CAPÍTULO XI

 

LA ESTRUCTURA FUNDAMENTAL DEL ENTE MÓVIL

 

1. La teoría hilemorfista del cambio sustancial

 

La alteración o movimiento cualitativo coincide con el cambio topográfico en ser una moción de índole accidental. Aunque se verifica según algo absoluto en la entidad del móvil ‑la cualidad, a diferencia del ubi, no es, como ya se dijo, una entidad relativa‑, la alteración es inferior, como movimiento, a otro tipo de cambio que también atestigua la experiencia: el cambio sustancial, una modalidad de movimiento en la que el ente móvil se modifica radicalmente, porque deja de ser, en tanto que sujeto de determinada especie, para convertirse en otro de índole específica distinta.

 

Mientras que en el movimiento topográfico, y aun en la alteración, el ente móvil continúa siendo el mismo, decimos que hay un cambio sustancial cuando no son los meros accidentes, sino su propio sujeto, aquello según lo cual la mutación se realiza. El cambio sustancial exige, pues, que un nuevo sujeto llegue a ser, precisamente por el dejar de ser de otro sujeto. La ceniza que surge al quemarse el papel es ya otra sustancia, no el mismo papel con accidentes nuevos.

 

De dos maneras puede ser, en principio, explicado el surgimiento de una sustancia. Cabe, en efecto, pensar que la sustancia nueva es resultado de una creación o que procede simplemente de un cambio.

 

En el primer caso, no se requiere la desaparición de otra sustancia, y si de hecho tal desaparición se da, nada tiene que ver con el hacerse de la sustancia nueva, porque esta, al ser "creada", procede sólo de la potencia activa que es capaz de implantarla íntegramente en la realidad. Si la ceniza que va apareciendo al quemarse el papel es resultado de una creación, igualmente podría haber surgido sin que el papel se extinguiese y sin necesidad, en general, de que ningún otro ser desaparezca.

 

La efectiva extinción del papel y la aparición de la ceniza son de este modo dos episodios independientes, cada uno de los cuales es un "movimiento metafísico": el papel se aniquila (pierde "todo su ser", sin que "nada" de él se conserve) y la ceniza es creada (totalmente extraída de la nada, sin que su ser se beneficie en forma alguna del que el papel tenía).

 

Por consiguiente, para que pueda decirse que el acabamiento del papel y la aparición de sus cenizas se integran en la unidad de un cambio físico es preciso que ni el papel se aniquile ni la ceniza sea creada. Pero esto supone que en el papel hay algo que no desaparece, y que, por tanto, existe algo en la ceniza previamente existente en el papel.

 

En general, el cambio sustancial supone, como movimiento físico, algo sustancial común a sus dos términos y que es permanente en la mutación.

 

Los términos del cambio sustancial son, pues, por una parte, diferentes (ya que no hay cambio sin distinción entre sus extremos), mas por otra coinciden en un factor común (sin el que el cambio es igualmente impensable). Ello sólo es posible si cada uno de los términos es un compuesto en el que intervienen ese factor común, que sistematiza el cambio, y un factor propio, que especifica a cada extremo del mismo.

 

Lo común a los términos del cambio sustancial es justamente aquello "de lo que" se hace sustancia nueva. Esta, en efecto, no puede beneficiarse de lo exclusivo y propio de lo que se extingue, porque ello es, por cierto, lo que en el cambio deja de ser. En la medida en que el factor común a los extremos del cambio sustancial es aquello de lo que se hace la sustancia nueva, se conviene en denominarle materia, por oposición a la forma que en cada una de las sustancias desempeña el oficio del elemento propio. Un ente es, en consecuencia, sustancialmente mutable si se compone de materia y forma como principios de su entidad sustancial. El término "hilemorfismo" (de ύλη, materia, y μορφή, forma) no significa, en suma, otra cosa sino la concepción del cambio sustancial como algo que supone un ente móvil esencialmente constituido por los mencionados elementos.

 

Tal es la última y fundamental estructura del ente móvil, la que explica sus cambios más profundos: una hilemórfica articulación de su sustancia[1]. Pero es claro que si esta constituye una unidad, su materia y su forma no pueden ser entidades completas La materia y la forma de lo que es sustancialmente móvil deben entre sí relacionarse de tal manera que su unión resulte una entidad "esencialmente una", no dos entidades superpuestas.

 

Este problema de la unidad y la complejidad del ente móvil no se plantea, sin embargo, sólo para el cambio sustancial, sino que afecta a todo movimiento. El ente móvil es, en cuanto tal, algo compuesto de potencia y acto. Lo puramente actual es inmutable, porque el ser que aparece al concluirse la mutación no viene de la nada, sino de la potencia de lo que ha cambiado. Potencia y acto, sin embargo, no son dos entidades, sino únicamente dos "principios" entitativos. Esto compuesto de ellos lo que realmente es.

 

Cuando algo, en efecto, consta de acto y potencia, su ser es tal, que aunque actualmente tiene una modalidad, puede, no obstante, llegar a tener otra. Lo que consta de acto y de potencia es, por tanto, algo determinado, en lo que existe un elemento determinable y otro determinante. Dos factores, pues, que sólo tienen sentido en mutua conexión y referencia, constituyendo una unidad entitativa.

 

La materia y la forma del ente sustancialmente móvil componen, así, una misma entidad sustancial, en cuanto se comportan, respectivamente, como potencia y acto. La materia es aquí lo sustancialmente determinable, y la forma lo que hace de determinante sustancial. A esta conclusión se llega no sólo en virtud de la esencial unidad de la sustancia, sino también reflexionando sobre el sentido en que las nociones de materia y forma han sido aquí propuestas. La sustancia que surge por un cambio no viene de la nada. Su ser se beneficia de algo común a los extremos de la mutación. Pero este algo común a ambos extremos se encuentra en cada caso revestido de una distinta modalidad de ser, informado de uno a otro modo, pues en sí mismo es lo determinable por las respectivas modalidades o informaciones. Es, en una palabra, algo potencial, de lo que surge, por el movimiento, una sustancia nueva. Si esa potencia no se diera realmente, no habría un cambio físico, sino una aniquilación y una creación, que serían posibles también por la virtud de otra potencia, mas no pasiva o determinable, sino plena y radicalmente activa. La potencia pasiva que hay en el móvil no excluye ‑antes, por el contrario, reclama‑ para el cambio la intervención de una potencia activa; pero en el caso de la "creación" de una sustancia, esta potencia activa debe ponerlo todo, mientras que en el simple movimiento la potencia pasiva sirve de sustrato material para la producción de la sustancia nueva.

 

También el ente accidentalmente mutable consta de acto y potencia, pues estos elementos son necesarios para todo cambio. Mas lo que permanece en la mutación accidental es precisamente la sustancia, de suerte que lo que hace de potencia de la entidad surgida en esa mutación es un ente completo. El cuerpo que varía de color es ya una sustancia, esto es, una entidad esencialmente íntegra y que sólo en un plano accidental se perfecciona o completa por el color[2].

 

La diferencia entre el cambio accidental y el sustancial obliga, en consecuencia, a distinguir dos órdenes de acto y de potencia. Mientras que la mutación accidental tiene como supuesto una potencia que ya es un ente sustancialmente determinado, la mutación sustancial requiere una potencia que no es un ente, sino sólo un principio entitativo. Esta última potencia no es un compuesto de potencia y acto como la que interviene, a título de íntegra sustancia, en la mutación accidental, sino, en cuanto principio o factor sustancial, algo meramente potencial: potencia pura. Y de una manera análoga, el acto que corresponde, pues, a un ente accidentalmente mutable supone ya el que determina al mismo ente como sustancia, mientras que este otro acto es original y primario. A la potencia pura corresponde, por tanto, en la sustancia, un acto primero; a la potencia que ya es ente completo ‑la sustancia, que consta de acto y potencia‑ corresponde, en cambio, en el ente integrado por la sustancia y el accidente, un acto secundario.

 

La materia y la forma de la sustancia son, por lo mismo, respectivamente, potencia pura y acto primero[3]. Y puesto que, en un cierto sentido, cabe hablar también de forma y de materia en la explicación de las mutaciones accidentales, es conveniente hacer una distinción de sentido análogo a la que acaba de verificarse en torno a los conceptos de acto y potencia. En el cambio meramente accidental, la sustancia que sirve de potencia pasiva es una cierta materia de lo que adviene por la mutación, y el accidente según el cual esta se realiza en una cierta forma. Mas como esa materia y esta forma suponen las que tiene la sustancia, para no confundirlas con ellas se las denomina, respectivamente, "materia segunda" y "forma accidental", por oposición a "materia prima" y "forma sustancial". En definitiva, pues, la teoría hilemorfista explica al ente sustancialmente móvil como algo dotado de una estructura de materia prima, que es pura potencia, y forma sustancial, que constituye el acto primero, la forma originaria de una esencia.

 

La materia primera es el último sujeto de las determinaciones y propiedades del ente móvil. No se limita a constituir aquello de lo que se extrae mediante el movimiento una nueva sustancia. Como algo permanente en la mutación sustancial sigue existiendo en lo que tras esta llega a ser, y desempeña en todos los casos el oficio de un soporte o término de inherencia de cuanto posee la entidad en que se halla. La materia prima es, de este modo, principio ex quo y principio in quo de la sustancia. En sí misma es informe, a diferencia de la materia segunda, que es la sustancia constituida entre ella y la forma sustancial. En cuanto se distingue de esta última, no puede tener forma, es el sujeto de ella, y lo que realmente tiene forma es el compuesto o sustancia. Como pura potencia, no es ni puede ser entendida más que en relación a los actos primeros o formas sustanciales que con ella componen entidades plenarias.

 

De ahí que por sí sola, enteramente aislada, no posea contenido inteligible de ninguna especie y que ARISTÓTELES dijera que, considerada en sí misma, no es "qué", ni "cuándo", ni ninguno de los modos determinativos del ente[4]. Tampoco está sujeta a movimiento físico, porque incluso en el cambio sustancial continúa siendo como algo permanente que hace posible la unidad misma de la mutación. Para ser algo móvil habría de constar de acto y de potencia, y todo su ser es, por el contrario, pura y simplemente potencial. No es, en resumen, ni generable ni corruptible, sino algo necesario en toda generación y corrupción. Por lo mismo, únicamente puede llegar a ser por creación y dejar de ser por aniquilación: movimientos metafísicos que, por cuanto el ser de la materia prima exige siempre una forma sustancial, no afectan sólo a aquella, sino a la íntegra entidad de una determinada sustancia (la materia prima no puede ser, en rigor, creada, sino "concreada", ni aniquilada, sino "coaniquilada").

 

La forma sustancial es el acto primero: la determinación originaria y más radical de las que existen en cada ente corpóreo. Por ella tiene este su específico ser sustancial; lo que equivale a decir que la forma sustancial es lo que da el ser a la sustancia, siempre que por "ser" se entienda, no la existencia, sino la peculiar esencia o "manera de ser" del compuesto. De aquí la distinción entre "acto entitativo" ‑la existencia‑ y "acto formal" sustancial, forma que da al compuesto una determinada esencia. El compuesto, a su vez, es susceptible de otros actos formales accidentales, pero estos ya suponen la esencia completamente constituida. La forma sustancial no es, sin embargo, la esencia del compuesto. En esta entra también la materia primera. Mas como tal materia es por sí misma informe, la forma sustancial es el factor actual o determinativo de aquella esencia.

 

Por lo mismo, la forma sustancial es lo que sustancialmente distingue a una entidad de otra (precisamente por su carácter determinante, mientras, en cambio, la materia prima es algo determinable común a entes distintos). Y es asimismo la raíz de la actividad corpórea, pues los entes que constan de materia prima y forma sustancial no pueden ser activos en razón de su elemento material, que es ‑como se ha visto‑ una potencia pasiva. Dada su índole de "acto primero", la forma sustancial sólo puede ser una en cada ente (a diferencia de lo que ocurre con las formas accidentales, que ya suponen constituida la sustancia). De donde se desprende que una nueva forma sustancial implica una sustancia nueva, para lo que es preciso que otra sustancia se haya corrompido: generatio unius, corruptio alterius[5]. Generación y corrupción se dicen, sin embargo, propiamente sólo de la sustancia entera, no de la misma forma sustancial, ya que esta es acto, no algo a su vez compuesto de potencia y acto[6].

 

2. Atomismo y dinamismo

 

La pregunta que originariamente da sentido a la teoría hilemorfista es, en esencia, esta: ¿cómo ha de ser, en general, un ente para poder cambiar de un modo sustancial? No es, pues, el hilemorfismo una concepción temáticamente explicativa de la estructura de los cuerpos físicos. Lo que primaria y esencialmente constituye su objeto es el problema del cambio sustancial; pero, al resolver este problema, da de hecho también una teoría filosófica de la composición del ser corpóreo.

 

La estructura de materia prima y forma sustancial, a la vez que hace explicable al ente sustancialmente móvil, nos presenta a los cuerpos como provistos de una esencial composición interna. Este giro hacia el ente corpóreo se fundamenta en que sólo tal ser es susceptible de cambio sustancial, puesto que el cambio de la sustancia supone y requiere algo en lo que se dé ‑como potencia pasiva que hace posible la transformación­una materia prima, la cual no existe en las entidades espirituales, que son Auras formas.

 

Como teoría de la estructura sustancial del cuerpo, el hilemorfismo se opone a los sistemas que consideran esencialmente simples a las realidades materiales. Esos sistemas son dos: el "atomismo filosófico" y el "dinamismo". Ambos niegan la composición esencial ‑sustancial‑ de los cuerpos, en el sentido de que pretenden explicarlos como entidades absolutamente indivisibles, que a título de tales son completas, y cuya mutua agregación o síntesis sólo puede tener un valor puramente accidental.

 

Toda estructura o sustancia corpórea sería, en último término, algo desprovisto de verdadera significación entitativa, ya que lo primario y esencial estaría dado en el ente corpóreo por elementos totalmente simples. Hay, sin embargo, una fundamental diferencia entre el atomismo filosófico y el dinamismo. El primero interpreta el mundo material prescindiendo de toda diversidad específica de formas o principios activos. Comparándolo con el hilemorfismo, se nos presenta como un sistema que niega toda forma sustancial y únicamente admite la materia y sus distintas configuraciones accidentales. En este sentido el atomismo filosófico es una teoría estrictamente mecanicista. Por el contrario, el dinamismo pretende explicar los cuerpos como sustancias provistas de fuerzas o principios activos, pero carentes de materia extensa. Mientras que el atomismo sólo admite a esta como principio entitativo de los cuerpos, el dinamismo únicamente reconoce formas, principios de actividad. Desde el punto de vista hilemorfista, se trata, por tanto, de dos teorías inversas y recíprocamente complementarias.

 

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El atomismo filosófico tiene como principales representantes en la Antigüedad, por una parte, a LEUCIPO y DEMÓCRITO (que siguen la orientación mecanicista, inspirada en el intento de conciliar la filosofía parmenídica con la experiencia sensible)[7], y por otra, a EPICURO[8], cuya cosmología, calcada en la .de aquellos, sirve a intereses de significación primordialmente ética.

 

En la Edad Moderna, DESCARTES[9] y GASSENDI[10] renuevan el atomismo antiguo sobre las bases de un mecanicismo que insiste, sobre todo, en los motivos epistemológicos a que ya se hizo referencia. Este atomismo, elaborado con más pormenor y surgido en la época en que la ciencia física va formulando su peculiar metodología, sirve de conexión entre el de los antiguos y el que domina a lo largo del siglo XIX y se prolonga en el XX bajo diversas formas de mecanicismo explícito o larvado.

 

Los nombres de PROUST, DALTON, DUMAS son significativos de una concepción atomista en la que se unen los progresos reales de la investigación positiva con los prejuicios filosóficos del mecanicismo de todas las épocas. De aquí la conveniencia de distinguir entre el atomismo como teoría científica (en el sentido actualmente más generalizado de la palabra ciencia) y el atomismo como teoría propiamente filosófica, siendo la última forma la que realmente importa contrastar con el sistema hilemorfista. Previamente a ello, sin embargo, queda todavía por recoger, dentro de esta sumaria clasificación de posiciones, la distinción que también suele verificarse entre atomismo adinámico y dinámico. El primero es el que ha sido anteriormente caracterizado como teoría que niega la existencia de toda suerte de principios activos en los seres corpóreos, en tanto que el segundo admite alguna clase do fuerzas o energías, sin que por esto llegue a reconocer en los cuerpos verdaderas formas sustanciales que entren en esencial composición con una materia prima.

 

La diferencia fundamental entre el atomismo científico y el filosófico estriba en la diversa intención y finalidad explicativa de una y otra teoría. El atomismo científico no pretende hacer ninguna clase de afirmación acerca de la esencia de los cuerpos. Es una teoría relativa a la composición fenoménica del mundo material, y en sí mismo no tiene por qué hacerse solidario con las teorías ontológicas y epistemológicas en que se ampara el atomismo mecanicista filosófico. Bajo la forma de atomismo dinámico, no entra realmente en pugna con la concepción hilemorfista, pues aunque no establece en las realidades corpóreas la presencia de formas sustanciales, tampoco se fundamenta sobre bases de las que deba desprenderse la negación de ellas. En realidad, el atomismo dinámico científico no sé plantea este problema, ni tiene siquiera por qué planteárselo, ya que escapa a sus métodos y a la finalidad y significación del saber meramente positivo. En cambio, el atomismo filosófico entra ya en la cuestión de la esencia del cuerpo, reduciendo esta esencia a la materia, que únicamente admite determinaciones accidentales de índole cuantitativa. Trátase, pues, de una concepción que, a diferencia del atomismo científico, tiene que ser necesariamente mecanicista y que, por ende, no es sólo distinta, sino opuesta a la teoría hilemórfica de la esencia del cuerpo natural.

 

Aunque surgido en un contacto real con el atomismo filosófico, el atomismo científico es separable de él. No sólo no lo supone, sino que incluso llega a contradecirlo en la misma medida en que, frente al mecanicismo, reconoce en el mundo material ‑precisamente para la explicación de los fenómenos‑ energías o principios activos (cuyo alcance óntico no determina, porque no es una teoría filosófica, sino exclusivamente un sistema científico "positivo").

 

El hilemorfismo y el atomismo científico no están, por tanto, en pugna, antes, por el contrario, se complementan y perfeccionan mutuamente como conocimientos de los cuerpos, siendo el primero una teoría filosófica de la estructura sustancial de estos, y el segundo una hipótesis, suficientemente confirmada en sus principales líneas, acerca de la composición fenoménica, meramente física, del mundo material. Por lo demás, la teoría hilemorfista no pretende imponer límite alguno a la investigación empírica positiva. La estructura de materia prima y forma sustancial no es de índole empírica y, en consecuencia, ningún experimento puede hacerla patente y "terminar" así la labor de la ciencia fenoménica.

 

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El término "dinamismo", frecuentemente empleado para significar el movimiento ‑hablamos así, por ejemplo, de dinamismo sustancial, por oposición al accidental‑, se utiliza también para designar el sistema filosófico que concibe a los cuerpos como entidades inextensas provistas de energías o principios de acción. En rigor, la voz griega δύναμις, tiene el sentido de la latina potentia, en su doble acepción, pasiva y activa. Cuando se habla de dinamismo en el sentido de una teoría, sólo se hace alusión, sin embargo, a las potencias activas que reconoce aquel en el mundo corpóreo. Tales son, en efecto, los únicos accidentes que el dinamismo advierte en las entidades constitutivas de la realidad física. La extensión es considerada como algo irreal, puramente subjetivo, y cada uno de los cuerpos, un ser carente de composición esencial, pura fuerza o sistema de fuerzas que subsiste en sí mismo, sin necesidad de sustrato o apoyo de índole pasiva. No es explícita y clara en todos los dinamistas la negación absoluta de la materia, sino tan sólo la de la extensión; pero, de una manera implícita, y por la misma lógica de su sistema, la materia es ajena a la concepción dinamista, llevada hasta sus últimas consecuencias.

 

Los principales representantes de esta concepción, que se da íntegramente en la filosofía moderna, son : LEIBNIZ, en reacción contra el mecanicismo cartesiano, por lo que toca al mundo real, pues en el plano de los fenómenos acepta, en lo sustancial, la teoría mecanicista; WOLFF, que sistematiza el pensamiento leibniziano; BOSCOVICH, tal vez el más caracterizado defensor del dinamismo realista puro ; KANT, en el período "precrítico", cuando escribe su Monodologia physica bajo la influencia leibniziana y wolffiana; el neokantiano HERBART; CARBONELLE, que también sigue la orientación del dinamismo realista puro, cuya influencia fue muy acusada en el XIX; BALMES, cuya posición es semejante a la del dinamismo leibniziano, aunque formula su pensamiento sólo a título de hipótesis y con ciertas reservas, y, por último, PALMIERI, secundado por UBAGHS, ambos muy próximos a la concepción kantiana del período precrítico.

 

Todos estos pensadores coinciden, no obstante sus diferencias de matiz, en una cierta concepción realista de la entidad corpórea. Admiten, como sustancias de donde surgen las apariencias de la extensión, seres realmente distintos del sujeto cognoscente. (Frente a tal dinamismo "realista" se hallan, por tanto, las teorías de E. DE HARTMANN y de G. OSTWALD, que niegan la existencia de los cuerpos ‑no sólo la de la extensión‑ en tanto que entidades independientes de la subjetividad intelectiva).

 

El flanco más vulnerable de la teoría dinamista ‑y el más explícito de ella‑ es la negación de la extensión como propiedad real del cuerpo. Los esfuerzos de esta teoría para hacer explicable la "apariencia" de la extensión no llegan a su término, porque se valen siempre de recursos que ya suponen a la extensión como realidad. De esta manera, el dinamismo entiende que los cuerpos extensos, objeto del conocimiento sensorial, son realmente sustancias indivisibles que, como puntos "distantes" entre sí, producen la ilusión de la extensión. El vicio de esta fórmula reside, efectivamente, en que para explicar la extensión ilusoria se vale del concepto de una distancia real, que supone, a su vez, la misma realidad de la extensión.

 

La tesis dinamista tiene, no obstante, frente a la teoría cartesiana, que identifica con la extensión real a la sustancia corpórea, la indiscutible ventaja de distinguir entre el sujeto o soporte de la extensión y lo que esta formalmente es. Mas para ello no es necesario reducir la extensión a una simple apariencia: basta con que sea un accidente de los seres corpóreos. Por lo demás, la concepción dinamista de los cuerpos surge, de hecho, como resultado de una deficiente solución al problema de la divisibilidad del continuo.

 

Si se piensa que un ente infinitamente divisible es algo contradictorio (porque sería un todo cuyas partes nunca podrían sumarse), es preciso admitir que los cuerpos constan, en definitiva, de partes no susceptibles de división, y por ende, inextensas. Para salvar la realidad del cuerpo se niega, pues, la de la extensión, ya que esta no puede derivarse de lo que en sí mismo es inextenso en tanto que indivisible. Todo el error de esta concepción estriba en confundir la idea de lo "divisible" con la de lo "dividido" y en no advertir que la potencia de división del cuerpo extenso es infinita, precisamente por no actualizarse nunca más que de un modo finito.

 

3. El problema de los cuerpos mixtos

 

El cambio sustancial se explica en la teoría hilemorfista mediante dos potencias: una pasiva ‑la material primera, que en cada caso se halla determinada por una forma sustancial‑ y otra activa, perteneciente a un ser distinto del que se corrompe. De esta manera, el cambio sustancial exige un paciente y un agente: dos entidades, de las cuales una recibe el influjo de una potencia activa y otra lo ejerce o realiza gracias a la pasividad de la primera.

 

Puede, sin embargo, acontecer que estas dos entidades obren mutuamente. No es imposible, en efecto, que un cuerpo reaccione sobre otro. Dada su hilemórfica estructura, existe en todo cuerpo, junto a un elemento de índole pasiva, otro que es raíz de actividad, y si por el primero puede recibir alguna acción, por el segundo está en condiciones de ejercer otra, de donde se desprende que no es contradictorio ‑cuando se trata de cuerpos‑ que dos sustancias lleguen a corromperse mutuamente.

 

Para que de hecho se produzca la mutua corrupción de dos sustancias son necesarias ciertas condiciones, que no siempre se dan. De ellas se ocupó la ciencia antigua (con los únicos medios a su alcance) y ha logrado alcanzar fórmulas muy precisas la moderna ciencia positiva. Pero lo que aquí importa es el hecho mismo o la posibilidad en general de que dos cuerpos se corrompan mutuamente. Pues como quiera que todo cambio sustancial es, a la vez, una generación y una corrupción, se hace necesario distinguir dos especies o modos de aparición de una sustancia nueva.

 

Según el primer modo, un nuevo cuerpo llega a la realidad por la sola extinción de otra sustancia, o lo que es lo mismo: el cambio sustancial se verifica con un solo paciente y un solo agente. Según el otro modo, el nuevo cuerpo surge por mutua corrupción de dos sustancias, cada una de las cuales tiene, por tanto, respecto de la otra, un doble oficio, pasivo y activo. Habida cuenta de esta doble especie de cambio sustancial, se denominan cuerpos "mixtos" a los que se engendran de la segunda forma. El agua, que surge por mutua corrupción de hidrógeno y oxígeno, es en este sentido un cuerpo mixto.

 

No toda unión de dos elementos o de dos entidades corpóreas da lugar a un cuerpo mixto, en el sentido mas riguroso del término. Aunque este se puede utilizar en una acepción amplia, la idea filosófica de un cuerpo que se engendra por mutua corrupción de otras dos entidades sólo se significa en la acepción restringida por la que el cuerpo mixto se contrapone al simple agregado de dos o mas elementos.

 

Tal diferencia era ya conocida de los antiguos. En los escritos aristotélicos acerca de la generación y la corrupción se encuentran argumentos contra los que intentaban reducir toda unión entre cuerpos a la única forma de mera agregación[11]. La Escuela habla de dos sentidos ‑amplio y estricto‑ de la palabra mixtio. Y, en fin, la química moderna distingue la idea de "mezcla" de la de "combinación". Desde el punto de vista' puramente científico, la combinación se verifica según la ley de las "proporciones constantes y definidas", mientras que la mezcla puede establecerse de una manera arbitraria. Desde el punto de vista filosófico, que no se opone al de la ciencia positiva, sino que lo completa en otra dirección, el problema es este: ¿cómo se relaciona la entidad del mixto con las de los cuerpos que lo engendran?

 

La solución más simple es la del atomismo filosófico, según el cual el mixto se relaciona con los elementos como la suma con los sumandos. Pero esta solución confunde al mixto con el puro agregado y no se apoya en el atomismo científico, sino que lo interpreta desde una concepción mecanicista.

 

Más sutil es la tesis de AVICENA[12], que, distinguiendo entre las formas y las cualidades de los elementos, sostiene la permanencia en acto de las primeras y una recíproca atemperación de las segundas, por virtud de la cual se obtiene un nivel medio, una coordinación de las cualidades elementales en la nueva entidad del cuerpo mixto. También para AVERROES las formas sustanciales de los elementos permanecen en acto; pero es en ellas, antes que en sus propias cualidades, donde se da la mutua corrección que hace posible al mixto como nueva entidad.

 

El defecto, no obstante, de ambas teorías es, en rigor, idéntico: uno y el mismo ser no puede poseer una pluralidad de formas sustanciales; dejaría de ser un cuerpo mixto; sería un puro agregado; ni cabe que las formas sustanciales se "disminuyan" recíprocamente, por la misma razón según la cual es imposible también que puedan ser intensificadas o aumentadas, a saber: porque este tipo de forma, esencialmente determinativo de la sustancia, no es susceptible de grados. En un piano esencial, lo que algo es lo es enteramente, o en absoluto deja de serlo, y, por tanto, aquello que esencialmente lo califica se halla en él por completo y sin graduación.

 

Un paso más hacia la explicación del cuerpo mixto representa la tesis de SCOTO, para quien las formas de los elementos, no hallándose en acto en el mixto, permanecen, no obstante, como absorbidas y subsumidas en la capacidad de una forma nueva y más eminente; lo que equivale a decir que la forma del mixto es superior a las de sus elementos, y que estas se hallan virtualmente en aquella, de la misma manera que en lo que es superior hay tanto y más poder que el que tiene lo que es inferior.

 

La virtualidad de las formas elementales y la superioridad de la forma del mixto se implican, pues, mutuamente. Pero esta solución, más perfecta, sin duda, que las anteriores, no está de acuerdo con la realidad. El cuerpo mixto, que, como superior (precisamente a causa de la forma) a sus elementos, debería ser capaz de producir los mismos efectos que ellos ‑además de tener otros más eminentes‑, no los produce realmente. El agua carece de las virtudes elementales del hidrógeno y del oxígeno; no es superior a ellos; es, simplemente, distinta.

 

TOMÁS DE VIO, más conocido como el Cardenal CAYETANO, habla también de una permanencia virtual de las formas elementales, mas no como tales formas, sino en razón de sus cualidades, y únicamente en el sentido de que estas se encuentran recíprocamente atemperadas en las que dependen de la forma del mixto. En este, pues, hay una forma nueva, y las cualidades que de ella se siguen no son ni más ni menos eminentes que las derivadas de las formas de los elementos.

 

Según lo cual: 1 °, las formas de los elementos no se hallan en el mixto, ni conservadas ni subsumidas; 2 °, por tanto, el nuevo cuerpo tiene una forma nueva (es la forma del mixto, no una forma mixta); 3 °, las cualidades que de esta forma dimanan son las mismas que tenían los elementos, pero mutuamente corregidas o atemperadas (redactae ad mediocritatem). Es lógico que específicamente coincidan con las de los elementos, ya que de ellos procede el mixto, y como este resulta de la mutua acción de las sustancias elementales, nada más explicable sino que sus virtudes o cualidades sean el efecto de la recíproca moderación de las que poseían esas sustancias.

 

En este sentido cabe, pues, decir que la estructura del cuerpo mixto es la coordinación cualitativa de los elementos a diferencia de lo que acontece en la operación por la que un ser viviente se asimila una nueva sustancia. Esta asimilación no es coordinativa de las cualidades del viviente y de la sustancia asimilada, sino que constituye una verdadera subordinación del alimento al viviente.

 

Bibliografía del Cap. XI

 

ARISTÓTELES : Peri genes . ..., I ; SANTP TOMÁS : In Met., VII ; SUÁREZ: Disp. met., disp. XII, disp. XXXVI; DESCARTES: Principia philosophiae, II.

 

E. BECHER: Naturphilosophie; M. BORN: Moderne Physik; P. DESCOQS: Essais critique sur l'hylemorfisme; P. HOENEN: Cosmología (ed. 1936), págs. 301‑411; D. NYS: Cosmologie (ed. 1903), págs. 92105; J. THIBAUD: Vida y transmutación de los átomos.

 


[1] Cf. ARISTÓTELES : Phys., I, 7, 190 b. 17.

[2] Cf. SANTO TOMÁS : Contra gent., I1, 54.

[3] Cf. SANTO TOMÁS: In Met., VII, lect. 2, n. 1.285 sqq.

[4] Met., VII, 3, 1.029 a. 20.

[5] Cf. ARISTÓTELES: Peri genes.I, 4, 318 b. 14.

[6] Cf. SANTO TOMÁS: In Met., VII, 8, lect. 7, n. 1.423.

[7] Cf ARISTÓTELES: Peris genes…, I, 8.

[8] En los escritos De natura rerum.

[9] Principia philosophiae, II, c. XXXVI.

[10] En su obra sobre la vida, las costumbres y la doctrina de Epicuro.

[11] Peri genes . ..., I, 10.

[12] Para las opiniones que se van mencionando en este epígrafe, cf. J. GREDT, Elementos philosophiae aristotelico‑thomisticae, ed. mencionada, I, páginas 315‑322.