COMÚN DE SANTOS VARONES
 


PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-17

Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios

Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Eso es lo que atrae el castigo de Dios sobre los desobedientes.

Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! No sigáis engañándoos unos a otros.

Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.

Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Y, por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo. Y sed agradecidos.

La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, ofreciendo la Acción de gracias a Dios Padre por medio de él.


Otra lectura:

Del libro de la Sabiduría 5, 1-15

Los justos, verdaderos hijos de Dios

El justo estará en pie sin temor delante de los que lo afligieron y despreciaron sus trabajos. Al verlo, se estremecerán de pavor, atónitos ante la salvación imprevista; dirán entre sí, arrepentidos, entre sollozos de angustia:

«Este es aquel de quien un día nos reíamos con coplas injpriosas, nosotros, insensatos; su vida nos parecía una locura, y su muerte una deshonra. ¿Cómo ahora lo cuentan entre los hijos de Dios y comparte la herencia con los santos?

Sí, nosotros nos salimos del camino de la verdad, no nos iluminaba la luz de la justicia, para nosotros no salía el sol; nos enredamos en los matorrales de la maldad y la perdición, recorrimos desiertos intransitables, sin reconocer el camino del Señor.

¿De qué nos ha servido nuestro orgullo? ¿Qué hemos sacado presumiendo de ricos? Todo aquello pasó como una sombra, como un correo veloz; como nave que surca las undosas aguas, sin que quede rastro de su travesía ni estela de su quilla en las olas; o como pájaro que vuela por el aire sin dejar vestigio de su paso; con su aleteo azota el aire leve, lo rasga con un chillido agudo, se abre camino agitando las alas, y luego no queda señal de su ruta; o como flecha disparada al blanco: cicatriza al momento el aire hendido y no se sabe ya su trayectoria.

Igual nosotros: nacimos y nos eclipsamos, no dejamos ni una señal de virtud, nos malgastamos en nuestra maldad».

Sí, la esperanza del impío es como tamo que arrebata el viento; como escarcha menuda que el vendaval arrastra; se disipa como humo al viento, pasa como el recuerdo del huésped de una noche. Los justos, en cambio, viven eternamente, reciben de Dios su recompensa, el Altísimo cuida de ellos.


Tiempo pascual:

Del libro del Apocalipsis 14,1-5;19, 5-9

Dichosos los invitados
al banquete de bodas del Cordero

En aquellos días, yo, Juan, vi al Cordero de pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabado en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre. Oí también un sonido que bajaba del cielo, parecido al estruendo del océano, y como el estampido de un trueno poderoso; era el son de arpistas que tañían sus arpas delante del trono, delante de los cuatro seres vivientes y los ancianos, cantando un cántico nuevo.

Nadie podía aprender el cántico fuera de los ciento cuarenta y cuatro mil, los adquiridos en la tierra. Estos son los que no se pervirtieron con mujeres, porque son vírgenes; éstos son los que siguen al Cordero adondequiera que vaya; los adquirieron como primicias de la humanidad para Dios y el Cordero. En sus labios no hubo mentira, no tienen falta.

Y salió una voz del trono que decía:

«Alabad al Señor, sus siervos todos, los que le teméis, pequeños y grandes».

Y oí algo que recordaba el rumor de una muchedumbre inmensa, el estruendo del océano y el fragor de fuertes truenos. Y decían:

«Aleluya. Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo, alegrémonos y gocemos y démosle gracias. Llegó la boda del Cordero, su esposa se ha embellecido, y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura –el lino son las buenas acciones de los santos–». Luego me dice:

«Escribe: "Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero"».

Y añadió:

«Estas palabras verídicas son de Dios».

Caí a sus pies para rendirle homenaje, pero él me dijo: «No, cuidado, soy tu compañero de servicio, tuyo y de esos hermanos tuyos que mantienen el testimonio de Jesús; rinde homenaje a Dios».

Es que dar testimonio de Jesús equivale a la inspiración profética.


Para un santo que vivió en el matrimonio:

De la primera carta del apóstol san Pedro 3, 7-17

Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor

Maridos, en la vida común sed comprensivos con la mujer, que es un ser más frágil, respetándolas, ya que son también coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no encuentren obstáculo.

Procurad todos tener un mismo pensar y un mismo sentir: con afecto fraternal, con ternura, con humildad. No devolváis mal por mal o insulto por insulto; al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados. Porque si uno ama la vida y quiere ver días felices, refrene su lengua del mal y sus labios de la falsedad; apártese del mal y obre el bien, busque la paz y corra tras ella, pues los ojos del Señor se fijan en los jutos y sus oídos atienden a sus ruegos; pero el Señor hace frente a los que practican el mal.

Y además, ¿quién podrá haceros daño si os dais con empeño a lo bueno? Dichosos vosotros si tenéis que sufrir por causa de la justicia; no les tengáis miedo ni os amedrentéis. Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal.


Otra, para un santo que vivió en el matrimonio:

De la carta de san Pablo a los Efesios 5, 21-32

Santidad del matrimonio cristiano

Hermanos: Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano.

Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.

Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. El se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son.

Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.

«Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne». Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 20, sobre el libro de los Hechos de los apóstoles (4: PG 60, 162-164)

No puede ocultarse la luz de los cristianos

Nada hay más frío que un cristiano que no se preocupe de la salvación de los demás.

No puedes excusarte con la pobreza, pues aquella viuda que echó dos monedas de cobre te acusará. Y Pedro decía: No tengo plata ni oro. El mismo Pablo era tan pobre que frecuentemente pasaba hambre y carecía del alimento necesario.

No puedes aducir tu baja condición, pues aquéllos eran también humildes, nacidos de baja condición. Tampoco vale el afirmar que no tienes conocimientos, pues tampoco ellos los tenían. Ni te escudes detrás de tu debilidad física, pues también Timoteo era débil y sufría frecuentemente de enfermedades.

Todos pueden ayudar al prójimo con tal que cumplan con lo que les corresponde.

¿No veis los árboles infructuosos, cómo son con frecuencia sólidos, hermosos, altos, grandiosos y esbeltos? Pero, si tuviéramos un huerto, preferiríamos tener granados y olivos fructíferos antes que esos árboles; esos árboles pueden causar placer, pero no son útiles, e incluso, si tienen alguna utilidad, es muy pequeña. Semejantes son aquellos que sólo se preocupan de sí mismos; más aún, ni siquiera son semejantes a esos árboles, porque sólo son aptos para el castigo. Pues aquellos árboles son aptos para la construcción y para darnos cobijo. Semejantes eran aquellas vírgenes de la parábola, castas, sobrias, engalanadas, pero, como eran inútiles para los demás, por ello fueron castigadas. Semejantes son los que no alimentan con su ejemplo el cuerpo de Cristo.

Fíjate que ninguno es acusado de sus pecados, ni que sea un fornicador, ni que sea un perjuro, a no ser que no haya ayudado a los demás. Así era aquel que enterró su talento, mostrando una vida intachable, pero inútil para los demás.

¿Cómo, me pregunto, puede ser cristiano el que obra de esta forma? Si el fermento mezclado con la harina no transforma toda la masa, ¿acaso se trata de un fermento genuino? Y, también, si acercando un perfume no esparce olor, ¿acaso llamaríamos a esto perfume?

No digas: «No puedo influir en los demás», pues si eres cristiano de verdad es imposible que no lo puedas hacer. Las propiedades de las cosas naturales no se pueden negar: lo mismo sucede con esto que afirmamos, pues está en la naturaleza del cristiano obrar de esta forma.

No ofendas a Dios con una contumelia. Si dijeras que el sol no puede lucir, infliges una contumelia a Dios y lo haces mentiroso. Es más fácil que el sol no luzca ni caliente que no que deje de dar luz un cristiano; más fácil que esto sería que la luz fuese tinieblas.

No digas que es una cosa imposible; lo contrario es imposible. No inflijas una contumelia a Dios. Si ordenamos bien nuestra conducta, todo lo demás seguirá como consecuencia natural. No puede ocultarse la luz de los cristianos, no puede ocultarse una lámpara tan brillante.
 

EVANGELIO: Mt 16, 24-27

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 96 (1.4.9: PL 38, 584. 586.588)

Sobre la vocación universal a la santidad

El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Parece duro y grave este precepto del Señor de negarse a sí mismo para seguirle. Pero no es ni duro ni grave lo que manda aquel que ayuda a realizar lo que ordena.

Es verdad, en efecto, lo que se dice en el salmo: Según tus mandatos, me he mantenido en la senda penosa. Como también es cierto lo que él mismo afirma: Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. El amor hace suave lo que hay de duro en el precepto.

¿Qué significa: Cargue con su cruz? Acepte todo lo que es molesto y sígame de esta forma. Cuando empiece a seguirme en mis ejemplos y preceptos, en seguida encontrará contradictores, muchos que intentarán prohibírselo, muchos que intentarán disuadirle, y los encontrará incluso entre los seguidores de Cristo. A Cristo acompañaban aquellos que querían hacer callar a los ciegos. Si quieres seguirle, acepta como cruz las amenazas, las seducciones y los obstáculos de cualquier clase; soporta, aguanta, mantente firme.

En este mundo santo, bueno, reconciliado, salvado, mejor dicho, que ha de ser salvado —ya que ahora está salvado sólo en esperanza, porque en esperanza fuimos salvados—, en este mundo, pues, que es la Iglesia, que sigue a Cristo, el Señor dice a todos: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo.

Este precepto no se refiere sólo a las vírgenes, con exclusión de las casadas; o a las viudas, excluyendo a las que viven en matrimonio; o a los monjes, y no a los casados; o a los clérigos, con exclusión de los laicos: toda la Iglesia, todo el cuerpo y cada uno de sus miembros, de acuerdo con su función propia y específica, debe seguir a Cristo.

Sígale, pues, toda entera la Iglesia única, esta paloma y esposa redimida y enriquecida con la sangre del Esposo. En ella encuentra su lugar la integridad virginal, la continencia de las viudas y el pudor conyugal.

Todos estos miembros, que encuentran en ella su lugar, de acuerdo con sus funciones propias, sigan a Cristo; niéguense, es decir, no se vanagloríen; carguen con su cruz, es decir, soporten en el mundo por amor de Cristo todo lo que en el mundo les aflija. Amen a aquel que es el único que no traiciona, el único que no es engañado y no engaña; ámenle a él, porque es verdad lo que promete. Tu fe vacila porque sus promesas tardan. Mantente fiel, persevera, tolera, acepta la dilación: todo esto es cargar con la cruz.