Jesucristo

 

"Los Reyes Magos manifestaron por la naturaleza de sus dones quien era Aquel que adoraban; la mirra indicaba que Aquel era el que había de morir y ser sepultado por el género humano; el oro, que era un Rey cuyo reino no tenía límites; el incienso, que Aquel era el Dios que se había dado a conocer en Judea, y manifestado a las gentes que no le buscaban. (S. Ireneo, sent. 4, Tric. T. 1, p. 86.)"

"Rescindiendo lo que creíste, das pruebas de que antes de rescindirle fue muy diferente lo que creíste que era de otro modo. Ello así había venido por tradición, y a la verdad, lo que había venido por tradición era lo verdadero, como que nos había venido de aquellos a quienes pertenecía comunicar la tradición. Síguese, pues, que rescindiendo lo que era tradición, rescindiste lo que era verdad; no tuviste derecho para ejecutarlo así. (Tertuliano, ha. de carne Christi, c. 2, sent. 23, adic., Tric. T. 1, p. 366 y 367.)"

"Para Dios solamente es imposible lo que no quiere. (Tertuliano, ibid., c. 3, sent. 24, Tríe. T. 1, p. 367.)"

"Nació el Hijo de Dios: esto no avergüenza por la misma razón de ser cosa vergonzosa. Murió el Hijo de Dios, por esto mismo es creíble, porque no lo alcanza la razón: sepultado resucitó; esto es cierto porque es imposible (a la naturaleza). (Tertuliano, ¡bid., c. 5, sent. 25, adic., Trie. T. 1, p. 367.)"

"El que había de ofrecer una nueva natividad, debía nacer de un nuevo modo. (Tertuliano, ¡bid., c. 17, sent. 26, adic., Trie. ibid.)"

11 ¿Quién es el que con una poderosa e invisible mano, ha destruido de la sociedad de los hombres como a monstruos horribles aquella tropa tanto tiempo ha nociva y perniciosa, aquella cohorte de demonios que antes devoraban a todo el género humano, y por medio de los ídolos obraban entre los hombres una multitud de prodigios? ¿Quién

sino nuestro Salvador es el que ha dado a los que abrazan la regla de esta vida pura y sincera, aquella filosofía que recibieron de su espíritu? ¿Quién sino este Señor les ha dado el poder para quitar de en medio de los hombres las reliquias de aquellos espíritus malignos, con la invocación de su nombre y las oraciones más puras que por El se dirigen al Supremo Dios del universo? ¿Quién sino nuestro Salvador ha enseñado a sus discípulos, sacrificios no sangrientos, en los que una víctima racional es ofrecida a Dios con oraciones y con palabras divinas e inefables? De suerte que ya en toda la tierra se erigen altares y lugares consagrados a la concurrencia de los fieles, y en todas las naciones se ofrece a Dios, Monarca del universo, un culto digno de su infinita santidad, que consiste en sacrificios espirituales y en una víctima razonable. (Eusebio de Cesarea, sent. 8, Tric. T. 2, p. 85.)"

"El Hijo de Dios tomó sobre sí nuestra pobreza y miseria para participamos su opulencia y sus riquezas. Su pasión nos hará algún día impasibles, y su muerte inmortales: sus lágrimas son nuestro gozo, su sepultura nuestra resurrección, y su bautismo nuestra santificación, según aquellas palabras del Evangelio: Para ellos yo me santifico, con el fin de que sean santos de verdad. (S. Atanasio, sent. 1, Tric. T. 2, p. 171.)"

"Como Jesucristo es el capitán de todos los santos, el demonio es el jefe de todos los pecadores. (S. Hilario, Psalm. 139, sent. 18, Tric. T. 2, p, 26 l.)"

"Considerar como una grande prueba de la divinidad del Salvador, ver que la predicación del Evangelio no ha seguido el orden de la naturaleza; a la verdad, si lo que se predica de Jesucristo estuviera reducido a los límites de la naturaleza, ¿en dónde estaría su divinidad? Pues si lo que se os dice del Salvador es superior a la naturaleza, esas mismas cosas, para cuya creencia sentis repugnancia, son pruebas de la divinidad de Aquel que se os predica. (S. Greg. de Nisa. -Cath. Orat., c. 13-, sent. 26, Tric. T. 4, p. 117 y 118.)"

"Si el propio carácter de la Divinidad es la benevolencia para con los hombres, no es necesario buscar otra razón para que viniese Jesucristo a visitarnos: estando enferma nuestra naturaleza, necesitada de quien la sanase; habiendo caído, de quien la levantase; habiendo perdido la vida, de quien la vivificase; habiendo perdido el derecho de participar del verdadero bien, necesitaba de quien se lo renovase; hallándose envuelta en tinieblas, de quien la iluminase, estando cautiva, de quien la rescatase; estando aprisionada, de quien rompiera sus cadenas; estando oprimida con el yugo de la servidumbre, de quien la pusiese en libertad. ¿Os parecerá que estos motivos no son suficientes y dignos de obligar la bondad de Dios a bajar a la tierra para socorrer a la naturaleza humana que había criado? (San Greg. de Nisa, c. 15, sent. 27, Trie. T. 4, p. 118.)"

 

"El que Dios quisiese traemos la salud, es un efecto de su bondad; que nos rescatase de la cautividad con ciertas condiciones, es un efecto de su justicia, y el que lo ejecutase de un modo tan ingenioso que sorprendiese a nuestro enemigo, es un efecto de su soberana sabiduría. (S. Greg. de Nisa. e. 23, sent. 28, Tric. T. 4, p. 11 S.)"

"Dijo muy bien el Apóstol: que Dios entregó a su Hijo a la muerte por todos nosotros, para dar a entender que el que a todos nos amó con tanto exceso, que entregó a su amado Hijo a la pasión por cada uno de nosotros, ¡cómo será posible que no le de todo a aquellos a quienes ha dado al que es infinitamente mejor que todas las cosas! No tenemos, pues motivo para recelar que después de este beneficio nos niegue nada, ni debemos desconfiar en punto de la continuación de la liberalidad divina, supuesto que ha tanto tiempo que sentimos esos efectos, con tanta profusión. (S. Ambrosio de Jacob, vita beat., lib. 1, e. 6, sent. 21, Tric. T. 4, p. 317.)"

11 ¡Podría ser creible que el Padre celestial quisiese recoger estos mismos beneficios que nos ha comunicado, o retirar su afecto paternal de los que adoptó por hijos suyos! Pero me dirá alguno que tenemos en Dios un Juez severo. Consideremos bien quien es el Juez: esto es Jesucristo, al que el Padre ha concedido todo el poder para juzgar al mundo. ¡Cómo ha de querer este Salvador condenar a los que rescató del poder de la muerte, sujetándose a sufrirla, cuando sabe que la vida de los redimidos es el precio de la muerte! No dirá más bien, ¿qué utilidad hay en mi sangre si condeno a los mismos que he salvado? (S. Ambrosio, ibid., ibid., sent. 22, Tric. T. 4, p. 317 y 318.)"

"Estoy tan distante de excusar en nuestro Señor el sentimiento de tristeza que manifestó en el huerto, que no me parece que hay cosa alguna en que más se admire su bondad y majestad; pues me hubiera dado mucho menos si no se hubiera revestido de mis propios afectos. Por mí, pues, sufrió el dolor, el que en si nada tenía que se te pudiera causar-, y suspendiendo en su alma el divino contento que eternamente goza, quiso que le alcanzase el abatimiento de la enfermedad humana. Tomó sobre sí mi tristeza para comunicarme su alegría, y conformándose con nuestra flaqueza, se abatió hasta afligirse con la cercanía de la muerte, para que haciéndonos seguir sus pisadas, nos llevase a la eterna vida. (S. Ambrosio, lib. 10, c. 22, sent. 91, Tric. T. 4, p. 33 l.)"

"Acusan a nuestro Señor, y calla; con razón calla el que no necesita defenderse. Aquellos deben defenderse que temen ser vencidos, no confirmó, pues, su acusación con el silencio; antes bien, la despreció, no dignándose de responder. (S. Ambrosio, in e. 23, sent. 93, Tric. T. 4, p. 332.)"

"Hoy estarás conmigo en el Paraíso. En donde quiera que esté Jesucristo, allí está nuestra vida y nuestro reino. (S. Ambrosio, ibid., sent. 94, Trie. ibid., ¡bid.)"

"Dice el Profeta: Adorad el escabel de sus pies: y en otra parte leemos: La tierra es el escabel de mis pies. Veamos si quiso decimos el Profeta, que es preciso adorar aquella tierra de que el Señor se quiso vestir en la Encarnación. Es preciso entender la tierra por el escabel que dijo el Profeta, y por esta tierra la carne de Jesucristo, que adoramos hoy en los santos misterios; la misma que adoraron los Apóstoles en su persona; pues Jesucristo no está dividido, sino que es un solo Cristo. (S. Ambrosio, de Spir. Sanct., lib. 3, c. 12, sent. 105, Tric. T. 4, p. 334.)"

"¿Quién es el autor de los Sacramentos sino nuestro Señor Jesucristo? Porque estos Sacramentos, del cielo han venido. (S. Ambrosio, lib. 3, de Sacram., c. 4, sent. 106, Tric. T. 4, p. 334 y 335.)"

"Sólo Jesucristo es para nosotros todas las cosas. Si estás herido, es tu médico; si te abrasa la ardiente calentura, El es la fuente; si estás oprimido, con el peso de la iniquidad, El es la justificación; si necesitas auxilios, El será tu protector; si temes la muerte, El es la vida; si deseas ir al cielo, El es el camino; si huyes de las tinieblas, El es la luz; si necesitas comer, El es tu alimento. Gustad, pues, y ved cuán suave es el Señor. ¡Dichoso el hombre que espera en El! (S. Ambrosio, de Virgin., lib. 2, sent. 136, Tric. T. 4, p. 342.)"

"Es preciso hacer todas nuestras acciones en nombre de Jesucristo, de suerte, que aun el tomar alimento corporal se puede referir al sagrado culto de nuestra religión. (S. Ambrosio, de Viduis, sent. 141, Tric. T. 4, p. 343.)"

"Recurramos al médico que nos sanó de nuestras anteriores heridas. Si son graves las flaquezas, tenemos un grande médico, hemos recibido la excelente medicina de su gracia. (S. Ambrosio, de Elinae jejun., c. 4, sent. 22, adic., Tric. T. 4, p. 400.)"

"Nunca hemos conocido mejor a nuestro Salvador Divino, que cuando nos hizo bien y padeció la muerte por nuestros pecados, no por atención al mérito de los que salvaba, sino por la gloria de su nombre: a no ser esto, nuestra vida llena de delitos, sólo merecía castigo y no misericordia. (S. Jerón., in c. 20, sent. 78, Tric. T. 5, p. 252.)"

"No me avergüenzo ni callo. Cuanto más viles son las cosas que Cristo pasó por mí, tanto más le debo. (S. Jerón., ady. Helvid., sent. 5, Adic., Tric. T. 5, p. 353.)"

"Todavía padece Jesucristo el día de hoy nuestras enfermedades y males; porque siempre es Aquel hombre cubierto de llagas por nosotros, que quiso llevar nuestros trabajos: porque sin él no podríamos sufrirlos, ni aun conocerlos. (S. Paulino, Ep. 38, ad Apr., sent. 15, Tric. T. 5, p. 33 l.)"

"Gloríense cuanto quieran los oradores de su elocuencia: los filósofos, de su sabiduría; los ricos, de sus tesoros; los monarcas, de sus imperios; para nosotros Jesucristo es nuestra gloria y nuestro reino. (S. Paulino, Ep. 38, ad. Apr., sent. 17, Tric. T. 5, p. 332.)"

 

"No nos ama el mundo, pero Cristo nos ama: el hombre nos desprecia, pero Dios nos aprecia. (S. Paulino, Ep. 5, ad Sever., sent. 6, adic. Tric. T. 5, p. 361.)"

 

"Imitando al imitador de Cristo, llegaremos a la imitación de Cristo. (Ibid., sent. 7, adic. Tric., ibid., ibid.)"

"¿Cómo piensas que podrás seguir a Cristo, sino en la ley que nos enseñó, y en el ejemplo que nos dio? (S. Paulino, ibid., sent. 8, adic., Tric. ibid., ¡bid.)"

"Nada tenemos sino a Jesucristo: mira bien, si nada tenemos, cuando tenemos al que todo lo tiene. (S. Paulino, ibid., sent. 9, adic., Tric. ibid., ibid.)"

"Solamente cuando se vive para Jesucristo y se sirve a El sólo, es el hombre libre y está desprendido de los cuidados e impedimentos del mundo. (S. Juan Crisóst., e. 4, sent. 181, Tric., T. 6, p. 335.)"

11 ¿Cómo podéis permanecer incrédulos después de tan visibles pruebas del poder de Jesucristo? Las profecías previnieron tantos siglos antes su venida, y claramente estáis viento tan exactamente cumplidos los sucesos profetizados, que ninguno se ha quedado sin cumplir. Por otra parte, no podéis decir que nosotros hemos compuesto todas estas cosas, porque los primeros que recibieron los libros sagrados en donde se contienen estas profecías, y todavía los conservan y guardan, son nuestros mismos enemigos y los descendientes de los que crucificaron a Jesucristo. (S. Juan Crisóst., lib. "quod Christus sit Deus' , n. 11, sent. 230, Tric. T. 6, p. 346.)"

"Jesucristo había hecho muchos milagros antes de su muerte, pero después que le crucificaron, dijeron los pérfidos judíos, que no había resucitado; pero se les puede responder: Si Jesucristo no resucitó, ¿cómo los que predicaron su resurrección, hicieron para probarle, mayores prodigios que los que había hecho el mismo Señor antes de su muerte? (S. Juan Crisóst., sent. 241, Tric. T. 6, p. 340.)"

"No está Jesucristo en donde entran los violones y las músicas profanas. (S. Juan Crisóst., homl. 12, ad Colon., sent. 360, Tric. T. 6, p.378.)"

El fin y objeto de todos nuestros deseos es aquel que nos ha hecho sus promesas: sin duda se nos dará, pues ya se nos dio a sí mismo. (S. Agust. Psalm. 42, sent. 59, Tric. T. 7, p.459.)"

"La tarde fue la hora de la muerte de Jesucristo; la mañana, la de su resurrección, y el medio día, la de su ascensión. Meditaré, pues, por la tarde la paciencia del Señor en su muerte: anunciaré por la mañana la nueva vida del que resucitó, y le suplicaré al medio día que me oiga, sentado a la diestra de su Padre. (San Agust., Psalm. 54, sent. 77, Trie. T. 7, p. 46 l.)"

"Vos, Señor, sois el Sacerdote y la víctima: vos sois al mismo tiempo la ofrenda y la oblación. (S. Agust., Psalm. 64, sent. 100, Tric. T. 7, p. 463.)"

"Si son mías las verdades que os anuncio, no me creáis; pero si las dice el mismo Jesucristo, infeliz de aquel que no las creyere. (S. Agust., Psalm. 66, sent. 103, Tric. T. 7, p. 464.)"

"Asistidme, Señor Jesús: pues me decís; no os canséis en el carnino estrecho, pues yo le pasé primero y yo mismo soy el camino; yo soy el que guío, por mí mismo guío y a mi mismo os llevo. (S. Agust., Psalm. 70, sent. 114,I'ric. 'l'. 7, p. 465.)"

"Nuestra divina cabeza intercede a la diestra de su Padre por todos los miembros, no obstante hay algunos a quienes castiga, otros purifica, otros consuela, otros que cría, otros que llama, otros que corrige y otros que convierte. (S. Agust., Psalm. 78, sent. 130, Tric. T. 7, p. 466.)"

"Jesucristo nos dejó su camino muy estrecho: pero cualquiera otro camino es resbaladizo y peligroso. (San Agust., Psalm. 103, sent. 149, Trie. '1'. 7, p. 468.)"

"Dios se hizo hombre, para que imitando el ejemplo de un hombre, lo cual es cosa posible podáis llegar a Dios, lo que antes era imposible. (S. Agust., Psalm. 134, sent. 161, Tric. T. 7, p. 469.)"

"Grande miseria es el hombre soberbio; pero mayor misericordia es Dios humillado. (S. Agust., de Cath., rud., c. 4, sent. 14, adic., Tric. T. 7, p. 484.)"

"¿Qué es seguir a Cristo sino imitarle? Pues cada uno le sigue en aquello que le imita? (S. Agust., de Sanct., Virg., c. 27, sent. 28, adic., Tric. T. 7, p. 487.)"

"Hoy, muy amados míos, ha nacido nuestro Salvador: alegrémonos. No debe tener lugar la tristeza cuando es día del nacimiento de la vida; lo cual, quitando el temor de la mortalidad, introduce en nosotros la alegría con las promesas de la eternidad. Ninguno queda separado de la participación de este contento; todos tienen el mismo motivo en el gozo común y general, porque nuestro Señor, que destruyó la muerte y el pecado, así como no halló a alguno que estuviese libre de reato, así también vino a liberar a todos. (S. León Papa. Serin., 21, c. 1, p. 64, sent. 13, Tric. T. 8, p. 385.)"

"Adoran los Magos al Verbo en la carne, a la sabiduría en la infancia, al poder en la flaqueza, y en la realidad de hombre al Señor de la majestad: y para explicar el Sacramento de su fe y de su inteligencia, protestan con los dones que ofrecen lo que creen en sus corazones; le ofrecen incienso como a Dios, mirra, como a hombre mortal, y oro, como a Rey venerando en la unidad de persona las dos naturalezas, la divina y la humana; porque lo que era propio del Hijo de Dios por su esencia, no se había mudado en su persona. (S. León Papa, Serm. 3 1, in ep., c. 2, p. 113, sent. 2 1, Tric. T. 8, p. 385.)"

"Levantad vuestros fieles corazones a la brillante gracia de la eterna luz, y venerando los misterios de santidad que Dios dispensa para la salud de los hombres, emplead vuestros afectos en lo mismo que Dios obra en favor vuestro. Absteneos de los deseos de la carne que pelean contra el espíritu. Como el Apóstol nos exhorta presente en sus mismas palabras: Sed niños en la malicia, pues el Señor de la gloria se ha sujetado a tomar la forma de Niño. Segu,' ' la humildad que el Señor se dignó enseñar a sus Discípulos; revestíos del valor de la sabiduría para ganar vuestras almas, pues el que es la redención de todos, también es la fortaleza universal. Sabed las cosas de arriba y no las que están sobre la tierra. Caminad constantes por la senda de la vida y la verdad; no os impidan las cosas terrenas, pues tenéis preparadas las celestiales por nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. (S. León Papa, ibid., c. 3, sent. 22, Trie. ibid., p. 385 y 386.)"

"Conozcamos, amados míos, las primicias de nuestra vocación y fe en los Magos que adoraron a Cristo, y celebremos con exaltación de los corazones los principios de nuestra feliz esperanza. Desde entonces verdaderamente empezamos a entrar en la herencia eterna. Desde entonces se nos hicieron patentes los arcanos de las Escrituras que hablan de Jesucristo, y la verdad que la ceguedad de los judíos no recibió, introdujo su luz a todas las naciones del mundo. Honremos, pues, el día que se manifestó el Autor de nuestra salud, y adoremos Omnipotente en el cielo al que los Magos veneraron en la cuna. Y como ellos ofrecieron al Señor las misteriosas especies de sus presentes, saquemos nosotros de nuestros corazones aquellas cosas dignas de Dios. Aunque El es el que da todos los bienes, quiere recibir el fruto de nuestra industria. No llega el reino de los cielos a los dormidos y perezosos, sino a los que trabajan y velan en cumplir los Mandamientos de Dios, para que si no recibimos en vano sus dones, merezcamos con los que nos ha dado conseguir lo que nos tiene prometido. Os exhortamos, pues, a que sigáis lo justo y casto, absteniéndoos de toda obra mala. Los hijos de la luz deben estar muy distantes de las obras de tinieblas. Huid, pues, de los odios; no haya mentira; destruid con la humildad la soberbia: vaya fuera la avaricia; amad la libertad, porque es razón que los miembros digan proporción con la cabeza para merecer acompañarla en las felicidades prometidas por Ntro. Señor Jesucristo, etc. (S. León Papa, Serm. 32, c. 4, sent. 23, Trie. T. 8, p. 386.)"

"Determinando la Providencia de la misericordia de Dios salvar en los últimos tiempos del mundo, quiso poner en Jesucristo la salud de todos los hombres; y cuando el error tenía todas las naciones separadas del culto del verdadero Dios, y aun el mismo pueblo escogido de Israel, despreciando los preceptos de la ley, estaba casi todo envuelto en pecados, al vemos generalmente pecadores, tuvo de todos misericordia. La justicia estaba casi extinguida en el mundo; los hombres sepultados en el vicio y seducidos por la vanidad, estaban a cada momento para oir la sentencia de su condenación, si Dios por su bondad no hubiera diferido el juicio. La ira divina se cambió en mansedumbre, y para que más se conociese la grandeza del favor, concedió a los hombres el perdón general de sus ofensas, cuando ninguno podía poner la confianza en sus propios méritos. (S. León Papa, Serm. 32, sent. 24, Tric. T. 8, p. 387.)"

"Aquel ser que tomó el Hijo de Dios naciendo de la Virgen María, es un motivo poderoso para inclinarse a la devoción; porque a un mismo tiempo se presentan a los corazones justos en una misma persona la humildad humana y la Majestad divina. Al mismo tiempo que la cuna declara tierno Niño, el cielo y cuanto en este se contiene le publican su Creador. Un infante en un pequeño cuerpo es el Señor y Gobernador del mundo; al seno de María está reducido el incomprensible. Pero en estos prodigios está la curación de nuestras heridas y la elevación de nuestro abatimiento; porque si no se juntara en una sola persona tanta diversidad, no pudiera la humana naturaleza reconciliarse con su Dios. (S. León Papa, Serm. 35, e. 1, sent. 28, Tric. T. 8, p. 388.)"

"Los remedios que Dios nos aplicó determinaron nuestra ley, y la misma medicina debe ser el modelo de nuestras costumbres. No carece de misterio que los Magos fuesen guiados por la claridad de una nueva estrella a adorar a Jesucristo: ¿pues no le vieron resucitando los muertos, dando vista a los ciegos, lengua a los mudos, o ejercitando acción alguna del poder Divino, sino Niño, sin palabras, tranquilo, manso y pendiente del cuidado de su Madre. En esto no se ve señal alguna de poder; pero se nos ofrece un grande milagro de humildad. En la misma figura de tan sagrada infancia, cual era la que el Hijo de Dios tomó, estaba entrando por los ojos la predicación que después se había de intimar por los oídos, para que aprendiese con la vista de Dios Niño lo que todavía no enseñaba con los acentos de la voz. (S. León Papa, Serm. 36, c. 2, sent. 29, Trie. ibid., ibid.)"

"Ama Jesucristo la inocencia de los niños desde que El mismo se hizo Niño en el cuerpo y en los afectos. Ama Cristo la infancia, como maestra de humildad, regla de inocencia y modelo de mansedumbre. Ama Cristo la infancia y la propone por ejemplo de costumbres a los hombres ya provectos; quiere que todas las edades se conformen con la sencillez de los niños y que se arreglen a ella los que ha de elevar al eterno reino. (S. León Papa, ibid., sent. 30, Tric. ibid., p. 389.)"

"Pues la Ascensión de Jesucristo es nuestra elevación, y a donde entró primero la gloria de la cabeza, es llamada la esperanza del cuerpo; alegrémonos con recogijaos dignos y sea nuestra alegría la devota acción de gracias. No solamente se ha confirmado hoy nuestro derecho al paraíso, sino que de algún modo hemos entrado en el cielo con Jesucristo. (S. León Papa, Serm. 73, sent. 61, Tric. T. 8, p. 397.)"

"El misterio de la Ascensión del Salvador aumenta nuestra fe, y de tal modo la confianza el Espíritu Santo, que ni las cadenas, ni las cárceles, ni los destierros, ni el hambre, ni el fuego, ni las garras de las fieras, ni los extraordinarios suplicios de los perseguidores, nos aterraron con sus crueldades. Por esta fe pelearon en todo el mundo, hasta derramar su sangre, no solamente los niños, sino también las delicadas doncellas. (S. León Papa, Serm. 73, c. 2, p. 244, -sent. 62, Tric. T. 8, p. 397.)"

"Después que Dios se hizo hombre podemos pintar la imagen de su forma humana, su nacimiento de la Virgen, su bautismo en el Jordán, su transfiguración en el Tabor, sus tormentos en la Cruz, su sepultura, su resurrección, su ascensión y expresar todo esto con los colores, como con las palabras. (S. Juan Damasc., Orat. 1, de sinag., sent. 5, Tric. T. 9, p. 292.)"

"Asegura el Apóstol que vosotros sois el cuerpo de Jesucristo, y miembros de sus propios miembros. Conservad, pues, vuestros cuerpos y vuestros miembros con la decencia conveniente, no sea que si los deshonráis con alguna liviandad o alguna pasión, sea a proporción del premio que hubiérais tenido en ' el cielo, el castigo en el infierno por haberles deshonrado con un abuso indigno y vergonzoso: vuestros ojos son los ojos de Jesucristo; no es lícito hacer que sirvan los ojos de Jesucristo para mirar los objetos profanos ni la vanidad; porque Jesucristo es la misma verdad, a la que no puede menos de ser contraria toda especie de vanidad. Vuestra boca, Cristianos, es la boca de Jesucristo: no debéis, pues, abrirla, no digo para la murmuración, ni las mentiras, pero ni aun para las palabras inútiles.'Esta boca consagrada solamente a las palabras con que Dios puede ser alabado y el prójimo edificando, debe abstenerse de toda otra especie de conservación. De este modo debe entenderse todo lo demás, y explicarse según las mismas reglas de prudencia y santidad, cuando se trata de saber el uso que ha de hacer el cristiano de los otros miembros de su cuerpo, que son igualmente miembros de Jesucristo, confiados a su custodia. (S. Anselmo, sent. 39, Tric. T. 9, p. 349 y 350.)"

"Teniendo delante de los ojos el infinito precio de nuestra redención, la muerte del Salvador quiero decir, y la sangre que derramó por el perdón de nuestros pecados; teniendo también a la vista el ejemplo del Buen Ladrón y de otros grandes pecadores, cargados de muchas y enormes culpas, a los que Jesucristo, fuente de las gracias, recibió en su santa santidad, por su grande misericordia, no desesperemos de conseguir el mismo favor; antes bien, con la seguridad del perdón de los pecados, recurramos con entera confianza a la fuente de la Divina misericordia, en cuyo seno sabemos, y estamos viendo cada día, que han sido recibidos y justificados tantos y tan grandes pecadores. Tengamos por cierto que esta adorable fuente de donde corren las gracias, nos lavará también y nos purificará del pecado, si le renunciamos y procuramos en adelante hacer el bien en cuanto nos sea posible; mas no podemos con solas nuestras fuerzas abstenemos de¡ mal ni practicar el bien que Dios nos manda. Para esto es preciso que nos prevenga y ayude el socorro desde lo alto. Supliquemos, pues, a la inefable bondad de Dios, nuestro piadosísimo Salvador, que se dignó sacamos de la nada cuando no teníamos ser, que nos conceda la gracia de convertirnos, y la de corregirnos de tal modo de todos nuestros desórdenes, mientras estamos en esta vida, y antes que la dejemos con la muerte, y de purificamos con tan repetidos ejercicios de compunción y penitencia, que al fin de esta vida mortal podamos ir derechos a El sin obstáculo ni impedimento, para gozar con El aquel día eterno, cuyo sol es el mismo Dios, en la compañía de los Angeles, y de todos los Santos que están ya gozando de su gloria, y gustando una alegría pura y eterna en la posesión de la suprema bienaventuranza. (S. Anselmo, 6, Meditat., sent. 44, Tric. T. 9, p. 352.)"

"Apiadaos de mí, Señor, apiadaos de mí. No permitáis que esta alma culpada, por la cual os dignásteis de nacer de una Virgen, y de morir en la Cruz, se separe de este cuerpo mortal, antes que me comuniquéis la gracia de convertirme perfectamente y la de expiar mis pecados con frutos dignos de penitencia. Haced que yo quede lavado con vuestra sangre adorable, y en el agua de mi llanto, de todos los pecados que he cometido después del bautismo, y casi desde la cuna, así con conocimiento, como por ignorancia, malicia o fragilidad, para que en el día de mi muerte, purificado de todas mis culpas, enteramente corregido, y con las más puras costumbres, me pueda presentar con confianza y alegría ante vuestra Majestad, y contemplar en el exceso de amor y de divinos placeres vuestro adorable rostro, lleno de benignidad y de atractivo, por causa de vuestra inmensa bondad y de vuestra infinita misericordia. (S. Anselmo, 18, Meditat., sent. 48, Tric. T. 9, p. 355.)"

"Por estar corrompida con la culpa toda la naturaleza humana en el alma y en el cuerpo, fue preciso que se uniese a esto Dios, que venía a rescatar el cuerpo y el alma, para que el rescate del hombre correspondiese al alma de Jesucristo, y el del cuerpo, al cuerpo de Jesucristo. Esto se nos representa cuando se ofrece en el altar pan y vino: recibiendo dignamente aquel pan convertido en el cuerpo del Señor, participa nuestro cuerpo de la inmortalidad de Jesucristo, y nuestra alma se conforma con la de Jesucristo, tomando el vino convertido en su sangre. (S. Anselmo, Ep. 177, lib. 4, sent. 54, Tric. T. 9, p. 357.)"

"Por más que se apodere en mi memoria la recordación de mis maldades, por más que me aterre la horrible consideración de mi vida pasada, hagan otros lo que les parezca conveniente; pero yo siempre sentiré en bondad de la dulzura de mi Señor Jesucristo: siempre pondré mis ojos en su misericordia, porque se y algunas veces experimento en mí, que es mucho más su dulzura para consolar, y mucho más pronta su benignidad para perdonar, que mi iniquidad para delinquir. Bien se que no hay maldad como mi maldad. Mas en paralelo no hay dolor como mi dolor. Si pequé sobremanera, no desespero, porque he llorado sobremanera, por lo cual respiro. Si Dios se irrita con la monstruosidad de mi delito, no hay duda que se mitiga con el dolor de la satisfacción de su Hijo, porque aquel manso e inocente Cordero que calló pendiente en la Cruz como en presencia del que le trasquila, no daba su rostro a los circunstantes furiosos contra El; antes bien, inspiraba dulcemente a los que pasaban por el camino, y le miraban, porque así está escrito: ¡Oh, vosotros, todos los que pasáis por el camino, poned vuestra atención, y ved si hay dolor que sea como mi dolor! (S. Bem., Epist. 385, ad quosdam noviter conversos, sent. 46, adic., Tric. T. 10, p. 362, 363 y 364.)"

"¿Quién podrá dignamente ponderar cuánta humildad, mansedumbre y dignación fue, que el Señor de la Majestad vistiese nuestra carne, fuese condenado a muerte, y afeado en una Cruz? Me dirá alguno: ¿no pudo el Criador haber reparado su obra sin tanta dificultad? Bien pudo, pero escogió renovarla, sufriendo tantas injurias, para que el peor y más odioso vicio, que es el de la ingratitud, no hallase ya ocasión en el hombre. A la verdad, se tomó el Señor muchas fatigas para tener al hombre por deudor de mucho amor y para que la dificultad de la redención hiciese presente la acción de gracias, al que no había hecho devoto la felicidad con que Dios le crió. (S. Bem., Sertn. 12, ad quosdam nov. conver., sent. 49, adic., Tric. T. 10, p. 365.)"