Cómo se conocen las normas éticas
Antonio
Argandoña
Profesor Ordinario, IESE, Universidad de Navarra,
y Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico (excedente)
Para empezar, convendrá detenernos un momento en una cuestión
importante: ¿dónde se puede encontrar la teoría ética?, es decir, ¿cómo
puedo conocer cuáles son las reglas éticas que he de aplicar en mi vida?
Cuando se intenta determinar las reglas de una buena conducción de
automóviles, se puede acudir, principalmente, a tres fuentes de información.
1) Estudiar el automóvil, su construcción y estructura, su dinámica y su
funcionamiento. 2) Hacer una encuesta entre los conductores de automóviles, o
preguntar selectivamente a los mejores de entre ellos, o, simplemente, fijarme
en cómo conducen los buenos conductores. 3) Preguntar al constructor y
diseñador, para conocer qué es lo que buscaba, lo que consiguió, las
limitaciones de su pro3ucto y su criterio acerca de cómo usarlo de la mejor
manera posible.
Las fuentes de la ética son parecidas a las de la conducción de automóviles
porque, en definitiva, estamos hablando de una ciencia. 1) La filosofía
estudia el hombre, su fin, su conducta, sus posibilidades y limitaciones. La
ética filosófica se basa, pues, en la antropología, y ésta en la
metafísica. Claro que, del mismo modo que un mal ingeniero, estudiando un
automóvil, puede llegar 3 conclusiones erróneas sobre cómo conducirlo bien,
una mala filosofía nos pue3e llevar a una ética errónea (y la abundancia de
teorías éticas existentes hoy en lía, a menudo contradictorias, ya sugiere
que hay mucha mercancía averiada -n ese mercado).
2) El estudio de la sociedad y de las costumbres es otra fuente de
conocimiento de la ética. Ahora bien, del mismo modo que hay muchas personas
que conducen mal, o que ignoran el tipo de máquina que manejan, de tal modo
que sus opiniones o criterios no pueden ser, en modo alguno, fuente de reglas
para una buena conducción, igualmente el criterio sociológico, el estudio de
la legislación positiva o la simple observación de lo que la gente hace no
pueden ser -riterios morales definitivos -salvo que dé la casualidad que
topemos con una sociedad en que las reglas morales recibidas se viven y
trasmiten con seriedad-.
3) La ética de origen religioso es, en definitiva, la respuesta del Creador
del hombre -Dios- sobre su obra, sobre cómo hizo al hombre, qué espera de
él 1 cómo debe comportarse para responder al criterio de su creador.
También aquí hay pluralidad de éticas, quizás porque se tomaron como
respuestas divisas lo que, en definitiva, fueron sólo invenciones humanas.
Pero, en el fondo, no hay tres criterios de moralidad, sino uno sólo. Del
mismo modo que las reglas dadas por el constructor del automóvil, por el
experto ingeniero y por los buenos conductores deben coincidir, la ética de
ori;en religioso, la que se basa en una buena filosofía y los criterios y la
conducta moral de los hombres honrados y bien formados no pueden estar en
conflicto.
Esto quiere decir que el recurso a criterios religiosos no altera las reglas
de una sana ética filosófica, y que la sociología sólo indica lo que la
gente hace (que puede coincidir o no con la ética natural o con la moral
cristiana), no lo que debe hacer.
Los criterios éticos
El planteamiento de la ética que parece más apto fue iniciado por los
filósofos griegos, principalmente Aristóteles, siguiendo un esquema en tres
etapas: 1) Conocer el hombre como es. 2) Estudiar el hombre como deberla ser,
de acuerdo con su fin. 3) Determinar las reglas que permitirán al hombre
pasar de su situación actual a la situación final deseable: éstas son las
normas éticas. Esta, pues, es la ciencia que explica cómo debe ser la
conducta del hombre, a partir de su situación actual -de cómo es-, para
llegar a su fin -el hombre como debería ser-; por tanto, las reglas que
llevan al hombre a su perfección.
Lo que la religión cristiana añadió a ese esquema no lo altera
sustancialmente. La revelación divina ofrece nueva información sobre el
hombre como es -p.ej., su situación tras el pecado original- y sobre el
hombre como debería ser -elevado al orden de la gracia, hecho hijo de Dios y
llamado a participar de la gloria de Dios en el cielo-. Las reglas éticas
derivadas de lo anterior son las mismas reglas de la ética filosófica, pero
ahora más sólidas, mejor fundamentadas y con mayor alcance.
El protestantismo parte del esquema anterior, pero cambia sustancialmente el
contenido del primer punto: el hombre es hoy, tras el pecado, un ser caído,
sin capacidad de levantarse por sí solo, sin otro remedio que la
predestinación divina. La segunda etapa, el hombre como debería ser, se
mantiene. La tercera, de nuevo, cambia considerablemente, porque el hombre
caído no tiene acceso, con su conducta, al final feliz del cielo; no hay
reglas humanas capaces de cerrar el abismo abierto por el pecado. Sólo queda
la aceptación de las reglas dadas por Dios, sin recurso a la racionalidad
humana para entenderlas.
La consecuencia extrema pero lógica de la postura protestante la lleva a cabo
el pensamiento moderno. No hay reglas humanas ni divinas capaces de llevar al
hombre de su estado actual a su situación definitiva, por la sencilla razón
de que no existe un fin del hombre, no hay un modelo, un hombre "como
debería ser". Por tanto, si admitimos la existencia de unas reglas
éticas, éstas quedarán indeterminadas. Para Aristóteles, la razón era
capaz de deducir reglas universales, válidas siempre, capaces de llevar al
hombre a la felicidad. Para los católicos, las reglas dadas por Dios
coinciden con las reglas de la filosofía -son pues, racionales-, e incluso
van más allá en seguridad, riqueza y amplitud de contenido. Para los
protestantes, las reglas las da Dios, pero no tienen fundamento racional. Para
los modernos, no hay reglas; en todo caso, pueden admitirse unas normas
prácticas, a fin de garantizar la concordia humana, las buenas costumbres, la
paz social, etc.; pero son normas arbitrarias y, por tanto, mudables.
El criterio que seguimos aquí es el primero, el basado en la religión
cristiana y en la filosofía aristotélico-tomista, tanto por convicción
religiosa como por su fundamentación filosófica.
La fundamentación antropológica de la ética
Consideramos, pues, que el hombre ha sido creado para un fin, cuya
consecución es posible si observa determinadas reglas de conducta, unas de
naturaleza técnica (por ejemplo, para hacer fructificar los recursos
naturales, para defenderme de los elementos adversos, para dominar la
naturaleza, etc.), y otras de carácter ético. Para el hombre, alcanzar el
fin es algo bueno, deseable: es un bien. La ética debe explicar, pues, en
qué consiste el bien del hombre y cómo se logra ese bien -y, en definitiva,
debe acabar lográndolo, porque la ética es una ciencia práctica, que no se
limita a estudiar, sino que mueve a hacer-.
No vamos a detenernos aquí en la definición del fin del hombre: nos basta
considerar que hay algo que tiene esa condición de fin, y que se puede llamar
felicidad, desarrollo como persona, autorrealización, perfección,
santidad,... Esas diversas consideraciones del fin no son contradictorias
entre sí, sino que se contienen unas en otras; bien entendidas, todas ellas
nos llevan a una idea del fin del hombre que, con Aristóteles, llamaremos la
felicidad. Al mismo tiempo, todos esos aspectos del fin del hombre se nos
presentan como algo que admite más y menos, que se puede conseguir en mayor o
menor medida. El hombre, en efecto, tiene una potencialidad infinita, es
siempre capaz de hacer más, de lograr más, de aumentar en la consecución de
su felicidad o de su fin. Por eso la ética no puede ser nunca una ciencia de
mínimos, ni de situaciones límite: todos y cada uno de los actos del hombre
están orientados hacia la consecución de ese fin, y son un paso adelante o
atrás en el mismo.
No hemos mencionado, en la lista anterior, algunos de los fines que muchos
hombres se han propuesto a lo largo de la historia, como el afán de lucro, la
ambición de poder, el deseo de placer, etc., porque son fines parciales,
contenidos en un fin general. El hombre busca placer, y el poder, y el dinero,
y muchas cosas más; pero sólo los puede considerar bienes si cada uno de
ellos le permite avanzar en la carrera hacia la felicidad o fin último. En
contra de lo que algunos suponen, el afán de lucro, la ambición de poder o
el deseo de placer no son malos, pero pueden serlo si se convierten en un fin
absoluto, si impiden la consecución de otros bienes y, en definitiva, del fin
del hombre.
He aquí, pues, de manera muy sintética, el despliegue de la antropología
que sustenta la ciencia ética. La inteligencia del hombre busca el fin del
mismo, hasta conocerlo, aunque sea de modo difuso; busca también y encuentra
los medios para lograrlo: conoce, pues, el bien y lo que es bueno (o malo), lo
que le conviene (o le perjudica). Claro está que su conocimiento no es
infalible: puede equivocarse en la identificación del fin y/o en la de los
medios.
Luego, la voluntad mueve al hombre a desear lo que es bueno y, por tanto, los
medios para lograrlo: quiere el bien y todo lo que se relaciona con el bien, y
estimula al hombre a poner en práctica los medios para conseguirlo: la
voluntad es como el motor de las acciones. Tambien aquí cabe error: no querer
lo bueno, o querer lo no bueno, o no poner el esfuerzo necesario para llevar a
cabo lo que es necesario para lograr lo que es deseable.
Pero el hombre conserva siempre su libertad a pesar de todos los
condicionantes externos e internos. Su voluntad libre puede optar por un fin o
por otro, por un medio o por otro, por actuar o por no hacerlo. El hombre es
libre porque es 61 quien elige sus fines. Y sólo los actos libres tienen una
dimensión moral.
El hombre debe actuar para cumplir su propio fin. Conoce, más o menos
confusamente, lo que debe hacer, en abtracto: los principios o normas morales
que debe aplicar, mediante el sentido moral, que tiene espontáneamente y que
él mismo ha cultivado. Lo tiene espontáneamente porque, en cuanto que tiene
un fin, se ve movido necesariamente a conseguirlo, lo que significa que
conoce, aunque sólo sea de modo general, lo que le lleva a ese fin. Y
necesita cultivarlo, porque ese conocimiento no es suficiente, a menudo, para
resolver sus dilemas en situaciones concretas. La conciencia moral es,
precisamente, la facultad interior que le lleva a ejercer juicios morales, es
decir, a dictaminar si una acción le acerca o le aleja de su fin (o es mala).
La conciencia moral es, pues, un ingrediente de su naturaleza antropológica,
no un criterio sociológico acerca de lo que está bien o mal visto en la
sociedad.
Finalmente, los juicios morales formulados por la conciencia se convierten en
imperativos deónticos o deberes, en reglas de actuación que el hombre se
propone a sí mismo para la consecución de su fin. Estos deberes resumen las
reglas morales aplicables a su situación concreta, y le ahorran, por así
decirlo, un nuevo acto de deliberación cada vez que se plantee una elección
moral. Por eso, frases como "debo llegar puntualmente al trabajo"
pueden ser una norma social, o el reflejo de una costumbre, pero más a menudo
son la plasmación de esos deberes morales con que los hombres llenamos
nuestra vida. Pero -y esto debe quedar muy claro- no son deberes impuestos
desde fuera, por la sociedad o por un Dios que nos tiraniza: son la
plasmación de unos criterios morales que, a partir de nuestro conocimiento
del fin y de los medios, nuestra voluntad nos propone como reglas para nuestra
conducta diaria.
No hemos hablado de ley moral: ¿acaso es irrelevante? No, ni mucho menos;
simplemente ha quedado implícita en todo lo anterior. Del mismo modo que hay
un orden en la naturaleza, que se refleja en la ley natural, hay un orden en
el hombre, que se refleja en la ley moral. Es el orden de los medios hacia el
fin. Pero el fin -ya lo hemos dichoaunque existe para el hombre, no se le
impone, sino que él debe elegirlo. La ley moral no es, pues, necesaria, como
ley natural; el hombre puede no cumplirla -aunque, en ese caso, no realizará
su finEl objetivo de la ley moral es, pues, la realización del hombre, su
perfección, su felicidad, su santidad: el cumplimiento de su fin. Y su
aplicación al caso concreto es lo que corre a cargo de la conciencia.
Algunos principios generales
A la vista de todo lo anterior, estamos ya en condiciones de enunciar algunos
principios teóricos y prácticos de la ética individual y social,
comentándolos brevemente.
1) Toda acción humana tiene un contenido ético
No hay acciones humanas libres que sean moralmente neutras, porque todas
están ordenadas al fin del hombre, de un modo directo o indirecto, como fines
parciales o como medios para esos fines.
Esto es particularmente importante en la vida de la empresa, donde las
acciones suelen valorarse por su contenido técnico-práctico orientado a la
eficacia. En efecto, la empresa es una sociedad de hombres que pretenden
lograr un fin común -en términos genéricos la obtención de bienes y
servicios para atender necesidades manifestadas en el mercado-. Pero cada
acción de todos y cada uno de los hombres que participan en la actividad
empresarial (como directivos, propietarios, trabajadores, asesores, clientes,
proveedores, etc.), tiene su propia motivación personal, o mejor, una gama
amplia y cambiante de motivaciones personales.
La tarea del directivo consiste, precisamente, en unificar las actuaciones de
aquellos agentes, impulsando cada uno por sus propias motivaciones, de modo
que al final se alcance el fin común de la empresa y que, al mismo tiempo, se
satisfagan razonablemente los fines privados en cada uno de los sujetos (esto
último, como condición para la continuidad de su colaboración en la empresa
y para su propia realización como personas). Claro que no se trata de seguir
un mero equilibrio de intereses, sino de un verdadero servicio al bien común
de la empresa, que es su función.
Por tanto, en las actividades de la empresa hay una dimensión técnico
dirigida a la eficiencia -la consecución de los fines de la empresa con el
menor esfuerzo o gasto de recursos posible-, y otra ética, en cuanto que cada
acción de la empresa, que es acción de hombres libres, debe contribuir
también a la realización de los fines personales de los sujetos, esto es, a
su bien (porque son parte del bien integral o fin último del hombre).
La distinción entre ética y eficiencia es muy importante, porque los
criterios que garantizan la moralidad de una acción no tienen por qué estar
de acuerdo con su eficiencia técnica, y viceversa. Esto quizás necesita una
matización, porque el bien del hombre es integral y, siendo el hombre un ser
social, no puede desligarse del bien de los demás. Esto quiere decir que una
acción no ética, que perjudica al menos a una persona, porque le impide
alcanzar su fin (o, al menos, lo hace más difícil), aunque aparentemente sea
eficiente, no lo será, en el fondo. La razón última es que todas las
acciones humanas ponen en marcha procesos de aprendizaje (adquisición de
virtudes y vicios) que alteran las conductas, haciendo inestable (y, a la
larga, ineficiente) una situación que previamente parecía no serlo. Del
mismo modo, una acción ineficiente puede no resultar ética si se debe a la
falta de preparación, aplicación o diligencia por parte de una persona que,
por su puesto en la empresa, tenia obligación de serlo.
2) El criterio objetivo de la moralidad es el bien del hombre
El criterio objetivo de la moralidad de una acción es el bien del hombre o,
como recuerda frecuentemente Juan Pablo II, con palabras de Pablo VI, "el
bien de todo el hombre y de todos los hombres"-. Los otros criterios de
moralidad se reducen, en definitiva, a éste.
Nótese que se trata de un criterio general, que exige una tarea de
aplicación a cada caso concreto, porque no siempre resulta fácil precisar lo
que es el bien del hombre, en cada caso; o porque surgen conflictos entre
bienes alternativos, o entre bienes de una persona y de otra; o porque hay
bienes que llevan consigo males, etc.
El criterio del bien del hombre empieza por el propio sujeto agente: coma ya
decía Sócrates, el que hace un daño a otro se hace más daño a sí mismo,
al impedir o dificultar la realización de su propio fin, de su propia
felicidad. Esto es importante, porque nuestra sociedad suele valorar los
daños (físicos o económicos) hechos a otros, y tienden a quitar importancia
a las acciones (morales) que perjudican a uno mismo.
3) El respeto a la dignidad de la persona
La primera manifestación del criterio anterior es el respeto a la dignidad de
la persona: de la propia y de la de los demás. Su origen está, una vez más,
en la naturaleza: el hombre consta de cuerpo y espíritu, y es en éste donde
radica el fundamento de su dignidad, porque del espíritu brota la
racionalidad, la capacidad de entender (inteligencia) y actuar libremente
(voluntad), poniéndose fines e identificando y poniendo los medios para
lograrlos. Precisamente su libertad le permite autoconocerse y
autodeterminarse, lo que lo hace diferente de las demás criaturas materiales.
El hombre es, pues, un serpersonal, un individuo separado de los demás,
irreducible a los demás, único, irrepetible, permanente. Y como persona
libre, es sujeto de derechos y obligaciones.
De todos modos, es difícil que la dignidad de la persona quede
suficientemente refrendada por los criterios anteriores. Afortunadamente, la
ética cristiana ofrece un criterio superior: el hombre -todo hombre y toda
mujer- es creado por Dios, es una criatura querida por Dios, a la que éste ha
manifestado su amor, elevándola a la condición de hijo adoptivo. Los demás
son, pues, tan dignos como yo, porque todos compartimos la misma dignidad de
criaturas amadas por Dios, de hijos de Dios. Donde este criterio no es
admitido, el atropello de los demás acaba siendo una norma práctica de
actuación.
Algunos principios morales prácticos
Los principios generales citados dan lugar a un conjunto de principios
prácticos que orientan directamente la actuación ética del hombre, como ser
personal y social. He aquí algunos de esos principios.
1) Hay que hacer siempre el bien y evitar el mal
Hay que hacer siempre el bien y evitar el mal es el principio fundamental de
la moralidad práctica, un principio al que todo hombre tiene acceso por
conocimiento natural (aunque cabe, eso sí, error en la apreciación de lo que
es el bien en un caso determinado, o de los medíos adecuados para lograrlo).
De ese principio de derivan varios corolarios:
a) El hombre tiene el deber de buscar el bien, de conocer lo que es bueno.
Ello lleva consigo el deber de conocer la ley moral (natural y/o religiosa) y
de formar la conciencia, de modo que siempre esté en condiciones de tomar las
decisiones correctas desde el punto de vista ético.
b) Se debe seguir siempre el dictamen de la propia conciencia (se entiende que
cuando ésta está bien formada), porque ella es, en definitiva, el criterio
inmediato de moralidad de nuestras acciones.
c) Se debe hacer siempre el bien.
d) Nunca se debe hacer el mal. Comentaremos juntos estos dos principios. Como
toda acción tiene un contenido ético, hay que hacer siempre acciones buenas,
no malas. Este es un principio que no admite excepciones: nunca está
permitido hacer e1 mal. Otra cosa es que, en cada ocasión, se pueda
determinar con facilidad y seguridad qué es lo bueno o lo malo. O cómo hay
que actuar cuando una acción buena produce efectos malos (acción de doble
efecto).
A veces se plantea la ética como una ciencia de dilemas, de situaciones en
las que es casi imposible no hacer el mal. Esto ha dado lugar a criterios
moralmente erróneos, como el de, ante la necesidad de hacer el mal, hay que
optar por el mal menor. Pero éste -hacer el mal, aunque sea mínimo- no puede
ser nunca un criterio éticamente aceptable. En la mayoría de los casos suele
existir una solución buena, aunque sea mucho más ardua (llegando por ejemplo
al martirio). Y casi siempre que se llega a una situación límite, es por
falta de previsión, diligencia o capacitación (en definitiva, por no haber
actuado ética y técnicamente bien con anterioridad). Así, muchas empresas
que se ven obligadas a cerrar en una crisis no supieron diversificar a tiempo
sus actividades, o tomar las provisiones necesarias para evitar la gravedad de
la recesión, etc. (aunque esto, obviamente, no es una regla general).
e) ¿Se debe hacer todo el bien que sea posible? Ya hicimos notar que la
perfección humana no es cuestión de sí o no, sino de grados. Una persona
que aspire a la perfección debe hacer siempre las acciones mejores que estén
a su alcance. Pero esto no puede imponerse como un principio general.
De todos modos, si la perfección consiste en la caridad, las acciones hechas
por amor (a Dios o al prójimo) deben ser cada vez más ricas en caridad; una
acción menos perfecta, desde este punto de vista, reduce el grado de
perfección del que la ejecuta. En este orden de cosas, el que pretende
alcanzar cotas altas de perfección personal (o felicidad, o santidad, o amor
a Dios) debe hacer siempre actos más ricos en caridad que los anteriores.
A partir del principio de hacer siempre el bien y evitar el mal se puede
intentar una lista de aplicaciones concretas, de bienes que hay que hacer (y,
consiguientemente, de males que hay que evitar). Se trata, sin embargo, de un
trabajo inútil, porque la lista de bienes (y males) sería infinita. Sin
embargo podemos mostrar algunos de esos bienes, a partir de los caracteres
centrales del hombre, y cómo se convierten en imperativos morales.
En primer lugar, como ser, el hombre tiende a la conservación de su ser. Ese
será, pues, un bien del hombre, que se traducirá en los consiguientes
deberes -deber de conservar la vida, la salud, la integridad física, etc.- y
que dará lugar a otros bienes secundarios, necesarios para conseguirlo
(alimento, cobijo, defensa, etc.).
En segundo lugar, siendo el hombre un ser viviente, la propagación de la
especie será un bien para él, y lo serán también los derivados del mismo
(creación de una comunidad estable de personas abiertas a la procreación,
educación de la prole, etc.). Con todo, el deber de propagar la especie, no
es un deber de cada hombre, sino del conjunto de los mismos.
Tercero, el hombre es ser racional; el conocimiento es, por tanto, un bien del
hombre, y surge del mismo el deber de buscar la verdad.
Cuarto, el hombre es un ser racional, abierto a la trascendencia. De sus
relaciones con la naturaleza (dominio) surge el bien del trabajo y el
consiguiente deber de trabajar. De sus relaciones con los demás surgen bienes
y deberes como el de respetar los bienes materiales y espirituales de los
demás, el de ayudar al desarrollo de otras personas, el de la amistad, etc. Y
de sus relaciones con Dios surge la religiosidad como bien, y el deber de
practicar la religión.
Hay que hacer siempre el bien. Y hemos explicado algunos caracteres de los
bienes del hombre. Pero, ¿qué es lo que hace buena o mala una acción?
¿Qué es lo que define su moralidad?
2) La acción humana se define por la intención y la operación de modo
concurrente e inseparable
En una acción podemos encontrar dos componentes. 1) La intención del agente,
es decir, la motivación que le lleva a hacer algo. Es verdad que puede haber
muchas motivaciones en una acción, pero siempre habrá una primordial, lo que
por encima de todo lo demás persigue el agente, sin lo cual la acción no se
realizaría: ésta es la intención, el fin del agente. 2) La acción u
operación propiamente dicha, que el agente toma como medio para conseguir su
fin propio.
La acción humana se define por la totalidad por ambos aspectos, intención y
operación, de modo concurrente e inseperable. Toda acción tiene una
intención (salvo que sea fortuita); toda intención ya supone una acción,
aunque sea meramente interna (el deseo o el propósito de hacer algo). Lo que
el principio sostiene es que no basta que la intención sea buena, ni que lo
sea la acción: lo han de ser ambas a la vez.
La importancia de la intención es clara: tratándose de un acto de la
voluntad por el que se quiere algo como fin, la intención es la que da unidad
a la conducta. Por tanto, una intención mala convierte en mala una acción de
suyo indiferente y aun buena (p.ej., dar limosna a un necesitado para que se
emborrache). Pero no basta la intención buena para hacer buena una acción de
suyo mala (p.ej., matar a un inocente para evitarle un sufrimiento). Ni los
medios justifican el fin, ni el fin justifica los medios: ambos han de ser
correctos, desde el punto de vista ético.
Este principio se traduce en una regla práctica para juzgar la moralidad de
una acción, a partir del objeto, el fin y las circunstancias de la misma.
1) El objeto es aquello a lo que tiende la acción, desde el punto de vista
moral, el fin de la acción. Así, poner una inyección no es el objeto moral
de una acción, porque puede ser de veneno o de medicina. El objeto será,
pues, matar -si se pone una inyección de veneno- o curar -si es de medicina-.
2) El fin es lo que se persigue con el acto, el fin del agente (el fin
relevante es el principal, si hay varios): el objeto del acto de la voluntad
que llamamos intención. El fin de la acción consistente en poner una
inyección de veneno puede ser malo (la venganza, p.ej.), o bueno (la
compasión por el que sufre); también el fin de la acción consistente en
poner una inyección de medicina puede ser bueno (curar) o malo (matar, porque
se cree, erróneamente, que en vez de medicina contiene veneno).
3) Finalmente, las circunstancias son aspectos accesorios que no cambian la
sustancia de la moralidad de la acción, pero la afectan. Las circunstancias
son capaces de cambiar accidentalmente en malo un acto bueno por el fin y el
objeto, pero no viceversa. Así, la acción buena de poner una inyección de
medicina con la intención de curar puede convertirse en moralmente mala por
las circunstancias si, p.ej., sabiendo que corre peligro la vida del paciente,
la pone una persona inexperta y sin cuidado; o si la pone un enfermero bajo
los efectos del alcohol o de las drogas.
La regla práctica es que tanto el objeto como el fin y las circunstancias
deben ser conformes al fin último. Por tanto, sólo es buena acción cuando
son buenos el fin (curar, en nuestro ejemplo), el objeto (poner una inyección
de medicina) y las circunstancias (con las debidas precauciones y
conocimientos, etc.).
Esta regla se complementa en otras derivadas de ella: 1) El fin no justifica
los medios (ni los medios justifican el fin). 2) Una obra es moralmente buena
cuando lo son todos sus componentes (objeto, fin y circunstancias). 3) Una
obra es moralmente mala cuando lo es cualquiera de sus componentes. 4) Una
obra indiferente por el objeto no lo es nunca por el fin (es otra manera de
expresar el principio general de que toda obra tiene una dimensión moral). 5)
Las circunstancias pueden hacer malo un acto bueno, accidentalmente, pero no
pueden hacer bueno el acto malo.
3) Haz a los demás lo que desearlas que te hiciesen a ti
Este principio tiene también otras versiones, negativas unas ("no hagas
a los demás lo que no desearías que te hiciesen a ti") y positivas
otras ("el bien de los demás es tan digno de respeto como el
mío"); pero, como veremos luego, las implicaciones son muy diferentes en
uno y otro caso.
Este principio no prohibe a cada uno dedicarse a sus asuntos: el bien propio
es bien, y como tal debe ser hecho. Además, es un bien del agente mismo, y es
razonable que lo desee de modo particularmente intenso. Pero el principio
sostiene que el derecho a procurar mi bien no puede significar el mal para los
demás: no tengo derecho a discriminar contra ellos. Esto es más difícil de
ejecutar, porque el bien ajeno no lo experimento con la misma viveza como el
bien propio: por eso el desarrollo del hombre, el crecimiento en la virtud
consisten en la capacidad de moverse libremente por el bien ajeno.
El bien de los demás es, sobre todo, el bien básico, profundo, el que les
lleva a la felicidad, a la plenitud, y ése es el que debo buscar, en primer
lugar, con preferencia a bienes secundarios, como la riqueza. Al propio
tiempo, este principio admite una gradación, desde el enunciado negativo
-"no hagas a los demás lo que no desearías que los demás te hagan a
ti"-, que señala mínimos, hasta el comportamiento totalmente generoso
consistente en hacer a los demás todo el bien posible, que es la perfección
del amor.
En cuanto consideramos nuestra conducta respecto de los demás, hemos entrado
ya en los aspectos sociales de la moralidad. A ellos se refieren los
siguientes principios prácticos.
4) Primacía del bien común
Cuando hay conflicto, el bien común tiene primacía sobre el bien privado, si
son del mismo género. Hay, pues, un ámbito de actuación en la búsqueda del
bien privado, pero si éste choca con el bien común, éste es prioritario.
Conviene precisar que el bien común no es el bien de la mayoría, ni un
conjunto de bienes de provisión y disfrute público, ni una forma de
redistribución de la renta o de la riqueza, ni la propiedad colectiva de esa
riqueza, etc. El bien común es el bien del que participan todas las personas
integrantes de la comunidad. El modo de organización social puede variar en
función de las condiciones de tiempo y de lugar, pero siempre ha de ser
acorde con el bien común. Y como el sujeto moral es siempre el hombre, no una
sociedad abstracta o un colectivo de seres indiferenciados, el bien común se
manifiesta en el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a
las asociaciones menores y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y
más fácil de su propia perfección.
5) Principio de solidaridad
Todos los individuos y grupos deben colaborar al bien común de la sociedad a
la que pertenecen, de acuerdo con sus posibilidades.
Este principio lleva consigo diversas implicaciones: cada uno debe desarrollar
sus propias capacidades, como medio para contribuir al bien común; la
organización social debe ayudar y favorecer la mejoría de las personas; cada
persona debe considerar activamente qué obras de servicio debe llevar a cabo
en su cooperación al bien común, etc.
6) Principio de la máxima libertad posible
La libertad del hombre es, como vimos antes, necesaria para que sus obras
tengan una dimensión moral. De todos modos, su ejercicio ha planteado muchos
problemas -y pseudoproblemas- en relación con el bien común y los principios
sociales de la ética. Es importante encontrar el equilibrio entre libertad
individual y cumplimiento del fin de la sociedad. A ello se dirigen los dos
principios anteriores, que deben completarse con éste: se debe promover la
máxima libertad de actuación de los individuos y de las sociedades, sin
restringirla salvo en lo que sea necesario para el bien común.
7) Principio de subsidiariedad
Lo que puede hacer el inferior (individuo o sociedad menor) no debe hacerlo el
superior. La tarea del superior no es sustituir al inferior, sino suplirle en
lo que no puede o no se ve en condiciones de hacer.
Esto implica que las acciones se deben asignar siempre al escalón inferior
que pueda llevarlas a cabo. Al mismo tiempo, este principio ayuda a definir el
papel de la sociedad que no es de sustituir a sus miembros, sino de ayudarles
a que se desarrollen por sí mismos.
8) Principio de la participación social
Todos los hombres tienen derecho a participar en la organización y en la
dirección de las sociedades en que participan, según sus posibilidades y
capacidades. Es una consecuencia de la libertad y sociabilidad del hombre, y
de la dignidad e igualdad fundamental entre todos.
9) Principio de autoridad o de unidad de dirección
Complementa al anterior, en cuanto que la sociedad necesita una autoridad que
la gobierne, según la recta razón, para la consecución de sus fines. La
participación de todos no puede ser obstáculo a ese principio de autoridad.
Conclusión
Todo lo anterior no es sino un esbozo del contenido de la ciencia ética.
Podemos resumirlo en las siguientes conclusiones:
1) La ética se basa en la antropología, en cuanto que refleja la concepción
del hombre que se tenga. En este orden de cosas, la antropología
aristotélica parece la base más adecuada para una ética correcta.
2) La ética religiosa no cambia la razonabilidad de la ética filosófica,
aunque le añade solidez, seguridad y amplitud.
3) La ética parte, en definitiva, del ser real del hombre y de su fin, para
desarrollar las reglas que permiten alcanzar ese fin a partir de aquella
situación de partida.
4) Toda acción humana tiene una dimensión ética, que le viene dada por su
conexión con el fin del hombre.
5) El criterio objetivo básico de la ética es el bien del hombre. Los demás
criterios son, en definitiva, desarrollos de éste.
6) La ética debe considerar no solo la condición personal del hombre, sino
también su sociabilidad. Hay, por tanto, deberes éticos que se refieren al
ser personal del hombre, y otros que afectan a su condición de ser relacional
-ante Dios, ante los demás y ante la naturaleza-.
7) Los principios éticos no son recetas de aplicación inmediata; no
sustituyen el papel de la conciencia ni la obligación del hombre de conocer
la ley moral y de formar su conciencia.
Notas
1 Quiero manifestar mi deuda con el Prof. Doménec Melé, del IESE, pues he
utilizado ampliamente el material docente preparado por él para el curso de
Etica de la Empresa. Junto con mi agradecimiento quiero manifestar claramente
que cualquier error u omisión que se observe es sólo mío.
Gentileza
de http://www.arvo.net/ para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL