DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 13, 44-52

HOMILÍA

Orígenes, Homilías sobre el evangelio de san Mateo (Lib 10, 9-10: SC 162, 173-177)

Las perlas finas conducen a la perla de gran valor

El texto que buscaba perlas finas puedes compararlo con éste: Buscad y hallaréis; y con este otro: Quien busca, halla. ¿A propósito de qué se dice buscad y quien busca, halla? Arriesgo la idea de que se trata de las perlas y la perla, perla que adquiere el que lo ha dado todo y ha aceptado perderlo todo, perla a propósito de la cual dice Pablo: Lo perdí todo con tal de ganar a Cristo: al decir «todo» se refiere a las perlas finas; y al puntualizar: «con tal de ganar a Cristo», apunta a la única perla de gran valor.

Preciosa es la lámpara para los que viven en tinieblas, y su uso necesario hasta que salga el sol; preciosa era asimismo la gloria que irradiaba el rostro de Moisés y pienso que también el de los profetas: espectáculo tan maravilloso que, gracias a él, nos abrimos a la posibilidad de contemplar la gloria de Cristo, gloria a la que el Padre rinde testimonio, diciendo: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. El resplandor aquel ya no es resplandor, eclipsado por esta gloria incomparable, y nosotros necesitamos, en un primer momento, de una gloria que acepte ser abolida para dar paso a una gloria más excelente, lo mismo que tenemos necesidad de un conocimiento «limitado», que se acabará cuando llegue lo perfecto. Así, toda alma que accede a la primera infancia y camina hacia la perfección necesita, hasta que se cumpla el tiempo, de pedagogo, tutores y curadores, para que al llegar a la edad prefijada por su padre, el que en nada se diferenciaba de un esclavo, siendo dueño de todo, reciba, una vez liberado, de mano del pedagogo, de los tutores y curadores, sus bienes patrimoniales, análogos a la perla de gran valor y a la futura perfección que acaba con lo que es limitado, en el momento en que es capaz de acceder a la excelencia del conocimiento de Cristo, después de haberse ejercitado en aquellos conocimientos que, por decirlo así, subyacen al conocimiento de Cristo.

Pero la gran masa, que no ha captado la belleza de las numerosas perlas de la ley, ni el conocimiento todavía «limitado» que se encuentra en todas las profecías, se imaginan poder encontrar, sin antes haber aclarado y comprendido perfectamente tales riquezas, la única perla de gran valor y contemplar la excelencia del conocimiento de Cristo, en comparación de la cual puede decirse que todo lo que ha precedido a tan elevado y perfecto conocimiento, sin ser por propia naturaleza basura, aparece como tal, pues se la puede comparar al estiércol que el dueño de la viña echa alrededor de la higuera, para que produzca más fruto.

Así pues, todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol: tiempo de recoger piedras, esto es, perlas finas y, después de haberlas recogido, tiempo de encontrar la única perla de gran valor, momento en que es preciso ir a vender todo lo que uno tiene, y comprarla.


Ciclo B: Jn 6, 1-15

HOMILÍA

Balduino de Cantorbery, Tratado sobre el sacramento del altar (Parte 2,3: SC 93, 248-252)

Se nos invita a la fe, que es el trabajo de Dios

Éste es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado. Ellos le hablaban de trabajos, en plural; él les responde del trabajo de Dios, en singular, indicando que todas las obras buenas proceden de una única obra buena. Y la fe activa en la práctica del amor es precisamente el trabajo de Dios y el principio en nosotros del bien obrar, ya que sin fe es imposible complacer a Dios.

Preguntando, pues, ellos cuáles son los trabajos que Dios quiere y como todavía no tenían fe, sin la cual no podían ocuparse de los trabajos de Dios, les invita a la fe que es el trabajo que Dios quiere, esto es, que crean en el que Dios ha enviado. Comprendiendo que Jesús se refería a él mismo, le replicaron: ¿ Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? Mira cómo los judíos piden signos; no les basta el signo de los cinco panes. El haber repartido aquellos panes de cebada les parece insuficiente para creer que Cristo es tan poderoso como para poder dar un alimento imperecedero. Pero es que ni siquiera Moisés, por medio del cual se les dio el maná, hizo tales promesas. Comparan, pues, el signo hecho por Moisés con este signo de los cinco panes en gradación de mayor a menor, como si no fuera digno de crédito lo que de sí mismo había afirmado. Y así insisten: Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: «Les dio a comer pan del cielo».

A lo que habían dicho los judíos de que a los padres les fue dado a comer pan del cielo, responde Cristo demostrando que el verdadero pan del cielo no es el que les dio Moisés, sino el que el Padre les da ahora. Les replicó, pues, Jesús: Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Ellos, interpretándolo carnalmente, le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Lo mismo que la mujer samaritana al oírle decir: El que bebe de esta agua no vuelve a tener sed, inmediatamente se imaginó que hablaba de la sed física, y, deseosa de no padecer más esa necesidad temporal, dijo: Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla; así también éstos piden: Señor, danos de ese pan: naturalmente, para que nos sacie y nunca nos falte. Esta es la razón por la que después del milagro de los cinco panes, querían proclamarlo rey.

Pero Jesús les invita nuevamente a fijar la atención en su propia persona, y les desvela más claramente a qué tipo de pan se refería. Dice: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed. La expresión: El que viene a mí equivale a ésta: El que cree en mí; y la frase: No pasará hambre es correlativa a esta otra: No pasará nunca sed. El sentido de ambas correlaciones es efectivamente la saciedad eterna, en la que no habrá lugar para la necesidad.


Ciclo C: Lc 11, 1-13

HOMILÍA

San Beda el Venerable, Homilía 14 (CCL 122, 272-273.277-279)

Éstos son los bienes que principalmente hemos de pedir

Deseando nuestro Señor y Salvador que lleguemos a los goces del reino celestial, nos enseñó a pedirle estos mismos goces y prometió dárnoslos si se los pedimos: Pedid —dice— y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Debemos reflexionar seriamente y con la máxima atención, carísimos hermanos, sobre el mensaje de que son portadoras estas palabras del Señor, puesto que se nos asegura que el reino de los cielos no es patrimonio de ociosos y desocupados, sino que se dará, será hallado y se abrirá a quienes lo pidan, lo busquen y llamen a sus puertas.

Así pues, la entrada en el reino hemos de pedirla orando, hemos de buscarla viviendo honradamente y hemosde llamar a sus puertas perseverando. Porque no es suficiente limitarse a pedirlo de palabra, sino que hemos de indagar diligentemente cuál ha de ser nuestra conducta para merecer conseguir lo que pedimos, según la afirmación del que afirma: No todo el que me dice Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése entrará en el reino de los cielos.

Por lo tanto, es necesario, hermanos míos, que pidamos asiduamente, que oremos constantemente, que nos postremos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Y para merecer ser escuchados, consideremos solícitamente cómo quiere que vivamos, qué es lo que nos mandó hacer nuestro creador. Recurramos al Señor y a su poder, busquemos continuamente su rostro. Y para que merezcamos hallarlo y contemplarlo limpiémonos toda suciedad de cuerpo o de espíritu, pues el día de la resurrección sólo subirán al cielo los que hayan conservado la castidad del cuerpo, únicamente los limpios de corazón podrán contemplar la gloria de la Divina Majestad.

Y si deseamos saber lo que él quiere que pidamos, escuchemos aquello del evangelio: Buscad el reino de Dios y su justicia, lo demás se os dará por añadidura. Buscar el reino de Dios y su justicia significa desear los dones de la patria celestial, quiere decir indagar incesantemente cuál es el comportamiento adecuado para conseguirlos, no ocurra que si llegáramos a desviarnos del camino que a ellos nos conduce, nos veamos imposibilitados de alcanzar la meta que nos habíamos propuesto. Estos son, carísimos hermanos, los bienes que principalmente hemos de pedir a Dios, ésta es la justicia del reino que preferencialmente hemos de buscar, es decir, la fe, la esperanza y la caridad, porque, como está escrito: El justo vivirá por su fe; al que confía en el Señor, la misericordia lo rodea; y amar es cumplir la ley entera; porque toda la ley se concentra en esta frase: «Amarás al prójimo como a ti mismo».

Por eso el Señor amablemente nos promete que el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan. Con lo cual quiere indudablemente indicarnos que los que son malos por naturaleza pueden hacerse buenos mediante la aceptación de la gracia del Espíritu. Promete que el Padre dará el Espíritu Santo a los que se lo piden, porque lo mismo la fe, la esperanza y la caridad, como cualesquiera otros bienes celestiales que deseamos obtener, se nos conceden únicamente por el don del Espíritu Santo.

Siguiendo sus huellas, en la medida de lo posible, pidamos, amadísimos hermanos, a Dios Padre que, por la gracia de su Espíritu, nos guíe por el camino recto de la fe, una fe activa en la práctica del amor. Y a fin de que merezcamos obtener los bienes deseados, procuremos vivir de manera que no seamos indignos de un tal Padre, antes bien, esforcémonos por conservar, con cuerpo siempre íntegro y alma pura, el misterio del segundo nacimiento, mediante el cual y en el bautismo nos convertimos en hijos de Dios. Pues es seguro que, si observamos los mandamientos del Padre eterno, nos remunerará con la herencia de una bendición eterna, preparada para nosotros desde el principio por Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina con Dios Padre, en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.