«Confesiones», de J.-J. Rousseau

Por Rafael Gómez Pérez


Sobre las contradicciones de la intimidad

«Los que tantas contradicciones me achacan...» escribe Rousseau en el ultimo libro de las Confesiones. No es pare menos: el Rousseau del Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres y el del Contrato social, visiones utópicas, tiene poco que ver con el que escribe propuestas practicas sobre el gobierno de Polonia o de Córcega. En teoría política, Rousseau ha sido interpretado o como un pilar de la democracia liberal o como restaurador de una nueva forma de estatalismo basado en la voluntad general.

Mas llamativo es el contraste, no la contradicción, entre los escritos políticos de Rousseau y los literarios (La nueva Eloísa, Emilio, Confesiones, Ensoñaciones de un paseante solitario). En estas obras y en otras mas (Cartas de la montaña, Rousseau juez de JeanJacques) trata de el mismo, que es su verdadero y obsesivo tema.

Un libro único

Las Confesiones fueron escritas entre 1766 y 1770, cuando su autor contaba entre 54 y 58 años. Rousseau nació en Ginebra, en 1712, y murió en Ermenonville, en 1778. En 1762, con la publicación del Emilio y el Contrato social empezaron sus desgracias: las dos obras fueron condenadas por el Parlamento de París y se dicto orden de prisión contra el autor, aunque se permitió que escapara. Vivió un tiempo en Suiza, luego en Inglaterra y finalmente recaló en París de nuevo, en 1770. Las Confesiones, escritas en el exilio, son una potente autojustificación de un anciano que ya estaba aquejado por la paranoia y la manía persecutoria. La paranoia tenia su fundamento: la condena del Emilio y del Contrato era exagerada y consecuencia de una persecución real en la que intervienen varios enciclopedistas (los ilustrados del tiempo), como d"Alembert, Diderot y el barón de Holbach.

Rousseau tenía razón en extrañarse de la ferocidad de sus enemigos, antes amigos. Pero no la tiene al considerarse fuera de toda culpa, siempre inocente y, como llega a decir, “el mejor de los hombres”.

Las Confesiones es un libro único. San Agustín se había confesado a Dios y contado muchos detalles de su vida. Montaigne, con la excuse de unos ensayos, hizo algo semejante. Pero solo Rousseau trata solo de el mismo, pare el mismo, y con una ególatra tan camuflada por el sentimiento que sorprende aun hoy por lo directo, la fluidez y el modo singular de convertir las culpas en méritos.

El estilo es mas ameno que el de la mejor novela. Hay momentos y arranques líricos que conmueven. Sirve edemas como retrato, todo lo parcial que se quiera, de una época: la de la Ilustración en Francia. El siglo XVIII aparece aquí con toda claridad: la difundida inmoralidad entre las clases altas, donde era frecuente el menage a trois, que empezaba en la corte, con la influencia de la favorita de Luis XV, madame Pompadour.

El sentimiento

Se ha dicho que Rousseau fue el primer romántico. Lo es en el predominio de la sensibilidad sobre la razón, en el gusto por los paisajes naturales y la soledad, en el individualismo a ultranza y, sobre todo, en la exageración. “Mi nacimiento fue el primero de mis infortunios”. La madre murió a los pocos días del nacimiento del hijo. Sus padres le legaron “un corazón sensible que, así como habla sido para ellos fuente de felicidad, fue para mi la fuente de todos mis males”. Y sigue: “antes de pensar, sentí; tal es el destino común de la humanidad, que experimente yo mas que otro alguno”. “Cuando carecía aun de todo conocimiento de los seres, estaba ya familiarizado con todos los sentimientos”.

Rousseau se explaya cada vez que tiene que dar una síntesis de su vida: “mi corazón tan tierno y a la vez tan altivo, mi carácter afeminado y sin embargo indomable, que, fluctuando siempre entre el valor y la flaqueza, entre la molicie y la virtud, me ha tenido siempre en oposición conmigo mismo”.

Tierno ególatra: “No creo que haya habido otro individuo de nuestra especie con menos vanidad natural que yo”. Confiesa que “el mas ardiente de mis deseos consistía en ser querido de cuantos me conocían”.

El sentimiento lo arrasa todo. “Parece que mi corazón y mi cabeza no pertenecen a un mismo individuo. El sentimiento, mas rápido que una centella, se apodera de mi espíritu; pero en vez de iluminarle, me sofoca y me deslumbra”.

Hipersensible, hipocondríaco. Relativamente joven sufre insomnios, cólicos nefríticos y le da una y mil vueltas a la enfermedad, proveyéndose para muchos años en delante de los remedios mas o menos eficaces que había entonces para las piedras de riñon. Su enfermedad llena paginas y paginas de las Confesiones. Si cualquier cosa que le afectase, a el, era lo mas importante del mundo, imaginese el dolor.

Autodidacta

Rousseau se educo solo. De niño, en casa de su padre, lee precozmente clásicos griegos y latinos, siendo Plutarco su preferido: un caso mas de la influencia de las Vidas paralelas del escritor griego. Mas tarde, adolescente, alquila libro tras libro de una mujer que se dedicaba a esto. Entonces lee de todo: “El corazón me latía de impaciencia por hojear el nuevo libro que llevaba en mi bolsillo; lo sacaba tan pronto como quedaba sin testigos”.

De este modo aprende a copiar música, de lo que vivirá, como oficio, al menos en parte, casi durante toda su vida. Con un libro del gran compositor Rameau -quien después lo trataría muy mal -aprende los fundamentos de la composición, hasta llegar, ya adulto, a componer una ópera Las musas galantes y a estrenar con éxito la obra musical El adivino en la aldea. Se dedica también a las matemáticas, a la botánica, a la astronomía, siempre como aficionado, nunca con un plan sistemático y con enfoque científico. Pero no cabe dude de que esas aficiones le dieron un talento generalista de escritor, dueño de un estilo que cuando empieza a publicar atrae el interes de un amplio publico.

Una sexualidad descaminada

A la edad de ocho anos, cuando Rousseau y su primo son educados por el pastor Lambercier y su hermana - ésta una mujer soltera, de 27 anos- ocurre algo grave. A veces le castigaban. La señorita Lambercier pegaba al niño, de ocho años, en el trasero. Y el niño descubre que esto le gusta: había, dice, “una cierta instintiva precocidad del sexo”. Un cave de masoquismo. Rousseau confiesa que sólo fueron dos veces, pero que eso “fue lo que decidió mis inclinaciones, gustos y pasiones”. De un modo típico en el, Rousseau añade que “desde la mas tierna infancia me conserve libre de toda impureza” y a continuación añade que veía a las mujeres “sin otro objeto que gozar a mi singular manera, convirtiéndolas en otras tantas señoritas Lambercier”. Añade que no tuvo idea de la unión de los sexos hasta la adolescencia y que veía a las mujeres publicas con horror. No es el cave de entrar en detalles, pero Rousseau declare que durante toda su vida gozó, al menos imaginariamente, de este ser esclavo sexual de las mujeres.

El 21 de marzo de 1728 va a Annecy y conoce a la señora Warens, una mujer de 27 anos, separada del marido, converse al catolicismo y de espiritualidad quietista: la pureza del corazón se puede conservar en el fondo del alma y lo que muchos llamarían vicios no afecta pare nada a esa bondad originaria. El pecado no existe y, si existiera, Dios lo perdonaría siempre, no haciendo falta pare nada la creencia en el Infierno. Rousseau la quiere enseguida y eso “determino mi carácter”. Tiene 16 años y la señora Warens lo trata como a un hijo, a la vez que lo mantiene. Rousseau, llevado por este amor, se convierte al catolicismo ese mismo ano: “fui suyo desde aquel instante, seguro de que una religión predicada por tal misionera, no podía dejar de conducir al paraíso”.

Después de un ano y medio ocupado en diversos trabajos, en verano de 1731 llega a Chambery, donde lo acoge de nuevo mama Warens. La “misionera” vive acompañada de una escasa servidumbre al mando del joven Claude Anet. Allí, mama Warens inicia a Rousseau en el sexo: “Por primera vez me vi en los brazos de una mujer y de una mujer que adoraba. ¿Fui dichoso? No; solo experimenté el placer. Yo no se que invencible tristeza lo envenenaba: me hallaba como si hubiese cometido un incesto”. ¿Y ella? “Como era muy poco voluptuosa y de ningún modo había buscado la sensualidad, no experimentó el placer ni sintió jamás remordimiento”. Enseguida Rousseau cae en la cuenta de que Claude Anet también era amante de mama Warens: “Así fue como entre los tres se establecieron unos lazos tal vez sin ejemplo en la sierra”. Jean-Jacques contaba entonces 20 años. No mucho después muere Anet. Rousseau, a pesar del amor de mama, tiene luego, fuera de allí, una breve aventura con una tal señora Larnage. “Esta deliciosa vida duró cuatro o cinco días, durante los cuales me embriague en la mas deliciosa voluptuosidad. La gocé pura, viva, sin la mas ligera sombra de pesar: fue la primera y la única que he gozado; y puedo afirmar que debo a la señora Larnage no morir sin haber conocido el placer”. “El resto del universo no era nada para mi; hasta Mama quedaba olvidada”.

La aventura con la Larnage tiene luger durante un viaje de Jean-Jacques, enviado por mama pare remediar las dolencias fisicas del pupilo. Cuando vuelve a Chambery encuentra su puesto ocupado por otro joven. La senora Warens le aclara que nada ha cambiado, siguen siendo tres. Pero Jean-Jacques se siente desbancado. Se quedara aun un tiempo pero al final abandona a la dulce senora y va a Lyon y despues a Paris. No guarda rencor a la Warens: “Tuvisteis errores, mas no vicios; vuestra conducta fue reprensible, pero vuestro corazon fue siempre puro”. En Paris, en 1745, conoce a Therese Levasseur. muter de condicion modesta v con una familia desastrosa. La convierte en su amante y vivira con ella hasta el final, aunque s610 se casan, civilmente, en 1768, veintitrés años después.

Achaques y otros vicios

Desde la adolescencia, Rousseau aprende “a codiciar en silencio, a disimular y mentir, a ser solapado, al fin, y haste ratero: antojo que nunca habia tenido y del que no puede librarme luego completamente> . Su retrato moral se va completando: “Mis pasiones son tan vehementes, que mientras estoy dominado por ellas mi impetuosidad no tiene l mites: entonces no conozco miramientos, ni respeto, ni temor, ni decoro; entonces me vuelvo c nico, atrevido, violento, intrepido; no hay empacho que me detenga ni peligro que me espante; fuera del peligro que me preocupa pare m no existe el mundo”.

Desea, antes que nada, que lo quieran. Por eve, a la menor dificultad se retire, prefiere la soledad, naturalmente siempre con Therese, que le cuida en todo. De ahí la fame de misantropo, que tanto dano le hizo cuando, ya en Paris, se separa del circulo de los enciclopedistas, al que habia pertenecido. En una sociedad en la que hay que “estar”, asistir a las veladas, intercambiar amabilidades y frivolidades, tener ingenio, Rousseau, que no sabe improvisar ni hablar en publico, se siente cohibido y aburrido. Prefiere no ir, salvo cuando es, de forma inequivoca, el preferido. “Concretabase mi ambici6n a un solo palacio: ser el favorito de los seffores, el amante de la hija, amigo del hermano y protector de los vecinos, y ya estaba satisfecho: nada mas necesitaba”.

E1 que ha pasado, por el Emilio, como un pionero de la pedagogia moderna fracas6 de forma rotunda el poco tiempo que se ded c6, como preceptor a la educacidn. “Cuando mis alumnos no me entendian me exasperaba; y cuando manifestaban indocilidad les habr a matado; y esto no era seguramente el mejor modo de sacarlos sabios y prudentes (...). No sabia emplear con ellos mas que tres medios, inutiles siempre y frecuentemente perniciosos con los ninos: el sentimiento, los razonamientos y el enoio”

Rousseau, hiperb61ico, exagerado. Ha descubierto que exagerando la gravedad de vicios reales pero medianos se queda bien y se disimulan mejor los grandest Aqui cabe el episodio del robo que hizo el de una frusler a, una cinta rosa y plate. Los dueffos de la case quieren saber que ha sido de ella y Rousseau, 16 affos, dice que se lo ha dado una doncella, lo cual equivale a decir que esa muchacha era la ratera. La expulsan y Rousseau no es capaz de decir la verdad. A nadie confesara nunca esa vileza, dice, ni siquiera a la seffora Warens. Pero le pesa tanto en la conciencia que “puedo asegurar que el anhelo de liberarme de esto en cierto modo, ha contribuido a la resoluci6n de escribir mis confesiones”.

Otra exageracidn. Pero queda bien.

Enseguida vuelve sobre este tema: la terrible impresidn que ese crimen le produjo ha hecho que “sea el unico que en mi vida he cometido”.

Y ahora no hay mas remedio que hablar del famoso cave de los hijos de Rousseau: cinco tuvo con Therese y los cinco fueron entregados, recien nacidos, a la inclusa.

Continuamente se refiere a este asunto en las Confesiones, pero siempre justificando su conducta: “entregando mis hijos a la educaci6n publica por serme imposible educarlos por m mismo, al destinarlos a ser obreros y campesinos mejor que aventureros y andariegos, cref tracer un acto de ciudadano y de padre, y me considere como un miembro de la republica de Plathn”. Insiste: “Este proceder me pareci6 tan bueno, tan sensato, tan leg timo que si no me jactaba de ello s610 fue por respeto a la madre”. Rousseau vivia con la familia de Therese: la madre, el padre, un hermano. Los hijos:
En el ultimo libro de las Confesiones, cambia algo el tono “for muy razonable que me hubiera parecido el partido que hab a tomado respecto a mis hijos, jamas me habia dejado el coraz6n completamente tranquilo. A1 meditar sobre mi Tratado de la educacion (el Emilio), vi que hab a descuidado deberes, de que nada pod a dispensarme, y mis remordimientos fueron al fin tan vivos que casi me arrancaron la confesidn publica de m falta”. Pero no se le ocurre nunca escribir de forma explícita sobre los sentimientos de Therese al serle quitados, uno a uno, cinco hijos. Rousseau a quien tan dificil le resulta ponerse en el luger de alguien, tampoco lo trace con Therese.

Su religión

Hasta los 16 años Rousseau es, sin mas problema, de la religidn que hay en Ginebra, el calvinismo. Por influencia de la senora Warens se convierte al catolicismo y en esta religión permanece hasta 1754, cuando cuenta 42 anos. Entonces, habiendo vuelto al Ginebra e interesandole ser de nuevo considerado ciudadano abjure del catolicismo, como antes lo habia hecho del protestantismo. En Ginebra no encontr6 al fin lo que quería y en la cuestión del Emilio su ciudad se port6 con el igual de mal que Paris.

Al final, la religidn de Rousseau es la de la Profesidn de fe de un Vicario saboyano, largo texto incluido en el Emilio: una religi6n natural sin dogmas, sin normas morales claras y confiada toda ella a lo que en cada momento sienta el coraz6n.

A Rousseau le quedaron, dentro de todo este ir y venir, algunas creencías: en la existencia de Dios, en la inmortalidad del alma, en la ley moral inserta por Dios en el coraz6n del hombre.

En 1730 trabaja pare la señora Vercellis, que estaba muriéndose, de un cáncer. “Su vida había sido la de una mujer de talento y de juicio. Su muerte fue la de un sabio. Puede decirse que ella me hizo amable la religi6n cat61ica, por la serenidad de espíritu con que llen6 sus deberes sin descuido ni afectación”. En esta epoca se considera “sinceramente católico” e incluso lleg6 a certificar, con su testimonio, la posibilidad de un hecho milagroso, por intervención de un obispo que tenía fama de santo.

Persecuciones reales e imaginarias

Rousseau, teniendo que dejar en 1765, en pleno invierno, Suiza, porque es expulsado, llega en diciembre a Par s, de paso pare Inglaterra. El 13 de enero de 1766 esta en Londres. Pero no se encuentra a gusto. Hume, a quien había sido recomendado, es, después de todo, amigo de los enciclopedistas, de los enemigos de Jean-Jacques. En mayo de 1767 regresa a Francia, se instala en el Delfinado, y finalmente se case con Therese. Deja pasar dos años y a finales de 1769 empieza a redactar la segunda parte de las Confesiones, mas marcada que la primera por el complejo de persecución.

No están nada claros aun los motivos de la persecuci6n real que sufrió Rousseau. Muchos enciclopedistas habían publicado obras mas “impías” que las del ginebrino. El bar6n de Holbach, que, según Rousseau lo calificaba siempre de “pedantillo”, era materialista. Pero Rousseau no era noble; hijo de un relojero, extranjero, solitario y nada amigo de tracer la corte en publico (renuncia en una ocasidn a entrevistarse con el Rey). Le molestaba lo publico, pero admit a, de buen grado, la proteccidn privada de los nobles y vivi6 en gran parse gracias a ellos: despues de la senora Warens, en Par s, estuvo primero bajo la proteccidn de madame Epinay, quien le proporcion6 la famosa case del Ermitage; cuando cay6 en desgracia ante ella, tuvo la acogida de los Luxemburgo, el mariscal de Francia, quien le ayud6 a salir de Paris cuando se decreto su prisidn; y de vuelta a Francia, vive en Ermenonville, gracias al favor del marques de Girardin. La idea de un Rousseau radical, republicano y revolucionario avant la lettre, no tiene fundamento alguno.

Sea lo que sea, Rousseau, desde 1762, tiene ataques de paranoia. “El suelo que piso tiene ojos, las paredes que me rodean tienen oidos: cercado de espies y vigilantes malevolos”. “Odiosa trama”, “complot” (esta palabra aparece mas de quince veces); el complot es obra de Diderot y de Grimm. Tambien Voltaire habla mal de Rousseau. Dice el ginebrino, por su parse, que “Voltaire, pareciendo siempre creer en Dios, jamas ha creido sino en el diablo, puesto que su pretendido Dios no era mas que un ser malhechor que, a su emender, s610 se complace en tracer dano”.

Apunta tambien Rousseau que en la Francia de ese tiempo se enfrentaban los enciclopedistas, enemigos de la religidn, con los jansenistas, fanaticos religiosos. “Los dos partidos mas bien parecian lobos furiosos, encarnizados, que cristianos y fildsofos, que reciprocamente desean ilustrarse, convencerse y encaminarse a la verdad”. Y, segun Rousseau, por una vez, los dos partidos se unieron pare atacar a Jean-Jacques. En su mente, los jansenistas se uman tambien con los jesuitas, sus tradicionales enemigos. Así, “el fanatismo ateo y el fanatismo devoto, siendo afines por su comun intolerancia, pueden haste unirse, como lo hacen contra mi”.

En fin, lo que hay contra el es “la mas negra, la mas horrenda trama que jamas se haya formado contra la memoria de un hombre”.

La posteridad

Rousseau escribe las Confesiones pare rehabilitarse ante la posteridad. Casi las ultimas l neas son: “Lo declaro en voz alta y sin temor: cualquiera que, incluso sin haber leido mis escritos, despues de estudiar por mi mismo mi naturaleza, mi caracter, mis costumbres, mis inclinaciones, mis placeres, mis usos, pueda creerme un hombre indigno, no debe ser escuchado”.

La posteridad ha seguido debatiendo a Rousseau. La Revoluci6n Francesa, que el no lleg6 a ver, lo tuvo como uno de sus padres fundadores.

Despues, Marx se sinti6 a gusto con el Discurso sobre el origen de la desigualdad y tom6 de Rousseau alguna idea y algo del estilo. Mas tarde, como el marxismo acab6 en totalitarismo, se dijo que Rousseau estaba en el origen de eve. Kant se sirvi6 del ginebrino pare justificar, por la via del sentimiento, la existencia de Dios, la libertad y la inmortalidad del alma, cosas sodas que los empiristas (Hume) y los materialistas (Holbach, Lamettrie) negaban. En una palabra: la influencia de Rousseau ha sido amplia y duradera y todavia troy es de los autores de los que mas se escriben.

Las Confesiones siguen provocando adhesiones y rechazos. A su modo, Rousseau era un marginal, un ecologista cuando nadie hablaba de esto, un precursor no s610 de lo romántico, sino de su reencarnación en la sensibilidad hyppy, pero a la vez era un ser dependiente, que vivía a gusto como niño mimado por-las mujeres arist6cratas. Como maestro de moral es quizá el peor que se puede escoger, porque comete una acci6n vil pensando que es el extremo de la pureza de coraz6n.
Bibliografia

Para este comentario se ha seguido la edición de las Confesiones, según la traducción de Lorenzo Oliveras, en una edición al cuidado de Carlos Pujol, 1993.

Sobre Rousseau la bibliografía es inacabable, porque resulta un autor con indudable atractivo en la modernidad y, por sus tonos sentimentales, también después. De Rousseau existen las interpretaciones mas distantes.

Solo algunos libros: R. Mondolfo, Rousseau y la conciencia moderna, 1943; J. Maritain, Tres reformadores (Lutero, Descartes, Rousseau), 1948;

C. Levi-Strauss, La presencia de Rousseau, 1972; J. M. Bermudo, Jean-Jacques Rousseau. La profesion de fe del filosofo, 1984; L. Ducros, Jean-Jacques Rousseau, tres volumenes, 19081918; E. Faguet, Les amies de Jean-Jacques Rousseau, 1912; P. M. Masson, La religion de Jean-Jacques Rousseau, 1916; A. Cresson, Rousseau, sa vie, son oeuvre, 1940; R. Trintzius, La vie prive"e de Jean-Jacques Rousseau, 1938; D. Mornet, Rousseau, 1950; H. De Saussure, Jean-Jacques Rousseau et les manuscrits des Confessions, 1958; G. May, Rousseau par lui-meme, 1961; J. Guehenno, Jean-Jacques, histoire d"une conscience, 1962; J. Borel, Ge"nie et folie de Jean-Jacques Rousseau, 1966; L. G. Crocker, Jean-Jacques Rousseau, 1968- 1973; B. Fay, JeanJacques Rousseau ou le re^ve de la vie, 1974; D. Bensoussan, La maladie de Rousseau, 1974; H. Babel, Rousseau et notre temps, 1978; A. Philonenko, Jean-Jacques Rousseau.

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