de un ser espiritual (o Eón) por Dios. Entendían que para lograr un conocimiento pleno de sus enseñanzas no bastaba con recurrir a las contenidas en las Sagradas Escrituras, sino que debía recurrirse al ‘conocimiento gnóstico’. Creían que Yahveh era un ser espiritual superior pero de naturaleza caída, el Demiurgo, creador del mundo y de la carne, que había logrado ser adorado por éstos como Dios. A su vez, la redención era equiparada a un mero acto de iluminación (gnosis), mediante el cual el hombre podía liberarse de la prisión que representaba la materia para poder regresar al mundo celestial o espiritual. 

Este concluyente rechazo de la materia los llevó inevitablemente a rechazar la realidad de la resurrección de la carne. Varió dentro de las corrientes gnósticas la necesidad del seguimiento de normas ascéticas, por lo que algunas las consideraron indispensables (vgr. Saturnino) y otras no (vgr. Basílides). Algunos llegaron a considerar legítimo renegar de la Fe (en época de persecuciones) para evitar el martirio, entendiendo que la adquisición de un ‘conocimiento liberador’ era una forma más elevada de martirio. Sus prosélitos o seguidores, eran clasificados en tres tipos: 1) los ílicos o materiales, para los que no había salvación posible; 2) los psíquicos, quienes se salvarían con la ayuda de Cristo y, 3) los gnósticos (o perfectos) quienes ya tenían la salvación asegurada. Creían que el mundo material sería definitivamente destruido cuando el Demiurgo (o Yahveh) fuera sometido por Dios, restaurándose así todas las cosas.

Como se ha dicho anteriormente, el gnosticismo estuvo conformado por diversas tendencias, muchas de ellas divergentes entre sí, por ello y de manera sintética exponemos a continuación las más importantes:

1)     Valentin, se cree de origen judío o egipcio, fue quizás el mas importante representante del gnosticismo. Proponía que en Cristo se encontraba absorbido el Jesús de los Evangelios, y su misión redentora quedaba rebajada a la de un simple mediador más entre Dios y el Hombre. Por su parte, el hombre tenía la misión de liberarse de la materia ya que ésta tenía por fundamento un principio inferior y de naturaleza malvada. Su visión cosmológica estuvo representada por un mundo espiritual (pléroma), dirigido por un Dios invisible acompañado por 30 eónes superiores. En cambio el mundo material, fue creado por el Demiurgo, quien a su vez creó el Hombre. Sin que aquél supiera, el Hombre había recibido un elemento pneumático que le permite, a su muerte, regresar al mundo espiritual. Creía que el mal es una falsa dirección del bien, atento que surge de la oposición entre el deseo de los eons de unirse al gran abismo (Pléroma) y la impotencia para lograrlo. Enseñaba que el orden actual de las cosas cesaría cuando se realice en la tierra la total redención. Ello provocaría el retorno de todos los seres a su condición primitiva (en el Pléroma), siendo finalmente destruida la materia y con ello, el mal.

2)     Saturnino, quien vivió en Antioquia en tiempos del emperador Adriano y predicó en Siria, tuvo en sus doctrinas un fuerte sesgo ascético, al punto de rechazar el matrimonio por considerarlo un acto de naturaleza malvada. Creía que Dios había creado a los ángeles y éstos encabezados por el ángel Yavé, crearon al mundo material y al hombre. Este, sin embargo, poseía una porción o chispa de divinidad que le permitía elevarse al mundo espiritual. Afirmaba que Cristo fue enviado por Dios para redimir al hombre del yugo de Yavé..

3)     Basílides, de origen egipcio, difundió sus ideas principalmente en Alejandría. Representó la rama gnóstica que ensalzó el acto mismo del ‘conocimiento gnóstico’ en desmedro de la moralidad de las acciones, al igual que Carpócrates, aunque éste último llevó al extremo tal idea. Afirmaba que en Cristo, primer eón, fue enviado por Dios para liberar al mundo de la esclavitud de Yavé (Demiurgo). Sostenía que Cristo, como ser espiritual increado, no pudo sufrir la pasión, tomando su lugar Simón de Cirene.

4)     Bardésanes, sirio, predicó sus doctrinas en Alejandría. En general, continuó el pensamiento de Valentín pero acompañó su prédica con populares himnos litúrgicos. Suponía la eternidad de los principios del bien y del mal. Afirmaba que las emanaciones espirituales del mal al enamorarse de la Luz (el bien) buscaban elevarse al Pléroma (Absoluto), el que estaba constituido por 365 inteligencias denominadas Abraxas.

5)     Ofitas, grupo gnóstico que imaginó la expulsión de Adán y Eva del Paraíso junto con la serpiente (tentadora), cuyos descendientes tenían por misión continuar tentando el género humano.

6)     Simón, el Mago. Este singular personaje de origen judío o samaritano --citado en los Hechos a los Apóstoles 12, 9 y ss- y que tuvo en Meandro su principal discípulo, creía en la existencia de una primera Potencia Divina, Infinita y Principio de Todo. Ese Primer Dios, identificado consigo mismo, denominándolo Simón, había engendrado a Sophía y a través de ella, engendró el Cosmos, el universo todo. Pero Sophía cayó en las redes de las fuerzas inferiores, o sea, la materia. Simón (la Potencia divina) vino al mundo a rescatarla y a iniciar la redención universal. De allí, que Simón fuera adorado por sus seguidores como Zeus y su compañera, la esclava tiria Helena, quien representaba la encarnación del primer pensamiento traído a la existencia por Dios, era adorada como Atenas.

7)     Cerinto, afirmaba –según decía por revelación angélica- que el mundo no era obra de Dios sino de un poder distinto, el demiurgo. Enseñaba que Cristo no había nacido de la Virgen María ni padeció en la cruz, sino que lo hizo Jesús, hijo natural de María, en quien Cristo había morado luego del bautismo, para luego abandonarlo en las horas previas a la pasión. Su particular visión milenarista, le hizo sostener que llegaría tiempos en los que se instalaría un reino terrenal de mil años, en el que Jerusalén sería su centro, y durante el cual los hombres podrían satisfacer todos sus apetitos carnales.

 

Cabe resaltar que la herejía gnóstica fue especialmente combatida, entre otros, por San Ireneo, Orígenes Tertuliano y San Hipólito romano. Por último, el gnosticísmo clásico si bien ha decaído hasta prácticamente desaparecer, muchas de sus enseñanzas han ido mutando con el correr de los siglos, siendo la llamada ‘New Age’ una de sus principales difusoras en la actualidad. En cambio, los restos de antigua Iglesia Gnóstica aún subsiste en pequeñas comunidades de la Mesopotamia septentrional.