2. TIEMPO DE NAVIDAD

25 de diciembre
NATIVIDAD DEL SEÑOR

Solemnidad


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 40, 1-8

La venida del Señor

«Consolad, consolad a mi pueblo —dice vuestro Dios—; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados».

Una voz grita:

«En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos –ha hablado la boca del Señor–».

Dice una voz:

«Grita».

Respondo:

«¿Qué debo gritar?».

«Toda carne es hierba, y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre».


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 1 en la Navidad del Señor (13: PL 54,190193

Reconoce, cristiano, tu dignidad

Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.

Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.

Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido.

Por eso, cuando nace el Señor, los ángeles cantan jubilosos: Gloria a Dios en el cielo, y anuncian: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Pues están viendo cómo la Jerusalén celestial se construye con gentes de todo el mundo; ¿cómo, pues, no habrá de alegrarse la humildad de los hombres con tan sublime acción de la piedad divina, cuando tanto se entusiasma la sublimidad de los ángeles?

Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva creatura, una nueva creación.

Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.

Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.

Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



DOMINGO DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD

LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

Fiesta


PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 21–6, 4

La vida cristiana en la familia

Hermanos: Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano.

Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.

Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. El se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son.

Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.

«Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne». Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Gristo y a la Iglesia. En una palabra, que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido.

Hijos, obedeced a vuestros padres como el Señor quiere, porque eso es justo. «Honra a tu padre y a tu madre» es el primer mandamiento, al que se añade una promesa: «Te irá bien y vivirás largo tiempo en la tierra».

Padres, vosotros no exasperéis a vuestros hijos; criadlos educándolos y corrigiéndolos como haría el Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Comentario sobre el Cantar de los cantares (Hom 3: PG 44, 827-830)

El niño Jesús que nos ha nacido, es la verdadera luz,
la verdadera vida y la justicia verdadera

El niño Jesús que nos ha nacido y que, en los que le reciben, crece diversamente en sabiduría, edad y gracia, no es idéntico en todos, sino que se adapta a la capacidad e idoneidad de cada uno, y en la medida en que es acogido, así aparece o como niño o como adolescente o como perfecto. Es lo que ocurre con el racimo de uvas: no siempre se muestra idéntico en la vid, sino que va cambiando al ritmo de las estaciones: germina, florece, fructifica, madura y se convierte finalmente en vino.

Así pues, la viña, en el fruto todavía no maduro ni apto para convertirse en vino, contiene ya la promesa, pero debe esperar la plenitud de los tiempos. Mientras tanto, el fruto no está en modo alguno desprovisto de atractivo: en vez de halagar al gusto, halaga al olfato; en la espera de la vendimia, conforta los sentidos del alma con la fragancia de la esperanza. La fe cierta y segura de la gracia que espera es motivo de gozo para quienes esperan pacientemente conseguir el objeto de la esperanza. Es exactamente lo que sucede con el racimo de Chipre: promete vino, no siéndolo aún; pero mediante la flor –la flor es la esperanza–, garantiza la gracia futura.

Y como quiera que quien plenamente se adhiere a la ley del Señor y la medita día y noche, se convierte en árbol perenne, pingüe con el frescor de aguas vivas y fructificando a su tiempo, por esta razón la viña del Esposo, que hunde sus raíces en el ubérrimo oasis de Engadí, esto es, en la profunda meditación regada y alimentada por la sagrada Escritura, produjo este racimo pletórico de flor y de vitalidad, fija la mirada en quien lo plantó y lo cultivó. ¡Qué bello cultivo, cuyo fruto refleja la belleza del Esposo!

El es en verdad la verdadera luz, la verdadera vida y la justicia verdadera, como se lee en la Sabiduría y en otros lugares paralelos. Y cuando alguien, con sus obras, se convierte en lo que él es, al contemplar el «racimo» de su conciencia, ve en él al mismo Esposo, pues intuye la luz de la verdad en el esplendor y la pureza de su vida. Por eso dice aquella fértil vid: «Mío es el racimo que florece y germina». El es el verdadero racimo, que a sí mismo se exhibe en el madero y cuya sangre es alimento y salvación para cuantos la beben y se alegran en Cristo Jesús, nuestro Señor, al cual la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



29 de diciembre
DÍA V DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del Cantar de los cantares 1, 1-12

La Iglesia, esposa de Cristo, anhela el amor de su rey

¡Que me bese con besos de su boca! Son mejores que el vino tus amores, es mejor el olor de tus perfumes. Tu nombre es como un bálsamo fragante, de ti se enamoran las doncellas. ¡Ah, llévame contigo, sí, corriendo; a tu alcoba condúceme, rey mío: a celebrar contigo nuestra fiesta y alabar tus amores más que el vino! ¡Con razón de ti se enamoran!

Tengo la tez morena, pero hermosa, muchachas de Jerusalén, como las tiendas de Cadar, los pabellones de Salomón. No os fijéis en mi tez oscura, es que el sol me ha bronceado: enfadados conmigo, mis hermanos de madreme pusieron a guardar sus viñas; y mi viña, la mía, no la supe guardar.

Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas, dónde recuestas tu ganado en la siesta, para que no vaya perdida por los rebaños de tus compañeros.

Si no lo sabes, tú, la más bella de las mujeres, sigue las huellas de las ovejas, y lleva a pastar tus cabritos en los apriscos de los pastores. Amada, te pareces a la yegua de la carroza del Faraón. ¡Qué bellas tus mejillas con los pendientes, tu cuello con los collares! Te haremos pendientes de oro, incrustados de plata.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Comentario sobre el Cantar de los cantares (Hom 1: PG 44, 765-766.783.786)

Exultemos y alegrémonos en ti

Escuchad el misterio del Cantar de los cantares todos cuantos, siguiendo el consejo de Pablo, os habéis convenientemente despojado del hombre viejo con todas sus obras y seducciones, como si se tratara de un sórdido vestido y, por la pureza de vida, os habéis revestido del resplandeciente ropaje con que el Señor se mostró en el monte de la transfiguración; escuchad cuantos, por la caridad que es su manto, os habéis revestido del mismo Jesucristo, nuestro Señor, y a él os habéis asemejado en la participación de la impasibilidad y en el incremento de divinización. Voy a exponer este tema al tratar de la contemplación mística del Cantar de los cantares. Estas doncellas que crecieron en la virtud y, por su edad, entraron ya en el tálamo de los divinos misterios, aman al Esposo por su belleza y lo atraen hacia sí por el amor. Pues el Esposo es tal que no permanece insensible a este amor y corresponde a su deseo. Y así dice por boca de la Sabiduría: Yo amo a los que me aman (Pr 8,17).

Las almas que, como está escrito, siguen al Señor Dios, se atraen el amor del Esposo, de un esposo que no está sujeto a la corrupción. La causa de su amor es el buen olor del ungüento tras el cual corren sin detenerse, olvidándose de lo que queda atrás y lanzándose a lo que está por delante (F1p 3,13). Tras de ti corremos —dice—, al olor de tus perfumes (Ct 1,3). Cuanto más perfecta es el alma, con tanta mayor vehemencia se lanza a la meta, y así consigue prontamente el objetivo que motivó su carrera, juzgándosela digna de los más recónditos tesoros. Por eso dice: El rey me condujo a su alcoba (Ct 1,3). Pues, al abrigar el deseo de acceder al bien siquiera fugazmente y al conseguir únicamente aquella porción de belleza que se adecua a la intensidad de su deseo, anhela ser juzgada digna, por la iluminación del Verbo, de algo equivalente al beso. Logrado su deseo y admitida por la contemplación a más profundos arcanos, exclama gozosa haber llegado, no sólo al vestíbulo de los bienes, sino a las primicias del Espíritu, gracias al cual —como por un beso— se le ha considerado digna de escrutar las profundidades de Dios y ver y oír en los umbrales del paraíso, como dice el gran san Pablo, cosas que el ojo no puede ver y palabras que no es posible repetir (iCo 2,9; cf 2Co 12,4).

Las palabras que siguen a continuación nos introducen en el misterio de la Iglesia. En efecto, los que primero fueron iluminados por la gracia y primero contemplaron al Verbo y le sirvieron, no se reservaron este bien, sino que transmitieron a la posteridad esa misma gracia. Por eso, a la esposa que primero fue colmada de delicias y tuvo el privilegio de entrar en la alcoba del Esposo y oír de su misma boca aquellas inefables palabras, las doncellas le dicen: Exultemos y alegrémonos en ti (Ct 1,4).



30 de diciembre
DÍA VI DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD


PRIMERA LECTURA

Del libro del Cantar de los cantares 1, 12—2, 7

Coloquio del Esposo y de la Esposa, esto es,
de Cristo y de la Iglesia

Mientras el rey estaba en su diván, mi nardo despedía su perfume. Mi amado es para mí una bolsa de mirra que descansa en mis pechos; mi amado es para mí como un ramo florido de ciprés de los jardines de Engadí.

¡Qué hermosa eres, mi amada, qué hermosa eres! Tus ojos son palomas.

¡Qué hermoso eres, mi amado, qué dulzura y qué hechizo! Nuestra cama es de frondas y las vigas de casa son de cedro, y el techo de cipreses.

Soy un narciso de Sarón, una azucena de las vegas.

Azucena entre espinas es mi amada entre las muchachas.

Manzano entre los árboles silvestres es mi amado entre los jóvenes: a su sombra quisiera sentarme y comer de sus frutos sabrosos. Me metió en su bodega y contra mí enarbola su bandera de amor. Dadme fuerzas con pasas y vigor con manzanas: ¡desfallezco de amor! Ponme la mano izquierda bajo la cabeza y abrázame con la derecha.

¡Muchachas de Jerusalén, por las ciervas y las gacelas de los campos, os conjuro que no vayáis a molestar, que no despertéis al amor, hasta que él quiera!


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Comentario sobre el Cantar de los cantares (Cap 2: PG 44, 802)

Oración al buen pastor

¿Dónde pastoreas, pastor bueno, tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey?; (toda la humanidad, que cargaste sobre tus hombros, es, en efecto, como una sola oveja). Muéstrame el lugar de reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre para que yo, oveja tuya, escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna: Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas

Te nombro de este modo, porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia, de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte, a ti que de tal manera me has amado, a pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puede imaginarse un amor superior a éste, el de dar tu vida a trueque de mi salvación.

Enséñame, pues –dice el texto sagrado–, dónde pastoreas, para que pueda hallar los pastos saludables y saciarme del alimento celestial, que es necesario comer para entrar en la vida eterna; para que pueda asimismo acudir a la fuente y aplicar mis labios a la bebida divina que tú, como de una fuente, proporcionas a los sedientos con el agua que brota de tu costado, venero de agua abierto por la lanza, que se convierte para todos los que de ella beben en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

Si de tal modo me pastoreas, me harás recostar al mediodía, sestearé en paz y descansaré bajo la luz sin mezcla de sombra; durante el mediodía, en efecto, no hay sombra alguna, ya que el sol está en su vértice; bajo esta luz meridiana haces recostar a los que has pastoreado, cuando haces entrar contigo en tu refugio a tus ayudantes. Nadie es considerado digno de este reposo meridiano si no es hijo de la luz y del día. Pero el que se aparta de las tinieblas, tanto de las vespertinas como de las matutinas, que significan el comienzo y el fin del mal, es colocado por el sol de justicia en la luz del mediodía, para que se recueste bajo ella.

Enséñame, pues, cómo tengo que recostarme y pacer, y cuál sea el camino del reposo meridiano, no sea que por ignorancia me sustraiga de tu dirección y me junte a un rebaño que no sea el tuyo.

Esto dice la esposa del Cantar, solicita por la belleza que le viene de Dios y con el deseo de saber cómo alcanzar la felicidad eterna.




31 de diciembre
DÍA VII DENTRO DE
LA
OCTAVA DE NAVIDAD


PRIMERA LECTURA

Del libro del Cantar de los cantares 2, 8–3, 5

La Esposa busca al Esposo, cuya voz ha oído

¡Oíd, que llega mi amado saltando sobre los montes, brincando por los collados! Es mi amado como un gamo; es mi amado un cervatillo. Mirad: se ha parado detrás de la tapia, atisba por las ventanas, mira por las celosías.

Habla mi amado y me dice:

«¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Porque ha pasado el invierno, las lluvias han cesado y se han ido, brotan flores en la vega, llega el tiempo de la poda, el arrullo de la tórtola se deja oír en los campos; apuntan los frutos de la higuera, la flor difunde perfume. ¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Paloma mía, que anidas en los huecos de la peña, en las grietas del barranco, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz, porque es muy dulce tu voz y es hermosa tu figura».

Agarradnos las raposas, las raposas pequeñitas, que destrozan nuestras viñas, nuestras viñas florecidas.

¡Mi amado es mío y yo soy suya, del pastor de azucenas! Mientras sopla la brisa y las sombras se alargan, retorna, amado mío, imita al cervatillo por montes y quebradas.

En mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma: lo busqué y no lo encontré. Me levanté y recorrí la ciudad por las calles y las plazas, buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me han encontrado los guardias que rondan por la ciudad:

«¿Visteis al amor de mi alma?».

Pero apenas los pasé, encontré al amor de mi alma: lo agarré y ya no lo soltaré, hasta meterlo en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus entrañas.

¡Muchachas de Jerusalén, por las ciervas y gacelas de los campos os conjuro que no vayáis a molestar, que no despertéis al amor hasta que él quiera!


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Comentario al Cantar de los cantares (Hom 5: PG 44, 859-862.863.874.875)

Dios se ha manifestado en la carne

Oíd, que llega saltando sobre los montes. ¿Cuál es el sentido de estas palabras? Posiblemente nos revelan ya el mensaje evangélico, esto es, la manifestación de la economía del Verbo de Dios, anunciada con anterioridad por los profetas y manifestada mediante la aparición del Señor en la carne. Mirad: se ha parado detrás de la tapia, atisba por las ventanas, mira por las celosías. La oración une a Dios la naturaleza humana, después de haberla iluminado previamente por medio de los profetas y los preceptos de la ley. De modo que en las «ventanas» vemos prefigurados a los profetas que dan paso a la luz, y en las «celosías» el entramado de los preceptos legales: ambos, ley y profetas, introducen el esplendor de la verdadera luz. Pero la plena iluminación sólo se realizó cuando, a los que vivían en tinieblas y en sombra de muerte, se les apareció la verdadera luz por su unión con la naturaleza humana. Así pues, en un primer momento los rayos de las visiones proféticas, reverberando en el alma y acogidos en la mente a través de ventanas y celosías, infunden en nosotros el deseo de contemplar el sol a cielo abierto, para comprobar, en un segundo momento, que el objeto de nuestros deseos se ha convertido en realidad.

¡Levántate, amada mía, hermosa mía, paloma mía, ven a mí! ¡Cuántas verdades nos revela el Verbo en estas pocas palabras! Vemos, en efecto, cómo el Verbo va conduciendo a la esposa de virtud en virtud, como a través de los peldaños de una escalera. Comienza por enviar un rayo de su luz por las ventanas proféticas o por medio de las celosías de los preceptos de la ley, invitándola a que se acerque a la luz; para que se embellezca cual paloma formada en la luz; luego, cuando la esposa ha absorbido toda la belleza de que era capaz, nuevamente, y como si hasta el presente no le hubiera comunicado ningún bien, la atrae a una participación de bienes supereminentes, de suerte que el nivel de perfección ya conseguido aviva ulteriormente su deseo, y debido al esplendor de la belleza ante la que tan pequeña se siente, abriga la sensación de estar apenas iniciando su ascensión hacia Dios.

Por eso, después de haberla despertado, le dice nuevamente: Levántate, y cuando la ve acercarse la anima diciendo: Ven. Pues ni al que de verdad se levanta se le quitará la posibilidad de levantarse de nuevo, ni al que corre tras el Señor le faltará jamás amplio y dilatado espacio para llevar a cabo esta divina carrera. Conviene, pues, estar siempre prontos a levantarnos y a estar a la escucha; conviene no desistir en la carrera, aun cuando estemos próximos a la meta. En resumen: cuantas veces oigamos decir: Levántate y Ven, tantas se nos ofrece la posibilidad de progresar en la bondad.



1 de enero
Octava de Navidad

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA
MADRE DE DIOS


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 2, 9-17

Cristo, semejante en todo a sus hermanos

Hermanos: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos.

Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos, cuando dice: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré». Y en otro lugar: «En él pondré yo mi confianza». Y también: «Aquí estoy yo con los hijos, los que Dios me ha dado».

Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también él; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos.

Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 140 (6. 11 CSEL 44; 158-159. 162-163)

Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer,
nacido bajo la ley

Pero cuando se cumplió el tiempo de que la gracia, oculta en el antiguo Testamento, iba a revelarse en el nuevo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer. Bajo este nombre comprende la lengua hebrea a cualquier mujer, casada o soltera.

Y para que conozcas a qué hijo envió y quiso que naciese de una mujer, y sepas cuán grande es ese Dios que, por la salvación de los fieles, se dignó asumir nuestra humilde condición, atiende ahora al evangelio: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Así pues, este Dios, Palabra de Dios, mediante la cual se hizo todo, es el Hijo de Dios, inmutable, omnipresente, incircunscrito, y, al no ser susceptible de división, está íntegro en todas las partes; está presente incluso en la mente de los impíos, aun cuando ellos no lo vean, de la misma manera que la luz natural no es percibida por los ojos del ciego. Resplandece también entre aquellas tinieblas a que alude el Apóstol, cuando dice: Antes erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor.

Envió, pues, Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley. Se sometió a la observancia de la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, es decir, a los que la ley tenía como esclavos del pecado por la letra que mata, ya que es imposible cumplir plenamente el precepto sin la vivificación del espíritu. Porque el amor de Dios, que es la plenitud de la ley, ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Por lo cual, después de haber dicho: para rescatar a los que estaban bajo la ley, añadió a renglón seguido: Para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Así distingue la gracia de este beneficio de aquella naturaleza del Hijo, que fue enviado Hijo, no por adopción, sino por generación eterna; de este modo, hecho partícipe de la naturaleza de los hijos de los hombres, puede adoptar a los hombres haciéndoles partícipes de su propia naturaleza. Por esto mismo, al decir: les dio poder para ser hijos de Dios, aclaró el modo para evitar que se interpretase de un nacimiento carnal. Dio semejante poder a los que creen en su nombre y, por la gracia espiritual, renacen no de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios, poniendo inmediatamente en evidencia el misterio de esta reciprocidad. Y como si, asombrados por tamaña maravilla, no osáramos aspirar a conseguirla, añade inmediatamente: Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros. Como si dijera: No desesperéis, oh hombres, de poder llegar un día a ser hijos de Dios, cuando el mismo Hijo de Dios, es decir, la Palabra de Dios, se hizo carne y acampó entre nosotros. Haced otro tanto, espiritualizaos y vivid en aquel que se hizo carne y acampó entre vosotros. En adelante no debemos desesperar nosotros, hombres, de poder llegar a ser, por la participación de la Palabra, hijos de Dios, ahora que el Hijo de Dios ha llegado a ser, por la participación de la carne, hijo del hombre.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE NAVIDAD
entre el 2 y el 5 de enero

Cuando la solemnidad de la Epifanía se celebra el 6 de enero. Las lecturas primera y segunda, del día correspondiente del mes.



2 de enero


PRIMERA LECTURA

Del libro del Cantar de los cantares 4, 1-5, 1

Cristo desea el amor de la Iglesia, su Esposa

¡Qué hermosa eres, mi amada, qué hermosa eres! Tus ojos de paloma, por entre el velo; tu pelo es un rebaño de cabras descolgándose por las laderas de Galaad. Son tus dientes un rebaño esquilado recién salido de bañar, cada oveja tiene mellizos, ninguna hay sin corderos. Tus labios son cinta de escarlata, y tu hablar, melodioso; tus sienes, entre el velo, son dos mitades de granada. Es tu cuello la torre de David, construida con sillares, de la que penden miles de escudos, miles de adargas de capitanes. Son tus pechos dos crías mellizas de gacela paciendo entre azucenas.

Mientras sopla la brisa y se alargan las sombras me voy al monte de la mirra, iré por la colina del incienso. ¡Toda eres hermosa, amada mía, y no hay en ti defecto!

Ven desde el Líbano, novia mía, ven; baja del Líbano, desciende de la cumbre del Amaná, de la cumbre del Senir y del Hermón, de las cuevas de los leones, de los montes de las panteras. Me has enamorado, hermana y novia mía, me has enamorado con una sola de tus miradas, con una vuelta de tu collar.

¡Qué bellos tus amores, hermana y novia mía; tus amores son mejores que el vino! Y tu aroma es mejor que los perfumes. Un panal que destila son tus labios, y tienes, novia mía, miel y leche debajo de tu lengua; y la fragancia de tus vestidos es fragancia del Líbano.

Eres jardín cerrado, hermana y novia mía; eres jardín cerrado, fuente sellada. Tus brotes son jardines de granados con frutos exquisitos, nardo y enebro y azafrán, canela y cinamomo, con árboles de incienso, mirra y áloe, con los mejores bálsamos y aromas. La fuente del jardín es pozo de agua viva que baja desde el Líbano.

Despierta, cierzo; llégate, austro; orea mi jardín, que exhale perfumes. Entra, amor mío, en tu jardín a comer de sus frutos exquisitos.

Ya vengo a mi jardín, hermana y novia mía, a recoger el bálsamo y la mirra, a comer de mi miel y mi panal, a beber de mi leche y de mi vino. Compañeros, comed y bebed, y embriagaos, mis amigos.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 15 sobre el Cantar de los cantares (4-6: Opera omnia. Edit. Cister. 1957, 1, 84-86)

Jesús es miel en la boca, melodía en el oído,
júbilo en el corazón

Reconozco este nombre por haberlo leído en Isaías: A sus siervos —dice— les dará otro nombre. El que quiera felicitarse en el país, se felicitará por el Dios veraz. ¡Oh nombre bendito, óleo difundido por doquier! ¿Hasta dónde? Desde el cielo hasta Judea, y desde allí fluye por toda la tierra; y desde todos los confines del orbe la Iglesia canta: Tu nombre es óleo derramado. Y bien derramado ciertamente, puesto que no sólo se difundió por cielos y tierra, sino que alcanzó a los mismos infiernos, de modo que al nombre de Jesús se dobla toda rodilla –en el cielo, en la tierra y en el infierno—, diciendo: Tu nombre es óleo derramado. Ved a Cristo, ved a Jesús: ambos nombres fueron infundidos a los ángeles, ambos difundidos entre los hombres, entre aquellos hombres que, cual bestias, se revolcaban en su propia miseria, salvando así a hombres y animales de acuerdo con la sobreabundante misericordia de Dios. ¡Qué grandeza y qué humildad la de este nombre!

Humilde sí, pero saludable. Si no fuera humilde no se derramaría sobre mí; y si no fuese saludable no me habría rescatado. Soy partícipe de este nombre, y también de su herencia. Soy cristiano, hermano de Cristo soy. Y si soy lo que afirmo, entonces soy heredero de Dios y coheredero con Cristo. Y ¿qué tiene de extraño que el nombre del Esposo sea un nombre derramado, cuando es derramado el mismo Esposo? Pues él se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. Finalmente dice: Estoy como agua derramada. La plenitud de la divinidad, habitando corporalmente en la tierra, fue derramada para que cuantos estamos revestidos de un cuerpo mortal participáramos de esta plenitud y, saturados de este perfume vital, exclamáramos: Tu nombre es óleo derramado.

Existe indudablemente una cierta analogía entre el óleo y el nombre del Esposo, y no sin motivo el Espíritu Santo subrayó esta interrelación. No sé si a vosotros se os ocurrirá alguna razón más convincente; yo la descubro en la triple función del óleo: luce, alimenta, unge. Fomenta el fuego, nutre el cuerpo, alivia el dolor: luz, alimento, medicina. Lo mismo podemos afirmar del nombre del Esposo: predicado, ilumina; meditado, nutre; invocado, alivia y unge.

¿De dónde piensas que ha surgido sobre la faz de la tierra una tan grande y súbita luz de fe, sino de la predicación del nombre de Jesús? ¿No nos llamó Dios, en el resplandor de este nombre, a su luz admirable, de modo que, iluminados por ellos y viendo la luz en este resplandor, pueda con razón afirmar Pablo: Antes erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor? El mismo Apóstol recibió el encargo de llevar este nombre ante los reyes y los paganos, y ante los hijos de Israel. Y lo llevaba como una antorcha que iluminaba la patria, y pregonaba por doquier: La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Y lo mostraba a todos como candil sobre el candelero, anunciando por todas partes a Jesús, y éste crucificado.

¡Cómo brilló esta luz y cómo deslumbró los ojos de todos los presentes cuando, saliendo cual relámpago de la boca de Pedro, fortaleció materialmente los pies y los tobillos de un lisiado e iluminó a muchos ciegos en el espíritu! ¿No es cierto que arrojó ascuas encendidas cuando gritó: En nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar?

Pero el nombre de Jesús no es solamente luz: es también alimento ¿O es que no te sientes reconfortado cada vez que lo recuerdas? ¿Hay algo que como él nutra adecuadamente el espíritu del que lo medita? ¿Hay algo que como él calme el tumulto de los sentidos, dé vigor a las virtudes, fomente las costumbres buenas y honestas y alimente los castos afectos? Al alma le resulta poco apetitoso cualquier alimento si no va sazonado con este óleo; le resulta insípido si no va condimentado con esta sal. Si escribes, no me sabe a nada si no leo allí el nombre de Jesús; si hablas o predicas, no me sabe a nada si no oigo el nombre de Jesús. Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón.



3 de enero

PRIMERA LECTURA

Del libro del Cantar de los cantares 5, 2-6, 3

La esposa busca y alaba al Esposo

Estaba durmiendo, mi corazón en vela, cuando oigo a mi amado que me llama:

«Ábreme, amada mía, mi paloma sin mancha, que tengo la cabeza cuajada de rocío; mis rizos, del relente de la noche».

Ya me quité la túnica, ¿cómo voy a ponérmela de nuevo? Ya me lavé los pies, ¿cómo voy a mancharlos otra vez? Mi amor mete la mano por la abertura: me estremezco al sentirlo, al escucharlo se me escapa el alma.

Ya me he levantado a abrir a mi amado: mis manos gotean perfume de mirra, mis dedos mirra que fluye por la manilla de la cerradura. Yo misma abro a mi amado; abro, y mi amado se ha marchado ya. Lo busco, y no lo encuentro; lo llamo, y no responde. Me encontraron los guardias que rondan la ciudad. Me golpearon e hirieron, me quitaron el manto los centinelas de las murallas.

Muchachas de Jerusalén, os conjuro que si encontráis a mi amado le digáis..., ¿qué le diréis?..., que estoy enferma de amor.

¿Qué distingue a tu amado de los otros, tú, la más bella? ¿Qué distingue a tu amado de los otros que así nos conjuras?

Mi amado es blanco y sonrosado, descuella entre diez mil. Su cabeza es de oro, del más puro; sus rizos son racimos de palmera, negros como los cuervos. Sus ojos, dos palomas a la vera del agua que se bañan en leche y se posan al borde de la alberca. Sus mejillas, macizos de bálsamo que exhalan aromas; sus labios son lirios con mirra que fluye. Sus brazos, torneados en oro, engastados con piedras de Tarsis; su cuerpo es de marfil labrado, todo incrustado de zafiros; sus piernas, columnas de mármol apoyadas en plintos de oro.

Gallardo como el Líbano, juvenil como un cedro; es muy dulce su boca, todo él pura delicia. Así es mi amado, mi amigo, muchachas de Jerusalén.

¿Adónde fue tu amado, la más bella de todas las mujeres? ¿Adónde fue tu amado? Queremos buscarlo contigo.

Ha bajado mi amado a su jardín, a los macizos de las balsameras, el pastor de jardines a cortar azucenas. Yo soy para mi amado y mi amado es mío, el pastor de azucenas.
 

SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 27 sobre el Cantar de los cantares (7.9 Opera omnia. Edit. Cister. 1957,I,186-188)

Habitaré y caminaré con ellos

Luego que el divino Emmanuel implantó en la tierra el magisterio de la doctrina celeste, luego que por Cristo y en Cristo se nos manifestó la imagen visible de aquella celestial Jerusalén, que es nuestra madre, y el esplendor de su belleza, ¿qué es lo que contemplamos sino a la Esposa en el Esposo, admirando en el mismo y único Señor de la gloria al Esposo que se ciñe la corona y a la Esposa que se adorna de sus joyas? El que bajó es efectivamente el mismo que subió, pues nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo: el mismo y único Señor, esposo en la cabeza y esposa en el cuerpo. Y no en vano apareció en la tierra el hombre celestial, él que convirtió en celestiales a muchos hombres terrenales haciéndolos semejantes a él, para que se cumpliera lo que dice la Escritura: Igual que el celestial son los hombres celestiales.

Desde entonces en la tierra se vive como en el cielo, pues, a imitación de aquella soberana y dichosa criatura, también ésta que viene desde los confines de la tierra a escuchar la sabiduría de Salomón, se une al esposo celeste con un vínculo de casto amor; y si bien no le está todavía como aquélla unida por la visión, está ya desposada por la fe, según la promesa de Dios, que dice por el profeta: Me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad. Por eso se afana en conformarse más y más al modelo celestial, aprendiendo de él a ser modesta y sobria, pudorosa y santa, paciente y compasiva, aprendiendo finalmente a ser mansa y humilde de corazón. Con semejante conducta procura agradar, aunque ausente, a aquel a quien los ángeles desean contemplar, a fin de que, inflamada de angélico ardor, se comporte como ciudadana de los santos y miembro de la familia de Dios, se comporte como la amada, se comporte como la esposa.

Ven, mi elegida, y pondré en ti mi trono. ¿Por qué te acongojas ahora, alma mía, por qué te me turbas? ¿Crees que podrás disponer en tu interior un lugar para el Señor? Y ¿qué lugar, en nuestro interior, podrá parecernos idóneo para tanta gloria, capaz de tamaña majestad? ¡Ojalá pudiera merecer siquiera adorar al estrado de sus pies! ¡Quién me diera seguir al menos las huellas de cualquier alma santa, que el Señor se escogió como heredad! Mas si él se dignase derramar en mi alma la unción de su misericordia, y dilatarla como se dilata una piel engrasada, de modo que también yo pudiera decir: Correré por el camino de tus mandatos cuando me ensanches el corazón, quizá pudiera a mi vez mostrarle en mí mismo, si no una sala grande arreglada con divanes, donde pueda sentarse a la mesa con sus discípulos, sí al menos un lugar donde pueda reclinar su cabeza. Veo en lontananza a aquellas almas realmente dichosas, de las cuales se ha dicho: Habitaré y caminaré con ellos.



4 de enero


PRIMERA LECTURA

Del libro del Cantar de los cantares 6, 4-7, 10

Alabanza de la Esposa

Eres bella, amiga mía, como Tirsá, igual que Jerusalén tu hermosura; terrible como escuadrón a banderas desplegadas. ¡Aparta de mí tus ojos, que me turban! Tus cabellos son un hato de cabras que se descuelgan por las cuestas de Galaad; y la hilera de tus dientes como un rebaño esquilado, recién salido del baño: cada oveja con mellizos y ninguna sin corderos. Tus sienes, por entre el velo, dos mitades de granada.

Si sesenta son las reinas, ochenta las concubinas, sin número las doncellas, una sola es mi paloma, sin defecto; una sola, predilecta de su madre. Al verla, la felicitan las muchachas, y la alaban las reinas y concubinas.

¿Quién es esa que se asoma como el alba, hermosa como la luna y límpida como el sol, terrible como escuadrón a banderas desplegadas?

Bajé a mi nogueral a examinar los brotes de la vega, a ver si ya las vides florecían, a ver si ya se abrían los botones de los granados; y, sin saberlo, me encontré en la carroza con mi príncipe.

Vuélvete, vuélvete, Sulamita; vuélvete, vuélvete, para que te veamos.

¿Qué miráis en la Sulamita cuando danza en medio de dos coros?

Tus pies hermosos en las sandalias, hija de príncipe; esa curva de tus caderas como collares, labor de orfebre; tu ombligo, una copa redonda, rebosando de licor; y tu vientre, montón de trigo, rodeado de azucenas; tus pechos, como crías mellizas de gacela; tu cuello es una torre de marfil; tu cabeza se yergue semejante al Carmelo; tus ojos, dos albercas de Jesbón, junto a la Puerta Mayor; es el perfil de tu nariz igual que el saliente del Líbano, que mira hacia Damasco; tus cabellos de púrpura, con trenzas, cautivan a un rey.

¡Qué hermosa estás, qué bella, qué delicia en tu amor! Tu talla es de palmera; tus pechos, los racimos. Yo pensé: treparé a la palmera a coger sus dátiles; son para mí tus pechos como racimos de uvas; tu aliento, como aroma de manzanas. ¡Ay, tu boca es vino generoso que fluye acariciando y moja los labios y los dientes!


SEGUNDA LECTURA

Julián de Vézelay, Sermón 1 sobre la Navidad (SC 192, 45.52.60)

Venga también ahora la Palabra del Señor a quienes la
esperamos en silencio

Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa descendió desde el trono real de los cielos. Este texto de la Escritura se refiere a aquel sacratísimo tiempo en que la Palabra todopoderosa de Dios vino a nosotros para anunciarnos la salvación, descendiendo del seno y del corazón del Padre a las entrañas de una madre. Pues Dios, que en distintas ocasiones y de muchas maneras habló antiguamente a nuestros padres por los profetas, en esta etapa final nos ha hablado por su Hijo, de quien dijo: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto, escuchadlo. Descendió, pues, a nosotros la Palabra de Dios desde el trono real de los cielos, humillándose para enaltecernos, haciéndose pobre para enriquecernos, encarnándose para deificamos.

Y para que el pueblo que iba a ser redimido abrigara una confiada esperanza en la venida y la eficacia de esta Palabra, es calificada de todopoderosa. Tu Palabra —dice–todopoderosa. Ya que si esta Palabra no fuera todopoderosa, el hombre condenado y sujeto a toda clase de miserias no sabría esperar con esperanza firme ser por ella liberado del pecado y de la pena del pecado. Así pues, para que el hombre perdido estuviera cierto de su salvación, se califica de todopoderosa a la Palabra que venía a salvarlo.

Y fíjate hasta qué punto es todopoderosa: no existía el cielo ni las maravillas que hay bajo el cielo; ella lo dijo y existió. Hecho de la nada por la omnipotencia de esta Palabra, que, sin solución de continuidad, creó simultáneamente la materia junto con la forma. Dijo la Palabra: Hágase el mundo, y el mundo existió. Dijo: Hágase el hombre, y el hombre existió.

Ahora bien: la recreación no fue tan fácil como la creación: creó imperando, recreó muriendo; creó mandando, recreó padeciendo. Vuestros pecados —dice— me han dado mucho quehacer. No me causó fatiga la administración y el gobierno de la máquina del universo, pues alcanzo con vigor de extremo a extremo y gobierno el universo con acierto. Sólo el hombre, violando continuamente la ley dada y establecida por mí, me ha dado quehacer con sus pecados. Ved por qué, bajando del trono real, no desdeñé el seno de la virgen ni hacerme uno con el hombre en su abyección. Recién nacido, se me envuelve en pañales y se me acuesta en un pesebre porque en la posada no se encontró sitio para el Creador del mundo.

Así pues, todo estaba en el más profundo silencio: callaban en efecto los profetas que lo habían anunciado, callaban los apóstoles que habían de anunciarlo. En medio de este silencio que hacía de intermediario entre ambas predicaciones, se percibía el clamor de los que ya lo habían predicado y el de aquellos que muy pronto habían de predicarlo. Pues mientras un silencio sereno lo envolvía todo, la Palabra todopoderosa, esto es, el Verbo del Padre, descendió desde el trono real de los cielos. Con expresión feliz se nos dice que en medio del silencio vino el mediador entre Dios y los hombres: hombre a los hombres, mortal a los mortales, para salvar con su muerte a los muertos.

Y ésta es mi oración: que venga también ahora la Palabra del Señor a quienes le esperamos en silencio; que escuchemos lo que el Señor Dios nos dice en nuestro interior. Callen las pasiones carnales y el estrépito inoportuno; callen también las fantasías de la loca imaginación, para poder escuchar atentamente lo que nos dice el Espíritu, para escuchar la voz que nos viene de lo alto. Pues nos habla continuamente con el Espíritu de vida y se hace voz sobre el firmamento que se cierne sobre el ápice de nuestro espíritu; pero nosotros, que tenemos la atención fija en otra parte, no escuchamos al Espíritu que nos habla.



5 de enero


PRIMERA LECTURA

Del libro del Cantar de los cantares 7, 11-8, 7

Últimas palabras de la Esposa y elogio del amor

Yo soy de mi amado y él me busca con pasión. Amado mío, ven, vamos al campo, al abrigo de los enebros pasaremos la noche, madrugaremos para ver las viñas, para ver si las viñas florecen, si ya se abren las yemas y si echan flores los granados, y allí te daré mi amor... Perfuman las mandrágoras y a la puerta hay mil frutas deleitosas, frutas secas que he guardado, mi amado, para ti.

¡Oh si fueras mi hermano y criado a los pechos de mi madre! ¡Al verte por la calle te besaría sin temor a burlas, te metería en casa de mi madre, en la alcoba en que me crió, te daría a beber vino aromado, licor de mis granados. Pone la mano izquierda bajo mi cabeza y me abraza con la derecha.

¡Muchachas de Jerusalén, os conjuro que no vayáis a molestar, que no despertéis al amor hasta que él quiera!

¿Quién es esa que sube del desierto apoyada en su amado? Bajo el manzano te desperté, allí donde tu madre te dio a luz con dolores de parto.

Grábame como un sello en tu brazo, como un sello en tu corazón, porque es fuerte el amor como la muerte, escruel la pasión como el abismo; es centella de fuego, llamarada divina; las aguas torrenciales no podrán apagar el amor ni anegarlo los ríos. Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa se haría despreciable.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 31 sobre el Cantar de los cantares 8-10 (Opera omnia. Edit Cisterc. 1957, I, 224-226)

Él es el pastor, él es pasto, él es la redención

Por todas las páginas de este Cántico encontrarás al Verbo oculto bajo el florido ropaje de imágenes de este tipo. Por esta razón, cuando el profeta dice: Al ungido del Señor, al que era nuestro aliento: a su sombra viviremos entre los pueblos, pienso que quiere decirnos que ahora vemos como en un espejo de adivinar, sin llegar todavía al cara a cara. Y esto precisamente mientras vivimos entre los pueblos, pues cuando vivamos entre los ángeles será otra cosa. Entonces, en posesión ya de una inalterable felicidad, veremos como ellos a Dios tal cual es, es decir, no a través de sombras, sino en su esencia divina.

Y así como afirmamos que los antiguos vivieron entre sombras y figuras, mientras que a nosotros nos ha inundado la luz de la misma verdad gracias a Cristo presente en la carne, así también creo que no habrá nadie que niegue que, en comparación con la vida venidera, nosotros mismos vivimos en el entretanto en una especie de penumbra de la verdad, a no ser que quiera contradecir al Apóstol cuando afirma: Inmaduro es nuestro conocer e inmadura nuestra profecía; y aquello: No es que haya conseguido el premio. ¿Cómo no va a haber diferencia entre el que camina en la fe y el que goza ya de la visión? Así pues, el justo vive de la fe, el santo goza en la visión. De aquí que el hombre santo vive aquí en la tierra en la sombra de Cristo, mientras el santo ángel se gloría de la espléndida luz de la gloria.

La sombra de la fe es providencial, pues acomoda el volumen luminoso a la capacidad del ojo débil y lo prepara para los esplendores de la luz. Está escrito en efecto: Ha purificado sus corazones con la fe. Pues la fe no apaga la luz, sino que la conserva. La sombra de la fe me preserva, custodiado en el secreto de su fidelidad, todo lo que el ángel ve abiertamente, para revelármelo a su debido tiempo. Por lo demás, la misma Madre de Dios vivía en la sombra de la fe, pues que se le dijo: Dichosa tú, que has creído. Tuvo además la sombra que proyectaba el cuerpo de Cristo la que oyó: La fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra. Y no puede ser despreciable la sombra proyectada por la fuerza del Altísimo. Hay en la carne de Cristo una verdadera fuerza, que cubrió a la Virgen con su sombra, hasta el punto de que lo que era imposible para una mujer mortal, una vez concebido el cuerpo vivificante, fue hecha capaz de ser portadora de la presencia de la majestad y de soportar la luz inaccesible. Es una fuerza tal, que desarticula todas las fuerzas enemigas. Fuerza y sombra que pone en fuga a los demonios y protege a los hombres. Mejor dicho: fuerza que vigoriza, sombra que refresca.

Así, pues, vivimos en la sombra de Cristo cuantos caminamos en la fe y nos alimentamos de su carne para tener vida, porque la carne de Cristo es verdadera comida. Y quién sabe si precisamente por esto Cristo es descrito en este pasaje con el atuendo de pastor, al que la esposa se dirige, como a un pastor cualquiera, diciéndole: Avísame dónde pastoreas, dónde recuestas tu ganado en la siesta. Buen pastor que da su vida por sus ovejas. Da su vida por ellas: la vida como precio, la carne como alimento. ¡Qué maravilla! El es el pastor, él es el pasto, él es la redención.



6 de enero

Cuando la solemnidad de la Epifanía se celebra el domingo que cae en los días 7 u 8.


PRIMERA LECTURA

Del libro del Profeta Isaías 42, 1-8

El siervo humilde del Señor

Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas.

Así dice el Señor Dios, que creó y desplegó los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, dio el respiro al pueblo que la habita y el aliento a los que se mueven en ella:

«Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.

Yo soy el Señor, éste es mi nombre; no cedo mi gloria a ningún otro, ni mi honor a los ídolos».
 

SEGUNDA LECTURA

San Elredo de Rievaulx, Sermón 3 en la manifestación del Señor (PL 195, 228-229)

¡Levántate, brilla, que llega tu luz!

Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz. Ésta es la Jerusalén que el Señor Jesús, que es la verdadera y suprema paz, construye con piedras vivas; la Jerusalén que tiende a su contemplación, en la firme creencia de que con su visión será definitivamente dichosa. Esta Jerusalén es la santa Iglesia, es cualquier comunidad santa, es cualquier alma santa.

Levántate –dice–, brilla, Jerusalén. Con razón se le dice: Levántate a la que yacía; con razón se le dice: brilla a la que estaba ciega. Yacía ciega en las tinieblas, en los errores, en la iniquidad. Y se le dice: Levántate, porque ya se había inclinado el que iba a levantarla; se le dice: brilla, porque estaba ya presente el que iba a iluminarla. ¿Qué otra cosa nos grita hoy la nueva estrella desde el cielo, sino: Levántate, brilla? La señal del nacimiento del Señor apareció en el cielo para que del amor a las cosas terrenales nos elevemos al amor de las cosas celestiales. Y esta señal fue una estrella, para que comprendiéramos que su nacimiento nos iba a iluminar.

Ahora bien: ¿a quién gritaba la estrella su mensaje? Indudablemente a aquella reina Jerusalén, que vino solícita de los confines de la tierra a escuchar la sabiduría de Salomón, cuyo nombre significa pacífico. Por eso aquélla es verdaderamente Jerusalén, es decir, visión de paz, porque venía a ver al pacífico. Esta reina simboliza la Iglesia formada por los paganos, pues ella misma era pagana. A su vez, la Iglesia es indudablemente reina, pues rige a gran cantidad de pueblos y naciones. De ella dice David: De pie a tu derecha está la reina enjoyada con oro.

Esta Iglesia comienza a nacer hoy entre aquellos paganos que vieron la estrella y comprendieron su significado. Así pues, esta reina viene hoy desde los confines de la tierra para contemplar a aquel de quien se dijo: Y aquí hay uno que es más que Salomón. Realmente era más que Salomón, porque aquél era simplemente Salomón, esto es, pacífico, mientras que éste es de tal modo pacífico, que es al mismo tiempo la paz en persona, como dice el Apóstol: Él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Y así, se llama a nuestra reina Jerusalén, es decir, visión de paz, porque hacia la paz se dirigía presurosa. Y muy expresivamente también se le llama a nuestra reina, reina de Saba, pues Saba significa cautividad. La Iglesia es efectivamente reina de Saba, puesto que ordena y conduce con acierto este pueblo cautivo, con el cual peregrina lejos de aquel reino, en el que no existe ni cautividad ni miseria. Reino que ella misma recibirá el día del juicio, cuando el Señor le diga: Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros. Esta reina, es decir, la Iglesia santa formada por los paganos, hasta que llegó este día yacía en tinieblas; hasta que llegó este día permaneció ciega. Pero hoy se le dice: Levántate, brilla.



7
de enero

Cuando la solemnidad de la Epifanía se celebra el domingo que cae el día 8.


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 54, 1-17

Alegría y hermosura de la nueva ciudad

Alégrate, la estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo la que no tenías dolores, porque la abandonada tendrá más hijos que la casada —dice el Señor—. Ensancha el espacio de tu tienda, despliega sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas, hinca bien tus estacas, porque te extenderás a derecha e izquierda. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades desiertas.

No temas, no tendrás que avergonzarte; no te sonrojes, que no te afrentarán. Olvidarás la vergüenza de tu soltería, ya no recordarás la afrenta de tu viudez. El que te hizo te tomará por esposa: su nombre es Señor de los ejércitos. Tu redentor es el Santo de Israel, se llama Dios de toda la tierra. Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor; como a esposa de juventud, repudiada –dice tu Dios–. Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré. En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con misericordia eterna te quiero –dice el Señor, tu redentor–.

Me sucede como en tiempo de Noé: juré que las aguas del diluvio no volverían a cubrir la tierra; así juro no airarme contra ti ni amenazarte. Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia ni mi alianza de paz vacilará –dice el Señor, que te quiere–.

¡Afligida, zarandeada, desconsolada! Mira, yo mismo coloco tus piedras sobre azabaches, tus cimientos sobre zafiros; te pondré almenas de rubí, y puertas de esmeralda, y muralla de piedras preciosas. Tus hijos serán discípulos del Señor, tendrán gran paz tus hijos. Tendrás firme asiento en la justicia. Estarás lejos de la opresión, y no tendrás que temer; y del terror, que no se te acercará.

Si alguien te asedia, no es de parte mía; si lucha contigo caerá frente a ti. Yo he creado al herrero que sopla en las brasas y saca una herramienta; y yo he creado al devastador funesto: ninguna arma forjada contra ti resultará, ninguna lengua que te acuse en juicio logrará condenarte. Esta es la herencia de los siervos del Señor, ésta es la victoria que yo les doy —oráculo del Señor—.


SEGUNDA LECTURA

San Proclo de Constantinopla, Sermón 1 en alabanza de santa María (4.5.6.9.10 PG 65, 683-687.690-691)

Venía a salvar, pero le era también necesario morir

Cristo, que por naturaleza era impasible, se sometió por su misericordia a muchos padecimientos. Es inadmisible que Cristo se hiciera pasar por Dios en provecho personal. ¡Ni pensarlo! Muy al contrario: siendo —como nos enseña la fe— Dios, se hizo hombre en aras de su misericordia. No predicamos a un hombre deificado; proclamamos más bien a un Dios encarnado. Adoptó por madre a una esclava quien por naturaleza no conoce madre y que, sin embargo, apareció sobre la tierra sin padre, según la economía divina.

Observa en primer lugar, oh hombre, la economía y las motivaciones de su venida, para exaltar en un segundo tiempo el poder del que se ha encarnado. Pues el género humano había, por el pecado, contraído una inmensa deuda, deuda que en modo alguno podía saldar. Porque en Adán todos habíamos suscrito el recibo del pecado: éramos esclavos del diablo. Tenía en su poder el documento de nuestra esclavitud y exhibía títulos de posesión sobre nosotros señalando nuestro cuerpo, juguete de las más variadas pasiones. Pues bien: al hallarse el hombre gravado por la deuda del pecado, no podía pretender salvarse por sí mismo. Ni siquiera un ángel hubiera podido redimir al género humano: el precio del rescate no hubiera sido suficiente. No quedaba más que una solución: que el único que no estaba sometido al pecado, es decir, Dios, muriera por los pecadores. No había otra alternativa para sacar al hombre del pecado.

¿Y qué es lo que ocurrió? Pues que el mismo que había sacado de la nada todas las cosas dándoles la existencia y que poseía plenos poderes para saldar la deuda, ideó un seguro de vida para los condenados a muerte y una estupenda solución al problema de la muerte. Se hizo hombre naciendo de la Virgen de un modo para él harto conocido. No hay palabra humana capaz de explicar este misterio: murió en la naturaleza que había asumido y llevó a cabo la redención en virtud de lo que ya era, según lo que dice san Pablo: por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

¡Oh prodigio realmente estupendo! Negoció y obtuvo para los demás la inmortalidad el que por naturaleza era inmortal. A nivel de encarnación, jamás existió, ni existe ni existirá un ser semejante, a excepción del nacido de María, Dios y hombre: y no sólo por el mero hecho de haberse adecuado a la multitud de reos susceptibles de redención, sino porque era, bajo tantos aspectos, superior a ellos. Pues en cuanto Hijo, conserva inmutable la misma naturaleza que su Padre; como creador del universo, posee plenos poderes; como misericordioso, posee una inmensa e inagotable misericordia; finalmente, como pontífice, está a nuestro lado cual idóneo intercesor. Bajo cualquiera de estos aspectos, jamás hallarás ningún otro que se le pueda comparar. Considera, por ejemplo, su clemencia: Entregado espontáneamente y condenado a muerte, destruyó la muerte que hubieran debido sufrir los que le crucificaban; trocó en saludable la perfidia de quienes lo mataban y que se convertían por eso mismo en obradores de iniquidad.

Venía a salvar, pero le era también necesario morir. Siendo Dios, el Emmanuel se hizo hombre; la naturaleza que era nos trajo la salvación, la naturaleza asumida soportó la pasión y la muerte. El que está en el seno del Padre es el mismo que se encarna en el seno de la madre; el que reposa en el regazo de la madre es el mismo que camina sobre las alas del viento. El mismo que en los cielos es adorado por los ángeles, en la tierra se sienta a una misma mesa con los recaudadores.

¡Oh gran misterio! Veo los milagros y proclamo la divinidad; contemplo sus sufrimientos y no niego la humanidad. Además, el Emmanuel, en cuanto hombre, abrió las puertas de la humanidad, pero en cuanto Dios ni violó ni rompió los sellos de la virginidad. Más aún: salió del útero como entró por el oído: nació del modo como fue concebido. Entró sin pasión y salió sin corrupción.