Jueves después de la Santísima Trinidad

EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
Solemnidad


PRIMERA LECTURA

Del libro del Exodo 24, 1-11

Vieron a Dios y comieron y bebieron

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés:

«Sube a mí con Aarón, Nadab y Abihú y los setenta ancianos de Israel, y prosternaos a distancia. Después se acercará Moisés solo, no ellos; y el pueblo que no suba». «Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una:

«Haremos todo lo que dice el Señor».

Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor.

Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos y vacas, como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió:

«Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos».

Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos».

Subieron Moisés, Aarón, Nadab, Abihú y los setenta ancianos de Israel, y vieron al Dios de Israel: bajo los pies tenía una especie de pavimento, brillante como el mismo cielo. Dios no extendió la mano contra los notables de Israel, que pudieron contemplar a Dios, y después comieron y bebieron.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Homilía 10 (PG 77,1015-1018)

Se nos presentan dones divinos, está preparada la mística mesa

¿Puede haber algo más agradable y delicioso para hombres piadosos y deseosos de la verdadera vida, que gozar perpetuamente de Dios y encontrar reposo pensando en él? Porque si los que comen y beben hasta la saciedad y secundan sus fluctuantes caprichos tienen un cuerpo robusto y pletórico de vida, ¿cuánto más quienes se preocupan del alma y se nutren de las tranquilas aguas de la divina predicación, brillarán vestidos del tisú de oro y brocados, como atestigua el profeta?

Pues bien, cuando, de la palestra espiritual, llegamos al final de los misterios vivíficos, y el Señor ha puesto a nuestra disposición, como viático de inmortalidad, dones que superan toda ponderación, ¡ánimo! cuantos en este mundo suspiráis por las delicias de los arcanos, y, hechos partícipes de la vocación celestial, vestidos de una fe sincera como de un vestido nupcial, dirijámonos con presteza a la mística cena. Cristo nos recibe hoy en un banquete, Cristo nos sirve hoy; Cristo, el enamorado de los hombres, nos recrea.

Es tremendo lo que se dice, formidable lo que se realiza. Es inmolado aquel ternero cebado; es sacrificado el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. El Padre se alegra: el Hijo se ofrece espontáneamente al sacrificio, que hoy no ejecutan ya los enemigos de Dios, sino él mismo, para significar que, por la salvación de los hombres, él ha padecido voluntariamente el suplicio. ¿Quieres que te demuestre cómo en lo que acabo de decir se contiene el signo de una realidad concreta?

No te fijes en la brevedad de mis palabras o en nuestra insignificancia, sino en la voz y en la autoridad de quienes con anterioridad predicaron estas cosas. ¿Te das cuenta de la gran dignidad del pregonero? Fíjate ahora y considera la fuerza de cuanto él ha predicho. Dice: La Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas; ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa. Estas cosas, carísimo, son símbolo de cuanto ahora se realiza. Las delicias de este banquete, espléndido por la magnificencia y variedad de sus manjares, son para ti. Está presente el autor mismo de tal magnificencia, se nos presentan dones divinos, está preparada la mística mesa, se ha mezclado el vino. Quien invita es el Rey de la gloria; el maestro de ceremonias es el Hijo de Dios; el Dios encarnado invita al Verbo: la Sabiduría subsistente de Dios Padre, que se construyó un templo no edificado por hombres, es la que distribuye su cuerpo como pan, y su sangre vivificante la escancia como vino. ¡Oh tremendo misterio!, ¡oh inefable designio del divino consejo!, ¡oh irrastreable bondad! El Creador se ofrece como alimento a la criatura, la misma vida se ofrece a los mortales como comida y bebida. Venid, comed mi cuerpo —nos exhorta—, y bebed el vino que he mezclado para vosotros. Yo mismo me he preparado como alimento, yo mismo me he mezclado para quienes lo deseen. Libremente me he encarnado, yo que soy la vida; voluntariamente quise ser partícipe de la carne y de la sangre, yo que soy el Verbo y la impronta hipostática del Padre, para salvaros. Gustad y ved qué bueno es el Señor.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS