Envidia
"Así
como el orín consume al hierro, así destruye la
envidia a los que llega a poseer. (S.
Basilio, de invidia, sent.
7, adié., Trie. T.
3, p. 38!.)"
"El envidioso no es infeliz por .sus
propios males, sino por los bienes ajenos: por el
contrario, no cuenta por felicidad su propio bien,
sino el ajeno mal. (S. Greg. de Nisa, de cita moris,
sent. 4, adic..
Trie. 4, 4, p. 357.)"
"El envidioso
no puede tener entrada en el reino de los cielos:
y aún en este mundo se puede decir que su vida no es verdadera vida, porque no
roen (unto los
gusanos, ni comen tanto un madero como la calentura
de la envidia
penetra, consume hasta la médula de los huesos. (S. Juan Crisóst.,
Hum). 31, c. 12,
sent. 31o, Trie. T.
6, p. 368.)"
"No es lan molesta
la picazón en el ojo como la envidia en el corazón,
(s. Bern,, Serm. 5,
de verb. Isai., n. 10, sent. 95, Trie. T.
10, p. 327.)"
"Sola la infelicidad no tiene envidiosos. (S. Bern.,
Serm. 5, de verb. Isai.. senl.
131, Trie. T. 10, p. 330.)"
"El mismo Santo Doctor, dice, que
la envidia es la lepra del alma: destruye
el buen sentido,
quema las entrañas, agobia el espíritu
de pesar, roe el corazón como un cáncer,
aniquila todos los bienes con sus emponzoñados
ardores. El envidioso cómele un pecado envidiando
a los demás. ¡Oh
envidiosos que codiciáis la
felicidad ajena, no destruyáis la vuestra!:
porque si la muerte espiritual acompaña siempre a la envidia, no podéis a un
mismo tiempo envidiar y vivir. ( Cant.
VIII, 6, Barbier, T. 2, p. 125.)"
"La envidia, dice San Gregorio de Nisa, es el mayor de los males,
madre de la muerte, primera puerta
del pecado, y raíz de los vicios. (Homil. in
Gen.) La envidia, dice el mismo santo doctor, es el principio de los dolores.
Ja madre de la miseria, la causa de la desobediencia,
el manantial de la ignominia, un aguijón emponzoñado
,
un puñal oculto, la enfermedad de la naturaleza, una bilis venenosa, una llaga
funesta, un dardo de hiel, un potro que sujeta al hombre, una llama que devora
el corazón, y un fuego interior Los envidiosos son aves de rapiña. (Homil., in Gen., Barbier., T. 2, p 126.)"
"Los
envidiosos, dice San Juan Cnsóstomo, son peores que leones, semejantes a los
demonios, y aún casi más malos, porque los leones nos atacan movidos por el
hambre, o porque se Ies provoca y se le irrita. Pero haciendo beneficios a los
envidiosos, corresponden haciendo daños, atrayéndoles con favores, atacan y
persiguen. Y hasta los mismos demonios, aunque es verdad que nos hacen una
guerra encarnizada, no se persiguen unos a otros por esto cerró Jesucristo la
boca a los judíos envidiosos, cuando movidos de rencor, decían que Jesucristo
arro|aha los demonios en nombre de Belcebú, príncipe de los angeles malos. Si
Satanás, contestaba El, echa lucra a Satanás, es contrario a sí mismo ¿cómo
pues, ha de subsistii su reino? Por esta razón, añadió El, los mismos
demonios scián vuestros [ucees. "Si
Satanás Satanam, e|icit
" Pero los envidiosos
no respetan a sus semejantes, ni
tampoco a sus parientes se hacen una guerra cruel;
porque el envidioso
detesta al envidioso,
el celoso maldice al
celoso. Este crimen,
añade el mismo santo, no es perdonable: "Onni
venia ceret hoc peccatum".
El lascivo, en
efecto, puede dar por excusa la fuerza de
la concupiscencia,
el ladrón puede alegar la necesidad, la pobreza;
y el asesino
puedo excusase con la ira. Pero
vosotros, envidiosos,
decidme, ¿que
excusa podréis dar? “
tu vero, ¿quam
dices causam, rogo?
Ninguna, sino vuestra
perversidad
sin límites. Ese vicio
es peor que la fornicacion y
el adulterio Porque
el furor del vicio
impuro halla límites
en la misma acción:
pero el furor y los estragos
de la envidia, destruyen
la Iglesia y el mundo entero
Por la envidia mato
el demonio al genero
humano en la persona de Adán (Homil
in Gen ,
Barbier, p. 126 y 127.)"
"Los
envidiosos,
dice San Próspero,
aman el mal, y sienten y lloran el bien;
arden en enemistad
gratuita, y están
llenos de hipocresía,
siempre llenos de amargura, siempre
vacilantes, son los amigos
del demonio, y los
enemigos de Dios, de
la sociedad y de sí mismos:
son odiosos a todos los hombres; se atormentan por
lo que debiera ser su consuelo, y rebosan de alegría
cuando habían de llorar amargamente Perversos y
crueles para sí mismos, lo son también
para los demás. (De vita
contemplat., lib. 3,
c. 9, Barbier, T 2,
p 127 y 128 )"
"La
envidia, dice
S. Cipriano, excita
la ambición, el
desprecio de Dios y
de su servicios; excita
el orgullo, la perfidia,
la prevaricación, los arrebatos, las discordias
y crueldad: la envidia
no puede sufrirse ni contenerse cuando encuentra
la autoridad en su camino.
Ella rompe los lazos de la paz y de la candad;
ella rompe la verdad, destruye la unidad, y se
encamina directamente
al cisma y a la herejía.
¡Qué crimen más horrible
que tener envidia de
la virtud y de la felicidad
de los demás y aborrecer en ellos sus méritos
naturales o sobrenaturales ! ¡Qué crimen
convertir en mal el
bien de los demás, no por sufrir
los progresos de otros y experimentan atroz/
tormento por la (felicidad a)ena'
¡Qué locura y qué furor
dar entrada en nuestro pecho a un verdugo,' a un tirano
que desgarra las entrañas !
(Serm. de Zelo et
livore, Barbier, T. 2 p. 12S.)"
"Mucho
más pudiera decir
de lo que es la palabra envidia,
pone Barbier, pero sólo
concluiré con el mismo
poniendo los remedios
para desarraigar del
corazón que esté dominado
de ella, y no dar
entrada, en el que se vea libre,
estos son: la humildad, la modestia,
el desprecio de la gloria
y de los bienes temporales y el deseo de los
eternos. La templanza en el seno de
las riquezas excluye también
la envidia. La dulzura,
la mansedumbre, la bondad
y la candad destruyen la envidia.
. Huyamos de la envidia.
No seamos ambiciosos
de vanagloria, dice
S. Pablo a los Calatas, provocándonos los unos a
los otros, y recíprocamente envidiándonos
Hemos de alegrarnos del bien de
los demás. iQué importa!
dice S. Pablo a los Filipenses,
con tal que de cualquier modo Cristo
sea anunciado en esto,
me gozo y me gozaré siempre.
Hemos de alegramos con los que se alegran, y participar
de las aflicciones de los Instes, saliendo
con ellos... (Barbier, ibid., p. 128)"