DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 1-14

El misterio de la voluntad de Dios

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, al pueblo santo, a los fieles cristianos que residen en Efeso: Os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales!

El nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. El nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan que había proyectado realizar en Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.

Por medio de Cristo hemos heredado también nosotros, los israelitas. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos a Cristo, seremos alabanza de su gloria.

Y también vosotros -que habéis escuchado la verdad, la extraordinaria noticia de que habéis sido salvados, yhabéis creído— habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido; el cual —mientras llega la redención completa del pueblo, propiedad de Dios— es prenda de nuestra herencia, para liberación de su propiedad, para alabanza de su gloria.
 

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Comentario sobre la carta a los Efesios (Hom 1, 3: PG 62, 13-14)

Gran cosa es que se nos hayan perdonado los pecados;
pero lo es aún mayor que este perdón se nos haya
otorgado por la sangre del Señor

Él nos ha destinado a ser sus hijos, queriendo, y queriéndolo ardientemente, que se manifieste la gloria de su gracia. Por pura iniciativa suya —dice—, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo... Por tanto, si nos ha hecho gratos para alabanza de su gracia y para manifestar su gracia, permanezcamos en ella.

Y ¿por qué quiere ser alabado y glorificado por nosotros? Para que de esta forma nuestro amor hacia él sea más ferviente. Pues de nosotros no desea otra cosa que nuestra salvación; no el servicio o la gloria u otra cosa por el estilo, y todo lo hace con este fin. Pues quien alaba y admira la gracia que se le ha otorgado, se vuelve más atento, más diligente.

El Señor ha actuado como uno que restituyera la lozana juventud a un ser marcado por la sarna, la peste, por la enfermedad o la vejez prematura, o reducido a la extrema pobreza y al hambre, haciendo de él el más hermoso de los hombres, con un rostro radiante, como si ocultase los rayos del sol con el destello de sus ojos centelleantes; lo situara a continuación en la flor de la juventud, y después lo vistiera de púrpura, le impusiera la diadema, adornándolo todo con ornato regio: pues así ha equipado el Señor nuestra alma, la hermoseó y la hizo deseable y amable, hasta el punto de que los mismos ángeles desean contemplarla. En efecto, prendado está el Rey de tu belleza, dice el salmista. Considera, pues, cuántas cosas malas decíamos antes, y qué palabras llenas de gracia profieren ahora nuestros labios. Ya no ambicionamos las riquezas, ni deseamos más los bienes presentes, sino los celestiales y las cosas que están en el cielo. ¿No tenemos por gracioso y educado al muchacho que a la elegancia y a la belleza corporales añade una notable gracia en su manera de hablar? Así son los fieles.

Fíjate de qué cosas hablan los que están iniciados en los misterios. ¿Es que puede haber algo tan gracioso como una boca, que dice cosas admirables y, con un corazón y unos labios puros, participa de la misma mesa mística, con gran esplendor y confianza? ¿Hay algo más sublime que las palabras con que renunciamos al diablo, por las que nos enrolamos en la milicia de Cristo, con las que hacemos la confesión que precede y sigue al bautismo? ¡Pensemos cuántos de nosotros hemos profanado el bautismo, y gimamos para que nos sea dado recuperarlo!

Por este Hijo —dice—, por su sangre, hemos recibido la redención. ¿Cómo? Lo admirable no es ya únicamente que nos haya dado a su Hijo, sino que nos lo haya dado de forma que, el mismo amado, haya sido muerto por nosotros. ¡Paradoja increíble: entregó al amado como precio de aquellos que lo odiaban! ¡Fijate lo que nos aprecia! Si cuando le odiábamos y éramos enemigos suyos nos entregó a su Hijo, ¿qué no hará cuando hayamos sido reconciliados por su gracia?

De las realidades más elevadas desciende a las más llanas: habiendo hablado primero de la adopción filial, de la santificación y de la vocación a la pureza, habla también ahora del pecado; pero lo hace, no restando interés al discurso o descendiendo de lo sublime a lo sencillo, sino elevándose de lo sencillo a lo sublime. En efecto, nada hay tan sublime como que por nosotros se haya derramado la sangre de Dios; y el no haber perdonado ni a su propio Hijo es más de apreciar que la misma adopción filial y que el resto de los dones. Gran cosa es que se nos hayan perdonado los pecados; pero lo es aún mayor que este perdón se nos haya otorgado por la sangre del Señor.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Efesios 1, 15-23

Oración de Pablo para que los fieles sean iluminados

Hermanos: Yo, que he oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todo el pueblo santo, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál es la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.

Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Tratado sobre el perfecto modelo del cristiano (PG 46, 259-262)

Tenemos a Cristo que es nuestra paz y nuestra luz

El es nuestra paz, él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Teniendo en cuenta que Cristo es la paz, mostraremos la autenticidad de nuestro nombre de cristianos si, con nuestra manera de vivir, ponemos de manifiesto la paz que reside en nosotros y que es el mismo Cristo. Él ha dado muerte al odio, como dice el Apóstol. No permitamos, pues, de ningún modo que este odio reviva en nosotros, antes demostremos que está del todo muerto. Dios, por nuestra salvación, le dio muerte de una manera admirable; ahora, que yace bien muerto, no seamos nosotros quienes lo resucitemos en perjuicio de nuestras almas, con nuestras iras y deseos de venganza.

Ya que tenemos a Cristo, que es la paz, nosotros también matemos el odio, de manera que nuestra vida sea una prolongación de la de Cristo, tal como lo conocemos por la fe. Del mismo modo que él, derribando la barrera de separación, de los dos pueblos creó en su persona un solo hombre, estableciendo la paz, así también nosotros atraigámonos la voluntad no sólo de los que nos atacan desde fuera, sino también de los que entre nosotros promueven sediciones, de modo que cese ya en nosotros esta oposición entre las tendencias de la carne y del Espíritu, contrarias entre sí; procuremos, por el contrario, someter a la ley divina la prudencia de nuestra carne, y así, superada esta dualidad que hay en cada uno de nosotros, esforcémonos en reedificarnos a nosotros mismos, de manera que formemos un solo hombre, y tengamos paz en nosotros mismos.

La paz se define como la concordia entre las partes disidentes. Por esto, cuando cesa en nosotros esta guerra interna, propia de nuestra naturaleza, y conseguimos la paz, nos convertimos nosotros mismos en paz, y así demostramos en nuestra persona la veracidad y propiedad de este apelativo de Cristo.

Además, considerando que Cristo es la luz verdadera sin mezcla posible de error alguno, nos damos cuenta de que también nuestra vida ha de estar iluminada con los rayos de la luz verdadera. Los rayos del sol de justicia son las virtudes que de él emanan para iluminarnos, para que dejemos las actividades de las tinieblas y nos conduzcamos como en pleno día, con dignidad, y, apartando de nosotros las ignominias que se cometen a escondidas y obrando en todo a plena luz, nos convirtamos también nosotros en luz, y, según es propio de la luz, iluminemos a los demás con nuestras obras.

Y si tenemos en cuenta que Cristo es nuestra santificación, nos abstendremos de toda obra y pensamiento malo e impuro, con lo cual demostraremos que llevamos con sinceridad su mismo nombre, mostrando la eficacia de esta santificación no con palabras, sino con los actos de nuestra vida.



MARTES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Efesios 2, 1-10

Los pecadores, salvados en Cristo Jesús

Hermanos: Hubo un tiempo en que estabais muertos por vuestros delitos y pecados, cuando seguíais la corriente del mundo presente, bajo el jefe que manda en esta zona inferior, el espíritu que ahora actúa en los rebeldes contra Dios. Antes procedíamos nosotros también así: siguiendo los deseos de la carne, obedeciendo los impulsos de la carne y de la imaginación; y, naturalmente, estábamos destinados a la reprobación, como los demás.

Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo —por pura gracia estáis salvados—, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.


SEGUNDA LECTURA

Ruperto de Deutz, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 2: CCL CM 9, 60-62)

La gracia del perdón es una e idéntica para todos

El bautismo de Cristo es una unción real y sacerdotal, por la que el mismo ungido, con preferencia a sus compañeros, es llamado Cristo, nombre que en hebreo se traduce por Mesías, en griego es Cristo, en latín se dice Ungido. Unción con la que él es el único en ser ungido tan cumplidamente, que es capaz de ungir individualmente a los demás y hacer hijos de adopción ungidos por él, que es el Ungido por excelencia, es decir, hace que se les llame con un nombre derivado de Cristo. Es lo que indica esta expresión: Ese es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo.

Y este bautismo no posee solamente una virtualidad, sino una doble operación. Pues Cristo bautiza con Espíritu Santo, otorgando en primer lugar el perdón de los pecados; pero bautiza confiriendo, en un segundo momento, el ornato de las diversas gracias. Del perdón de los pecados dice, efectivamente, el mismo día de la resurrección, exhalando su aliento sobre los discípulos, a quienes ciertamente ya había lavado de sus pecados en su propia sangre: Recibid el Espíritu Santo. Que iba a enviarles el Espíritu para el perdón de los pecados, lo atestigua él mismo al añadir inmediatamente: A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

De aquella profusión de dones, mediante la cual reparte el ornato de las diversas gracias, dice el mismo Lucas al escribir en los Hechos de los apóstoles: Juan bautizó con agua, dentro de pocos días seréis bautizados con Espíritu Santo. Así pues, nos bautiza con Espíritu Santo cuando, al bajar a la fuente bautismal y descender de una manera invisible la gracia del mismo Espíritu Santo, perdona todos los pecados de los que se bautizan. En la remisión de los pecados no existe naturalmente diferencia alguna,sino que, de modo uniforme e igualitario, la gracia del perdón es una e idéntica para todos, extinguiendo todas nuestras culpas y arrojando a lo hondo del mar todos nuestros delitos.

En cambio, en lo tocante a los dones de la gracia, no a todos se les da en la misma medida, pues a uno se le da el don de la fe, a otro hablar con inteligencia o sabiduría, a otro el don de lenguas, a otro el don de interpretarlas. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece.

En los santos del nuevo Testamento vemos estos dones del que bautiza, estas insignes muestras del glorioso bautismo, dones que —según se lee— nadie de ellos recibió antes de aceptar el bautismo para el perdón de los pecados, excepto Cornelio y los que con él estaban, sobre los cuales, mientras Pedro estaba todavía hablando, cayó el Espíritu Santo, y hablaban lenguas extrañas y proclamaban la grandeza de Dios.

Por lo que a los padres del antiguo Testamento se refiere, algunos de ellos recibieron el don de curar, y, muchos, el don de profecía, aunque no habían recibido el bautismo que conlleva el perdón de los pecados. Pues es cosa averiguada que todos fueron bautizados cuando Cristo murió en la cruz, y de su costado, atravesado por la lanza, brotó un río de sangre y agua para la purificación de toda la Iglesia: de aquella que había comenzado a existir desde el principio del mundo hasta el momento mismo de su muerte; desde el primer justo, es decir, desde Abel hasta el ladrón, que, en la cruz, cuando aún no había brotado del costado de Cristo el río que provocó aquella tan enorme y tan salutífera inundación, confesó al Señor y, mediante la fe, compró su reino futuro con aquella repentina confesión.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Efesios 2, 11-22

Los paganos, reconciliados con los judíos y con Dios

Hermanos: Recordad que antes vosotros, los paganos en el cuerpo —tratados de «incircuncisos» por los que se llaman «circuncisos» (en el cuerpo y por mano de hombres)—, recordad que no teníais un Mesías, erais extranjeros a la ciudadanía de Israel y ajenos a las instituciones portadoras de la promesa. En el mundo no teníais ni esperanza ni Dios.

Ahora, en cambio, estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo estáis cerca los que antes estabais lejos. El es nuestra paz. El ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el odio. El ha abolido la ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear con los dos, en él, un solo hombre nuevo. Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndoles en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio.

Vino y trajo la noticia de la paz; paz a vosotros, los de lejos; paz también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu.

Por lo tanto, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él, todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.
 

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 10: PG 74, 342)

Por la participación en la mesa eucarística, Cristo en nosotros y
nosotros en Cristo formamos una sola realidad

Que seamos capaces de unirnos espiritualmente con Cristo mediante una disposición interior de caridad perfecta, con fe recta y firme, con ánimo sincero y deseoso de virtud, no es en absoluto impugnado por la doctrina de nuestros dogmas: al contrario, afirmamos que nos enseñan precisamente esto.

En efecto, ¿quién, en su sano juicio, puede poner en duda que si Cristo es comparado a la vid y nosotros a los sarmientos, es porque de él y por él tenemos la vida, sobre todo cuando Pablo afirma: El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos de un mismo pan? Que alguien nos diga la causa de la mesa mística y nos explique su eficacia. ¿Por qué tomamos la eucaristía? ¿No será quizá para que la eucaristía haga habitar en nosotros a Cristo, incluso corporalmente, mediante la participación y la comunión de su sagrada carne? Evidente. Pablo escribe efectivamente que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa.

¿Cómo los gentiles se han hecho miembros del mismo cuerpo? Pues precisamente, siendo admitidos al honor de participar de la ofrenda mística, se han hecho un mismo cuerpo con Cristo, lo mismo que cada uno de los apóstoles. De lo contrario, ¿por qué razón llama miembros de Cristo a sus propios miembros, más aún, a los miembros de todos lo mismo que a los suyos? Escribe efectivamente: ¿Se os ha olvidado que sois miembros de Cristo?, y ¿voy a quitarle un miembro a Cristo para hacerlo miembro de una prostituta? ¡Ni pensarlo!

Y el Salvador mismo dice: El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. En este pasaje vale la pena señalar que Cristo no se limita a decir que habitará en nosotros por una cierta relación afectiva, sino mediante una participación natural. Lo mismo que si fundimos al fuego dos trozos de cera de ambos se forma una sola masa, así también mediante la participación del cuerpo de Cristo y de su preciosa sangre, Cristo en nosotros y nosotros en Cristo formamos una sola realidad.

No de otro modo puede revitalizarse lo que por naturaleza es corruptible, si no es uniéndose corporalmente al cuerpo de quien es vida por naturaleza, es decir, uniéndose al Unigénito. Pero por si mis palabras no acaban de infundir en tu ánimo la persuasión, otorga tu credibilidad a Cristo que dice personalmente: Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Efesios 3, 1-13

Pablo, heraldo del misterio de Dios

Por esta razón, yo, Pablo, prisionero por Cristo Jesús para el bien de los paganos... Supongo que habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, del que os he escrito arriba brevemente. Leedlo, y veréis cómo comprendo yo el misterio de Cristo, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el evangelio.

Yo soy ministro del evangelio por la gracia que Dios me dio, con su fuerza y su poder. A mí, el más insignificante de todo el pueblo santo, se me ha dado esta gracia: anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo, e iluminar la realización del misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo.

Así, mediante la Iglesia, los principados y potestades en los cielos conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios, según el designio eterno, realizado en Cristo Jesús, Señornuestro, por quien tenemos libre y confiado acceso a Dios por la fe en él. Por eso, hacedme el favor de no acobardaros cuando paso dificultades por vosotros; ellas son precisamente vuestra gloria.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Homilía 8 sobre el Cantar de los cantares (PG 44, 947-950)

El misterio de la Iglesia

Echemos mano del Apóstol para interpretar estos misterios. Pablo, en su carta a los Efesios, cuando nos presenta aquella gran aparición de Dios que tuvo lugar en la carne, dice en algún pasaje que no sólo a la naturaleza humana, sino también a los principados y potestades en los cielos se reveló la multiforme e inabarcable sabiduría de Dios, manifestada con la venida de Cristo entre los hombres. Dice así el texto: Mediante la Iglesia, los principados y potestades en los cielos conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios, según el designio eterno, realizado en Cristo Jesús, Señor nuestro, por quien tenemos libre y confiado acceso a Dios por la fe en él.

Y efectivamente, mediante la Iglesia se da a conocer a las potestades supramundanas la multiforme e inabarcable sabiduría de Dios, que realiza cosas grandes y admirables por sus opuestos. ¿Cómo, en efecto, de la muerte puede brotar la vida, del pecado la justicia, de la maldición la bendición, de la ignominia la gloria y la fuerza de la debilidad? Porque, en los primeros tiempos, las potestades supramundanas sólo conocieron una sabiduría de Dios simple y uniforme, que obraba maravillas conforme a su naturaleza. Y en las cosas visibles no había variedad, dado que, siendo la naturaleza divina fuerza y poder, libremente formaba todas las criaturas con un simple acto de voluntad, imprimiendo a la naturaleza de las cosas una virtualidad generativa, y creaba todas las cosas muy bellas, surgiendo de la misma fuente de la belleza.

Ahora, en cambio, por medio de la Iglesia, les es claramente manifiesta la naturaleza variada y multiforme de la naturaleza divina, como resulta de la conexión de los contrarios, como por ejemplo: el Verbo que se hace carne, la Vida uncida a la muerte, sus llagas y contusiones que sanan nuestras heridas; cómo abate la potencia del adversario con la debilidad de la cruz, cómo se manifiesta en la carne lo que es invisible por naturaleza, cómo redime a los cautivos, siendo él a la vez el redentor y el precio del rescate: en efecto, él se entregó por nosotros a la muerte como precio de la redención; cómo es presa de la muerte sin que lo abandone la vida; cómo acepta la condición de esclavo y sigue siendo soberano.

Los amigos del Esposo, conociendo por medio de la Iglesia todas estas realidades y otras semejantes, tan variadas y multiformes, fueron enriquecidos en su inteligencia para descubrir en el misterio un nuevo aspecto de la sabiduría divina: y si no es demasiado audaz afirmarlo, contemplando a través de la Esposa la belleza del Esposo, quedaron altamente maravillados, como ante una realidad inesperada e incomprensible.

De hecho, Dios, a quien —como dice Juan— nadie ha visto jamás, ni puede verlo, ha hecho de la Iglesia —como atestigua Pablo— su propio cuerpo y, mediante la agregación de aquellos que van siendo llamados a la salvación, la edifica en la caridad, hasta que lleguemos todos al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.

Ahora bien, si la Iglesia es el cuerpo de Cristo, y Cristo es la cabeza del cuerpo, configurando el rostro de la Iglesia con su propia fisonomía, quizá sea debido a esto el que los amigos del Esposo, al contemplar estas realidades, se sientan más capaces de comprender: de hecho, por medio de la Iglesia, pueden ver con mayor transparencia al Esposo mismo, que de suyo escapa a su campo visual. Y de la misma forma que los que no pueden mirar de hito en hito al sol, pueden, no obstante, verlo reflejado en el agua, así también aquéllos ven en un espejo limpio, es decir, en el rostro de la Iglesia, al Sol de justicia, que es comprendido por la mente en la medida en que se manifiesta.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Efesios 3, 14-21

Oración de Pablo para que los fieles lleguen 1 al conocimiento del amor de Cristo

Por esta razón doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, pidiéndole que, de los tesoros de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu: robusteceros en lo profundo de vuestro ser; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; y así, con todo el pueblo de Dios, lograréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano. Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Cristo.

Al que puede hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos, con ese poder que actúa entre vosotros, a él la gloria de la Iglesia y de Cristo Jesús por todas las generaciones, de edad en edad. Amén.


SEGUNDA LECTURA

San Martín de León, Sermón 21 en la Cena del Señor (PL 208, 839-840)

En su último discurso, Cristo consolidó más firmemente
el amor en el corazón de sus discípulos
con la palabra y el ejemplo

Renovamos cada día la oblación del cuerpo de Cristo — si bien Cristo padeció una vez para siempre—, porque cada día caemos en el pecado, sin el cual no podemos vivir marcados como estamos por la debilidad de nuestra carne.

Cristo quiso mostrarnos su cuerpo bajo la especie de pan, porque él es el pan vivo que ha bajado del cielo, y quiso designar la unión del cuerpo con la cabeza bajo la especie de pan, como dice el Apóstol: El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan. Así como de muchos granos se hace un único pan, así también, mediante la fusión de la fe, la esperanza y el amor, de miembros diversos formamos un único cuerpo de Cristo.

Por tanto, quien desee unirse al cuerpo de Cristo en calidad de miembro, ha de participar con los demás del pan celestial, pues el Señor partió el pan y lo distribuyó. Lo que es uno, quiso que fuera participado por todos, cuando dijo: Tomad por la conformidad, comed todos el mismo sacramento: Haced esto en conmemoración mía, para que recibiendo el cuerpo y la sangre, reavivemos la memoria de su pasión, de modo que así como él padeció por nosotros, también nosotros muramos por él si las circunstancias lo exigieren. Y lo mismo del cáliz, al que llamó «nuevo testamento», es decir, nueva promesa, porque por medio de aquella sangre no prometía bienes temporales, sino eternos. Esta conmemoración debe hacerse «hasta que venga», esto es, hasta el fin de los tiempos, cuando vendrá para juzgar.

En consecuencia, carísimos hermanos, puesto que el Señor quiso que, para conservar la unidad, asumiéramos y participáramos de su cuerpo, si alguien se apartare de la unidad cediendo a la ira o al odio o a la discordia, no podrá recibir dignamente el cuerpo del Señor, ni su participación podrá unirlo a Cristo. Pues así como el vínculo de la caridad agrupa a muchos, así también la discordia y el odio dividen lo que es uno. Vigilad, pues, hermanos, para que el veneno de la discordia no genere el odio entre vosotros, corrompiendo y aniquilando la dulzura de la caridad. Tened fija la vista en vuestra cabeza, considerad la causa de vuestra redención.

En efecto, Cristo nos salvó únicamente por amor, como dice el Apóstol: Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo —por pura gracia estáis salvados—. En efecto, cuando éramos todavía enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo. Nadie tiene amor más grande que el que da lavida por sus amigos. No obstante, Cristo tuvo un amor superior a éste, pues padeció la muerte no por los amigos, sino por los enemigos, es decir: Cuando todavía éramos enemigos, por su muerte fuimos reconciliados con Dios. De hecho, él murió, el inocente por los culpables: ahora bien, ¿quién habrá que muera por un justo? Ninguno. Así pues, antes de recomendar de palabra el amor, Cristo lo mostró en sus obras. Y si bien repetidas veces les había inculcado el amor, en su último discurso consolidó más firmemente el amor en el corazón de sus discípulos con la palabra y el ejemplo.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Efesios 4, 1-16

Diversidad de funciones en un mismo cuerpo

Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Por eso dice la Escritura: «Subió a lo alto llevando cautivos y dio dones a los hombres». El «subió» supone que había bajado a lo profundo de la tierra; y el que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos para llenar el universo.

Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina, en la trampa de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor.
 

SEGUNDA LECTURA

Pascasio Radberto, Comentario sobre el evangelio de san Mateo (Lib 4, cap 6: PL 120, 280-281)

¡Fijaos qué esperanza tan cierta de salvación
se ha dado a los creyentes!

Si realmente estás unido en el cuerpo de Cristo, todos los demás a una te asocian a sus oraciones y, juntos, imploran que se haga en ti la voluntad del Padre. Por tanto, no debemos minusvalorar esta unidad, ni hemos de tener en poco una tan firme comunión en Cristo, donde una es la voz de todos, unidos en una única fe, poseen a Dios en el corazón, lo aman con la misma caridad y gozan ya de él por la misma esperanza; juntos todos piden y buscan lo mismo, y llaman a una misma puerta de bondad. Así pues, nada hay más valioso, nada más fecundo, nada mejor que todos sean uno y todos velen por cada uno y que cada uno vele por todos en el seno de la comunidad, a fin de que todos juntos se encuentren en Cristo formando una sola cosa. Precisamente en nombre de esta fe, de esta esperanza y de esta caridad nos enseñó que ningún fiel debe separarse de esta unidad.

Que nadie desconfíe, pues, de obtener del Padre lo que el Hijo único nos enseñó a pedir; que nadie omita por desidia las obras que nos enseñó ser propias de los hijos. Este es, a mi juicio, el poder que ha dado a los hombres de llegar a ser hijos de Dios. Por lo cual hizo preceder las obras del poder, para que de él dimane la adopción de nuestra libertad. Por esto nos da la audacia de rezar la oración que él nos dio y nos enseñó, para que la gracia supla nuestra insuficiencia. De donde se sigue que, cuando uno de nosotros, por más remoto que esté de los demás, y aunque se oculte en los lugares más recónditos, da a Dios el nombre de Padre, ha de caer en la cuenta de que el don de una gracia tan grande ha sido concedido, no separadamente a cada cual, sino a todos comunitariamente. Por eso, nadie debe pavonearse, diciendo: Padre mío que estás en los cielos, sino Padre nuestro, pues la expresión primera compete únicamente a Cristo, de quien Dios es Padre en sentido propio. Por eso dijo significativamente en otro pasaje: Subo al Padre mío, para añadir en seguida: y Padre vuestro. Con estas palabras insinúa, con la suficiente distinción que a él le compete, una gloria especial por cuanto es Hijo por naturaleza, mientras que la gracia global de la adopción fue colectivamente concedida a todos por gracia. Es, pues, evidente, en el primer caso la consustancialidad de la naturaleza, y, en el segundo, la bondad del Señor, y, en ambos, es comparticipado el nombre de la paternidad.

De esta forma caemos en la cuenta cuantos somos lavados por la misma agua bautismal, de que, en él, todos hemos de ser hermanos y estar recíprocamente unidos por el vínculo de la fraternidad. Fijaos hasta qué punto hemos de considerar fiel y dichosa la oración que nos enseñó el doctor de la vida y el maestro celestial; mirad qué felices podemos ser nosotros, si la observamos no sólo proclamándola con la boca, sino viviéndola con fidelidad; ved qué esperanza cierta de salvación ha sido otorgada a los creyentes, cuán grande es el amor con que el Creador nos envuelve, qué cúmulo de misericordia y de bondad se nos da por anticipado, que abundancia de gracia y qué don de confianza nos es concedido, que quienes no fuimos dignos siervos tengamos el atrevimiento de llamar a Dios Padre. Es necesario, pues, que vivamos y nos comportemos como hijos de Dios, para demostrar con las obras y nuestro tenor de vida que somos realmente lo que nuestro nombre indica.