DOMINGO IV DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 7, 1-10

Melquisedec, tipo del perfecto sacerdote

Hermanos: Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, cuando Abrahán regresaba de derrotar a los reyes, lo abordó y lo bendijo, recibiendo de él el diezmo del botín.

Su nombre significa «rey de justicia», y lleva también el título de rey de Salén, es decir, «rey de paz». Sin padre, sin madre, sin genealogía; no se menciona el principio de sus días ni el fin de su vida. En virtud de esta semejanza con el Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre.

Considerad lo grande que debía de ser éste para que Abrahán, el patriarca, le diera el diezmo de lo mejor del botín. Mientras a los hijos de Leví, que reciben el sacerdocio, les manda la ley cobrar un diezmo al pueblo, es decir, a sus hermanos, a pesar de que todos descienden de Abrahán, Melquisedec, que no tenía ascendencia común con ellos, percibe el diezmo de Abrahán y bendice al depositario de las promesas. Ahora bien, está fuera de discusión que lo que es más bendice a lo que es menos.

Y aquí los que cobran el diezmo son hombres que mueren, mientras allí fue uno de quien se declara que vive. Además, por así decir, en la persona de Abrahán también Leví, el que ahora cobra el diezmo, lo pagó; pues estaba ya presente en su padre, cuando a éste lo encontró Melquisedec.

 

RESPONSORIO                Cf. Gen 14, 18; Sal 109, 4; Heb 7, 3.16
 
R./ Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino: era sacerdote del Dios Altísimo, a semejanza del Hijo de Dios. * A él el Señor ha jurado: Tú eres sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec.
V./ Cristo ha sido constituido sacerdote no por ley de prescripción carnal, sino por el poder de una vida indefectible.
R./ A él el Señor ha jurado: Tú eres sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del Génesis (Lib 2, 7-9: PG 69, 99-106)

Estableció a Melquisedec como imagen y figura de Cristo

Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o como dice otro pasaje de la Escritura: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».

No puede decirse que el Hijo de Dios, en cuanto Palabra engendrada por el Padre, había ejercido el sacerdocio; ni que pertenecía a la estirpe sacerdotal, sino en cuanto que se hizo hombre por nosotros. Como se le da el título de profeta y de apóstol, se le da asimismo el de sacerdote, en virtud de la naturaleza humana que asumió. Los oficios serviles corresponden a quien se encuentra en una situación de siervo. Y ésta ha sido para él una situación de anonadamiento: el que es igual que el Padre y es asistido por el coro de los serafines y servido por millares de ángeles, después de haberse anonadado, sólo entonces es proclamado sacerdote de los consagrados y del verdadero tabernáculo. Es santificado juntamente con nosotros, él que es superior a toda criatura. El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos, cuando dice: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos».

Por eso Dios que santifica, cuando se hizo hombre y habitó entre nosotros, hasta el punto de llamarse hermano nuestro en razón de su naturaleza humana, entonces se afirma que se santificó con nosotros. Le fue posible ejercer el sacerdocio y santificarse con nosotros gracias a la humanidad que había asumido: todo esto hemos de referirlo a su anonadamiento, si queremos pensar rectamente. Estableció, pues, a Melquisedec como imagen y figura de Cristo, por lo cual puede denominarse «rey de justicia y rey de paz». Este título conviene místicamente sólo al Emmanuel: él es efectivamente el autor de la justicia y de la paz, de las que nos ha hecho don a los hombres. Depuesto el yugo del pecado, todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo. De nuestra miserable condición de pecadores, que nos había hecho esclavos separándonos de Dios, hemos obtenido la paz con Dios Padre, purificados y unidos a él por medio del Espíritu; pues el que se une al Señor es un espíritu con él.

Después afirma san Pablo que la bendición invocada sobre Abrahán y la ofrenda del pan y del vino eran símbolo y figura de un sacerdocio más excelente.

Así pues, somos bendecidos cada vez que acogemos como don del cielo y viático para la vida aquellos dones místicos y arcanos. Somos bendecidos por Cristo y por la oración que ha dirigido al Padre por nosotros. Efectivamente, Melquisedec bendijo a Abrahán con estas palabras: Bendito sea el Dios altísimo, que ha entregado tus enemigos a tus manos. Y nuestro Señor Jesucristo, nuestro intercesor: Padre santo —dijo—, santifícalos en la verdad.

De la misma interpretación de los nombres deduce Pablo por qué Melquisedec es figura de Cristo; como ejemplo, pone expresamente ante nuestros ojos su peculiar tipo de sacerdocio: Melquisedec ofreció pan y vino. Por eso dice de él: No se menciona el principio de sus días ni el fin de su vida. En virtud de esta semejanza con el Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre.

 

RESPONSORIO                    Heb 5, 5.6; 7, 20-21
 
R./ Cristo no se apropió la gloria del sumo sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: * Tu eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec.
V./ Los otros fueron hechos sacerdotes sin juramento, mientras Jesús lo fue bajo juramento de aquél que dijo:
R./ Tu eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec.


 
ORACIÓN
 
Señor Dios, que por tu Palabra hecha carne has reconciliado contigo admirablemente al género humano, haz que el pueblo cristiano se apreste a celebrar las próximas fiestas pascuales con una fe viva y con una entrega generosa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
 



LUNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 7, 11-28

El sacerdocio eterno de Cristo

Si alguno se hace perfecto por medio del sacerdocio levítico —pues en él se basaba la legislación dada al pueblo—, ¿qué falta hacía que surgiese otro sacerdote en la línea de Melquisedec y que no se le llame de la línea de Aarón?

Porque cambiar el sacerdocio lleva consigo forzosamente cambiar la ley; y ese de que habla .el texto pertenece a una tribu diferente, de la que ninguno ha tenido que ver con el altar. Es cosa sabida que nuestro Señor nació en Judá, y de esa tribu nunca habló Moisés tratando del sacerdocio.

Y esto resulta mucho más evidente si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que lo sea no en virtud de una legislación carnal, sino en fuerza de una vida imperecedera; pues está atestiguado: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».

Es decir, por una parte se deroga una disposición anterior, por ser ineficaz e inútil —pues la ley no consiguió hacer perfecto nada—, y, en cambio, se introduce una esperanza más valiosa, por la cual nos acercamos a Dios.

Aquí no falta, además, un juramento (pues aquéllos fueron sacerdotes sin garantía de juramento, éste, en cambio, por el juramento que le hicieron al decirle: «El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: "Tú eres sacerdote eterno"»), señal de que él, Jesús, es garante de una alianza más valiosa.

De aquéllos ha habido multitud de sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer; como éste, en cambio, permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor.

Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. El no necesita ofrecer sacrificios cada día —como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo—, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. En efecto, la ley hace a los hombres sumos sacerdotes llenos de debilidades. En cambio, las palabras del juramento, posterior a la ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre.

 

RESPONSORIO                    Sal 109, 4; Gen 14, 18
 
R./ El Señor ha jurado y no se arrepiente: * Tú eres sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec.
V./ Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino: era sacerdote del Dios Altísimo.
R./ Tú eres sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec.
 


SEGUNDA LECTURA

San Fulgencio de Ruspe, Tratado sobre la verdadera fe a Pedro (Cap 22, 62: CCL 91A, 726.750-751)

Él mismo se ofreció por nosotros

En los sacrificios de víctimas carnales que la Santa Trinidad, que es el mismo Dios del antiguo y del nuevo Testamento, había exigido que le fueran ofrecidos por nuestros padres, se significaba ya el don gratísimo de aquel sacrificio con el que el Hijo único de Dios, hecho hombre, había de inmolarse a sí mismo misericordiosamente por nosotros.

Pues, según la doctrina apostólica, se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor. El, como Dios verdadero y verdadero sumo sacerdote que era, penetró por nosotros una sola vez en el santuario, no con la sangre de los becerros y los machos cabríos, sino con la suya propia. Esto era precisamente lo que significaba aquel sumo sacerdote que entraba cada año con la sangre en el santuario.

El es quien, en sí mismo, poseía todo lo que era necesario para que se efectuara nuestra redención, es decir, él mismo fue el sacerdote y el sacrificio, él mismo fue Dios y templo: el sacerdote por cuyo medio nos reconciliamos, el sacrificio que nos reconcilia, el templo en el que nos reconciliamos, el Dios con quien nos hemos reconciliado.

Como sacerdote, sacrificio y templo, actuó solo, porque aunque era Dios quien realizaba estas cosas, no obstante las realizaba en su forma de siervo; en cambio, en lo que realizó como Dios, en la forma de Dios, lo realizó conjuntamente con el Padre y el Espíritu Santo.

Ten, pues, por absolutamente seguro, y no dudes en modo alguno, que el mismo Dios unigénito, Verbo hecho carne, se ofreció por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor, el mismo en cuyo honor, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, los patriarcas, profetas y sacerdotes ofrecían, en tiempos del antiguo Testamento, sacrificios de animales; y a quien ahora, o sea, en el tiempo del Testamento nuevo, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, con quienes comparte la misma y única divinidad, la santa Iglesia católica no deja nunca de ofrecer, por todo el universo de la tierra, el sacrificio del pan y del vino, con fe y caridad.

Así, pues, en aquellas víctimas carnales se significaba la carne y la sangre de Cristo; la carne que él mismo, sin pecado como se hallaba, había de ofrecer por nuestros pecados, y la sangre que había de derramar en remisión también de nuestros pecados; en cambio, en este sacrificio se trata de la acción de gracias y del memorial de la carne de Cristo, que él ofreció por nosotros, y de la sangre, que, siendo como era Dios, derramó por nosotros. Sobre esto afirma el bienaventurado Pablo en los Hechos de los apóstoles: Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre.

Por tanto, aquellos sacrificios eran figura y signo de lo que se nos daría en el futuro; en este sacrificio, en cambio, se nos muestra de modo evidente lo que ya nos ha sido dado.

En aquellos sacrificios se anunciaba de antemano al Hijo de Dios, que había de morir a manos de los impíos; en este sacrificio, en cambio, se le anuncia ya muerto por ellos, como atestigua el Apóstol al decir: Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; y añade: Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.

 

RESPONSORIO                    Col 1, 21-22; Rom 3, 25
 
R./ A vosotros, que en otro tiempo fuisteis extraños y enemigos por vuestros pensamientos y obras malas, Cristo os ha reconciliado ahora, por medio de la muerte de su cuerpo de carne, * para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles delante de él.
V./ Dios lo destinó a ser instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe.
R./ Para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles delante de él.


 
ORACIÓN
 
Oh Dios, que renuevas el mundo por medio de sacramentos divinos, concede a tu Iglesia la ayuda de estos auxilios del cielo sin que le falten los necesarios de la tierra. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
 



MARTES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 8, 1-13

El sacerdocio de Cristo en la nueva alianza

Hermanos: Esto es lo principal de toda la exposición: Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del santuario y de la tienda verdadera, construida por el Señor y no por hombre.

En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios; de ahí la necesidad de que también éste tenga algo que ofrecer. Ahora bien, si estuviera en la tierra, no sería siquiera sacerdote, habiendo otros que ofrecen los dones según la ley. Estos sacerdotes están al servicio de un esbozo y sombra de las cosas celestes, según el oráculo que recibió Moisés cuando iba a construir la tienda: «Mira —le dijo Dios—, te ajustarás al modelo que te fue mostrado en la montaña».

Mas ahora a él le ha correspondido un ministerio tanto más excelente cuanto mejor es la alianza de la que es mediador, una alianza basada en promesas mejores. En efecto, si la primera hubiera sido perfecta, no tendría objeto la segunda.

Pero a los antiguos les echa en cara:

«Mirad que llegan días —dice el Señor—, en que haré con la casa de Israel y con la casa de Judá una alianza nueva; no como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto. Ellos fueron infieles a mi alianza, y yo me desentendí de ellos —dice el Señor—. Así será la alianza que haré con la casa de Israel después de aquellos días —oráculo del Señor—: Pondré mis leyes en su mente y las escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: "¡Conoce al Señor!", porque todos me conocerán, del menor al mayor, pues perdonaré sus delitos y no me acordaré ya de sus pecados».

Al decir «alianza nueva», dejó anticuada la anterior; y lo que está anticuado y se hace viejo está a punto de desaparecer.

 

RESPONSORIO                    cf. Heb 8, 1-2; 9, 24
 
R./ Tenemos un sumo sacerdote tan grande que se sentó a la derecha del Omnipotente en los cielos, ministro del santuario y de la Tienda verdadera, * para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro.
V./ Cristo no penetró en un santuario hecho por mano de hombre, figura del verdadero, sino en el mismo cielo.
R./ Para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro.
 


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 60 sobre la Pasión del Señor (1-2: CCL 138A, 363-365)

En la inmolación de Cristo está la verdadera Pascua
y el único sacrificio

Amadísimos: El sacramento de la pasión del Señor, decretado desde tiempo inmemorial para la salvación del género humano y anunciado de muchas maneras a todo lo largo de los siglos precedentes, no esperamos ya que se manifieste, sino que lo adoramos cumplido. Para informarnos de ello concurren tanto los nuevos como los antiguos testimonios, pues lo que cantó la trompeta profética, nos lo hace patente la historia evangélica, y como está escrito: Una sima grita a otra sima con voz de cascadas; pues a la hora de entonar un himno a la gloriosa generosidad de Dios sintonizan perfectamente las voces de ambos Testamentos, y lo que estaba oculto bajo el velo de las figuras, resulta evidente a la luz de la revelación divina. Y aunque en los milagros que el Salvador hacía en presencia de las multitudes, pocos advertían la presencia de la Verdad, y los mismos discípulos, turbados por la voluntaria pasión del Señor, no se evadieron al escándalo de la cruz sin afrontar la tentación del miedo, ¿cómo podría nuestra fe comprender y nuestra conciencia recabar la energía necesaria, si lo que sabemos consumado, no lo leyéramos preanunciado?

Ahora bien: después que con la asunción de la debilidad humana la potencia de Cristo ha sido glorificada, las solemnidades pascuales no deben ser deslucidas por la aflicción indebida de los fieles; ni debemos con tristeza recordar el orden de los acontecimientos, ya que de tal manera el Señor se sirvió de la malicia de los judíos, que supo hacer de sus intenciones criminales, el cumplimiento de su voluntad de misericordia.

Y si cuando Israel salió de Egipto, la sangre del cordero les valió la recuperación de la libertad, y aquella fiesta se convirtió en algo sagrado, por haber alejado, mediante la inmolación de un animal, la ira del exterminador, ¿cuánto mayor gozo no debe inundar a los pueblos cristianos, por los que el Padre todopoderoso no perdonó a su Hijo unigénito, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, de modo que, en la inmolación de Cristo, la Pascua pasara a ser el verdadero y único sacrificio, mediante el cual fue liberado, no un solo pueblo de la dominación del Faraón, sino todo el mundo de la cautividad del diablo?

 

RESPONSORIO                    Heb 9, 22.23; Lev 17, 11
 
R./ Según la ley, sin efusión de sangre no hay remisión: * por eso era necesario que las figuras de las realidades celestiales fueran purificadas con víctimas más excelentes que aquéllas.
V./ El Señor dijo: Yo os he concedido poner la sangre en el altar para hacer expiación por vuestras vidas.
R./ Por eso era necesario que las figuras de las realidades celestiales fueran purificadas con víctimas más excelentes que aquéllas.


 
ORACIÓN
 
Señor, que las saludables prácticas de la Cuaresma dispongan los corazones de tus hijos, para que celebren dignamente el misterio pascual y extiendan por todas partes el anuncio de tu salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 9, 1-10

Confrontación entre la expiación de la antigua
y nueva Alianza

La primera alianza tenía reglas para el culto y el santuario terrestre. La tienda tenía un primer recinto, llamado «santo», donde estaban el candelabro, la mesa y los panes presentados; detrás de la segunda cortina estaba el recinto llamado «santísimo»; había allí un altar de oro para el incienso y el arca de la alianza toda recubierta de oro; en éste se guardaban una urna de oro con el maná, la vara florecida de Aarón y las tablas de la alianza. Encima estaban los querubines de la gloria, cubriendo con su sombra el lugar de la expiación. Pero no es ahora el momento de perderse en detalles.

Construido todo de esta manera, en el primer recinto entran los sacerdotes continuamente para celebrar el culto; pero en el segundo entra una vez al año el sumo sacerdote solo y además llevando sangre para ofrecerla por él mismo y por las faltas del pueblo. Con esto da a entender el Espíritu Santo que mientras esté en pie el primer recinto, el camino que lleva al santuario no está patente.

Esto es un símbolo de la situación actual; según él, se ofrecen dones y sacrificios que no pueden transformar en su conciencia al que practica el culto, pues se relacionan sólo con alimentos, bebidas y abluciones diversas, observancias exteriores impuestas hasta que llegara el momento de poner las cosas en su punto.

 

RESPONSORIO                    Heb 9, 14; 1 Jn 2, 2
 
R./ La sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, * purifica nuestra conciencia de las obras muertas para rendir culto al Dios vivo.
V./ Él es víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
R./ Purifica nuestra conciencia de las obras muertas para rendir culto al Dios vivo.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 11 sobre la segunda carta a los Corintios (3-4: PG 61, 478-480)

Al que no había pecado, Dios lo hizo expiar
nuestros pecados

El Padre envió al Hijo para que, en su nombre, exhortara y asumiera el oficio de embajador ante el género humano. Pero como quiera que, una vez muerto, él se ausentó, nosotros le hemos sucedido en la embajada, y os exhortamos en su nombre y en nombre del Padre. Pues aprecia tanto al género humano, que le dio a su Hijo, aun a sabiendas de que habrían de matarlo, y a nosotros nos ha nombrado apóstoles para vuestro bien. Por tanto, no creáis que somos nosotros quienes os rogamos: es el mismo Cristo el que os ruega, el mismo Padre os suplica por nuestro medio.

¿Hay algo que pueda compararse con tan eximia bondad? Pues ultrajado personalmente como pago de sus innumerables beneficios, no sólo no tomó represalias, sino que además nos entregó a su Hijo para reconciliamos con él. Mas quienes lo recibieron, no sólo no se cuidaron de congraciarse con él, sino que para colmo lo condenaron a muerte.

Nuevamente envió otros intercesores, y, enviados, es él mismo quien por ellos ruega. ¿Qué es lo que ruega? Reconciliaos con Dios. No dijo: Recuperad la gracia de Dios, pues no es él quien provoca la enemistad, sino vosotros; Dios efectivamente no provoca la enemistad. Más aún: viene como enviado a entender en la causa.

Al que no había pecado –dice–, Dios lo hizo expiar nuestros pecados. Aun cuando Cristo no hubiera hecho absolutamente nada más que hacerse hombre, piensa, por favor, lo agradecidos que debiéramos de estar a Dios por haber entregado a su Hijo por la salvación de aquellos que le cubrieron de injurias. Pero la verdad es que hizo mucho más, y por si fuera poco, permitió que el ofendido fuera crucificado por los ofensores.

Dice: Al que no había pecado, sino que era la misma justicia, lo hizo expiar nuestros pecados: esto es, toleró que fuera condenado como un pecador y que muriese como un maldito: pues maldito todo el que cuelga de un árbol. Era ciertamente más atroz morir de este modo, que morir simplemente. Es lo que él mismo viene a sugerir en otro lugar: Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz. Considerad, pues, cuántos beneficios habéis recibido de él.

En consecuencia, si amamos a Cristo como él se merece, nosotros mismos nos impondremos el castigo por nuestros pecados. Y no porque sintamos un auténtico horror por el infierno, sino más bien porque nos horroriza ofender a Dios; pues esto es más atroz que aquello: que Dios, ofendido, aparte de nosotros su rostro. Reflexionando sobre estos extremos, temamos ante todo el pecado: pecado significa castigo, significa infierno, significa males incalculables. Y no sólo lo temamos, sino huyamos de él y esforcémonos por agradar constantemente a Dios: esto es reinar, esto es vivir, esto es poseer bienes innumerables. De este modo entraremos ya desde ahora en posesión del reino y de los bienes futuros, bienes que ojalá todos consigamos por la gracia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

 

RESPONSORIO                    1Pe 2, 22.24; Is 53, 5
 
R./ Él no cometió pecado y no se halló engaño en su boca: llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero de la cruz, * a fin de que,muertos al pecado, vivamos para la justicia.
V./ El castigo que nos trae La Paz recayó sobre él; por sus heridas hemos sido curados.
R./ A fin de que,muertos al pecado, vivamos para la justicia.


 
ORACIÓN.
 
Señor Dios, que premias los méritos de los justos y concedes el perdón a los pecadores que se arrepienten y hacen penitencia, escucha benignamente nuestras súplicas y, por la humilde confesión de nuestras culpas, otórganos tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 9, 11-28

Cristo, sumo sacerdote, con su propia sangre,
ha entrado en el santuario una vez para siempre

Hermanos: Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos nide becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna.

Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo.

Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.

Mirad, para disponer de una herencia, es preciso que conste de la muerte del testador; pues un testamento adquiere validez en caso de defunción; mientras vive el testador, todavía no tiene vigencia. De ahí que tampoco faltase sangre en la inauguración de la primera alianza. Cuando Moisés acabó de leer al pueblo todas las prescripciones contenidas en la ley, cogió la sangre de los becerros y las cabras, además de agua, lana escarlata e hisopo, y roció primero el libro mismo y después al pueblo entero, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que hace Dios con vosotros». Con la sangre roció, además, el tabernáculo y todos los utensilios litúrgicos. Según la ley, prácticamente todo se purifica con sangre, y sin derramamiento de sangre no hay perdón. Bueno, estos esbozos de las realidades celestes tenían que purificarse por fuerza con tales ritos, pero las realidades mismas celestes necesitan sacrificios de más valor que éstos.

Pues Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres –imagen del auténtico—, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces –como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena; si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo–. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, a los que lo esperan, para salvarlos.

 

RESPONSORIO                    Heb 9, 28; Is 53, 11
 
R./ Cristo, después de haberse ofrecido una vez para quitar los pecados de la multitud, * aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, a los que le esperan para su salvación.
V./ Mi justo siervo justificará a muchos y cargará con sus iniquidades.
R./ Aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, a los que le esperan para su salvación.
 


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 3, 8: PG 14, 950-951)

Sin derramamiento de sangre no hay perdón

Examinemos ahora cada uno de los nombres que se le han dado al Salvador y consideremos con mayor diligencia el porqué y el significado de cada uno de estos atributos. Así caerás en la cuenta de que ciertamente en él quiso Dios que residiera toda la plenitud de la divinidad corporalmente, de que él mismo es el lugar de la expiación, el pontífice y el sacrificio que se ofrece por el pueblo.

Sobre su calidad de pontífice habla claramente David en el salmo y el apóstol Pablo escribiendo a los Hebreos. Que sea también sacrificio, lo atestigua Juan cuando dice: Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. En su calidad de sacrificio, se convierte, por su sangre, en víctima de propiciación por los pecados del pasado; esta propiciación llega, por el camino de la fe, a cada uno de los creyentes. Si no nos otorgara la remisión de los pecados del pasado, no tendríamos la prueba de que la redención se he operado ya.

Ahora bien: constándonos de la remisión de los pecados, es seguro que se ha llevado a cabo la propiciación mediante la efusión de su preciosa sangre: pues sin derramamiento de sangre —como dice el Apóstol— no hay perdón de los pecados.

Pero para que no creas que Pablo es el único en dar a Cristo el título de víctima de propiciación, escucha cómo también Juan está perfectamente de acuerdo en este tema, cuando dice: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. Así pues, por la renovada propiciación de la sangre de Cristo se opera la remisión de los pecados del pasado, con la tolerancia de Dios, en la espera de mostrar su justicia salvadora.

La tolerancia de Dios radica en que el pecador no es inmediatamente castigado cuando comete el pecado, sino que, como el Apóstol dice en el mismo lugar, por la paciencia, Dios le empuja a la conversión; y se nos dice que en esto manifiesta Dios su justicia. Y con razón añade: en este tiempo; pues la justicia de Dios consiste, en este tiempo presente, en la tolerancia; la del futuro, en la retribución.

 

RESPONSORIO                    Ef 1, 9-10; Col 1, 19-20
 
R./ Dios estableció, para realizarlo en la plenitud de los tiempos, el designio de hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, * lo que esté en los cielos y lo que está en la tierra.
V./ Pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, y por él reconciliar consigo todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz.
R./ Lo que esté en los cielos y lo que está en la tierra.


 
ORACIÓN
 
Padre lleno de amor, concédenos que, purificados por la penitencia y santificados por la práctica de buenas obras, sepamos mantenernos siempre fieles a tus mandamientos y lleguemos libres de culpa a las fiestas de la Pascua. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 10,1-10

Nuestra santificación por la oblación de Cristo

Hermanos: La ley, que presenta sólo sombra de los bienes definitivos y no la imagen auténtica de la realidad, siempre, con los mismos sacrificios, año tras año, no puede nunca hacer perfectos a los que se acercan a ofrecerlos. Si no fuera así, habrían dejado de ofrecerse, porque los ministros del culto, purificados una vez, no tendrían ya ningún pecado sobre su conciencia. Pero en estos mismos sacrificios se recuerdan los pecados año tras año. Porque es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados.

Por eso, cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: `Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad'».

Primero dice: «No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley.

Después añade: «Aquí estoy yo para hacer tu voluntad». Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

 

RESPONSORIO                    Heb 10, 5-7.4; Sal 39, 7-8
 
R./ Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio me has formado un cuerpo. No te agradaron holocaustos y sacrificios por el pecado. Entonces dije: * He aquí que vengo, Señor, para hacer tu voluntad.
V./ Es imposible que sangre de toros y machos cabríos borre pecados. Por eso, al entrar en este mundo dice:
R./ He aquí que vengo, Señor, para hacer tu voluntad.
 


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Carta 67 (47-50: PL 16,1253-1254)

Cristo no se arrogó el sacerdocio: lo aceptó

El médico bueno, que cargó con nuestras enfermedades, sanó nuestras dolencias, y sin embargo, no se arrogó la dignidad de sumo sacerdote; pero el Padre, dirigiéndose a él, le dijo: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy. Y en otro lugar le dice también: Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec. Y como había de ser el tipo de todos los sacerdotes, asumió una carne mortal, para, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentar oraciones y súplicas a Dios Padre. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer, para enseñarnos a ser obedientes y así convertirse para nosotros en autor de salvación. Y de este modo, consumada la pasión y, llevado él mismo a la consumación, otorgó a todos la salud y cargó con el pecado de todos.

Por eso se eligió a Aarón como sacerdote, para que en la elección sacerdotal no prevaleciera la ambición humana, sino la gracia de Dios; no el ofrecimiento espontáneo ni la propia usurpación, sino la vocación celestial, de modo que ofrezca sacrificios por los pecados, el que pueda comprender a los pecadores, por estar él mismo –dice–envuelto en debilidades. Nadie debe arrogarse este honor; Dios es quien llama, como en el caso de Aarón; por eso Cristo no se arrogó el sacerdocio: lo aceptó.

Finalmente, como la sucesión aaronítica efectuada de acuerdo con la estirpe, tuviera más herederos de la sangre, que partícipes de la justicia, apareció –según el tipo de aquel Melquisedec de que nos habla el antiguo Testamento– el verdadero Melquisedec, el verdadero rey de la paz, el verdadero rey de la justicia, pues esto es lo que significa el nombre: sin padre, sin madre, sin genealogía; no se menciona el principio de sus días ni el fin de su vida. Esto puede decirse igualmente del Hijo de Dios, que no conoció madre en aquella divina generación, ni tuvo padre en el nacimiento de la virgen María; nacido antes de los siglos únicamente de Padre, nacido de sola la Virgen en este siglo, ni sus días pudieron tener comienzo, él que existía desde el principio. Y ¿cómo podría tener fin la vida de quien es el autor de la vida de todos? El es el principio y el fin de todas las cosas. Pero es que, además, esto lo aduce como ejemplo. Pues el sacerdote debe ser como quien no tiene ni padre ni madre: en él no debe mirarse la nobleza de su cuna, sino la honradez de sus costumbres y la prerrogativa de las virtudes.

Debe haber en él fe y madurez de costumbres: no lo uno sin lo otro, sino que ambas cosas coincidan en la misma persona juntamente con las buenas obras y acciones. Por eso el apóstol Pablo nos quiere imitadores de aquellos que, por la fe y la paciencia, poseen en herencia las promesas hechas a Abrahán, quien, por la paciencia, mereció recibir y poseer la gracia de bendición que se le había prometido. El profeta David nos advierte que debemos ser imitadores del santo Aarón, a quien para nuestra imitación, colocó entre los santos del Señor, diciendo: Moisés y Aarón con sus sacerdotes, Samuel con los que invocan su nombre.

 

RESPONSORIO                    Heb 5, 4.6; Sir 45, 16
 
R./ Nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón. * Del mismo modo Cristo no se arrogó la dignidad de sumo sacerdote, sino que fue llamado por Dios sacerdote, a semejanza de .
V./ El Señor le eligió entre todos los vivientes para presentarle la ofrenda.
R./ Del mismo modo Cristo no se arrogó la dignidad de sumo sacerdote, sino que fue llamado por Dios sacerdote, a semejanza de Melquisedec.


 
ORACIÓN
 
Señor Dios, que nos proporcionas abundantemente los auxilios que necesita nuestra fragilidad, haz que recibamos con alegría la redención que nos otorgas y que la manifestemos a los demás con nuestra propia vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 10, 11-25

Perseverancia en la fe

Hermanos: Cualquier otro sacerdote ejerce su ministerio, diariamente, ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados. Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

Esto nos lo atestigua también el Espíritu Santo. En efecto, después de decir: «Así será la alianza que haré con ellos después de aquellos días —dice el Señor—: Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente», añade: «Y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus crímenes». Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados.

Hermanos, teniendo entrada libre al santuario, en virtud de la sangre de Jesús, contando con el camino nuevo y vivo que él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea, de su carne, y teniendo un gran sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado de la mala conciencia y con el cuerpo lavado en agua pura. Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa; fijémonos los unos en los otros, para estimularnos a la caridad y a las buenas obras. No desertéis de las asambleas, como algunos tienen por costumbre, sino animaos tanto más cuanto más cercano veis el Día.

 

RESPONSORIO            cf. Heb 9, 15; 10, 20.19; 1 Pe 3, 22
 
R./ Cristo es mediador de una nueva Alianza * y ha inaugurado para nosotros, a través de su carne, la vía nueva para entrar en el santuario.
V./ Está a la diestra de Dios, después de haber vencido la muerte para hacernos herederos de la vida eterna.
R./ Y ha inaugurado para nosotros, a través de su carne, la vía nueva para entrar en el santuario.
 


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 15 sobre la Pasión del Señor (3-4: PL 54, 366-367)

Contemplación de la pasión del Señor

El verdadero venerador de la pasión del Señor tiene que contemplar de tal manera, con la mirada del corazón, a Jesús crucificado, que reconozca en él su propia carne.

Toda la tierra ha de estremecerse ante el suplicio del Redentor: las mentes infieles, duras como la piedra, han de romperse, y los que están en los sepulcros, quebradas las losas que los encierran, han de salir de sus moradas mortuorias. Que se aparezcan también ahora en la ciudad santa, esto es, en la Iglesia de Dios, como un anuncio de la resurrección futura, y lo que un día ha de realizarse en los cuerpos efectúese ya ahora en los corazones.

A ninguno de los pecadores se le niega su parte en la cruz, ni existe nadie a quien no auxilie la oración de Cristo. Si ayudó incluso a sus verdugos, ¿cómo no va a beneficiar a los que se convierten a él?

Se eliminó la ignorancia, se suavizaron las dificultades, y la sangre de Cristo suprimió aquella espada de fuego que impedía la entrada en el paraíso de la vida. La obscuridad de la vieja noche cedió ante la luz verdadera.

Se invita a todo el pueblo cristiano a disfrutar de las riquezas del paraíso, y a todos los bautizados se les abre la posibilidad de regresar a la patria perdida, a no ser que alguien se cierre a sí mismo aquel camino que quedó abierto, incluso, ante la fe del ladrón arrepentido.

No dejemos, por tanto, que las preocupaciones y la soberbia de la vida presente se apoderen de nosotros, de modo que renunciemos al empeño de conformarnos a nuestro Redentor, a través de sus ejemplos, con todo el impulso de nuestro corazón. Porque no dejó de hacer ni sufrir nada que fuera útil para nuestra salvación, para que la virtud que residía en la cabeza residiera también en el cuerpo.

Y, en primer lugar, el hecho de que Dios acogiera nuestra condición humana, cuando la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, ¿a quién excluyó de su misericordia, sino al infiel? ¿Y quién no tiene una naturaleza común con Cristo, con tal de que acoja al que a su vez lo ha asumido a él, puesto que fue regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue concebido? Y además, ¿quién no reconocerá en él sus propias debilidades? ¿Quién dejará de advertir que el hecho de tomar alimento, buscar el descanso y el sueño, experimentar la solicitud de la tristeza y las lágrimas de la compasión es fruto de la condición humana del Señor?

Y como, desde antiguo, la condición humana esperaba ser sanada de sus heridas y purificada de sus pecados, el que era unigénito Hijo de Dios quiso hacerse también hijo de hombre, para que no le faltara ni la realidad de la naturaleza humana ni la plenitud de la naturaleza divina.

Nuestro es lo que, por tres días, yació exánime en el sepulcro y, al tercer día, resucitó; lo que ascendió sobre todas las alturas de los cielos hasta la diestra de la majestad paterna: para que también nosotros, si caminamos tras sus mandatos y no nos avergonzamos de reconocer lo que, en la humildad del cuerpo, tiene que ver con nuestra salvación, seamos llevados hasta la compañía de su gloria; puesto que habrá de cumplirse lo que manifiestamente proclamó: Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo.

 

RESPONSORIO                    cf. 1 Cor 1, 18.23
 
R./ La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden, * más para nosotros, llamados a la salvación, es fuerza de Dios.
V./ Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles.
R./ Más para nosotros, llamados a la salvación, es fuerza de Dios.
 
 
ORACIÓN
 
Llenos de alegría, al celebrar un año más la Cuaresma, te pedimos, Señor, vivir los sacramentos pascuales, y sentir en nosotros el gozo de su eficacia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.