TIEMPO DE CUARESMA

MIÉRCOLES DE CENIZA

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 58, 1-12

El ayuno agradable a Dios

Así dice el Señor Dios:

«Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados.

Consultan mi oráculo a diario, muestran deseo de conocer mi camino, como un pueblo que practicara la justicia y no abandonase el mandato de Dios. Me piden sentencias justas, desean tener cerca a Dios».

«¿Para qué ayunar, si no haces caso?, ¿mortificarnos, si tú no te fijas?».

«Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores; mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad. No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces.

¿Es ése el ayuno que el Señor desea, para el día en que el hombre se mortifica?, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?

El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne.

Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: "Aquí estoy".

Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.

El Señor te dará reposo permanente, en el desierto saciará tu hambre, hará fuertes tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña; reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre cimientos de antaño; te llamarán reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas».

 

RESPONSORIO                    Cf. Is 58, 6-7.9; Mt 25, 31.34.35
 
R./ El ayuno que yo quiero es éste -dice el Señor-: Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: «Aquí estoy.»
V./ Cuando venga el Hijo del hombre, dirá a los de su derecha: «Venid, tuve hambre, y me disteis de comer.»
R./ Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: «Aquí estoy.»
 


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (Caps 7, 4-8, 5-9. 1; 13, 1-4; 19, 2: Funck 1, 71-73.77-78.87)

Convertíos

Fijemos con atención nuestra mirada en la sangre de Cristo, y reconozcamos cuán preciosa ha sido a los ojos de Dios, su Padre, pues, derramada por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la penitencia para todo el mundo.

Recorramos todos los tiempos, y aprenderemos cómo el Señor, de generación en generación, concedió un tiempo de penitencia a los que deseaban convertirse a él. Noé predicó la penitencia, y los que lo escucharon se salvaron. Jonás anunció a los ninivitas la destrucción de su ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios y, a fuerza de súplicas, alcanzaron la indulgencia, a pesar de no ser del pueblo elegido.

De la penitencia hablaron, inspirados por el Espíritu Santo, los que fueron ministros de la gracia de Dios. Y el mismo Señor de todas las cosas habló también, con juramento, de la penitencia diciendo: Por mi vida —oráculo del Señor—, juro que no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta; y añade aquella hermosa sentencia: Cesad de obrar mal, casa de Israel. Di a los hijos de mi pueblo: «Aunque vuestros pecados lleguen hasta el cielo, aunque sean como púrpura y rojos como escarlata, si os convertís a mí de todo corazón y decís: "Padre", os escucharé como a mi pueblo santo».

Queriendo, pues, el Señor que todos los que él ama tengan parte en la penitencia, lo confirmó así con su omnipotente voluntad.

Obedezcamos, por tanto, a su magnífico y glorioso designio, e, implorando con súplicas su misericordia y benignidad, recurramos a su benevolencia y convirtámonos, dejadas a un lado las vanas obras, las contiendas y la envidia, que conduce a la muerte.

Seamos, pues, humildes, hermanos, y, deponiendo toda jactancia, ostentación e insensatez, y los arrebatos de la ira, cumplamos lo que está escrito, pues lo dice el Espíritu Santo: No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza; el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, para buscarle a él y practicar el derecho y la justicia; especialmente si tenemos presentes las palabras del Señor Jesús, aquellas que pronunció para enseñarnos la benignidad y la longanimidad.

Dijo, en efecto: Sed misericordiosos, y alcanzaréis misericordia; perdonad, y se os perdonará; como vosotros hagáis, así se os hará a vosotros; dad, y se os dará; no juzguéis, y no os juzgarán; como usareis la benignidad, asi la usarán con vosotros; la medida que uséis la usarán con vosotros.

Que estos mandamientos y estos preceptos nos comuniquen firmeza para poder caminar, con toda humildad, en la obediencia a sus santos consejos. Pues dice la Escritura santa: En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras.

Comoquiera, pues, que hemos participado de tantos, tan grandes y tan ilustres hechos, emprendamos otra vez la carrera hacia la meta de paz que nos fue anunciada desde el principio y fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador del universo, acogiéndonos a los magníficos y sobreabundantes dones y beneficios de su paz.

 

RESPONSORIO                    Cf. Is 55,7; Jl 2, 13; Ez 33, 11
 
R./ Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad. Porque es comprensivo y misericordioso, se arrepiente de las amenazas, el Señor, nuestro Dios.
V./ El Señor no quiere la muerte del pecador, sino que cambie de conducta y viva.
R./ Porque es comprensivo y misericordioso, se arrepiente de las amenazas, el Señor, nuestro Dios.


 
ORACIÓN
 
Señor, fortalécenos con tu auxilio al empezar la Cuaresma, para que nos mantengamos en espíritu de conversión; que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



JUEVES DESPUÉS DE CENIZA


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del Deuteronomio 1, 1.6-18

Últimas exhortaciones de Moisés en Moab

Palabras que dijo Moisés a todo Israel al otro lado del Jordán, es decir, en el desierto o estepa que hay frente a Espadaña, entre Farán a un lado y Tofel, Alba, Aldeas y Dorada al otro lado:

«El Señor, nuestro Dios, nos dijo en el Horeb:

"Basta ya de vivir en estas montañas. Poneos en camino y dirigíos a las montañas amorreas y a las poblaciones vecinas de la estepa, la sierra, la Sefela, el Negueb y la costa. O sea, el territorio cananeo, el Líbano y hasta el Río Grande, el Eufrates. Mirad, ahí delante te he puesto la tierra; entra a tomar posesión de la tierra que el Señor prometió a vuestros padres, Abrahán, Isaac y Jacob".

Entonces yo os dije:

"Yo solo no doy abasto con vosotros, porque el Señor, vuestro Dios, os ha multiplicado, y hoy sois más numerosos que las estrellas del cielo. Que el Señor, vuestro Dios, os haga crecer mil veces más, bendiciéndoos como os ha prometido; pero ¿cómo voy a soportar yo solo vuestra carga, vuestros asuntos y pleitos? Elegid de cada tribu algunos hombres hábiles, prudentes y expertos, y yo los nombraré jefes vuestros".

Me contestasteis que os parecía bien la propuesta. Entonces yo tomé algunos hombres hábiles y expertos, y los nombré jefes vuestros: para cada tribu jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez, y además alguaciles. Y di a vuestros jueces las siguientes normas:

"Escuchad y resolved según justicia los pleitos de vuestros hermanos, entre sí o con emigrantes. No seáis parciales en la sentencia, oíd por igual a pequeños y grandes; no os dejéis intimidar por nadie, que la sentencia es de Dios. Si una causa os resulta demasiado ardua, pasádmela, y yo la resolveré".

En la misma ocasión os mandé todo lo que teníais que hacer».

 

RESPONSORIO                    Dt 1, 8.10; Gal 3, 8
 
R./ Mirad: yo os entrego esa tierra; id y tomad posesión de la tierra que el Señor juró dar a sus padres, Abrahán, Isaac y Jacob, y a sus descendientes”. * El Señor, su Dios, los ha multiplicado, y hoy son tan numerosos como las estrellas del cielo.
V./ Dios le adelantó a Abrahán la buena noticia, de que por él serían benditas todas las naciones.
R./ El Señor, su Dios, los ha multiplicado, y hoy son tan numerosos como las estrellas del cielo.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Discurso 3 contra los judíos (PG 48, 867-868)

,Ayunamos por nuestros pecados, pues vamos a acercarnos
a los sagrados misterios

¿Por qué ayunamos durante estos cuarenta días? En el pasado, muchos se acercaban a los sagrados misterios temerariamente y sin ninguna preparación, especialmente en estos días en que Cristo se entregó a sí mismo. Por ese motivo, los Padres, conscientes del daño que podía derivarse de ese acercarse irresponsablemente a los misterios, juzgaron oportuno prescribir cuarenta días de ayuno, de oraciones, de escucha de la palabra de Dios y de reuniones, para que todos, diligentemente purificados por la plegaria, la limosna, el ayuno, las vigilias, las lágrimas, la confesión y las demás obras, podamos acercarnos a los sagrados misterios con la conciencia limpia, según nuestra capacidad receptiva. La experiencia nos dice que, con esta unánime decisión, aseguraron, incluso para los tiempos venideros, algo grande y excelente, consiguiendo hacernos llegar a la habitual observancia del ayuno.

De hecho, aunque durante todo el año, nosotros no nos cansamos de predicar y proclamar el ayuno, nadie presta atención a nuestras palabras. En cambio, al solo anuncio de la Cuaresma, aunque nadie estimule, aunque nadie exhorte, hasta el más negligente se reanima y acoge las exhortaciones y las incitaciones que nos hace el mismo tiempo cuaresmal.

Por tanto, si alguno te pregunta por qué ayunas, no digas que es por la Pascua, ni siquiera por la cruz. En efecto, no ayunamos ni por la Pascua ni por la cruz, sino a causa de nuestros pecados, pues vamos a acercarnos a los sagrados misterios. Además, la Pascua no es motivo de ayuno o de luto, sino de alegría y de gozo.

Finalmente, la cruz tomó sobre sí el pecado, fue expiación por todo el mundo y reconciliación de un odio inveterado, abrió las puertas del cielo, devolvió a la amistad a los que antes eran enemigos, nos hizo subir al cielo, colocó a nuestra naturaleza a la derecha del trono, y nos concedió otros innumerables bienes.

Así que no debemos llorar y afligirnos por todas estas cosas, sino gozarnos y alegrarnos. El mismo san Pablo dice: Dios me libre de gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Y de nuevo: La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

En el mismo sentido se expresa claramente san Juan: Tanto amó Dios al mundo. ¿Cómo le amó? Dejando perder todas las demás cosas, levantó una cruz. Después de haber dicho: Tanto amó Dios al mundo, añadió: que entregó a su Hijo único para que lo crucificaran, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Luego si la cruz es motivo de amor y de glorificación, no digamos que nos afligimos por ella. Nunca jamás lloremos por la cruz, sino por nuestros pecados. Por eso ayunamos.

 

RESPONSORIO                    Cf. Bar 3, 2; Sal 105, 6
 
R./ Enmendémonos de nuestros pecados, cometidos por ignorancia, para que sorprendidos por la muerte, no busquemos el tiempo de hacer penitencia sin encontrarlo. * Escucha, Señor, ten piedad, porque hemos pecado contra Tí.
V./ Hemos pecado como nuestros padres, obramos el mal, hemos sido ímpios.
R./ Escucha, Señor, ten piedad, porque hemos pecado contra Tí.


 
ORACIÓN
 
Tu gracia, Señor, inspire nuestras acciones, las sostenga y acompañe, para que todo nuestro trabajo brote de ti, como una fuente, y a ti tienda, como a su fin. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
 



VIERNES DESPUÉS DE CENIZA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 4, 1-8.32-40

Discurso de Moisés al pueblo

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de nuestros padres, os va a dar. No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada; así cumpliréis los preceptos del Señor, vuestro, Dios, que yo os mando hoy. Vuestros ojos han visto lo que el Señor hizo en Baal Fegor; el Señor, tu Dios, exterminó, en medio de ti, a todos los que se fueron con el ídolo de Fegor; en cambio, vosotros, que os pegasteis al Señor, seguís hoy todos con vida.

Mirad, yo os enseño los mandatos y decretos que me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumpláis en la tierra donde vais a entrar para tomar posesión de ella.

Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: "Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente". Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos? Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy?

Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto? Te lo han hecho ver para que reconozcas que el Señor es Dios, y no hay otro fuera de él.

Desde el cielo hizo resonar su voz para enseñarte, en la tierra te mostró aquel gran fuego, y oíste sus palabras que salían del fuego. Porque amó a tus padres y después eligió a su descendencia, él en persona te sacó de Egipto con gran fuerza, para desposeer ante ti a pueblos más grandes y fuertes que tú, para traerte y darte sus tierras en heredad.

Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre».

 

RESPONSORIO                    Cf. Dt 4, 1; 6, 3; Sal 80, 9-10
 
R./ Escucha, Israel, los preceptos del Señor, escríbelos en tu corazón como en un libro * y te daré una tierra que mana leche y miel.
V./ ¡Ojalá me escucharas Israel! No haya en ti un dios extraño, no te postres ante un dios extranjero.
R./ Y te daré una tierra que mana leche y miel.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el diablo tentador (2, 6: PG 49, 263-264)

Cinco caminos de penitencia

¿Queréis que os recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.

El primer camino de penitencia consiste en la acusación de los pecados: Confiesa primero tus pecados, y serás justificado. Por eso dice el salmista: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa» y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena, pues, tú mismo, aquello en lo que pecaste, y esta confesión te obtendrá el perdón ante el Señor, pues, quien condena aquello en lo que faltó, con más dificultad volverá a cometerlo; haz que tu conciencia esté siempre despierta y sea como tu acusador doméstico, y así no tendrás quien te acuse ante el tribunal de Dios.

Este es un primer y óptimo camino de penitencia; hay también otro, no inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos, de tal forma que, poniendo a raya nuestra ira, olvidemos las faltas de nuestros hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone aquellas deudas que ante él hemos contraído; he aquí, pues, un segundo modo de expiar nuestras culpas. Porque si perdonáis a los demás sus culpas –dice el Señor–, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros.

¿Quieres conocer un tercer camino de penitencia? Lo tienes en la oración ferviente y continuada, que brota de lo íntimo del corazón.

Si deseas que te hable aún de un cuarto camino, te diré que lo tienes en la limosna: ella posee una grande y extraordinaria virtualidad.

También, si eres humilde y obras con modestia, en este proceder encontrarás, no menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de destruir el pecado: De ello tienes un ejemplo en aquel publicano, que, si bien no pudo recordar ante Dios su buena conducta, en lugar de buenas obras presentó su humildad y se vio descargado del gran peso de sus muchos pecados.

Te he recordado, pues, cinco caminos de penitencia: primero, la acusación de los pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo; tercero, la oración; cuarto, la limosna; y quinto, la humildad.

No te quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada día por la senda de estos caminos: ello, en efecto, resulta fácil, y no te puedes excusar aduciendo tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podrías deponer tu ira y mostrarte humilde, podrías orar asiduamente y confesar tus pecados; la pobreza no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas. Pero, ¿qué estoy diciendo? La pobreza no impide de ninguna manera el andar por aquel camino de penitencia que consiste en seguir el mandato del Señor, distribuyendo los propios bienes –hablo de la limosna–, pues esto lo realizó incluso aquella viuda pobre que dio sus dos pequeñas monedas.

Ya que has aprendido con estas palabras a sanar tus heridas, decídete a usar de estas medicinas, y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte confiado a la mesa santa y salir con gran gloria al encuentro del Señor, rey de la gloria, y alcanzar los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

 

RESPONSORIO                    Cf. Tb 12, 8; Lc 6, 37-38
 
R./ Buena es la oración con ayuno; mejor es hacer limosna que atesorar oro. * La limosna purifica de todo pecado.
V./ Perdonad, y seréis perdonados; dad y se os dará.
R./ La limosna purifica de todo pecado.


 
ORACIÓN
 
Te pedimos, Señor, que nos ayudes a continuar animosos estos días de penitencia que acabamos de empezar y que nuestras prácticas externas de penitencia estén siempre acompañadas por la sinceridad de un corazón que desea convertirse. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
 



SÁBADO DESPUÉS DE CENIZA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 5, 1-22

El decálogo

Moisés convocó a los israelitas y les dijo:

Escucha, Israel, los mandatos y decretos que hoy os predico, para que los aprendáis, los guardéis y los pongáis por obra.

El Señor, nuestro Dios, hizo alianza con nosotros en el Horeb. No hizo esa alianza con nuestros padres, sino con nosotros, con los que estamos vivos hoy, aquí. Cara a cara habló el Señor con vosotros en la montaña, desde el fuego. Yo mediaba entonces entre el Señor y vosotros, anunciándoos la palabra del Señor, porque os daba miedo aquel fuego y no subisteis a la montaña.

El Señor dijo: «Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto, de la esclavitud.

No tendrás otros dioses frente a mí.

No te harás ídolos: figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y bisnietos cuando me aborrecen. Pero actúo con lealtad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos.

No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso, porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.

Guarda el día del sábado, santificándolo, como el Señor, tu Dios, te ha mandado. Durante seis días puedes trabajar y hacer tus tareas; pero el día séptimo es día de descanso dedicado al Señor, tu Dios. No haréis trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu asno, ni tu ganado, ni el forastero que resida en tus ciudades; para que descansen como tú, el esclavo y la esclava. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que te sacó de allí el Señor, tu Dios, con mano fuerte y con brazo extendido. Por eso te manda el Señor, tu Dios, guardar el día del sábado.

Honra a tu padre y a tu madre, como te mandó el Señor; así prolongarás la vida y te irá bien en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.

No matarás.

Ni cometerás adulterio.

Ni robarás.

Ni darás testimonio falso contra tu prójimo.

Ni pretenderás la mujer de tu prójimo. Ni codiciarás su casa, ni sus tierras, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él».

Estos son los mandamientos que el Señor pronunció con voz potente ante toda vuestra asamblea, en la montaña, desde el fuego y los nubarrones. Y, sin añadir más, los grabó en dos losas de piedra y me las entregó.

 

RESPONSORIO                    Ez 20, 19; Jn 15, 10
 
R./ Yo soy el Señor, vuestro Dios. Seguid mis preceptos, * guardad mis normas y ponedlas en práctica.
V./ Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.
R./ Guardad mis normas y ponedlas en práctica.
 


SEGUNDA LECTURA

Pablo VI, Constitución apostólica «Paenitemini» (AAS t. 58. 1966, 178-179)

Rasgad los corazones, no las vestiduras

La Iglesia —que durante el Concilio ha examinado con mayor atención sus relaciones, no sólo con los hermanos separados, sino también con las religiones no cristianas–ha descubierto con gozo cómo casi en todas partes y en todos los tiempos la penitencia ocupa un papel de primer plano, por estar íntimamente unida al íntimo sentido religioso que penetra la vida de los pueblos más antiguos, y a las expresiones más elaboradas de las grandes religiones que marchan de acuerdo con el progreso de la cultura.

En el antiguo Testamento se descubre cada vez con una riqueza mayor, el sentido religioso de la penitencia. Aunque a ella recurra el hombre después del pecado para aplacar la ira divina, o con motivo de graves calamidades, o ante la inminencia de especiales peligros, o más frecuentemente para obtener beneficios del Señor, sin embargo, podemos advertir que el acto penitencial externo va acompañado de una actitud interior de «conversión», es decir, de reprobación y alejamiento del pecado y de acercamiento a Dios. Se priva del alimento y se despoja de sus propios bienes (el ayuno va generalmente acompañado de la oración y de la limosna), aun después que el pecado ha sido perdonado, e independientemente de la peticlon de gracias, se ayuna y se emplea el cilicio para someter a aflicción el alma, para humillarse ante Dios, para volver la mirada al Señor Dios, para disponerse a la oración, para «comprender» más íntimamente las cosas divinas, para prepararse al encuentro con Dios.

La penitencia es, consiguientemente —ya en el antiguo Testamento—, un acto religioso, personal, que tiene como término el amor y el abandono en el Señor: ayunar para Dios, no para sí mismo. Así había de establecerse también en los diversos ritos penitenciales sancionados por la ley. Cuando esto no se realiza, el Señor se lamenta con su pueblo: No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces... Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro.

No falta en el antiguo Testamento el aspecto social de la penitencia: las liturgias penitenciales de la antigua alianza no son solamente una toma de conciencia colectiva del pecado, sino que también constituyen la condición de pertenencia al pueblo de Dios.

También podemos advertir que la penitencia se presenta, antes de Cristo, igualmente, como medio y prueba de perfección y santidad: Judit, Daniel, la profetisa Ana y otras muchas almas elegidas, servían a Dios noche y día con ayunos y oraciones, con gozo y alegría.

Finalmente, encontramos en los justos del antiguo Testamento, quienes se ofrecen a satisfacer, con su penitencia personal, por los pecados de la comunidad; así lo hizo Moisés en los cuarenta días que ayunó para aplacar al Señor por las culpas del pueblo infiel; sobre todo así se nos presenta la figura del Siervo de Yavé, el cual soportó nuestros sufrimientos y sobre el cual cargó el Señor todos nuestros crímenes.

Sin embargo, todo esto no era más que sombra de lo que había de venir. La penitencia —exigencia de la vida interior confirmada por la experiencia religiosa de la humanidad y objeto de un precepto especial de la revelación divina– adquiere en Cristo y en la Iglesia dimensiones nuevas, infinitamente más vastas y profundas.

 

RESPONSORIO                    Jl 2, 13; Jer 25, 5
 
R./ Desgarrad vuestro corazón y no vuestras vestiduras, * volved al Señor vuestro Dios, porque Él es clemente y compasivo.
V./ Abandone cada cual su mal camino y sus malas acciones.
R./ Volved al Señor vuestro Dios, porque Él es clemente y compasivo.
 
 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso y eterno, mira compasivo nuestra debilidad y extiende sobre nosotros tu mano poderosa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.