Ser libre
Por
J.R. Ayllón
¿Qué es en realidad el hombre? Es el ser que siempre decide lo
que es. El ser que ha inventado las cámaras de gas y al mismo tiempo ha entrado
en ellas con paso firme, musitando una oración.
Viktor Frankl
40.
Ser humano es ser libre
En boca de ese hombre íntegro que es don Quijote, emociona escuchar su
apasionado elogio de la libertad, "uno de los más preciosos dones que a
los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra,
se puede y debe aventurar la vida". Miguel de Cervantes sabía lo que
decía, hablaba por experiencia propia. Más que literatura, nos muestra en
esta frase una de las cicatrices de su alma, tras largos años de cautiverio
en Argel.
La historia de la humanidad, desde Altamira y Atapuerca, es la historia de la
libertad. Porque la diferencia fundamental entre un ser humano y cualquier
otro animal no es morfológica: es la libertad inteligente. Gracias a ella el
hombre posee la admirable posibilidad de ser causa de sí mismo. Y la posee en
exclusiva. La oveja siempre temerá al lobo, y la ardilla siempre vivirá en
las copas de los árboles. Sólo saben desempeñar, como cualquier otro
animal, un papel necesariamente específico, invariablemente repetido por los
millones de individuos que componen la especie, quizá durante millones de
años. El hombre, por el contrario, elige su propio papel, lo escribe a su
medida con los matices más propios y personales, y lo lleva a cabo con la
misma libertad con que lo concibió: por eso progresa y tiene historia. Visto
un león, decía Gracián, están vistos todos, pero visto un hombre, sólo
está visto uno, y además mal conocido.
El desarrollo fisiológico de cada hombre está contenido en sus genes desde
el principio, pero en sus genes no está escrita su libertad. Los genes
establecen cómo será el color de su piel y de sus ojos, su estatura, su
grupo sanguíneo y mil cualidades más. Pero nada dirán sobre sus ilusiones,
sus proyectos o su cultura, ni qué amigos tendrá o qué ciudad escogerá
para vivir. Está claro que ser hombre es ser libre. Y que la libertad es la
capacidad que posee el ser humano de decidir por sí mismo. Por ello, en
último término, toda decisión libre es impredecible. En la isla de la ninfa
Calipso, Ulises vivía amado por la diosa y hubiera sido inmortal, pero
escogió regresar junto a Penélope. Éstas son sus razones: "Venerable
diosa, no te enfades conmigo, que sé muy bien cuánto te es inferior la
discreta Penélope en figura y en estatura, pues ella es mortal y tú inmortal
sin vejez. Pero aun así quiero y deseo todos los días marcharme a mi casa y
ver el día de mi regreso".
La libertad se define como el poder de dirigir y dominar los propios actos, la
capacidad de proponerse una meta y encaminarse hacia ella, el autodominio con
el que los hombres gobernamos nuestras acciones. En el acto libre entran en
juego las dos facultades superiores del psiquismo humano: la inteligencia y la
voluntad. La voluntad elige lo que previamente ha sido conocido por la
inteligencia. Antes de elegir es preciso deliberar, hacer circular por la
mente las diversas posibilidades, con sus diferentes ventajas e
inconvenientes. La decisión es el corte de esa rotación mental de
posibilidades. Me decido cuando elijo una de las posibilidades debatidas; pero
no es ella misma la que me obliga a tomarla; soy yo quien la hago salir del
campo de lo posible. Por eso Ulises, aunque reconoce que la ninfa Calipso le
acogió gentilmente, le alimentó y le prometió hacerle inmortal y libre de
vejez para siempre, agrega que "no logró convencer mi corazón dentro
del pecho". El héroe griego prefirio no ser un dios, rechazó el amor de
una diosa y eligió a su mujer Penélope.
En la elección libre, la posibilidad favorecida se hace mía de un modo
definitivo no porque las demás me sean totalmente ajenas -como si no
ejercieran sobre mí ninguna sugestión-, sino porque íntima y
originariamente doto a ésta de un valor conclusivo. Y eso es lo que se
aprecia en la decisión firme de Ulises: es libre porque puede preferir lo
objetivamente inferior.
Hay una libertad física que equivale a la libertad de movimiento: poder ir y
venir, entrar o salir, subir o bajar, hacer esto o aquello. Pero hemos dicho
que la raíz de la libertad está en la voluntad, y la acción voluntaria es,
ante todo, una decisión interior. Esto es sumamente importante pues significa
que el hombre privado de libertad física sigue siendo libre: conserva la
libertad psicológica. De hecho, al hombre se le puede arrebatar todo salvo la
última libertad: la elección de su propio talante interior, de su forma de
ver la vida y estimar determinadas ideas o personas. Ningún poder humano
está legitimado para asaltar ese reducto último de la personalidad, y sólo
podrá intentarlo por la tortura. Ricardo Yepes ha escrito que la tortura es
la violencia encaminada al quebranto de la libertad interior. Los cañonazos
podrán reducir a una ciudad a polvo y cenizas, pero nunca matarán el derecho
y la aspiración a la libertad. Los mártires prefieren la muerte a la
pérdida de su íntima libertad, y muchos perseguidos por sus ideales se
reafirman en ellos.
La libertad interior es la base de los derechos humanos. De ella brota el
derecho a la libertad de opinión y expresión, a la libertad de conciencia y
a vivir según las propias convicciones. Así entendida, la libertad es un
ideal irrenunciable. Pero se impone un uso inteligente de la misma, y no un
abuso torpe. No somos pedruscos, ni árboles, ni máquinas, sino seres dotados
de una indeterminación que nos obliga a sopesar, y escoger. Además, sabemos
que podemos triunfar o fracasar porque conocemos, como nos recuerda José
Antonio Marina, "las lecciones de la historia, el ejemplo de los héroes,
el recuerdo de las víctimas, los análisis de los filósofos, las propuestas
de los grandes creadores morales, los problemas de la vida cotidiana; nuestro
desamparo y nuestro miedo, también nuestra benevolencia y nuestro ánimo, los
descubrimientos de la ciencia y, sobre todo, la no desalentada esperanza de
ser felices y la capacidad creadora de la inteligencia".
41. Libertad limitada
El hombre no es un ser absoluto porque ninguna de sus facultades lo es. La
limitación es triple: física, psicológica y moral. Necesita nutrirse y
respirar para conservar la vida; no es capaz de conocer y querer todo; y
respecto a la moralidad de sus actos, sabe con seguridad que hay acciones que
puede pero no debe realizar. Estos tres aspectos limitan el campo de la
libertad humana y orientan sus elecciones. Pero ello no debe considerarse como
algo negativo: parece lógico que a un ser limitado le corresponda una
libertad limitada, que el límite de su querer sea el límite de su ser. De
otra forma, si la libertad humana fuera absoluta, habría que comenzar a
temerla como prerrogativa de los demás.
La libertad tampoco es absoluta porque tiene un carácter instrumental: está
al servicio del perfeccionamiento humano. Los colores y el pincel están en
función del cuadro; la libertad está en función del proyecto vital que cada
hombre desea, y es el medio para alcanzarlo. Por eso la libertad no es el
valor supremo: nos interesa porque hay algo más allá de ella que la supera y
marca su sentido. Ser libre no es exactamente ser independiente. Al menos, si
por independencia entendemos no respetar los límites señalados
anteriormente. Cortar esos vínculos sería cortar las raíces o lanzarse a
navegar sin rumbo, y por eso, como escribe Tocqueville, "la Providencia
no ha creado al género humano ni enteramente independiente ni completamente
esclavo. Ha trazado, es cierto, un círculo mortal a su alrededor, del que no
puede salir; pero dentro de sus amplios límites el hombre es poderoso y
libre, lo mismo que los pueblos".
La limitación humana supone que cada elección lleva consigo una renuncia:
estar leyendo o redactando este capítulo significa renunciar a estar, en este
momento, jugando al tenis o nadando. A su vez, nadar supone no poder, al mismo
tiempo, estudiar o pasear. El problema que se plantea debe resolverlo la
libertad pesando el valor de lo que escoge y de lo que rechaza. ¿Quién se
atreverá a decir que escoge la vagancia o la hipocresía porque valen tanto
como sus contrarios? Puestos a renunciar, sólo vale la pena preferir lo
superior a lo inferior.
Igual que el orden físico, el orden moral está sometido a límites propios.
Y trapasarlos es siempre peligroso. Cualquier psiquiatra sabe que en la raíz
de muchos desequilibrios se esconden acciones a veces inconfesables. Ser libre
no significa estar por encima de la moral, aunque otorga la posibilidad de no
aceptarla y no cumplirla. Ahora bien, la inmoralidad nunca puede defenderse en
nombre de la libertad, pues entonces no podríamos condenar inmoralidades como
el asesinato, la mentira o el robo.
La libertad está sabiamente limitada por las leyes. A simple vista podría
pensarse que la ley es el principal enemigo de la libertad, como piensan los
ácratas. Sin embargo, tal oposición sólo es aparente. Al ser el hombre un
ser limitado, traspasar esos límites equivaldría a volverse contra sí
mismo, algo comparable a lo que ocurriría si alguien se negara a comer o a
respirar. De hecho, una existencia sin leyes es tan imposible como un círculo
cuadrado. Con humor ha escrito Antonio Orozco que "si no hubiese ley de
la gravedad, los cuerpos en lugar de caer hacia abajo podrían
"caer" hacia arriba; podríamos ser despedidos súbitamente al
espacio; el mar treparía y lo inundaría todo; el océano se secaría; las
estrellas y los planetas chocarían entre sí; no habría tierra firme ni
lugar donde asirnos; la sopa no estaría fija en el plato: se dispersaría,
untándolo todo con su pringosa sustancia".
La libertad es asunto muy personal, pero la condición social del hombre exige
que cada uno respete la libertad de los demás. Si a ello se añade que toda
elección debe buscar lo mejor, podemos concluir que no es correcto
identificar lo libre con lo espontáneo. La libertad, desde cierto ángulo, es
justamente la negación de la espontaneidad: es el dominio de la razón y de
la voluntad. Espontáneamente mentiríamos, insultaríamos, rechazaríamos el
esfuerzo y el sacrificio..., pero sólo somos libres cuando entre el estímulo
y nuestra respuesta interponemos un juicio de valor y decidimos en
consecuencia.
La idea de que lo espontáneo es lo natural, y por tanto lo bueno, supone
ponerse en manos de la biología. José Antonio Marina nos previene contra esa
extendida confusión: "Casi todos los burros que conozco son, desde
luego, muy espontáneos, pero tengo mis dudas acerca de su libertad". Lo
espontáneo en el hombre, como en el animal, es la búsqueda del placer
sensible, pero Séneca nos advierte que "el que persigue el placer
pospone a él todas las cosas, y lo primero que descuida es su libertad".
Mientras los animales conocen el bien sólo como objeto de su satisfacción
sensible, el hombre lo capta como bien, y es capaz de ponerlo en relación con
otros bienes superiores e inferiores. Por eso, mientras que ante la comida el
animal hambriento se dirigirá necesariamente hacia ella, el hombre hambriento
podrá comer o esperar, conforme lo vea conveniente. No es movido
necesariamente sino libremente. Un simple motivo para no comer será apreciar
que la comida no es suya, no haber concluido la jornada de trabajo, observar
un régimen de adelgazamiento, etc.
Sócrates consideraba el autodominio como la manifestación más elevada de la
excelencia humana. Un autodominio que se manifiesta cuando el hombre se
enfrenta a los estados de placer, dolor y cansancio, cuando se ve sometido a
la presión de las pasiones y de los impulsos. El autodominio, en definitiva,
significa el dominio de la propia animalidad mediante la propia racionalidad.
Se comprende así que Sócrates haya identificado la libertad humana con ese
dominio racional de la animalidad: el hombre verdaderamente libre es el que
domina sus instintos, y el hombre verdaderamente esclavo es el dominado por
ellos.
42. Libertad responsable
Cuenta Norman Mailer que el mayor Jerry Person creyó ver a Mónica Lewinsky
paseando por Greenwich Village. Dudó entre hablarle o no y, al final, se
alejó preguntándose: ¿Es que esta chica sabe que acaba de desencadenar una
guerra en los Balcanes? El carácter instrumental de la libertad hace que su
uso pueda ser doble y contradictorio, como un arma de dos filos que puede
volverse contra uno mismo o contra los demás: esclavitud, abuso,
intolerancia, asesinato, alcoholismo, drogadicción..., y también simple
pereza, irresponsabilidad, mal carácter, cinismo, envidia, insolidaridad...
Pertenece a la perfección de la libertad el poder elegir caminos diversos
para llegar a buen puerto. Pero inclinarse por algo degradante -en eso
consiste el mal- es una imperfección de la libertad. Si uno tropieza no es
porque ha visto el obstáculo sino por todo lo contrario. Del mismo modo,
cuando libremente se opta por algo perjudicial, esa mala elección es una
prueba de que ha habido alguna deficiencia: no haber advertido el mal o no
haber tenido suficiente fuerza para evitarlo. En ambos casos la libertad se ha
ejercido defectuosamente, y el acto resultante es malo. "¿Quiere nuestra
voluntad siempre lo que querríamos que quisiese? ¿No quiere a menudo lo que
le prohibimos querer, y para nuestro evidente daño?" (Montaigne).
Es patente que la voluntad rechaza en ocasiones lo que la inteligencia
presenta como bueno. Incluso el que aconseja bien puede no ser capaz de poner
en práctica su buen consejo. En esos casos, para evitar la vergüenza de la
propia incoherencia, el hombre suele buscar una justificación con apariencia
razonable -las razonadas sinrazones de Don Quijote-, y se tuerce la realidad
hasta hacerla coincidir con los propios deseos. El mismo lenguaje se pone al
servicio de esa actitud con expresiones típicas: a mí me parece, esto es
normal, todo el mundo lo hace, no perjudico a nadie, etc.
Todo acto libre es imputable, es decir, atribuible a alguien. Normalmente los
actos pertenecen al sujeto que los realiza, porque sin su querer no se
hubieran producido. Es el agente quien escoge los fines y los medios y, por
consiguiente, quien mejor puede dar explicaciones sobre los mismos. Así, del
mismo modo que la libertad es el poder de elegir, la responsabilidad es la
aptitud para dar cuenta de esas elecciones. Libre y responsable son dos
conceptos paralelos e inseparables, y por eso se ha dicho que a la Estatua de
la Libertad le falta, para formar pareja ideal, la Estatua de la
Responsabilidad.
Explica Fernando Savater que vivimos rodeados por teorías que pretenden
disculparnos del peso de la responsabilidad en cuanto se nos hace fastidioso:
el mérito de mis acciones es mío, pero mi culpabilidad puedo repartirla con
mis padres, con la genética, con la educación recibida, con la situación
histórica, con el sistema económico, con cualquiera de las circunstancias
que no está en mi mano controlar. Todos somos culpables de todo, luego nadie
es culpable principal de nada. Un ejemplo que el citado autor suele poner en
sus clases de ética es elocuente:
Supongamos una mujer cuyo marido emprende un largo viaje; la mujer aprovecha
esa ausencia para reunirse con un amante; de un día para otro, el marido
desconfiado anuncia su vuelta y exige la presencia de su esposa en el
aeropuerto para recibirle. Para llegar hasta el aeropuerto, la mujer debe
atravesar un bosque donde se oculta un temible asesino. Asustada, pide a su
amante que la acompañe pero éste se niega porque no desea enfrentarse con el
marido; solicita entonces su protección al único guardia que hay en el
pueblo, el cual también le dice que no puede ir con ella, ya que debe atender
con idéntico celo al resto de los ciudadanos; acude a diversos vecinos y
vecinas no obteniendo más que rechazos, unos por miedo y otros por comodidad.
Finalmente emprende el viaje sola y es asesinada por el criminal del bosque.
Pregunta: ¿quién es el responsable de su muerte? Suelo obtener respuestas
para todos los gustos, según la personalidad del interrogado o la
interrogada. Los hay que culpan a la intransigencia del marido, a la cobardía
del amante, a la poca profesionalidad del guardia, al mal funcionamiento de
las instituciones que nos prometen seguridad, a la insolidaridad de los
vecinos, incluso a la mala conciencia de la propia asesinada... Pocos suelen
responder lo obvio: que el Culpable (con mayúscula de responsable principal
del crimen) es el asesino mismo que la mata. Sin duda en la responsabilidad de
cada acción intervienen numerosas circunstancias que pueden servir de
atenuantes y a veces diluir al máximo la culpa en cuanto tal, pero nunca
hasta el punto de "desligar" totalmente del acto al agente que
intencionalmente lo realiza. Comprender todos los aspectos de una acción
puede llevar a perdonarla pero nunca a borrar por completo la responsabilidad
del sujeto libre: en caso contrario, ya no se trataría de una acción sino de
un accidente fatal.
El miedo a la responsabilidad supone una visión desenfocada de la libertad,
no apreciar que los compromisos atan pero a la vez protegen. Es bueno el
compromiso que un médico tiene de salvar vidas humanas. Y es bueno para la
sociedad, para sus pacientes y para él mismo, que se le pidan
responsabilidades de ello. Si no se le pidieran, se fomentaría su
irresponsabilidad. Y si fuera culpable, quedaría impune. El ejemplo vale para
el abogado, el fontanero, el periodista, el arquitecto..., y para cualquier
otra profesión y persona.
Si está claro que somos responsables, ¿ante quién debemos responder? Cada
persona es responsable ante los demás y ante la sociedad. Ante los demás, en
la medida en que su conducta les afecte: no es lo mismo poner a un alumno un
suspenso injusto que condenar a muerte a un inocente, como tampoco es igual la
responsabilidad del ciclista y del camionero en el caso de que ambos no
respeten un semáforo, ni es igual robar dos dólares que dos millones. Las
responsabilidades sociales también dependen mucho de las circunstancias: no
es lo mismo ser primer ministro que leñador, ni tampoco el que siembra
tomates tiene la misma responsabilidad que el que siembra marihuana.
Ser responsable significa tener que responder de algo ante alguien. Desde
Homero, ese alguien es, en última instancia, Dios: fundamento último de toda
responsabilidad. Si Protágoras dijo que el hombre es la medida de todas las
cosas, Sócrates y Platón puntualizaron que el hombre está, a su vez, medido
por Dios. Sólo sentirse responsable ante el gran testigo invisible es lo que
pone al hombre en la ineludible tesitura de colmar un sentido concreto y
personal para su vida, y de ver que su existencia tiene un valor absoluto e
incondicionado. Así lo expresa Dámaso Alonso:
Ah, pobre Dámaso,
tú, el más miserable, tú, el último de los seres,
tú, que con tu fealdad y con el oscuro turbión de tus desórdenes
perturbas la sedeña armonía del mundo,
dime,
ahora que ya se acerca tu momento
(porque no hay ni un presagio que ya en ti no se haya cumplido),
ahora que subirás al Padre,
silencioso y veloz como el alcohol bermejo en los termómetros,
¿cómo has de ir con tus manos estériles?,
¿qué le dirás cuando en silencio te pregunte qué has hecho?".
Gentileza
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