IV. LA PERSONA FIN EN SI MISMA, NO DE SÍ MISMA
Por Antonio Orozco-Delclós
La
persona, para Dios, no es un medio, sino un fin; tiene dignidad no de medio,
sino de fin; no de instrumento, sino de sujeto con valor último. Con motivo
infinitamente más grave, ninguna criatura tiene derecho a tratar a otra
persona como "su" medio o "su" instrumento. La persona
creada no puede considerarse como un simple medio para la perfección del
mundo o de una especie, aunque se trate de la humana. La persona no existe
sólo para representar una especie, como acontece a los individuos
irracionales, que no tienen dominio de sí, ni del mundo, ni saben lo que
hacen, ni para qué lo hacen, ni para que sirven. La persona no ha sido creada
por otro fin distinto de ella misma. La persona no es "para" nadie
en el sentido de "medio" o "instrumento" utilizable para
alcanzar los fines de "otro", ni siquiera de Dios.
LAS PERSONAS CREADAS NO SON FIN DE SI MISMAS
Ahora bien, no es menos cierto que siendo la persona un fin en sí misma no es
en modo alguno fin de sí misma. Las personas creadas no son "último fin
de sí mismas". Ultimo fin sólo es Dios. Pero insisto, Dios nos crea no
como "medios" para obtener El algo que no tenga o no pueda. Esto es
imposible. Si decimos que el fin del hombre es dar gloria a Dios, no queremos
decir que Dios "necesite" que le demos gloria, sino que nosotros
necesitamos dar gloria a Dios para ser hombres cabales, perfectos, intelectual
y afectivamente "satis-fechos".
Dios no me ha creado para convertirme en "medio" de conseguir algo
"para El". No; El me ha creado por amor, porque El es amor. Y me ha
creado para el amor, para amarme y para que yo encuentre en El la infinitud de
la perfección, que no es otra cosa que Amor.
En rigor, a Dios sólo le interesa el amor, precisamente porque El es Amor.
Tan es así, tanto ama nuestra personeidad, y nuestra libertad, que incluso
corre el riesgo de que la usemos mal y nos condenemos eternamente a no amar ya
nunca más; que elijamos la aberración de no amarle. Porque lo único que le
interesa es que amemos, y no de cualquier manera, como, por ejemplo, el ratón
ama el queso y va flechado a él si tiene hambre; sino como seres libres, que
quieren porque quieren, en otras palabras, que aman porque eligen amar, es
decir, que aman con un amor que no es de necesidad sino de dilección. Este es
el amor más alto y perfecto, este es el amor con que Dios lo ama todo, que en
la criatura (que nunca pueda ser infinita en acto perfecto), conlleva el
riesgo de poder elegir no amar y no querer al Amor. Misterio no pequeño,
ciertamente, es esa "predilección" de Dios por el amor de
dilección, que lo quiere de tal modo que corre el riesgo de la traición.
Esto no lo entendemos del todo porque no podemos tampoco entender hasta el
fondo la hondura de un Amor infinito. En la medida en que se conoce el Amor -
es el caso de los santos - se entiende la decisión divina. Cuando alguien
está muy unido a Dios por el amor, entiende más el amor, la libertad, el
infierno y el cielo, en fin, el valor inmenso de cada persona, la encarnación
del Verbo, su nacimiento en Belén, su trabajo en Nazaret, su salir al
encuentro de las gentes, su pasión, su cruz y su resurrección...
LO JUSTO ES EL AMOR
El valor de la persona es tal -escribía el entonces Cardenal Karol Wojtila,
hoy Romano Pontífice Juan Pablo II- que ante ella sólo el amor es la actitud
justa. Y el amor quiere al otro por sí mismo, no porque le sirva o resulte
útil. La persona no se encuentra en la lista de las cosas "útiles"
o "instrumentales". Por eso dice A. Rodriguez Luño: "siempre
que tu acción se refiera a la persona, propia o ajena, no olvides que no
estás ante un simple medio instrumental; ten en cuenta, por el contrario, que
ella tiene también su propia finalidad."
Dios no nos crea y ama porque le resultemos "útiles". Dios nos
amaría aunque estuviésemos paralíticos del todo, aunque "no
sirviéramos para nada". Dios no nos ha creado para "servir-le"
sino para amar, para amarnos y para que le amemos. Y resulta que al amarle,
nuestro mayor gozo es servir a sus designios de amor sobre la Humanidad. En el
fondo, cuando el hombre es generoso con Dios, al querer a Dios, quiere lo que
Dios quiere, y sin querer está sirviendo a toda la humanidad y a sí mismo.
La persona vale en la medida en que ama, un hombre vale lo que vale su
corazón. Y mientras el corazón esté latiendo y sea capaz de amar o de
convertirse al amor, es un crímen quitarle la vida, también cuando se hace
"por compasión". Esa compasión más bien es un egoísmo de los que
tienen que sufrir algo con el "inútil", porque si le amarán de
verdad, lo que harían es consolarle en el sufrimiento, poner todos los medios
a su alcance para persuadirle, si no lo está, de que su existencia, sigue
siendo más valiosa que el universo y merece cualquier sacrificio.
Dios nos trata con gran "reverencia", dice la Escritura. Pues bien,
si esto es así, si Dios se niega a tratarnos como "medios" o
simples "instrumentos", quiere decir que cuando la criatura humana
trata a otra criatura humana como "medio" de satisfacer sus
caprichos o sus apetencias personales, por legítimas que éstas sean de suyo,
ofende gravemente al Creador, porque está tratando a la persona como una
cosa, está asumiendo un dominio sobre el otro que ni siquiera Dios reclama
para sí.
UNA CONSECUENCIA PRÁCTICA PARA LA BIOÉTICA
La pareja que se crea con "derecho" a "tener un hijo",
está negando al hijo la cualidad y los derechos de la "persona";
niega de hecho que sea "un fin en sí mismo" y lo convierte en
"medio" para satisfacer las propias apetencias, cosa que no hace ni
el mismo Dios. No cabe olvidar que en ningún caso el fin bueno justifica un
comportamiento intrínsecamente malo. Y, sin duda, tratar a la persona como
medio, es muy grave.
La persona que se arroga el "derecho" no de engendrar mediante un
acto de amor (único modo digno de poner en la existencia a una persona), sino
de "producir" el ser de otra persona, está tomando a la persona no
como lo que es y ha de ser -un don del Creador-, sino como una cosa de la que
puedo disponer a mi antojo, como algo que está a "mi servicio",
como un "medio" de satisfacer apetencias que pueden ser muy nobles,
pero que no justifican la reducción de lo que sustancialmente es fin, a un
simple "medio para mí".
Ya se comprende que instrumentalizar, objetualizar, cosificar de un modo u
otro la persona es algo monstruoso: éticamente, o lo que es lo mismo,
humanamente hablando es una barbaridad, un acto salvaje, vale decir un
"sacrilegio", porque no en balde se ha dicho siempre en el
cristianismo y aun al margen de él, que la vida humana - toda vida humana -
es sagrada . Y lo es cualquier que sea su raza, su buena o mala formación o
su pequeño o grande tamaño.
FINITUD E INDIGENCIA
La persona humana no puede vivir sólo en su intimidad y de su intimidad. La
autoposesión y autonomía no equivale a autofundamentación o
autosuficiencia. La persona humana no sólo tiene un cuerpo que requiere de un
ámbito del que nutrirse, en el que moverse y respirar, en definitiva,
subsistir. Su ser y su vivir es finito: no es pleno ni autosuficiente. Incluso
su vida intima necesita nutrirse de lo que no es él mismo: del conocimiento
de cosas que no son "yo" y del amor de "yoes" que no son
"yo".
LA PERSONA N0 CREA EL SENTID0 DE SU EXISTENCIA
No es creadora de sí. Su sentido se lo da el Creador. Está sujeta a un orden
ético objetivo. Esta obligada a ciertas prestaciones sociales y
profesionales. Incluso en casos extremos puede y debe hacer un sacrificio
personal notable y total, que coincida con la realización más excelsa y la
valoración más plena de su personalidad ética.
Todo esto se encuentra en las raíces éticas de nuestra civilización y su
fundamentación última se halla en el hecho de la Creación (Dios). Además,
a la luz de la Revelación la persona se ve realizada al presentarse como
imagen hecha a semejanza de Dios y llamada a la filiación divina en Cristo
Jesús. Dios ha creado al hombre para que sea señor de sí mismo y del mundo:
"Creced y multiplicaos y dominad la tierra..."
Todo el universo nuestro ha sido creado para ser dominio del hombre; para que
el hombre sea señor del universo. ¿Cómo se hará esto? Mediante el
conocimiento científico y las técnicas que de él se derivan. Pero la
ciencia y la técnica servirán al señorío del hombre sólo si de veras
"sirven" al hombre, es decir, si respetan y velan por la dignidad de
la persona humana, si tratan a la persona no como un medio, sino como un fin.
Pero si la ciencia y la técnica se utilizan para "cosificar" al
hombre, para convertirlo en un medio para otros individuos o colectivos, en
objeto de experimentación o en simple instrumento de placer, entonces sería
mejor ignorarlas completamente.
Desvelar cada vez más la dimensión inconmensurable de la persona, es lo que
todos, científicos y humanistas, obreros y empresarios, eruditos o ingenuos,
habríamos de hacer sin cansancio. Si así lo hacemos, estoy convencido de que
el futuro nos va a sonreír.
Pero cuando alguien habla con "esperanza en el futuro", yo le
pregunto o, al menos, me pregunto: "y ¿quién es el futuro? ¿quién es
"ese señor"? La respuesta habría de ser: ese "señor" al
que me refiero -si es alguien- no puede ser otro que el Señor de la Historia.
Es Dios, que no era ni será, sino que sencilla y magníficamente ES. Y así
la esperanza no es un simple deseo de que las cosas vayan mejor, sino un saber
cierto: si yo hago esto, es seguro que el futuro me sonríe.
ERRORES SOBRE LA PERSONA
Como es bien sabido, en la época de Descartes, el pensamiento se encontraba
en un atolladero. Reinaba el escepticismo. No parecía ser posible la certeza:
ninguna certeza.
Descartes, sin embargo tenía una confianza absoluta en la razón,
concretamente en "su" razón. Analizó la duda en sí, fingió una
duda universal, a ver qué pasaba. Y le pareció claro que si dudaba de todo,
una cosa era cierta, que dudaba. Y si dudaba, pensaba. ¡Pienso!... ¡Luego
existo!
Esto le parecía de una evidencia indiscutible. Puedo dudar de todo menos de
que pienso. Y Descartes pensó que su pensamiento se bastaba para demostrar
que existe todo cuanto existe.
Este argumento condujo a verdaderos quebraderos de cabeza. Pero ahora nos
interesa uno: Descartes, entusiasmado con el pensamiento, considero claro e
inequívoco que la esencia del alma consiste en pensamiento. De modo que el
alma sería el yo pensante. Descartes identifica el yo con el pensamiento, el
alma con la consciencia. Ser persona será lo mismo que ser consciencia.
"¿Qué soy yo entonces? -se pregunta-. Una cosa que piensa. Y qué es
una cosa que piensa? Una cosa que duda, que entiende, que afirma, niega,
quiere, rehusa, y también imagina y siente"
Descartes llega a identificar a la persona con sus actos.
Ser = pensar = consciencia = persona = actos de la persona
Descrates piensa que el alma sigue existiendo cuando dormimos, pero fiel a su
error, concluye que el alma piensa cuando está dormida... en virtud de sus
ideas innatas.
MAX SHELLER
Como sucede con otros errores cartesianos, cuando evolucionan se vuelven
explosivos. Como no es muy convincente lo de que el alma piense mientras
duerme, pero el problema ya está planteado, entonces vendrán otros, como Max
Scheller, que dirán: "la persona no es, actúa". Dice que "en
cada acto está la persona total y toda la persona cambia en cada acto... No
es necesario un ser permanente que se conserve a sí mismo en esta sucesión
de actos" . Hume suscribiría gustoso esa frase. Scheller imagina
personas colectivas, personas morales, pero no en un sentido meramente jurdico,
sino real.
Ha quedado identificado ser (persona) y consciencia.
Consecuencia: si algo no es consciente no es persona.
Parece que el niño en el seno de su madre no tiene consciencia de sí. Luego,
no es persona. Luego, no tiene derecho a la vida, etctera.
De este modo queda patente la necesidad de un conocimiento metafísico,
verdadero, de la persona, que llegue hasta la "personeidad" misma,
que no puede ser una perfección a la que se accede por alguna actividad u
operación, sea la consciencia o cualquier otra.. La "personeidad"
tampoco es una perfección que admita grados, que pueda existir según mayor o
menor medida. Se es persona o no se es. Lo que no tiene sentido es pensar que
alguien es "un poco" persona, "no tanto" como, por
ejemplo, yo.
Las perfecciones que la persona alcance no la convertirán en "más
persona", no le conferirán más "personeidad". Harán de ella
una persona "más perfecta", pero no "más persona".
Ninguna actividad puede constituir en persona. La personeidad ha ser anterior
a toda operacin "personal"; la personeidad se encuentra ya en el
acto de ser ya natuarleza racional.
Es claro, que siendo la persona lo más perfecto que hay en la naturaleza, ha
de tener la capacidad de ser consciente de sí. Pero el hombre "no es
persona por la autoconciencia, sino por la capacidad correspondiente. El yo
personal del hombre no consiste en ningún acto de consciencia, sino en ser
capaz de realizar esos actos" .
Así como un maestro lo es no porque esté dictando ahora mismo alguna
lección magistral, sino por tener habitualmente la sabiduría, tampoco hace
falta tener actualmente la conciencia de sí para ser persona. El matemático
no deja de serlo cuando duerme, ni cuando despierto piensa en otras cosas.
Tampoco hace falta que la persona tenga en todo instante la consciencia del
yo, aunque esta consciencia sea algo más que un hábito intelectual o moral.
Lo necesario para ser persona es tener no la conciencia en acto, sino la
capacidad de llegar a tener conciencia del yo. Y esa conciencia no se adquiere
en el preciso momento en que se realiza, sino que ha de ser previamente dada,
con la perfeccin ontológica de la persona.
¿Qué pasaría si el yo fuese lo mismo que la conciencia del yo? Pues que las
pausas o interrupciones la anularían y entonces no existiría realmente ese
yo único del que tengo experiencia, al que refiero todos los actos -presentes
y pasados- de que tengo conciencia. Tampoco habría razón para atribuir a un
mismo sujeto tanto las manifestaciones de la autoconciencia como el cese de
ésta. Y la misma serie de actos de consciencia podrá referirse a una misma
persona o a otra.
La memoria carecería de sentido y toda responsabilidad sera ilusoria.
Ilusorio sería también todo proyecto de futuro en cuanto que pudiese estar
mediado -al menos en su realización- por alguna interrupción de la
conciencia que lo concibiera.
Lo lógico es concluir que el yo no se identifica con la conciencia.
Pero la identificación cartesiana de ser y consciencia hace fortuna en el
llamado pensamiento moderno y va radicalizándose, hasta el punto que Hegel,
que comienza siendo un exaltador de la conciencia personal, acaba disolviendo
la persona en el Absoluto: como el Absoluto lo es todo y todo no es más que
un "momento" del Absoluto, la persona queda reducida a nada: ha
perdido la subsistencia individual.
El marxismo, por su parte, reaccionó ante esas teorías construídas por el
idealismo inmanentista, pero no consiguió salvar la persona. En Marx la
persona es literalmente nada, cede su puesto a la colectividad. La persona es
lo que la colectividad le deja ser o quiere que sea. No hay normas o leyes
objetivas y universales para la persona.
Anexo I
ANTROPOLOGIA, DIGNIDAD HUMANA
"¡No tengáis miedol" No tengáis miedo del misterio de Dios; no
tengáis miedo de Su amor, ¡y no tengáis miedo de la debilidad del hombre ni
de su grandeza! El hombre no deja de ser grande ni siquiera en su debilidad.
No tengáis miedo de ser testigos de la dignidad de toda persona humana, desde
el momento de la concepción hasta la hora de la muerte".
El hombre es sacerdote de toda la creación, habla en nombre de ella, pero en
cuanto guiado por el Espíritu
Evangelio... Es una gran afirmación del mundo y del hombre, porque es la
revelación de la verdad de su Dios. Dios es la primera fuente de alegría y
de esperanza para el hombre. Un Dios tal como nos lo ha revelado Cristo. Dios
es Creador y Padre; Dios, que «amó tanto al mundo hasta entregar a su Hijo
unigénito, para que el hombre no muera, sino que tenga la vida eterna» (cfr.
Juan 3,16).
Obviamente, lo contrario de la civilización de la muerte no es y no puede ser
el programa de la multiplicación irresponsable de la población sobre el
globo terrestre. Hay que tomar en consideración el índice demográfico. »Y
la vía justa es lo que la Iglesia llama paternidad y maternidad responsables.
Los centros asesores familiares de la Iglesia así lo enseñan. La paternidad
y la maternidad responsables son el postulado del amor por el hombre, y son
también el postulado de un auténtico amor conyugal, porque el amor no puede
ser irresponsable. Su belleza está contenida en su responsabilidad. Cuando el
amor es verdaderamente responsable es también verdaderamente libre.»
(En la Instrucción Vitae donum y JP II)
La persona es mucho más que un "simple-individuo-de-una-especie".
La persona - es decir, "yo", y "tú" - posee
"interioridad", capacidad de "reflexión" y por ello de
"autodeterminación", de "dominio de sí". Es "sui
iuris", como decían los antiguos. Mi "yo" es singular,
insustituible, intransferible, irrepetible. Nadie hay como yo, ni que pueda
decir "yo" en mi lugar.
Esto significa que yo, en rigor, no soy "medio" o
"instrumento" para la perfección del mundo: soy un fin en mí
mismo. Yo no existo sólo para representar una especie (aunque sea la humana),
como les acontece a los individuos irracionales, que no tienen dominio de sí,
ni del mundo, ni saben lo que hacen, ni para qué lo hacen, ni para qué
sirven. La persona no existe para otro fin distinto de sí misma. La persona
no es "para" nadie, en el sentido de "medio" o
"instrumento" utilizable para alcanzar los fines de
"otro". Este es un punto capital que subraya la Instrucción "Vitae
donum", que interesa enormemente.
Yo, por supuesto, no soy "último fin" de mí mismo, porque soy
criatura. Ultimo fin sólo es Dios. Yo soy criatura de Dios, por tanto
"yo soy de Dios". Pero Dios no me crea como "medio" para
obtener algo de mí. Yo no puedo darle nada que no tenga. Yo, en rigor
metafísico, no "sirvo de nada a Dios". Dios no necesita para nada
de mí, ni de nadie. Y sin embargo, libérimamente me ha creado. ¿Por qué?
¿Para qué?
No para convertirme en "medio" suyo, sino para que en mí se
encuentre el último por qué y para qué de mi existencia, es decir, el Amor,
su Amor. Dios es Amor, y sólo crea por Amor y para el Amor. Dios me ha creado
con entendimiento y libre voluntad porque me ama, me ha amado eternamente y me
crea para seguir am ndome y para que yo le ame.
Esto es ciertamente impresionante. Aunque yo no sirviera "para
nada", Dios me hubiera creado y amado igualmente. Por eso Juan Pablo II
no se cansa de repetir con el Concilio Vaticano II que "el hombre es la
única criatura que Dios ha querido por sí misma" (GS 24). Tan es así,
tanto ama Dios mi yo, mi cierta autonomía, mi libertad, que incluso corre el
riesgo de que quiera usarla mal y me vaya para siempre al ínfierno.
Es un gran misterio éste del amor de Dios a mi yo, a mi libertad, y su
respeto a mi dignidad.
"El valor de la persona es tal - escribía el entonces Cardenal Karol
Wojtila - que ante ella sólo el amor es la actitud justa". Y el amor
quiere al otro por sí mismo, no porque le sirva o resulte útil. La persona
es un ser singular en el universo visible: vale en sí mismo y por sí mismo y
no en razón de otra cosa: no se encuentra en la categoría de las cosas
"útiles" o "instrumentales". Por eso se ha dicho: siempre
que tu acción se refiera a la persona, propia o ajena, no olvides que no est
s ante un simple medio instrumental; ten en cuenta, por el contrario, que ella
tiene tambi‚n su propia finalidad".
Dios no me ha creado para que resulte útil, sino para amar. Otro asunto
sería examinar las consecuencias de ese Amor. Pero lo que se colige de la
Instrucción es la gran reverencia, como dice la Escritura, con que Dios trata
a esas im genes suyas que somos los seres humanos. Pues bien, si Dios me trata
de este modo; si se niega a tratarme como "medio" o simple
"instrumento", quiere decir que si alguien se atreve a tratarme como
un "medio" y no como "un fin en mí mismo", es que me est
tratando como una cosa u objeto para satisfacer su capricho o sus apetencias,
y por nobles que ‚stas sean, ofende gravemente a mi Creador, porque est
asumiendo un dominio sobre mi persona que ni siquiera Dios reclama para sí.
En la pr ctica est negando mi personeidad.
La pareja que reivindique el "derecho" a un hijo, est proclamando
del modo m s elocuente que no sabe qué es un hijo, qué un ser humano, qué
una persona. Lo que est deseando es quiz una cosa, un juguete, un perrito
faldero, un seguro de vida o de lo que sea; es decir, cualquier cosa, menos
"una persona". Esa pareja es un peligro para la sociedad (hay que
educarla con la verdad unida a la caridad. Y vale aquí lo que decía T.S.
Eliot: "una ilusión es algo de lo que hay que volver"), y quien se
preste a satisfacer esas ilusiones, peligro mayor.
Están creando una nueva esclavitud ignorada hasta la fecha, que la futura
humanidad ver con horror, de un modo semejante a como los civilizados de hoy
vemos la trata de blancas o la venta de negros. Por eso, pienso que en el
siglo XXI erigir n un monumento tanto a la "Humanae vitae", como a
la "Vitae donum". Vale la pena leer, tambi‚n entre líneas, esos
documentos. Ya que no podemos asimilarlos por ingestión, hagásmolo por
estudio, aunque haya de ser lento. Ser hombre, humanizarse, es siempre una
tarea larga, un tributo costoso a la paciencia. Pero vale la pena.
Antonio Orozco
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