II

La responsabilidad humana bajo el signo del amor


La moral cristiana presenta como requisito primero y fundamental la viviente incorporación en Cristo, el latir misterioso de la vida divina en las tres virtudes teologales y, en fin, la virtud de religión por la que tributamos a Dios nuestras adoraciones e imprimimos a toda nuestra vida el carácter de la santidad cultual. En esto consiste propiamente la vida religiosa o ética sagrada, impuesta por la primera parte del mayor de los mandamientos: "Amar a Dios sobre todas las cosas", y consignada en la primera tabla del Decálogo sinaítico.

Simultánea con la vida religiosa y en ella originada, corre la vida moral, señalada en la segunda parte del mandamiento principal y en la segunda tabla del decálogo; comprende el amor al prójimo y los deberes estrictamente morales en todos los campos de la actividad terrena.

Así la vida religiosa y de unión y comunión con Dios y la vida moral, orientada a lo terreno, no son dos zonas simplemente yuxtapuestas; aunque se distingan conceptualmente, forman la unidad más estrecha. El fiel que vive una vida auténticamente cristiana, ofrece el espectáculo de la más perfecta unidad: su vida no es vida partida, pues está lejos de separar o simple-mente de yuxtaponer la vida moral a la religiosa, lo que no daría sino una vida rebajada, o por lo menos demasiado superficial N- sin hondura moral ni religiosa.

El cometido primordial del discípulo de Cristo es vivificar su actuación moral en el mundo con el fermento de la religión. Esto lo conseguirá obrando por un motivo y una finalidad enteramente religiosa, procurando dar a sus actos morales un sello religioso, aunque sin destruir su carácter de acción propiamente moral y sin descuidar nada de cuanto la haga perfecta en su género.

La energía secreta que comunica a la vida moral ese sello religioso y sobrenatural, no es otra que la caridad, o sea el amor a Dios, que, incluyendo también al prójimo, se amplía en la caridad fraterna.

El amor al prójimo, lo mismo que el amor a Dios. está cimentado en la fe divina, se alimenta de la virtud teologal de la esperanza y se expresa en la humildad y sublimidad sacerdotales de la virtud de religión. El sacrificio de Cristo en la cruz y el sacrificio eucarístico son el arquetipo y manantial del amor al prójimo.

Por consiguiente, el amor al prójimo no sólo debe ser puesto en la cumbre de todas las virtudes morales y designado como el lazo de unión entre la vida religiosa y moral, sino que la entera tarea moral del cristiano (obediencia, afectos familiares y sociales, protección, defensa, desarrollo y cuidado de la vida humana, justicia, recto uso de las riquezas, culto de la verdad, de la fidelidad y del honor) ha de ir iluminada con los rayos de la caridad fraterna.

Y así queda delineada a grandes rasgos esta tercera parte de la moral cristiana, segunda de la moral especial:

Parte tercera: amor a Dios como amor al prójimo, el servicio de Dios en servicio del prójimo;

Parte cuarta: la práctica de la caridad cristiana en los di-versos campos de la existencia humana.

BERNHARD HÄRING
LA LEY DE CRISTO II
Herder - Barcelona 1961
Págs. 17s.