Notas
biográficas
Agitador
de profundidades
L. F. Moreno Claros
En El Cultural, de ABC
Sigmund
Freud nació el 6 de mayo de 1856 en la pequeña localidad de Freiberg (hoy
Prívor), en Moravia (República Checa); era hijo de Kallamon Jacob Freud, un
comerciante judío, y de Amalia Nathanson, joven y bella mujer, veinte años
menor que su esposo. Recibió los nombres de Sigismund y Schlomo (Salomón).
Las circunstancias familiares que rodearon al niño fueron un tanto
singulares. Jacob Freud, a sus cuarenta y un años, tenía ya dos hijos de
otro matrimonio anterior: Enmanuel y Philliph, poco mayores que Amalia, su
madrastra. Enmanuel, el primogénito, estaba casado y tenía un hijo que tan
sólo contaba un año más que Sigismund, por lo que ambos niños fueron
compañeros de juegos, si bien unidos por un raro parentesco: Freud aludirá a
la circunstancia de haber sido ya «tío» nada más nacer como una de las
curiosidades atípicas de su niñez. Observará también que sus dos
hermanastros son de la misma edad que su madre; así, en la imaginación del
pequeño, se forma la idea de que cualquiera de éstos podría ser su padre en
vez de Jacob, hombre «más viejo» y que aparecerá en sus recuerdos
infantiles como el abuelo de la familia y el patriarca absoluto con poder para
decidir sobre el destino de cuantos lo rodean. Semejante embrollo familiar
tendrá considerable importancia en las investigaciones que el descubridor del
método psicoanalítico llevaría a cabo en el futuro acerca de sí mismo. De
considerable importancia sería también para el autoanálisis de Freud el
hecho de que, debido a los sucesivos embarazos de Amalia, un aya hubiese
tenido que cuidar de él durante los primeros tres años de su vida,
circunstancia que, según él, lo incluía entre los personajes ficticios o
históricos que habían tenido «dos madres», como, por ejemplo, Edipo
figura de enorme importancia para el psicoanálisis, Miguel Ángel,
Leonardo da Vinci o Moisés (sobre este último escribiría Freud un extenso
ensayo ya al final de su vida); todos ellos tenían la particularidad de haber
hecho muchas preguntas, habían sido orgullosos descubridores o inventores y
principales entre los hombres de su tiempo.
Cuando la familia se vio obligada a expulsar al aya a causa del hurto de una
cierta cantidad de dinero, el pequeño Sigismund Freud lo recordará más
tarde, a través del autoanálisis lo sufrió como una gran pérdida que
marcó sus sentimientos infantiles con respecto a su relación con su
verdadera madre y provocó los celos sentidos por el nacimiento de otros
hermanos. Esto ha dado pie a los biógrafos a especular de mil formas
diferentes acerca del amor o desamor del pequeño por Amalia, vislumbrando una
posible venganza-chantaje del hijo con respecto a la madre. Lo que sí se sabe
es que Freud fue siempre muy consciente de ser un niño harto querido y
protegido, lo cual le otorgaba, ya desde temprana edad, una gran seguridad en
sí mismo y la conciencia de saberse destinado a realizar grandes hazañas.
«Cuando uno tiene la certeza de que ha sido el hijo favorito de su madre,
sigue teniendo durante toda su vida ese sentimiento de conquistador, esa
confianza en el éxito que muchas veces es la que lo atrae realmente». Las
relaciones del pequeño Schlomo con su padre parecen haber sido excelentes.
Jacob, empresario textil, de escasa fortuna en los negocios y siempre envuelto
en apuros financieros, será descrito por su hijo como un hombre de buen
carácter y de profunda sabiduría, un patriarca digno y respetable, pero
también como la figura represora contra la que hay que saber enfrentarse a
tiempo, a fin de salvaguardar la idiosincrasia personal.
En el año 1859, la familia Freud tiene que abandonar Moravia debido a una ola
de antisemitismo. Tras una corta estancia en Leipzig, acaba por afianzarse en
Viena, donde reina mayor tolerancia con los extranjeros de todas clases y,
particularmente, con los judíos. El antisemitismo centroeuropeo marcará en
gran medida la personalidad del pequeño Freud, que jamás olvidará la
anécdota autobiográfica que su padre le refiere durante uno de sus
múltiples paseos por Viena, a fin de que comprendiera de qué cariz eran
antaño las relaciones «normales» entre judíos y gentiles. «Un sábado,
yendo bien vestido por la calle y tocado con un soberbio gorro de piel, se me
acercó un gentil y, propinándome un golpe, me tiró el gorro, que cayó en
el barro; luego me ordenó que me arrodillase y lo recogiese». Al inquirir el
joven por la reacción del padre frente a tal ofensa, Jacob respondió: «Me
arrodillé y recogí el gorro». Freud nunca se identificó con semejante
actitud. Al contrario, se sintió orgulloso de ser judío, si bien nunca fue
practicante religioso sino «ateo de estricta observancia» y a sus
diecisiete años prefirió abandonar su nombre hebreo y pasar a llamarse
simplemente «Sigmund». Era cuestión de aceptación social, mera concesión
a las circunstancias externas. Pero en su fuero interno nació también el
deseo de vengar la humillación sufrida por el padre y demostrar su
pertenencia a una «raza» de elegidos. El hecho de no sentirse integrado con
los demás escolares debido a su procedencia judía no lo inquietaba, sino que
lo reafirmaba más en su singularidad, y pronto comprendió que su verdadera
patria residía en el mundo de los logros intelectuales o científicos, en una
región etérea, regida por la ley de los espíritus libres.
Su etapa de estudiante
En el instituto destacó por sus extraordinarias calificaciones así como por
su dominio ejemplar de la lengua alemana. Sus deseos de seguir una carrera
universitaria fueron secundados y facilitados por sus padres. Maravillado por
la influencia que ejerciera en su ánimo el corto e intenso ensayo de Goethe
Sobre la Naturaleza, donde se hallan las mágicas palabras: «Vivimos inmersos
en la Naturaleza, pero la desconocemos», así como por la fascinación que
sintió por las teorías de Darwin, Freud se decidió por el estudio de la
Medicina. Ésta era una disciplina en la que a los judíos, al contrario que
en otras profesiones, no les estaba vedada la posibilidad de «hacer
carrera». Terminó el doctorado en 1881 debido al poco interés que sintió
por algunas asignaturas. Durante su época de estudiante se familiarizó con
la literatura clásica inglesa y alemana, Shakespeare y Goethe, sobre todo;
también con la Filosofía, que no provocó en él impacto determinante
alguno; en todo caso, sí un sincero rechazo hacia la especulación excesiva.
El joven médico se confesaba «empirista empedernido» y se proponía hacer
carrera como descubridor emulando a sus héroes juveniles, Colón o
Copérnico en el vasto territorio desconocido de la ciencia médica o,
cuando menos, trataría de ganar pronto una cátedra. Desde 1876, Freud
realizó prácticas en el Instituto de Fisiología de la Universidad, bajo la
dirección de Ernst Brücke, donde adquirió sólidos conocimientos
científicos, sobre todo en relación con la fisiología del cerebro. Por esos
derroteros hubieran discurrido sus investigaciones y a ellas habría dedicado
su vida de no haber conocido en 1882 a Martha Bernays, joven también judía
de la que Freud se enamoró perdidamente y con la que se prometió en secreto;
así, pues, el joven médico renunció a la cátedra universitaria, para cuya
consecución tendría que sacrificar varios años de su vida, y se ilusionó
con la perspectiva de trabajar como internista y ganar algo de dinero, a fin
de fundar cuanto antes un hogar y una familia tradicional; había que alejar a
toda costa el fantasma de una vida bohemia con su futura esposa. Tal apremio
lo induce a ingresar en el hospital general. Allí traba conocimiento con
Maynert, célebre psiquiatra, y con la neurología y su práctica, en aquel
tiempo alejada por completo de la psicología. En 1885, Freud obtiene una beca
que le permite hacer un viaje de estudios a París, de un año de duración, y
realizar prácticas en el hospital de la Salpêtrière a fin de especializarse
en patología neurológica; allí conocerá a Charcot, especialista en tratar
casos de histeria; a raíz de aquel encuentro, a Freud se le franqueará la
vía que lo conducirá al descubrimiento de su vida: a través de la histeria
y su tratamiento, acabará por descubrir, posteriormente, los fundamentos del
método psicoanalítico.
A su regreso de París, en 1886, Freud contrae matrimonio con Martha y se
instala en Viena como médico privado, especialista en tratamiento de
enfermedades nerviosas, histeria y neurastenia. Sus pacientes son, en su
mayoría, también judíos. En 1891, se trasladará al que será su domicilio
definitivo, Berggasse, 19, en el extremo del barrio judío de Viena, de donde
sólo lo sacarán los nazis en 1938, un año antes de fallecer, exiliado en
Inglaterra y disfrutando ya de fama mundial.
---------------------------------------
©2002 Edición Digital Arvo Net en línea.
Gentileza
de http://www.arvo.net/
para BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL