DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 2, 1-6; 3, 7; 4, 1-2.8-17

El pueblo en peligro, ora

El año dieciocho, el día veintidós del primer mes, en el palacio de Nabucodonosor, rey de Asiria, se deliberó sobre la venganza contra toda la tierra, como el rey había dicho.

El rey convocó a todos sus ministros y grandes del reino, les expuso su plan secreto y decretó la destrucción de aquellos territorios. Se aprobó la destrucción de cuantos no habían hecho caso a la embajada de Nabucodonosor. Y en cuanto acabó el consejo, Nabucodonosor, rey de Asiria, llamó a Holofernes, generalísimo de su ejército, segundo en el reino, y le ordenó:

—Así dice el Emperador, dueño de toda la tierra: Cuando salgas de mi presencia, toma contigo hombres de probado valor, hasta ciento veinte mil de infantería y un fuerte contingente de caballería, doce mil jinetes, y ataca a todo occidente, porque no hicieron caso de mi embajada.

Entonces Holofernes bajó con su ejército hacia el litoral, dejó guarniciones en las plazas fuertes y se llevó gente escogida para servicios auxiliares.

Cuando los israelitas de Judea se enteraron de lo que Holofernes, generalísimo de Nabucodonosor, rey de Asiria, había hecho a aquellas naciones, saqueando sus templos y entregándolos al pillaje, se aterrorizaron, temblando por Jerusalén y el templo de su Dios.

Todos los israelitas gritaron fervientemente a Dios, humillándose ante él. Ellos y sus mujeres, hijos y ganados, los forasteros, criados y jornaleros, se vistieron de sayal.

Y los que vivían en Jerusalén, incluso mujeres y niños, se postraron ante el templo, cubierta la cabeza con ceniza, extendiendo el sayal ante el Señor. Cubrieron el altar con un sayal y gritaron a una voz, fervientemente, al Dios de Israel, pidiéndole que no entregara sus hijos al pillaje, ni a sus mujeres al cautiverio, ni a la destrucción las ciudades que habían heredado, ni el templo a la profanación y las burlas humillantes de los gentiles.

El Señor acogió su clamor y se fijó en su tribulación. En toda Judea la gente ayunó muchos días seguidos, y también en Jerusalén, ante el templo del Señor todopoderoso. El sumo sacerdote, Joaquín, todos los sacerdotes y ministros al servicio del Señor ofrecían el holocausto diario, las ofrendas y dones voluntarios de la gente, ceñidos con sayal y con ceniza en sus turbantes, y gritaban al Señor con todas sus fuerzas para que protegiera a la casa de Israel.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 6 sobre la oración (PG 64, 462-463.466)

La oración es luz del alma

El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.

Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de Dios, de modo que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se conviertan en un alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo.

La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos, apeteciendo la leche divina, como el niño que, llorando, llama a su madre; por la oración, el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible.

Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos. Me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras: la oración que es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina, de la que también dice el Apóstol: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.

El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como en un fuego ardiente que inflama su alma.

Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras; y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo del alma.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 5, 1-25

Ajior, amonita, dice en presencia de Holofernes
la verdad acerca de Israel

A Holofernes, generalísimo del ejército asirio, le llegó el aviso de que los israelitas se estaban preparando para la guerra: habían cerrado los puertos de la sierra, habían fortificado las cumbres de los montes más altos y llenado de obstáculos las llanuras.

Holofernes montó en cólera. Convocó a todos los jefes moabitas, a los generales amonitas y a todos los gobernadores del litoral, y les habló así:

—Cananeos: decidme qué gente es ésa de la sierra, qué ciudades tienen, con qué fuerzas cuentan y en qué basan su poder y su fuerza, qué rey les gobierna y manda su ejército y por qué no se han dignado venir a mi encuentro, a diferencia de lo que han hecho todos los pueblos de occidente.

Ajior, jefe de todos los amonitas, le respondió:

—Escucha, alteza, lo que dice tu siervo. Te diré la verdad sobre ese pueblo que vive en la sierra, ahí cerca. Tu siervo no mentirá. Esa gente desciende de los caldeos. Al, principio estuvieron en Mesopotamia, por no querer seguir a los dioses de sus antepasados, que residían en Caldea. Abandonaron la religión de sus padres y adoraron al Dios del cielo, al que ellos reconocían por Dios; pero los caldeos los expulsaron de la presencia de sus dioses, y tuvieron que huir a Mesopotamia. Allí residieron mucho tiempo; pero su Dios les mandó salir de allí y marchar al país de Canaán, donde se establecieron, y abundaron en oro, plata y muchísimo ganado. Después bajaron a Egipto a causa de un hambre que se abatió sobre el país de Canaán, y allí estuvieron mientras encontraron alimento. Allí crecieron mucho, hasta ser un pueblo innumerable. Pero el rey de Egipto la emprendió contra ellos y los explotó en el trabajo de las tejeras, humillándolos y esclavizándolos.

Ellos gritaron a su Dios, y él castigó a todo el país de Egipto con plagas incurables; así, los egipcios los expulsaron de su presencia. Dios secó ante ellos el Mar Rojo y los condujo por el camino del Sinaí y de Cades Barnea. Expulsaron a todos los moradores de la estepa, se asentaron en el país amorreo y exterminaron por la fuerza a todos los de Jesbón. Luego pasaron el Jordán y tomaron posesión de toda la sierra, después de expulsar a los cananeos, fereceos, jebuseos, a los de Siquén y a todos los guirgaseos, y residieron allí mucho tiempo. Mientras no pecaron contra su Dios, prosperaron, porque estaba con ellos un Dios que odia la injusticia. Pero cuando se apartaron del camino que les había señalado, fueron destrozados con muchas guerras y deportados a un país extranjero; el templo de su Dios fue arrasado, y sus ciudades, conquistadas por el enemigo. Pero ahora se han convertido a su Dios; han vuelto de la dispersión, han ocupado Jerusalén, donde está su templo, y repoblado la sierra, que había quedado desierta. Así que, alteza, si esa gente se ha desviado pecando contra su Dios, comprobemos esa caída y subamos a luchar contra ellos. Pero si no han pecado, déjalos, no sea que su Dios y Señor los proteja y quedemos mal ante todo el mundo.

Cuando Ajior acabó, se levantaron protestas de todos los que estaban en pie en torno a la tienda. Los oficiales de Holofernes, todos los del litoral y los moabitas querían despedazarlo:

—¡No tenemos miedo a los israelitas! Son un pueblo sin ejército ni fuerza para aguantar un combate duro. ¡Hala, vamos allá! Serán un bocado para tu ejército, general Holofernes.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes. Comienza el Opúsculo sobre la oración (1-2: PG 11,415-418)

Esto es lo que hay que pedir en la oración

Las realidades que, por su absoluta elevación, exceden al hombre y superan ampliamente nuestra caduca naturaleza, y resultan imposibles de comprender a la especie racional y mortal, estas mismas realidades se hacen accesibles por voluntad de Dios y mediante la multiforme e inmensa gracia que él ha derramado en los hombres por Jesucristo, ministro para nosotros de la gracia infinita, y mediante la cooperación del Espíritu Santo. Y por cuanto le es imposible a la naturaleza adquirir la sabiduría, por la cual fueron creadas todas las cosas —pues, según David, Dios lo hizo todo con sabiduría—, lo imposible se hace posible gracias a nuestro Señor Jesucristo, al que Dios ha hecho para vosotros sabiduría, justicia, santificación y redención.

¿Quién se atreverá a negar que le es imposible al hombre investigar las realidades celestes? Y sin embargo, esto que de suyo es imposible lo convierte en posible la multiforme gracia de Dios: pues el que fue arrebatado hasta el tercer cielo, ése tal vez investigó las realidades celestes, pues que oyó palabras arcanas, que un hombre no es capaz de repetir. ¿Quien osará afirmar que el hombre puede conocer la mente del Señor? Y si nadie conoce lo íntimo de Dios sino tan sólo el Espíritu de Dios, resulta que al hombre le es imposible conocer lo íntimo de Dios. Cómo, no obstante, esto llegue a ser posible, escucha: Nosotros —dice— hemos recibido un Espíritu que no es del mundo, es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos. Cuando explicamos verdades espirituales a hombres de espíritu, no las exponemos en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu.

Una de las cosas imposibles, dada nuestra congénita debilidad, es, a mi modo de ver, todo intento de tratar de la oración de una manera competente y digna de Dios, clarificar y enseñar qué y cómo hemos de orar, qué es lo que en la oración hemos de decir a Dios, cuáles son los momentos más adecuados para dedicarlos a la oración a Dios y cuáles los más oportunos para la oración misma. Pues —como dice el Apóstol— nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene.

Ahora bien, es necesario no sólo orar, sino además orar como conviene, y pedir lo que conviene. Pues aun cuando llegáramos a comprender lo que conviene pedir en la oración, ese conocimiento no sería suficiente si no añadiéramos a nuestra oración aquel como conviene. Y a la inversa, ¿de qué nos aprovecharía orar como conviene, si no supiéramos lo que nos conviene pedir?

De estos dos requisitos, el primero, es decir, pedir lo que conviene, pertenece al contenido de la oración; el segundo, pedir como conviene, atañe a la actitud del orante. Contenidos de la oración son, por ejemplo: Pedid cosas importantes, las secundarias se os darán por añadidura; pedid los bienes celestiales y los terrenales se os darán por añadidura; rezad por los que os calumnian; rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies; cuando recéis no uséis muchas palabras, y otras cosas por el estilo.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 6,1-7.10—7,1.4-5

Ajior, entregado a los israelitas

Cuando se calmó el alboroto de los que rodeaban el consejo, Holofernes, generalísimo del ejército asirio, dijo a Ajior, en presencia de toda la tropa extranjera y todos los moabitas:

—Y ¿quién eres tú, Ajior, y los mercenarios de Efraín para ponerte a profetizar así, diciendo que no luchemos contra los israelitas porque su Dios los protegerá? ¿Qué Dios hay fuera de Nabucodonosor? El va a enviar su poder y los exterminará de la faz de la tierra, sin que su Dios pueda librarlos. Nosotros, sus siervos, los aplastaremos como a un solo hombre. No podrán resistir al empuje de nuestra caballería. Los barreremos. Sus montes se emborracharán con su sangre, sus llanuras rebosarán cadáveres. No podrán aguantar a pie firme ante nosotros, sino que perecerán totalmente, dice el rey Nabucodonosor, dueño de toda la tierra. Porque ha hablado, y no pronuncia palabras vacías. Y en cuanto a ti, Ajior, mercenario amonita, que has dicho esas frases en un momento de sinrazón, no volverás a verme hasta que castigue a esa gente escapada de Egipto. Entonces, cuando yo vuelva, la espada de mis soldados y la lanza de mis oficiales te traspasarán el costado, y caerás entre los heridos. Mis esclavos te van a llevar a la montaña y te dejarán en alguna ciudad de los desfiladeros; no perecerás hasta que seas exterminado con ellos. Y si por dentro confías en que no nos apoderaremos de ellos no estés cabizbajo. Lo he dicho; no quedará una palabra sin cumplirse.

Después ordenó a los esclavos que estaban en la tienda que echasen mano a Ajior y lo llevasen a Betulia para entregarlo a los israelitas. Los israelitas bajaron de la ciudad, se acercaron a Ajior, lo desataron, lo llevaron a Betulia y se lo presentaron a los jefes de la ciudad, que eran, en aquel entonces, Ozías, de Miqueas, de la tribu de Simeón; Cabris, de Gotoniel, y Carmis, hijo de Melquiel. Convocaron a todos los ancianos de la ciudad, y también los jóvenes y las mujeres fueron corriendo a la asamblea. Pusieron a Ajior en medio de la gente, y Ozías le preguntó qué había pasado.

Al día siguiente Holofernes ordenó a su ejército y a las tropas aliadas que levantaran el campamento y avanzaran hacia Betulia, ocuparan los puertos de la sierra y atacaran a los israelitas.

Cuando los israelitas vieron aquella multitud, comentaron aterrorizados:

—Estos van a barrer la faz de la tierra, ni los montes más altos, ni las colinas, ni los barrancos aguantarán tanto peso.

Cada cual empuñó sus armas, encendieron hogueras en las torres y estuvieron en guardia toda la noche.
 

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (2: PG 11, 418-422)

Cómo hemos de orar

Y ¿cómo hemos de orar? Quiero —dice el Apóstol—que sean los hombres los que recen en cualquier lugar, alzando las manos limpias de ira y divisiones. Por lo que toca a las mujeres, que vayan convenientemente adornadas, compuestas con decencia y modestia, sin adornos de oro en el peinado, sin perlas ni vestidos suntuosos; adornadas con buenas obras, como corresponde a mujeres que se profesan piadosas.

Sobre el modo de orar es instructivo también el siguiente texto: Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Pues ¿qué mejor ofrenda puede poner en el altar de Dios la naturaleza racional que el suave aroma de la plegaria presentada por un alma que no es consciente del desagradable olor de pecado personal alguno? Conociendo Pablo estos testimonios y muchos más que pudo espigar en la ley, en los profetas y en la plenitud evangélica y explicarlos uno por uno con variedad y abundancia; viendo después de todo cuán lejos estaba de saber qué hemos de pedir en la oración, dijo, y no sólo por modestia, sino con toda verdad: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene. Pero señala a continuación cómo puede subsanar este defecto quien, consciente de su ignorancia, trata no obstante de hacerse digno de ver cancelada esta deficiencia. Dice, en efecto: Pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. El que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

Ahora bien, el Espíritu que en el corazón de los bienaventurados grita: ¡Abba! (Padre), sabiendo muy bien que los gemidos lanzados por quienes cayeron o se hicieron reos de transgresión, lejos de mejorarla, agravan su situación, intercede ante Dios con gemidos inefables, haciendo suyos nuestros gemidos en su infinita bondad y misericordia. Y viendo, en su sabiduría, que nuestra alma se hunde en el polvo y está encarcelada en nuestra condición humilde, intercede ante Dios con gemidos, pero no con unos gemidos cualquiera, sino con unos gemidos inefables, es decir, afines a aquellas palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir.

Pero este Espíritu, no contento con interceder, intensifica y renueva con insistencia su oración, en favor de aquellos que —es mi opinión— salen vencedores. De estos tales era san Pablo cuando decía: Pero en todo esto vencemos fácilmente. Pero es probable que el Espíritu ore simplemente por aquellos que no dan la talla como para vencer fácilmente, pero tampoco para ser vencidos, sino que sencillamente vencen.

Además, el texto: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, es similar a aquel: Quiero rezar llevado del Espíritu, pero rezar también con la inteligencia; quiero cantar llevado del Espíritu, pero cantar también con la inteligencia. En realidad, nuestra inteligencia es incapaz de rezar, si previamente y casi oyéndole ella, no ora el Espíritu; como tampoco puede cantar y alabar al Padre en Cristo con un cántico melodioso y rítmico y una voz armoniosa, si el Espíritu que todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios no se anticipa a alabar y a celebrar a aquel cuya profundidad penetra y comprende como sólo él puede hacerlo.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 8,1a.9b-14.28-32; 9,1-6. 14. 19

Judit se preocupa por la suerte de su pueblo

Entonces se enteró de la situación Judit, hija de Merarí, quien mandó a su ama de llaves a llamar a Cabris y Carmis, concejales de la ciudad, y cuando se presentaron les dijo:

—Escuchadme, jefes de la población de Betulia. Ha sido un error eso que habéis dicho hoy a la gente, obligándoos ante Dios, con juramento, a entregar la ciudad al enemigo si el Señor no os manda ayuda dentro de este plazo. Vamos a ver: ¿quiénes sois vosotros para tentar hoy a Dios y poneros públicamente por encima de él? ¡Habéis puesto a prueba al Señor todopoderoso, vosotros, que nunca entenderéis nada! Si sois incapaces de sondear la profundidad del corazón humano y de rastrear sus pensamientos, ¿cómo vais a escrutar a Dios, creador de todo, conocer su mente, entender su pensamiento? No, hermanos, no enojéis al Señor, nuestro Dios.

Entonces Ozías le dijo:

—Todo lo que has dicho es muy sensato, y nadie te va a llevar la contraria: porque no hemos descubierto hoy tu prudencia; desde pequeña conocen todos tu inteligencia y tu buen corazón. Pero es que la gente se moría de sed y nos forzaron a hacer lo que dijimos, comprometiéndonos con juramento irrevocable. Tú, que eres una mujer piadosa, reza por nosotros, para que el Señor mande la lluvia, se nos llenen los aljibes y no perezcamos.

Judit les dijo:

—Escuchadme. Voy a hacer una cosa que se comentará de generación en generación entre la gente de nuestra raza. Esta noche os ponéis junto a las puertas. Yo saldré con mi ama de llaves, y en el plazo señalado para entregar la ciudad al enemigo, el Señor socorrerá a Israel por mi medio.

Era el momento en que acababan de ofrecer en el templo de Jerusalén el incienso vespertino. Judit se echó ceniza en la cabeza, y postrada en tierra, se descubrió el sayal que llevaba a la cintura y gritó al Señor con todas sus fuerzas:

«Señor, Dios de mi padre Simeón, al que pusiste una espada en la mano para vengarse de los extranjeros que desfloraron vergonzosamente a una doncella, la desnudaron para violentarla y profanaron su seno deshonrándola. Aunque tú habías dicho: "No hagáis eso", lo hicieron. Por eso entregaste sus jefes a la matanza, y su lecho, envilecido por engaño, con engaño quedó ensangrentado: heriste a esclavos con amos, y a los amos en sus tronos, entregaste sus mujeres al pillaje, sus hijas a la cautividad; sus despojos fueron presa de tus hijos queridos, que, encendidos por tu celo, y horrorizados por la mancha inferida a su sangre, te habían pedido auxilio. ¡Dios, Dios mío, escucha a esta viuda! Tú hiciste aquello, y lo de antes y lo de después. Tú proyectas el presente y el futuro, lo que tú quieres, sucede, tus proyectos se presentan y dicen: "Aquí estamos". Pues todos tus caminos están preparados, y tus designios, previstos de antemano. Haz que todo el pueblo y todas las tribus vean y conozcan que tú eres el único Dios, Dios de toda fuerza y de todo poder, y que no hay nadie que proteja a la raza israelita fuera de ti».


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (2.5: PG 11, 422-423. 430-434)

Dios lo sabe todo antes de que suceda

Según creo, fue uno de los discípulos de Jesús quien, consciente de cuán lejos está la debilidad humana del recto modo de orar, opinión que vio enormemente reforzada al escuchar las doctas y sublimes palabras pronunciadas por el Salvador en su oración al Padre, dijo, una vez que el Señor hubo terminado su oración: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.

Pero, ¿cómo es posible que un hombre educado en la disciplina de la ley, oyente consagrado del mensaje de los profetas, cliente asiduo de las sinagogas no supiera orar de alguna manera hasta que vio rezar al Señor en cierto lugar? Y ¿qué es lo que el mismo Juan enseñaba sobre la oración a sus discípulos cuando, procedentes de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán, acudían a él a que los bautizara? A no ser que pensemos que al ser él más que profeta, había tenido ciertas intuiciones acerca de la oración, que él probablemente transmitía en secreto a los que se lepresentaban antes del bautismo para ser instruidos y no a todos los que acudían a ser bautizados.

Algunas de estas oraciones, realmente espirituales por rezarlas el Espíritu en el corazón de los santos, están redactadas con una densa, recóndita y admirable doctrina.

Tenemos, por una parte, la oración de Ana en el primer libro de Samuel: ésta, mientras rezaba y rezaba hablando para sí, no necesitaba de texto escrito. En cambio, en el libro de los Salmos, el salmo ochenta y nueve es la oración de Moisés, el hombre de Dios, y el ciento uno, la oración del afligido que, en su angustia, derrama su llanto ante el Señor. Estas oraciones, al ser realmente compuestas y formuladas por el Espíritu, están también llenas de preceptos de la divina Sabiduría, de suerte que de las promesas que en ellas se hacen, puede decirse: ¿Quién será el sabio que comprenda, el prudente que lo entienda?

Siendo, pues, tan difícil disertar sobre la oración, tanto que necesitamos que el Padre nos ilumine, que el Verbo primogénito nos adoctrine y que el Espíritu coopere con nosotros, para poder entender y decir algo digno de tan sublime argumento, yo ruego como hombre, repito, ruego que se me conceda su ubérrimo y espiritual conocimiento y me abra la explicación de las oraciones recogidas en los evangelios.

Pero, ¿qué necesidad hay de elevar oraciones a aquel que antes de que recemos conoce ya lo que necesitamos? Vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que se lo pidáis. En efecto, es justo que quien es Padre y Creador del universo, que ama a todos los seres y no odia nada de lo que ha hecho, proporcione saludablemente a cada cual lo que le conviene, aunque no se lo pidan, comportándose como un padre que, al educar a sus niños, no espera a que se lo pidan, pues o bien son absolutamente incapaces de hacerlo, o debido a su inexperiencia muchas veces desean tener cosas contrarias a su propia utilidad o inoportunas. Y nosotros los hombres distamos más del modo de pensar de Dios que cualquier niño del pensamiento de sus padres. Y es de creer que Dios no se limita a prever las cosas futuras, sino también a predeterminarlas, y nada puede acaecer al margen de lo previamente ordenado por él.

Voy a transcribir aquí las mismas palabras que escribiste en la carta que me enviaste: «Si Dios conoce de antemano el futuro y éste no puede no llegar a existir, la oración es inútil. Si todo sucede según la voluntad de Dios y sus determinaciones son irrevocables, ni puede cambiarse nada de lo que él quiere, la oración es vana».

Pienso que es útil plantear de entrada estas dificultades, que nos ayudarán a resolver las objeciones que hacen al hombre más indolente de cara a la oración.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 10, 1-5.11-16; 11, 1-6.18-21

Judit se presenta a Holofernes

Cuando Judit terminó de suplicar al Dios de Israel, cuando acabó sus rezos, se puso en pie, llamó al ama de llaves y bajó a la casa, en la que pasaba los sábados y días de fiesta: se despojó del sayal, se quitó el vestido de luto, se bañó, se ungió con un perfume intenso, se peinó, se puso una diadema y se vistió la ropa de fiesta que se ponía en vida de su marido, Manasés; se calzó las sandalias, se puso los collares, las ajorcas, los anillos, los pendientes y todas sus joyas. Quedó bellísima, capaz de seducir a los hombres que la viesen. Luego entregó a su ama de llaves un odre de vino y una aceitera; llenó las alforjas con galletas, un pan de frutas secas y panes puros; empaquetó las provisiones y se las dio al ama.

Cuando caminaban derecho por el valle, les salió al encuentro una avanzadilla asiria, que les echó el alto: —¿De qué nación eres, de dónde vienes y adónde vas? Judit respondió:

—Soy hebrea, y huyo de mi gente porque les falta poco para caer en vuestras manos. Quisiera presentarme a Holofernes, vuestro generalísimo, para darle informaciones auténticas; le enseñaré el camino por donde puede pasar y conquistar toda la sierra sin que caiga uno solo de sus hombres.

Mientras la escuchaban, admiraban aquel rostro, que les parecía un prodigio de belleza, y le dijeron:

—Has salvado la vida apresurándote a bajar para presentarte a nuestro jefe. Ve ahora a su tienda; te escoltarán hasta allá algunos de los nuestros. Y cuando estés ante él, no tengas miedo; dile lo que nos has dicho, y te tratará bien.

Eligieron a cien hombres, que escoltaron a Judit y su ama de llaves hasta la tienda de Holofernes.

Holofernes le dijo:

—Animo, mujer, no tengas miedo; 'yo no he hecho nunca daño a nadie que quiera servir a Nabucodonosor, rey del mundo entero. Incluso si tu gente de la sierra no me hubiese despreciado, yo no blandiría mi lanza contra ellos. Pero ellos se lo han buscado. Bien, dime por qué te has escapado y te pasas a nosotros. Viniendo has salvado la vida. Animo, no correrás peligro ni esta noche ni después. Nadie te tratará mal. Nos portaremos bien contigo, como con los siervos de mi señor, el rey Nabucodonosor.

Entonces Judit le dijo:

—Permíteme hablarte, y acoge las palabras de tu esclava. No mentiré esta noche a mi señor. Si haces caso a las palabras de tu esclava, Dios llevará a buen término tu campaña, no fallarás en tus planes. Pues ¡por vida de Nabucodonosor, rey del mundo entero, que te ha enviado para poner en orden a todos, y por su Imperio! Gracias a ti no sólo le servirán los hombres, sino que por tu poder hasta las fieras, y los rebaños, y las aves del cielo vivirán a disposición de Nabucodonosor y de su casa. Porque hemos oído hablar de tu sabiduría y tu astucia, y todo el mundo comenta que tú eres el mejor en todo el Imperio, el consejero más hábil y el estratega más admirado.

Las palabras de Judit agradaron a Holofernes, y sus oficiales, admirados de la prudencia de Judit, comentaron:

—En toda la tierra, de punta a cabo, no hay una mujer tan bella y que hable tan bien.

Y Holofernes le dijo:

—Dios ha hecho bien enviándote por delante de los tuyos para darnos a nosotros el poder y destruir a los que despreciaron a mi señor. Eres tan guapa como elocuente. Si haces lo que has dicho, tu Dios será mi Dios, vivirás en el palacio del rey Nabucodonosor y serás célebre en todo el mundo.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (6: PG 11, 438)

Dios preordena todas las cosas

«Si Dios conoce de antemano el futuro y éste no puede no llegar a existir, la oración es inútil». Pero es que aun en la hipótesis de que Dios no conociera el futuro, no por eso dejaríamos de ejecutarlo ni de desearlo; lo que les ocurre a las cosas en función de la presciencia divina es que todo aquello que depende de nuestra libertad es útilmente ordenado al gobierno del universo y a la armónica disposición de lo creado. De donde se deduce que si Dios conoce previamente todo lo que cae bajo el dominio de nuestro libre albedrío, es lógico que cada cosa sea ordenada por la providencia según una auténtica escala de valores. Y el contenido de la oración de una persona, sus disposiciones, lo que cree y lo que desea obtener, serán conocidos de antemano, y una vez preconocidos, serán integrados en el orden de la providencia. Es como si dijera: a este orante que ha rezado con insistencia, lo escucharé en razón de su misma oración; en cambio, a este otro no lo escucharé o porque no es digno de ser escuchado, o porque me va a pedir lo que a él no le sería conveniente recibir o no sería decoroso que yo se lo concediera.

O también: a éste no le escucharé, por ejemplo, a causa de su misma oración; lo escucharé por él mismo. Que si alguno se siente turbado por el hecho de que al ser infalible la presciencia que Dios tiene de las cosas futuras, parece imponerse a las mismas una especie de necesidad, a este tal hay que responderle que Dios conoce esto mismonecesariamente, esto es, que aquel hombre no quiere ni necesaria ni firmemente lo mejor, o,que de tal modo va a querer lo peor, que será incapaz en el futuro de un cambio en mejor.

E inversamente —dice Dios—: cuando aquel otro me pida algo se lo concederé, por ser digno de mí, dado que él no rezará indignamente, ni se conducirá negligentemente en la oración. A este tal, apenas haya comenzado a orar, le concederé lo que solicita y mucho más sin comparación de lo que pide o concibe: es conveniente que yo le venza en generosidad y le conceda mucho más de lo que es capaz de pedir. Y puesto que va a continuar siendo así, le enviaré un ángel custodio, que desde ese preciso momento comience a colaborar en su salvación y lo asista siempre; en cambio, aquel otro que va a ser mejor que éste, le enviaré un ángel más digno.

A un tercero que, tras haberse consagrado a una doctrina por demás elevada, acabará por rajarse y recurrir a concepciones terrenas, le retiraré aquel magnífico colaborador: retirado el cual, según su merecido, inmediatamente un poder maligno tomará el relevo, que a la primera ocasión que se le presente para tender insidias a tu tibieza, la aprovechará en seguida induciéndole al pecado, al haberse él mismo mostrado pronto a pecar.

Esta es más o menos la forma en que se expresará —es de creer— aquel que todo lo preordena.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 12, 1—13, 6

El banquete de Holofernes

Holofernes ordenó que llevaran a Judit a donde tenía su vajilla de plata, y mandó que le sirvieran de su misma comida y de su mismo vino. Pero Judit dijo:

—No los probaré, para no caer en pecado. Yo me he traído mis provisiones.

Holofernes le preguntó:

—Y si se te acaba lo que tienes, ¿de dónde sacamos una comida igual? Entre nosotros no hay nadie de tu raza. Judit le respondió:

—¡Por tu vida, alteza! No acabaré lo que he traído antes de que el Señor haya realizado su plan por mi medio.

Los oficiales de Holofernes la llevaron a su tienda. Judit durmió hasta la medianoche, se levantó antes del relevo del amanecer y mandó este recado a Holofernes:

—Señor, ordena que me permitan salir a orar.

Holofernes ordenó a los guardias de corps que la dejaran salir.

Así pasó Judit tres días en el campamento. Después de lavarse suplicaba al Señor, Dios de Israel, que dirigiera su plan para exaltación de su pueblo. Luego, purificada, volvía a su tienda y allí se quedaba hasta que, a eso del atardecer, le llevaban la comida.

El cuarto día, Holofernes ofreció un banquete exclusivamente para su personal de servicio, sin invitar a ningún oficial, y dijo al eunuco Bagoas, que era su mayordomo

—Vete a ver si convences a esa hebrea que tienes a tu cargo para que venga a comer y beber con nosotros. Porque sería una vergüenza no aprovechar la ocasión de acostarme con esa mujer. Si no me la gano, se va a reír de mí.

Bagoas salió de la presencia de Holofernes, entró donde Judit y le dijo:

—No tenga miedo esta niña bonita de presentarse a mi señor como huésped de honor, para beber y alegrarse con nosotros, pasando el día como una mujer asiria de las que viven en el palacio de Nabucodonosor.

Judit respondió:

—¿Quién soy yo para contradecir a mi señor? Haré en seguida lo que le agrade; será para mí un recuerdo feliz hasta el día de mi muerte.

Se levantó para arreglarse. Se vistió y se puso todas sus joyas de mujer. Su doncella entró delante y le extendió en el suelo, ante Holofernes, el vellón de lana que le había dado Bagoas para que se recostase allí a diario mientras comía.

Judit entró y se sentó. Al verla, Holofernes se turbó, y le agito la pasión con un deseo violento de unirse a ella (desde la primera vez que la vio esperaba la ocasión de seducirla), y le dijo:

—Anda, bebe; alégrate con nosotros.

Judit respondió:

—Claro que beberé, señor. Hoy es el día más grande de toda mi vida.

Y comió y bebió ante Holofernes, tomando de lo que le había preparado su doncella.

Holofernes, entusiasmado con ella, bebió muchísimo vino, como no había bebido en toda su vida.

Cuando se hizo tarde, el personal de servicio se retiró en seguida. Bagoas cerró la tienda por fuera, después de hacer salir a los sirvientes. Todos fueron a acostarse, rendidos por lo mucho que habían bebido.

En la tienda quedaron sólo Judit y Holofernes, tumbado en el lecho, completamente borracho.

Judit había ordenado a su doncella que se quedara fuera de la alcoba y la esperase a la salida como otros días. Había dicho que saldría para hacer oración, y había hablado de ello con Bagoas.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (7-8: PG 11, 439-442)

Sobre la oración asidua

Respecto a las objeciones que se aducen contra la oración hecha para obtener que salga el sol, hay que decir lo que sigue. Ya hemos explicado cómo Dios se sirve del libre albedrío de cuantos vivimos en la tierra y cómo oportunamente lo ordena hacia determinadas utilidades de las realidades terrenas. Pues de idéntica manera hemos de admitir que, sirviéndose de las leyes necesarias, firmes y estables, que sabiamente rigen el curso del sol, de la luna y de las estrellas, haya Dios ordenado el ornato del cielo y las órbitas astrales teniendo en cuenta la utilidad del universo. Ahora bien, si no es inútil mi oración elevada por lo que depende de nuestro albedrío, mucho menos lo será por lo que depende del albedrío de aquellos cuerpos celestes, cuyo curso normal cede en utilidad de todas las cosas.

Por lo demás, no está fuera de propósito servirse de este ejemplo para incitar a los hombres a que recen y ponerlos en guardia contra la negligencia en la oración. No es necesario hablar mucho, ni pedir fruslerías, ni solicitar bienes terrenos, ni hay que acceder a la oración con un corazón irritado o con la perturbación en el alma. Como tampoco es imaginable que alguien pueda vacar a la oración sin la pureza de corazón, ni es posible que en la oración consiga el perdón de los pecados si antes no perdonare de corazón al hermano que le pide perdón por las injurias que le ha inferido.

Ahora bien, pienso que la ayuda que Dios promete al que ora como es debido o procura conseguirlo en la medida de sus fuerzas, puede venirle por varios cauces. Y en primer lugar, será de grandísimo provecho que, al recogerse para rezar, lo haga con la disposición de quien se coloca delante de Dios y habla con él, consciente de que le está presente y lo mira.

Y así como ciertas imágenes sensibles, refrescadas en la memoria, turban los pensamientos a que ellas dan origen, cuando la mente reflexiona sobre las mismas, así también hemos de creer en la utilidad del recuerdo de Dios que está presente y que sorprende todos los movimientos del alma, hasta los más recónditos, cuando ella se dispone a agradar como presente, como inspector, como escudriñador de todo espíritu, a aquel que penetra el corazón y sondea las entrañas. Y aun en el supuesto de que quien de tal modo se prepara a la oración no hubiera de reportar ninguna otra utilidad, no sería pequeña ventaja para el alma el permanecer en semejante disposición durante todo el tiempo de la oración. Los que asiduamente se entregan a la oración saben por experiencia hasta qué punto libra delpecado y cómo estimula a la virtud esta frecuente dedicación a la oración.

En efecto, si el recuerdo y la evocación de un hombre cuerdo y sabio nos estimula a imitarlo y muchas veces refrena nuestras malas inclinaciones, ¡cuánto más el recuerdo de Dios, Padre de todos, que implica la oración, no ayudará a quienes abrigan la persuasión de estar delante y hablar con Dios que les está presente y les escucha!



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 13, 6-31

Muerte de Holofernes y acción de gracias

Cuando salieron todos, sin que quedara en la alcoba nadie, ni chico ni grande, Judit, de pie junto al lecho de Holofernes, oró interiormente:

«Señor, Dios todopoderoso, mira ahora benévolo a lo que voy a hacer para exaltación de Jerusalén. Ha llegado el momento de ayudar a tu heredad y de cumplir mi plan, hiriendo al enemigo que se ha levantado contra nosotros».

Avanzó hacia la columna del lecho, que quedaba junto a la cabeza de Holofernes, descolgó el alfanje y, acercándose al lecho, agarró la melena de Holofernes y oró:

—¡Dame fuerza ahora, Señor, Dios de Israel!

Le asestó dos golpes en el cuello con todas sus fuerzas, y le cortó la cabeza.

Luego, haciendo rodar el cuerpo de Holofernes, lo tiró del lecho y arrancó el dosel de las columnas. Poco después salió, entregó a su ama de llaves la cabeza de Holofernes y el ama la metió en la alforja de la comida. Luego salieron las dos juntas para orar como acostumbraban. Atravesaron el campamento, rodearon el barranco, subieron la pendiente de Betulia y llegaron a las puertas de la ciudad.

Judit gritó desde lejos a los centinelas:

«¡Abrid, abrid la puerta! Dios, nuestro Dios, está con nosotros, demostrando todavía su fuerza en Israel y su poder contra el enemigo. ¡Acaba de pasar hoy!»

Cuando los de la ciudad la oyeron, bajaron en seguida hacia la puerta y convocaron a los concejales. Todos fueron corriendo, chicos y grandes. Les parecía increíble que llegara Judit. Abrieron las puertas y las recibieron; luego hicieron una gran hoguera para poder ver, y se arremolinaron en torno a ellas.

Judit les dijo gritando:

«¡Alabad a Dios, alabadlo! Alabad a Dios, que no ha retirado su misericordia de la casa de Israel; que por mi mano ha dado muerte al enemigo esta misma noche».

Y sacando la cabeza guardada en la alforja, la mostró, y dijo:

—Esta es la cabeza de Holofernes, generalísimo del ejército asirio. Este es el dosel bajo el que dormía su borrachera. ¡El Señor lo hirió por mano de una mujer! Vive el Señor que me protegió en mi camino; os juro que mi rostro sedujo a Holofernes para su ruina, pero no me hizo pecar. Mi honor está sin mancha.

Todos se quedaron asombrados, y postrándose en adoración a Dios, dijeron a una voz:

—Bendito eres, Dios nuestro, que has aniquilado hoy a los enemigos de tu pueblo.

Y Ozías dijo a Judit:

«Que el Altísimo te bendiga, hija, más que a todas las mujeres de la tierra. Bendito el Señor, creador de cielo y tierra, que enderezó tu golpe contra la cabeza del general enemigo. Los que recuerden esta hazaña de Dios jamás perderán la confianza que tú inspiras. Que el Señor te engrandezca siempre y te dé prosperidad, porque no dudaste en exponer tu vida, ante la humillación de nuestra raza, sino que vengaste nuestra ruina procediendo con rectitud en presencia de nuestro Dios».

Todos aclamaron:

—¡Así sea, así sea!


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (9-10: PG 11, 442-446)

Sobre la oración pura

Lo que acabamos de decir, hay que demostrarlo con el testimonio de las divinas Escrituras, por este orden: El que ora ha de alzar las manos puras, perdonando a todos las injurias recibidas, rechazando de su alma de tal forma cualquier perturbación, que a nadie guarde resentimiento. Más aún: para que ningún pensamiento extraño distraiga su mente es necesario que durante la oración olvide todo cuanto no dice relación con la oración. ¿Quién podrá dudar de que este estado de ánimo es el mejor, tal como enseña san Pablo en su primera carta a Timoteo, diciendo: Encargo a los hombres que recen en cualquier lugar alzando las manos limpias de ira y divisiones?

En efecto, cuando los ojos de la mente están tan elevados que ya no se fijan en las realidades terrenas ni se recrean en la contemplación de cosas materiales, planean a tales alturas que pueden permitirse despreciar todo lo corruptible y dedicarse exclusivamente al Uno, de modo que no piensan más que en Dios, a quien hablan reverente y humildemente en la seguridad de ser escuchados. ¿Cómo tales ojos no van a progresar enormemente, si con la cara descubierta, reflejan la gloria del Señor y se van transformando en su imagen con resplandor creciente? Ahora bien, ¿cómo es posible que el alma, segregada del cuerpo y elevada en seguimiento del Espíritu, y que no sólo va en pos del Espíritu, sino que es transformada en él, no se convierta en espiritual, depuesta la naturaleza animal?

Y si ya es una gran cosa el olvido de las ofensas, hasta el punto de que en él, como en un compendio, se contiene toda la ley, según lo que dice el profeta Jeremías: No fue ésta la orden que di a vuestros padres cuando los saqué de Egipto, sino que les ordené: Que nadie entre vosotros recuerde allá en su corazón la injuria que recibió de su prójimo; cuando nos acercamos a la oración olvidando las ofensas, observamos el precepto del Salvador, que dice: Cuando estéis de pie orando, perdonad lo que tengáis contra otros; está claro que cuando nos ponemos a orar con tales disposiciones, hemos ya obtenido un magnífico resultado.

Cuanto antecede, lo hemos dicho en la hipótesis de que de la oración no sacáramos ningún otro provecho: sería ya un óptimo resultado si llegáremos a comprender cómo hemos de orar y lo pusiéramos por obra. Es evidente que quien así ora, mientras todavía está hablando, fijos los ojos en el poder del que le escucha, oirá aquello: Aquí estoy, siempre que antes de la oración se haya liberado de toda ansiedad con respecto a la providencia. Es lo que significan aquellas palabras: Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia. Pues quien se contenta con cuanto sucede, está libre de toda atadura y jamás extenderá su mano contra Dios, el cual dispone todo lo que quiere para probamos; más aún, no se le ocurrirá siquiera murmurar allá en lo íntimo de su corazón y menos en un lenguaje audible a los hombres. Parece como si los que no se atreven a maldecir la providencia de viva voz o con toda el alma por las cosas que ocurren, pretendieran ocultar al Señor del universo lo que de mala gana soportan, imitando a los malos siervos, que no se atreven a desobedecer abiertamente las órdenes de sus amos.