El encuentro con la verdad
Por Ricardo
Yepes Stork
Trato ahora de resaltar algo tan sencillo como el sentido de
la verdad. Imagina por un momento que la verdad universal exista: sería
una suerte de conformidad de las cosas consigo mismas. Los griegos la llamaron
verdad ontológica. Es la primera dimensión: la verdad como realidad.
Imagina además que mi mente es capaz de descubrir esta coherencia interna del
universo (lo admiten muy fácilmente los físicos; a Einstein le gustaba mucho
hablar de ello). Eso querría decir que la verdad no es una creación de mi
intelecto, una suerte de evidencia con la que yo me satisfago a mí mismo en
mi ansia de seguridad racional, sino más bien: el universo tiene un sentido,
una lógica que puedo descubrir. Es el sentido aristotélico de la verdad: mi
mente y la realidad se adecuan. Es la segunda dimensión: la verdad como
manifestación, como adecuación de mente y cosmos.
Es ésta una discusión apasionante en la que los científicos gastan mucho
tiempo. Ni con mucho están de acuerdo. Estamos ante la noción de finalidad.
Si el universo tiene una lógica, entonces hay un proceso. Si hay un proceso,
un sentido surge cuando el proceso culmina. Las cosas desembocan en algo: no
son puro azar. Te hago notar esto sólo por un momento para que sea plausible
nuestra imaginación: la verdad universal es interna al universo mismo
(primera dimensión), y yo tengo acceso a ella (segunda dimensión). Mi
capacidad de razonar es, si me permites el símil informático, el password
que me abre el fichero codificado del cosmos. Pero alguien ha puesto allí el
software.
Admitir esto tiene indudables ventajas. El uníverso y la historia se
convierten en algo unitario que puedo entender. El esfuerzo intelectual de la
humanidad no sería una serie discontinua de intentos de creación de sentido
en un mundo que no lo tiene, sino la historia del descubrimiento del sentido,
del universo y de la propia vida, de la historia y libertad humanas: podemos
entender a los demás porque ellos buscan lo mismo que nosotros: la lógica
del mundo.
Esta postura, enunciada de modo muy incipiente e imperfecto, es más
fructífera que cualquiera de las formas de relativismo que antes te señalé.
Pero aún hay más. Admitir la verdad universal sucesivamente descubierta,
como una tierra ignota que va siendo explorada y colonizada, permite algo
extraordinariamente interesante: la inspiración de mi libertad. Me
explicaré.
La tercera dimensión de la verdad es el encuentro con ella. La verdad ocurre
en la vida humana, tiene lugar. No es sólo un descubrimiento intelectual, una
coherencia lógica. Tiene que ver con la acción. Se trata, por así decir, de
la dimensión existencial de la verdad, de su relación con la
libertad. Es un aspecto que no suele considerarse, pero es, quizá, el más
importante: «La verdad os hará libres», dijo Jesucristo.
La existencia humana es temporal, transcurre en un fluir de vida lleno de
sucesos efímeros. El hombre, cuando vive, acumula experiencia. La
experiencia es el saber que se va logrando a través de la vida vivida
temporalmente. En este ámbito sapiencial de la experiencia es donde tiene
lugar el acontecimiento humano por excelencia. Se trata, como te digo, del
encuentro con la verdad.
[Descripción del encuentro con la verdad]
Primero te lo voy a describir. El encuentro no es un descubrimiento
intelectual, ni una intuición, ni siquiera es el asombro del filósofo que se
queda extasiado ante el fulgor del mundo. El asombro es una experiencia
distinta, de menos nivel. De algún modo es la experiencia de una verdad
ausente, mistérica. Pero el encuentro es distinto. Se trata de una presencia,
de una manifestación.
El hombre es un ser que viaja, que transcurre de un tiempo a otro. En el curso
temporal de la vida aparece de repente lo erguido, lo que se destaca, lo que
se cruza en mi camino. Este carácter subitáneo del encuentro se debe a la
aparición de la verdad. De repente, algo se pone a relampaguear, a irradiar,
hay algo que se torna evidente: es ella.
[El enamoramiento]
La verdad afecta tan profundamente al hombre que le conmueve por completo.
Ésta es la primera consecuencia del encuentro: la conmoción. El
ejemplo más clásico es el enamoramiento. Se puede enamorar uno de una
persona, pero también de un paraje, de una idea, de una causa, de un acto o
una vida ejemplares. La conmoción adquiere un verdadero carácter de metanoia,
de conversión interior. Es la segunda dimensión del encuentro: me transformo
interiormente, descubro que en mi vida ha faltado esa verdad que he
encontrado. Mi vida anterior parece vacía, pobre, pequeña, sin interés,
errabunda, sin sentido último. No me reconozco a mí mismo en ella. Me
parezco despreciable y equivocado: tengo que cambiar, porque hasta entonces he
perdido el tiempo.
El cambio consiste en recibir la tarea que la verdad me encarga. He de abrir
mi vida a una ocupación. El encargo es novedoso, me cambia. Éste es la
tercera característica del encuentro: la reorganización de mi vida para
dedicarme a cumplir el encargo que me adviene en el encuentro con la verdad.
En definitiva, me hago cargo de la verdad, me sitúo ante ella porque ella se
sitúa ante mí: me encarga una tarea, una conquista. La verdad merece ser
conquistada, y ésa es la tarea que aparece como novedad: hacerse con ella.
Un cuarto carácter del encuentro es que me dota de inspiración: un
impulso para ejercer mi libertad tratando de reproducir y expresar la verdad
con la que me he encontrado, y hacerla realidad en mi vida. Inspiración es
actuar conforme al encargo, a la tarea. La verdad tiene un carácter
dinamizante respecto de mi operar. Actúo para responder a la verdad
encontrada. Cuando el encuentro tiene carácter personal, por ambas partes,
puede ser máximamente inspirativo, porque no es algo inerte: el otro, la
otra, me puede responder si diseño mi vida y mi libertad inspirándome en
ella, aceptándola como parte de mi propio proyecto. La verdad llama, tiene
voz. Es alguien que soy capaz de oír. Es lo que algunos llaman vocación.
El encuentro personal es la máxima verdad, porque despierta las energías
humanas más nobles: las que proceden de mi capacidad de dar. El otro, la
otra, sólo pueden ser míos si yo me doy a ellos, y viceversa.
La inspiración se torna también, y es el quinto carácter del encuentro, búsqueda.
El hombre ha entrevisto la verdad, pero no se le da ya poseída con carácter
estático y estable: puede borrarse, alejarse. La verdad se muestra, pero no
se entrega. Ha de ser conquistada, seguida, buscada. El hombre espera el
regreso de la verdad, su darse, su condescender conmigo, su mostrarse a mí.
La realidad, el otro, viene a mí, me busca.
Por eso, lo más maravilloso que a uno le puede suceder en la vida es tener un encuentro personal con la verdad, encontrar una persona verdadera para mí. No cabe mayor inspiración.
Encuentro es, por definición, encuentro con la verdad. Sus consecuencias son
múltiples, y afectan a toda mi vida posterior. Una vida sin inspiración
carece de verdad. El encuentro puede ser más o menos intenso, y puede tener
muy distinto carácter: podemos encontrar la verdad, como te digo, en un
teorema matemático, en una persona de la que nos enamoramos, en una tierra
que perteneció a nuestros antepasados y donde descubrimos las raíces de
nuestro pasado y nuestro futuro; podemos encontrarla en el ejemplo de un
sabio, de un santo, de un hombre de acción, cuyo ejemplo nos conmueve y nos
transmite una verdad, una tarea que es preciso completar y reproducir de
nuevo. Nos podemos enamorar de una obra literaria, de un autor, de un Dios
encarnado que se hace Niño y nos llama a una vida de sacrificio... Hay tantas
formas de encuentro como personas. Todas ellas tienen un carácter
inspirativo. Lo decisivo es preguntarnos qué verdad inspira nuestra vida,
qué alcance tienen una y otra.
Entenderás ahora que cuando me encuentro con la verdad, cuando se me
manifiesta un trozo del sentido de lo real, se pone en marcha mi capacidad
creadora. El hombre y la mujer encuentran en la verdad un arranque a su
capacidad reproductora y artística. Primero porque la verdad hay que decirla,
expresarla, formularla. Es una tarea ingente, que los hombres de todos los
tiempos han procurado llevar a cabo. Después, porque hay que reproducir la
verdad, crear su réplica. Es el sentido más alto de toda creación
artística: expresar la verdad en una obra nueva.
La tarea de mi vida, mi libertad, es también una creación, una recreación,
un desarrollo, una réplica de la verdad. La verdad no es plena si sólo se
conoce, si el hombre no la ejerce y plenifica. No se trata sólo de
entenderla, sino de llevarla a cabo, de vivir la vida humana desde la
inspiración que inocula. La verdad y la vida humana se necesitan mutuamente
para quedar cumplidas.
[La verdad es bella]
Sé que estoy jugando, al hablar así contigo, con el plano artístico, el
ético y el existencial. Pero la verdad transciende esos planos, y al tiempo
está presente en todos ellos. No es una expresión poética. Es algo que
verás como evidente si lo piensas. Decía Platón que la verdad es «el deseo
de engendrar en la belleza». Este pensamiento apunta en esa dirección: la
verdad es bella, y despierta mi deseo de expresarla y reproducirla. Es un
hecho muy claro en la vida de muchos hombres, grandes y pequeños, que una
verdad vista claramente en un momento ha marcado el rumbo de su vida de modo
definitivo. Las grandes gestas humanas (artísticas, religiosas, políticas,
intelectuales...) son fruto de la inspiración que una determinada verdad ha
puesto en las vidas de sus protagonistas.
[El crecimiento del hombre se realiza por su inspiración]
Negar que la verdad existe es negar la mayor parte de la grandeza del hombre.
Suprimirla es suprimir la inspiración, el arte, e incluso el ejercicio de la
libertad. La verdad es algo demasiado grande como para verla sólo como algo
puramente intelectual. No. La verdad es, por así decir, un elemento
constitutivo de la vida humana. Toda vida humana tiene su verdad inspiradora.
Si se adopta una verdad recortada, baja, la inspiración será del mismo
calibre. El crecimiento del hombre se realiza por su inspiración. Es ella la
que enciende las alas de las dormidas capacidades humanas. Por eso las gestas
son tan decisivas. Expresan la máxima tensión de conquista, de esfuerzo, de
expresión de una verdad captada. Y una gesta puede ser, simplemente, subir
una montaña: ¿por qué? Porque está ahí, como dijo sir John Hunt, primer
conquistador del Everest, en 1953. La montaña es una verdad puesta ante mí.
Y pisar su cumbre es poseerla. Quien no entiende el dinamismo humano que late
en esa gesta no entiende al hombre mismo.
El hombre no puede vivir sin la verdad. Carecería de inspiración. La de sir
John Hunt fue concebir, organizar y dirigir la expedición que el 29 de junio
de aquel año impulsó a Hillary y Tensing hasta la cumbre. Sin inspiración
la libertad no se despliega, no se desarrolla. Queda inédita. Podrás
entonces entender que la alegría es la primera expresión humana de haber
encontrado la verdad. Hillary y Tensing dieron saltos de júbilo en el techo
del mundo. Con la alegría ya estoy añadiendo algo a la verdad encontrada y
llevada a cabo. Y añadir es prerrogativa exclusivamente humana.
No es extraño que un mundo relativista sea un mundo triste. No puede concebir
la verdad como un encuentro y un encargo recibido. Por eso se sustituye por su
tratamiento técnico. En él sólo cuenta el resultado, asunto del que ya te
hablé. El resultado es el éxito de la eficacia. Si lo que nos interesa es la
pura estadística de subir un pico de ocho mil metros: ¿dónde queda el
sentido de la aventura, la emoción, la alegría? En ninguna parte: el
resultado, una vez conseguido, deja paso al vacío, no deja nada tras de sí:
es un momento, una formulación abstracta, una estadística, un currículum.
Pero de esto te hablaré en otra carta. Ésta quizá me ha salido demasiado
pretenciosa, y no ha sabido explicar lo que quería.
En Entender el mundo de hoy. Cartas a un joven estudiante
Ed. Rialp, Madrid, 3ª ed. 1999, p.59 s.
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