La
educación escolar
Por J.R. Ayllón
La moderna pedagogía nos ha enseñado, con una didáctica
demoledora, cómo la tolerancia ilimitada, la permisividad extrema y, en
definitiva, la educación sin límites garantizan la educación en y para la
impunidad.
Mercedes Ruiz Paz
Los límites de la educación
Si
educar es preparar para la vida, no es posible una buena vida sin una buena
educación. Pero el fracaso escolar crece en España, y esa situación es más
preocupante si se la considera como abono perfecto del fracaso existencial
entre la gente joven. Varios pueden ser los remedios eficaces, pero pienso que
todos han de tener en común una condición imprescindible: llegar a tiempo.
23. La importancia de llegar a tiempo
Entre mis alumnos he visto varios casos de adolescentes que empiezan a
torcerse a pesar de su buena cabeza y su buen ambiente familiar. Describo y
resumo una mala evolución típica. Problemas de relación con compañeros de
clase, o mala influencia de algunos, producen en un chico o chica de trece
años pérdida de concentración en el estudio y bajos rendimientos. Ese
fracaso les distancia de sus padres. La frustración crece e intenta paliarse
con la bebida, el jugueteo con la droga, y las relaciones sexuales ocasionales
con colegas de perfil similar. A la edad de veinte años, la vida de estos
jóvenes puede ser ya un completo caos, y acuden al psiquiatra con un cuadro
más o menos agudo de alcoholismo, drogodependencia y depresión. Ahora la
solución quizá sea difícil, pero cuando tenían trece años hubiera sido
muy fácil. La pregunta obligada es: ¿qué podíamos haber hecho entonces
para no llegar a estos extremos?, ¿podríamos haber llegado a tiempo?
Se nos podría llamar alarmistas o catastrofistas si las estadísticas de la
Organización Mundial de la Salud no dijeran que el suicidio es la primera
causa de muerte entre jóvenes de 18 a 24 años. Por desgracia, múltiples
estudios en países occidentales atestiguan que uno de cada cinco niños
presenta problemas psicológicos serios, y que uno de cada seis jóvenes de 20
años presenta síntomas de embriaguez crónica. Sólo en Francia, se fugan
cada año de sus casas más de cien mil adolescentes. Estos y otros datos
igualmente dramáticos, lejos de ser inevitables, son la demostración de que
la familia y la escuela llegan demasiado tarde, cuando muchas vidas pueden
estar dentro o cerca de la ruina.
Diversas instituciones estatales intentan atajar y reducir estas situaciones
con campañas preventivas de información. Pero la experiencia resultante dice
que la información, con ser positiva, es muy insuficiente. Entre otras cosas
porque el origen del problema no está en la droga, el alcohol, el sexo
irresponsable o el fracaso escolar, sino en las crisis afectivas que
atraviesan tantos jóvenes, que les llevan a buscar el falso refugio de esas
conductas. Por eso, la verdadera eficacia estaría en la prevención, y
prevenir significa eliminar la raíz. Una raíz compleja, en la que se
entrelazan factores como la herencia genética, la familia, el centro
educativo y el entorno social. Si hubiera una solución para esta complejidad,
habría de ser una solución educativa, por el lado del desarrollo afectivo.
Platón dijo que toda la educación podría resumirse en enseñar al joven
qué placeres debe aceptar y rechazar, y en qué medida. Adaslair Macintyre
traduce así el consejo platónico: "Una buena educación es, entre otras
cosas, haber aprendido a disfrutar haciendo el bien, y a sentir disgusto
haciendo el mal".
24. Falta de autoridad y síndrome lúdico
Ya hemos dicho que la buena vida está necesariamente condicionada por la
educación recibida. Los más recientes ensayos e informes sobre el mundo
escolar español detectan dos puntos por donde nuestra educación hace agua:
la falta de autoridad y el síndrome lúdico. Se trata de dos puntos débiles
que impiden o comprometen seriamente una educación de calidad. En su
exposición sigo de cerca el magnífico ensayo Los límites de la educación,
publicado por Mercedes Ruiz Paz en 1999.
Decir que toda educación requiere autoridad es casi una afirmación de
perogrullo. Hablo de una autoridad que no es el autoritarismo de la violencia
física o la humillación, sino el prestigio capaz de garantizar un orden
básico. Un orden que precisa información moral sobre lo que está bien y lo
que está mal, para que la norma de conducta no sea la ausencia de toda norma,
el todo vale.
En el mencionado ensayo, la autora explica que la autoridad supone transmitir
la obligatoriedad de unas pautas y valores fundamentales, de unos criterios
que ayudarán a construir personalidades equilibradas, capaces de obrar con
libertad responsable. Algo que, en en fondo, no es tan difícil.
Todos entendemos que la primera autoridad debe ejercerse y aprenderse en la
familia. Y también tenemos claro que esto no siempre sucede. Lo mismo que hay
un pensamiento débil, existe un modelo de paternidad débil, capaz de vender
los hijos al diablo con tal de no ser demagógicamente tachado de tirano o
represor. Pero educar también es reprimir lo que de indeseable pueda haber en
una conducta. En estos últimos años, muchos padres y profesores escamotean
esta responsabilidad tratando a sus hijos y alumnos de igual a igual, como
colegas o amiguetes, sin comprender que la educación no es ni debe ser una
relación entre iguales. Con los hijos, por poner un ejemplo, no se puede
discutir la necesidad de atención médica, y los padres son responsables de
esa atención sin discusión.
Es equivocado atribuir a la autoridad la posible infelicidad de un hijo o un
alumno. En realidad, sucede lo contrario. Una correcta autoridad hace que el
niño y el joven se sientan queridos y seguros, pues notan que le importan a
alguien. Mafalda siente la autoridad de sus padres en cuestiones tan
cotidianas como la obligación de tomarse la sopa que detesta. Un día está
sola en su habitación y dice: "¿Mamá?". Y oye la respuesta:
"¿Qué?". La niña constesta: "Nada. Sólo quería cerciorarme
de que aún hay una buena palabra que continúa vigente".
Los expertos en psicología infantil suelen explicar cómo los padres
decepcionan al niño si le dejan hacer todo lo que quiere, entre otras cosas
porque su equivocada tolerancia hará del pequeño un pequeño tirano
antipático. Pero hay adultos que parecen obsesionados por proporcionar a los
niños y jóvenes una felicidad absoluta y constante, y sobre ese error se
monta otro más craso: el de una permisividad e impunidad casi completas.
Cualquier precio parece pequeño con tal de disfrutar de la armonía familiar
o escolar, pero la armonía lograda a base de todo tipo de concesiones se
asienta sobre un polvorín, pues el niño y el adolescente son por naturaleza
insaciables.
Hasta aquí el desenfoque de la autoridad. Otro desenfoque típico de la
actual educación es el denominado síndrome lúdico. Como ejemplo, valdría
el de un colegio público que abría su proyecto educativo en el curso 1995-96
con estas palabras: "Tenemos como objetivo prioritario el que nuestros
niños y niñas sean felices". Además de ser una enorme ingenuidad, tal
declaración de intenciones ni siquiera es discutible, pues la actividad
principal de un centro escolar no es ni debe ser la lúdica, y menos cuando
observamos que el nivel académico de muchos centros está tocando fondo,
mientras se convierten en ludotecas o talleres artesanales. Si hace años la
inspección o la dirección del centro podían cuestionar al profesor cuyos
alumnos a los seis años no leían, en la actualidad se hace sospechoso el
profesor cuyos alumnos con seis años leen. "¡Qué habrá hecho! ¡Cómo
les habrá forzado!".
El síndrome lúdico, paralelo al desprestigio del esfuerzo personal, tiene
raíces profundas en nuestra sociedad. Si los políticos miran a las personas
como votantes, la economía capitalista las reduce a la condición de
compradores, y concentra su publicidad en conseguir que sus clientes se
hipotequen con tal de llevar una vida desparramada y cómoda. Ello suele
conducir a sociedades integradas por tipos humanos adolescentes, compulsivos,
poco dados a la reflexión, con alergia a la responsabilidad. Esa situación,
aplicada a nuestro país, ha hecho decir a Umbral que en España la gente no
es de izquierdas ni de derechas, sino de El Corte Inglés. Si esto es así,
además del beneficio astronómico de El Corte Inglés, en el terreno
educativo -dice Mercedes Ruiz- nos encontramos a unos adultos que son
adolescentes educando a otros adolescentes, todos más o menos dominados por
un síndrome lúdico que impide la madurez de los alumnos.
De esta ludopatía son responsables los padres en la medida en que explican el
colegio a sus hijos más jóvenes como un lugar para jugar con los amigos y
pasarlo bien. Corregir ese planteamiento equivocado puede costar al profesor
no sangre, pero sí sudor y lágrimas, y en el peor de los casos podría no
conseguirlo. El chico ha de saber que al colegio se va a aprender, que sólo
se aprende con esfuerzo, que ese esfuerzo merece la pena y es gratificante, y
que no debe confundir el ámbito familiar y el escolar. El colegio no es una
extensión del hogar, y por eso el alumno no puede levantarse, parlotear o
mascar chicle según le venga en gana. Actualmente, "si el alumno no
acudiera al centro con los criterios y referencias equivocados, el maestro no
tendría que perder tanto tiempo en colocarle en situación de civilidad y
sosiego desde la cual comienza a ser posible la enseñanza".
La crisis de autoridad y la confusión entre el aprendizaje y el juego son
aliados perfectos para que en el aula se genere un clima de indisciplina que
no beneficia a nadie y perjudica a todos. Cualquier profesor admite que hoy,
veinte alumnos por clase son más difíciles que cuarenta hace diez años. Y
ese mismo profesor no se siente respaldado por los padres de sus alumnos, sabe
que con frecuencia no es presentado ante los ojos de niños y jóvenes como
una persona que merece respeto, deferencia y atención. "Ahora el
problema es que unos muchachos que aún están por civilizar, que aún no
tienen suficientes conocimientos, que emocionalmente apenas se han
desarrollado, y que están forzosamente carentes de criterios, de lo único de
lo que han sido informados es de la posibilidad que tienen de criticar y
denunciar todo aquello que contravenga su parecer".
Esta situación también tiene su explicación en los tiempos que corren. El
mundo ha cambiado mucho y rápido. Modos tradicionales de ver la vida y de
vivirla quizá no hayan caducado como los yogures, pero han perdido su
vigencia. De ahí se suele llegar a la falsa conclusión de que todo es
relativo, y entonces deja de tener sentido aconsejar a los hijos y alumnos
sobre conductas y valores. Así, muchos padres permanecen bloqueados para
ejercer acciones positivamente educativas.
Por otro lado, la sensación de que sus padres se equivocaron con ellos les
recuerda que ellos pueden equivocarse a su vez con sus propios hijos, y esa
posibilidad hace que conciban la educación en negativo -qué cosas son las
que no quieren para sus hijos-, sin elaborar un modelo de referencia positivo
transmitido con el propio ejemplo. Mientras tanto, los hijos flotan en la
indiferencia y se mueven entre el desconcierto y la desorientación.
25. Enfoques correctos
Hemos dicho que no es posible la buena vida sin una buena educación. Pero,
¿quién establece las líneas maestras de la educación? ¿Quién define las
coordenadas de una educación de calidad? Hay una respuesta obligada: la
familia y las instituciones educativas, respetando siempre la propia
tradición cultural. La familia en primer lugar, porque los hijos son hijos de
sus padres, no del colegio ni del Ministerio de Educación.
Aunque de hecho no siempre coincidan, padres, colegios y Ministerio de
Educación deberían coincidir al elegir como modelos educativos los mejores.
En 25 siglos de civilización occidental hay modelos educativos que ganan por
abrumadora mayoría y configuran esencialmente nuestra cultura. Modelos
integrados por rasgos fundamentales que menciono a continuación.
Se trata de rasgos o cualidades que derivan directamente de la condición
humana, que la visten como un traje a la medida y permiten su pleno
desarrollo. Desde Aristóteles se define al hombre como animal racional y
animal social. Pues bien, la mejor educación de la razón consiste en
capacitarla para descubrir el bien y ponerlo en práctica. La inteligencia que
descubre el bien se llama conciencia moral (primer rasgo), y el paso de la
teoría a la práctica del bien se realiza por medio de la prudencia (segundo
rasgo).
Como la realización del bien suele ser costosa, el tercero de los rasgos
educativos fundamentales es la fortaleza, esfuerzo por conquistar y defender
lo que merece la pena. Además, nuestra constitutiva animalidad aporta a la
conducta humana un resorte fundamental: el placer. La educación del placer,
su gestión racional, constituye el cuarto rasgo necesario en toda buena
educación, y se llama autocontrol, dominio de sí, templanza.
Un quinto rasgo es la justicia, que prescribe el respeto a los derechos de los
demás y hace posible la misma existencia de la sociedad. La justicia se
concreta en las leyes, reglas de juego que nos permiten salir de la selva y
vivir en los dominios de la dignidad. Educar a los jóvenes en el sentido de
la justicia y en el control del placer no tiene más o menos importancia...
Dice Aristóteles que tiene una importancia absoluta.
La conciencia moral, la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza
son cualidades descubiertas por los griegos. Están esbozadas en Homero y las
encontramos en Sócrates, Platón y Aristóteles de forma explícita.
Bastaría con citar el mito platónico del carro alado o la Ética a Nicómaco.
Estas cinco cualidades son heredadas por los romanos y por la Europa
cristiana. Pero el cristianismo añade otras tres cualidades o virtudes que
hacen referencia directa a las relaciones del hombre con Dios: me refiero a la
fe, la esperanza y la caridad.
Decía Pascal -filósofo y matemático- que el último paso de la razón es
darse cuenta de que hay muchas cosas que la sobrepasan, y que precisamente por
eso es muy razonable creer. En este mismo sentido dice Josef Pieper, uno de
los mejores filósofos alemanes del siglo XX, que "muy bien pudiera
ocurrir que la raíz de todas las cosas y el significado último de la
existencia sólo pudiera ser contemplado y pensado por los que creen". La
esperanza en Dios es la cualidad necesaria para el equilibrio psicológico del
único animal que sabe que muere. Y la caridad es la forma de amar más
adecuada a la dignidad humana: es, en palabras de Borges, ver a los demás
como los ve Dios mismo.
Gentileza
de http://www.arvo.net/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL