COMÚN DE APÓSTOLES
 


PRIMERA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4, 1-16

Imitemos al Apóstol, como él imita a Cristo

Hermanos: Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un administrador, lo que se busca es que sea fiel. Para mí, lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes de tiempo: dejad que venga el Señor. El iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá la alabanza de Dios.

Hermanos, he aplicado lo anterior a Apolo y a mí por causa vuestra, para que con nuestro caso aprendáis aquello de «no saltarse el reglamento» y no os engriáis en uno a costa del otro. A ver, ¿quién te hace tan importante? ¿Tienes algo que no hayas recibido? Y si lo has recibido ¿a qué tanto orgullo, como si nadie te lo hubiera dado. Ya tenéis todo lo que ansiabais, ya sois ricos, habéis conseguido un reino sin nosotros. ¿Qué más quisiera yo? Así reinaríamos juntos. Por lo que veo, a nosotros, los apóstoles, Dios nos coloca los últimos; parecemos condenados a muerte, dados en espectáculo público para ángeles y hombres.

Nosotros, unos necios por Cristo; vosotros, ¡qué sensatos en Cristo! Nosotros débiles, vosotros fuertes; vosotros célebres, nosotros despreciados; hasta ahora hemos pasado hambre y sed y falta de ropa; recibimos bofetadas, no tenemos domicilio, nos agotamos trabajando con nuestras propias manos; nos insultan, y les deseamos bendiciones; nos persiguen, y aguantamos; nos calumnian, y respondemos con buenos modos; nos tratan como a la basura del mundo, el desecho de la humanidad; y así hasta el día de hoy.

No os escribo esto para avergonzaros, sino para haceros recapacitar, porque os quiero como a hijos; porque tendréis mil tutores en Cristo, pero padres no tenéis muchos; por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús. Por eso, os exhorto a que sigáis mi ejemplo.


Otra lectura:

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1,18—2, 5

Los apóstoles predican la cruz

Hermanos: El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías de perdición; pero para los que están en vías de salvación -para nosotros- es fuerza de Dios. Dice la Escritura: «Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces». ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el sofista de nuestros tiempos? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo?

Y como, en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación, para salvar a los creyentes. Porque los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

Y si no, fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor.

Por él vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Y así —como dice la Escritura— el que se gloríe, que se gloríe en el Señor».

Por eso yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaron el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.


Tiempo pascual:

Del libro de los Hechos de los apóstoles 5, 12-32

Los apóstoles en los comienzos de la Iglesia

En aquellos días, los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban.

El sumo sacerdote y los de su partido —la secta de los saduceos—, llenos de envidia, mandaron prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la celda y los sacó fuera, diciéndoles:

«Id al templo y explicadle allí al pueblo íntegramente este modo de vida».

Entonces, ellos entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entretanto el sumo sacerdote con los de su partido, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos israelitas, y mandaron por los presos a la cárcel. Fueron los guardias, pero no los encontraron en la celda, y volvieron a informar:

«Hemos encontrado la cárcel cerrada, con las barras echadas, y a los centinelas guardando las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro».

El comisario del templo y los sumos sacerdotes no atinaban a explicarse qué había pasado con los presos. Uno se presentó, avisando:

«Los hombres que metisteis en la cárcel están ahí en el templo y siguen enseñando al pueblo».

El comisario salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease. Los condujeron a presencia del Sanedrín, y el sumo sacerdote les interrogó:

«¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».

Pedro y los apóstoles replicaron:

«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen».


La segunda lectura, en el propio de los santos


EVANGELIO: Lc 6, 12-18

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Lucas (Cap 6,12: NPB t. 2, 186189)

Cristo nombra a los sacerdotes del mundo

Cristo hacía todas las cosas para nuestra edificación y para utilidad de cuantos creían en él; y al proponer su comportamiento como modelo de la vida espiritual, quería formar verdaderos adoradores. Veamos, pues, en las obras de Cristo —como en una imagen y semejanza— de qué manera nos conviene adorar a Dios.

Nos conviene, en efecto, rezar a escondidas y en lugares retirados, donde nadie pueda vernos. Es lo que nos insinúa Cristo cuando, retirándose a la montaña, oraba a solas olvidado de todo. Pero es que nos lo enseña además con sus palabras: Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, pues nos conviene orar sin exhibiciones, alzando nuestras manos limpias, de modo que nuestra mente suba a lo alto, hasta la contemplación de Dios, y se aleje de todo tumulto, rehuyendo todos los cuidados mundanos. Y todo esto hemos de hacerlo sin hastío, sin pusilanimidad ni pereza, sino con energía, con exquisito cuidado y gran paciencia. Y ya has oído cómo Cristo no oró sólo un rato, sino que se pasaba las noches en oración.

Después de haberse pasado nuestro Señor Jesucristo la noche en oración, y de haber conversado con Dios, su Padre, de un modo inefable e incomprensible, que sólo él conoce, presentándose así a nosotros como ejemplar saludable, y enseñándonos de qué modo hemos de hacer nuestras oraciones de forma correcta e intachable, bajó de la montaña y nombró a los sacerdotes del mundo. Pues dijo a sus discípulos: Vosotros sois la luz del mundo.

El santo profeta David recuerda esta elección de los santos apóstoles cuando dice, hablando de Cristo: Nombrarás príncipes por toda la tierra, pues quiero hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones. Ciertamente que, mientras vivieron en este mundo, recordaron la gloria de Cristo y predicaron la fe en las ciudades y en las naciones. Pero aun después de haber volado a las moradas eternas, siguen hablándonos de Jesucristo por medio de sus sapientísimos escritos.

Aarón y sus sucesores, sacerdotes elegidos según la ley de Moisés, se adornaban exteriormente con hermosas vestiduras sagradas, mientras que los discípulos del divino Maestro, resplandecientes tan sólo con los dones espirituales, fueron escogidos para predicar el santo evangelio. A ellos se les dijo: Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Y, revestidos realmente con la fuerza de Cristo, llenaron de admiración el universo entero.