Libertad de autodonación

por Octavio Rodríguez

“La habitación más íntima del alma humana
es el lugar favorito de la Trinidad”

 

La consideración de la libertad humana, tal como es desarrollada en los escritos de Santa Teresa Benedicta, permite acceder al conjunto completo del mensaje de su vida y obra. “Desde el principio, su ideal fue la libertad”, ha dicho Juan Pablo II, en el acto de su canonización –el 11 de octubre, de 1998– cuando la puso como “ejemplo en nuestro compromiso al servicio de la libertad, en nuestra búsqueda de la verdad” [1].

Las decisiones verdaderamente personales surgen de la interioridad más profunda. Precisamente, la libertad consiste en estar en posesión de las propias decisiones y obrar consecuentemente. La libertad opera, a una con la gracia, desde el mismo fundamento de la vida intelectiva y volitiva.

1. La libertad es constitutiva de la persona humana

“Durante mucho tiempo, Edith Stein vivió la experiencia de la búsqueda. Su espíritu no dejó de buscar, ni su corazón de esperar. Emprendió el camino difícil de la filosofía con un ardor apasionado y, al fin, fue recompensada: conquistó la verdad o, mejor, fue conquistada. En efecto, descubrió que la verdad portaba un nombre: Jesucristo. A partir de ese momento, el Verbo encarnado fue todo para ella.” [2]

Santa Teresa Benedicta, en su última gran obra escrita, la Sabiduría de la Cruz[3], nos ha legado –entre otras tantas cosas– el fruto final de sus consideraciones acerca de la persona humana. En esta obra –y, en general, en el conjunto de sus escritos– conjuga aportes de diversas corrientes del pensamiento antiguo y moderno, para esbozar así una panorámica de la libertad como apertura de la persona al ámbito de lo divino –que conduce, a la vez, a cada cual, a descubrir su misma intimidad personal. Indica, así, un camino que invita –a la filosofía y a la cultura– a respetar la dignidad del hombre, como imagen de Dios. Esto está en consonancia con las enseñanzas del Magisterio: “Para ser libres, nos libertó Cristo” (Gal 5,1)[4]; “El misterio del hombre no se aclara de verdad sino en el misterio del Verbo encarnado (...) Cristo pone de manifiesto plenamente al hombre ante el propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” [5].

El hecho de que ella –Edith– hubiese empleado unos once meses en la redacción de una obra de tal magnitud, indica su dominio del tema, que guiaba, en buena medida, su reflexión filosófica[6]. La Gestapo la aprehendió cuando aun no la había concluido. Venía, por entonces, desarrollándola en torno a algunos textos de San Juan de la Cruz –alusivos a la unión amorosa del alma con Dios.

A propósito de la libertad –tema del presente ensayo– menciona[7] unas palabras del santo doctor, que no está de más traer aquí a colación:

“...Como Dios se le está dando con libre y graciosa voluntad, así también ella [el alma], teniendo la voluntad tanto más libre y generosa cuanto más unida en Dios, está dando a Dios al mismo Dios en Dios, y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios”.[8]

Cuanta mayor unión con Dios, mayor libertad. “La libertad del hombre es una libertad participada”[9]. A este respecto, Santa Teresa Benedicta menciona que la entrega del alma a Dios constituye el ejercicio supremo de su libertad[10]. Según el santo doctor, el centro del alma es Dios. El alma, mediante el amor, alcanza su más profundo centro en Dios[11], ama lo que Él ama. La libre entrega del alma a Dios y de Dios al alma, en espiritual matrimonio, la hace dueña de sí misma y de Dios, su adorado Señor[12].

* * *

Esta unión íntima persiste en medio de las contingencias de la vida. Si la borrasca apaga al mechón apenas humeante, atiza, sin embargo, al voraz incendio: “Grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo” (Cant. 8, 6)[13].

Tan pronto Santa Teresa Benedicta fuera solicitada por los patrulleros de las SS, debe abandonar la clausura conventual que había elegido y aceptar el obligado confinamiento en uno de aquellos grandes campos de concentración a cuya entrada bien se podría leer, paradójicamente, el lema nazi: “el trabajo hace libres”.

¿Tiene sentido reflexionar a partir de lo ocurrido en Auschwitz-Birkenau? ¿Es posible una cultura o una filosofía que tome a cargo la enseñanza proveniente de aquella dramática experiencia? La respuesta es positiva, y viene del mismo lugar en el cual se verificó una de las más horrendas consecuencias del irracionalismo moderno.
Auschwitz no es sólo el lugar en donde el hombre ha estado ultrajado en su dignidad más profunda, sino también el sitio en donde la libertad, al fin de cuentas inalienable, de tantos –como Santa Teresa Benedicta y San Maximiliano María Kolbe– ha permitido que el amor triunfase sobre el odio y sobre el mal, que aparentemente parecían prevalecer. Es la libre ofrenda de sí –manifestación más alta de la persona misma[14]– la que ha permitido a la víctima triunfar sobre su propio verdugo, en el momento en que éste atentaba contra su vida.

De aquí proviene, precisamente, el interés por la concepción steiniana de la libertad como autodonación. Santa Teresa Benedicta vivió, hasta el fin, acorde a esta convicción fundamental. Desde el momento en que pudo presentir el doloroso destino al que estaba llamada a compartir con su pueblo, renovó libremente la ofrenda plena de su vida. Su testamento, escrito antes de que se manifestara abiertamente la persecución nazi, es reflejo de estos sentimientos suyos. He aquí un fragmento:

“Desde ahora acepto con alegría, y con absoluta sumisión a su santa voluntad, la muerte que Dios ha preparado para mí. Pido al Señor que acepte mi vida y también mi muerte en honor y gloria suyas”.[15]

* * *

Dios es Plenitud de Ser y, por tanto, de Vida, Sabiduría, Amor y Libertad. El hombre no es plenitud: está libremente abierto hacia la verdad, la bondad y la belleza plenas. Mediante su acción voluntaria, ha de tender hacia el Bien supremo a través de los bienes que están en conformidad con las exigencias de su naturaleza y de su vocación de hijo de Dios, por participación.

La libertad no consiste solamente en la posibilidad de elegir de cualquier manera; es algo más radical y constitutivo. Está ordenada a la autodeterminación hacia la plenitud personal –mediante el amor de donación[16].
La persona actúa y se constituye libremente según sus decisiones personales, gracias a la capacidad espiritual de “adentrarse” auténticamente en sí, sin estar completamente determinada por condicionamientos físico-instintuales. La posibilidad de moldear la propia personalidad conlleva el cumplimiento de ciertas exigencias. No se realiza “a destajo”. La libertad –la autodeterminación– comporta una relación inmediata con el orden ético. Encuentra su verdadero sentido en la elección del bien moral. Es liberación de un malogramiento de la vida, ocurrido por la automarginación a las exigencias morales.

El ser es actuante y, en el caso del ser personal, su actividad tiene, por lo mismo, un carácter fundamentalmente ético. Sí, la ley suprema es el amor[17]. La libertad tiene como acto propio y principal el amor. El amor, en los actos humanos, lo es todo; nuestra vocación es el amor[18]. San Agustín decía: mi amor es el móvil de mi vida y él me lleva doquiera que voy[19]. Eres libre cuando obras por amor, cuando haces lo que puedes querer amorosamente; pierdes libertad cuando antepones un bien aparente a otro auténtico, cuando permaneces coaccionado por tus caprichos, según una egoísta conveniencia[20]. “A menudo la voluntad del momento no es la voluntad real. Y en el mismo hombre pueden existir decisiones contradictorias”[21]. Por esto, se requiere un esfuerzo para adherirse al bien[22].

Amor, verdad y libertad están intrínsecamente ligados. No hay amor sin verdad, ni verdad sin amor; se conjugan el amor de Cristo y la libertad.[23]

* * *

La intimidad –de donde brota la libertad– es constitutiva de la persona humana. Al hombre le pertenece –íntimamente– tanto lo que hace como lo que le ocurre pasivamente. Intimidad es la actualización de todo cuanto la persona es[24]. La libertad va configurando esta intimidad personal, en la que el hombre va desplegando y construyendo su propia personalidad[25].

Santa Teresa Benedicta, a este respecto, declara: “El hombre está llamado a vivir en su interior y a ser tan dueño de sí mismo como únicamente puede serlo desde allí; sólo desde allí puede hallar el hombre el lugar que en el mundo le corresponde” [26].

* * *

La libertad tiene una dimensión comunitaria; existe verdaderamente sólo cuando los lazos recíprocos, regulados por la verdad y la justicia, unen a las personas. Pero para que estos lazos sean posibles, cada uno, personalmente, debe ser auténtico[27].

Edith Stein, desde la época de sus lecciones con Edmund Husserl y de su encuentro con Max Scheler, se había ocupado de fundamentar la posibilidad de una comunión fecunda entre las personas. De esto da testimonio su amigo-colega Roman Ingarden: “El problema que más la inquietaba era esclarecer la posibilidad de una comprensión entre los hombres. La posibilidad de crear una comunidad –no sólo teóricamente, sino, ante todo, vitalmente– le era muy necesaria”[28].
La libertad es propia de la persona. ¿Qué es la persona?

2. Modo de abordar el tema de la persona humana

Al inicio de su carrera, Edith era simple filósofa –como su maestro Husserl-; mas, después de hacerse católica, añade una faceta teológica definida. La filosofía, al fin de cuentas, queda esclarecida por la fe[29]. Ha llegado al tomismo a partir de la fenomenología y, desde entonces, realiza una síntesis de lo antiguo y lo nuevo, manteniéndose fiel, en muchos puntos esenciales, a ambos sistemas. Muestra de esto es un sencillo ensayo, escrito en el 70 aniversario de Husserl, La fenomenología de Husserl y la filosofía de Santo Tomás[30].

Se mueve, además, en un terreno compartido por la filosofía y la sicología. Aborda la cuestión de la esencia del hombre mediante un enfoque fenomenológico, teniendo en cuenta las concepciones tomistas y los datos aportados por la sicología de su época. A partir del análisis de cómo llegamos a tener conciencia del otro –su tesis doctoral versó sobre la empatía[31]– pasa a considerar más explícitamente –en sus obras posteriores– la constitución del ser humano como ser síquico y espiritual.

A inicios de su carrera docente, en Münster, durante el invierno de 1932/33, Edith imparte un ciclo de conferencias bajo el tema Estructura de la persona humana[32]. En una de tales conferencias, dedicada al fundamento antropológico de la pedagogía, nos explica algunos rasgos generales de su método investigativo.

Según Edith, hemos de comenzar la indagación utilizando, en la medida de lo posible, los medios disponibles del conocimiento natural –filosófico–. Sin embargo, la investigación no queda limitada a este campo, pues interesa abarcar todo cuanto concierna al hombre; por esto, no se ha de renunciar a ninguna fuente que suministre aportes. Así, como apreciadores de un enfoque católico –universal– tendremos en cuenta la conjunción armónica existente entre la verdad natural y la verdad revelada sobrenaturalmente.

El pensamiento católico esboza una concepción global valiéndose de los aportes de la filosofía y de la teología. Aprovecha su mutua complementariedad y respeta su legítima autonomía, pues una y otra tienen diferentes objetos, medios y métodos de conocimiento.

La filosofía, así vista, bebe del conocimiento natural y “tiene en cuenta las verdades de la fe como criterio que le permite someter a crítica sus propios resultados: dado que sólo existe una verdad, no puede ser verdadero nada que contradiga a la verdad revelada”[33]. Además, encuentra en ésta la respuesta a las preguntas a las que no puede llegar por sus propios medios. La teología, por su parte, se ocupa de la Revelación y apela al entendimiento natural en la comprensión, ordenamiento y desarrollo de consecuencias –en cuanto sea posible– de las verdades de la fe[34].
Hay que abordar, pues, plenamente al hombre, y comprenderlo cual se presenta –con las notas que le pertenezcan de suyo– sin preconcepciones rígidas. Partimos de lo que experimentamos como humano en nosotros mismos y en nuestros encuentros con los demás, para captar lo esencial –lo universal– presente en las experiencias particulares.
Cada uno experimenta la condición humana en sí y en otros. En todo lo que experimento me percibo también a mí mismo. Noto la corporalidad y a mí en ella. Mediante tal percepción soy consciente de mí mismo: no sólo de la corporalidad, sino de todo el yo corporal-anímico-espiritual. Estoy abierto para mí mismo y, por eso, también para lo distinto de mí.[35]

3. El cuerpo humano

Se percibe que el cuerpo propio tiene una figura determinada, que se acerca más o menos a la figura normal de la especie hombre. Esta figura normal se presenta en la forma de lo masculino o de lo femenino y, a lo largo de la vida, cambia de acuerdo a cierto patrón de desarrollo. La configuración peculiar de cada cual es indivisible y, a la vez, no reducible a las de los demás. Esta peculiaridad es individualidad.[36]

El cuerpo está estructurado según reglas, conforme al modo de ser del hombre. Lleva en sí un principio de configuración, una forma, un principio intrínseco, que actúa sobre unos materiales –ya físicamente formalizados en cuanto tales– a los que asimila a la forma orgánica a medida que la va constituyendo. Hay una gradación continua entre los niveles de organización –lo subatómico, atómico, molecular, subcelular, celular, tisular, orgánico-sistémico, instintual e intelectivo. Los niveles de organización más complejos contienen en sí lo característico de los niveles inferiores –que conservan su peculiaridad, su forma propia de ser y comportarse.

Cualquier organismo vivo presenta una cierta estabilidad estructural, reactividad y cambios de configuración inscritos en un proceso armónico de desarrollo, modulado de diferentes maneras, tanto por lo genético suyo como por lo circundante ajeno.

4. El alma humana

El ser del hombre implica lo propio de distintos niveles. Para Santo Tomás, el hombre es todo lo que es en virtud de una sola forma –su alma humana, que es un alma racional.

Ahora bien, en este ámbito del alma, es posible distinguir un componente consciente y otro que no lo es; ambos están interrelacionados.

• El componente no-consciente hace referencia a lo condicionado –o sea, a lo involuntario– de ciertas reacciones globales predeterminadas que surgen independientemente de una conciencia de sentido. A éstas las puedo llamar instintuales, para distinguirlas, de alguna manera, de las instintivas, características del comportamiento animal. En el hombre, lo instintual es diverso de lo instintivo de los animales, ya que, en el primero, la vida instintiva es asumida, en cierta medida, por la vida consciente. La conducta personal, en cuanto voluntaria, no es explicable sólo en términos mecánicos de acción y reacción. El flujo de estímulos incitan, pero no determinan de todo el comportamiento. Hay un margen de libre opción.

• Esto conduce a hablar del componente síquico consciente, voluntario. Cada cual, en cuanto racional, sabe de sí mismo –es consciente de sí– y de lo distinto de sí –es consciente de su entorno, de las demás personas y cosas. Está abierto hacia dentro de sí, por la reflexión –por la introspección– y hacia fuera, por la vida de relación. Conoce que, en cierta medida, es responsable de sí, que puede y debe formarse a sí mismo, procurando su realización. En fin, es una persona.

Dicha esfera de la conciencia se refiere, pues, al flujo intelectual constatable reflexivamente. Concierne al núcleo inaparente e indescriptible de la personalidad que reviste de interioridad todos los momentos de la vida[37]. Podemos describir esta fuerza que estructura la psique sin limitarnos a una “topología” en sentido freudiano, ni a un mecanicismo biológico.

Edith Stein nos brinda pautas para ello. Pasa de lo trascendental-ideal husserliano a lo síquico-concreto; confronta epistemológicamente lo filosófico y lo sicológico.

5. El alma en cuanto espiritual

De acuerdo, pues, a la metodología propuesta, es posible abordar el tema del alma, en cuanto espiritual. En verdad, ningún sistema de pensamiento humano alcanzará jamás un punto de perfección que pueda satisfacer plenamente. Sin embargo, es plausible aceptar inicialmente las soluciones que se hayan presentado hasta el momento, como punto de partida para subsecuentes investigaciones.

Las tentativas de comparar el pensamiento fenomenológico y el tomista llevaron a la autora –tal como nos relata en el prólogo de su obra Ser finito y ser eterno– a un intercambio constante de ideas con el jesuita Erich Przywara, entre 1925 y 1931. También recibió mucho de su amiga y madrina de bautismo Hedwig Conrad-Martius. Hubo, realmente, un influjo recíproco.[38]

Luego de un breve cese en su actividad literaria –al inicio de su vida religiosa en el convento carmelitano de Colonia– tras su año de noviciado y por indicación de sus superiores, concluye la redacción de la obra anteriormente mencionada –entre 1934 a 1936–. En algunos de sus apartados encontramos precisiones acerca del concepto de espíritu.

* * *

Lo espiritual pertenece a un plano del todo particular, que sobrepasa el dominio inmediato de la experiencia y no puede ser descrito mediante términos definidos.

Lo espiritual, en el hombre, hace referencia a lo íntimo –a la vida interior– en donde radica la libertad. El alma –espiritual– determina el entero ser de la criatura animada individual, en toda dimensión. El hombre vive a partir de su alma, que es el centro de su ser[39]. El propio ser, el núcleo radical propio de la vida interior, es algo individual, indisoluble, innominable[40].

En contraste con lo material, el ser espiritual es invisible e inasible. Lo espiritual no ocupa ningún campo espacial, sino que permanece en sí, incluso cuando se orienta hacia los objetos.[41] Dios es espíritu. Su reino es, esencialmente, reino del espíritu del cual todo otro ser participa.

6. Cuerpo y alma humanos

El campo de la corporeidad viviente, según lo dicho anteriormente, es el de lo físico –el de los seres netamente espacio-temporales. El campo del alma, a su vez, consiste en una realidad profunda que se desarrolla y manifiesta en una corporeidad viviente. En este sentido, el alma, en cuanto principio de la estructura y fisiología corporal, es una realidad indisoluble del cuerpo viviente, que, a través de su reactividad, interactúa con otros cuerpos. El alma humana posee, además, capacidades espirituales –sólo indirectamente vinculadas al cuerpo– mediante las cuales puede acceder a lo no-corpóreo[42]. El campo del espíritu, por su parte, es el de lo enteramente actual y liberado de las realidades materiales.[43] El alma tiene una naturaleza recóndita; en cuanto abierta a lo supraterreno, es espiritual.

7. Persona divina y persona humana

El concepto de persona ha evolucionado a lo largo de siglos. Los teólogos de los primeros siglos elaboraron el concepto de persona con vistas a aclarar los misterios de la Trinidad y de Dios-hecho-hombre. Primeramente se aplicó al Ser divino; sólo de modo derivado se adaptó, luego, al ser humano.[44]

• Persona divina

Decimos[45] que Dios es Uno en esencia y Trino en personas –o sea, una misma y única Sustancia divina soportada por tres Hipóstasis[46]. Las tres Personas son consustanciales –son el mismo y único Dios– y subsistentes –cada una existe por sí y es irreducible a las otras. Así, en este caso, el término persona no designa diferencia, sino la individualidad de cada una en su relación con las otras.

Lo propio de cada Persona es, pues, ser subsistente. Este concepto de subsistencia esta tomado de la experiencia común: “yo subsisto en mí mismo”. Son tres subsistencias; cada una es un subsistente.[47]

Las Personas divinas son distinguibles por la relación inefable –no sustancial, ni accidental– que guardan entre sí. La Imagen que el Padre tiene de sí mismo es tan perfecta como Él, tan Dios como Él –pues lo abarca totalmente y, a la vez, es abarcada. Se distingue del Padre solamente en que procede de Él, como Hijo. Entre el Padre y el Hijo hay una unidad perfecta. A esta unidad la podemos llamar Amor. Es unidad de Amor recíproco, personal. Es una Persona igual, en todo, al Padre y al Hijo; se distingue de ellos sólo en que procede de ambos. Así como en la Trinidad beatísima hay una sola sustancia, también hay una sola operación. En esta única operación, cada Persona manifiesta lo que le es propio; realiza la misma operación según su propiedad personal. De este modo, todo lo creado procede del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo; y la creación da gloria al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. Amén.[48]
Como vemos, persona tiene aquí, ante todo, una dimensión de relación. Cada persona divina es subsistente y, a la vez, recibe y da todo lo que es a las otras.

• Persona humana

Puesto que toda realidad creada conlleva la imagen –aunque lejana– del Creador, entonces, a partir de lo que Él nos ha revelado de Sí mismo, podremos alcanzar una comprensión mayor del ser finito. Así, esta cualidad de relación –que encontramos como distintivo de las Personas divinas– puede ser vista –análogamente– como distintiva de la persona humana.[49]

La persona humana tiene, por tanto, dos notas características: ser soporte de una esencia y ser relación. Es esencia relacional. Su autonomía y originalidad son, a la par, relación y don de sí.

–La persona como soporte

El ser vivo mantiene una estructura y actividad orgánica que ocurre en el ámbito físico-químico –bajo coordenadas espacio-temporales. En este sentido, tiene una vida física. El ser vivo personal presenta, ciertamente, vida física y, además, la puede experimentar como suya, ya que es soporte (hipóstasis) de ésta (fisis). A esta realidad de ser soporte vital de su misma vida física, la denominaremos vida interior o personal. “La persona humana lleva y abarca su cuerpo y su alma, pero también es llevada y abarcada por ellos”[50]. No es espíritu puro.

“Su vida espiritual se eleva de un fondo oscuro, sube como una llama de cirio brillante, pero nutrida por una materia que no brilla. Y brilla ella sin ser absolutamente luz: el espíritu humano es visible para sí mismo, pero no es del todo transparente; puede iluminar otra cosa sin atravesarla totalmente.” [51]

La persona es un ser sustantivo –o realidad[52] sustantiva– tiene propiedades de suyo[53]. Vive, siente, e intelige sensientemente. La unidad intrínseca de estas notas constituye el sistema de la sustancialidad humana[54]. Los actos de cada persona tienen, así, un carácter vital, intelectivo e histórico.

El hombre, como persona, es, pues, el soporte de una naturaleza dotada de razón[55]. El hombre es realidad personal por ser realidad intelectiva[56]. Razón y espíritu se convienen recíprocamente. Lo que atañe al espíritu, atañe a la razón, y viceversa.

La vida personal es vida racional. El hombre, en cuanto inteligente y volente, está abierto a sí mismo. Soy subsistente en tanto me poseo. El hombre es persona por su racionabilidad[57]. Mediante la razón, se comprende lo conveniente al propio ser y se actúa en consecuencia. Precisamente, en esto consiste la libertad: en conformar el comportamiento adecuado[58], según las exigencias de la propia naturaleza –las mismas de la gracia divina[59]. La persona, en cuanto tal, posee entendimiento y libertad, tiene la posibilidad de decidir sobre sí misma y de formarse a sí misma.

–La persona como relación

Toda persona convive con las demás; su vida misma es un proceso con respecto a los otros. La convivencia es consecuencia de la índole misma personal.[60]

La relación significa respectividad, referencia, polaridad intrínseca de una persona a otra, o a las cosas. El hombre singular, en cuanto relacional, está proyectado y orientado a las cosas, a los demás hombres y a Dios[61]. Es un ser relacionado o, lo que es lo mismo, religado. La religación es una dimensión constitutiva del ser humano. El hombre consiste en religación o religión.[62]

El hombre se realiza viviendo consigo mismo, con las cosas, con los demás hombres. Está con todo aquello con que vive. Aquello en que está, y desde donde se realiza es la realidad. Se realiza como persona gracias a su apertura –a su religación– con la ultimidad de lo real.[63]

El hombre es imagen de Dios. Cualquier imagen está relacionada con el modelo del que depende. El hombre, como imagen, mantiene una relación y dependencia esencial con Dios; a Él tiende y aspira permanentemente. Mantiene una apertura aspirativa, espiritual, hacia Dios, que es Espíritu.[64]

8. El fundamento divino de la libertad humana

En 1941, Sor Teresa Benedicta y su hermana Rosa se vieron precisadas a buscar refugio en un monasterio que estuviese lejos de la jurisdicción nazi. Huyeron, entre tanto, al convento holandés de Echt, en espera del permiso de inmigración suizo. Pese a la premura de adoptar una solución salvadora, los trámites burocráticos las hacían esperar. Pasaban los meses... En esta coyuntura, por consejo de su priora, empieza la redacción de la gran obra Scientia Crucis, en torno a los escritos de San Juan de la Cruz. Nos da, entonces, precisiones acerca de la vida interior. Ha llegado hasta nosotros una expresión suya, de esta época, que servirá de introducción a la presente sección: “Me siento libre desde que entiendo que mi suerte está en manos de Dios”[65].

* * *

Como personas que somos, en tanto espirituales, estamos en el reino de lo espiritual[66]. Sí, todos los seres espirituales son relacionales. En la cúspide del reino de los espíritus está Dios, que sobrepuja todo lo espiritual. Él es el fundamento que da el ser –y lo conserva– a todos los seres. El que sube hasta Él, baja al mismo tiempo hasta su más seguro centro –en donde mora Dios.[67]

¿Cuál es este centro personal?

Todas las potencialidades y actividades síquicas de la persona humana pueden ser vistas como procedentes de un fondo común. Por esto, podemos decir que pertenecen a un mismo individuo y que mantienen, entre sí, una cierta unidad.
Este fondo o centro subyace a la distinción, en la persona, de potencias y actos. Es el ser más profundo del alma, tal como ésta es en sí –independientemente de todo lo provocado en ella por su vida de relación. Posibilita y es previo a lo conceptual. Por lo mismo, es informe y, en buena medida, incognoscible.

Las determinaciones voluntarias se modulan, mantienen y ejecutan a partir de condiciones pre-libres. Hay una patía previa a lo voluntario. El hombre, abocado por la corriente de sus tendencias, se ve movilizado a querer.
Lo preconceptual ha de surcar diversos estratos hasta llegar a ser coordinado y delimitado en conceptos. Cuando los ímpetus nacientes se hacen perceptibles a la conciencia, cabe la posibilidad de modular su desarrollo. El hombre se percata, entonces, de si es bueno o malo aquello a que apuntan sus impulsos. Brotan, pues, los primeros movimientos intelectivos y volitivos; y sólo quien vive plenamente recogido en su interior, es capaz de manejarlos con fidelidad, discerniéndolos y optando en consecuencia. Cuando no ocurre esto, se desarrollan, muchas veces, “antes de que uno se dé cuenta”[68] y conducen a operar en forma más dependiente de condicionamientos, con un menor ejercicio de la libertad personal.

Como vemos, mediante esta actividad centrada –interior– se tiene posesión de las propias decisiones –disponiéndose libremente–, puesto que se opera desde el fundamento del ser personal. Es, precisamente, aquí en donde actúa la gracia de Dios, en conjunción con el libre albedrío. Así, cuando la persona está estabilizada en la profundidad de su intimidad, es dueña de sí y puede proyectarse a donde quiera, sin abandonarse[69]. Sólo en esta forma se adopta una postura ética y se pueden establecer relaciones auténticamente humanas. La equivalencia armónica entre libertad y cumplimiento de lo más adecuado al desarrollo integral personal y comunitario coincide con el precepto divino, que busca nuestro perfeccionamiento humano. La norma natural del propio ser es, pues, una con la norma divina señalada por el Creador del ser. Coinciden una y otra. Por esto, la actitud religiosa –relacional– es la única auténticamente ética. Al obedecer a la ley divina grabada en su conciencia, el hombre ejerce el verdadero dominio de sí y realiza de este modo su vocación de hijo de Dios[70].

La actitud individualista, en contraste, hace que se gire siempre alrededor del propio yo, sin acceder a su profundidad. Si se descuida el núcleo de la personalidad –en donde se está en unidad con su fundamento espiritual, Dios–, las solicitaciones externas y los impulsos internos no integrados hacen que, en cierto modo, se viva fuera de sí. El hombre, entonces, se rige por sus pasiones, obra inducido, sin verdadera autonomía[71]. No hay cadenas de esclavitud más poderosas que las de las pasiones desordenadas. Bajo su yugo, el alma y el espíritu pierden su centro, su vigor y salud, su claridad y belleza.[72]

9. Unión con Dios

Dios es fuente de nuestra existencia. Existir, para nosotros, es estar en relación con esa fuente original, sumergirnos y renovarnos en ella. Quien se pierde, en dicha fuente, se encuentra a sí mismo. La autodonación a Dios es el hallazgo de sí.. Sólo en Dios encontramos la verdad de lo que somos. Es la paradoja evangélica: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien la pierda por Mí y por el Evangelio la encontrará”. San Agustín decía: “Hay algo en mí que es más yo que yo mismo”; “entra en ti mismo, en el interior del hombre habita la verdad”[73]. Para Santa Isabel de la Trinidad[74], el centro del alma es la sede del amor y el lugar de habitación privilegiado de Dios-Trino: “Cuando el alma posee un solo grado de amor, está ya en su centro; pero cuando este amor haya alcanzado su perfección, el alma habrá penetrado en su centro más profundo” [75]

Una opción real y auténtica sólo es posible desde lo profundo del alma, centro de la más perfecta libertad. En el propio interior ocurre la unión de amor con Dios. Quien se entrega al Espíritu de Dios y se deja guiar por Él, es libre.

La Inmaculada Virgen, al consagrarse, libremente, como esclava del divino Amor, es ejemplar de esta unión humanizante, por la que lleva, en su interior, al Autor de la vida.

10. “Libre, aunque cautiva”

Se podría pensar que la adversidad exterior fuera un obstáculo para esa libertad interior otorgada por el amor divino, pero no es así. El amante San Pablo podía, paladinamente, decir: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? (...) Pero en todo esto salimos vencedores gracias a Aquel que nos amó” (Rom, 9, 35-37)[76].

* * *

Santa Teresa Benedicta también ha dado un testimonio en este sentido. En la tercera parte de su manuscrito –en el que continúa el comentario en torno a la obra de San Juan de la Cruz– empieza a darnos algunos detalles de la mística vida de unión entre el alma y Dios. Su tarea quedará inconclusa: aquel 2 de agosto, es solicitada, con urgencia, a la puerta del convento. En este momento culminante de su vida, empezará a conocer, como discípula de la Cruz, más de cerca, esta sabiduría escondida, que le permitirá mantener su libertad de espíritu en las circunstancias más adversas. Lo que no alcanza a dejarnos patente en su obra escrita, queda en su vida.

Los SS han llegado. Sor Teresa toma consigo su breviario y dice a su angustiada hermana: “¡Ven, Rosa! ¡Vayamos al encuentro de nuestro pueblo!”. Había pasado de la docencia universitaria a la paz del Carmelo y de ésta, al aterrador campo de concentración. Llamada a rendir indagatoria, saluda a sus aprehensores con la expresión “¡alabado sea Jesucristo!”[77]

Ambas hermanas fueron empacadas en un vagón de deportados. Su expresión trasluce dolor, dignidad y serenidad. Procura infundir alientos: –“Pase lo que pase, estoy dispuesta a todo. El Niño Jesús está también aquí, en medio de todos nosotros”.

“Es fuerte el amor como la muerte,
implacable como el sheol la pasión
Saetas de fuego, sus saetas,
una llama de Yahveh” (Cant. 8,6)[78]

Se podrá recordar, años después, su bondad con los demás prisioneros del campo de concentración: su atención particular a las madres que desfallecían; su ternura con los niños pequeños, a los que lavaba, peinaba y procuraba pequeños alimentos. –“Hasta ahora he podido rezar y trabajar. Espero que podré seguir rezando y trabajando”, se la oyó decir.[79]

“No se puede adquirir la ciencia de la Cruz más que sufriendo verdaderamente el peso de la Cruz. Desde el primer instante he tenido la convicción íntima de ello y me he dicho desde el fondo de mi corazón: Ave, o Crux, spes unica!” [80]

* * *

• El mal uso de la libertad

El horror y la barbarie infringidas por unos hombres a otros –el campo de exterminio es un trágico, aunque no único, emblema– nos increpa, en últimas, acerca de nuestras concepciones y modos de vida, algunos de ellos, acaso, aceptados sin suficiente reflexión.

¡Cuántas veces resurge esta amenaza del mal –que puede arraigarse, paradójicamente, en los mismos corazones– con sus efectos inconmensura-bles en la vida de tantos, hasta el punto de parecer impedir su realización personal integral!
Junto a todos los bienes de nuestra sociedad, también hay males morales profundos –consecuencia del mal uso de la libertad–, que reclaman atención. Lo constatamos a diario. En una misma semana, por ejemplo, podemos recibir noticias acerca de la desarticulación de una red de proxenetas y, por otra, la solicitud de instauración de “zonas de tolerancia”; o, encontrar, en un mismo Estado, la penalización por maltrato infantil y, al mismo tiempo, la práctica “legal” del aborto por decapitación, tras nacimiento parcial. En realidad, a nombre de la libre determinación de los individuos y de las colectividades, se efectúan discursos a favor de las más disímiles causas. Los mismos actores de un conflicto armado pueden invocar, de una u otra forma, propósitos de paz, de libertad, de progreso...
Las palabras tienen su historia. Con el paso del tiempo, pueden sufrir, más o menos, altibajos en su apreciación. Si habláramos de ranking, hay algunas que lo mantienen alto, entre ellas, precisamente, libertad y liberación. Pero, como vemos, a nombre de la libertad, ¡cuántos atropellos pueden ejecutarse! Se emplea, esta palabra con poca precisión, con poco rigor, sin tomarla completamente en serio.

Todos apreciamos la libertad. Mas, es conveniente tener una apreciación adecuada de ella. Hay, en nuestra sociedad, una serie de elementos que refuerzan y dan difusión a determinadas interpretaciones. Se invita, en muchas ocasiones, a cruzar la puerta ancha de la permisividad y a dejar de lado la puerta estrecha del discernimiento y de la renuncia[81]. Así, por ejemplo, a través de los medios de comunicación masiva, puede desarrollarse toda una estrategia de propaganda que pone el énfasis en un consumo injustificado, como manifestación de una pretendida autonomía.

• La influencia social y la comprensión de la libertad

En la sociedad, se implantan vigencias. Los usos sociales que configuran nuestra vida –y la regulan y dan facilidades– al mismo tiempo le quitan algo de espontaneidad y autonomía. Encontramos presentes unos modos de vida familiar y social. Recibimos, con ellos, una interpretación de la vida, del mundo, de las relaciones interpersonales... Podría pensarse que los comportamientos más usuales son los más adecuados a la naturaleza humana. Pero esta identificación no es siempre valedera.[82]

El riesgo está cuando aceptamos, de forma meramente pasiva, lo dado por la sociedad, sin preguntarnos acerca de su fundamentación, sin procurar darle sentido, simplemente arrastrados por la corriente de lo acostumbrado. Dejamos que nuestra vida sea configurada de fuera y renunciamos así a optar personalmente, con íntima convicción. Libertad es lo que uno puede querer personalmente, dice Julián Marías. Hay un uso restringido de la libertad cuando no se decide adecuadamente, a causa de coacciones externas o internas; cuando se hace algo porque sí, porque se dice que está bien...
Hay vida social sana cuando los integrantes de la colectividad afirman y ejercen su libertad. No la hay cuando unos cuantos se aprovechan de los mayores recursos para manipular a los demás. El mero cambio de estrategias políticas y económicas no basta para aportar un remedio cierto. Se requiere llegar al meollo de la moralidad individual, a la personalidad de cada cual, allí desde donde se ejerce la libertad.
Santa Teresa Benedicta nos ofrece un modelo de libertad del cual inspirarnos y la ayuda de su intercesión para llevarlo a cabo.


--------------------------------------------------------------------------------

[1] La documentation catholique, n.2192, nov 15 de 1998, p.955-956.

[2] Juan Pablo II, Homélie de la cérémonie de canonisation de Sœur Thérèse Bénédicte de la Croix, en La documentation catholique, n.2192, nov 15 de 1998, p.955

[3] “Kreuzeswissenschaft –Studie über Johannes a Cruce”, in Edith Steins Werke, Band I, Herder, Friburgo i. Br., 1950. En español: Ciencia de la Cruz –estudio sobre San Juan de la Cruz, traducción de Lino Aquésolo, Monte Carmelo, Burgos, 1994

[4] Biblia de Jerusalén, Porrúa, México, 1988, p. 1670

[5] Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes, 22, traducción de Gustavo Vallejo, Ediciones Paulinas, Bogotá, 1981, p.139

[6] cf. D’Ambra Michele, “Il mistero e la persona nell’opera di Edith Stein –un itinerario alla recerca della verità”, en Aquinas, v.34, n.3, 1991, 581

[7] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “La gloria de la Resurrección”, en Ciencia de la Cruz –estudio sobre San Juan de la Cruz–, o.c., p. 253

[8] Tomo directamente la versión española: San Juan de la Cruz, “Llama de amor viva”, 78, en Obras completas, Monte Carmelo, Burgos, 1982, p.1342

[9] Congregación para la doctrina de la fe, Instrucción sobre libertad cristiana y liberación ‘Libertatis nuntius’, 29, 1986, http://www.multimedios.org/bec/etexts/libnun.htm

[10] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “El alma, el yo y la libertad”, en Ciencia de la Cruz –estudio sobre San Juan de la Cruz–, traducción de Lino Aquésolo, Monte Carmelo, Burgos, 1994, p. 192

[11] San Juan de la Cruz, “Llama de amor viva”, 78, en o.c., p.1196

[12] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “El alma, el yo y la libertad”, en o.c., p. 193

[13] Biblia de Jerusalén, Porrúa, México, 1988, p. 923

[14] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “El alma, el yo y la libertad”, en Ciencia de la Cruz –estudio sobre San Juan de la Cruz–, o.c., p. 215

[15] Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “Testamento”, en Los caminos del silencio interior, traducción de Andrés Bejas y Sabine Spitzlei, Espiritualidad, Madrid, 1938, p.189

[16] cf. Clavell, Lluis, Necesidad de la Filosofía para la Teología en la actualidad, Arvo Comunicación, Barcelona, 2000, http://uvst.balmesiana.org/es/UVST.htm

[17] cf. Mt 23, 36-40

[18] cf. Santa Teresita del Niño Jesús, Carta a Sor María del Sagrado Corazón, Manuscrito B, F3b, traducción de Emeterio G. Setien, Monte Carmelo, Burgos, 1984, p.230

[19] cf. Confesiones, XIII, 10,1, Traducción de Antonio Brambila, Ediciones Paulinas, SantaFé de Bogotá, 1985, p. 480-481

[20] cf. Marías, Julián, “San Agustín”, en Los estilos de la Filosofía, Renato de Moraes, Madrid, 2000, http://www.hottopos.com/

[21] cf. Congregación para la doctrina de la fe, Instrucción sobre libertad cristiana y liberación ‘Libertatis nuntius’, 25, 1986, http://www.multimedios.org/bec/etexts/libnun.htm

[22] cf. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes, 37,2, Ediciones Paulinas, Bogotá, 1981, p.150

[23] cf. Juan Pablo II, Homélie de la cérémonie de canonisation de Sœur Thérèse Bénédicte de la Croix, en La documentation catholique, n.2192, nov 15 de 1998, p.955

[24] cf. Zubiri, Xavier, “La personalidad como modo de ser”, en Sobre el hombre, Alianza, Madrid, 1986, p.135

[25] cf. Zubiri, Xavier, “La personalidad como modo de ser”, en o.c., p.148

[26] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “El alma, el yo y la libertad”, en Ciencia de la Cruz, o.c., p.189

[27] cf. Congregación para la doctrina de la fe, Instrucción sobre libertad cristiana y liberación ‘Libertatis nuntius’, 26, 1986, http://www.multimedios.org/bec/etexts/libnun.htm

[28] Ingarden, Roman, Il problema della persona umana. Profilo filosofico di Edith Stein, Il Nuovo Areopago, Bologna, 1987, n.21, p.33. Citado por D’Ambra, Michele, “Il mistero e la persona nell’opera de Edith Stein”, en Aquinas, v.34, n.3, 1991, p.583.

[29] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Die Phänomenologie Husserls und die Philosophie des hl. Thomas von Aquino, Halle a.d. Salle, Max Niemeyer Verlag, 1929, p. 320. Citado por kalinowski, Georges, ”Edith Stein et Karol Wojtyla sur la personne”, en Revue Philosophique de Louvain, v.82, n.56, 1984, p.547

[30] Festschrift, Edmundo Husserl zum 70. Geburtstag gewidmet, Halle, Niemeyer, 1929, p. 315 s, en Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “Prólogo a la edición en alemán”, en Ser finito y ser eterno –ensayo de una ascensión al sentido del ser, traducción de Alberto Pérez, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, p.13, nota a pie de página.

[31] cf. Bello, Angela, “Psicologia, fenomenologia, scienze umane in Edith Stein”, en Aquinas, Pontificia Università Lateranense, Mursia, v.40, n.1, 1997, p.59

[32] Der Aufbau der Menschlichen Person, Archivum Carmelitanum Edith Stein, in Zusammenarbeit mit der niederländischen und der deutschen Ordensprovinz der Unbeschuchten Karmeliten, Band XVI, Herder, Freiburg-Basel-Wien, 1994. Edición en español: La estructura de la persona humana, traducción de José Mardomingo, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1998.

[33] Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “La antropología como fundamento de la pedagogía”, en La estructura de la persona humana, o.c., p.47

[34] cf. Ibidem

[35] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “La antropología como fundamento de la pedagogía”, en La estructura de la persona humana, o. c., p.55

[36] Ibidem, p.59

[37] Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Psicologia e science dello spiritu, Città Nuova, Roma, 1996, p.57. Comentada por D’Ippolito, Bianca Maria, “L’analisi fenomenologica dell’anima”, en Aquinas, Rivista Internazionale di filosofia, Pontificia Università Lateranense, Mursia, v.40, n.1, 1997, p.63

[38] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “Prólogo a la edición en alemán”, en Ser finito y ser eterno, o.c., p.14-17

[39] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “Resumen del concepto de forma”, en Ser finito y ser eterno, o.c.,. p.246.

[40] Ibid., p.249

[41] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “Materia y cosa, materia y espíritu”, en Ser finito y ser eterno, o.c., IV, 3, t, p.234-235

[42] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “El hombre como animal”, en La estructura de la persona humana, o.c., p.96-97

[43] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “Segundo grado: seres vivientes, cuerpo-alma-espíritu como formas fundamentales del ser real”, en Ser finito y ser eterno, o.c., IV, 4, h, p.262

[44] cf. Diccionario Teológico-enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1996, p. 763

[45] “Decimos”: lo expreso en plural ya que, tal como destaca el Catecismo, “nadie puede creer solo”. “Creemos” se refiere a la “fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes”. Catecismo de la Iglesia Católica, 166-167, Asociación de Editores del Catecismo, Barcelona, 1993, p.46-47

[46] Con respecto a la Trinidad, no nos referimos a soportes o hipóstasis de accidentes algunos, sino que empleamos estos términos en el sentido de subsistencias

[47] cf. Zubiri, Xavier, “La Trinidad”, en El problema teologal del hombre: cristianismo, Alianza, Madrid, 1997, p. 122

[48] cf. Instituto Internacional de Teología a Distancia, “Conceptos fundamentales de la teología trinitaria”, en Dios Uno y Trino, IITD, Madrid, 1989, p.312-324

[49] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “Imagen de la Trinidad en la creación”, en Ser finito y ser eterno, o.c., p.371

[50] Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “Imagen de la Trinidad en la creación”, en Ser finito y ser eterno, o.c., p.380

[51] Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “Imagen de la Trinidad en la creación”, en Ser finito y ser eterno, o.c., p.380

[52] La realidad de algo consiste en que haya notas que pertenezcan a la cosa “de suyo”, o sea, que no sean sólo signos de respuesta. Cf. Zubiri, Xavier, “La realidad humana”, en El hombre y Dios, Alianza, Madrid, 1983, p.18

[53] cf. Zubiri, Xavier, “La Trinidad”, en El problema teologal del hombre: cristianismo, o.c., p.122

[54] cf. Zubiri, Xavier, “La realidad humana”, en El hombre y Dios, o.c., p.39

[55] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, o.c., p.377

[56] cf. Zubiri, Xavier, “El carácter del diálogo”, en El problema teologal del hombre: cristianismo, o.c., p.35

[57] cf. Zubiri, Xavier, “El acceso a Dios en Cristo”, en El problema teologal del hombre: cristianismo, o.c., p.67

[58] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, o.c., p.378

[59] cf. Congregación para la doctrina de la fe, Instrucción sobre libertad cristiana y liberación ‘Libertatis
nuntius’, 30, 1986, http://www.multimedios.org/bec/etexts/libnun.htm

[60] cf. Zubiri, Xavier, “El carácter del diálogo”, en El problema teologal del hombre: cristianismo, o.c., p.35

[61] cf. San Buenaventura, III Sententiarum, d.5, a.2, q.2, ad 1, Citado en Merino, José, “Antropología fundamental en San Buenaventura”, en Verdad y Vida, 1974, n.128, p.445-478

[62] cf. Zubiri, Xavier, “El problema teologal del hombre”, en Siete ensayos de antropología filosófica, Universidad de Santo Tomás, Bogotá, 1982, p.175-187

[63] cf. Zubiri, Xavier, “La realidad humana”, en El hombre y Dios, Alianza, Madrid, 1983, p. 372-373

[64] cf. Merino, José, “Dios como problema y solución”, en Historia de la filosofía franciscana, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1993, p.73-84

[65] Gil, Eduardo, “Ahora que son las doce”, en Revista Vida Espiritual, n.128-129, p.105

[66] Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “El alma en el reino del espíritu y de los espíritus”, en Ciencia de la Cruz, o.c., p.179

[67] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “El alma en el reino del espíritu y de los espíritus”, en Ciencia de la Cruz, o.c., p.181-182

[68] Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “El alma, el yo y la libertad”, en Ciencia de la Cruz, o.c., p.187

[69] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “El alma, el yo y la libertad”, en Ciencia de la Cruz, o.c., p.189

[70] cf. Congregación para la doctrina de la fe, Instrucción sobre libertad cristiana y liberación ‘Libertatis nuntius’, 30, 1986, http://www.multimedios.org/bec/etexts/libnun.htm

[71] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, “El alma, el yo y la libertad”, en Ciencia de la Cruz, o.c., p.193-195

[72] cf. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Exaltation of the Cross, September 14, 1941, ICS Publications, www.ocd.or.at/ics/edith/stein_20.html

[73] cf. Daniélou, Jean, “La Trinidad y el alma”, en La Trinidad y el misterio de la existencia, traducción de José Bescós, Ediciones Paulinas, Madrid, 1969, p.30-32

[74] Carmelita descalza, 1880-1906.

[75] Santa Isabel de la Trinidad, citada por Philipon, M, “La habitación de la Trinidad”, en La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad, Gómez L, Pamplona, 1957, p.93

[76] Biblia de Jerusalén, Porrúa, México, 1988, p. 1622

[77] cf. Gil, Eduardo, “Ahora que son las doce”, en Revista Vida Espiritual, n.128-129, p.109

[78] Biblia de Jerusalén, Porrúa, México, 1988, p.923

[79] cf. Gil, Eduardo, “Ahora que son las doce”, en Revista Vida Espiritual, n.128-129, p.117

[80] Telegrama de Edith antes de su traslado a Auschwitz, en Gil, Eduardo, o.c., p. 118

[81] Juan Pablo II, Homélie de la cérémonie de canonisation de Sœur Thérèse Bénédicte de la Croix, en La documentation catholique, n.2192, nov 15 de 1998, p.955

[82] cf. Marías, Julián, “La moralidad colectiva”, en España posible del siglo XXI, Sylvio Horta, Madrid, 1998, http://www.hottopos.com/notand2/la_moralidad_colectiva.htm A él sigo en toda esta sección.

Gentileza de http://www.arvo.net/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL