DOMINGO DE LA OCTAVA DE PASCUA
DOMINGO II DE PASCUA


PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-17

La vida nueva en Cristo

Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Eso es lo que atrae el castigo de Dios sobre los desobedientes.

Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! No sigáis engañándoos unos a otros.

Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.

Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Y, por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos.

La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, ofreciendo la Acción de gracias a Dios Padre por medio de él.


SEGUNDA LECTURA

De una homilía pascual de un autor antiguo (PG 59, 723-724)

La Pascua espiritual

La Pascua que celebramos es el origen de la salvación de todos los hombres, empezando por el primero de ellos, Adán, que pervive aún en todos los hombres y en nosotros recobra ahora la vida.

Aquellas instituciones temporales que existían al principio para prefigurar la realidad presente eran sólo imagen y prefiguración parcial e imperfecta de lo que ahora aparece; pero una vez presente la realidad, conviene que su imagen se eclipse; del mismo modo que, cuando llega el rey, a nadie se le ocurre venerar su imagen, sin hacer caso de su persona.

En nuestro caso es evidente hasta qué punto la imagen supera la realidad, puesto que aquélla conmemoraba la momentánea preservación de la vida de los primogénitos judíos, mientras que ésta, la realidad, celebra la vida eterna de todos los hombres.

No es gran cosa, en efecto, escapar de la muerte por un cierto tiempo, si poco después hay que morir; sí lo es, en cambio, poderse librar definitivamente de la muerte; y éste es nuestro caso una vez que Cristo, nuestra Pascua, se inmóló por nosotros.

El nombre mismo de esta fiesta indica ya algo muy grande si lo explicamos de acuerdo con su verdadero sentido. Pues Pascua significa «paso», ya que el exterminador aquel que hería a los primogénitos de los egipcios pasaba de largo ante las casas de los hebreos. Y entre nosotros vuelve a pasar de largo el exterminador, porque pasa sin tocarnos, una vez que Cristo nos ha resucitado a la vida eterna.

Y, ¿qué significa, en orden a la realidad, el hecho de que la Pascua y la salvación de los primogénitos tuvieron lugar en el comienzo del año? Es sin duda porque también para nosotros el sacrificio de la verdadera Pascua es el comienzo de la vida eterna.

Pues el año viene a ser como un símbolo de la eternidad, por cuanto con sus estaciones que se repiten sin cesar, va describiendo un círculo que nunca finaliza. Y Cristo, el padre del siglo futuro, la víctima inmolada por nosotros, es quien abolió toda nuestra vida pasada y por el bautismo nos dio una vida nueva, realizando en nosotros como una imagen de su muerte y de su resurreción.

Así, pues, todo aquel que sabe que la Pascua ha sido inmolada por él, sepa también que para él la vida empezó en el momento en que Cristo se inmoló para salvarle. Y Cristo se inmoló por nosotros si confesamos la gracia recibida y reconocemos que la vida nos ha sido devuelta por este sacrificio.

Y quien llegue al conocimiento de esto debe esforzarse en vivir de esta vida nueva y no pensar ya en volver otra vez a la antigua, puesto que la vida antigua ha llegado a su fin. Por ello dice la Escritura: Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo vamos a vivir más en pecado?

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 4, 32-5, 16

La primitiva comunidad cristiana, Ananías y Safira

En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor. Todos eran muy bien vistos. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.

José, a quien los apóstoles apellidaron Bernabé (que significa Consolado), que era levita y natural de Chipre, tenía un campo y lo vendió; llevó el dinero y lo puso a disposición de los apóstoles.

En cambio, un tal Ananías vendió una propiedad de acuerdo con su mujer, Safira, y a sabiendas de ella, retuvo parte del precio y puso el resto a disposición de los apóstoles. Pedro le dijo:

–Ananías, ¿cómo es que Satanás se te ha metido dentro? ¿Por qué has mentido al Espíritu Santo reservándote parte del precio de la finca? ¿No podías tenerla para ti sin venderla? Y si la vendías, ¿no eras dueño de quedarte con el dinero? ¿Cómo se te ha ocurrido hacer eso? No has mentido a los hombres, sino a Dios.

A estas palabras Ananías cayó al suelo y expiró y todos los que se enteraban quedaban sobrecogidos. Fueron los jóvenes, lo amortajaron y lo llevaron a enterrar.

Unas tres horas más tarde llegó la mujer, que ignoraba lo sucedido. Pedro le preguntó:

–Dime, ¿vendisteis la finca por tanto?

Contestó ella:

–Sí, por tanto.

Pedro repuso:

—¿Por qué os pusisteis de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? Mira, los que han enterrado a tu marido están ya pisando el umbral para llevarte a ti.

En el acto cayó a sus pies y expiró. Al entrar los mozos la encontraron muerta; se la llevaron y la enterraron junto a su marido. La comunidad entera quedó espantada y lo mismo todos los que se enteraron.

Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecia el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponían en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudían a Jerusalén, llevando enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 148 (PL 38, 799-800)

No es lícito mentir a Dios

Habéis advertido lo que sucedió a aquellos dos esposos que, habiendo vendido una propiedad, se quedaron con parte del precio del campo, poniendo el resto a disposición de los apóstoles, como si se tratara de la totalidad. Severamente reprendidos, ambos cayeron muertos, el marido y su mujer. Hay quienes consideran excesiva tal severidad: morir dos criaturas humanas por el simple hecho de haber sustraído una cantidad del dinero que, al fin y al cabo, les pertenecía. No lo hizo el Espíritu Santo por avaricia; lo hizo por sancionar una mentira. Habéis, en efecto, escuchado las palabras del bienaventurado Pedro: ¿No podías tenerla para ti sin venderla? Y si la vendías, ¿no eras dueño de quedarte con el dinero? Si no querías vender, ¿quién te obligó a hacerlo? Y si querías hacer donación de la mitad, di que es la mitad. Pero presentar la mitad como si fuera la totalidad, esto es una mentira digna de castigo.

Sin embargo, hermanos, no os parezca la muerte corporal una severa corrección. ¡Y ojalá que la venganza divina no haya excedido los límites de la muerte corporal! ¿Qué de extraordinario les ha ocurrido a unos mortales que un día u otro acabarían por morir? Pero a través de la pena temporal Dios quiso llamarnos a todos al orden. Hemos de creer, en efecto, que, después de esta vida, Dios les otorgó su perdón, ya que su misericordia es infinita.

De esta muerte que a veces Dios manda como castigo, dice en cierto lugar el apóstol Pablo, reprendiendo a los que trataban sin el debido miramiento el cuerpo y la sangre del Señor. Dice así: Esa es la razón de que haya entre vosotros muchos enfermos y achacosos y de que hayan muerto tantos, es decir, todos los necesarios para restablecer el orden. Sobre algunos se abatía la mano del Señor: enfermaban, morían. Y a continuación, añade el Apóstol: Si el Señor nos juzga es para corregirnos, para que no salgamos condenados con el mundo. En consecuencia, ¿qué importa que a aquellos dos esposos les sucediera algo por el estilo? Fueron castigados con el azote de la muerte, para no ser sancionados con un suplicio eterno.

Que vuestra caridad reflexione sobre un solo extremo: si a Dios le desagrada la sustracción del dinero que se le había ofrecido —dinero que, sin embargo, iba destinado al necesario uso del hombre—, ¿cuánto más no se irritará Dios cuando se le consagra la castidad y no se observa la castidad?, ¿o cuando se le consagra la virginidad, y la virginidad es mancillada? Y en estos casos, la ofrenda se hace para servicio exclusivo de Dios y no en beneficio del hombre. Y ¿qué significa lo que acabo de decir: para servicio de Dios? Pues que en los que a él se consagran, Dios establece su morada, los convierte en templos suyos, en los que se complace en habitar. Y no cabe duda de que quiere que su templo se conserve santo.

A una virgen consagrada que se casa podría decírsele lo que dijo Pedro refiriéndose al dinero: ¿No te pertenecía tu propia virginidad? ¿No podías reservártela, antes de consagrarla a Dios? Todas las que esto hicieren, las que esto prometieren y no lo cumplieren, no piensen que serán únicamente castigadas con la muerte temporal, sino que han de ser condenadas al fuego eterno.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 5, 17-42

Los Apóstoles ante el Sanedrín

El sumo sacerdote y los de su partido –la secta de los saduceos–, llenos de envidia, mandaron prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la celda y los sacó fuera, diciéndoles:

—Id al templo y explicadle allí al pueblo íntegramente este modo de vida.

Entonces, ellos entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entretanto el sumo sacerdote con los de su partido, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos israelitas, y mandaron por los presos a la cárcel. Fueron los guardias, pero no los encontraron en la celda, y volvieron a informar.

—Hemos encontrado la cárcel cerrada, con las barras echadas, y a los centinelas guardando las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro.

El comisario del templo y los sumos sacerdotes no atinaban a explicarse qué había pasado con los presos. Uno se presentó, avisando:

—Los hombres que metisteis en la cárcel están ahí en el templo y siguen enseñando al pueblo.

El comisario salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease. Los condujeron a la presencia del Sanedrín, y el sumo sacerdote les interrogó:

—¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén convuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.

Pedro y los apóstoles replicaron:

–Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra del Señor lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.

Esta respuesta los exasperó y decidieron acabar con ellos. Pero un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, respetado por todo el pueblo, se levantó en el Consejo; mandó que sacaran fuera un momento a aquellos hombres y dijo:

–Israelitas, pensad bien lo que vais a hacer con esos hombres. No hace mucho salió un tal Teudas, dándoselas de hombre importante, y se le juntaron unos cuatrocientos hombres. Fue ejecutado, dispersaron a todos sus secuaces, y todo acabó en nada. Más tarde, cuando el censo, salió Judas el Galileo arrrastrando detrás de sí gente del pueblo: también pereció y dispersaron a todos sus secuaces. En el caso presente, mi consejo es éste: No os metáis con esos hombres; soltadlos. Si su idea y su nación son cosa de hombres, se dispersarán; pero si es cosa de Dios, no lograréis dispersarlos, y os expondríais a luchar contra Dios.

Le dieron la razón y llamaron a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús. Ningún día dejaban de enseñar, en el templo y por las casas, anunciando el evangelio de Jesucristo.


SEGUNDA LECTURA

De una antigua homilía pascual de autor desconocido (PG 28, 1080-1082)

El bautismo, un injerto para la inmortalidad

Para que en adelante nadie quedara en los infiernos, allí descendió Cristo en persona. Quien sirviéndose de la carne de que estaba revestido como cebo contra el infierno y derrocando su imperio con el poder de la deidad, en un momento rasgó el antiguo recibo de la ley, para conducir a los hombres al cielo. Al cielo, es decir, a un lugar que desconoce la muerte, el albergue de la incorrupción, obrador de la justicia.

En el marco de estos bienes has sido bautizado tú, recién iluminado; la iniciación se ha convertido para ti, oh recién iluminado, en prenda de resurrección; el bautismo es para ti una garantía de la futura vida en el cielo. Mediante la inmersión en el agua has imitado el sepulcro del Señor, pero de allí has vuelto a emerger, viendo antes que cualquiera otras, las obras de la resurrección. Recibe ahora la realidad misma de los bienes cuyos símbolos contemplaste. Toma como testigo de lo dicho a Pablo, quien se expresa así: Porque, si hemos sido injertados a él en una muerte como la suya, también lo seremos en una resurrección como la suya. Bellamente dice injertados, ya que el bautismo es un injerto para la inmortalidad, plantado en la pila bautismal y que fructifica frutos del cielo. Allí la gracia del Espíritu actúa de manera misteriosa; pero cuídate de minusvalorar el milagro confundiéndolo con las leyes operativas de la naturaleza. El agua tiene un fin utilitario, la gracia en cambio opera la regeneración y, en la pila bautismal, como en el seno materno, da nueva forma al que en ella se sumerge. En el agua, como en una fragua, forja al que a ella desciende. Le obsequia con los misterios de la inmortalidad y le confiere el sello de la resurrección.

La misma túnica bautismal te ofrece, oh recién iluminado, los símbolos de estos prodigios. Contémplate a ti mismo como portador de las imágenes de estos bienes: esa túnica, espléndida y fúlgida, te esboza las señales de la inmortalidad; el paño blanco que, a manera de diadema, ciñe tu cabeza, te predica la libertad; la mano lleva las insignias de la victoria alcanzada sobre el diablo. Pues Cristo te presenta ya resucitado: de momento, por mediode símbolos; en un futuro próximo, en su plena realidad, a condición, claro está, de no manchar con el pecado la túnica de la fe, de no extinguir con nuestras malas acciones la lámpara de la gracia, de conservar la corona del Espíritu. Entonces el Señor, con voz terrible a la vez que placentera para los hombres, clamará desde el cielo: Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. A él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 6, 1-15

Elección de los primeros diáconos:
siete hombres llenos del Espíritu Santo

En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas. Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:

—No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.

La propuesta les pareció bien a todos, y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles, y ellos les impusieron las manos orando.

La Palabra de Dios iba cundiendo y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.

Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Indujeron a unos que asegurasen: «Le hemos oído palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios».

Alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, agarraron a Esteban por sorpresa y lo condujeron al Sanedrín, presentando testigos falsos que decían:

—Este individuo no para de hablar contra el templo y la ley. Le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá el templo y cambiará las tradiciones que recibimos de Moisés.

Todos los miembros del Sanedrín miraron a Esteban, y su rostro les parecía el de un ángel.


SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, De la vida en Cristo (Lib 1: PG 150, 510-511)

Cristo nos ha abierto las puertas de la eternidad

Si la inmolación de aquel cordero pascual lo hubiera perfeccionado todo, ¿de qué hubieran servido los sacrificios posteriores? Porque si los tipos y figuras hubieran aportado la esperada felicidad, habrían evacuado la verdad y la misma realidad. ¿Qué sentido tendría seguir hablando de enemistades canceladas por la muerte de Cristo, de muros quitados de en medio, de la paz y de la justicia que brotarían en los días del Salvador, si ya antes del sacrificio de Cristo los hombres fueran justos y amigos de Dios? Existe además otra razón evidente.

En realidad, lo que entonces nos unía a Dios era la ley; ahora, en cambio, es la fe, la gracia o algo similar. De donde se deduce que entonces la comunión de los hombres con Dios se reducía a una mera servidumbre; ahora en cambio, se trata nada menos que de la adopción filial y de la amistad. Pues es evidente que la ley es cosa de siervos, mientras que la gracia, la fe y la confianza es propia de los amigos y de los hijos. De todo lo cual se sigue que el Salvador es el primogénito de entre los muertos, y que ningún muerto podía revivir para la inmortalidad antes de que él hubiera resucitado. Por idéntica razón, sólo él pudo hacer de guía a los hombres por los caminos de la santidad y de la justicia. Lo corrobora Pablo cuando escribe que Cristo entró por nosotros como precursor más allá de la cortina. Y penetró después de haberse ofrecido al Padre, introduciendo a cuantos quisieren participar de su sepultura. Pero no muriendo ciertamente como él, sino sometiéndose simbólicamente a su muerte en el baño bautismal y que, ungidos, anuncian en la sagrada mesa y toman de modo inefable como alimento al mismo que murió y ha resucitado. Y así introducido por estas puertas, le conduce al reino y a la corona.

En efecto, el que reconcilió, aunó y pacificó el mundo celeste con el terrestre y derribó el muro que los separaba, no puede negarse a sí mismo, según escribe san Pablo. Abiertas para Adán las puertas del Paraíso, era natural que se cerraran al no guardar él lo que guardar debía. Puertas que Cristo abrió por sí mismo, él que no cometió pecado y que ni pecar podía. Su justicia —dice David—dura por siempre. Deben, por lo mismo, permanecer siempre abiertas de par en par para dar acceso a la vida, sin permitir que nadie salga de ella. He venido —dice el Salvador—para que tengan vida. Y la vida que el Señor ha venido a traer es ésta: la participación en su muerte y la comunión en su pasión por medio de estos misterios, sin lo cual no conseguiremos eludir la muerte.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 7, 1-1

Comienza el discurso de Esteban sobre la historia de los Padres

El sumo sacerdote le preguntó: —¿Es verdad eso? Contestó Esteban:

–Padres y hermanos míos, escuchad. El Dios de la gloria se apareció a nuestro Padre Abrahán en Mesopotamia, antes de que fuera a establecerse en Harrán, y le dijo: «Sal de tu tierra y de tu familia y vete a la tierra que te mostraré». Salió Abrahán del país de los caldeos y se estableció en Harrán. Cuando murió su padre, Dios lo trasladó de allí a esta tierra en que vosotros vivís ahora.

No le dio en propiedad ni siquiera un pie de terreno, pero prometió dársela en posesión a él y más tarde a su descendencia, aunque todavía no tenía hijos.

Dios le dijo que su descendencia habitaría en tierra extranjera, y que la esclavizarían y maltratarían por cuatrocientos años; pero añadió: «A la nación que va a esclavizarlos la juzgaré yo –así dijo Dios– y entonces saldrán para darme culto en este lugar». Le dio como alianza la circuncisión; por eso circuncidó a Isaac a los ocho días de nacer. Isaac engendró a Jacob y Jacob a los doce Patriarcas.

Los Patriarcas vendieron a José por envidia, para que se lo llevaran a Egipto; pero Dios estaba con él y lo sacó de todas sus desgracias; además le dio una sabiduría que le ganó el favor del Faraón, rey de Egipto, y éste le nombró gobernador de Egipto y de todas sus posesiones.

Hubo un hambre en Egipto y en Canaán, con tanta escasez, que nuestros padres no encontraban víveres. Al enterarse Jacob de que en Egipto había provisiones, envió allá a nuestros padres; la segunda vez que fueron se dio a conocer José a sus hermanos, y el Faraón se enteró de qué estirpe era José. José mandó llamar a su padre, Jacob, y a toda su parentela, en total setenta y cinco personas. Jacob bajó a Egipto, y allí acabaron su vida él y nuestros padres; los trasladaron a Siquén y los enterraron allí en el sepulcro que había comprado Abrahán con su dinero a los hijos de Hamor.


SEGUNDA LECTURA

San Epifanio de Salamina, Homilía 3 [atribuida] sobre la santa resurrección de Cristo (PG: 43, 466-470)

Misterios antiguos y nuevos

Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría espiritual y gocémonos en él con divino gozo. Para nosotros, en efecto, es ésta la fiesta de las fiestas, la fiesta del mundo entero que celebra, como en única solemnidad, la consagración y la salvación universal. En este día tienen su cumplimiento todo tipo de figuras, sombras y profecías. Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo, es decir, la verdadera Pascua, y el que vive con Cristo, es una criatura nueva, el que vive en Cristo posee una nueva fe, nuevas leyes, es el nuevo pueblo de Dios; el nuevo, sí, no el viejo Israel; nueva es la Pascua, nueva y espiritual es la circuncisión, nuevo e incruento el sacrificio, nuevo y divino el testamento.

Renovaos en el día de hoy, renovaos por dentro con espíritu firme para que os sea dado percibir los misterios de esta nueva y verdadera fiesta y podáis disfrutar a fondo de las delicias celestiales; para que salgáis iluminados e iniciados, no por los de la antigua, sino por los imborrables y siempre vigentes símbolos de la nueva Pascua; para que conozcáis la gran diferencia existente entre nuestros misterios y los del pueblo judío, así como la distancia que media entre la figura y la realidad. Sea, pues, una tal confrontación el punto de partida de esta nuestra reflexión y contemplación sobre el misterio de la Pascua y resurrección de Cristo.

Lo mismo que en el pasado y para la salvación del pueblo, Moisés fue enviado por Dios como legislador desde el sublime monte para bosquejar un avance de ley, así también el que es la verdad misma, legislador, Dios y Señor, fue enviado por Dios, el monte por el monte, desde las montañas celestes para la salvación de nuestro 'pueblo. Moisés lo redimió del Faraón y de los egipcios; Cristo lo liberó del diablo y de la servidumbre de los demonios. Moisés puso paz entre dos de sus hermanos que estaban riñendo; Cristo reconcilió entre sí a sus dos pueblos y unió el cielo con la tierra. En el pasado, la hija del Faraón, al ir a bañarse, encontró a Moisés y lo adoptó; en cambio, la Iglesia de Cristo –que es asimismo su hija–, al descender a las aguas bautismales, recibe a Cristo: pero no como a Moisés rescatado de la cesta de mimbres a la edad de tres meses, sino que, en vez de a Moisés, recibe a Cristo salido del sepulcro al tercer día.

En el pasado, Israel celebró la Pascua en figura y de noche; ahora en cambio, celebramos la Pascua en un día de luz y de esplendor. En el pasado, al declinar el día; ahora al atardecer y en el ocaso de los tiempos. En el pasado, con la sangre se rociaron las jambas y el dintel de las casas; ahora, con la sangre de Cristo, son sellados los corazones de los creyentes. Entonces, de noche se mató el cordero y de noche atravesaron el Mar Rojo; ahora en cambio, disponemos de la salvación y de un mar bautismal espléndido y rojo, que destella con el fulgor del Espíritu; mar sobre el que aletea realmente el Espíritu de Dios; mar en el que se le intuye presente; mar en cuyas aguas fue quebrantada la cabeza del dragón; más aún, la cabeza del príncipe de los dragones, es decir, de los satélites del diablo. Entonces Moisés lavó a los israelitas con un bautismo nocturno, y una nube cubrió al Pueblo; en cambio, al pueblo de Cristo la fuerza del Altísimo lo cubre con su sombra. Entonces, al ser liberado el pueblo, María, la hermana de Moisés, dirigió la danza; ahora, liberado el pueblo de los gentiles, la Iglesia de Cristo celebra festejos con todas sus Iglesias.

Entonces Moisés se acogió a una roca natural; ahora el pueblo se acoge a la roca de la fe. En el pasado, fueron rotas las losas de la ley, lo cual fue indicio de una ley llamada a perecer y a envejecer; ahora, las leyes divinas se mantienen íntegras e invioladas. Entonces, para castigo del pueblo se fabricó un becerro de fundición; ahora, para salvación del pueblo es inmolado el Cordero de Dios. En el pasado, la roca fue golpeada por el bastón; ahora en cambio, una lanza traspasa el costado de Cristo, que es la verdadera roca. Allí, de la roca brotó el agua; aquí, del vivificante costado manó sangre y agua. Ellos recibieron del cielo la carne de codorniz; nosotros hemos recibido de lo alto la paloma del Espíritu Santo. Ellos comieron el maná temporal y murieron; nosotros comemos el pan que da vida eterna.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 7, 17-43

Historia de Moisés en el discurso de Esteban

A medida que se acercaba el cumplimiento de la promesa de Dios a Abrahán, el pueblo crecía y se multiplicaba en Egipto. Pero surgió otro rey de Egipto que no tenía noticia de José, y éste, usando malas artes con nuestra gente, forzó a nuestros padres a abandonar a los recién nacidos para que perdiesen la vida.

Por entonces nació Moisés, el hombre grato a Dios. Se crió tres meses en casa de su padre; cuando lo abandonaron, lo recogió la hija del Faraón y lo hizo criar como hijo suyo. Así aprendió Moisés la sabiduría de los egipcios, y fue elocuente y hombre de acción. Cuando cumplió cuarenta años le vino la idea de visitar a sus hermanos los israelitas. Al ver maltratar a uno, acudió a defenderlo, y vengó al oprimido matando al egipcio. Esperaba que sus hermanos comprendiesen que Dios los iba a salvar por su medio, pero no lo comprendieron. Al día siguiente apareció mientras unos se peleaban y trató de que hicieran las paces, diciéndoles: «Hombres, si sois hermanos, ¿por qué os maltratáis?». Pero el que maltrataba a su hermano lo rechazó diciendo: «¿Quién te ha nombrado jefe y juez nuestro? ¿Quieres matarme a mí como mataste ayer al egipcio?». Al oír esto, Moisés huyó y emigró al país de Madián, donde tuvo dos hijos.

Cuarenta años más tarde, estando en el desierto, en el monte Sinaí, se le apareció un ángel en la llama que abrasaba a una zarza. Moisés quedó sorprendido de lo que veía, y al acercarse para ver mejor oyó la voz del Señor: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob». Moisés se echó a temblar y no se atrevía a mirar. El Señor le dijo: «Quítate las sandalias; la tierra que pisas es santa. He visto lo que sufre mi pueblo en Egipto, he escuchado su gemido y he bajado a librarlos. Ahora ven acá, que te voy a enviar a Egipto».

A aquel mismo Moisés a quien habían rechazado diciéndole: «¿Quién te ha nombrado jefe y juez nuestro?», lo envió Dios como jefe y libertador, por medio del ángel que se le apareció en la zarza. El fue quien los sacó, realizando prodigios y señales en Egipto, en el Mar Rojo y en el desierto durante cuarenta años. Fue Moisés quien dijo a los israelitas: «Dios suscitará entre vuestros hermanos un profeta como yo». En la asamblea del desierto fue él mediador entre el ángel que le hablaba en el monte Sinaí y nuestros padres, y recibió palabras de vida para transmitírnoslas. Pero nuestros padres no quisieron escucharlo, lo rechazaron; quisieron volver a Egipto y dijeron a Aarón: «Haznos dioses que abran la marcha, pues aquel Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué ha sido de él».

Entonces se fabricaron un becerro y ofrecieron sacrificios al ídolo, celebrando fiesta en honor de la obra de sus manos. Dios les volvió la espalda y los entregó al culto de los astros, como dice el libro de los profetas: «Casa de Israel, ¿acaso me ofrecisteis sacrificios y ofrendas en los cuarenta años del desierto? No; transportasteis la tienda de Moloc y el astro de vuestro dios Refán, imágenes que os fabricasteis para adorarlas. Pues yo os deportaré más allá de Babilonia».
 

SEGUNDA LECTURA

Basilio de Seleucia, Homilía en la solemnidad pascual (SC 187, 275-277)

La inefable benignidad de Cristo colmó a su Iglesia
de innumerables dones

Aquella inefable benignidad de Cristo para con nosotros colmó a su Iglesia de innumerables dones. Cristo, magnífico en su sabiduría y poderoso en sus obras, nos rescató de la antigua ceguera de la ley y eximió a nuestra naturaleza del protocolo que nos condenaba con sus cláusulas. En la cruz, triunfó sobre la serpiente, origen de todos los males. Embotó el aguijón de la formidable muerte y renovó con el agua, no con el fuego, a los que se encontraban extenuados por la vetustez del pecado. Franqueó las puertas de la resurrección. A los que estaban excluidos de la ciudadanía de Israel, los convirtió en ciudadanos y familiares de los santos. A los que eran ajenos a las promesas de la alianza, les confió los misterios celestiales. A los que carecían de esperanza, les otorgó a raudales el Espíritu, como prenda de salvación.

A los impíos y sin-Dios de este mundo los convirtió en templos sagrados de la Trinidad. A los que en otro tiempo estaban lejos por la conducta que no por el lugar, por la mentalidad que no por la distancia, por la religión que no por la región, los ha acercado mediante el salutífero leño, abrazando a los que eran dignos de repulsa.

Con razón dijo el profeta: ¿Quién ha oído tal cosa o quién ha visto algo semejante? Misterio éste que llena de estupor a todos los ángeles. Prodigio tal que los poderes supracelestes veneran poseídos de temor. Su trono no ha quedado vacío, y el mundo ha sido rehecho; en otro tiempo fue creado, pero ahora ha sido restaurado. Tú que acabas de ser iluminado por el bautismo, considera, por favor, de qué misterios has sido hecho digno. Reconoce la eficacia. Has sido ya liberado de manos del salteador: no te constituyas nuevamente prisionero. Has renunciado: no vuelvas otra vez, seducido o desilusionado, a la anterior situación. Has suscrito un pacto: mantén con valentía los compromisos adquiridos. Se te ha confiado el talento de tu fe: trata de hacerlo producir intereses. Has celebrado efectivamente unas bodas: no cometas el adulterio de los blasfemos. Has sido inscrito en el catálogo de los hijos: no trates injuriosamente a tu libertador, como si fuera un esclavo. Te has vestido un traje espléndido: luzca esplendorosa tu conciencia. Te despojaste del vestido viejo: no contristes al Espíritu.

En efecto, recomendando ya hace tiempo el profeta este misterio del bautismo y la inmensa gracia del Crucificado, en un célebre oráculo decía con sonora voz: Él se complace en la misericordia. ¿Quién, oh profeta? Aquel que por misericordia se hizo hombre, Cristo. Aquel que, al nacer, no menoscabó la integridad de la Virgen. El mismo volverá y tendrá piedad de nosotros.

Cuando te haya sacado del error, te redimirá y tendrá compasión de ti. En efecto, en la cruz consiguió el triunfo sobre los pecados de todos nosotros, sepultó en las místicas aguas del bautismo nuestras vestiduras de injusticia y arrojó en lo profundo del mar todos nuestros pecados. Piensa en la fuente del santo bautismo y pregona la gracia, pues el bautismo es la suma de todos los bienes, la expiación del mundo, la instauración de la naturaleza, una rectificación acelerada, una medicina siempre a punto, una esponja que limpia las conciencias, un vestido que no envejece con el tiempo, unas entrañas que conciben virginalmente, un sepulcro que devuelve la vida a los sepultados, una sima que engulle los pecados, un elemento que es el mausoleo del diablo, es sello y baluarte de los sellados, fuente que extingue la gehena, invitación a la mesa del Señor, gracia de los misterios antiguos y nuevos vislumbrada ya en Moisés, gloria por los siglos de los siglos. Amén.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 7, 44—8, 3

Conclusión del discurso de Esteban. Su martirio

Nuestros padres tenían en el desierto el tabernáculo de la alianza: Dios había ordenado a Moisés que lo construyera, copiando el modelo que había visto. Nuestros padres se fueron transmitiendo el tabernáculo hasta introducirlo, guiados por Josué, en el territorio de los gentiles, a los que Dios expulsó delante de ellos. Así estuvieron las cosas hasta el tiempo de David, que alcanzó el favor de Dios, y le pidió que le permitiera construir una morada al

Dios de Jacob. Pero fue Salomón el que la construyó. Aunque el Altísimo no habita en edificios construidos por hombres, como dice el profeta: «Mi trono es el cielo, la tierra, el estrado de mis pies. ¿Qué templo podéis construirme —dice el Señor—, o qué lugar para que descanse? ¿No ha hecho mi mano todo esto?».

¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado; recibisteis la ley por mediación de ángeles, y no la habéis observado.

Oyendo sus palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo:

—Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.

Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación:

—Señor Jesús, recibe mi espíritu.

Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito:

—Señor, no les tengas en cuenta este pecado.

Y, con estas palabras, expiró. Saulo aprobaba la ejecución.

Aquel día, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén: todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaria.

Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron gran duelo por él.

Saulo se ensañaba contra la Iglesia: penetraba en las casas y arrastraba a la cárcel a hombres y mujeres.
 

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Exhortación al martirio (41-42: PG 11, 618-619)

Los que son compañeros de Cristo en el sufrir
también lo son en el buen ánimo

Si hemos pasado de la muerte a la vida, al pasar de la infidelidad a la fe, no nos extrañemos de que el mundo nos odie. Pues quien no ha pasado aún de la muerte a la vida, sino que permanece en la muerte, no puede amar a quienes salieron de las tinieblas y han entrado, por así decirlo, en esta mansión de la luz edificada con piedras vivas.

Jesús dio su vida por nosotros; demos también nuestra vida, no digo por él, sino por nosotros mismos y, me atrevería a decirlo, por aquellos que van a sentirse alentados por nuestro martirio.

Nos ha llegado, oh cristiano, el tiempo de gloriarnos. Pues dice la Escritura: Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia, la constancia, virtud probada, la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo; aceptemos, pues, con gran gozo los padecimientos de Cristo, y que se multipliquen en nosotros, si realmente apetecemos un abundante consuelo, como lo obtendrán todos aquellos que lloran. Pero este consuelo seguramente superará a los sufrimientos, ya que, si hubiera una exacta proporción, no estaría escrito: Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, rebosa en proporción nuestro ánimo.

Los que se hacen solidarios de Cristo en sus padecimientos participarán también, de acuerdo con su grado de participación, en sus consuelos. Tal es el pensamiento de Pablo, que afirma con toda confianza: Si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo.

Dice también Dios por el Profeta: En el tiempo de gracia te he respondido, en el día de salvación te he auxiliado. ¿Qué tiempo puede ofrecerse más aceptable que el momento en el que, por nuestra fe en Dios por Cristo, somos escoltados solemnemente al martirio, pero como triunfadores, no como vencidos?

Los mártires de Cristo, con su poder, derrotan a los principados y potestades y triunfan sobre ellos, para que, al ser solidarios de sus sufrimientos, tengan también parte en lo que él consiguió por medio de su fortaleza en los sufrimientos.

Por tanto, el día de salvación no es otro que aquel en que de este modo salís de este mundo.

Pero, os lo ruego: Para no poner en ridículo nuestro ministerio, nunca deis a nadie motivo de escándalo; al contrario, continuamente dad prueba de que sois ministros de Dios con lo mucho que pasáis, diciendo: Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? Tú eres mi confianza.