La
ética realista de Antonio Millán Puelles
Millán-Puelles, Antonio
Etica y realismo,
ed. Rialp, Madrid 1996, 126 págs.
Antonio
Millán-Puelles, que es el más eminente metafísico con que hoy cuenta
España, publicó en 1994 Una fundamentación de la ética realista. Al
año siguiente, pronunció en la Universidad de Navarra tres conferencias que
quintaesencian y, en cierto modo vulgarizan, las principales conclusiones del
denso libro. Revisadas por J.M. Barrio, la transcripción de aquellas
lecciones se publica ahora en forma de opúsculo con un resumen de las
discusiones.
El punto de arranque es que «el último fundamento de lo imperado es la
voluntad de Dios» quien dicta la ley natural, reflejada en la conciencia del
hombre. «La ética filosófica no es la ley natural, sino una elaboración».
Sobre esta base clásica, el autor desarrolla su tesis: «tres cosas considero
condiciones de toda ética realista, el amor de sí mismo, la búsqueda de la
felicidad, y el placer». No es, pues, una moral de renuncia, sino de
afirmación de la naturaleza humana; lo inmoral es lo inhumano.
Para Millán-Puelles los imperativos morales son absolutos; pero lo material
de los mismos es relativa al ser del hombre y a sus circunstancias concretas.
Este «situacionismo» no es un relativismo, sino el realismo antiutópico que
postula el autor quien llega a sostener que es preferible que falle la
doctrina moral general antes que los preceptos concretos. Esta concepción
realista exige, además, que esos preceptos sean «cumplibles».
Al margen del argumento axial, hay una refutación del postulado atribuido a
Hume (del ser no se puede deducir el deber) y de la denuncia nietzscheana de
que la moral tradicional es antivital y, en cierto modo, masoquista. Hay, en
cambio, una parcial reivindicación de Epicuro.
El autor, como en sus ensayos juveniles, en estas conferencias se acerca al
lector con un lenguaje coloquial, rico en ejemplos y que contrasta con la
sobriedad técnica de sus libros de plenitud como la Teoría del objeto puro,
recién traducido al inglés.
La exposición estrictamente racional, se cierra con unas consideraciones
finales de tología dogmática.
No es una relección aristotélica porque desde la filosofía tradicional,
Millán-Puelles innova. Es difícil encontrar en la bibliografía filosófica
española un texto que con tanta concisión afronte los problemas capitales de
la ética.
G.F.M.
http://www.galeon.com/razonespanola/re82-mil.htm
_________________________________________________
Una ética bien fundada
El resurgir del interés por la ética ha activado la reflexión filosófica
en este campo. Entre las obras recientemente publicadas, destaca por su
profundidad La libre afirmación de nuestro ser (1), de Antonio
Millán-Puelles. A sus 73 años, el conocido filósofo está tan activo como
siempre. En un momento en que se buscan bases firmes sobre las que asentar la
ética, la reflexión de Millán-Puelles demuestra que no hay nada más
fructífero que atender a lo que el hombre es.
La obra se subtitula Una fundamentación de la ética realista. Y si tanto el
título como el subtítulo pueden parecer algo distante al lector común -no
al que conozca, aunque sea de modo somero, los temas habituales de la
filosofía-, lo que trata es de lo más concreto y esencial.
Ciertamente, el libro -un recorrido de primer orden sobre el tema- es para
gente acostumbrada a este tipo de debates de altura. Eso sí: pienso que todo
aquel que enseñe filosofía o ética, en cualquier nivel, debería acercarse
a esta obra. Porque leerla significa ponerse al día.
Por qué ética realista
Todos están de acuerdo en que la ética trata del deber ser. Otra cosa es el
"mecanismo" para definir, acotar o como quiera decirse ese
"deber ser". La ética realista es la que funda el deber ser en el
ser, o como dice muy claramente Millán-Puelles, "el contenido de
nuestros deberes tiene su fundamento general e inmediato en la realidad de lo
que somos".
Una ética, pues, fundada en la metafísica, o ciencia del ser. No en la
antropología cultural, ni en la sociología, ni en la voluntad política de
unos pocos, sino en lo que somos, en lo que es cada hombre. Millán-Puelles se
obliga, con esta decisión, a contar con todo lo que el hombre es y, por
tanto, también con los impulsos, con las tendencias, con los instintos; y, en
las acciones humanas, a contar con todas las circunstancias que a veces
modifican profundamente la sustancia ética.
Una ética realista es, por tanto, una ética con los pies en el suelo:
"No cabe que para el yo humano sea auténticamente bueno lo disconforme
con su peculiar naturaleza".
En diálogo con otros filósofos
A pesar de las numerosas e interesantes digresiones, el libro está construido
sobre un esquema claro y lógico. Primera parte: las condiciones de
posibilidad de la moral realista. Segunda parte: El deber como exigencia
absoluta por su forma. (Y es aquí, donde, como es lógico, trata del
fundamento último de la moral). Tercera parte: La relatividad de la materia
del imperativo moral (donde se trata, en definitiva, de la ley natural).
El núcleo de las argumentaciones es siempre muy neto, aunque el lector no
precavido podría perderse alguna vez entre las discusiones de las posturas de
otros autores. (Ciertamente, pienso que el libro hubiera ganado con cien
páginas menos, ahorradas, precisamente, de estas discusiones).
La obra está construida en realidad como un diálogo con filósofos clásicos
(Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, Hume, Kant, Schopenhauer) y
contemporáneos (Husserl, Max Scheler, Brentano, Hare, Hartmann...).
En cuanto a la fundación última del deber, el núcleo es claro: si el deber
ser se basa en el ser, el deber, en su realidad absoluta, ha de tener su
fundamento en el Ser Absoluto, que es Dios. Esto es así, a pesar de que el
hombre pueda rechazarlo, porque no sin razón Millán-Puelles hace que una
frase de Albert Camus preceda a todo el libro: "El hombre es la única
criatura que rechaza ser lo que es". Pero puede también abrazar lo que
es; y esa es la ética realista, la libre afirmación de nuestro ser.
La fuerza de las circunstancias
Ese realismo significa atender a lo que el hombre es con todas sus
circunstancias. Precisamente este libro se distingue, frente a la mayoría de
las obras de ética realista, por la importancia que concede a esas
circunstancias.
Véase, por ejemplo, este texto, que puede, además, servir de ejemplo del
modo de proceder del autor, de su casi continua matización: "La
necesidad de atender a las circunstancias de nuestro comportamiento para que
el valor moral de éste en cada caso pueda determinarse de una manera completa
no es, en verdad, un relativismo -incompatible, en cuanto tal, con el sentido
absoluto de la forma propia del deber y, consiguientemente, de todo precepto
ético-, sino una evidente prueba de realismo. Porque no cabe ni siquiera una
sola acción (u omisión) libre que realmente acontezca sin el contexto de
unas circunstancias".
Naturalmente, no bastan las circunstancias para determinar el valor moral de
un comportamiento; éste se determina antes que nada por su
"sustancia", por lo que se suele llamar en otros tratados
"objeto". Pero existen muchos comportamientos con una sustancia
moral "neutra", en los que las circunstancias son decisivas.
Atender a las tendencias naturales
La discusión sobre el contenido de la ley natural es, quizá, de lo mejor del
libro. El contenido de la ley natural son las tendencias humanas naturales. De
nuevo nos encontramos aquí con una clara voluntad de no
"idealismo", de no separarse de la afirmación de nuestro ser. Lo
cual nada tiene que ver con el naturalismo; lo importante de atender a las
tendencias naturales es darse cuenta de los bienes a los cuales apuntan; sobre
esos bienes dictamina la razón y son esos bienes los que puede escoger la
libre voluntad. Así, los actos morales son actos humanos porque son
"puestos" por las facultades superiores, específicas del hombre.
Aunque esos actos morales no se construyen en el vacío, sino sobre el humus
de las muy corporales tendencias naturales.
Estas y otras muchas ideas enriquecen la más reciente obra de
Millán-Puelles, cuyos libros se cuentan entre los más serios y complejos
publicados por filósofos españoles en los últimos años. Precisamente
acaban de celebrarse, del 2 al 4 de mayo, en la Universidad de Navarra, unas
Jornadas de estudio sobre su obra. Treinta y cuatro profesores, de España e
Hispanoamérica, han analizado la producción filosófica de Millán-Puelles
en sus tres vertientes principales: metafísica, antropología y ética.
Además, este último libro coincide con un resurgir del interés por la
ética, debido probablemente a motivos coyunturales, a los que por otro lado
se haría mal en despreciar. En este renovado deseo de atender a los aspectos
normativos de las acciones humanas, un libro como La libre afirmación de
nuestro ser significa una aportación en profundidad, un vivero de ideas que
interesa explorar.
Algunas muestras del realismo de Millán-Puelles
La libre afirmación del ser
«La libre afirmación de nuestro ser presupone la realidad de un ser que es
nuestro independientemente de que lo aceptemos o lo rechacemos en la forma de
comportarnos. Esta cabal independencia respecto de lo que libremente hacemos o
dejamos de hacer -también, por tanto, respecto de nuestras "intenciones
subjetivas"- es el signo inequívoco de la realidad de nuestra naturaleza
como algo ya dado y sin relación a lo cual no puede tener sentido alguno la
distinción entre el comportamiento que merece llamarse humano (por algo más
que por ser, fácticamente, el de algún hombre) y el que no lo merece.
»La realidad de nuestra naturaleza implica su prioridad respecto de todo
cuanto en nosotros depende de nuestra subjetividad operativa. En nosotros hay
algo que no puede reducirse a mero objeto de la actividad de nuestra mente ni,
en general, a ningún producto o efecto de nuestro propio hacer. Para que
funcione nuestra mente, y para que hagamos surgir algún efecto, es necesario
que cada uno de nosotros esté siendo y que de una manera radical -es decir,
natural, previa a todo querer y todo hacer- ya esté siendo efectivamente un
yo humano» (p. 40).
Tolerancia y fanatismo
«Veamos el argumento que apela al valor de la tolerancia como contrapuesta al
absolutismo del fanático. Se trata de un argumento que ha llegado a adquirir
una considerable popularidad, y ciertamente no son pocos quienes lo vinculan a
la justificación del pluralismo de las ideologías políticas y de las
confesiones religiosas. En todas sus manifestaciones, el argumento implica la
creencia de que la práctica de la tolerancia es incompatible con la
aceptación de unos valores absolutos que en cuanto tales hayan de ser tomados
como rectores de la convivencia. Según esta manera de pensar, para no ser
fanáticos es menester ser relativistas; dicho de otra manera, el relativismo
es el fundamento teórico -y, en este sentido, la principal condición de
posibilidad- de todo comportamiento auténticamente tolerante.
»Se ha llegado a decir que es una enseñanza del relativismo la norma de la
caridad respecto de los ideales éticos que no son los nuestros. Al hablar de
este modo se incurre en una extraña "personificación" de los
ideales éticos, ya que se admite, de una manera implícita, la posibilidad de
tratarlos caritativamente, cual si fuesen personas, a las que, por el solo
hecho de su propia índole personal, cabe amarlas o, al menos, respetarlas. La
consabida frase "respeto su opinión, pero no la comparto"
transfiere a la opinión lo que tan sólo para el opinante puede tener un
genuino sentido. Y ciertamente no es una falta de caridad ni de respeto el
solo hecho de que una persona discrepe de lo que otra persona piensa. Cabe
discrepar de un modo respetuoso y hasta caritativo, y para ello no es
necesario en forma alguna que el discrepante sea relativista. E, inversamente,
cabe ser relativista y comportarse de una manera incorrecta con quien no lo
es: por ejemplo, haciéndole objeto de la acusación de intolerancia o
fanatismo.
»Desde un punto de vista estrictamente lógico, y abstracción hecha de la
diversidad de los matices psicológicos posibles, ha de negarse que el
relativismo pueda constituir el fundamento teórico de la tolerancia, porque
no puede dejar de ver en ella -si de verdad es consecuente- un valor meramente
relativo, tan relativo como la intolerancia y, por lo mismo, no más
defendible que ésta. O la tolerancia es en sí misma un valor y, por ende, un
valor absoluto, del que resulta una peculiar exigencia absoluta en forma de
obligación moral, o es un valor meramente relativo, y entonces no hay ningún
fundamento objetivo (el relativismo lo excluye) para preferirla a la
intolerancia.
»El único fundamento lógico posible de la tolerancia se encuentra en la
necesidad de permitir un mal para impedir otro mayor que él. Esta necesidad
es una exigencia absoluta, no relativa o condicionada, aunque indudablemente
se prefiera algo que sólo de un modo relativo (en sentido ontológico, no en
acepción gnoseológica) es admisible. Lo tolerable es siempre un mal (lo
bueno no es tolerado, sino positivamente querido, amado), y un mal es
tolerable únicamente en calidad de mal menor, siendo esta calidad un valor
objetivo, esto es, absoluto o en-sí» (pp. 382-383).
Rafael Gómez Pérez
_________________________
(1) Antonio Millán-Puelles. La libre afirmación de nuestro ser. Rialp.
Madrid (1994). 560 págs. 4.500 ptas.
______________________________________________________
El interés por la verdad
Millán-Puelles, Antonio: El interés por la verdad, ed. Rialp, Madrid 1997,
336 págs.
Desde que, por prescripción reglamentaria, el autor fue jubilado de la
docencia universitaria ha producido cuatro libros: el capital Teoría del
objeto puro, el no menos importante Una fundamentación de la ética
realista, el polémico El valor de la libertad, y este último El
interés por la verdad. Tal fecundidad en la vacación profesoral debería
hacer pensar a las autoridades educativas en la posibilidad de dar al
estamento académico la constante y abierta opción, ya de dictar un curso, ya
de presentar una investigación. Es proverbial el caso de Menéndez Pelayo,
dispensado desde joven de las aulas y entregado durante su corta existencia a
la elaboración de una obra realmente monumental.
Este último libro del primero de nuestros metafísicos vivos se divide en dos
partes: una dedicada al interés por conocer la verdad, y otra al interés por
darla a conocer a los demás.
¿Puede haber alguien absolutamente desinteresado del conocimiento del ser de
las cosas? El autor lo niega y demuestra su tesis mediante el examen de la
estructura de la mente humana que naturalmente tiende hacia el objeto físico
y también mental; y porque la forma de enfrentamiento del hombre con su
circunstancia le lleva a un creciente trato y familiarización con el mundo
circundante para adaptarlo a sus necesidades y deseos. En suma, el hombre es,
por naturaleza y por conveniencia, un animal interesado en la verdad en cuanto
tal (extrañeza y pregunta) y en cuanto útil (medio para alcanzar fines).
¿Qué es la verdad? El autor hace suya la tradicional distinción entre la
verdad ontológica (la intelegibilidad de todo ente) y la lógica
(concordancia de la mente con el objeto a que se refiere) y añade que hay,
además, una verdad práctica o apetito recto; pero es la segunda acepción la
que ocupa el lugar dominante en su investigación. Después de revisar las
teorías de la verdad con independiente sentido crítico (Kant, Heidegger,
Russell, Wittgenstein, entre otros) define el mentir como asegurar lo que
se estima falso.
Respecto a la segunda gran cuestión que se plantea en esta obra, el autor
afirma que la comunicación de la verdad a otros no es en el hombre una mera
posibilidad y, menos aún, el propósito de algunos especialmente volcados
hacia tal conducta, sino una «tendencia innata». ¿Cómo se demuestra esa
tesis? Porque el hombre es naturalmente social, y la convivencia es
«imposible sobre la base de la mentira o de la simple ocultación de la
verdad». Como un apéndice a su conclusión, el autor, frente a ciertos
relativismos, afirma que la verdad es transmisible, aunque no siempre de modo
plenario.
El último capítulo es monográficamente ético, y aborda la cuestión de si
la veracidad es siempre obligatoria. Aquí el autor elabora una detallada
casuística y reconoce no sólo la licitud de la llamada «mentira piadosa»,
sino que niega el derecho de todos a ser informados acerca de las intimidades
ajenas. Las nociones de justicia y de prudencia matizan y condicionan el
interés y el derecho a la verdad. En resumen, el logos que es el protagonista
de las proposiciones verdaderas y que reclama de los demás la veracidad,
establece límites racionales a la comunicación entre los humanos cuando hay
superiores bienes específicos.
Millán-Puelles pone a prueba en esta obra el método fenomenológico realista
que le ha acompañado en todas sus empresas especulativas. Incluso dedica un
capítulo a este análisis concreto y lo caracteriza con referencias a Husserl
y a Heidegger. Ejercita también de modo sistemático su voluntad de
claridad como la cortesía del filósofo. Cada juicio se inserta
coherentemente en una concepción del mundo; y nunca duda. Rehuye la
tentación de inventar al maniqueo y, en sus pasajes críticos y dialogantes,
aporta la letra de los textos de sus interlocutores en sus lenguas originales.
En suma, esta investigación es un alto testimonio del rigor, la acuidad y la
claridad de un pensamiento que, desde raíces aristotélicas, asimila la
historia de la filosofía. Ideas de hoy que aspiran a no ser efímeras. La
filosofía española se dignifica y enriquece con obras de este porte.
G.F.M.
http://www.galeon.com/razonespanola/re82-mil.htm