DOMINGO V DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 12, 1-15

Humildad y grandeza de Moisés

María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado por esposa. Dijeron:

–¿Ha hablado el Señor sólo a Moisés? ¿No nos ha hablado también a nosotros?

El Señor lo oyó.

Moisés era el hombre de más aguante del mundo. El Señor habló de repente a Moisés, Aarón y María:

–Salid los tres hacia la tienda del encuentro.

Y los tres salieron.

El Señor bajó en la columna de nube y se colocó a la entrada de la tienda y llamó a Aarón y María. Ellos se adelantaron y el Señor les dijo:

–Escuchad mis palabras: Cuando hay entre vosotros un profeta del Señor, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños; no así a mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. A él le hablo cara a cara; en presencia y no por enigmas contempla la figura del Señor. ¿Cómo os habéis atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?

La ira del Señor se encendió contra ellos, y el Señor se marchó.

Al apartarse la nube de la tienda, María tenía toda la piel descolorida, como nieve. Aarón se volvió y la vio con toda la piel descolorida.

Entonces Aarón dijo a Moisés:

–Perdón, Señor. No nos exijas cuentas del pecado que hemos cometido insensatamente. No le dejes a María como un aborto que sale del vientre con la mitad de la carne comida.

Moisés suplicó al Señor:

–Por favor, cúrala

El Señor respondió:

—Si su padre le hubiera escupido a la cara, había quedado infamada siete días. Confinadla siete días fuera del campamento y al séptimo día se incorporará de nuevo.

La confinaron siete días fuera del campamento, y el pueblo no se puso en marcha hasta que María se incorporó a ellos.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Homilía 7 sobre el libro de los Números (1-2: Ed. GCS t. 8, 37 40: SC 29, 133-136)

Por la penitencia, nos purificamos de la impureza de
nuestra lepra

Dice el Apóstol: Todo esto les sucedía como un ejemplo: y fue escrito para escarmiento nuestro. Me pregunto qué lección sacar del texto que se nos ha leído. Aarón y María murmuraron contra Moisés, por lo cual fueron castigados; María fue incluso herida de lepra. Este castigo reviste una importancia tal, que durante la semana que duró la lepra de María, el pueblo de Dios no prosiguió su marcha hacia la tierra prometida y no se desplazó la tienda del encuentro.

La primera lección que yo saco de este episodio —útil y necesaria lección—, es que no debo calumniar a mi hermano ni hablar mal de mi prójimo ni abrir la boca para criticar, no digo ya a los santos, pero es que a ninguno, viendo la magnitud de la indignación de Dios y la gravedad del castigo infligido.

Éstos, pues, por haber murmurado contra Moisés, tienen la lepra en el alma, son leprosos en «el hombre interior», por cuya razón son excluidos del campamento de la Iglesia de Dios. Así pues, los herejes que critican a Moisés o los miembros de la Iglesia que hablan mal de sus hermanos o murmuran contra su prójimo, todos cuantos están tocados de semejante vicio, tienen indudablemente un alma leprosa.

Gracias a la intercesión del gran sacerdote Aarón, María sanó al séptimo día; nosotros, en cambio, si a causa del vicio de la detracción, contraemos la lepra del alma, permaneceremos leprosos e inmundos hasta el fin de la semana de este mundo, es decir, hasta el momento de la resurrección. A menos que, mientras es posible la penitencia, nos corrijamos y, retornados al Señor Jesús y humillándonos en su presencia, nos purifiquemos mediante la penitencia de la impureza de nuestra lepra.

Pero escucha a continuación la alabanza que el Espíritu Santo hace de Moisés: El Señor -dice- bajó en la columna de nube y se colocó a la entrada de la tienda, y llamó a Aarón y María. Ellos se adelantaron y el Señor les dijo:

-Escuchad mis palabras: Cuando hay entre vosotros un profeta del Señor, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños; no así a mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. A él le hablo cara a cara; en presencia y no por enigmas contempla la figura del Señor. ¿Cómo os habéis atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?

La ira del Señor se encendió contra ellos, y el Señor se marchó.

Al apartarse la nube de la tienda, María tenía toda la piel descolorida como nieve.

¡Ved de qué castigo se hicieron acreedores los detractores y qué elogios se granjeó aquel a quien ellos criticaban! Ellos la vergüenza, él el honor; ellos la lepra, él la gloria; ellos el oprobio, él la magnificencia.

Por eso, el Apóstol, explicando el significado de las figuras y de los símbolos, dice: Nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo.

Ves cómo Pablo interpreta los símbolos de la ley y nos descubre su sentido, explicando además cómo la roca que seguía a Moisés era una imagen. Pues la roca era Cristo. Ahora Dios habla cara a cara por medio de la ley. Antiguamente el bautismo estaba simbolizado en la nube y en el mar; ahora, la regeneración se opera en realidad, en el agua y en el Espíritu Santo. Entonces y en símbolo, el manjar era el maná; ahora y en realidad, la carne de Cristo es el verdadero alimento, como él mismo dice: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 12,16—13, 3.17-33

Son enviados los exploradores a Canaán

En aquellos días, el pueblo marchó de Haserot y acampó en el desierto de Farán.

El Señor dijo a Moisés:

«Envía gente a explorar el país de Canaán, que yo voy a entregar a los israelitas: envía uno de cada tribu, y que todos sean jefes».

Moisés los envió desde el desierto de Farán, según la orden del Señor, todos eran jefes de los israelitas. Moisés los envió a explorar el país de Canaán, diciéndoles:

«Subid por este desierto hasta llegar a la montaña. Observad cómo es el país; y sus habitantes, si son fuertes o débiles, escasos o numerosos; y cómo es la tierra, buena o mala; cómo son las ciudades que habitan, de tiendas o amuralladas; y cómo es la tierra, fértil o estéril, con árboles o sin ellos. Sed valientes y traednos frutos del país».

Era la estación en que maduran las primeras uvas. Subieron ellos y exploraron el país, desde Sin hasta Rejob, junto a la entrada de Jamat. Subieron por el desierto y llegaron hasta Hebrón, donde vivían Ajimán, Sesay y Tolmay, hijos de Anac. Hebrón había sido fundada siete años antes que Soán de Egipto. Llegados a Torrente del Racimo, cortaron un ramo con un solo racimo de uvas, lo colgaron en una vara y lo llevaron entre dos. También cortaron granadas e higos. Ese lugar se llama Torrente del Racimo, por el racimo que cortaron allí los israelitas.

Al cabo de cuarenta días volvieron de explorar el país; y se presentaron a Moisés, a Aarón y a toda la comunidad israelita, en el desierto de Farán, en Cadés. Presentaron su informe a toda la comunidad y les enseñaron los frutos del país. Y les contaron:

«Hemos entrado en el país adonde nos enviaste; es una tierra que mana leche y miel; aquí tenéis sus frutos. Pero el pueblo que habita el país es poderoso, tienen grandes ciudades fortificadas (hemos visto allí hijos de Anac). Amalec vive en la región del desierto, los hititas, jebuseos y amorreos viven en la montaña, los cananeos junto al mar y junto al Jordán».

Caleb hizo callar al pueblo ante Moisés y dijo: «Tenemos que subir y apoderarnos de esa tierra, porque podemos con ella».

Pero los que habían subido con él replicaron:

«No podemos atacar al pueblo, porque es más fuerte que nosotros».

Y desacreditaban la tierra que habían explorado delante de los israelitas:

«La tierra que hemos cruzado y explorado es una tierra que devora a sus habitantes; el pueblo que hemos visto en ella es de gran estatura. Hemos visto allí gigantes, hijos de Anac: parecíamos saltamontes a su lado, y así nos veían ellos».


SEGUNDA LECTURA

De la Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II (Núm 9).

La Iglesia, sacramento visible de la unidad

Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Todos me conocerán, desde el pequeño al grande –oráculo del Señor–. Alianzanueva que estableció Cristo, es decir, el nuevo Testamento en su sangre, convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles, que se congregara en unidad, no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera el nuevo pueblo de Dios.

Pues los que creen en Cristo, renacidos de germen no corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios vivo, no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo, son hechos por fin una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, que antes era «no pueblo», y ahora es «pueblo de Dios».

Este pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, y ahora, después de haber conseguido un nombre que está sobre todo nombre, reina gloriosamente en los cielos.

Este pueblo tiene como propia condición la dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo.

Tiene por ley el mandato de amar como el mismo Cristo nos amó. Tiene, por último, como fin, la dilatación del reino de Dios, iniciado por el mismo Dios en la tierra, hasta que sea consumado por él mismo al fin de los tiempos, cuando se manifieste Cristo, nuestra vida, y la creación misma se vea liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Este pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no abarque a todos los hombres, y no raras veces aparezca como una pequeña grey, es, sin embargo, el germen más firme de unidad, de esperanza y de salvación para todo el géneró humano.

Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por él como instrumento de la redención universal, y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra.

Y así como al pueblo de Israel según la carne, peregrino en el desierto, se le llama ya Iglesia, así al nuevo Israel, que va avanzando en este mundo hacia la ciudad futura y permanente, se le llama también Iglesia de Cristo, porque proveyó de medios aptos para una unión visible y social. La congregación de todos los creyentes, que miran a Jesús como autor de la salvación y principio de la unidad y de la paz, es la Iglesia convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de esta unidad salutífera para todos y cada uno.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 14, 1-25

Murmuración del pueblo e intercesión de Moisés

En aquellos días, toda la comunidad empezó a dar gritos, y el pueblo lloró toda la noche. Los israelitas murmuraban contra Moisés y Aarón, y toda la comunidad les decía:

«¡Ojalá muriéramos en Egipto o en este desierto, ojalá muriéramos! ¿Por qué nos ha traído el Señor a esta tierra, para que caigamos a espada, y nuestras mujeres e hijos caigan cautivos? ¿No es mejor volvernos a Egipto?».

Y se decían unos a otros:

«Nombraremos un jefe y volveremos a Egipto».

Moisés y Aarón se echaron rostro en tierra ante toda la comunidad israelita. Josué, hijo de Nun, y Caleb, hijo de Jefoné, dos de los exploradores, se rasgaron los vestidos y dijeron a la comunidad israelita:

«La tierra que hemos recorrido en exploración es una tierra excelente. Si el Señor nos aprecia, nos hará entrar en ella y nos la dará: es una tierra que mana leche y miel. Pero no os rebeléis contra el Señor ni temáis al pueblo del país, pues nos los comeremos. Su sombra protectora se ha apartado de ellos, mientras que el Señor está con nosotros; ¡no temáis!».

Pero la comunidad entera hablaba de apedrearlos, cuando la gloria del Señor apareció en la tienda del encuentro ante todos los israelitas. El Señor dijo a Moisés:

«¿Hasta cuándo me rechazará este pueblo?, ¿hasta cuándo no me creerán, con todos los signos que he hecho entre ellos? Voy a herirlo de peste y a desheredarlo. De ti sacaré un pueblo grande, más numeroso que ellos».

Moisés replicó al Señor:

«Se enterarán los egipcios, pues de en medio de ellos sacaste tú a este pueblo con tu fuerza, y se lo dirán a los habitantes de esta tierra. Han oído que tú, Señor, estás en medio de este pueblo, que tú, Señor, te dejas ver cara a cara, tu nube está sobre ellos, y tú caminas delante en columna de nube, de día, y en columna de fuego, de noche. Si ahora das muerte a este pueblo como a un solo hombre, oirán la noticia las naciones y dirán: "El Señor no ha podido llevar a este pueblo a la tierra que les había prometido, por eso los ha matado en el desierto". Por tanto, muestra tu gran fuerza, como lo has prometido. Señor, lento a la cólera y rico en piedad, que perdonas la culpa y el delito, pero no dejas impune, que castigas la culpa de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, perdona la culpa de este pueblo, por tu gran piedad, pues lo has traído desde Egipto hasta aquí».

El Señor respondió:

«Perdono, como me lo pides. Pero, ¡por mi vida y por la gloria del Señor que llena la tierra!, todos los hombres que vieron mi gloria y los signos que hice en Egipto y en el desierto, y me han puesto a prueba ya van diez veces, y no han escuchado mi voz, no verán la tierra que prometí a sus padres; y los que me han rechazado tampoco la verán. Pero a mi siervo Caleb, que tiene otro espíritu y me fue enteramente fiel, lo haré entrar en la tierra que ha visitado, y sus descendientes la poseerán. (Amalecitas y cananeos habitan en el valle». Mañana os dirigiréis al desierto, camino del mar Rojo».


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (4, 10 11: PG 14, 997-999)

Cristo, al tiempo de su pasión, no rehusó morir
por los impíos y los injustos

Cuando nosotros estábamos todavía sin fuerza, Cristo en el tiempo fijado, murió por los impíos —difícilmente se encuentra uno que quiera morir por un justo; puede ser que esté dispuesto a morir por un hombre bueno—. Deseando Pablo exponer más ampliamente las cualidades del amor que —como nos había dicho— ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo, explica los motivos por los que debemos comprender esto, advirtiéndonos que Cristo no murió por los píos, sino por los impíos. En realidad, antes de convertirnos a Dios, éramos impíos y, ciertamente, Cristo aceptó por nosotros la muerte antes de que abrazáramos la fe. Lo que indudablemente no hubiera hecho de no abrigar hacia nosotros una grande e infinita caridad: y eso tanto nuestro Señor Jesucristo en persona muriendo por los impíos, como Dios Padre entregando a su Unigénito para redención de los impíos.

Si difícilmente se encuentra uno que quiera morir por un justo y cualquiera de nosotros dudaría en aceptar la muerte aun cuando el motivo de la misma fuera justo, ¡qué grande es Cristo y cuán inmensa no ha de ser su caridad para con nosotros, él que, al tiempo de su pasión, no rehusó morir por los impíos y los injustos! Esta es la prueba irrecusable de su bondad realmente infinita.

A buen seguro que si no procediera de aquella divina esencia y no fuera Hijo de tal Padre, del que se dijo: No hay nadie bueno más que uno: Dios Padre, no hubiera podido derrochar tal caudal de bondad para con nosotros. Y puesto que de una semejante prueba de amor se deduce que precisamente él es ese único bueno, quizá haya alguien dispuesto a morir por este bueno.

Pues desde el momento en que uno se dé cuenta del caudal de bondad con que Cristo le ha enriquecido y de la caridad que ha derramado en su corazón, no sólo deseará morir por este bueno, sino que querrá morir heroicamente. Es lo que sucede de hecho con harta frecuencia, cuando aquellos en cuyos corazones la caridad de Crissto se ha derramado con largueza, se ofrecen a sus perseguidores espontáneamente y con toda valentía, para confesar el nombre de Cristo en presencia de todo el mundo, ángeles y hombres, de modo que están dispuestos a padecer no sólo ultrajes por su nombre, sino a sufrir la muerte por este bueno, muerte que difícilmente uno acepta por un justo. Pues es tan grande el amor de la vida presente que, aun cuando la muerte acaeciere por razones justas, difícilmente se encuentra quien la acepte con resignación. Sólo la muerte que se acepta por Dios, se la acepta con heroísmo; cualquier otra muerte apenas si se la tolera aunque sea justa o sea tributo de la simple condición humana.

Pero la prueba del amor que Dios nos tiene nos la ha dado en esto: Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. Y ya que ahora estamos justificados por su sangre, con más razón seremos salvados por él de la cólera. Habiendo dicho el Apóstol que Cristo, en el tiempo fijado, murió por los impíos, ahora quiere demostrar la inmensidad de la caridad de Dios para con los hombres con este razonamiento: si el amor de Dios para con los impíos y pecadores fue tan grande que por su salvación les entregó a su Hijo único, ¿cuánto más amplia y abundante no lo será para con los convertidos, para con los que —como él mismo dice— han sido comprados y redimidos por su sangre?



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 16,1-11.16-35

Motín de Córaj, Datán y Abirán

Córaj, hijo de Yishar, hijo de Quehat, levita; Datán y Abirán, hijos de Eliab, y On, hijo de Pélet, rubenitas, se rebelaron contra Moisés, y con ellos doscientos cincuenta hombres, jefes de la asamblea, escogidos para su cargo y de buena reputación. Se amotinaron contra Moisés y Aarón, diciendo:

—Ya está bien. Toda la comunidad es sagrada y en medio de ella está el Señor, ¿por qué os ponéis encima de la asamblea del Señor?

Moisés al oírlo, se echó por tierra y dijo a Córaj y a sus secuaces:

—Mañana hará saber el Señor quién le pertenece: al consagrado lo hará acercarse, al escogido lo hará acercarse. Haced, pues, lo siguiente: Córaj y todos sus secuaces, coged los incensarios, poned en ellos fuego y echad incienso mañana. El hombre que el Señor escoja le está consagrado. Ya está bien, levitas.

Moisés dijo a Córaj:

—Escuchadme, levitas: ¿todavía os parece poco? El Dios de Israel os ha apartado de la asamblea de Israel para que estéis cerca de él, prestéis servicio en su templo y estéis a disposición de la asamblea para servirle. A ti y a tus hermanos levitas se os ha acercado. ¿Por qué reclamáis también el sacerdocio? Tú y tus secuaces os habéis rebelado contra el Señor, pues ¿quién es Aarón para que protestéis contra él?

Después dijo a Córaj:

—Mañana, tú y tus secuaces os presentaréis al Señor, y también Aarón con ellos. Que cada uno coja su incensario, eche incienso y lo ofrezca al Señor. Cada uno de los doscientos cincuenta su incensario, y tú y Aarón el vuestro.

Cogió, pues, cada uno su incensario, puso fuego, echó incienso y se colocaron a la entrada de la tienda del encuentro con Moisés y Aarón. También Córaj reunió a sus secuaces a la entrada de la tienda del encuentro.

La gloria del Señor se mostró a todos los reunidos, y el Señor dijo a Moisés y a Aarón:

—Apartaos de ese grupo, que los voy a consumir al instante.

Ellos cayeron rostro a tierra y oraron: «Dios, Dios de los espíritus de todos los vivientes, uno solo ha pecado, ¿y vas a irritarte contra todos?»

El Señor respondió a Moisés:

—Di a la gente que se aparte de las tiendas de Córaj: Datán y Abirán.

Moisés se levantó y se dirigió a donde estaban Datán y Abirán, y le siguieron las autoridades de Israel, y dijo a la asamblea:

—Apartaos de las tiendas de estos hombres culpables y no toquéis nada de lo suyo para no comprometeros con sus pecados.

Ellos se apartaron de las tiendas de Córaj, Datán y Abirán, mientras Datán y Abirán, con sus mujeres, hijos y niños, salieron a esperar a la entrada de la tienda.

Dijo entonces Moisés:

—En esto conoceréis que es el Señor quien me ha enviado a actuar así y que no obro por cuenta propia. Si ésos mueren de muerte natural, según el destino de todos los hombres, es que el Señor no me ha enviado; pero si el Señor hace un milagro, si la tierra se abre y se los traga con los suyos, y bajan vivos al abismo, entonces sabréis que estos hombres han despreciado al Señor.

Apenas había terminado de hablar, cuando el suelo se resquebrajó debajo de ellos, la tierra abrió la boca y se los tragó con todas sus familias, y también a la gente de Córaj con sus posesiones. Ellos con todos los suyos bajaron vivos al abismo; la tierra los cubrió y desaparecieron de la asamblea.

Al ruido, todo Israel, que estaba alrededor, echó a correr, pensando que los tragaba la tierra. Y el Señor hizo estallar un fuego que consumió a los doscientos cincuenta hombres que habían llevado el incienso.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Sobre la adoración en espíritu y en verdad (Lib 9: PG 68, 587-589)

Hemos de adorar en espíritu y en verdad

Existen magníficos ejemplos de caridad, tanto de la caridad para con Dios como de la que tiene al prójimo como objetivo, y en estos dos preceptos radica el cumplimiento de la ley. Y todo el que llegue a este grado de gloria, será ilustre y digno de admiración y se le tendrá por uno de los más fieles siervos de Dios, cuando Cristo proclame en alta voz: Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu Señor.

Entrará, pues, y entrará inmediatamente en aquella celestial Jerusalén, habitará en aquellas mansiones celestiales y disfrutará de unos bienes que superan nuestra capacidad de comprensión y de expresión. Algo de esto insinúa el profeta Isaías cuando dice: Tus ojos verán a Jerusalén, morada tranquila, tienda estable, cuyas estacas no se arrancarán, cuyas cuerdas no se soltarán; porque –como dicen las Escrituras– la representación de este mundo se termina; en cambio, aquella esperanza de los bienes futuros es firmísima e inconmovible.

Ahora bien, cuando se disuelvan las cosas presentes, conviene que se nos encuentre santos e inmaculados en su presencia, venerándole con hostias espirituales como Salvador y Redentor y observando una conducta santa, intachable y conforme a los preceptos evangélicos. Este venerable género de vida, digno de toda admiración, se lo bosquejó ya la ley a aquellos hombres primitivos, cuando ordenó sacrificar animales y presentar oblaciones cruentas; les mandó además consagrar a Dios las décimas y las primicias, y finalmente, les prescribió la presentación de ofrendas de acción de gracias por los beneficios recibidos. Pero estableció que todo esto no se hiciera fuera del tabernáculo.

Además, la ley consagró a Dios a la selecta estirpe de los levitas, con lo cual nos dio una figura que nos concernía: pues en las sagradas Escrituras se nos llama raza elegida sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad, a nosotros que por añadidura entramos en un tabernáculo más verdadero, construido por Dios y no por el hombre, es decir, en la Iglesia. Y no para agradar al Creador de todas las cosas con becerros y machos cabríos, sino porque, adornados con una fe recta e inmaculada,quemamos víctimas espirituales en olor de suavidad, con una comprensión mucho más profunda. Esos son los sacrificios que agradan a Dios; y los que lo adoran –como dijo nuestro Salvador– deben adorarlo en espíritu y en verdad.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 20, 1-13; 21, 4-9

El agua de Meribá y la serpiente de bronce

En aquellos días, la comunidad entera de los israelitas llegó al desierto de Sin el mes primero, y el pueblo se instaló en Cadés. Allí murió María y allí la enterraron. Faltó agua al pueblo, y se amotinaron contra Moisés y Aarón. El pueblo riñó con Moisés, diciendo:

«¡Ojalá hubiéramos muerto como nuestros hermanos, delante del Señor! ¿Por qué has traído a la comunidad del Señor a este desierto, para que muramos en él, nosotros y nuestras bestias? ¿Por qué nos has sacado de Egipto para traernos a este sitio horrible, que no tiene grano ni higueras ni granados ni agua para beber?».

Moisés y Aarón se apartaron de la comunidad y se dirigieron a la tienda del encuentro, y, delante de ella, se echaron rostro en tierra. La gloria del Señor se les apareció, y el Señor dijo a Moisés:

«Coge el bastón, reúne la asamblea, tú con tu hermano Aarón, y, en presencia de ellos, ordenad a la roca que dé agua. Sacarás agua de la roca para darles de beber a ellos y a sus bestias».

Moisés retiró la vara de la presencia del Señor, como se lo mandaba; ayudado de Aarón, reunió la asamblea delante de la roca, y les dijo:

«Escuchad, rebeldes: ¿Creéis que podemos sacaros agua de esta roca?».

Moisés alzó la mano y golpeó la roca con el bastón dos veces, y brotó agua tan abundantemente que bebió toda la gente y las bestias. El Señor dijo a Moisés y a Aarón:

«Por no haberme creído, por no haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no haréis entrar a esta comunidad en la tierra que les voy a dar».

(Esta es la fuente de Meribá, donde los israelitas disputaron con el Señor, y él les mostró su santidad).

Desde el monte Hor se encaminaron hacia el mar Rojo, rodeando el territorio de Edom. El pueblo estaba extenuado del camino, y habló contra Dios y contra Moisés:

«¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin cuerpo».

El Señor envió contra el pueblo serpientes venen osas, que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo:

«Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes».

Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió:

«Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: Los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla».

Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.


SEGUNDA LECTURA

Dídimo de Alejandría, Tratado sobre la santísima Trinidad (Lib 2, 13-14: PG 39, 691-698)

El misterio del agua

La piscina es la oficina de la Trinidad para la salvación de todos los hombres fieles, y a los que en ella se lavan, los cura de la mordedura de la serpiente y, permaneciendo virgen, se convierte en madre de todos por obra del Espíritu Santo.

En ella, en efecto, recibimos la distribución de todos los carismas; en ella se refrendan y se suscriben las gracias del paraíso celestial; en ella, el que creó nuestra alma la toma por esposa, conforme al dicho de Pablo: Quise desposaros con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen fiel. Pero, ¿por qué no mencionar –siquiera brevemente– lo que de más grande y sublime hay en ella? Aquel a quien los ángeles en el cielo no osan llamar padre, nosotros aprendemos a llamarlo así en la tierra sin temor alguno Esto es lo que canta el Salmista en el salmo 26: Mi padre y mi madre me abandonaron, que es como si dijera: pues Adán y Eva no mantuvieron la inmortalidad. Pero el Señor me recoge, que es como si dijera: Me ha dado a la piscina por madre y al Altísimo por padre y por hermano al Salvador, que por nosotros fue bautizado. Ahora efectivamente estoy de veras regenerado y salvado, pues ya no oigo: Llorad al muerto, porque se ha extinguido la luz, sino aquella voz tan deseada: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré, ungiendo, lavando, vistiendo a cada uno inseparablemente con toda mi persona, y alimentando con mi cuerpo y mi sangre.

Pero es llegado el momento de recoger una parte de los testimonios de la Escritura, procedentes del antiguo Testamento, y relativos al Espíritu de Dios y al bautismo de la inmortalidad: en la medida de lo posible, lo pondré por escrito.

Conociendo desde siempre la indivisa e inefable Trinidad, la debilidad y fragilidad del género humano, al producir de la nada el húmedo elemento, dispuso el remedio para los hombres y la salud que habría de obtenerse a través del agua Por eso consta que el Espíritu Santo, cuando se cernía sobre las aguas, en el mismo momento las santificó, y les comunicó una fuerza vital y las fecundó.

Esto queda suficientemente demostrado por el hecho de que, al bautizarse el Señor, apareció el Espíritu Santo sobre las aguas del Jordán y se posó sobre él. Apareció en aquella ocasión en forma de paloma, por ser éste un animal simple. Por eso dice el Señor: Sed sencillos como palomas.

También el diluvio, que purificó el mundo de su inveterada perversión, preanunciaba en cierto modo, de manera mística y velada, la expiación de los pecados que había de operarse a través de la piscina sagrada. Y la misma arca, que salvó a los que en ella entraron, era imagen de la venerable Iglesia y de la feliz esperanza que en ella tiene su origen. Y la paloma, que trajo al arca una hoja de olivo y anunció que la tierra estaba ya seca, significaba la venida del Espíritu Santo y la reconciliación con el cielo; pues el olivo es símbolo de la paz.

Igualmente el Mar Rojo, que acogió a los israelitas que no vacilaron ni dudaron, y los liberó de los males que, en Egipto, les esperaban de parte del Faraón y de su ejército —y, en consecuencia, toda la historia de su huida de Egipto—, era un símbolo de la salvación que nosotros conseguimos en el bautismo.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 22, 1-8a.20-35

Balaán se dispone a maldecir a Israel

Los israelitas siguieron adelante y acamparon en la estepa de Moab, al otro lado del Jordán, frente a Jericó. Balac, hijo de Sipor, vio cómo había tratado Israel a los amorreos, y Moab tuvo miedo de aquel pueblo tan numeroso; Moab tembló ante los israelitas. Y dijo a los senadores de Madián:

—Esa horda va a apacentarse en nuestra comarca como un buey que pace la hierba de la pradera.

Balac, hijo de Sipor, era entonces rey de Moab. Y despachó correos a Balaán, hijo de Beor, que habitaba en Petor, junto al Éufrates, en tierra de amonitas, para que lo llamaran, diciéndole:

—Ha salido de Egipto un pueblo que cubre la superficie de la tierra, y se ha establecido frente a nosotros. Ven, por favor, a maldecirme a ese pueblo, que me excede en número, a ver si logro derrotarlo y expulsarlo de la región. Pues sé que el que tú bendices queda bendecido y el que tú maldices queda maldecido.

Los senadores de Moab y de Madián fueron con el precio del conjuro a donde estaba Balaán y le transmitieron el mensaje de Balac. El les dijo:

—Dormid esta noche aquí y os comunicaré lo que el Señor me diga.

Dios vino de noche a donde estaba Balaán y le dijo:

—Ya que esos hombres han venido a llamarte, levántate y vete con ellos; pero harás lo que yo te diga.

Balaán se levantó de mañana, aparejó la borrica y se fue con los jefes de Moab. Al verlo ir, se encendió la ira de Dios, y el ángel del Señor se plantó en el camino haciéndole frente. El iba montado en la borrica, acompañado de los criados. La borrica, al ver al ángel del Señor plantado en el camino, con la espada desenvainada en la mano, se desvió del camino y tiró por el campo. Pero Balaán le dio de palos para volverla al camino.

El ángel del Señor se colocó en un paso estrecho, entre viñas, con dos cercas a ambos lados. La borrica, al ver al ángel del Señor, se arrimó a la cerca, pillándole la pierna a Balaán contra la tapia. El la volvió a golpear.

El ángel del Señor se adelantó y se colocó en un paso angosto, que no permitía desviarse ni a la derecha ni a la izquierda. Al ver la borrica al ángel del Señor, se tumbó debajo de Balaán. El enfurecido, se puso a golpearla.

El Señor abrió la boca de la borrica y ésta dijo a Balaán:

—¿Qué te he hecho para que me apalees por tercera vez?

Contestó Balaán:

–Que te burlas de mí. Si tuviera a mano un puñal, ahora mismo te mataría.

Dijo la borrica:

—¿No soy yo tu borrica, en la que montas desde hace tiempo? ¿Me solía portar contigo así?

Contestó él:

–No.

Entonces el Señor abrió los ojos de Balaán, y éste vio al ángel del Señor plantado en el camino con la espada desenvainada en la mano, e inclinándose se postró rostro en tierra.

El ángel del Señor le dijo:

—¿Por qué golpeas a tu burra por tercera vez? Yo he salido a hacerte frente, porque sigues un mal camino. La borrica me vio y se apartó de mí tres veces. Si no se hubiera apartado, ya te habría matado yo a ti, dejándola viva a ella.

Balaán respondió al ángel del Señor:

—He pecado, porque no sabía que estabas en el camino, frente a mí. Pero ahora, si te parece mal mi viaje, me vuelvo a casa.

El ángel del Señor respondió a Balaán :

—Vete con esos hombres; pero dirás únicamente lo que yo te diga.

Y Balaán prosiguió con los ministros de Balac.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Catequesis para adultos (31-32. 33.39: PL 40, 333.334.338)

Por nosotros los hombres, envió Dios a su único Hijo,
para ser muerto por nosotros y para nosotros

Desde el comienzo del género humano hasta el fin del mundo seguirán existiendo dos ciudades, que ahora se hallan físicamente mezcladas, si bien separadas en sus aspiraciones: la ciudad de los inicuos y la ciudad de los santos, dos ciudades que en el día del juicio serán incluso corporalmente separadas.

Todos los hombres y todos los espíritus que humildemente buscan la gloria de Dios y no la propia, y siguen a Dios por el camino de la piedad, pertenecen a una misma sociedad. Sin embargo, el Dios lleno de misericordia se muestra paciente incluso con los hombres impíos y les da un plazo para que se arrepientan y corrijan. Pues si es verdad que borró a todos mediante el diluvio, a excepción de un único justo con su familia, a quien quiso salvar en el arca, es porque sabía que los demás no tenían voluntad de corregirse. No obstante, durante los cien años que duró la construcción del arca, se les predicaba el inminente castigo que se iba a abatir sobre ellos; y si se hubiesen convertido a Dios, Dios les hubiera perdonado, como más tarde perdonó a la ciudad de Nínive que hizo penitencia. Con el sacramento del diluvio —del que los justos fueron liberados por el leño del arca— se preanunciaba la futura Iglesia, a la que Cristo, su rey y su Dios, libró del naufragio a este mundo mediante el misterio de su cruz. Pues no ignoraba Dios que incluso de aquellos que habían sido salvados en el arca, nacerían hombres malos, que habían nuevamente de cubrir la tierra con sus perversiones. Y sin embargo, exhibió una muestra del juicio futuro y preanunció la liberación de los santos mediante el misterio del madero.

Pero ni siquiera entonces faltaron justos que buscaran piadosamente a Dios y vencieran la soberbia del diablo, ciudadanos de aquella ciudad santa, a quienes curó la futura humillación de Cristo, su rey, revelada por el Espíritu Santo. Entre éstos, fue elegido Abrahán, piadoso y fiel siervo de Dios, a quien le fue demostrado el misterio del Hijo de Dios, de modo que los creyentes de todos los pueblos, imitando su fe, fueran llamados hijos suyos en las generaciones venideras. De él nació aquel pueblo que adoraría al único verdadero Dios, que hizo el cielo y la tierra. En este pueblo fue con mayor evidencia prefigurada la futura Iglesia. Se componía de una muchechumbre de gente carnal, que daba culto a Dios sólo por los beneficios materiales. Pero entre esta muchedumbre había un resto con la mira puesta en el futuro descanso y que buscaba la patria celestial. A este resto le fue proféticamente revelada la futura humillación de Dios, nuestro rey y nuestro Señor Jesucristo, para que en virtud de esta fe, fueran sanados del tumor de la soberbia. No sólo las palabras, sino la misma vida, el matrimonio, los hijos y las acciones de aquellos hombres que precedieron en el tiempo al nacimiento del Señor, fueron una profecía de este tiempo en que, por la fe en la Pasión de Cristo, se congrega la Iglesia con hombres de todos los pueblos. Y en todo esto se preanunciaban los misterios espirituales, que se refieren a Cristo y a la Iglesia. De esta Iglesia eran también miembros aquellos santos, que vivieron en esta tierra antes de que Cristo, el Señor, naciera según la carne.

Pues la ley se cumple sólo cuando, no por codicia de bienes temporales, sino por amor al legislador, se observa lo que él mandó ¿Quién no se esforzará en devolver al Dios justísimo y misericordiosísimo el amor con que él nos amó primero a nosotros injustísimos y llenos de soberbia, hasta el punto de que, por nosotros, no sólo envió a su único Hijo a vivir en nuestra compañía, sino a ser muerto por nosotros y para nosotros?



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 24, 1-19

Oráculos de Balaán

Viendo Balaán que el Señor tenía a bien bendecir a Israel, no anduvo como las otras veces en busca de presagios, sino que se volvió hacia el desierto, y tendiendo la vista, divisó a Israel acampado por tribus. El Espíritu del Señor vino sobre él y entonó sus versos:

«Oráculo de Balaán, hijo de Beor; oráculo del hombre de los ojos perfectos, oráculo del que escucha palabras de Dios, que contempla visiones del Todopoderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos.

¡Qué bellas las tiendas de Jacob y las moradas de Israel! Como vegas dilatadas, como jardines junto al río, como áloes que plantó el Señor o cedros junto a la corriente. Sale un héroe de su descendencia, domina sobre pueblos numerosos. Su rey es más alto que Agag y su reino descuella. Dios lo sacó de Egipto embistiendo como un búfalo. Devorará a las naciones enemigas y triturará sus huesos, los traspasará con sus flechas. Se agazapa y se tumba como un león, o como una leona, ¿quién lo desafiará? Bendito quien te bendiga, maldito quien te maldiga».

Balac entonces, irritado contra Balaán, dio una palmada y dijo:

—Te he llamado para maldecir a mi enemigo y ya lo has bendecido tres veces Pues ahora escapa a tu patria. Te había prometido riquezas, pero el Señor te deja sin ellas.

Balaán contestó:

–Ya se lo dije yo a los correos que enviaste: Aunque Balac me regale su palacio lleno de oro y plata, no puedo quebrantar el mandato del Señor haciendo mal o bien por cuenta propia; lo que el Señor me diga lo diré.

«Ahora me vuelvo a mi pueblo, pero antes te explicaré lo que este pueblo hará al tuyo en el futuro». Y recitó sus versos:

«Oráculo de Balaán, hijo de Beor; oráculo del hombre de ojos perfectos, oráculo del que escucha palabras de Dios y conoce los planes del Altísimo, que contempla visiones del Todopoderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos.

Lo veo, pero no es ahora; lo contemplo, pero no será pronto. Avanza la constelación de Jacob y sube el cetro de Israel. Triturará la frente de Moab y el cráneo de los hijos de Set; se adueñará de Edom, se apoderará de Seir, Israel ejercerá el poder, Jacob dominará y acabará con los que queden en la capital».

Por tanto, no sólo no debemos avergonzamos de la muerte de nuestro Dios y Señor, sino que hemos de confiar en ella con todas nuestras fuerzas y gloriamos en ella por encima de todo: pues al tomar de nosotros la muerte, que en nosotros encontró, nos prometió, con toda su fidelidad, que nos daría en sí mismo la vida que nosotros no podemos llegar a poseer por nosotros mismos. Y si aquel que no tiene pecado nos amó hasta tal punto que por nosotros, pecadores, sufrió lo que habían merecido nuestros pecados, ¿cómo, después de habernos justificado, dejará de damos lo que es justo? El, que promete con verdad, ¿cómo no va a darnos los premios de los santos, si soportó, sin cometer iniquidad, el castigo que los inicuos le infligieron?

Confesemos, por tanto, intrépidamente, hermanos, y declaremos bien a las claras que Cristo fue crucificado por nosotros: y hagámoslo no con miedo, sino con júbilo, no con vergüenza, sino con orgullo.

El apóstol Pablo, que cayó en la cuenta de este misterio, lo proclamó como un título de gloria. Y, siendo así que podía recordar muchos aspectos grandiosos y divinos de Cristo, no dijo que se gloriaba de estas maravillas –que hubiese creado el mundo, cuando, como Dios que era, se hallaba junto al Padre, y que hubiese imperado sobre el mundo, cuando era hombre como nosotros—, sino que dijo: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón Güelferbitano 3 (PLS 2, 545-546)

Gloriémonos también nosotros
en la cruz de nuestro Señor Jesucristo

La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es una prenda de gloria y una enseñanza de paciencia. Pues, ¿qué dejará de esperar de la gracia de Dios el corazón de los fieles, si por ellos el Hijo único de Dios, coeterno con el Padre, no se contentó con nacer como un hombre entre los hombres, sino que quiso incluso morir por mano de los hombres, que él mismo había creado?

Grande es lo que el Señor nos promete para el futuro, pero es mucho mayor aun aquello que celebramos recordando lo que ya ha hecho por nosotros. ¿Dónde estaban o quienes eran los impíos, cuando por ellos murió Cristo? ¿Quién dudará que a los santos pueda dejar el Señor de darles su vida, si él mismo les entregó su muerte? ¿Por qué vacila todavía la fragilidad humana en creer que un día será realidad el que los hombres vivan con Dios?

Lo que ya se ha realizado es mucho más increíble: Dios ha muerto por los hombres.

Porque, ¿quién es Cristo, sino aquel de quien dice la Escritura: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios? Esta Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros. Porque no habría poseído lo que era necesario para morir por nosotros, si no hubiera tomado de nosotros una carne mortal. Así el inmortal pudo morir, así pudo dar su vida a los mortales; y hará que más tarde tengan parte en su vida aquellos de cuya condición él primero se había hecho partícipe. Pues nosotros, por nuestra naturaleza, no teníamos posibilidad de vivir, ni él, por la suya, posibilidad de morir. El hizo, pues, con nosotros este admirable in tercambio: tomó de nuestra naturaleza la condición mortal, y nos dio de la suya la posibilidad de vivir.