Libro segundo

MORAL ESPECIAL


1. La vida en comunión con Dios

 

En la parte segunda de la moral general expusimos la imagen del discípulo de Cristo en su ser íntimo y en sus distintas dimensiones; en la parte tercera delineamos la norma y la ley del seguimiento de Cristo, así como la sublimidad de esta norma y de esta ley. Las partes cuarta y quinta nos mostraron los peligros a que está expuesto ese seguimiento, su pérdida y su recuperación. La parte sexta, que expone la doctrina general de las virtudes cristianas, presentó una primera visión de cómo la imitación de Cristo se desarrolla y consuma, describiendo las disposiciones básicas y generales que han de informar los actos y sentimientos todos del cristiano. Insistióse entonces en que, para el cristiano que va en seguimiento de Jesucristo, las virtudes y disposiciones morales básicas sólo pueden entenderse a partir del elemento religioso que constituye su centro de gravedad, o sea a partir de su ser en Cristo, expresado primordial y característicamente por las tres virtudes teologales.

Son las virtudes teologales las que directa e inmediatamente delimitan el campo propiamente religioso. El llamamiento a seguir a Cristo significa ante todo la invitación a vivir en Cristo y con Cristo, a una vida de verdadera incorporación religiosa en Cristo. La teología moral no puede presentar las disposiciones y deberes morales como algo acabado en sí mismo e independiente, a las que la religión viene a añadirse como un simple aditamento o una superestructura exterior, y viceversa, como si aquéllas vinieran desde fuera a enriquecer y completar el campo de lo religioso. Cierto es que la conversión suele ir precedida de algunas disposiciones morales valiosas, aun no informadas por el elemento religioso, y que éste sólo paulatinamente anima y penetra. Pero con el ser en Cristo adquieren aquéllas un nuevo centro de gravedad, un sentido mucho más profundo y una finalidad inmensamente más elevada. Precisamente hoy, en que tanto urge poner en claro lo que es específicamente cristiano, es sumamente importante mostrar cómo todos los deberes y energías del discípulo de Cristo encuentran su vitalidad y su origen en el suelo firme de la religión. La vida moral del cristiano, sus relaciones con la sociedad humana, la responsabilidad que en el mundo le incumbe, tienen que ser expresión de su condición de discípulo de Cristo. Esto es lo que impone imprescindiblemente el seguimiento de Cristo y esto es lo que trataremos de exponer en esta moral especial, que consideraremos desde dos puntos de vista: el hombre en su relación con Dios, el hombre en su relación con las demás criaturas. El primer tema comprende dos grandes partes : la primera trata de las virtudes teologales, y la segunda de la virtud de religión.

La parte primera es fundamental: trata de esas divinas energías que son las virtudes teologales y de su influjo religioso sobre los sentimientos, las palabras y las acciones. La vida de comunión con Dios empieza en la tierra con la gracia santificante y con su expresión vital en las virtudes teologales.

La parte segunda muestra la comunidad formada por los que han sido santificados por Cristo, destacando su altísima dignidad y su más hermosa tarea, la de "dar gloria a Dios en Cristo, con Cristo y por Cristo". Éste será el lugar a propósito para exponer la doctrina sobre los sacramentos. La virtud de la religión, don de Cristo, por el que nos hace partícipes de su oficio de sumo sacerdote, es una fuerza que obliga al hombre a dar carácter de culto divino a toda su conducta y actividad en el mundo.

Por aquí se ve que el primer tema de la moral especial expone los deberes señalados en la primera tabla del decálogo. No será, empero, un simple comentario de los mandamientos sinaíticos, sino del deber esencial que, en virtud de la santificación recibida por los sacramentos que lo asimilan a Cristo, incumbe al bautizado, al confirmado, al sacerdote y al seglar, al que ha abrazado la virginidad y al que ha elegido el camino del matrimonio, deber que se cifra en "glorificar a Dios uno y trino" por Cristo, con Cristo y en Cristo. La rueda maestra de estos tratados es el divino sacrificio de Cristo y de su Iglesia.

El segundo tema, como ya anotamos, muestra al hombre en sus relaciones con las criaturas, cuyos deberes compendiaremos en este epígrafe: la responsabilidad humana bajo el signo del amor.

En una primera parte mostraremos cómo la fe, la esperanza, la caridad y la virtud de religión colocan al cristiano en una relación totalmente nueva con el prójimo, y cómo dichas virtudes se traducen en el amor al prójimo o caridad fraterna.

La segunda y última parte mostrará cómo el amor cristiano, puesto que lleva consigo la magnificencia y la energía de la fe. la esperanza, la caridad y la religión, se muestra activo operante en todos los ámbitos de la vida. La divina caridad, que ha de manifestarse en todos los campos del obrar humano, será siempre un testimonio de fe, una manifestación de esperanza, una respuesta al encendido amor de Dios y un acto de "adoración en espíritu y en verdad".

Esta segunda parte de la moral especial explica los mandamientos de la segunda tabla del decálogo.

Nuestra moral especial se articulará, pues, sobre el siguiente esquema :

I. La vida en unión con Dios.

Parte primera: las tres virtudes teologales.
Parte segunda : la virtud de la religión.

II. La responsabilidad humana bajo el signo del amor.

Parte primera: el amor a Dios en el amor al prójimo.
Parte segunda : la realización de la caridad cristiana en los diversos campos de la existencia humana.

BERNHARD HÄRING
LA LEY DE CRISTO I
Herder - Barcelona 1961
Págs. 597-599