El
pecado en el pansexualismo psicoanalítico
por
Pericle Felici(*)
Quien
hace cuarenta años hubiese hablado de psicoanálisis se habría referido sin
duda a la original, aunque discutida, psicología psicoterapéutica de Sigmund
Freud. Hoy hablar de psicoanálisis es como hablar de protestantismo, que no
es una sola religión sino la mezcla de muchas y muy distintas creencias
religiosas. En efecto, junto al psicoanálisis freudiano que cuenta todavía,
en teoría y en la práctica, con numerosos seguidores y simpatizantes, se
encuentran la psicología analítica de Jung y la psicología individual de
Adler, las investigaciones del inglés Rivers y las del francés Hesmard, así
como también los intentos, a menudo... heroicos, de armonizar con la doctrina
católica los postulados materialistas del maestro de Viena.
LAS DOCTRINAS FREUDIANAS
Pienso que es un error querer dar a todas estas doctrinas o métodos
psicológicos el nombre común de psicoanálisis: se acaba por confundir las
ideas y por -no entender nada; y mientras se corre el peligro de desacreditar
doctrinas psicológicas más serias, aunque no plenamente aceptables como las
de Jung y de Adler, se rinde prácticamente un servicio al psicoanálisis
originario que, volviéndose a meter por todas partes (también existe aquí
un proceso de remoción), recupera fácilmente su puesto con la ayuda de otras
teorías, quizá esencialmente distintas, pero que tienen el mismo nombre z.
Al hablar del pecado en el pansexualismo psico analítico limitamos nuestro
estudio a las doctrinas freudianas; pues solo en estas el pansexualismo se
afirma de una manera categórica.
«La mayoría de las personas cultas --escribe Freud- han visto en esta
denominación una ofensa y se han vengado lanzando contra el psicoanálisis la
acusación de pansexualismo. Quien ve en la sexualidad algo vergonzoso y
humillante para la naturaleza humana puede servirse de las palabras más
claras de eros y erótico. Habría podido hacer yo otro tanto
desde el comienzo y me habría ahorrado no pocas objeciones. Pero no lo he
hecho porque no me gusta portarme como pusilánime. No se sabe dónde se puede
llegar siguiendo por este camino; se comienza cediendo en las palabras y se
acaba, a veces, cediendo en las cosas».
Las cosas en las que Freud no quería ceder, y en realidad no ha cedido nunca,
a pesar de algunas fluctuaciones verbales, se aclaran cuando da la definición
de libido, que es sin duda su caballo de batalla: «Libido es una palabra que
hemos tomado prestada de la teoría de la afectividad. Con ella designamos la
energía (entendida como magnitud cuantitativa, pero que no estamos todavía
en condiciones de medir) de las tendencias que se enlazan a lo que nosotros
llamamos en conjunto con la palabra amor. El núcleo de lo que nosotros
llamamos "amor" está constituido, naturalmente, por lo que es
conocido comúnmente por amor y es cantado por los poetas, es decir, el amor
sexual cuya culminación constituye la unión sexual». Freud no descuida las
otras variedades de amor, el amor hacia sí mismo, hacia los hijos, hacia los
padres, de los ciudadanos hacia la Patria, la amistad; pero para él todas
estas variedades de amor «son otras tantas expresiones de un único conjunto
de tendencias que, en ciertos casos, impulsan a la unión sexual, mientras que
en otros casos, aun conservando rasgos característicos de su naturaleza que
bastan para no inducir al error sobre su identidad, alejan de este fin e
impiden su realización». Para Freud no tiene otro sentido el Eros de
Platón, la caridad exaltada por encima de todo lo demás por San Pablo en la
famosa carta a los corintios s. Fue especialmente esta intransigencia en la
concepción de la libido la que alejó de Freud muchos de los que habían sido
sus más fieles discípulos, como Adler y Jung. El pansexualismo, por tanto,
se refiere casi exclusivamente al psicoanálisis freudiano.
EL «PECADO ORIGINAL»
«El psicoanálisis confirma lo que suelen decir las personas piadosas: que
todos nosotros somos pobres pecadores», escribe Freud; el cual en otro lugar,
como veremos, habla de buen grado de "pecado original" y de
"sentimiento de culpa". Pero el pecado original de que habla Freud y
su sentimiento de culpa son algo profundamente distinto del pecado original
que enseña la Iglesia y del remordimiento que sigue a un pecado cometido
deliberadamente: "el psicoanálisis -afirma P. Gemelli- ha confundido
groseramente el sentido patológico de culpa con el conocimiento de un deber
violado o no cumplido" [cfr. GEMELLI, La psicanalisi, oggi, pág.
93). De Jung, cfr. también Psicologia e religione, Milán, 1948].
ADLER pone el acento más bien en el instinto de dominio del cual la protesta
viril (contra una eventual castración) sería una prueba. Pero la
característica, más notable de la doctrina de Adler está en la necesidad
que él afirma de una educación social: para él la adaptación y la
normalización social con la meta a que se debe tender, es lo más necesario,
el complemento que debe desear todo ser humano: «De esta actitud fundamental
de la escuela de Adler escribe Jung- provienen su difundida eficacia social y
también su abandono del inconsciente, abandono que a veces parece. llegar a
la negación" (ll problema del inconscio, cit., n. 21). Jung, por
su parte, aun valorando y apreciando algunas conclusiones de Freud, renuncia a
la concepción del inconsciente «como un mero recipiente de todos los
aspectos malos y. oscuros de la naturaleza humana, comprendidos los depósitos
de limo prehistórico», y en vez de hablar de libido, término al menos
ambiguo, distingue las distintas energías vitales del psiquismo humano y
afirma la existencia de una energía superior que llama espíritu. Pero
tampoco Jung tiene ideas claras sobre la naturaleza de esta energía
espiritual, que él dice que se deriva de un drenaje de energías instintivas
(cfr. JUNG op. cit., págs. 61 y siguientes).
Gemelli observa que Pío XII ha rebatido el núcleo fundamental de la doctrina
de Jung, que por otra parte no ha nombrado, cuando en el discurso de 15 de
abril de 1953 (AAS. XLV, pág. 278) ha dicho que «el conocimiento natural y
sobrenatural de Dios y su culto no proceden del inconsciente, ni de un impulso
afectivo, sino del conocimiento claro y cierto de Dios mediante su revelación
natural y positiva». Freud ha llegado a la noción del "pecado
original" y del sentimiento de culpa gracias a sus estudios sobre la
psicología de la religión. Los inició en 1907 con el descubrimiento -así
dice él- de una sorprendente analogía entre los actos obsesivos y los mitos
religiosos. Sin darse cuenta todavía de las relaciones más profundas que
existen entre estos dos fenómenos, define la neurosis obsesiva como la
caricatura de una religión personal y la religión como una neurosis obsesiva
universal. Recogiendo algunas observaciones de Jung sobre las grandes
analogías existentes entre las producciones mentales de los neuróticos y las
de los primitivos y teniendo presente los trabajos literarios de Frazer (Totemismo
y exogamia. El ramo de oro) y la obra La religión de los semitas,
de Robertson Smith, Freud llega a una formulación más completa de su
doctrina, que expone, en una serie de tres artículos, en la revista
psicoanalítica dirigida por él, "Imago", reunidos después en 1913
en una monografía cuyo título es Totem y tabú.
En monografías sucesivas y concretamente en El yo y el es y Psicología
colectiva (o de las masas) y análisis del yo elabora y perfecciona esos
mismos conceptos, que encontramos reproducidos en síntesis en su monografía Mi
vida y obra.
Freud escribe:
«Uniendo estos datos (es decir, los expuestos, a los que puede añadirse la observación hecha por Ferenczi sobre la vuelta de un niño al totemismo y la de Freud sobre el temor de los niños a los animales, la zoofobia) a las hipótesis de Darwin, según la cual los hombres vivían primitivamente en hordas, cada una de las cuales estalla bajo el dominio de un solo varón, fuerte; violento y celoso, llegué a la hipótesis o, por decir mejor, a la visión del siguiente proceso. El padre de la horda primitiva se habría reservado, como déspota despiadado, la posesión de todas las mujeres, matando y expulsando a sus hijos como peligrosos rivales. Un día los hijos se reunieron, mataron al padre, que había sido su enemigo, pero también su ideal, y comieron su cadáver. Después del delito ninguno de los hermanos pudo llegar a poseer la herencia paterna, porque cada uno se lo impedía al otro. Bajo la influencia de tal fracaso y del arrepentimiento, aprendieron a soportarse el uno al otro uniéndose en un clan fraterno, regidos por los principios del totemismo -encaminados a impedir la repetición del delito- y renunciaron a la posesión de las mujeres, causa de la muerte del padre. Ahora los miembros del clan podían unirse solamente a las mujeres extrañas al clan. Se explicaría, por tanto, el nexo íntimo que existe entre el totemismo y la exogenia. El banquete totémico sería la ceremonia conmemorativa del monstruoso asesinato del cual derivaría la conciencia humana de la culpa (pecado original), punto de partida de la organización social de la cual, a su vez, tomaría origen, al mismo tiempo, la religión y las restricciones morales. Sea o no admisible tal hipótesis [!!!], vemos en ella la. formación de las religiones basadas sobre el fundamento del complejo paterno y de la ambivalencia que predomina en él. Abandonada luego la sustitución del padre por el animal totem, el padre primitivo, odiado, adorado y envidiado se convirtió en el prototipo de la divinidad. La rebelión del hijo y la nostalgia por el padre estaban siempre en lucha, produciendo continuas formaciones de compromiso, por medio de las cuales, por una parte se expiaba el asesinato y, por tanto, se aspiraba a la conservación de las ventajas que de él se derivaban. Esta teoría de la religión arroja una luz especial sobre el fundamento psicológico del cristianismo, en el cual subsiste sin ninguna mixtificación la ceremonia del banquete totémico en el Sacramento de la Comunión» [!!!] [Mia vita ed opera, Roma, 1948, págs. 131 y sigs].
La exposición de Freud es fantástica, pero es muy clara y no necesita
ulteriores explicaciones. Quizá tan solo hay que decir qué significa para
Freud la ambivalencia o bipolaridad que está en la base del nacimiento del
sentimiento religioso y, por consiguiente, del sentimiento de culpa. La
ambivalencia ("Ambivalenz") es una actitud afectiva formada por dos
sentimientos opuestos (amor-odio, atracción-miedo, placer-pena o disgusto,
eros-thanatos), que subsisten el uno junto al otro y se unen rápidamente sin
encontrar -en contra. de lo que sucede en la moralidad- la vía de la
reconciliación. No hay que confundir la ambivalencia con la unión de los
instintos ("Triebmischung”, que es más bien fusión de instintos
pertenecientes a dos especies opuestas y de las respectivas cargas psíquicas
para formar un nuevo instinto y no para obrar contra él como en la
ambivalencia).
En virtud, por tanto, de la ambivalencia, después de la muerte del padre,
nacen en los hermanos, que componían la horda, dos sentimientos
contradictorios: el placer de haber sacudido el yugo y de haber conseguido la
posibilidad de gozar, al igual que el padre desaparecido, los placeres del
sexo; y el deber de haber quitado de en medio a un padre que era tan severo y
prepotente, pero que proveía al bienestar de la horda y del cual a fin de
cuentas parece que no podía prescindirse. Este doble sentimiento lleva a la
creación de un totem que de algún modo representa al padre y su autoridad.
El totem y todo lo que le pertenece es tabú, es decir, inviolable, intocable,
y quien viola el tabú es digno de pena, debe expiar, a veces con la
autopunición. Todo esto es tan absoluto que se siente la necesidad de
ensimismarse, de identificarse con el padre (introyección del padre o
mejor de la imago patris) en el banquete totémico. El padre
introyectado se manifestará en la autoridad moral, en la voz de la
conciencia, en la fuerza inhibitoria de los instintos perversos y asociales;
que son los que han provocado la rebelión y la muerte del padre.
CRISTO Y LA IGLESIA
Realizada la introyección, se siente poco a poco la necesidad de idealizar
esa voz interior hecha de mandatos, de amenazas y de reproches, de proyectarla
fuera de la personalidad en un ser imaginario, que prohibe el fratricidio
(como el padre había prohibido el incesto) y que permite la muerte fuera del
clan (en las guerras entre tribus). El mandato general: No matarás es de
época más tardía. Nace así la idea de un ser superior, más poderoso que
el hombre, al cual se dirige el amor y el temor que en su origen iban
dirigidos al padre: la idea de un dios o de varios dioses, origen de los
deberes humanos: un dios que exige la renuncia de los instintos más fuertes:
un dios al que se ofrecen sacrificios de expiación y cuya cólera se teme y
cuya piedad se invoca [Cfr. E. BONAVENTURA, La psicanalisi, Milán,
1945, pág. –291]
Por tanto, "la sociedad se funda ahora sobre la complicidad del delito
realizado en común, la religión sobre el remordimiento y sobre el
arrepentimiento, la moral en parte, sobre las necesidades de esta sociedad y
en parte sobre la expiación impuesta por el sentido de culpa" [Totem
e tabu, cit., pág. 151]
Evidentemente en la religión cristiana el fenómeno se agudiza, y por
consiguiente el sentimiento de culpa adquiere tanto relieve que da origen, en
la persona de Cristo, a una nueva eliminación del padre, a una repetición de
la acción que debía expiar: "En el mito cristiano el pecado original
es, sin duda, un pecado contra Dios Padre. Así, pues, si Cristo redime a los
hombres de la culpa del pecado original inmolando su vida, hemos de admitir
que este pecado ha sido un homicidio. Según la ley de talión, profundamente
arraigada en el sentir humano una muerte solo puede ser expiada con el
sacrificio de otra vida:, el autosacrificio presupone un homicidio. y si este
sacrificio de la propia vida lleva consigo la reconciliación con el
Dios-padre, el delito que hay que expiar no puede haber sido sino la muerte
del padre... La reconciliación con el padre es tanto más profunda cuanto que
junto a este sacrificio se realiza la renuncia completa a la mujer, por la
cual había tenido lugar la rebelión contra el padre. Ahora bien, también la
fatalidad psicológica de la ambivalencia reclama sus derechos. Con el mismo
acto que ofrece al padre la mayor reparación que se puede imaginar, el hijo
alcanza la meta de sus deseos contra el padre. Se convierte 61 mismo en dios,
ocupando un lugar junto al padre. La religión del hijo sustituye a la
religión del padre. Como signo de esta sustitución cobra vida el antiguo
banquete totémico, en forma de comunión donde ahora los hermanos se nutren
con la carne yla sangre del hijo y .no del padre, se santifican con este acto
y se identifican con él [Totem e tabu, cit. pág. 160].
Más aún. Cristo, con el poder excepcional de su super-yo y con el vínculo
creado por la comunión, por la cual todos se sienten hermanos, ha dado"
vida a una multitud artificial. llamada Iglesia, que al igual que el ejército
(el cual vive bajo la autoridad del caudillo), reproduce, de manera por otra
parte sublimada, la horda arcaica.. Es Cristo quien crea en la Iglesia, con el
poder casi hipnótico de su autoridad, un alma colectiva. Si se suprime la
ilusión de . Cristo y de su autoridad, la Iglesia cae por tierra [Psicologia
collettiva ed analisi dell"Io, cit., pág. 107]
CRÍTICA DE LA HIPÓTESIS FREUDIANA
Las afirmaciones de Freud chocan de manera evidente con verdades
fundamentales, admitidas por la razón humana: la existencia de un Dios
personal, creador y conservador del hombre; la personalidad y la libertad
humana; la objetividad de la norma moral, establecida por un Ser superior; la
bondad fundamental de la naturaleza humana que sigue siendo sustancialmente
buena aun después de la herida y del desorden producidos por el auténtico
pecado original.
No hay que demostrar aquí el absurdo de expresiones como estas.: "mito
cristiano", "Cristo, hijo, que alcanza la meta de sus misterios
contra el padre y sustituye la religión del padre por la suya".
"Iglesia, multitud artificial, animada y guiada por el alma colectiva
impuesta por Cristo"; "Ilusión de la presencia de Cristo, visible o
invisible, en la Iglesia"; "El sacramento de la Eucaristía,
repetición del antiguo banquete totémico"; etc.
Por otra parte, si la religión en general es, según Freud, una neurosis
obsesiva general, la religión católica debería serlo de modo superlativo:
así que, como advierte P. Gaeni, a fin de cuentas "el catolicismo...
habría sido más perjudicial que útil, porque al renovar en el hombre
aquellas tendencias, ha dado origen a la neurosis de angustia 1". Pero si
nos quedamos en el puro plano de la lógica, el... pecado más grave cometido
por Freud es haber concedido en la práctica valor de realidad a afirmaciones
puramente hipotéticas, sobre cuya verdad histórica no se ha preocupado
nunca, como afirma honradamente, de investigar seriamente 15. Freud ha hecho
en pocas palabras este razonamiento: "dado que esta hipótesis puede
explicar muchos hechos comprobados y comparables en la vida de los salvajes y
de los neuróticos, la admito y sobre ella construyo mi edificio". Es
verdad que Freud afirma en otro lugar que era solo su intención quedarse en
observaciones empíricas y procurar explicarlas y no crear una filosofía o
una WeItanschauung 11, pero, aun dando por cierta esta afirmación de Freud,
no es lícito deducir conclusiones tan amplias de observaciones empíricas,
relativamente tan escasas y limitadas y susceptibles de otras
interpretaciones: y es ilógico explicar la vida psíquica y normal del hombre
con los datos proporcionados, de manera por añadidura tan imperfecta, por
salvajes y neuróticos. Observa a este respecto Bonaventura, no sospechoso de
antipatía hacia Freud: "La obra Totem y tabú es ciertamente sugestiva e
interesante, viva, agradable, y hace meditar, pero en su parte constructiva
nos parece una de las"más débiles del autor. Ante ella se tiene la
impresión de que el psiquiatra sale del campo de su competencia para
aventurarse en uno que no es suyo, y no obstante la rica y poderosa
documentación, testimonio de una vasta cultura etnográfica e histórica,
construye sobre bases hipotéticas insuficientes para sostener el edificio de
tan atrevidas teorías".
Pasamos ahora a examinar, más de cerca, el "pecado original", que
Freud cree encontrar "en el mito cristiano" y que Cristo, como hemos
dicho, habría expiado de manera tan singular.
Porque este pecado sería para Freud un pecado de la horda, debería ante todo
explicarnos cómo se ha formado ese alma colectiva que, en la edad arcaica, se
habría levantado contra el padre y lo habría suprimido. Entre tanto no
sabemos si fue una sola horda la que se levantó o fueron todas las hordas al
mismo tiempo, si fue el ,primer padre el asaltado o fue uno de los padres que
sucedieron al primero 18. En lo referente a la formación del alma colectiva,
Freud hace suya una hipótesis de Gustavo Le Bon 19; según la cual la psique
colectiva se habría formado bajo el imperio y la sugestión del padre, por lo
cual el individuo habría renunciado a su ideal del yo en beneficio del ideal
colectivo encarnado por el jefe 2°. Pero cualquiera que sea el juicio que se
puede dar de esta hipótesis; ¿cómo se explica que una psique modelada en
todos los individuos sobre el ideal del padre se dirija precisamente contra el
padre y decrete su destrucción?
EL DRAMA DEL PECADO ORIGINAL.
Además Freud no explica que el sentimiento de culpa que se deriva del delito
cometido en común y coexistente en virtud de la ambivalencia, con el orgullo
de la autonomía readquirida, se habría transmitido de generación en
generación a los descendientes de los hermanos prevaricadores. Freud,
especialmente en este punto, choca con inmensas dificultades y procura
excusarse diciendo que no se le pueden pedir soluciones precisas, cuando la
investigación se funda en hipótesis, de algunas de las cuales no es ni
siquiera autor. Piensa, sin embargo, que una buena solución podría ser
recurrir a una especie de herencia afectiva de generación en generación. De
hecho, si no existiese en el género humano tal herencia psíquica, "cada
generación debería crearse de nuevo su actitud frente a la vida" [Totem
e tabu, cit., pág. 164].
Pero Freud parece estar demasiado cierto de la teoría lamarckiana de la
herencia de los caracteres adquiridos, rechazada hoy por la casi totalidad de
los biólogos. Por otra parte, para que las generaciones que se han sucedido a
lo largo de los siglos mantengan frente a la vida idéntica actitud
substancial, basta admitir la identidad de la estructura substancial de la
naturaleza humana en todos los individuos de todas las generaciones, sin tener
que recurrir a una herencia afectiva, es decir, a una transmisión hereditaria
de sentimientos y de impulsos inconscientes y necesarios. Existe una aguda
observación de Bonaventura que queremos transcribir: "No se pueden
tratar los fenómenos psicológicos de la misma manera que los caracteres
somáticos: hay leyes particulares que .es necesario tener en cuenta. La
repetición, el hábito y la adaptación no refuerzan, sino que atenúan las
reacciones afectivas; así que sería forzoso suponer que, si los primeros
autores del parricidio aprobaron las violentas emociones de las que nació el
culto totémico, con la repetición del acto cruento en las generaciones
sucesivas, el choque emotivo se ha ido desvaneciendo poco a poco; el acto se
habría convertido en costumbre y se habría conservado como rito desprovisto
de carga afectiva. Habría sucedido, en otras apalabras, lo opuesto de lo que
la hipótesis admite" [La psicanalisis, cit., pág. 390]. Nos
parece que Freud no habla propiamente de la "repetición del acto cruento
en las generaciones sucesivas", a no ser que haya que entender bajo este
nombre la muerte del animal totem o la muerte simbólica violenta del padre en
contraste con los instintos. primordiales. Pero también en este caso los
argumentos de Bonaventura conservan su fuerza y debemos sin duda suscribir su
conclusión.....
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Terminamos aquí la transcripción del artículo de Pericle Felice, El
pecado en el pansexualismo psicoanalítico en el el volumen de AA. VV., El
pecado en la filosofía moderna, Rialp, Madrid 1963.
Quizá no valga la pena seguir, habida cuenta de la fantasía desboradante del
Dr. Sigmund Freud. Esperábamos algo más científico, pero esto es lo que
hay.
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* Nació en 1911; es prelado auditor de la S. Romana Rota. Consiguió en el
Pontificio Ateneo Lateranense la licenciatura en Filosofía (1929), en S.
Teología (1934) y en "Utroque Iure" (1938). Se ordenó sacerdote en
1933 y fue rector del Pontificio Seminario Romano de Estudios Jurídicos.
Presidente del Instituto Pontificio S. Apolinar, profesor del Ateneo
Lateranense y juez prosinodal del Vicariato de Roma. Desde 1947 es también
consultor de la S. Congregación de Sacramentos, presidente del Tribunal de
Primera Instancia en el S. C. V., director del Estudio Rota], examinador del
Clero en el Vicariato de Roma, director espiritual del Seminario Pontificio
Romano Mayor. Colabora en muchas revistas y es autor de muchas voces del
Diccionario de Teología Moral, de Roberti, y de casos morales en los Casus
Conscientiae, de Palazzini-Di Iorio (Turín, 1957-1958). Publicaciones
principales: Summa Psychanalyseos lineamenta (Gabiniani, 1937), De poenali
iure interpretando (Roma, 1939).
Gentileza
de http://www.arvo.net/
para BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL