DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 24, 20b-25, 13.18-21

Caída de Jerusalén. Destierro de Judá

Sedecías se rebeló contra el rey de Babilonia. Pero el año noveno de su reinado el día diez del décimo mes, Nabucodonosor, rey de Babilonia, vino a Jerusalén con todo su ejército, acampó frente a ella y construyó torres de asalto alrededor. La ciudad quedó sitiada hasta el año once del reinado de Sedecías, el día noveno del mes cuarto. El hambre apretó en la ciudad, y no había pan para la población. Se abrió brecha en la ciudad, y los soldados huyeron de noche por la puerta entre las dos murallas, junto a los jardines reales, mientras los caldeos rodeaban la ciudad, y se marcharon por el camino de la estepa. El ejército caldeo persiguió al rey; lo alcanzaron en la estepa de Jericó, mientras sus tropas se dispersaban, abandonándolo. Apresaron al rey, y se lo llevaron al rey de Babilonia, que estaba en Ribla, y lo procesó. A los hijos de Sedecías los hizo ajusticiar ante su vista; a Sedecías lo cegó, le echó cadenas de bronce y lo llevó a Babilonia.

El día primero del quinto mes (que corresponde al año diecinueve del reinado de Nabucodonosor en Babilonia) llegó a Jerusalén Nabusardán, jefe de la guardia, funcionario del rey de Babilonia. Incendió el templo, el palacio real y las casas de Jerusalén, y puso fuego a todos los palacios. El ejército caldeo, a las órdenes del jefe de la guardia, derribó las murallas que rodeaban a Jerusalén. Nabusardán, jefe de la guardia, se llevó cautivos al resto del pueblo que había quedado en la ciudad, a los que se habían pasado al rey de Babilonia y al resto de la plebe. De la clase baja dejó algunos, como viñadores y hortelanos.

Los caldeos rompieron las cadenas de bronce, los pedestales y el depósito de bronce que había en el templo, para llevarse el bronce a Babilonia.

El jefe de la guardia cogió al sumo sacerdote, Sedayas, al vicario Sofonías y a los tres porteros; apresó en la ciudad a un dignatario jefe del ejército y a cinco hombres del servicio personal del rey, que se encontraban en la ciudad; al secretario general en jefe, que había hecho la leva de los terratenientes, y a sesenta ciudadanos que se encontraban en la ciudad. Nabusardán, jefe de la guardia, los apresó y se los llevó al rey de Babilonia, a Ribla. El rey de Babilonia los hizo ejecutar en Ribla, provincia de Jamat.

Así marchó Judá al destierro.
 

SEGUNDA LECTURA

Beato Pedro el Venerable, Libro contra los herejes Petrobrusianos (165-167: CCL CM 10, 97.99.100)

La misericordia y la fidelidad se encuentran
en el camino, que es Cristo

El sacrificio del mundo cristiano no es múltiple sino simple, no muchos sino uno; porque así como en todo el mundo no existe más que un solo pueblo cristiano que lo ofrece, y un único Dios a quien se ofrece, y una fe con la cual se ofrece, así también uno mismo es el sacrificio que se ofrece. La pluralidad de las víctimas judaicas ha cedido el puesto a la unidad de la víctima cristiana, pues, al no poder transformar con su multiplicidad al que practica el culto, Dios proporcionó una víctima capaz de purificar, santificar y perfeccionar a los oferentes con su misma simplicidad.

El buey, el ternero, el carnero, el cordero, la cabra y el macho cabrío llenan con su carne y su sangre los altares de los judíos; sobre el altar de los cristianos sólo se coloca el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Escuchad no a mí, sino al Apóstol de Dios. Dice: Ha sidoinmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Esto es: la Pascua de los judíos es la inmolación del cordero; en cambio, nuestra Pascua es la inmolación de Cristo. Ved por qué Cristo es ese único sacrificio de los cristianos. Este sacrificio se reservaba para la era cristiana. Se reservaba, digo, para el tiempo de la gracia, y no hubiera sido justo darlo en el tiempo de la ira. El judío tuvo el toro; el cristiano tiene a Cristo, cuyo sacrificio es tanto más excelente que el de las víctimas judías cuanto Cristo es superior al toro.

Dios, que es la bondad esencial, se compadeció del hombre caído y decidió salvarlo. Pero no queriendo ni pudiendo hacerlo al margen de la justicia, mientras deliberaba en su eterno consejo sobre la manera de usar de misericordia con la miserable humanidad, sin lesionar la justicia, llegó a la conclusión de que éste era el mejor remedio, tanto para salir por los fueros de la justicia, como para salvar al hombre, acrecentar la gracia y glorificar a Dios. Envió, pues, al Hijo de Dios a los hijos de los hombres, para que revistiéndose de la naturaleza humana y poniendo remedio en su carne a los vicios humanos, asumiera sobre sí, no el pecado, sino la pena del pecado, es decir, la muerte corporal, anulando de esta forma con su única muerte la doble muerte del hombre, y con su muerte temporal, la muerte eterna del hombre. En cuya economía, la misericordia podía dar rienda suelta a la compasión, sin detrimento de la justicia, pues a cambio del eterno suplicio del hombre se le ofrece el suplicio temporal del hombre-Dios, y la eterna muerte del hombre es suplantada por la muerte temporal del Dios-hombre. Esta es de tanto peso en la balanza de la justicia, que a la hora de aplicar un tratamiento justo a los pecados del mundo, la muerte temporal del Hijo de Dios es de mucho mayor peso que la eterna de los hijos de los hombres.

Con la muerte de Cristo la justicia ha recibido una satisfacción ciertamente mayor de cuanto pudiera recibirla con la condena del hombre. Así pues, la justicia recibe lo que es suyo, puesto que el Hijo de Dios ha muerto por los pecados de los hombres. De esta suerte, la justicia que durante siglos había constituido un obstáculo para la salvación del hombre, ha dejado, finalmente, paso franco a la misericordia; y la misericordia y la fidelidad, que durante milenios anduvieron por caminos distintos, se encontraron en el camino, que es Cristo; y la justicia y la paz, que durante la condena del hombre habían sido como contrarias entre sí, ahora, ya salvado el hombre, se besan. Este es nuestro sacrificio, éste es el holocausto de la ley evangélica, del nuevo Testamento, del nuevo pueblo, holocausto que entonces fue ofrecido una sola vez sobre la cruz por el Hijo de Dios e Hijo del hombre, y que siempre ha de ser ofrecido sobre el altar por su mismo pueblo, como él nos lo ha mandado y establecido. Pues no es otro el sacrificio inmolado entonces y el que ahora se ofrece, sino, como está escrito: Cristo se ha ofrecido una sola vez. Y este sacrificio lo ha legado a su Iglesia para que lo ofrezca siempre.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 37,21; 38, 14-28

Jeremías, desde la cárcel, recomienda la paz a Sedecías

En aquellos días, el rey Sedecías ordenó que custodiasen a Jeremías en el patio de la guardia, y que le diesen una hogaza de pan al día —de la Calle de los Panaderos—, mientras hubiese pan en la ciudad. Y Jeremías se quedó en el patio de la guardia.

El rey Sedecías mandó que le trajeran al profeta Jeremías a la tercera entrada del templo; y el rey dijo a Jeremías:

«Quiero preguntarte una cosa: no me calles nada». Respondió Jeremías a Sedecías:

«Si te lo digo, seguro que me matarás; y si te doy un consejo, no me escucharás».

El rey Sedecías juró en secreto a Jeremías:

«¡Vive el Señor que nos dio la vida!, que no te mataré ni te entregaré en poder de esos hombres que te persiguen a muerte».

Respondió Jeremías a Sedecías:

«Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: "Si te rindes a los generales del rey de Babilonia, salvarás la vida, y no incendiarán la ciudad; viviréis tú y tu familia. Pero, si no te rindes a los generales del rey de Babilonia, esta ciudad caerá en manos de los caldeos, que la incendiarán; y tú no escaparás"».

El rey Sedecías dijo a Jeremías:

«Tengo miedo de que me entreguen en manos de los judíos que se han pasado a los caldeos, y que me maltraten». Respondió Jeremías:

«No te entregarán. Escucha la voz del Señor, que te comunico, y te irá bien, y salvarás la vida. Pero, si te niegas a rendirte, éste es el oráculo que me ha manifestado el Señor: "Escucha: todas las mujeres que han quedado en el palacio real de Judá serán entregadas a los generales del rey de Babilonia, y cantarán: `Te han engañado y te han podido tus buenos amigos; han hundido tus pies en el barro, y se han marchado'.Todas tus mujeres y tus hijos se los entregarán a los caldeos; y tú no te librarás de ellos, sino que caerás en poder del rey de Babilonia, que incendiará la ciudad"».

Sedecías dijo a Jeremías:

«Que nadie sepa de esta conversación, y no morirás. Si los jefes se enteran de que he hablado contigo, y vienen a preguntarte: "Cuéntanos lo que has dicho al rey; no nos lo ocultes, y no te mataremos", tú les responderás: "Estaba presentando mi súplica al rey, para que no me llevasen de nuevo a casa de Jonatán, a morir allí"».

Vinieron los príncipes y le preguntaron, y él respondió según las instrucciones del rey. Así se fueron sin decir nada, porque la cosa no se supo. Y así se quedó Jeremías en el patio de la guardia, hasta el día de la conquista de Jerusalén.


SEGUNDA LECTURA

San Anselmo de Cantorbery, Meditación 3 (Opera omnia, 1946, 88-90)

No temas, que te he redimido: he dado mi vida por ti

Puesto que en la cruz se operó nuestra salvación, por la cruz nuestro Cristo nos redimió. Fíjate, alma cristiana: esta es la fuerza de tu salvación, esta es la causa de tu libertad, este es el precio de tu redención. Estabas cautiva, pero de este modo has sido redimida; eras esclava y así has sido liberada. De esta forma, de desterrada te has convertido en repatriada, de perdida has sido restituida, de muerta has sido resucitada. Sea esto, oh hombre, lo que coma, rumie, saboree y trague tu corazón, cuando tu boca recibe la carne y la sangre de tu mismo Redentor. Haz de ello, en esta vida, tu pan de cada día, tu sustento y tu viático, pues por esto y sólo por esto permanecerás en Cristo, y Cristo permanecerá en ti, y en la vida futura tu gozo será pleno.

Pero, ¡oh tú, Señor, tú que aceptaste la muerte para que yo viviera!, ¿cómo podré alegrarme de mi libertad, si tiene como precio tus cadenas? ¿Cómo congratularme de mi salvación, si no es más que el fruto de tus dolores? ¿Cómo gozarme de mi vida, si tiene su origen en tu muerte? ¿O es que voy a alegrarme de tus padecimientos y de la crueldad de quienes te los infligieron, dado que si ellos no lo hicieran, no hubieras tú padecido, y si tú no hubieras padecido, estos bienes míos no existirían? O bien, si me lamento de tus sufrimientos, ¿cómo gozarme de estos bienes que fueron la motivación de aquellos sufrimientos, y que no existirían si no existieran aquéllos? Pero lo cierto es que su malicia nada hubiera podido hacer, si tú, espontáneamente, no lo hubieras permitido; ni hubieras padecido de no haberlo piadosamente querido. Por tanto, lo que debo hacer es execrar la crueldad de tus verdugos; imitar, compadeciendo, tu muerte y tus sudores; amar, con acción de gracias, tu voluntad llena de amor; y exultar de este modo con seguridad por los bienes que me has otorgado.

Remite, pues, hombrecillo, al juicio de Dios su crueldad, y preocúpate de lo que debes a tu Salvador. Considera lo que tenías y lo que han hecho por ti, y piensa de qué amor no será signo el que esto ha hecho por ti. Pondera tu necesidad y su bondad, y mira qué acciones de gracias no has de darle y todo lo que debes a su amor.

¡Oh buen Señor! ¡Oh Señor, Cristo Jesús! En tal situación, cuando yo nada pedía, nada opinaba, tú, como un sol, me iluminaste, y me mostraste tal cual era. Me liberaste de aquel plomo que me arrastraba hacia abajo; aligeraste la carga que me oprimía desde lo alto; rechazaste a los que me empujaban y te opusiste a ellos en mi lugar. Me llamaste con un nombre nuevo, que me has dado derivándolo del tuyo, y, postrado en tu presencia, me levantaste diciendo: No temas, que te he redimido: he dado mi vida por ti. Si te mantienes unido a mí, evadirás los males en que te hallabas, y no caerás en el abismo hacia el que te precipitabas; al contrario, te conduciré a mi reino y te haré heredero de Dios y coheredero mío. Desde ese momento, me tomaste bajo tu protección, para que nada perjudique a mi alma contra su voluntad. Y he aquí que, aun cuando todavía no me he unido a ti, como me aconsejaste, sin embargo, aún no has permitido que cayera en el infierno, sino que esperas el momento en que me una a ti y poder así cumplir lo que prometiste.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 32, 6-10.16.24-40

Jeremías, en la cárcel, compra el campo de Anatot,
en señal de esperanza

Jeremías contestó:

—He recibido esta palabra del Señor: Hanamel, hijo de tu tío Salún, vendrá a decirte: Cómprame el campo de Anatot, porque a ti te corresponde rescatarlo comprándolo. Y vino a visitarme mi primo, como había dicho el Señor, al atrio de la guardia, y me dijo: «Cómprame el campo de Anatot, en el territorio de Benjamín, porque a ti te corresponde rescatarlo y adquirirlo: cómpramelo». Yo comprendí que era palabra del Señor. Y así, compré el campo de Anatot a mi primo Hanamel; pesé el dinero: diecisiete siclos de plata. Escribí el contrato, lo sellé, hice firmar a los testigos y pesé la plata en la balanza.

Después de entregar a Baruc, hijo de Nerías, el contrato, oré al Señor: Mira, los taludes llegan hasta la ciudad para conquistarla, la ciudad está entregada en manos de los caldeos, que la atacan con la espada, el hambre y la peste. Sucede lo que anunciaste, y lo estás viendo. Y tú, mi Señor, me dices: «Cómprate el campo con dinero, ante testigos», mientras la ciudad cae en manos de los caldeos.

Vino a Jeremías la palabra del Señor:

—Yo soy el Señor, Dios de todos los humanos: ¿hay algo imposible para mí? Pues bien, así dice el Señor: Yo entrego esta ciudad en manos de los caldeos, en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, para que la conquiste. Los caldeos que la atacan entrarán en esta ciudad y le pondrán fuego. La quemarán con las casas en cuyas azoteas se quemaba incienso a Baal y se hacían libaciones a dioses extranjeros, para irritarme. Porque israelitas y judíos hacen lo que yo repruebo desde su juventud; los israelitas me irritan con las obras de sus manos —oráculo del Señor—. Esta ciudad ha provocado mi ira y mi cólera desde que la construyeron hasta hoy. La tendré que apartar de mi presencia, por todas las maldades que cometen israelitas y judíos, irritándome todos, con sus reyes y príncipes, con sus sacerdotes y profetas, los judíos y los habitantes de Jerusalén. Me dan la espalda, y no la cara. Yo los enseñaba sin cesar, y ellos no escuchaban ni escarmentaban. Ponían abominaciones en la casa que lleva mi nombre, profanándola. Construían capillas a Baal, en el Valle de Ben Hinón, para pasar por el fuego a sus hijos e hijas, en honor de Moloc. Cosa que yo no mandé ni se me pasó por la cabeza. Hicieron abominaciones semejantes, haciendo pecar a Judá.

Pues ahora así dice el Señor, Dios de Israel, a esta ciudad de la que decís: «Va a caer en manos del rey de Babilonia, por la espada, el hambre y la peste». Mirad que yo los congregaré en todos los países por donde los dispersó mi ira y mi cólera y mi gran furor. Los traeré a este lugar, y los haré habitar tranquilos. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. Les daré un corazón entero y una conducta íntegra, para que me respeten toda la vida, para su bien y el de sus hijos que les sucedan. Haré con ellos alianza eterna, y no cesaré de hacerles bien. Pondré en sus corazones mi temor, para que no se aparten de mí.


SEGUNDA LECTURA

San Paulino de Nola, Carta 38 (3-4.6: CSEL 29, 326-327.329)

Nuestra gloria, posesión y reino es Cristo

Desde el comienzo de los siglos, Cristo padece en todos los suyos. El es, en efecto, el principio y el fin, velado en la ley, revelado en el evangelio, Señor siempre admirable, paciente y triunfante en sus santos: asesinado por el hermano en Abel, ridiculizado por el hijo en Noé, peregrino en Abrahán, ofrecido como víctima en Isaac, puesto a servir en Jacob, vendido en José, expósito y fugitivo en Moisés, lapidado y aserrado en los profetas, lanzado por tierra y mar en los Apóstoles, y frecuentemente matado en las abundantes y variadas cruces de los santos mártires.

Es, pues, él quien todavía hoy sigue soportando nuestros sufrimientos y nuestros dolores, precisamente porque él es el hombre constantemente expuesto por nosotros al dolor, el hombre acostumbrado al sufrimiento, sufrimiento que, sin él, nosotros no podríamos ni sabríamos soportar. Es él —repito— quien todavía hoy, por nosotros y en nosotros, sostiene el mundo, para destruirlo con su paciencia, y así la fuerza se realice en la debilidad. Él es también el que en ti sufre ultrajes, y a él es a quien, en ti, odia el mundo.

Pero demos gracias a aquel que en el juicio sale vencedor, y, como tienes escrito, el Señor triunfa en nosotros cuando, tomando la condición de siervo, consigue para sus siervos la gracia de la libertad. Y esto lo hizo mediante ese misterio de su piedad, por el que tomó la condición de esclavo y se dignó rebajarse hasta la muerte de cruz, para realizar en nuestro corazón, por medio de una humillación visible, aquella celestial sublimación, para nosotros invisible. Considera, pues, de qué altura nos precipitamos desde el principio, y comprenderás que por voluntad de la divina sabiduría y por su bondad somos restituidos a la vida. Efectivamente, en Adán caímos en la soberbia; por eso somos humillados en Cristo, para poder cancelar la antigua culpa con el remedio de la virtud contraria, de modo que los que con la soberbia ofendimos a Dios, le aplaquemos poniéndonos a su servicio.

Alegrémonos, y gocémonos en aquel que nos ha hecho objeto de su lucha y de su victoria, diciendo: Tened valor: yo he vencido al mundo. Y entonces, el invencible peleará por nosotros y vencerá en nosotros. Entonces el príncipe de estas tinieblas será echado fuera, aunque no ciertamente fuera del mundo, sino fuera del hombre, cuando, al penetrar en nosotros la fe, es obligado a salir fuera y dejar libre el puesto a Cristo, cuya presencia pone en fuga al pecado y significa el destierro de la derrotada serpiente.

Que los oradores se guarden para sí su elocuencia, los filósofos su sabiduría, los ricos sus riquezas y los reyes sus reinos; nuestra gloria, posesión y reino es Cristo; nuestra sabiduría está en la locura de la predicación, nuestra fuerza en la debilidad de la carne, nuestra gloria en el escándalo de la cruz, en la cual el mundo está muerto para mí, y yo para el mundo, para así vivir para Dios: pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 30, 18-31, 9

Promesas de restauración de Israel

Así dice el Señor:

«Yo cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob, me compadeceré de sus moradas; sobre sus ruinas será reconstruida la ciudad, su palacio se asentará en su puesto. De ella saldrán alabanzas y gritos de alegría. Los multiplicaré, y no disminuirán; los honraré, y no serán despreciados. Serán sus hijos como en otro tiempo, la asamblea será estable en mi presencia. Castigaré a sus opresores. Saldrá de ella un príncipe, su señor saldrá de en medio de ella; me lo acercaré y se llegará a mí, pues, ¿quién, si no, se atrevería a acercarse a mí? —oráculo del Señor—.

Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios —oráculo del Señor—. ¡Atención! El Señor desencadena una tormenta, un huracán gira sobre la cabeza de los malvados; no cede el incendio de la ira del Señor, hasta realizar y cumplir sus designios. Al cabo de los años llegaréis a comprenderlo. En aquel tiempo —oráculo del Señor–seré el Dios de todas las tribus de Israel, y ellas serán mi pueblo».

Así dice el Señor:

«Halló gracia en el desierto el pueblo escapado de la espada; camina Israel a su descanso, el Señor se le apareció de lejos. Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia. Todavía te construiré, y serás reconstruida, doncella de Israel; todavía te adornarás y saldrás con panderos a bailar en corros; todavía plantarás viñas en los montes de Samaria, y los que plantan cosecharán. "Es de día", gritarán los centinelas en la montaña de Efraín: "Levantaos y marchemos a Sión, al Señor, nuestro Dios"».

Porque así dice el Señor:

«Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos: proclamad, alabad y decid: "El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel". Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito».


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, Sermón 1: PG 70, 891-894)

La renovación ha sido llevada a cabo en Cristo

En Cristo todas las cosas se renovaron. Lo confirma san Pablo, cuando escribe: El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado. Escribe también a los llamados al nuevo género de vida, es decir, a la vida según el espíritu: Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Hemos, pues, sido renovados en Cristo por la santificación, habiendo regresado por él y en él a la antigua belleza de la naturaleza, es decir, de aquella naturaleza que fue plasmada a imagen del que la creó. Y, depuesto el pecado y toda viciosa costumbre, se nos instruye en orden al nuevo género de vida y como echando mano de ciertos rudimentos, nos despojamos de la vieja condición humana corrompida al soplo de las concupiscencias del error, y nos revestimos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador.

Por lo demás, en Cristo se operó la reforma y la llamada nueva criatura: novedad que nos viene no de una semilla corruptible, sino de la palabra de Dios viva y permanente. Pues bien, este pueblo, congregado de los cuatro puntos cardinales y que lleva mi nombre, no fue una persona cualquiera, sino que he sido yo el que, por mi gloria, lo he creado, lo he formado, lo he hecho.

Y precisamente en función de la gloria de Dios Padre, nos es lícito hablar del Hijo, pues por él y en él es el Padre gloriosamente exaltado, según aquello: Yo te he glorificado sobre la tierra, como expresamente dice el mismo Hijo. Que quienes creemos en Cristo hemos sido formados por él, lo sabemos con tanta mayor certeza cuanto que somos imagen suya y poseemos la belleza de la naturaleza divina, que resplandece en nuestras almas.

Algo por el estilo dijo también el divino salmista: Quede esto escrito para la generación futura, y el pueblo que será creado alabará al Señor. Y al añadir: Saqué a un pueblo ciego, muestra claramente la superioridad de su poder, realmente admirable y que ningún discurso humano puede explicar. Hubo, efectivamente, un tiempo en que a aquellos cuya mente y cuyo corazón estaban envueltos en la niebla y en el error de la diabólica perversidad, a éstos los convirtió en luminosos y radiantes, naciendo para ellos cual un lucero o como el sol de justicia, y haciendo de ellos no ya hijos de la noche y de las tinieblas, sino más bien de la luz y del día, según la afirmación del sapientísimo Pablo.

Que sacó a un pueblo ciego, no hay mortal que se atreva a dudarlo. Y así como, cuando vivían en el error, estaban envueltos en inmensas y profundas tinieblas, así ahora su naturaleza se revistió de un nuevo esplendor y se convirtió en extraordinariamente blanca y luminosa. Es exactamente lo que dijo Pablo: Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 31, 15-22.27-34

Anuncio de salvación y de una alianza nueva

Así dice el Señor:

«Una voz se escucha en Ramá: gemidos y llanto amargo: Raquel está llorando a sus hijos, y no se consuela, porque ya no existen".

Así dice el Señor:

«Aparta tu voz del llanto, tus ojos de las lágrimas, porque tendrá salario tu trabajo —oráculo del Señor—, volverán del país enemigo. Hay esperanza para el porvenir —oráculo del Señor—, volverán los hijos a su patria.

Estoy escuchando lamentarse a Efraín: "Me has corregido, y he aprendido, como un novillo no domado. Conviérteme, y me convertiré, porque tú, Señor, eres mi Dios. Después de alejarme, me arrepentí, al comprenderlo, me golpeé el muslo. Estaba avergonzado y sonrojado de soportar el oprobio de mi juventud".

¿Es mi hijo querido Efraín? ¿Es el niño de mis delicias? Siempre que lo reprendo, me acuerdo de ello, y se me conmueven las entrañas, y cedo a la compasión —oráculo del Señor—.

Coloca mojones, planta señales, fíjate bien en la calzada por donde debes caminar; vuelve, doncella de Israel, vuelve a tus ciudades. ¿Hasta cuándo estarás indecisa, hija que ha de volver? El Señor crea algo nuevo en la tierra: la hembra abrazará al varón.

Mirad que llegan Días —oráculo del Señor— en que sembraré en Israel y en Judá simiente de hombres y simiente de animales. Como vigilé sobre ellos para arrancar y arrasar, para destruir y deshacer y maltratar, así vigilaré sobre ellos para edificar y plantar —oráculo del Señor—.

En aquellos días —oráculo del Señor— ya no se dirá:

"Los padres comieron agraces, los hijos tuvieron dentera". Sino que cada uno morirá por su pecado, el que coma agraces tendrá dentera.

Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor — oráculo del Señor—. Sino que así será la alianza que haré conellos, después de aquellos días —oráculo del Señor—: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: "Reconoce al Señor". Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande —oráculo del Señor—, cuando perdone su crímenes y no recuerde sus pecados».


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, Sermón 1: PG 70, 858-859)

Cristo, en cuanto Hijo y Señor, se ha convertido
en administrador del nuevo Testamento

Se nos ha aparecido el Señor Dios, como leemos en las Escrituras, y por obra suya fue capturado y uncido a la gracia por la fe el rebaño de los que andaban errantes. El era el esperado de las naciones, y por medio de él Dios Padre recondujo a la luz de la verdad a los que se revolcaban en las tinieblas y en la oscuridad de la mente y de la inteligencia. Nos aclaró esto en pocas palabras, cuando dijo Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas. Así pues, nuestro Señor Jesucristo ha sido puesto por Dios Padre como alianza de su pueblo, me refiero a los israelitas según la carne: a los cuales Dios incluso les renovó la promesa por medio de uno de sus profetas, cuando dijo: Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva, no como la que hice con vuestros padres.

En efecto, Moisés era el ministro divino de la sombra y del tipo, haciendo las veces de intercesor dentro del marco de sus competencias; Cristo, en cambio, en cuanto Hijo y Señor, se ha convertido en administrador del nuevo Testamento. Y digo nuevo porque nos reconduce a la novedad de una vida santa, porque transforma al hombre, y porque, mediante una vida evangélica, hace del hombre un adorador probado y verdadero. Dios —dice—es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad. Ha sido puesto, pues, como alianza de un pueblo, como luz de las naciones, para que abra los ojos de los ciegos y saque a los cautivos de la prisión. Porque Satanás, príncipe y cabeza de los malvados, había envuelto en tinieblas el corazón de los paganos. Su razonar acabó en vaciedades, y alardeando de sabios, resultaron unos necios que cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes del hombre mortal, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles

Pero nos ha nacido la luz verdadera, esto es, Cristo, como lucero inteligible, como sol de justicia, que, irradiando el esplendor del verdadero conocimiento de Dios, disipó las tinieblas del diabólico error, que envolvían a los habitantes de la tierra, liberando de la cárcel a quienes estaban prisioneros de las inevitables cadenas de sus delitos.



VIERNES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 42, 1-16; 43, 4-7

Jeremías y el pueblo después de la caída de Jerusalén

En aquellos días, los capitanes, con Juan, hijo de Qarej, y Yezanías, hijo de Hosayas, y todo el pueblo, del menor al mayor, acudieron al profeta Jeremías y le dijeron:

«Acepta nuestra súplica y reza al Señor, tu Dios, por nosotros y por todo este resto; porque quedamos bien pocos de la multitud, como lo pueden ver tus ojos. Que el Señor, tu Dios, nos indique el camino que debemos seguir y lo que debemos hacer».

El profeta Jeremías les respondió:

«De acuerdo; yo rezaré al Señor, vuestro Dios, según me pedís, y todo lo que el Señor me responda os lo comunicaré, sin ocultaros nada».

Ellos dijeron a Jeremías:

«El Señor sea testigo veraz y fiel contra nosotros, si no cumplimos todo lo que el Señor, tu Dios, te mande decirnos. Sea favorable o desfavorable, obedeceremos al Señor, nuestro Dios, a quien nosotros te enviamos, para que nos vaya bien obedeciendo al Señor, nuestro Dios».

Pasados diez días, vino la palabra del Señor a Jeremías. Este llamó a Juan, hijo de Qarej, a todos sus capitanes y a todo el pueblo, del menor al mayor, y les dijo:

«Así dice el Señor, Dios de Israel, a quien me enviasteis para presentarle vuestras súplicas: "Si os quedáis a vivir en esta tierra, os construiré y no os destruiré, os plantaré y no os arrancaré; porque me pesa del mal que os he hecho. No temáis al rey de Babilonia, a quien ahora teméis; no lo temáis —oráculo del Señor—, porque yo estoy con vosotros para salvaros y libraros de su mano. Le infundiré compasión para que os compadezca y os deje vivir en vuestras tierras

Pero si decís: `No habitaremos en esta tierra —desoyendo la voz del Señor, vuestro Dios—, sino que iremos a Egipto, donde no conoceremos la guerra, ni oiremos el son de la trompeta, ni pasaremos hambre de pan; y allí viviremos', entonces, resto de Judá, escuchad la palabra del Señor: Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: "Si os empeñáis en ir a Egipto, para residir allí, la espada que vosotros teméis os alcanzará en Egipto y allí moriréis; el hambre que os asusta se os pegará en Egipto y allí moriréis"».

Y ni Juan, hijo de Qarej, ni sus capitanes ni el pueblo escucharon la voz del Señor, quedándose a vivir en tierra de Judá; sino que Juan, hijo de Qarej, y sus capitanes reunieron al resto de Judá, que había vuelto de todos los países de la dispersión para habitar en Judá: hombres y mujeres, niños y princesas, y cuantos Nabusardán, jefe de la guardia, había encomendado a Godolías, hijo de Ajicán, hijo de Safán; y también al profeta Jeremías y a Baruc, hijo de Nerías. Y llegaron a Egipto, sin obedecer a la voz del Señor, y llegaron a Tafne.
 

SEGUNDA LECTURA

Beato Martín de León, Sermón 2 en el adviento del Señor (PL 208, 37-39)

Viene el Deseado de todas las naciones

Quiero que sepáis, carísimos hermanos, que así como Dios es todopoderoso por naturaleza, por naturaleza es también benigno y clemente; es extremadamente fuerte y sabio en sus acciones, y rico en misericordia. El solo lo gobierna, rige y conserva todo, y es cariñoso con todas sus criaturas.

Por eso, el Dios benigno y clemente, contemplando la inacabable esclavitud del género humano, con que el antiguo enemigo cruelmente le oprimía, y resuelto como estaba a liberarlo misericordiosamente, lo consuela por medio del profeta, diciendo: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes. Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis: mirad a vuestro Dios que trae el desquite». Se refiere al yugo de la dura esclavitud, al yugo de la miseria y de la infelicidad, con que le había esclavizado el antiguo enemigo por culpa del primer hombre.

Efectivamente, aquel autor de toda malignidad había tan cruelmente afligido al género humano, que ni la oblación, ni el sacrificio, ni el holocausto de ningún patriarca o profeta había conseguido liberarlo del poder del infierno. Por eso, Isaías, en son de queja, dice: Nuestra justicia era un paño manchado.

Pero, previendo el tiempo de la humana liberación de este durísimo yugo, nuevamente decía el profeta, en son de congratulación: Arrancarán el yugo de tu cuello. También Jeremías preveía que un día el género humano sería liberado del dominio del antiguo enemigo y sometido al servicio de Dios, cuando proclamaba por orden de Dios: Aquel día —oráculo del Señor de los ejércitos romperé el yugo de tu cuello y haré saltar las correas; ya no servirán a extranjeros, servirán al Señor, su Dios, y a David, el rey que les nombraré, es decir, Cristo. David, en efecto, ya había muerto, pero de su linaje había de nacer Cristo. Pues también David fue deseable, puntualizando que fue deseable en su estirpe, prefigurando a aquel de quien canta el profeta, cuando dice: Vendrá el Deseado de todas las naciones, a saber, el Hijo de Dios, que, en espíritu, había sido previamente revelado a los padres del antiguo Testamento.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Ezequiel 1, 3-14.22-28a

Visión de la gloria de Dios en el desierto

Vino la palabra del Señor a Ezequiel, hijo de Buzi, sacerdote, en tierra de los caldeos, a orillas del río Quebar:

Entonces se apoyó sobre mí la mano del Señor, y vi que venía del norte un viento huracanado, una gran nube y un zigzagueo de relámpagos. Nube nimbada de resplandor, y, entre el relampagueo, como el brillo del electro.

En medio de éstos aparecía la figura de cuatro seres vivientes; tenían forma humana, cuatro rostros y cuatro alas cada uno. Sus piernas eran rectas y sus pies como pezuñas de novillo; rebrillaban como brilla el bronce bruñido. Debajo de las alas tenían brazos humanos por los cuatro costados, tenían rostros y alas los cuatro. Sus alas se juntaban de dos en dos. No se volvían al caminar; caminaban de frente.

Su rostro tenía esta figura: rostro de hombre, y rostro de león por el lado derecho de los cuatro, rostro de toro por el lado izquierdo de los cuatro, rostro de águila los cuatro. Sus alas estaban extendidas hacia arriba: un par de alas se juntaban, otro par de alas les cubría el cuerpo. Los cuatro caminaban de frente, avanzaban a favor del viento, sin volverse al caminar.

Entre esos seres vivientes había como ascuas encendidas; parecían antorchas agitándose entre los vivientes; el fuego brillaba y lanzaba relámpagos. Iban y venían como chispas.

Sobre la cabeza de los seres vivientes había una especie de plataforma, brillante como el cristal, extendida por encima de sus cabezas. Bajo la plataforma, sus alas estaban horizontalmente emparejadas; cada uno se cubría el cuerpo con un par.

Y oí el rumor de sus alas, como estruendo de aguas caudalosas, como la voz del Todopoderoso, cuando caminaban; griterío de multitudes, como estruendo de tropas; cuando se detenían, abatían las alas.

También se oyó un estruendo sobre la plataforma que estaba encima de sus cabezas; cuando se detenían, abatían las alas.

Y por encima de la plataforma, que estaba sobre sus cabezas, había una especie de zafiro en forma de trono; sobre esta especie de trono sobresalía una figura que parecía un hombre. Y vi un brillo como de electro (algo así como fuego lo enmarcaba) de lo que parecía su cintura para arriba, y de lo que parecía su cintura para abajo vi algo así como fuego. Estaba nimbado de resplandor. El resplandor que lo nimbaba era como el arco que aparece en las nubes cuando llueve. Era la apariencia visible de la gloria del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón sobre el Adviento (10-11: Opera omnia, Edit Cister t 6, 1, 1970, 19-20)

No llores, Jerusalén, porque está para llegar tu salvación

A la ciudad santa, Jerusalén, todavía peregrina en la más profunda pobreza, el profeta consuela diciendo: No llores, porque está para llegar tu salvación. De hecho, junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar. Babilonia significa confusión. En Babilonia se sientan a llorar los ciudadanos de Jerusalén, que si bien no están en la confusión de las obras, sí lo están en la confusión de los pensamientos, queriendo, pero no pudiendo, dirigir la atención de la mente a Dios; y, aunque a la fuerza, se distraen en futilidades.

Así pues, los canales de Babilonia son las perversas costumbres, que se presentan dulces a nuestra memoria; se filtran, sin embargo, y, a quienes seducen, los conducen al mar del siglo. ¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!, porque si las malas costumbres se insinúan, nosotros no nos detenemos en ellas, sino que nos sentamos junto a los canales de Babilonia, pues nuestra alma, frente a las dulzuras y seducciones de la vida del siglo, guarda silencio; frente a las reiteradas incitaciones permanece sorda, y frente a los halagos se muestra inaccesible. Obstaculizados por tales vanidades, no es extraño que nos sentemos a llorar con nostalgia de Sión, esto es, trayendo a la memoria aquella suavidad y el sabroso deleite que pregustan ya aquellos contemplativos que merecen contemplar a cara descubierta la gloria de Dios.

Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo si tú vas conmigo; mejor, nada temo, porque ciertamente tú vas conmigo. ¿Que en qué apoyo esta mi esperanza? Pues en que la vara de tu corrección y el cayado de tu sustentación me sosiegan. Pues aunque me corrijas y reprimas mi soberbia reduciéndome al polvo de la muerte, das, sin embargo, nuevo brío a mi vida, y me sostienes para que no caiga en la fosa de la muerte.

No descuidaré la corrección del Señor, ni me indignaré cuando él me reprenda. Pues sé que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien. ¿Impaciente? No, sino llevándolo con paciencia. ¿Por qué? Por voluntad de uno que la sometió en la esperanza. De hecho, la creación misma se verá liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Por tanto, ciudad de Jerusalén, no llores, porque está para llegar tu salvación. Si tarda, a tu manera de ver, sin embargo vendrá sin retrasarse según sus cálculos, pues mil años en su presencia son como un ayer que pasó.