IV

FENOMENOLOGÍA DEL
COMPORTAMIENTO HUMANO


Hemos visto en el capítulo anterior cómo el hombre aparece en el proceso evolutivo, partiendo de aquellos predecesores que llamamos antropoides 1. Para el estudio y la comprensión de este ser tan original y distinto que es el hombre se hace necesario estudiar, ante todo, sus comportamientos específicos, es decir, aquellos que le distinguen cualitativamente de todos los animales y que demuestran su superioridad. Lo haremos ahora de manera fenomenológica. Esto quiere decir que procuraremos observar algunos de los comportamientos humanos más significativos tal como se presentan a nuestra mirada. Naturalmente que no podemos conformarnos con la mera observación o sistematización, como hacen Ios conductivistas. Porque queremos hacer Filosofía del hombre, de los datos empíricos tenemos que pasar a las reflexiones últimas hacia las que los datos nos conducen. O de otra manera: hemos de preguntamos por las condiciones últimas de posibilidad e inteligibilidad de esos fenómenos humanos. Lo haremos en otros capítulos.

Es evidente que existe una notable afinidad, tanto biológica y bioquímica como en algunos aspectos psíquicos entre el animal y el hombre. Estas realidades han llevado a no pocos antropólogos a identificar al hombre con el animal y a no ver en él sino un animal distinto de los precedentes pero con una distinción puramente gradual, no cualitativa, no esencial, no constituyente de un ser perteneciente a un orden superior e irreductible al inferior. El hombre sería un producto más de la biología, todo lo sofisticado que se quiera pero nada más, «un mono desnudo» (D. Morris) «un mono que ha tenido éxito» (Monod). Se podría establecer la ecuación hombre=animal.

1. Cuando decimos que el hombre aparece después de los antropoides sólo pretendemos dar a esta expresión un sentido cronológico. No decimos que el hombre provenga exclusivamente, y por evolución gradual, de los antropoides. En otro capítulo estudiaremos el problema del alma humana, su naturaleza y su origen.

La discusión es de la mayor importancia porque va en su solución que se pueda fundamentar o no nada menos que la dignidad y superioridad de la persona humana. Si el hombre no es más que un animal podrá ser tratado como tal porque ¿en qué fundamentamos su dignidad, sus deberes y sus derechos? Si por el contrario, desde una reflexión sobre la fenomenología establecemos que el hombre es «otro ser» superior al animal, obtendremos una base segura para garantizar la dignidad humana, principio y fundamento de deberes y derechos. Es un servicio necesario a las sociedades actuales en las que, con frecuencia, se respeta tan poco la dignidad y los derechos de la persona.

Este capítulo es necesario en una Antropología Filosófica pero insuficiente. Cuanto aquí digamos quedará mucho más patente en los capítulos siguientes, sobre todo al hablar del conocimiento intelectual y racional humano (capítulo V) y de la libertad humana (capítulo VI). Entonces aparecerán las diferencias más radicales entre el hombre y los animales y la irreductibilidad de aquel a estos.

Por fin, hay que recordar que cuando se habla de los comportamientos animales no se puede menos de usar expresiones antropomorfas que deberán ser correctamente interpretadas. Así, por ejemplo, se habla de la inteligencia de los animales, de su agradecimiento, de su amistad o de su odio. Son expresiones analógicas con las de las conductas humanas, con una analogía muy problemática. Juzgamos a los animales desde nuestras categorías. Es verdad que no podemos hacerlo de otra manera, pero será necesario caer en la cuenta del problema hermenéutico que aquí subyace, para no engañarnos. También es necesario advertir que cuando se comparan los comportamientos de los hombres y los de los animales, es mucho más significativo atender a lo que los animales no pueden hacer y sí puede el hombre que fijarse en lo que unos y otros hacen, o pueden hacer. Hay cosas que hacen los animales y los hombres, pero hay cosas que hacemos los hombres y no las hacen los animales.


1. Hombre inteligente y hombre racional.
    Teoría de Xavier Zubiri

Los investigadores paleoantropólogos se encuentran confusos cuando pretenden señalar con precisión la línea divisoria o umbral donde termina la especia animal y comienza la especie humana propiamente dicha. Hay hipótesis para todos los gustos. Es explicable, si se tiene en cuenta que los restos fósiles obtenidos –un cráneo, una mandíbula, unos dientes– están en la proporción de uno por sesenta o por cien mil años de existencia de antropoides o de hombres. Además un hueso parietal, un cráneo, una mandíbula o un fémur no siempre dicen claramente, por sí mismos, si pertenecieron a un antropoide o a un hombre. La pregunta cuándo un ser es hombre es una pregunta que va más allá de lo experimentable y verificable por los sentidos y, por ello, no es objeto de las ciencias de la Naturaleza sino de la Filosofía.

Las respuestas son distintas. Para Teilhard de Chardin, cuyo género literario se mueve entre la ciencia y la Filosofía, el punto de inflexión entre el animal y el hombre sería «el fenómeno central de la Reflexión. Desde el punto de vista experimental, que es el nuestro, la Reflexión, como la palabra lo indica, es el poder adquirido por una conciencia de replegarse sobre sí y de tomar posesión de ella misma como de un objeto dotado de su consistencia y de su valor particular: no solamente conocer sino conocerse, no solamente saber sino saber que se sabe» 2. Para Joseph de Finance «lo que marca la aparición de la razón no es simplemente la fabricación de un útil: es la conciencia del sentido, del porqué de esta fabricación. El hombre ha nacido cuando ha nacido un ser capaz de «darse cuenta» 3. Vittorio Marcozzi escribe: «Nosotros pensamos que los progresos técnicos y sobre todo la existencia de ritos funerarios, religiosos o mágicos son suficientes para testimoniar la racionalidad del agente y, por tanto, la naturaleza humana del Neandertal» 4. El mismo autor cita al P. de Broglie que «considera necesaria la aparición del arte para estar ciertos de que se está en presencia de hombres» 5. Ernst Cassirer pone la diferencia entre animales y hombres en que unos se guían por signos y otros por símbolos 6. La variedad de opiniones podría prolongarse mucho.

Nos parece especialmente iluminadora, profunda y bien fundada, aunque sujeta a discusión, la teoria del filósofo español Xavier Zubiri que sintetizamos a continuación 7. La distinción esencial entre el animal y el hombre es que el animal con su mera sensibilidad reacciona siempre y sólo ante estímulos. El hombre, en cambio, responde a realidades. El animal no capta lo real en cuanto real, sólo capta estímulos y reacciona a ellos, a veces seleccionándolos. La inteligencia no es sólo ni principalmente la capacidad del pensamiento abstracto sino, en primer lugar, la capacidad que posee el hombre de aprehender las cosas como realidades y por ello poder transformarlas. Entre estímulo y realidad hay una diferencia no gradual sino esencial. Lo que llamamos «inteligencia animal» no es sino la finura de ciertos animales para moverse entre estímulos, pero no es una verdadera inteligencia. El hombre maneja las cosas como realidades, aunque no sean útiles. El animal no hace sino resolver situaciones, el hombre proyecta su vida en la realidad. No repite sólo, sino crea, y realiza innovaciones porque conoce y manipula lo real en cuanto real. Conoce también los estímulos pero como realidades estimulantes, como cosas-en-sí, como cosas «de suyo», según la terminología de Zubiri.

Algunos autores piensan que los australopitecos –desde hace cinco millones hasta hace un millón de años– que ya tienen posición erecta y bípeda, y por ello brazos alargados y manos libres, han sido capaces de una primera elaboración de hachas de piedra. No parece probable. Más probable es que esa «cultura de los guijarros» (Pebble-culture) pertenezca al homo habilis y no al australopiteco. Tanto

  1. P. TEILHARD DE CHARDIN, Le phénomene humaine, Paris 1955, 181.

  2. J. DE FINANCE, Citoyen des deux mondes. La place de l'honuue daos la création, Roma-Paris 1980, 67-68.

  3. V. MARCOZZI, L'evoluzione della psiche, Gregorianum 60 (1979), 699-700.

  4. lbid.

  5. E. CASSIRER, Antropología Filosófica, México 1971 , 56-57.

  6. Seguimos fundamentalmente su estudio El origen del hombre, Revista de Occidente 6 (1964), 146-173. Zubiri utiliza los datos paleoantropológicos tal como se conocían cuando escribe este artículo. Pero eso, en este momento, nos interesa menos porque atendemos, sobre todo, a la pregunta filosófica de cuál es el elemento especificativo que nos diga cuándo podemos afirmar que un ser es un hombre.

más que individuos homo y australopitecos han convivido y no es legítimo atribuir decididamente a éstos lo que han podido hacer aquéllos 8.

Al comienzo del cuaternario medio, hace medio millón de años, ha aparecido un tipo ya claramente humano, que algunos llaman arcántropo. Tenía una industria lítica bifaz muy característica. No sabía encender el fuego pero sí parece que sabía utilizarlo o conservarlo. En el resto del cuaternario medio, hace unos doscientos mil años, aparece otro tipo humano somática y mentalmente distinto: el paleántropo. Es el hombre pre-neandertal y pre-sapiens. Después aparecen los neandertales clásicos extendidos por toda Europa. Estos hombres tallan hachas de mano mucho más perfectas, tienen la industria de lascas, habitan al aire libre y en cavernas, son nómadas, recolectores y cazadores, utilizan el fuego, probablemente se pintaban el cuerpo y practicaban ciertos ritos de caza, entierran a los muertos con ofrendas, lo que parece indicar una cierta idea de supervivencia. Sólo al final del cuaternario, hace unos cincuenta mil años, aparece el neoántropo, llamado también hombre de Cromagnon. Es el homo sapiens por antonomasia. Pulimenta la piedra, fabrica punzones y agujas de coser, es agricultor, domestica los animales, produce pinturas admirables y bajorrelieves, estatuillas-ídolos, practica la magia con sentido religioso, entierra a los muertos. Inicia la escritura. Finalmente entra en la edad de los metales, y de la cultura.

Pero los datos y las fechas paleoantiopológicas son siempre imprecisas y nos interesan menos. Nos importa sobre todo la pregunta ¿cuáles de estos seres eran hombres? X. Zubiri responde: «Digamos, ante todo, que científica y filosóficamente, estos tipos son todos rigurosamente humanos, son verdaderos hombres»9. El motivo es que poseían inteligencia, aunque no razón. La razón como capacidad de raciocinio abstractivo, sólo aparece en el homo sapiens y es una evolución de la inteligencia. La inteligencia es la capacidad de aprehender realidades. Si un ser es capaz de enfrentarse con ellas como realidades, no es un animal porque el animal sólo actúa por estímulos. Por otra parte la inteligencia se halla en unidad esencial con determinadas estructuras somáticas, dentición, aparato locomotor, manos libres, volumen craneal, forma del cerebro, aparato de fonación articulado, etc. Caben, por supuesto, tipos diversos de vida humana según las variaciones de las estructuras psicosomáticas. Pero no serian diferencias de especie sino diferencias en la especie, o mejor en el género porque homo parece que es un género que abarca varias especies de hombres: habilis, erectus, sapiens. Las diferencias entre ellos son cualitativas y por eso hacen cosas muy distintas unos de otros. La inteligencia de unos es cualitativamente «otra» diferencia que muy bien puede explicarse por las diferencias somáticas que determinan la forma cualitativa de la psique. Como las estructuras somáticas son de diferente cualidad lo son también las psíquicas. Psique y soma se codeterminan mutuamente. Pero todos los seres que entienden lo real en cuanto real

  1. Sobre este punto puede verse también E. AGUIRRE, Las primeras huellas de lo humano, en M. CRUSAFONT, B. MELÉNDEZ, E. AGUIRRE, La evolución, Madrid 2 1974, 768-770; V. MARCOZZI, Alla ricerca delle prime trace sicure dell'uomo, Gregorianum 41 (1960), 680-691.

  2. X. ZUBIRI, a.c. 154-155.

y por eso lo manipulan y lo acomodan a diversos usos según conveniencias, serían inteligentes y por eso hombres.

La dificultad que experimentamos en llamar hombres a los seres de los que estamos hablando proviene –y seguimos exponiendo el pensamiento de Zubiri– de que estamos habituados a llamar al hombre «animal racional», es decir, un animal dotado de la plenitud del pensamiento abstracto y de reflexión. Pero el hombre no es animal racional sino animal inteligente, es decir, animal de realidades. La razón es un tipo especial y especializado de inteligencia. Animal inteligente y animal racional son dos cosas distintas. Este es sólo un tipo de aquél. Se puede clarificar este hecho con lo que sucede con el niño. El niño a las pocas semanas de nacer ya comienza a hacer uso de su inteligencia, pero sólo años más tarde decimos de él que hace o tiene «uso de razón». El niño desde sus comienzos es animal inteligente pero no es animal racional. Parece que algo así puede decirse del hombre. Desde sus orígenes es un animal inteligente. Todo ser que ha sido capaz de cultura creadora ha sido inteligente y, por tanto, hombre. Sólo en una lentísima evolución, a lo largo de muchos milenios, ha evolucionado desde su nivel de animal inteligente al de animal racional cuya plenitud es el homo sapiens. Ese paso naturalmente no ha sido instantáneo sino muy lento y no se puede precisar el momento en que el hombre empieza a ser racional. Es un proceso gradual. Más aún, es evidente que no está acabado y que con el paso de los siglos, los hombres alcanzarán niveles de racionalidad que nosotros no sospechamos, como el hombre de Altamira, que ya era racional, nunca pudo imaginar que la Humanidad de hoy iba a ser como es.

Queda aún por esclarecer, en cuanto se pueda, un paso antecedente, lo que podríamos llamar el problema de la hominización, es decir, cómo el hombre llega a ser hombre o, lo que es equivalente, cómo se ha pasado del homínido no hominizado al hombre. Hay que notar que la evolución es un proceso genético en el cual se van produciendo formas psicosomáticas específicamente nuevas desde otras anteriores y en función intrínseca, transformante y determinante de éstas. La nueva forma procede de otra muy precisamente determinada y esto tanto por lo que concierne a las estructuras morfológicas como a las psíquicas. La hominización es un proceso genético en que el homínido hominizado, el hombre, procede del homínido prehumano por una transformación de las estructuras básicas prehumanas sea morfológicas, sea psíquicas. La nueva especie conserva transformadas las estructuras de la especie anterior.

Sin embargo, en el caso del hombre, hay que decir que aunque el psiquismo humano está determinado en su origen evolutivo, por las transformaciones germinales, no está producido sólo por ellas. La mera sensibilidad no puede producir por sí misma una inteligencia, entre ambas existe una diferencia no gradual sino cualitativa y esencial. La aparición de una psique intelectiva es una innovación absoluta. Conserva la dimensión sensitiva como momento esencial suyo, transformada, pero tiene otro momento, intrínsecamente fundado en el sensitivo pero que le transciende, es el momento intelectivo. Así la psique del primer homínido hominizado es esencialmente distinta de la psique animal del homínido antecesor del hombre. Al ser esencialmente distinta no puede estar efectuada por la transformación de la psique anterior. No puede ser sino efecto de la Causa primera, es efecto de una creación ex nihilo, como lo fue la creación de la materia. Esta creación no es una irrupción externa de la Causa primera, de Dios, en la especie animal, una especie de insuflación externa de un espíritu en el animal que así quedaría convertido en hombre. Esta manera de representarse la aparición del hombre no pasa de ser un antropomorfismo. La creación ex nihilo no es una mera adición. Las estructuras germinales bioquímicas humanas exigen para su propia viabilidad la presencia de la inteligencia es decir, la actuación de la psique intelectiva. A su vez, la psique intelectiva es desde sí misma esencialmente exigitiva de un cuerpo, por eso ha de tener, como momento esencial suyo el tipo de psiquismo sensitivo. La inteligencia será una inteligencia sentiente. La creación de una psique intelectiva en una célula germinal no es adición sino cumplimiento de una exigencia biológica de la célula germinal.

Y esto es lo que ha sucedido en la hominización del primer homínido pre-humano. Los cambios germinales de este inmediato predecesor del hombre son causas exigitivas de la creación de una psique intelectiva, de la hominización. Esa psique será no «espíritu» puro sino «alma», es decir, una psique intelectivo-sensitiva. Por la creación misma no producida ab extrínseco sino brotando desde las estructuras biológicas, desde el fondo de la vida misma y superándolas esencialmente, es como aparece el alma y se forma el ser inteligente que llamamos hombre. El arcántropo florece intrínseca y genéticamente desde el homínido infrahumano. Conserva el psiquismo del homínido anterior pero esencialmente transformado. Queda constituido un nuevo phylum, el phylum humano. La aparición de la inteligencia se debe a la acción creadora. El autor de la realidad lo quiso así. Las ciencias empíricas o naturales observan los datos fenomenológicos, la Filosofía explica la aparición de la inteligencia, irreductible a la pura sensibilidad. Por eso el hombre es tan distinto de los demás animales, como veremos enseguida. Cuando la Filosofía recurre a la causa creadora lo hace integrando la creación de la psique al mecanismo evolutivo. Desde el punto de vista de la Causa primera, de Dios, su voluntad creadora de una psique intelectiva es voluntad de evolución genética 10. Pero de la creación del alma hablaremos más ampliamente en el capítulo séptimo.


2.
Intentos de explicación biologista y mecánica
    del comportamiento humano

La teoría de Xavier Zubiri que acabamos de resumir puede ser discutida, aunque en conjunto parece aceptable. Pero ahora nos interesa, sobre todo, recordar aquellos

10. Advierte el mismo Zubiri que esta explicación no se interfiere para nada en el problema teológico de la elevación del hombre al estado sobrenatural. Ese estado sólo se pudo dar en el homo sapiens. Desde el punto de vista teológico sólo el estadio homo sapiens es el que cuenta, sólo a él pertenece el hombre de que nos habla la teología apoyada en el Génesis y en san Pablo. Esa elevación es gratuita, no exigida, aunque intrínseca. La Iglesia nunca se ha pronunciado sobre dónde colocar, en la evolución de la Humanidad, al animal racional, ni dónde situar, dentro de éste, su elevación al orden sobrenatural y a la participación en la vida divina, a.c. 173.

datos humanos que son específicos del hombre, que no aparecen nunca en los animales y que son comportamientos irreductibles a los comportamientos animales.

Se han estudiado hasta la saciedad los comportamientos animales. Y se han encontrado muchas semejanzas que han llevado, sobre todo a etólogos, zoólogos, biólogos, etc., a admitir la ecuación hombre=animal. El hombre no sería sino un mono afortunado que ha logrado un éxito que no han logrado los demás. Ese es el pensamiento de Jacques Monod, al que ya hemos aludido 11. Lo es también del antropólogo francés Edgar Morin en su conocido libro El paradigma perdido, el paraíso olvidado en el que, influido por los estructuralistas, se propone liquidar el «mito» de la distinción y la superioridad del hombre sobre los animales y de la cultura sobre la naturaleza 12. En otra obra va más lejos aún y quiere borrar la diferencia incluso entre lo biológico y lo físico-químico 13. Pero, reduciéndonos a la primera obra, Morin cree que en el animal se da una comunicatividad, porque en el chimpancé se ha apreciado la capacidad para asimilar el lenguaje humano, en determinadas experiencias. Se da también una sociabilidad, a veces sofisticada por diferencias jerárquicas y funcionales. Aparece una aptitud para producir «cultura» que se advierte en la cooperación para la caza, en la utilización de palos para alcanzar la comida o para defenderse, en la modificación artificial de objetos para transformarlos en herramientas. Cree que incluso pueden tener autoconciencia ya que un chimpancé puesto ante un espejo reconoce su imagen y, en su euforia etológica, Morin atribuye al chimpancé un análogo cogito cartesiano. Habla también de una cierta capacidad simbólica ya que «entienden» algunos signos lingüísticos, e incluso de «un comportamiento ritual» que no explica.

Como se puede apreciar los hechos aducidos por E. Morin son muy pocos y muy pobres, como para aproximarlos a los hechos humanos más característicos y además son fácilmente explicables por reacciones instintivas de las que hablaremos en otro momento. Los insectos, como las abejas o las hormigas realizan instintivamente funciones mucho más complejas de comunicatividad, sociabilidad, jerarquía, trabajo, etc. que las recordadas por Morin pero a nadie se le ocurre equipararlas ni a la inteligencia ni a la razón humana, sin que esto signifique negar que entre animales y hombres hay ciertos comportamientos biológicos e instintuales análogos. No en vano el hombre tiene un componente somático y biológico. Además algunos de los hechos animales «inteligentes» aducidos por E. Morin y otros etólogos, pueden explicarse perfectamente por una actuación casual o mimética de un antropoide, o de otro animal que luego se transmite, a su vez, por imitación y tradición, «la tradición puede provocar cambios en el comportamiento sin alterar la dotación hereditaria. Por ello la evolución por tradición puede ser mucho más rápida que la evolución genética», dice E. Remane, nada sospechoso de querer salvar la superioridad del hombre 14.

  1. Véase la obra ya citada El azar y la necesidad, Barcelona 1971.

  2. E. MORIN, El paradigma perdido, el paraíso olvidado, Barcelona 1974.

  3. E. MORIN, El método. La naturaleza de la naturaleza, Madrid 1981.

  4. A. REMANE, La importancia de la teoría (le la evolución para la Antropología general, en H.G. GADAMER, P. VOGLER, Nueva Antropología, T. 1. Barcelona 1975, 310. Aduce numerosos ejemplos de aprendizaje por casualidad y de transmisión por tradición.

También el etólogo norteamericano E.O. Wilson, al que ya hemos hecho alusión, trata de mostrar en su Sociobiología que los principios por los que se rigen las sociedades de los insectos y de los vertebrados pueden extenderse a la comprensión de las sociedades humanas. Todo comportamiento social, desde el insecto al hombre, tiene un substrato biológico. Las ciencias humanas serían ciencias naturales. Lo cultural, lo ético e incluso lo religioso son fenómenos biológicos determinados genéticamente. Los derechos humanos o la santidad religiosa están en función de causas biológicas. La libertad es un autoengaño porque ignoramos aún la compleja estructura de nuestro cerebro 15.

Desde la aparición de los ordenadores electrónicos, en la segunda mitad de este siglo XX, ha resurgido con fuerza una vieja idea: la de interpretar al hombre como una máquina. Decimos que es una vieja idea porque ya surgió con el mecanicismo cartesiano y, sobre todo, con el materialismo francés del siglo XVIII. Julien O. de La Mettrie (1709-1751) escribió El hombre máquina (1748). Pascal y Leibniz construyeron máquinas calculadoras, y hubo otros intentos. Pero, como hemos dicho, ha sido con el advenimiento de la electrónica como se ha vuelto a plantear la duda de si el hombre será algo más que una máquina o, de otra manera, si no se llegarán a construir máquinas que hagan las mismas funciones que nos parecen específicas del hombre. Un genial matemático inglés, Alan Turing, construyó durante la segunda guerra mundial, un robot al que llamó Colossus, capaz de descifrar los mensajes secretos del Alto Mando alemán. En estudios posteriores defendió la posibilidad de llegar a fabricar «máquinas inteligentes». Después de Turing, otros expertos físicos y matemáticos, sobre todo norteamericanos, han continuado el empeño por crear ordenadores que piensen y que realicen lo que ahora sólo realiza el cerebro. Creen que llegará un día en que «toda conducta humana tendrá una explicación mecánica». En realidad –dicen–el cerebro no es otra cosa que «una magna comunidad de microcomputadoras innumerables» e incluso atribuyen al ordenador la posibilidad de tener autoconciencia (i!). El español Luis Ruiz de Gopegui, da por adquirido que el hombre es «un autómata consciente» y «pensar es simplemente un proceso físico-químico», de donde se derivan peligrosas consecuencias éticas, sociales y políticas, ya que se presume que habrá máquinas con más capacidad de «pensamiento» que los hombres. Desaparece la superioridad del hombre sobre la máquina. La máquina será superior al hombre «las máquinas inteligentes irán tomado el control de todo, hasta terminar adueñándose del mundo de la política [...] una nueva generación de computadoras [...] será la que dicte e imponga las leyes». El porvenir que le aguarda al hombre será el de convertirse en «el chico de los recados de los robots del futuro» 16.

  1. Cfr. E.O. WILSON, Sociobiología, Barcelona 1980; Sobre la naturaleza humana, México 1980.

  2. Informa ampliamente sobre este tema JUAN LUIS RUIZ DE LA PEÑA. Crisis y apología de la fe, Santander 1995. 155-209, con muy buena valoración crítica y abundante bibliografía. Los autores más interesados en el tema son: Donald MacKay, John McCarthy, Marvin Minsky, Nathaniel Rochester. Claude Shannon, etc. Algunas de sus obras están traducidas al español. Una crítica interesante en H. SEIDL, Sulla concezione tomista del rapporto tra anima e corpo dell'uomo. Comntenti ad una interpretazione infonnatica di esso, Angelicum 73 (1996) 21-66.

No es difícil la evaluación crítica de tal teoría. En primer lugar porque lo único que se nos dice es que en el futuro, habrá máquinas que hagan lo mismo que hacen los hombres. Esperemos, pues, al futuro porque profetizar siempre es arriesgado. Además se supone gratuitamente, y por ignorancia de la Filosofía, que lo físico-matemático es lo único real. En el capítulo VII de esta Antropología Filosófica veremos que la mente es irreductible al cerebro. Se supone también que la mente no hace sino combinar datos, como lo hace la Matemática. Pero es evidente que la mente humana, la persona, el hecho humano global es mucho más que un procesador de datos. Es amor, sentimientos, ilusiones, temores, imaginación, creatividad espontánea, progreso en todos los campos, descubrimiento continuo de nuevas realidades, autoconciencia, órdenes axiológicos, tablas de derechos y deberes, y, sobre todo, libertad, es decir, capacidad de autodeterminarse. Del hecho de que la máquina proceda «inteligentemente» no se sigue que ella sea inteligente. Se sigue que está fabricada por un ser inteligente. Pero el ser inteligente, además de la capacidad de relacionar, lleva consigo otras muchas dimensiones que ciertamente no tiene la máquina. La máquina relaciona según un programa dado, pero no piensa ni reflexiona. En el apartado siguiente consideraremos los hechos específicamente humanos que no pueden realizar Ios animales, mucho menos las máquinas.

No podemos multiplicar más Ios ejemplos. Los aducidos basten para tener una idea de las interpretaciones biologistas o monistas que se dan en nuestra época de las conductas específicamente más humanas. Autores tan destacados en el campo de la Antropología empírica como Arnold Gehlen, que ha estudiado con todo detalle el comportamiento humano y el animal, han demostrado que no es aceptable la ecuación hombre=animal, o biológico=humano, y mucho menos físico=humano, cosa que, por lo demás, es tan evidente por sí misma que, a primera vista, uno no puede menos de admirarse de que se ponga en duda. Gehlen hablando de la interpretación biologista del hombre escribe: «Afirmo que precisamente ese tipo de pensamiento, cuando se trata del hombre, no es biológico y produce descrédito al pensamiento biológico», y a continuación propone su tesis «en el hombre nos encontramos con un proyecto absolutamente único de la Naturaleza que ésta no ha intentado en ningún otro tiempo, ni en otra parte». Por ello no se puede estudiar al hombre sólo desde la zoología o desde la biología. «Cuando se trata del hombre, un estudio biológico no puede reducirse a lo meramente somático o corporal». El propugna un método nuevo que llama antropobiológico y que nosotros no podemos seguir ni exponer aquí aunque tendremos que hacer alguna alusión a él 17.

También un famoso etólogo austriaco Irenäus Eibl-Eibesfeldt, discípulo y colaborador del fundador de la Etología, Konrad Lorenz, escribe: «Puesto que distintos críticos nos han acusado de explicar al hombre según unas bases animales o por medio de una biología sin valor, debemos señalar explícitamente que la Biología ve claramente la posición especial del hombre, precisamente en contraste con las actividades animales. Lorenz lo ha señalado repetidamente. En 1971 escribió: "No hay nada más alejado de nuestra intención que infravalorar la diferencia entre los patrones de comportamiento descritos de los animales superiores y aquellas actividades

17. A. GEHLEN, El hombre, Salamanca 1980, 15-17.

humanas que son dirigidas por la razón y la moral responsable. Nadie podría ver tan clara la singularidad de estas actividades, específicamente humanas, como aquel

que las ve sobresaliendo del fondo de las normas mucho más primitivas de acción y reacción que, aun hoy día, tenemos en común con los animales superiores"» 18. Hablar de la «inteligencia» de los animales como lo hacen algunos etólogos no deja de ser un antropomorfismo, una proyección de una cualidad que el hombre encuentra en sí, sobre la conducta animal. Las experiencias hechas con chimpancés y otros antropoides, que un tiempo provocaron gran interés y discusiones académicas, no han demostrado sino que los animales «superiores» pueden aprender algunas relaciones, siempre limitadas a un entorno fijo, bajo la influencia de estímulos y orientadas a las necesidades vitales, nunca una comprensión del logos de lo real en cuan-to real, es decir, en cuanto ser 19. Volveremos sobre estos temas al hablar de las relaciones mente-cerebro (VII 3).


3. Los fenómenos específicos del hombre

Más que alargamos indefinidamente en contrastar opiniones en pro y en contra de la ecuación hombre=animal, pasamos ya a exponer algunos de los más significativos hechos humanos que son irreductibles al psiquismo animal o a comportamientos animales, y que, por lo mismo, postulan otra realidad. Queremos recordar de nuevo que para conocer la diferencia entre el animal y el hombre, más importante que considerar lo que el animal y el hombre pueden hacer es considerar lo que el animal no puede hacer y el hombre lo hace.

a) La indigencia natural humana

En primer lugar, hay que advertir que el hombre nace mucho menos preparado para la vida que los demás animales. Lo hace notar también Gehlen: «Morfológicamente, el hombre, en contraposición a los mamíferos superiores, está determinado por la carencia que, en cada caso, hay que explicar en su sentido biológico exacto como no-adaptación, no-especialización, primitivismo, es decir, no-evolucionado; de otra manera, esencialmente negativo. Falta el revestimiento de pelo y, por tanto, la protección natural contra la intemperie; faltan los órganos naturales de ataque y una formación corporal apropiada para la huida; el hombre es superado por la mayoría de

  1. 1. EIBL-EIBESFELDT, Etología. Introducción al estudio comparado del comportamiento, Barcelona 1979, 17. Biólogos tan sobresalientes como A. Portmann y F.J. Ayala piensan también que, desde la biología, hay que admitir que el hombre es un caso único, inexplicable e incomprensible, y que su estructura y su actividad son radicalmente distintas de las de todos los animales incluidos los antropomorfos. Los atributos humanos están fundamentados en una naturaleza biológica, pero van mucho más allá de la biología y la trascienden hacia una zona esencialmente distinta; cfr. A. PORTMANN, Biologische Fragmente zu einer Lehre vom Menschen, Basel 1951; Zoologie und das neues Bild des Menschen, Hamburg 1962; F.J. AYALA, Origen y evolución del hombre, Madrid 1980.

  2. Es clásico en el tema de las experiencias con antropoides el libro de W. KÖHLER, Intelligenzprüfungen an Anthropoiden, Berlin 1921.

los animales en la agudeza de los sentidos; tiene una carencia, mortalmente peligrosa para su vida, de auténticos instintos y durante toda su época de lactancia y niñez está sometido a una necesidad de protección incomparablemente prolongada» 20.

Según estos datos, es evidente que el hombre, tan mal dotado biológicamente, ya hace mucho que hubiera debido perecer. Sin embargo, ha sucedido exactamente lo contrario: ha dominado la Naturaleza, ha sometido a los animales y se ha constituido en señor de ellos. ¿Cómo explicar este hecho? ¿Qué hay en el hombre que, a pesar de sus graves deficiencias biológicas le permite ser el rey de la creación?

Es claro que podríamos recurrir legítimamente a la presencia en el hombre de un componente superior que llamamos espíritu o alma, inteligente y racional, pero antes podemos dar una explicación todavía dentro del campo, o al menos de la frontera, de lo biológico. Precisamente porque el hombre nace como un ser indigente e inacabado, más aún, siempre está inacabado, tiene que recurrir continuamente a una praxis de autodefensa, de autoformación y de autosuperación. Se deja educar largamente por otros para sobrevivir, intuye o entiende y hace suyas lentamente las normas y los valores, a medida que su conciencia despierta se impone a sí mismo un adiestramiento y una disciplina eficaz y selectiva en la acción. Es previsor, no vive sólo para-el presente sino para el futuro que prevé y proyecta. Utiliza los recursos más arriesgados, ocultos y complejos de la naturaleza, y los modifica en su beneficio y en beneficio de los demás, como el fuego, el viento, el agua, la electricidad, el petróleo o la energía atómica. En ocasiones se adapta a la naturaleza pero en ocasiones le dice no, lo que sólo él puede decir, se rebela contra ella, no la obedece o la somete y la utiliza en grados superlativos. Este hecho llevó a Max Scheler a calificar al hombre como «el asceta de la vida, el eterno protestante contra toda mera realidad» 21. Tocamos aquí el tema de la libertad que estudiaremos más adelante.

Los animales nacen especializados y por eso determinados por la naturaleza, el hombre se hace a sí mismo utilizando, de modos muy distintos, las realidades naturales. De ahí las muchas diferencias que existen entre los mismos hombres. Gehlen define al hombre como «el ser práxico [...] es el ser que toma posiciones, que se forma una opinión, que da su dictamen, que toma partido porque interviene en las cosas» 22. Es verdad que es un «ser práxico», pero con una praxis inteligente, es decir, que conoce lo real en cuanto real y puede organizar Ios medios al fin, de diversas maneras, entre las cuales elige una. Es un ser conscientemente teleológico y seleccionador. El hombre, con su esfuerzo personal, tiene que proyectarse su mundo porque sus instintos son insuficientes o ineptos, para llevarle a su plenitud aunque en realidad nunca logra su plenitud acabada, lo que no puede decirse de los animales. El mundo animal está programado desde su primera célula y cumplirá el destino, inexorablemente guiado por los instintos y las circunstancias. El mundo del hombre nunca está terminado. Max Scheler le llama «el eterno Fausto,

  1. A. GEHLEN, El hombre, Salamanca 1980, 37.

  2. M. SCHELER. Die Stellung des Menschen im Kosmos, Gesammelte Werke, B.9, Bem 1976, 44.

  3. A. GEHLEN, o.c. 35.

la bestia cupidíssima rerum novarum, nunca satisfecha con la realidad circundante, siempre ávido de romper los límites de su ser ahora, aquí y de este modo, de su "medio" y de su propia realidad actual» 23. Esa realización no se desarrolla y se logra por sí misma como en los animales, sino por un esfuerzo continuado de aprendizaje, reflexión y voluntad libre. Experimenta una continua tensión entre lo que es y lo que quiere ser. Vive proyectado hacia la utopía que, como ha notado Ernst Bloch, le mantiene en la búsqueda de lo que todavía no ha alcanzado. Es un «animal utópico».

b) La independencia del entorno

Este hecho innegable supone otro: la independencia del hombre con respecto a su entorno. El animal está vinculado a su entorno. Un entorno en el que encuentra satisfacción a sus estímulos y eso le basta. Es verdad que el hombre también busca la satisfacción de sus instintos pero, al mismo tiempo, se hace cargo de mucho más, conoce otras muchas realidades y se interesa por ellas aunque no le sean útiles ni le proporcionen una satisfacción. «Cierto es que a nuestros sentidos se les da sólo una parte fragmentaria del "mundo" –dice Gehlen– como a todos los órganos de percepción, incluso los animales [...]. El hombre, por lo general interpreta en lo percibido lo perceptible y en lo perceptible lo no perceptible y, sobre todo, su comportamiento afecta a todas esas esferas. Para la ardilla no existe la hormiga que sube por el mismo árbol. Para el hombre no sólo existen ambas sino también las lejanas montañas y las estrellas, cosa que desde el punto de vista biológico es totalmente superfluo» 24. Esto demuestra que nos hallamos ante una superación radical de la rígida subordinación entre fuerza instintiva y estructura ambiental que es lo propio de los animales. El hombre llega mucho más allá de lo biológicamente necesario. El animal capta y conoce una parte del mundo lo que necesita del mundo, y eso es para él «todo el mundo». El hombre está abierto a todo el mundo, o mejor, a todo el ser.

c) El hombre es un yo-sujeto

La propiedad anterior significa además que el hombre sujeto, y en cuanto sujeto, puede distanciarse del objeto, comprenderlo como objeto, como realidad distinta de él mismo. Más aún, puede pensar y valorar el objeto no sólo como útil para sí, sino también de manera selectiva o aun desinteresada. Por eso, puede frenar sus instintos, contradecirlos y, lo que es más, sublimarlos y darles una orientación altruista, por ejemplo. Ello indica claramente la realidad de un yo que no se puede identificar con lo que es instintual y que tiene dominio sobre ello. El hombre es el único ser que puede decir «yo» y ver el mundo como «no-yo». Y puede decirlo precisamente cuando, como sujeto, entra en relación con Ios objetos mundanos, o con otros sujetos a los que también capta como realidades distintas de él y con las que, sin embar-

  1. M. SCHELER, o.c. 44.

  2. A. GEHLEN, o.c. 94.

go, entra o puede entrar en relación real. De hecho, el niño sólo dice «yo» después que ha dicho «tú» a su madre y después de que ha captado las cosas como realidades distintas de él mismo. Siempre estamos mediados por «lo otro» para llegar a nuestro propio yo. Pero llegamos 25.

El hombre se remite a sí mismo. Es una experiencia radical que expresamos con el pronombre «yo». Cada uno de nosotros se experimenta como un yo único, singular e irrepetible. Singularizado por sus caracteres biológicos y psíquicos adquiere poco a poco una personalidad original que le distingue de todos los demás y que, por el conjunto de sus opciones, asume la responsabilidad de su propio destino. Por eso, podemos decir «yo pienso», «yo quiero», «yo sufro», etc. Me siento miembro y solidario de la Humanidad, pero al mismo tiempo independiente de ella. Mi «yo» es el centro de mi mundo, sólo desde él contemplo lo demás y me realizo en una praxis. Kant ponía el yo trascendental como una condición de posibilidad de la unidad sintética trascendental de apercepción. Por él y en él se unifican todas las impresiones y se tiene la conciencia de unidad en el conocimiento. Es verdad, aunque no sólo en el conocimiento sino también en la acción tengo una autoexperiencia del «yo» como unidad y totalidad, como un elemento que reduce la pluralidad a la unidad y que me explica el conocimiento y la acción. El yo nunca es perceptible en sí mismo de modo directo e inmediato, pero cada hombre tiene la experiencia indudable de su unidad, distinta de todos los objetos y de la permanencia de esa unidad, como sujeto. Por eso nunca se podrá realizar una donación de personas, aunque se llegase a realizar la de cuerpos. No es lo mismo cuerpo que persona.

De ahí surge también la experiencia de una soledad muy íntima. Yo y sólo yo tengo que cargar con la responsabilidad de mi existencia. Kierkegaard y Unamuno lo vieron con especial profundidad en la experiencia de una angustiosa soledad. «No hay otro yo en el mundo», es el estribillo que repite Unamuno en su obra Del sentimiento trágico de la vida. Aunque es verdad también que, en momentos de la más profunda intimidad con uno mismo, allá en el fondo del ser se experimenta la presencia indudable del último Ser en el cual estamos enraizados, que es el Ser de nuestro ser y del que san Agustín decía con admirable profundidad, que es «intimior intimo meo», más íntimo a mí que yo mismo.

d) La percepción del espacio y del tiempo

Ernst Cassirer propone como una característica específica del ser humano la percepción del espacio y del tiempo como totalidades. No acierta al afirmar que «no podemos concebir cosa ninguna real más que bajo las condiciones de espacio y de tiempo» 26 porque es evidente que infinidad de nociones reales podemos llegar a comprenderlas con independencia del espacio y del tiempo. Cuando, por ejemplo,

  1. H. Plessner formula cuanto acabamos de decir en tres leyes que llama de la «artificialidad natural», de la «inmediatez inmediata» y del «puesto utópico», cfr. H. PLESSNER, Die Stufen des Organischen caed der Mensch, Berlin 21965, 309ss.

  2. E. CASSIRER, Antropología Filosófica, México 1945, 71. Seguimos fundamentalmente el análisis de E. Cassirer en esta obra, 71-89.

definimos la justicia como «dar a cada uno lo suyo», tenemos un concepto inespacial e intemporal. Otro tanto se diga de los conceptos de los derechos humanos. Et sic de ceteris. Tendremos que desarrollar ampliamente el tema del conocimiento metaempírico e inmaterial al hablar de la potencia intelectiva humana. Pero hecha esta salvedad, su análisis sobre la representación humana del espacio y del tiempo es correcto.

Hay una diferencia radical en el modo como concebimos los hombres el espacio y como se lo representan no sólo los organismos inferiores sino los antropoides. Esas diferencias se descubren mejor por vía indirecta: analizando las formas de comportamiento. Existen tipos fundamentalmente diferentes de experiencia espacial y temporal. El nivel más bajo lo llama Cassirer espacio y tiempo orgánico. Es el que tiene cualquier animal por el que se adapta a las condiciones, sobre todo espaciales, para poder sobrevivir. Es un conjunto de estímulos y respuestas adecuadas. Saben moverse correctamente en su espacio y en su tiempo. Normalmente no se pierden. Pero es claro que no poseen un cuadro del espacio y del tiempo como totalidad. Por eso no intentan dominarlo ni pueden formularlo o definirlo. Se adaptan pasivamente a su habitat limitado y a su tiempo limitado también.

Los animales superiores tienen lo que Cassirer llama espacio perceptivo, de naturaleza complicada por los diversos elementos que integra: experiencia óptica, táctil, acústica, cinestésica. Max Scheler demostró que al animal le falta un centro desde el que poder referir a una misma cosa concreta las funciones psicofísicas de su visión, audición, olfato, gusto y las cosas visibles, tangibles, audibles, olfativas o degustables. Como ya hemos dicho, no aprehende las realidades como cosas en sí sino como fenómenos estimulantes. Además el animal carece del concepto de un espacio universal que persista como fondo estable de nuestras sensaciones. Un perro que merodea por el jardín –demuestra Scheler– no es capaz de contemplarlo como totalidad, ni de situar los objetos particulares en el orden espacial de un todo. Para el perro sólo existen espacios ambientes particulares que cambian cuando el perro se mueve, y el perro no logra coordinar esos espacios ambientes en el espacio total del jardín independientemente de la posición de su cuerpo 27. Eso que el animal no hace es lo que hace el hombre. Cassirer lo llama espacio simbólico. No de una manera inmediata sino mediante un proceso mental, complejo y difícil, llega el hombre a la representación de un espacio abstracto, homogéneo, indefinido, totalizante sobre cuya naturaleza han elucubrado mucho los filósofos 28. Cassirer llama a este espacio simbólico en cuanto que puede expresarse en fórmulas matemáticas como ya lo hicieron Galileo, Kepler, Newton y Einstein. Es claro que tal concepción es ajena a cualquier animal.

Un problema paralelo es el del tiempo. El hombre no vive sólo el ahora, porque su presente «está cargado del pasado y henchido de porvenir», decía Leibniz. Es

  1. SCHELER, Die Stellung des Menschen im Kosmos, Gesammelte Werke, B.9, Bern 1976, 36-39.

  2. No entramos en la discusión filosófica sobre la naturaleza misma del espacio, aunque nos parece acertada la teoría escolástica que define el espacio como «un ente de razón con fundamento en la realidad». Sobre el tema puede verse F. SUÁREZ, Disputationes Metaphysicae, d. 51, s. 1., n. 10, 11, 23, 24.

plenamente consciente de la continuidad y de la totalidad de su vida. Por eso piensa en la muerte y la previene. Heidegger define al hombre como Sein zum Tode, ser para la muerte, y toda su obra mayor Sein und Zeit es un análisis de la temporalidad como constituyente de la conciencia humana. Todo ello es impensable en el animal. Los pueblos más primitivos tenían ya sus ritos funerarios con los que simbolizaban su conciencia del pasado y del futuro, ritos que nunca han tenido los animales.

Precisamente porque el existir humano está transido de temporalidad y porque el hombre conoce, piensa y reflexiona sobre el pasado, el presente y el futuro, y hasta cierto punto puede orientarlo o dominarlo, decimos que el hombre es un ser histórico, es decir, que hace historia transformando continuamente la realidad mundana y la realidad social. Los animales no tienen historia, ni la hacen. Repiten monótona e indefinidamente los ciclos que les impone la Naturaleza, y si alguna vez cambian por una mutación genética, ésta es independiente de sus decisiones, es totalmente inconsciente en ellos. Son naturaleza, no son historia. La historicidad es propiedad exclusiva del hombre. Tanto es así que, en nuestra época, los pensadores historicistas poco menos que anulan la naturaleza del hombre para hacer de él sólo un ens historicum.

e) Función simbolizadora

Uno de los fenómenos más característicos y especificativos del hombre en cuanto hombre es su función simbolizadora. Nos referimos a la capacidad que tiene el hombre y, sólo él, de expresar muchas realidades bajo formas simbólicas. No es lo mismo signo que símbolo, aunque no siempre es fácil distinguirlos con precisión. Los signos son señales estimulantes que se dan en los animales y en los hombres, así los famosos reflejos condicionados de los perros de Pawlov. Los símbolos en cambio son signos convencionales y, por ello, sólo pertenecen al mundo humano. El símbolo, viene pues, a identificarse con un signo arbitrario, una realidad que por convención admitida, remite a otra 29. Ya hemos recordado que ha sido Ernst Cassirer quien ha estudiado con más detenimiento la función simbolizadora del hombre hasta definirle como animal simbolicum 30. Sin caer en generalizaciones ni en reduccionismos indebidos, sí es evidente que los hombres somos creadores de símbolos, es decir, que conocemos realidades inmediatamente como son en sí, pero que hay otras que sólo las conocemos o nos las representamos mediante signos convencionales o sistemas de símbolos.

El hombre no vive solamente en un universo físico como el animal, sino en un universo simbólico. Toma conciencia de sí a través de símbolos. Una clase social, una nación, adquieren conciencia de sí por sus símbolos, (la hoz y el martillo, la bandera, etc.). El hombre ha encontrado la manera de conocer y expresar realidades

  1. J. Maritain define así el símbolo: «un signo-imagen ("Bild" y "Bedeutung" conjuntamente): algo sensible que significa un objeto en razón de una relación presupuesta de analogía», J. MARITAIN, Quatre essais surl'esprit, Oeuvres complétes, VII, Fribourg Suisse 1988, 103-104.

  2. Ver su obra Philosophie der symbolischen Formen, 3 vols. 1923-1929, sintetizada después en su Antropología Filosófica, ya citada.

que se hacen inteligibles para todos mediante símbolos, ya que en el símbolo se hace presente, de algún modo, lo simbolizado.

Entre los sistemas simbólicos más característicos que utilizamos Ios hombres están las matemáticas, el lenguaje hablado y escrito, los ritos religiosos y el arte, en sus diversas expresiones. Hay otros muchos símbolos humanos como son los adornos, los infinitos gestos del rostro o de 1as manos, el baile, los ritos funerarios, etc. Algunos animales tiene también ciertas expresiones de rabia, de terror, de ganas de jugar, de satisfacción, etc, pero con ellas sólo expresan emociones subjetivas, nunca designan ni describen objetos, en cuanto conocibles. No dan el paso del lenguaje afectivo al lenguaje proposicional, de lo subjetivo a lo objetivo. Los animales tienen algunos signos pero carecen de símbolos propiamente dichos. Un signo es una parte del mundo físico, el símbolo es exclusivo del mundo humano. Los signos son «operadores», los símbolos son «designadores» (Cassirer). Los animales tienen sistemas de signos heredados que les facilitan la adaptación y la defensa pero no han construido un sistema de símbolos para expresar realidades objetivas metasensibles o conceptuales. Y son Ios sistemas de símbolos algunos de los componentes más característicos de las culturas humanas.

fi El lenguaje

Sin duda ninguna que el sistema simbólico más complejo y al mismo tiempo más humano, es el lenguaje. Se ha estudiado mucho la comunicatividad entre animales, y también el «lenguaje» animal 31. Se han hecho toda clase de experiencia y de intentos para hacer «hablar» a los animales antropomorfos como los chimpancés. W.H. Thorpe narra la experiencia con el joven chimpancé «Viki», «el resultado fue que en seis años "Viki" solamente aprendió cuatro sonidos que se aproximaban a palabras inglesas y ni siquiera mucho» 32. Algún mayor éxito se tuvo con la joven chimpancé «Washoe», en tres años aprendió el uso de ochenta y siete signos del método norteamericano LAS para sordos. No es gran cosa. Algo parecido se logró con «Sarah» otra joven chimpancé 33

No parece arriesgado afirmar que son experimentos que al final no prueban sino la irreductibidad del habla humana a unos signos rudimentarios que acaban por repetir miméticamente los animales. Henri Delacroix cita las conclusiones de Rabaud: «los monos no poseen más lenguaje articulado que los otros animales vertebrados o invertebrados. Las pretendidas pruebas suministradas por las abejas, las hormigas y las avispas, sólo constituyen una interpretación arbitraria de hechos mal observados [...]. Expresar una emoción no es un medio de comunicación. El ruido

  1. Ver. por ejemplo la síntesis de W.H. THORPE. Naturaleza animal y naturaleza humana. Madrid 1980. Capítulo 3: Lenguajes animales. El autor. tiene una postura un tanto ambigua respecto al hombre. A veces afirma una diferencia esencial entre los animales y el hombre (ver pp. 353-358ss.), a veces se atiene a una diferencia sólo gradual: «¿No será que existe una auténtica sima entre los dos? [...1 Desde el punto de vista de los rasgos comentados no existe tal sima» (269); ver pp. 295-296 a propósito del lenguaje.

  2. O.c. 280.

  3. O.c. 281-286.

que hace un individuo, o su agitación, puede excitar a otros y propagarse. Esto no es un lenguaje» 34

El lenguaje es consecuencia de la capacidad de simbolizar y ésta es, a su vez, consecuencia del pensamiento reflexivo y relacional exclusivo de la razón humana. El lenguaje posibilita el pensamiento pero sin el pensamiento nunca hubiera habido lenguaje. Sólo el ser autoconsciente, capaz de reflexión, capaz de estar presente a sí mismo, puede distinguir entre realidad y símbolo, puede relacionar ambos y crear ese conjunto maravilloso de símbolos convencionales pero transparentes que son las palabras. Para hablar hace falta conocer realidades distintas o distinguibles del sujeto cognoscente en cuanto cognoscente. Por eso, el animal no habla porque recibe estímulos y reacciona a ellos pero no conoce reflejamente realidades en cuanto distintas o distinguibles del sujeto.

En las palabras toma forma sensible la idea o representación inteligible o racional, se hace así presente a la conciencia humana y, lo que es aún más asombroso, el conjunto de palabras que forma el lenguaje y los conceptos contenidos en ellas pueden ser transmitidos a los demás. Los otros no sólo reciben unas vibraciones acústicas en su tímpano cuando oyen, o unas ondas lumínicas en su retina cuando leen, sino que escuchan y entienden el contenido conceptual, traducen el sonido o la letra a idea, entienden, y se posibilita así una intercomunicación única e infinitamente enriquecedora. Con el lenguaje penetramos hasta lo más profundo del ser de los otros y les transmitimos nuestras ideas. Una conversación o un libro son mucho más que conjuntos de sensaciones.

Con las palabras el hombre designa cosas concretas que, de suyo, no tienen nada que ver con las palabras. En español llamamos «casa» a lo que los romanos llamaban «domus» los alemanes llaman «Haus», los franceses «maison», los ingleses «House» 35. A cada cosa la ponemos un nombre concreto. Todo símbolo concreto e individual se refiere a una cosa individual. Pero, por la capacidad humana de abstraer, tenemos también innumerables símbolos universales con los que designamos a todos los individuos de la misma naturaleza. Es claro que las palabras sirven también para la objetivación y para la conformación de nuestros conocimientos. El pensamiento es un lenguaje áfono. Pensamos con palabras aunque no las pronunciemos, y sin ellas no podemos pensar, avanzamos en el conocimiento, nos intercomunicamos y vamos mucho más allá de los reflejos puramente sensoriales. La infinita potencia y riqueza del espíritu humano se muestra en que con sólo veintiséis o veintiocho signos fonéticos o gráficos, podemos formar y expresar infinitos conceptos e ideas, toda la riqueza del ser, de las ciencias, las artes y de la convivencia humana, y aquellos con los que nos comunicamos, nos escuchan o nos leen, nos entienden y les entendemos.

  1. H. DELACROIX, En los umbrales del lenguaje, en E. CASSIRER, A. SECHEHAYE y otros. Teoría del lenguaje y lingística general, Buenos Aires 31972, 13-14.

  2. W. Humbolt, según refiere E. Cassirer, se negaba a admitir que las diferentes lenguas no sirviesen sino para asignar nombres a unos mismos objetos. En su entender, la diferencia de lenguas proviene menos de la diferencia de sonidos y de signos que de las concepciones del mundo, cfr. E. CASSIRER, El lenguaje y la construcción del mundo de los objetos, en E. CASSIRER, A. SECHENAYE y otros, Teoría del lenguaje y lingüística general, Buenos Aires 1972, 21.

Más aún, el lenguaje hablado o escrito no es sólo fonética, ni semántica –siendo éstas muy importantes– sino sobre todo sintaxis, es decir, capacidad de coordinar y unir las palabras para formar proposiciones más complejas con sentido –sujeto, verbo y complementos– y de unir esas proposiciones o sintagmas en sistemas a su vez más complejos según las leyes de la lógica, hasta formar el discurso y las ciencias. Toda la riqueza de la cultura humana acumulada, transmitida y aumentada siempre más, a lo largo de los siglos.

«Sin el simbolismo –dice Cassirer– la vida del hombre sería la de los prisioneros en la caverna de Platón. Se encontraría confinada dentro de los límites de sus necesidades biológicas y de sus intereses prácticos, sin acceso al mundo ideal que se les abre desde dimensiones diferentes, la religión, el arte, la filosofía y la ciencia» 36

¿Qué juzgar, ante estos hechos, de la proposición de W.H. Thorpe: «por muy grande que sea el abismo que separa a los sistemas animales de comunicación del lenguaje humano, no existe ninguna característica única que pueda ser utilizada como criterio infalible para distinguir entre los animales y el hombre, a este respecto»? 37 Nuestra respuesta es que, efectivamente, no existe una característica única, sino todas las características del lenguaje humano muestran la irreductibilidad de los rudimentarios signos de los animales a la capacidad admirable del lenguaje humano.

Hay una vinculación indudable del lenguaje humano a determinados sistemas neurofisiológicos. Se sabe que el encéfalo es la base anatómica del lenguaje, se sabe la importancia de «la corteza cerebral adaptativa» (Penfield), y de las neuronas adaptativas, se sabe que algunas funciones lingüísticas se relacionan con determinadas zonas de esa corteza adaptativa, de modo que lesiones en esas zonas pueden alterar las funciones lingüísticas. Todo ello significa que el yo pensante no es sólo la inteligencia ni la razón, ni el alma –de la que después hablaremos– sino la persona entera. Cualquier acto humano es de la persona entera. Sólo con el cerebro y el sistema fonológico la persona humana no podría hablar. Sólo con el alma tampoco. Por eso una lesión cerebral puede obstaculizar o suprimir la locución o incluso el pensamiento. Pero sobre esto volveremos al hablar de la unión substancial de alma y cuerpo.

Cuándo y cómo nació el lenguaje en el hombre ha sido tema discutidísimo, sobre todo desde la Ilustración. Joseph de Maistre (1753-1821) y Louis de Bonald (1754-1840) lo consideraban como revelado por Dios a los hombres en una primitiva lengua común y, con el lenguaje, Dios habría revelado todo un conjunto de verdades metafísicas, religiosas y morales que se transmitirían por tradición. Hoy son principalmente los antropólogos los que estudian este problema en el que no podemos detenernos nosotros 38.

  1. E. CASSIRER, Antropología filosófica, México 1971, 70.

  2. W.H. THORPE, Naturaleza animal y naturaleza humana, Madrid 1980, 295.

  3. Cfr. A. GEHLEN. El hombre, Salamanca 1980, 315-323, que recuerda las conclusiones de investigadores últimos como Mc. Dougall, H. Paul, Wund, Jespersen y Kainz.

g) El arte

Otra de las funciones simbólicas más características del hombre, y a la que ciertamente no alcanzan los animales, es la expresión artística de la belleza y su contemplación.

El arte puede ser imitación de la Naturaleza, como lo es en la pintura costumbrista o en la del paisaje natural, pero con más frecuencia es una idealización, un intento de perfeccionar la naturaleza y de construir lo que ella no construye, de transcenderla hacia formas en las que se exprese una armonía, una perfección superior que sólo la mente humana concibe e intenta plasmar después en el mármol, en la tela, en la música o en la poesía. Es verdad que el arte no es sólo expresión de la belleza porque a veces puede ser expresión de sentimientos sublimes o trágicos, alegres o dolorosos, pero siempre requiere una intuición del artista que sabe plasmar en el lienzo, en el mármol, en notas musicales, en gestos teatrales, o en palabras, el sentimiento profundo y bello con el que los demás se sienten identificados o conmovidos. Si de alguna manera no hay belleza no hay arte en sentido estricto. Habrá técnica que es otra cosa.

En toda creación artística encontramos una estructura teleológica definida: se busca expresar la belleza, transmitir un sentimiento, encarnar una idea, provocar una impresión de proporción y ritmo. El artista es un descubridor de las formas que luego intenta sensibilizar. Leonardo de Vinci hablaba de la finalidad de la pintura y la escultura como un saper vedere la forma, en el sentido griego del término morfé, para luego hacerla sensible.

La experiencia estética que la contemplación de las obras artísticas produce es inexpresable. Cuando estamos absortos en la contemplación de una gran obra de arte presentimos un nuevo reino, el de las formas ideales o belleza absoluta de la que habla Diótima, la extranjera de Mantinea, en el Banquete de Platón, una belleza que es más real que la de los colores o los sonidos porque los transciende. Vemos la realidad toda con una luz nueva. Así nos sucede ante la catedral de Burgos, la Quinta Sinfonía de Beethoven, el Entierro del Conde de Orgaz del Greco, el Edipo Rey de Sófocles, el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz o la parábola del hijo pródigo que, a mi juicio, es la página más bella de la literatura mundial. No es extraño que Aristóteles hable de la catarsis o liberación que producen ciertas obras artísticas. Una liberación por sublimación.

Pero no es nuestro intento aquí disertar sobre Estética, o Teoría de la belleza. Sólo pretendíamos destacar la capacidad humana, y sólo humana, de intuir la belleza, de crearla y de admirarla, de llegar hasta lo más profundo de los sentimientos humanos, y la potencia del espíritu humano para expresar esa belleza, o esos sentimientos, de modo que conmuevan a los demás porque se establece una corriente de empatía entre el artista y los que contemplan, escuchan o leen su obra. Heidegger ve en el lenguaje poético la experiencia original de la verdad del ser 39. Nada de esto

39. Cfr. M. HEIDEGGER, Erläuterung zu Hölderlins Dichtung, Frankfurt am Main 1981; Hölderlins Hymne, Halle, s.a; Unterwegs zur Sprache, Pfullingen 1959; Ueber den Humanismus, Frankfurt am Main 1949.

se encuentra en el mundo animal. Aprisionados los animales por los instintos y por los estímulos, nunca los trascienden, ni pueden negarse a ellos para proponerse otras metas. Ignoran la gratuidad y, por lo mismo, el gusto de crear y de elevarse hacia niveles superiores de armonía, medida, proporción, o hacia lo profundo, o hacia lo sublime. Ni tienen más teleología que la que les imponen los instintos, ni nos han legado creación artística alguna, ni pueden legárnosla.

h) La ciencia

Internarse en el fenómeno humano de la ciencia es internarse en un laberinto de teorías, definiciones y divisiones y en uno de los más desconcertados y desconcertantes espectáculos de polisemia anárquica con que cabe encontrarse 40. Por eso no entraremos en él. Para nuestro intento nos basta con considerar el fenómeno del conocimiento científico como un hecho específica y únicamente humano.

De manera general, suele entenderse por ciencia aquel conjunto de verdades ciertas acerca de objetos universales y necesarios, y lógicamente enlazadas entre sí de manera que formen un sistema coherente 41. Esta definición no debe entenderse en sentido rígido, pues en la ciencia moderna caben las hipótesis de trabajo y otras proposiciones que, aunque tenidas por ciertas, pueden con nuevos conocimientos ser falsables. Frente al principio de verificabilidad empírica propuesto como criterio de lo científico por los Neopositivistas, Karl Popper propuso el principio de la falsación. Una proposición puede ser tenida por científica mientras no sea demostrada como falsa. Algunos autores, con santo Tomás, incluyen en el concepto mismo de ciencia el conocimiento por las causas. No bastaría la sistematización metodológica de los datos 42.

Pero más allá de disputas y matices, una cosa aparece como absolutamente cierta, a saber, que sólo el hombre ha sido capaz de alcanzar saberes ciertos, objetivos, universales y sistemáticos sobre la realidad, sobre todas las áreas de la realidad, sea sobre las realidades físicas (ciencias de la Naturaleza), sea sobre las realidades humanas (ciencias del hombre). Ernst Cassirer dice con excesiva euforia: «la ciencia representa el último paso en el desarrollo espiritual del hombre y puede ser considerada como el logro máximo y característico de la cultura» 43. La afirmación es excesiva porque el logro máximo de la cultura humana es la vida moral y religiosa. Pero sí es cierto que el haber logrado leer las estructuras inteligibles que hay en lo sensible, haber conseguido formular en enunciados teóricos y universales esos conocimientos, haber descubierto sus conexiones lógicas hasta reducir los conjuntos a sistemas, haber encontrado y formulado las causas de los fenómenos y, con todo ello, haber desvelado muchos misterios de la Naturaleza, y haberla do-

  1. Se puede consultar J. MONSERRAT, Epistemología evolutiva y Teoría (le la ciencia, Madrid 1983. No podemos estar de acuerdo con él en su hipótesis emergentista que nos parece infundada, pero es muy abundante como información y erudición acerca de las muchas Teorías de la Ciencia.

  2. Cfr. J.M. DE ALEJANDRO, Gnoseología, Madrid 1974, 471.

  3. S. THOMAS, Contra Gentes, 1. 1. c. 94; A. MILLÁN PUELLES, Léxico filosófico, Madrid 1984, voz Ciencia.

  4. E. CASSIRER, Antropología Filosóf ica, México 1971, 304.

minado, en gran parte, para ponerla al servicio del hombre es una hazaña colosal que muestra y demuestra el poder de la inteligencia y de la razón humanas y la superioridad del hombre sobre todos los animales. Los grandes tratados de Física o de Derecho, de Medicina o de Filosofía, las universidades y las academias, las bibliotecas y los laboratorios, las revistas y los congresos científicos, son creaciones humanas tan elocuentes por sí mismas que no dejan lugar ninguno a una duda razonable sobre la condición singularísima del hombre y sobre su puesto único y supremo en el cosmos. Y el proceso científico no está terminado. Más bien podemos pensar que está en sus comienzos. Hasta qué límites de conocimiento y de sistematización habrán podido llegar los hombres de aquí a mil o a cinco mil años, es para nosotros irrepresentable, pero no es temerario asegurar que habrán alcanzado metas insospechadas.

Es claro que la ciencia tiene mucho también de significación simbólica. Galileo Galilei (1564-1642) no es tan importante en la historia del pensamiento por haber defendido el heliocentrismo, que al fin y al cabo es un problema astronómico, cuanto por haber descubierto la estructura matemática y matematizable de la Naturaleza, es decir, la posibilidad de formular sus leyes en términos matemáticos, lo que es lo mismo que expresarla en fórmulas simbólicas. Posteriormente, René Descartes (1564-1650), mejor matemático que filósofo, descubrió la Geometría analítica: a toda figura geométrica le corresponde una ecuación, y a toda ecuación una figura geométrica. Con ello posibilitaron ambos una correcta y fácil interpretación de la Naturaleza y el consiguiente dominio sobre ella. Las Matemáticas se convertían así en una ciencia exacta y a la vez simbólica de las realidades sensibles.

Pero no sólo es eso. Es también que los enunciados científicos son síntesis de los múltiples datos que nos llegan por los sentidos. Kant vio con agudeza que conocer y pensar es unir y que cuanto más perfecto y elevado es el conocimiento más unificados quedan los datos inmediatos, hasta llegar a los principios generales de las ciencias y más adelante –aunque Kant ya no lo comprendiera– a la formulación de los últimos principios del ser que constituyen la Metafísica. Ahora bien, los conceptos universales, en general, de los que hablaremos después, y las proposiciones universales, sea de las ciencias de la Naturaleza como la ley de la gravedad de Newton g = d2 , o la ecuación entre energía y masa de Einstein E = mc2, sea de las ciencias humanas como la formulación de los derechos humanos o Ios códigos civiles son constructos humanos –y sólo humanos– que expresan en fórmulas lingüísticas contenidos reales. Nadie dirá que las fórmulas de la Física, o de la Química, o los enunciados de la Carta de las Naciones Unidas sobre derechos humanos no enuncian realidades. Pero las enuncian en proposiciones y fórmulas lingüísticas simbólicas que contienen y transparentan realidades.

Así la ciencia creada por el hombre le proporciona la seguridad de un mundo que se mueve con leyes constantes. En medio de los muchos acontecimientos cambiantes de la Historia, el hombre ha construido un orden científico que es muy superior al orden de la pura Naturaleza y de los instintos. Sólo un ser dotado de una potencia cognoscitiva esencialmente superior a cualquier potencia animal ha podido realizar la fantástica hazaña de la ciencia.

La ciencia a su vez ha hecho posible el progreso humano. Mientras que los antropoides están absolutamente estancados en una monotonía desesperante y desesperanzada porque no dan el más mínimo indicio de progreso hacia metas mejores, el hombre, en conjunto, ha progresado muchísimo en el desarrollo material y también, aunque menos, en el desarrollo moral. Desde las cavernas del Neandertal a las casas confortables de hoy, desde las hachas de piedra a las computadoras, desde las relaciones de esclavitud al respeto a la dignidad de las personas, desde el culto al sol hasta el culto al Dios que hizo el cielo y la tierra, hay un proceso fantástico que los hombres han recorrido paso a paso siempre hacia delante.

i) La ética

Hemos hecho algunas alusiones a las ciencias de lo humano como tal y al progreso de las costumbres. Pero el hombre ha reflexionado tanto sobre su propia naturaleza que ha Llegado a constituir una ciencia de los comportamientos, acerca del bien y del mal, que llamamos Ética o Filosofía Moral.

Se tienen datos de que el hombre ha comenzado a distinguir entre el bien y el mal moral por lo menos desde hace cerca de cuatro mil años, deducidos de las inscripciones sepulcrales egipcias del tercer milenio antes de Cristo. Pero fue Aristóteles el primero que escribió no uno sino cuatro tratados de Etica44 y, a partir de él, progresivamente, se suceden los estudios sobre las costumbres morales humanas. Los filósofos estóicos hicieron avanzar mucho esta ciencia del comportamiento moral. Pero es innegable que la influencia decisiva ha sido la de la revelación judeo-cristiana. Su luz, venida de lo alto, ha servido para iluminar al hombre, cuya razón, dejada a sí misma, se extravía muy fácilmente cuando tiene que responder a preguntas tan delicadas como en ocasiones son las preguntas por el bien y el mal.

La Filosofía Moral se suele definir como «la ciencia que versa acerca de la rectitud de los actos humanos partiendo de Ios últimos principios de la razón» 45. Es una ciencia en cuanto que es un sistema de verdades universales demostradas acerca del mismo objeto. Versa sobre los actos humanos, es decir, sobre los actos que hace el hombre con plena advertencia y plena libertad. Pregunta por la rectitud o no de esos actos, o sea, considera si los actos humanos son o no son conformes a la naturaleza de la persona humana tomada en su totalidad, como un ser espiritual encamado en un cuerpo y formando una unidad con él. Por fin, investiga el valor moral de los actos humanos partiendo de los últimos principios, del último fin del hombre, de su condición de persona, de la Ley natural, de todo aquello que debe orientar la dimensión moral de toda actividad humana, sea individual, familiar, económica, social, política, etcétera.

Construir una ciencia tal supone una larga y compleja reflexión sobre lo que es la persona, sobre el orden en el que debe moverse, sobre su fin último, sobre el acto

  1. Ética a Eudemo, Ética a Nicómaco, Magna Moralia, Sobre las virtudes y los vicios. No entramos en la disputa provocada por J. Zürcher sobre la autenticidad de las obras de Aristóteles.

  2. S. RAMÍREZ, De hominis beatitudine, t.i. Madrid 1942, 33.

humano, sobre el conocimiento y la libertad, sobre la ley y la conciencia, sobre los derechos y los deberes, sobre las relaciones obligatorias para con Dios, para con los demás y para con uno mismo.

La Etica supone también en el hombre la capacidad de formarse juicios de valor sobre los diversos objetos o actos que tiene que realizar y entre los que tiene que elegir. Puede captar valores absolutos o condicionados, más importantes o menos importantes, entitativos o cualitativos. Y lo mismo que aprehendemos los valores cualitativos captamos también sus antivalores: A la justicia se opone la injusticia, a la humildad el orgullo, al amor el odio, a la pureza la impureza. El hombre sabe que tiene que elegir y experimenta el deber de elegir bien.

Cuando Nietzsche intenta «la transmutación de todos los valores» es porque ha captado perfectamente que el hombre se mueve por valores y no sólo por instinto. No hubiera propuesto lo mismo para los animales. Aquí nos fijamos, sobre todo, en los valores morales. No aprehendemos los valores indiferentemente: el hombre experimenta la obligación moral, es decir, el deber de conformar su conducta a valores morales objetivos, a cumplir lo que es moralmente bueno y evitar lo que es moralmente malo. Por eso experimentamos también la aprobación o el remordimiento de la conciencia, la esperanza de la recompensa o el temor del castigo. Todo ello está suponiendo el ejercicio de la libertad y de la consiguiente responsabilidad, vivido con pleno conocimiento y reflexión. Kant vio acertadamente que sin libertad no hay explicación posible del hecho moral. El hombre es un ser capaz de valorar diversos bienes y de autodeterminarse libremente por uno de ellos.

Porque los hombres han sido capaces de conocer no sólo el ser sino el deber ser han sido capaces también, desde muy antiguo, de enunciar códigos que orientan sobre el bien y el mal, sobre las actitudes y los hechos que merecen elogio o que son reprobables. Han redactado leyes que regulan los comportamientos sociales y códigos civiles, administrativos, penales, etc. La Etica ha fundamentado el Derecho.

Todos estos elementos: bien y mal moral, deber, conciencia, libertad, valor, responsabilidad, derecho, ley, son elementos exclusivos del hombre. Jamás aparecen indicios conscientes de ellos en los animales, ni pueden aparecer porque el animal se guía sólo por sus instintos y por los objetos que los estimulan.

j) La religión

No andaríamos muy lejos de la realidad si dijésemos que el hombre tiene, esencialmente, lo que Viktor Frankl ha llamado «voluntad de sentido». Esta expresión significa que inevitablemente el hombre se pregunta quién es, de dónde viene, a dónde va, qué tiene que hacer en la vida. O, de otra manera, que el hombre es un ser que no se conforma con vivir entre las cosas y las personas, necesita autotrascenderse, saber cuáles son las razones últimas de su ser y de su actuar. Ello es tan decisivo para la vida humana que el no encontrar su sentido último es una de las causas más influyentes en la aparición de los desequilibrios psico-patológicos o de las evasiones, desde las drogas hasta el suicidio. El hombre no tolera «el vacío existencial» 46. La mutilación de la trascendencia es la mutilación radical del hombre, de la que brotan muchas de sus frustraciones.

El ser humano apunta necesariamente hacia algo o hacia Alguien que sea más que él mismo y, si piensa con profundidad, no se conforma con un sentido inmanente al mundo porque, al final, cualquier hombre puede preguntarse con Unamuno: «Si del todo morimos todos, ¿para qué todo?» 47 El mismo Unamuno escribe: «¿De dónde vengo yo y de dónde viene el mundo en que vivo y del cual vivo?, ¿a dónde voy y a dónde va cuanto me rodea?, ¿qué significa esto? Tales son las preguntas del hombre así que se libera de la embrutecedora necesidad de tener que sustentarse materialmente» 48. He ahí preguntas radicales que el animal no necesita –ni puede– hacerse. El animal no se hace preguntas.

Ahora bien, hacerse estas preguntas es ya un planteamiento religioso, porque el sentido último de la vida para que sea satisfactorio no puede inventarse, tiene que descubrirse. Más en concreto, lo que el hombre exige, explícita o implícitamente, cuando se hace esas preguntas es saber dónde puede encontrar la plenitud de la verdad, la plenitud del bien y la plenitud del amor y cómo dirigirse hacia esas realidades. El hombre es un ser siempre insatisfecho y siempre buscador de más verdad, de más bien y de más amor, en una palabra, tiende incoerciblemente a la felicidad. Cuando está en esa tensión, sabiéndolo o sin saberlo, está buscando a Dios. Albert Einstein afirmó que cuando un hombre ha encontrado una respuesta al problema del sentido de la vida es un hombre religioso. Paul Tillich ofrece la siguiente definición: «Ser religioso significa plantearse apasionadamente la pregunta por el sentido de nuestra existencia», y Ludwig Wittgenstein escribe: «Creer en Dios significa ver que la vida tiene un sentido» 49. En suma, que la autoconciencia humana remite siempre, si no se la reprime, a una trascendencia. El hombre irreligioso lo es porque se detiene en su camino en busca de sentido, porque no llega hasta el final. Tal vez intenta tranquilizarse con la facticidad de lo que tiene y no quiere oír la voz que le está exigiendo buscar la plenitud. Así lo hacen algunos agnósticos contemporáneos 50

Santo Tomás lo expresaba con su acostumbrada precisión y claridad: «Por naturaleza es innato a todos los hombres el deseo de conocer las causas de lo que ven; de donde por la admiración de las cosas que veían y cuyas causas estaban ocultas empezaron los hombres a filosofar. Al encontrar la causa descansaban. Pero la curiosidad no descansa hasta que llega a la causa primera, y entonces juzgamos que sabemos perfectamente, cuando conocemos la primera causa. Por tanto el hombre desea conocer la primera causa como último fin. Ahora bien, la primera causa de todo es Dios. Es, pues, el último fin del hombre conocer a Dios» 51.

  1. Cfr. V. FRANKL, Ante el sacio existencial, Barcelona 1980, El hombre en busca del sentido, Barcelona 1982; La presencia ignorada de Dios, Barcelona 1981.

  2. M. DE DNAMUNO, Del sentimiento trágico de la vida. Obras Completas, IV, Madrid 1950, 495.

  3. O.c. 486.

  4. Citados en V. FRANKL, Ante el vacío existencial, Barcelona 1980, 114.

  5. Ver, por ejemplo, el folleto de E. TIERNO GALVÁN, ¿Qué es ser agnóstico?, Madrid 1975.

  6. S. THOMAS, Contra Gentes, 1 II1, c. XXV.

Así pues, lo religioso y la religión es consubstancial al hombre y no existe, en absoluto, en el animal. Que luego la relación con el Absoluto sea una u otra, que se dé culto a un ídolo o al Dios que hizo el cielo y la Tierra, que se formule lo religioso en mitos más o menos fantásticos o en verdades reveladas, que se establezcan prohibiciones ingenuas o absurdas (tabúes), o verdaderos preceptos morales derivados de la religión, no significa sino la incesante búsqueda del Absoluto que constituye la esencia de lo religioso. De una o de otra manera todo hombre tiene o busca su Absoluto. La Historia de los mitos y de las religiones es la Historia humana de la búsqueda incesante de lo Incondicionado, de lo Misterioso, de lo Trascendente. No sería incorrecto definir al hombre como peregrino del Absoluto. Es ésta una experiencia que, con una expresión bergsoniana, podríamos llamar «experiencia metafísica». Max Scheler escribe: «Esta esfera de un Ser Absoluto pertenece a la esencia del hombre tan constitutivamente como la conciencia de sí mismo y la conciencia del mundo [...]. La conciencia del mundo, la conciencia de sí mismo y la conciencia de Dios forman una indestructible unidad estructural» 52. El hombre es el único ser que puede tomar distancia del mundo y de sí mismo para interrogarse sobre el sentido y el fundamento de su ser y de su existir. Siendo del mundo y de sí mismo puede objetivar al mundo y a sí mismo y buscar un Ser Absoluto que lo justifique todo. Cuando lo hace ya está siendo religioso 53

El hombre, de una o de otra manera, se plantea, y se ha planteado desde sus orígenes, la relación o religación con un Ser Absoluto, lo que ni se ha dado ni puede darse entre Ios animales. Los etnólogos se han quedado sorprendidos, con frecuencia, al encontrar planteamientos religiosos análogos entre pueblos de toda la superficie de la Tierra y en las condiciones sociales y culturales más diversas. Los símbolos son diversos, pero la actividad simbólica con que los hombres han buscado una trascendencia es la misma.

k) Otros fenómenos humanos: la risa, el juego, la fiesta, el trabajo, la técnica

Aún podríamos añadir no pocos fenómenos humanos que no aparecen jamás en los animales, ni siquiera en los más evolucionados. Así, por ejemplo, la risa como

  1. M. SCHELER. Die Stellung des Menschen im Kosmos, Gesammelte Werke, B.9, Bem 1976, 68.

  2. Problema distinto es la representación subjetiva que de ese Ser Absoluto se forme cada persona. Ya hemos hecho notar en el c. II cómo Feuerbach que en La esencia del Cristianismo se interroga por las causas del fenómeno religioso, concluye que Dios no es más que una proyección hacia fuera de las indigencias subjetivas profundas de la persona, una personificación ticticia y extrasubjetiva de un ser que sacie las tendencias humanas hacia la verdad, el bien, la eternidad, la felicidad. Feuerbach confunde el aspecto psicológico de la religión con su dimensión ontológica. Una cosa es cómo se forman algunos hombres la representación de Dios, otra cosa es si Dios existe realmente. La indigencia humana. bajo cualquiera de sus aspectos. es efectivamente una llamada a lo absoluto, a lo divino. Pero no es lícito afirmar, a continuación, que entonces lo divino no es más que una imaginación provocada por el deseo. Lo contingente real nos obliga a preguntamos por el fundamento real del ser contingente. Ya que por definición, lo contingente real no tiene en sí su razón de ser, reclama un Absoluto real fundamento del ser de todo lo contingente.

Estudia ampliamente el hecho religioso J. DE DIOS MARTÍN VELASCO, Fenomenología de la Religión, Madrid, 1978.

expresión de un bienestar, de una alegría interior. Los animales expresan también sus momentos de euforia dando brincos o moviendo la cola, pero nunca ríen porque la risa humana proviene, generalmente, de la percepción de lo favorable, de lo gracioso, de lo cómico, de lo ridículo o de lo desproporcionado y esa percepción es exclusiva de una facultad racional que capta la armonía o la desproporción entre los medios y el fin, o los juegos de palabras, y lo expresa mediante una contracción de los músculos faciales y de los músculos internos intercostales que produce una expiración convulsiva interrumpida por la aspiración característica de la risa.

Los animales no conocen el humorismo, ni el ridículo. La risa supone, también una cierta tensión acumulada por la atención o suspensión que repentinamente se li bera por las contracciones musculares del rostro. Es también la risa un modo de comunicación, es un gesto social sumamente rico y expresivo. Mientras que el rostro animal es absolutamente inexpresivo, el rostro humano, con los gestos de la risa, rompe la rigidez e impone una comunicación flexible, elástica y grata que coincide con modos de ser específicamente humanos. Cuando en un grupo se provoca la risa inmediatamente nos miramos unos a otros. No cabe duda que la risa es bienhechora porque transmite alegría y gozo. Aristóteles y los escolásticos consideraron la risa como un «accidente propio» de la naturaleza humana, una propiedad que se da en el hombre y sólo en el hombre y que, por eso, es también especificativa de su naturaleza. Algunos definen al hombre como «animal risibile» 54

Frecuentemente vinculados con la risa y con la alegría están otros dos fenómenos humanos que son el juego y la fiesta. El juego es una actividad humana en que no es la naturaleza, ni la realidad, ni el instinto, los que imponen las reglas sino que son los hombres los que en un acto de libertad, establecen lo que llamamos «las reglas del juego», reglas que libremente pueden ser aceptadas o no, y libremente pueden ser cambiadas. El placer que encontramos en el juego, cuando no se transforma en negocio, es desinteresado; sólo se busca el éxito por el éxito. En el juego abandonamos nuestras necesidades prácticas e inmediatas para proporcionar a nuestro mundo una nueva forma, un tanto ilusoria pero sabiendo que es ilusoria. Si lo real es lo serio, el juego sería lo no-serio, aunque también es verdad que ciertas competiciones lúdicas ponen en riesgo lo más serio como es la salud, o la misma vida. Pero, en cualquier caso, es la aceptación libre y esperanzada del riesgo a cambio del éxito. Es el ámbito y la emoción de lo inseguro, lo indeterminado, eso que llamamos el azar o la fortuna, o la habilidad que se conjugan con la inteligencia y el esfuerzo. Por eso, a veces, el juego está rodeado de ritos simbólicos o de invocaciones a los númenes.

El juego tiene un ámbito especial en la fiesta, otra realidad que se encuentra en todos los pueblos por poco desarrollados que estén. La fiesta es la celebración cuasi-ritual de los acontecimientos de especial relieve para la identidad o estructura de una colectividad. Un componente de la fiesta es el juego por lo que comporta de libertad, de alegría, de creatividad, de exuberancia, de imprevisión, de fortuna y de esperanza, componentes todos profundamente humanos. En la fiesta, el juego puede tomar

54. Sobre la risa puede verse el ensayo de H. BERGSON, Le rire, Paris, 571950 y H. PLESSNER, La risa y el llanto, Madrid, Rev. de Occ., 1960.

múltiples formas, el deporte, el baile, el azar, las representaciones teatrales. En todas ellas hay un amplio espacio para el desarrollo de muchas cualidades humanas y para una katarsis purificadora y liberadora de conflictos. El homo sapiens no puede menos de ser homo ludens. Eugen Fink llamó al juego «oasis de la felicidad» 55

Hay otra modalidad de la actividad que sólo en el último siglo ha sido reconocida como plenamente humana y generadora de humanismo: es el trabajo. Es verdad que también los animales trabajan pero son tales las diferencias entre el trabajo de los animales y el de los hombres que bien podemos considerar el trabajo humano como un elemento especificativo de la especie humana. Engels, dominado por el prejuicio economicista marxiano, quiso ver en el trabajo nada menos que el factor que había conseguido la transformación del mono en hombre 56. Nadie acepta hoy tal hipótesis. Marx, por su parte, acertadamente, ve en el trabajo una actividad auto-generadora del hombre porque «al mismo tiempo que mediante este proceso actúa sobre la Naturaleza exterior y la transforma, transforma también su propia naturaleza, desarrollando las facultades que en ella dormitan» 57. El juicio es acertado y también lo son las consideraciones que Marx escribe a continuación: «Nuestro punto de partida es el trabajo bajo una forma que pertenece exclusivamente al hombre. Una araña realiza operaciones semejantes a las del tejedor, y la abeja avergüenza, con la estructura de sus celdas, la habilidad de más de un arquitecto. Pero lo que ante todo distingue al peor arquitecto de la abeja más experta es que aquél ha construido la celda en su cabeza antes de construirla en la colmena. En la imaginación del trabajador preexiste ya, de un modo ideal, el resultado en que concluirá su trabajo. No sólo opera un cambio de forma en las materias naturales; al mismo tiempo realiza el fin proyectado; es consciente que ese fin determina, como una ley, su modo de acción y a él subordina su voluntad» 58. Efectivamente, animales y hombres tienden a la Naturaleza y la elaboran para saciar con ella sus necesidades. La diferencia entre ambos está en que la teleología y la actividad humana son auto-conscientes, reflexivas, previsivas y volitivas.

El papa Juan Pablo II dedicó la encíclica Laboreen exercens a exaltar el valor humanizador del trabajo y la dignificación que alcanza la persona mediante el trabajo, ya que con él domina la Naturaleza, la pone al servicio de los hombres, genera solidaridad, posibilita la vida familiar y colabora con Dios en la evolución perfectiva de la creación. «No hay duda –dice– de que el trabajo humano tiene un valor ético, el cual está vinculado sin ninguna duda al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona, un sujeto consciente y libre, es decir, un sujeto que decide de sí mismo» 59. Mediante el trabajo el hombre afirma su autonomía frente a la Naturaleza y la somete a su servicio. El animal utiliza la Naturaleza, el hombre la domina.

  1. Los estudios más importantes sobre el juego son: J. HUIZINGA, Honro ludens, Hamburg 1956;

    E. FINK. Das Spiel als Weltsymbol, 1960; Oase eles Glücks. Gedanken zur Ontologie des Spiels, 1957.

  2. F. ENGELS, Anteil der Arbeit an der Menschwerdung des Affen, en Dialektik der Natur.

  3. K. MARX , Das Kapital, tI. seca III, cap. V, Marx-Engels Werke, B.1, Berlin 1975, 192.

  4. lbid., 193.

  5. Laborem exercens, n. 6, AAS 73 (1981), 590.

El dominio de la Naturaleza es lo que hoy, por lo general, llamamos Técnica. El instrumento más frecuente de la Técnica para el dominio de la Naturaleza es la máquina. La máquina, su perfeccionamiento y la asombrosa complejidad de las máquinas, sobre todo mediante la electrónica, es una de las creaciones humanas más admirables y que mejor indican la superioridad absoluta del hombre sobre los animales. Cuando uno piensa en la complejidad y eficacia maravillosa de las computadoras, o en los vuelos espaciales, o en la investigación de los últimos componentes de la materia y de la vida, cuando uno contempla el perfeccionamiento de los laboratorios, o la riqueza inmensa de las bibliotecas, o la organización de los aeropuertos, o la edición de los rotativos y así tantas y tantas realidades frutos del trabajo humano, no puede menos de sentir que el hombre está a una infinita distancia de los animales y que es absolutamente vano querer aproximarnos a ellos. El hombre, y la sociedad humana son otra cosa. Algún componente hay en el hombre que no existe en los animales y que nos eleva infinitamente sobre ellos. La Técnica sirve también para la organización de las sociedades, de la economía, de las comunicaciones, del comercio, de la salud, de la vida humana, en general. Que la Técnica, en ocasiones sirva para ocultar la verdad del ser y del hombre más que para desvelarla, como ha denunciado Heidegger, son problemas reales en los que no podemos entrar ahora 60.

Así podríamos seguir enumerando fenómenos y datos específicamente humanos que nunca realizan los animales, pero los que hemos comentado son suficientemente elocuentes para demostrar lo que intentábamos y hemos repetido, la diferencia y superioridad cualitativa del hombre sobre los animales.

Todos los elementos que hemos enumerado como específicos del hombre pueden ser integrados en el concepto genérico de cultura. Este concepto es sumamente amplio y explicado por los distintos autores de maneras muy diversas, pero con el Concilio Vaticano II podemos entender por cultura «todo aquello que desarrolla y perfecciona las innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente, a través del tiempo, expresa, comunica y conserva en sus obras, grandes experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos e incluso a todo el género humano» 61.

La cultura, así entendida, es una realidad exclusivamente humana. Autoconciencia y cultura son los dos factores radicales y últimos que diferencian lo humano de lo animal. Se implican mutuamente porque no puede haber cultura sin autoconciencia. Por eso, también, ni hay ni puede haber una «cultura animal». La cultura humana no es, como quena Freud, un conjunto de normas o costumbres que nos hemos creado

  1. Cfr. M. HEIDEGGER, Die Frage nach der Technik, en Vorträge und Aufsitze, Pfullingen 1954, 13-44; Die Technik und die Kehre, Pfullingen 1962. Cfr. también J. ORTEGA Y GASSET. Meditación de la Técnica, Obras Completas, V, Madrid 1955, 317-375.

  2. Concilio Vaticano I1, Constitución pastoral Gaudium et spes, n. 53. Acta, vol. IV, period. IV, pars VII, Vaticano 1978, 53. Cfr. también G. COTTIER, O.P., La culture du point de vue de l'anthropologie philosophique, Revue Thomiste 90 (1989), 405-425.

los hombres para regular y reprimir la libido y así hacer posible la vida social. Es, por el contrario, la expresión más alta de la infinita riqueza del espíritu humano.

De todo ello se deduce también la dignidad de la persona humana. En la Teología católica se exalta la dignidad de la persona desde la elevación al orden sobrenatural y a la filiación divina por la redención de Jesucristo. Son, sin duda, los más altos motivos. Pero, aun manteniéndonos en un nivel filosófico y racional, entendemos que la persona humana por ser racional y libre, por las capacidades culturales que esas propiedades comportan, por ser portadora de los valores más altos que hay sobre la Tierra, es digna de todo respeto, nunca puede ser reducida a número ni a cosa, ni manipulada como instrumento. Después de Dios nada más digno sobre la Tierra que la persona humana 62.


4. Instintos animales e instintos humanos

Tratando de descubrir las semejanzas y desemejanzas entre animales y hombres tenemos que detenernos, siquiera sea brevemente, en el problema de los instintos a los que ya hemos hecho alusiones y que tanta presencia tienen en la naturaleza y en la actividad de animales y hombres.

Hay que advertir, ante todo, que el término es lo suficientemente ambiguo y oscuro como para que existan muchas opiniones diversas y no sea fácil definir o delimitar con mucha precisión qué es un instinto, sobre todo tratándose del hombre 63. Biólogos y psicobiólogos modernos son muy cautos en el uso y aplicación de este término, incluso a los animales, porque no siempre es fácil distinguir entre instinto y conductas complejas mal conocidas. También porque, no buenos conocedores de la Filosofía, se encuentran confusos cuando tienen que distinguir entre instinto e inteligencia y a veces llaman inteligencia a lo que es instinto.

En principio, como definición aproximativa al menos, de lo que es el instinto puede valer la que dio William James: «la facultad de actuar de tal modo que se produzcan ciertos fines sin preverlos y sin previa educación sobre el modo de realizar la actividad» 64. Los instintos sirven a los animales y al hombre para desarrollarse, autoconservarse y reproducirse. Están dados, pues, para la conservación y el desarrollo del individuo y de la especie. Las notas distintivas del instinto animal son: a) una tendencia psicofisiológica compleja, lo que significa que pertenece al orden sensitivo y no al orden vegetativo, por lo cual en las plantas no se dan propiamente instintos, aunque las plantas «saben» también los modos de alimentarse y reproducirse, pero a esos modos no se les llama instintos; las plantas actúan por reflejos, pero el instinto es mucho más complejo que el mero reflejo; b) una tendencia específica compleja y uniforme dentro de ciertos límites en cada especie de animales, ordena-

  1. Ofrece una buena síntesis de las diferencias entre el animal y el hombre un editorial de La Civilttá Cattolica, Chi é l'uomo?, quaderno 3308 (16 aprile 1988) 105-116.

  2. Sobre las discusiones acerca del término «instinto» y su contenido puede verse J.L. PINILLOS, Principios de Psicología, Madrid 1981, 218-228.

  3. W. JAMES, The Principies of Psychologie, t. II, London s.a., cap. XXIV, 383. Puede consultarse también N. TINBERGEN, El estudio del instinto, Madrid 1969.

da a un fin y admirablemente adaptada a él. Bergson dice que «el instinto es simpatía» 65; c) es además innata y actúa sin que el sujeto tenga conocimiento de la finalidad del instinto. Los instintos no se aprenden, tanto es así que animales que no han conocido a sus padres, después ejecutan los mismos actos que ellos. Los padres los transmiten en la herencia genética. En cuanto los hijos nacen, están preparados para actuar. Sólo en algunos casos las crías reciben una enseñanza mimética sobre los modos de volar, por ejemplo, o sobre los modos de apoderarse de una presa hacia la cual ya tienden por instinto.

Los instintos son certeros de modo inmediato, en cuanto que de suyo actúan sin equivocarse a pesar de que, en ocasiones, su actividad es muy compleja. Son constantes, lo que significa que permanecen idénticos y repetitivos en todos los individuos de la especie; las arañas no perfeccionan su técnica de fabricación de las telas, ni las golondrinas hacen más confortables sus nidos. Las actividades de los instintos son especializadas, es decir, orientadas con seguridad hacia un término, muy concreto, y con unos medios muy precisos. Cada animal busca el alimento, construye su habitat o se reproduce de una manera muy determinada. Las actividades instintivas están adaptadas al medio ambiente normal aunque, en algunos casos, posean una cierta flexibilidad para una nueva adaptación, cambiadas algunas circunstancias externas. Algunos animales son capaces de reparar un daño causado accidentalmente o por la intervención del hombre.

Hemos dicho también que el instinto animal actúa hacia un fin pero sin conocimiento reflejo de ese fin. No sólo lo demuestran muchas experiencias, sino que, si reflejamente conociesen el fin y los medios, es evidente que modificarían y perfeccionarían esos medios y el mismo fin, pero nunca lo hacen. Además podría haber individuos «disidentes», pero no los hay. Sistemáticamente todos hacen lo mismo. Las arañas tejen su tela con precisión matemática. El hombre necesitaría una minuciosa reflexión y planificación. En la araña todo ocurre espontáneamente sin muestra ninguna de conocimiento previo, como si todo estuviera ya predeterminado. En el hombre habría diversos proyectos, en la araña sólo hay uno y siempre el mismo. Es propio también de los instintos desencadenarse indeliberadamente ante cierto tipo de estímulos externos o intraorgánicos y tender a la consumación incluso desaparecido el estímulo que los provocó.

Lo cierto es que todos nos quedamos asombrados ante las actuaciones maravillosas instintivas de muchos animales. Desde el pollo de la gallina que se forma dentro de la cáscara del huevo y cuando ya está desarrollado sabe picarla y romperla para salir al aire libre y crecer, hasta la previsión increíble de los himenópteros, como las hormigas, que limpian sus almacenes y vuelven a llenarlos para pasar el invierno, o las abejas que construyen esos panales de celdas perfectas donde depositar la miel y reservarla, existe una gama variadísima de sistemas instintivos previstos para organizar la vida y la conservación de las especies. En los vertebrados, especialmente en los mamíferos y animales superiores, con una mayor «conciencia», los instintos pueden experimentar mayores modificaciones por

65. Cfr. H. BERGSON, L'évolution créatrice, Paris 1917, 191.

la domesticación y el aprendizaje, principalmente creando en ellos reflejos condicionados 66.

Cómo han surgido los instintos en las diversas especies es problema oscurísimo y en el que nosotros no podemos entrar. Bergson consideraba la actividad instintiva como una continuidad de las actividades fisiológicas del organismo, como si fuese que se despierta o se añade una cierta «conciencia», primero en formas muy oscuras, gradualmente más luminosas, a los complejos procesos fisiológicos precedentes. El instinto continúa el trabajo por el cual la vida organiza la materia hasta tal punto que no siempre se puede mostrar dónde termina la organización y dónde comienza el instinto 67. Los instintos surgen de una esfera subterránea y oscura que no es abarcable ni controlable, de los oscuros fondos de la vida que escapan a la determinación racional. Podríamos pensar en el «élan vital» de Bergson.

El instinto «atiende» a lo que hace, y más cuanto está más desarrollado o perfeccionado en orden a una adaptación para la conservación de la vida y para la continuidad de la especie. El principio vital como que «inspira» las tendencias hacia, y a su vez, la consecución del objeto del instinto produce siempre una satisfacción. El animal encuentra una sensación agradable en cada una de las acciones que le llevan hacia el fin general sin que él conozca ese fin.

El instinto es una especie de «inteligencia inconsciente» (Hegel), es decir, carente de reflexión, sin capacidad de estar presente a sí misma, pero, por ello mismo, está remitiendo necesariamente a una Inteligencia suprema y ordenadora, que en su acto creador ha programado en la materia los procesos por los cuales se debían conservar las especies, reproducirse y evolucionar.

Que también en el hombre existen esas tendencias pulsionales que llamamos instintos es innegable, a pesar de la discusiones entre instintivistas (McDougall, K. Lorenz) y conductivistas (Watson, Skinner) que piensan que nuestras tendencias e impulsos se deben sólo al aprendizaje. Hablando en general, en todo hombre normal existen instintos o tendencias pulsionales innatas anteriores a toda reflexión y aprendizaje en orden a la conservación de la vida, a la autodefensa, a la reproducción, a la convivencia social, a la satisfacción de las necesidades primarias. Al fin y al cabo, el hombre es también un ser psicofisiológico y aunque su psiquismo y su fisiología son distintas de las del animal, también él tiene una naturaleza dotada de tendencias innatas que le posibilitan y le facilitan su vida, su desarrollo y la continuidad de la especie. También él experimenta una tendencia a satisfacer sus necesidades y encuentra en ello una gratificación.

Podemos preguntarnos en qué se diferencian los instintos humanos de los instintos animales. Pronto aparece que la diferencia radical consiste en que el hombre, en primer lugar, experimenta el instinto pero normalmente posee un conocimiento consciente y reflejo del fin u objeto del instinto y de los medios para conseguirlo que no poseen los animales. Por eso puede elegir entre diversos medios, puede re-

  1. Son especialmente importantes acerca del instinto de los animales las investigaciones de K. LORENZ, Ueber die Bildung des Instinktbegriffes, 1937.

  2. Cfr. H. BERGSON, L'évolution créatrice, Paris 1917, 179-180.

trasar libremente la satisfacción del instinto o incluso, en muchos casos, puede negar al instinto su satisfacción. El varón célibe o la mujer virgen experimentan el instinto sexual, pero no lo satisfacen fisiológicamente por motivaciones ascéticas más altas. Por motivos humanitarios o sobrenaturales puede también una persona renunciar a la agresión a la que se siente inclinada instintivamente, incluso en situaciones de legítima autodefensa. Y así otros muchísimos casos.

En el hombre, el instinto no es un guía tan seguro como en los animales, ya que el hombre, por ser inteligente y libre puede deformar o canalizar en direcciones distintas, acertadas o erróneas, sus propios instintos. Así se explican actos heroicos como el martirio o el riesgo de la vida por salvar a otro, o actos viciosos como el abandono de los hijos, el terrorismo, la glotonería, el alcoholismo, etc.

El instinto humano que parece más seguro es el instinto de conservación de la propia vida, tanto es así que buenos psicólogos piensan que la persona que se suicida no realiza un acto humano, es decir, plenamente consciente y plenamente libre. Pero, si se exceptúa este caso, el número de realidades que puede entender el hombre como objetos de los diversos instintos es plural. Por eso no se siente necesitado a una sola respuesta, sino que puede elegir entre varias y puede elegir correcta o incorrectamente. Más aún, una vez decidido a realizar una acción, puede elegir entre diversas formas de realizar esa acción. El hombre puede fabricarse los estímulos que le atraen (gastronomía en el caso del hambre, erotismo y pornografía en el del apetito camal, etc.).

Por lo demás, es claro que el hombre puede proponerse fines con independencia de los instintos y que por eso, puede también dominarlos o sublimarlos, como ya hemos dicho. No puede dejar de sentir el impulso instintual, pero sí puede dominarlo, cuando por influjos de la imaginación, o de complejos emocionales, o de la misma inteligencia, tiende al desorden o al abuso. En términos aristotélicos, el hombre no tiene un dominio «despótico» sobre los instintos, pero sí tiene un dominio «político» 68. Esto significa que puede educar y dominar las tendencias instintivas guiado por valores superiores y que con el ejercicio puede crear hábitos de comportamiento superiores a los meramente instintuales. Se podría decir que en el animal, el instinto es más biológico que psíquico, o mejor, que en él lo psíquico nace sólo de lo biológico, mientras que en el hombre lo psíquico prevalece sobre lo biológico porque lo psíquico humano no brota sólo de lo biológico sino de una naturaleza singularísima en la que están fundidos dos componentes muy diversos, materia y espíritu. De ahí la diferencia radical entre instintos animales e instintos humanos. El hombre, ya por su misma contextura biológica es totalmente distinto del animal, esa contextura está trascendida por el componente espiritual y, por tanto, los instintos, la «animalidad» en el hombre significa algo muy distinto de lo que significa en el bruto.

Esa difícil unidad y simbiosis de lo material y lo espiritual es la que produce las desgarradoras contradicciones entre pulsiones instintuales y valores superiores, que con frecuencia, afectan a la persona y que san Pablo expresó, ya en la Carta a los Romanos, cuando escribe: «Realmente mi proceder no lo comprendo, pues no hago lo que quiero sino que hago lo que aborrezco [...]. Pues me complazco en la ley de

68. Cfr. ARISTÓTELES, Política, I, 5 1254 b.

Dios según el hombre interior pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros» (Rm 7, 15-23). Esa difícil unidad en la que aparecen en el hombre, por una parte los impulsos instintivos violentos y brutales y, por otra, los valores superiores de la naturaleza humana que pretenden subordinar los instintos para evitar el predominio de la animalidad, es una de las causas de la confusión interior que experimenta el hombre. Si no se logra el equilibrio pueden aparecer neurosis psicológicas que se dan en él y no se dan en los animales.

Tenemos que advertir aquí que los instintos forman parte de la naturaleza humana pero no son sólo ellos la naturaleza humana. Con frecuencia se oye decir que ciertas actuaciones instintivas, como las sexuales extramatrimoniales son «naturales». Lo natural humano es lo que es conforme a la naturaleza humana. Ahora bien, la naturaleza humana, como demostraremos en otro capítulo, es una síntesis de materia y espíritu. Por ello, lo natural es la actuación conforme a un sistema de valores en el que los valores corporales, estén orientados y dirigidos por los valores espirituales y superiores. Los instintos somáticos deben, pues, estar subordinados y dirigidos por los valores superiores del espíritu. Entonces se actúa naturalmente, conforme a la naturaleza humana. En el caso concreto de la sexualidad lo natural es la castidad; cualquier actuación sexual fuera del matrimonio es antinatural, es corporal, pero no natural. Si por natural se entiende solo lo corporal, se identifica al hombre con el animal. Lo que se dice del instinto sexual, vale de todos los otros.

La clasificación de los instintos humanos ha sido objeto de innumerables estudios y la conclusión resultante es que el acuerdo unánime es imposible. «Tales intentos –dice Gehlen– naufragan sin excepción y por los mismos motivos que la teoría de los tipos: por la arbitrariedad de los presupuestos. Se ha declarado como lo "auténtico" del hombre el poder, egoísmo, sexualidad, instinto de imitación, instinto de repetición, impulso a exteriorizarse, impulso de afirmación, instinto de valorización, instinto de prosecución (abrirse paso), impulso motriz, instinto constructivo, impulso destructivo y muchos otros en todas las combinaciones posibles. McDougall habla ahora de dieciocho instintos fundamentales, entre ellos la curiosidad, el sentirse a gusto, el impulso a cambiar de lugar y el instinto de formar sociedad, mientras que Watson eleva el número a cincuenta. Shaffer afirma en The psychologie of adjustment que Bernard (1924), entre más de cien autores, había establecido 14.046 actividades humanas ¡calificadas todas ellas como "instintivas"!» 69

Lersch divide a los psicólogos, por lo que hace a su interpretación de los instintos, en naonotemáticos y politemáticos, es decir, los que reducen todos los instintos humanos a una primera y única tendencia radical, y los que creen que la gran variedad de tendencias y pulsiones humanas son independientes entre sí. Entre los primeros destacan Freud y Adler. Sigmund Freud (1856-1939) hace de la libido o instinto de placer, que viene a identificar con la sexualidad, el factor radical dinámico instintivo, aunque entiende la sexualidad en un sentido amplio ya que incluye entre los instintos sexuales, todos aquellos impulsos meramente afectuosos para los cua-

69. A. GEHLEN, El hombre, Salamanca 1980, 386.

les empleamos en el lenguaje corriente la palabra amor (eros). El conjunto de los impulsos inconscientes de la libido es «el ello» (das Es) fuente de energía biológico-sexual, dominada y reprimida por «el yo» (der Ich) y, sobre todo, por el «super-yo» (der über-Ich). Al final de su vida hablaba más bien de dos instintos básicos: Eros o instinto de vida y Tánatos o instinto de destrucción y de muerte. El principio de realidad y la cultura, iniciada por la prohibición del incesto, serian un medio represor de los instintos pero que hacen posible la vida humana.

También es, en cierto modo, monotemática la teoría de Alfred Adler (1870-1937) sobre los instintos, ya que afirma que el comportamiento del individuo no está guiado por el principio del placer y por el principio de realidad, como quería Freud, sino por la voluntad de poder, por el afán de superación, de semejanza divina. Las pulsiones sexuales no serían originarias, sino provendrían de la aspiración a dominar a otros. Los conflictos neuróticos provendrían de los sentimientos de inferioridad, no de la represión de la sexualidad. En la línea de Adler estaría también Nietzsche, de manera mucho más radicalizada.

El instinto sexual en Freud, la voluntad de poder en Adler o Nietzsche serían el instinto primario del que derivarían todas las demás pulsiones instintivas humanas.

De manera diferente hablan los que, con Lersch, hemos llamado politernáticos. Entre ellos se puede enumerar a Kant que propone como instintos fundamentales la sexualidad, el egoísmo, el anhelo de libertad, la ambición, el despotismo y la codicia. Schopenhauer propone, el egoísmo, la maldad y la compasión. McDougall, como ya hemos dicho, distingue hasta dieciocho, entre los que incluye también el estornudar, el toser, etc. A. Pfänder divide las tendencias en transitivas cuyas metas se hallan más allá del propio yo, y reflexivas que tienden a realizarse en el propio yo. Entre aquéllas y éstas aparecen los instintos de posesión, de defensa, de rendimiento, de actividad, de poder, de autoestima. Por su parte Ludwig Klages distingue entre instintos vitales, anímicos y espirituales 70. Las enumeraciones y las teorías son infinitas 71.

Dicho esto, podemos admitir como válida la clasificación de los instintos del ya citado Philip Lersch 72. Divide las tendencias pulsionales que podemos identificar con los instintos en: Vivencias pulsionales de la vitalidad, Vivencias pulsionales del yo individual y Vivencias pulsionales transitivas.

Se entiende por Vivencias pulsionales de la vitalidad las que tienen como finalidad tomar conciencia de la vida en lo inmediato, originario y dinámico de sus procesos, y serían: el impulso a la actividad y al movimiento, la tendencia al goce en general, la libido o tendencia sexual y el impulso vivencial entendido no en su significado general, sino como experiencia de esiados endotímicos, cualesquiera que sean, en cuanto que tienen un valor sensible de presencia de la vida.

  1. Hemos seguido en estas referencias a PH. LERSCH, La estructura de la personalidad, Barcelona 1962, 101-104.

  2. Sobre la neurofisiología de las pulsiones instintivas pueden consultarse Ios libros de J. ROF CARBALLO, Biología y psicoanálisis, Madrid 1972, Teoría y práctica psicosomáticas, Bilbao 1984.

  3. El tema de la fenomenología y clasificación de los instintos es más propio de la Psicología empírica que de la Filosofía del hombre. Por eso aquí nos limitamos a recoger la clasificación de los instintos tal como la hace un psicólogo serio y equilibrado, cfr. PH. LERSCH, La estructura de la personalidad. Barcelona 1962, 106-174.

Las Vivencias pulsionales del yo individual llevan a la persona a experimentarse como un yo singular y único. Entre ellas se encuentran el instinto de conservación individual (comida, defensa, lucha por la vida), el egoísmo que se dirige a tomar posesión del mundo y de las personas, y del mundo en rivalidad con las personas, y en ello se diferencia del instinto de conservación, así como también en que el egoísmo va mucho más allá de lo biológicamente necesario. Es también un instinto del yo individual la voluntad de poder, no entendida tanto en el sentido radical que le da Nietzsche sino como una tendencia a dominar el ambiente o la realidad para poder disponer de ella y a poseer una certeza de la superioridad sobre ella. Puede derivar hacia el autoritarismo, la opresión o la dictadura. En este grupo de tendencias entra también la necesidad de estima, porque el hombre proyecta su yo individual en un horizonte de valores suprabiológicos y necesita ser reconocido en su nivel de valores. Toda persona necesita y exige ser alguien para alguien. La persona recibe la imagen del valor de su yo, del juicio de sus semejantes. Otras tendencias de esta clase son: el afán vindicativo que puede derivar hacia el resentimiento; y el deseo de autoestimación o necesidad que tiene el hombre de darse un rango ante sí mismo como una exigencia del hombre para consigo mismo.

Por fin, existen las Vivencias pulsionales transitivas, es decir, aquellas que trascienden el yo y que por eso, a veces, se hallan en contradicción con las tendencias biológico-corporales. Están en primer lugar las tendencias dirigidas hacia el prójimo como la tendencia a la convivencia y a la asociación de la que hablaba Aristóteles cuando definía al hombre como animal sociable. También existe la tendencia a ser para otro que se expresa en la benevolencia y disposición a ayudar, es muy semejante a la tendencia al amor no ya como instinto hacia el sexo contrario sino amor de amistad y benevolencia, y que puede ser contradicha por la malevolencia, el rencor, el odio, el cinismo, el instinto de agresión, etc. Es también una tendencia que va más allá del yo el impulso a crear, a realizar en el mundo algo que acreciente sus valores objetivos, lo que requiere un trabajo y un esfuerzo que se ve compensado por los objetos creados. Lo es también el interés por saber o por la ampliación del horizonte de los conocimientos. Existen también, dentro de las Vivencias pulsionales transitivas las tendencias normativas, es decir, las tendencias al deber ser. Es lo que Kant creyó poder formular con su teoría del imperativo categórico moral presente en todas las personas. Por fin, existe como tendencia transitiva la tendencia inevitable hacia lo absoluto, hacia lo eterno, lo infinito, lo perfecto, lo totalmente verdadero, lo totalmente bueno, lo totalmente bello. Es una tendencia que parte de la experiencia de la propia indigencia y de la contingencia y fragilidad de todo. Por eso podemos llamarla tendencia hacia lo último.

No hace falta recordar que esta clasificación, aún siendo bastante completa, podría ser modificada. Las vivencias pulsionales proceden del complejo vital humano que es enmarañado y confuso y, por eso, los instintos o pulsiones no siempre aparecen en estado puro e individualizados sino más bien tejidos unos con otros.

Se puede discutir también si algunas de las acciones enumeradas sólo análogamente pueden ser consideradas como instintivas, sobre todo en el hombre, porque en ellas puede mezclarse el aprendizaje, lo emocional, la valoración consciente e inconsciente. Mucho menos se puede afirmar que todas provengan de un primer instinto radical sino únicamente del fondo vital de la naturaleza humana. Actúan a veces por sólo el impulso interior, a veces como respuesta a estímulos externos. Son movimientos que obedecen a automatismos. Unos son más vehementes que otros. Los mismos impulsos tienen diversos grados de intensidad en diversos individuos o en diversas épocas de la vida. Todos pueden ser moderados y educados por la razón, la cultura, y por los valores superiores y espirituales y, sobre todo, por la libertad debidamente motivada. La persona es tanto más humana cuanto es capaz de lograr un mayor equilibrio en el dominio de los instintos, de forma que sirvan al completo y armónico desarrollo de ella misma según todos sus valores.

Otros problemas que plantean los instintos animales y los humanos son más propios de la Psicología empírica o de la Etología que de una Filosofía del hombre. Lo dicho basta para apreciar las indudables diferencias cualitativas que existen entre unos y otros 73.

73. Nos parece improcedente hablar de una ética animal, como lo hacen algunos biólogos o etólogos, porque el mismo concepto de ética está presuponiendo la libertad que ciertamente no existe en los animales. Otra cosa es estudiar la vinculación de ciertos comportamientos éticos humanos con Ios fondos biológicos, genéticos o neurofisiológicos de la persona que ciertamente existen y que pueden influir en la mayor o menor responsabilidad en el uso o abuso de la libertad. Sobre estos temas pueden verse T. DOBZHANSKY, Mankind Evolving: The Evolution of the Human Species, New Haven 1962; J. AYALA, Origen y evolución del hombre, Madrid 1980; K. LORENZ, Sobre la agresión, Madrid 1976; E.O. WILSON, Sociobiología, Barcelona 1980,

CARLOS VALVERDE
ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA