Popper y el relativismo

Por Ignacio Sánchez Cámara
En ABC Cultural, 28.08.2002



Es relativista toda tesis que niega la posibilidad de la existencia de una verdad universal y objetiva que trascienda los condicionamientos históricos, sociales, culturales o personales. Pero no es relativista necesariamente quien niega la posibilidad de que la verdad definitiva y total pueda ser conocida. Entre el relativismo y la presunción dogmática queda un amplio ámbito. En este sentido de la palabra, si no me equivoco y pese a algunas interpretaciones diferentes, Popper no es relativista.

Las principales contribuciones del pensador austriaco pertenecen a los ámbitos de la filosofía de la ciencia y de la filosofía política. Ambas se encuentran íntimamente vinculadas. Popper se propuso encontrar un criterio de demarcación para discernir entre lo que es ciencia y lo que no lo es. Y creyó encontrarlo en el principio de «falsación». Una afirmación o una teoría pertenecen al ámbito de la ciencia si son susceptibles de ser refutadas o «falsadas». Lo que es inatacable no es científico. Por eso, para él, el marxismo y el psicoanálisis no son científicos porque no es posible idear ningún procedimiento para refutar sus afirmaciones. Como afirmó Novalis, las teoría son redes y sólo quien las echa pesca. Las teorías científicas son hipótesis y conjeturas cuya verdad siempre es provisional. De lo que se trata es de someterlas a la contrastación. Mientras resisten, pueden ser reputadas, provisionalmente, como verdaderas. Pero las proposiciones de la ciencia no pueden ser verificadas. La ciencia es una búsqueda sin término en la que la contrastación va refutando las teorías e hipótesis falsas. Al detectar errores nos vamos aproximando a una verdad que existe pero que nunca alcanzamos definitivamente. No cabe calificar esta posición como relativista.

La misma conclusión hay que extraer de su filosofía política. La sociedad abierta y liberal es la mejor porque se basa en la aplicación de esas ideas válidas en la teoría del conocimiento. La sociedad abierta rechaza el dogmatismo y los sistemas cerrados, es decir, se opone a toda forma de totalitarismo. En ella, las ideologías, siempre falibles, compiten y se refutan a través del ensayo. Pero esto no entraña la negación de la verdad política o moral. Por el contrario, la sociedad abierta se revela como justa y preferible a las sociedades cerradas o totalitarias. La justicia, como la verdad, es una búsqueda sin término. Podemos acercarnos a ella sin alcanzarla nunca del todo. La sociedad liberal no se fundamenta en el relativismo sino en el hecho de que el hombre está siempre amenazado por la posibilidad del error. Mientras su teoría de la ciencia ha sido discutida, y eso no deja de ser un homenaje a su creador, su defensa de la sociedad abierta ha resistido las críticas de los aquejados por el dogmatismo totalitario. Quizá no sea del todo equivocado pensar que es su filosofía política la que testimonia en favor de su problemática concepción de la ciencia. Pero ni una ni otra son relativistas.