CATECUMENADO 55 
 


LA CENA DEL SEÑOR



OBJETIVO CATEQUÉTICO 
* Descubrir el significado profundo de la Eucaristía, la cena del Señor.

81. La Eucaristía, cumbre de la iniciación cristiana 
La Eucaristía es la cumbre de la iniciación cristiana: quien ha llegado a 
descubrir en su propia vida que Jesús es el Señor (siendo así iniciado en 
lo que significa realmente el Bautismo), culmina su iniciación si descubre, 
además, que Jesús es el Pan de vida que alimenta a la comunidad. 
Como un día los de Emaús, también hoy podemos descubrir que Jesús 
no sólo camina con nosotros, sino que come y bebe con nosotros. Y más 
aún: que El es para nosotros el Pan de Vida, el pan que más 
profundamente nos alimenta. Con ello somos iniciados en lo que significa 
realmente la Eucaristía, el mayor sacramento de nuestra fe, la reunión 
por antonomasia de la comunidad, «la fuente y cumbre de toda la vida 
cristiana» (LG 11; ver SC 10).(Este tema ha sido refundido totalmente, 
aunque conserva elementos antiguos, ver ME 1, Tema 55). 

82 «Tú preparas ante mí una mesa» 
En los primeros siglos, los recién bautizados cantaban el sal/023 
cuando iban del baptisterio a la iglesia, donde a continuación celebraban 
la Eucaristía. Como dice ·Ambrosio-SAN: «lavado ya y adornado con tan 
rico aderezo, el pueblo avanza hasta el altar de Cristo (...) Se apresura 
en llegar a este banquete celestial. Viene, pues, y viendo el altar santo 
ya preparado exclama: "Tú preparas ante mí una mesa" (De Mysteriis, 
43). 
La comunidad eclesial canta con júbilo la solicitud del Buen Pastor por 
su rebaño, el pueblo que El apacienta cuidadosamente, sobre todo en la 
Eucaristía: «El Señor es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca 
hierba me apacienta; hacia las aguas de reposo me conduce, y conforta 
mi alma» (Sal 23, 1 ss). 

83. ... «Frente a mis adversarios» 
La mesa de la celebración se halla, inevitablemente colocada frente a 
los adversarios, que no han conseguido realizar sus propósitos. Es la 
mesa de la liberación, la mesa del éxodo, que está al otro lado del Mar 
Rojo (Ex 12), al otro lado del Jordán (Jos 3), al otro lado de la muerte (Mt 
26, 29).
Frente a lo que, humanamente, parece ser el momento supremo de la 
derrota, la hora de la cruz y del poder de las tinieblas, Jesús levanta la 
copa de la salvación, invocando el nombre de Yahvé (Sal 116, 13). Jesús 
celebra la Pascua (Lc 22,15), la fiesta de la liberación (cfr. Jn 14, 30; 16, 
32s; 13, 1) 
Y antes de salir hacia el Monte de los Olivos, canta con sus discípulos 
los himnos del Hal-lel (Sal 113-118), himnos que cerraban la cena 
pascual y que adquirieron en aquel momento un significado único (cfr. Mt 
26, 30). 

84. El pan de los perseguidos 
Tanto en la Pascua judía como en la Eucaristía cristiana, el pan ácimo 
es el alimento de los perseguidos. Es el pan de la miseria y de la prisa, el 
pan que hubo que llevar y cocer antes de que fermentara (Ex 12, 34.39). 
Así lo dice el ritual judío de la Pascua: «He aquí el pan de miseria que 
nuestros antepasados han comido en Egipto, que aquél que esté 
necesitado venga a celebrar la Pascua». El Dios que actúa en la historia 
es defensor permanente de los oprimidos; por ello, el éxodo no es 
simplemente un acontecimiento del pasado, sino una experiencia 
religiosa de valor permanente: todo aquel que sea esclavo, ¡que venga a 
celebrar la Pascua! Dios pasa salvando. 

85. Fracción del pan y bendición del cáliz 
La Eucaristía, celebrada en la Iglesia primitiva el primer día de la 
semana o día del Señor (Act 20,7; 1 Cor 16, 2; 11, 20ss), queda 
desligada desde el primer momento de la Pascua judía. Esta separación 
fue fácil de realizar, pues Jesús no ligó su rito a la comida del cordero, 
centro de la fiesta judía, sino a la fracción del pan y a la bendición del 
cáliz (3ª copa, «después de cenar», Lc 22, 20), gestos que, 
respectivamente (uno) precedía y (otro) seguía a la gran cena pascual y 
que adquirieron, en aquella cena de despedida (Mc 14, 25; 1 Cor 11, 23; 
Jn 13-17), un nuevo significado. 

86. La fracción del pan en el mundo judío 
En el mundo judío, la fracción del pan, como introducción, y la 
bendición de la copa, como conclusión, son elementos tradicionales de 
toda comida hecha en común. Ponen de relieve la significación 
verdadera de la comida. El pan y el vino constituyen, juntamente, el 
símbolo de la comida entera. El que preside, el cabeza de familia o el que 
hace su función (y en su caso, el invitado) parte el pan y lo distribuye a 
cada uno. Ello significa la pertenencia recíproca a la misma comunidad 
de vida y cada uno se siente unido a quien cuida de la familia. Distribuye 
a cada uno el pan, símbolo de la vida humana, no sin pronunciar una 
plegaria de alabanza y de acción de gracias a Dios, pues sabe muy bien 
que el pan, como la vida, son don recibidos de Dios. 

87. La fracción del pan, gesto eclesial de Cristo 
La fracción del pan es un rito específicamente judío, que Jesús 
también observaba. Así aparece en los pasajes de la multiplicación de 
los panes: «Y después de mandar que la gente se acomodase sobre la 
hierba, tomó los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al 
cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los 
discípulos y los discípulos a la gente» (Mt 14, 20; cfr. 15, 36; Mc 6,41; 8, 
6; Lc 9, 16). Este mismo gesto adquiere en la Cena un nuevo significado. 
«Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo. Este es mi cuerpo 
que va a ser entregado por vosotros» (Lc 22,19; cfr. Mt 26, 26; Mc 14, 
22; 1 Cor 11, 23s). 

88. Los de Emaús le reconocen al partir el pan 
El primer día de la semana (Lc 24, 1-13), día de la resurrección, los 
discípulos de Emaús reconocieron a Jesús «al partir el pan» (24, 35). 
San Lucas, al emplear aquí este término técnico que repetirá en los 
Hechos (2, 42; 2, 46; 20, 7), se refiere, sin duda, a la Eucaristía. 
En principio, los de Emaús no pensaban en ello: sus ojos estaban 
retenidos y no podían reconocerle (cfr. Lc 24, 16), caminaban con aire 
entristecido (cfr.24,17), habían perdido la esperanza («nosotros 
esperábamos»... 24, 21), no habían comprendido lo que dijeron los 
profetas acerca de Jesús (24, 25ss). Cuando invitan al desconocido a 
quedarse con ellos «porque atardece», cumplen con el rito judío de la 
hospitalidad. El invitado preside la mesa y parte el pan: «cuando se puso 
a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo 
iba dando» (Lc 24,30). «Entonces se les abrieron los ojos y le 
reconocieron» (24, 30). Entonces comprendieron por qué ardía su 
corazón cuando les hablaba en el camino y les explicaba las Escrituras 
(24, 32). Al partir el pan, los discípulos de Emaús volvieron a vivir el 
gesto eclesial de Cristo en la última cena, y en él le reconocieron 
presente. En las apariciones referidas por Lucas y Juan, los discípulos 
no reconocen al Señor inmediatamente, sino a consecuencia de una 
palabra o de una señal (Lc 24, 30s. 35.37 y 39-43; Jn 20, 14.16.20; 21, 
4.6). 
Es lo que sucede a los de Emaús. Así cuentan a los demás discípulos 
«lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido al partir el 
pan» (Lc 24, 35). 

89. La fracción del pan en la iglesia primitiva 
En la Iglesia primitiva, la expresión «fracción del pan» designa la 
celebración misma de la Eucaristía. Así aparece en los Hechos de los 
Apóstoles: «El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para 
la fracción del pan, etc.» (Act 20, 7). Los primeros creyentes «acudían 
asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la 
fracción del pan y a las oraciones» (Act 2, 42; cfr. 2, 46). Esta antigua 
expresión permanece en uso mientras la Eucaristía se celebra en el 
marco de una comida de carácter religioso. Pero muy pronto, cuando la 
acción sacramental se separa de la comida, el acento se pone en la 
acción de gracias y entonces la palabra eucaristía termina por designar 
la celebración entera. Así aparece por primera vez en San Ignacio de 
Antioquía y, más claramente en ·Justino-san (siglo ll): «Este alimento se 
llama entre nosotros Eucaristía; del cual a ningún otro es lícito participar, 
sino al que cree que nuestra doctrina es verdadera, y que ha sido 
purificado con el bautismo para perdón de los pecados y para 
regeneración, y que vive, como Cristo enseñó» (Apología primera, c. 66). 


90. Bendición de la copa en el mundo judío 
El uso oriental de hacer circular durante las comidas una copa en la 
que beben todos, hace de ella un símbolo de comunión. En los 
banquetes sacrificiales el hombre participa de la mesa de Dios; la copa, 
que se le ofrece rebosante (Sal 23, 5) es símbolo de comunión con el 
Dios de la Alianza y del Éxodo. El creyente, agradecido y esperanzado, 
«levanta la copa de la salvación» (Sal 116, 13). 
En el Antiguo Testamento, para anunciar Dios los grandes castigos al 
pueblo que le ofende habla de la privación del vino (Am 5,11; Miq 6,15; 
Sof.1, 13; Dt 28, 39). El único vino que entonces se beberá es el de la ira 
divina, la copa que saca de quicio (Is S1,17, cfr. Ap 14,8; 16,19). En 
cambio, la felicidad prometida por Dios a sus fieles se expresa con 
frecuencia bajo la forma de una gran abundancia de vino, como 
anuncian los profetas (Am 9,14; Os 2,24; Jer 31,12; Is 25,6; Jl 2,19; Zar 
9, 17). 
En el ritual de la Pascua judía, la copa que se toma después de cenar 
(cfr. Lc 22,20) -la tercera copa llamada copa de Elías- simboliza la venida 
del Reino y es, al propio tiempo, copa de liberación para los creyentes 
oprimidos y copa de maldición para las naciones opresoras que no han 
creído en Yahvé. 

91. La bendición del cáliz, gesto eclesial de Cristo 
En el Nuevo Testamento, el vino nuevo es el símbolo de los tiempos 
mesiánicos. En efecto, Jesús declara que la nueva alianza que él realiza 
en su propia persona es un vino nuevo que rompe los viejos odres (Mc 
2,22). Lo mismo significa el relato del milagro de Caná: el vino de la 
boda, ese buen vino guardado hasta ahora, es signo y anticipación de 
los tiempos nuevos que están a punto de llegar con la hora de Jesús (Jn 
2, 4). La hora de que se trata es la hora de su muerte, que coincide con 
la hora de su glorificación (cfr. 7, 30; 8, 20; 12, 23; 13, 1; 17, 1). El 
banquete de Caná (/Jn/02/01-11) es tipo del banquete eucarístico y el 
milagro de la conversión del agua en vino es ya un anuncio. Hasta ahora 
los judíos se servían del agua para su purificación. En adelante será el 
vino de la Eucaristía, la sangre de Cristo, lo que asegure la purificación, 
el perdón de los pecados. Ya no será el agua de las prescripciones 
judías, sino la misma sangre de Cristo, «cordero de Dios», la que será 
derramada para el perdón de los pecados: «Tomó luego un cáliz y, 
dadas las gracias, se lo dio diciendo: Bebed de él todos, porque esta es 
mi sangre de la Alianza, que va a ser. derramada por muchos para 
remisión de los pecados» (Mt 26,27s; cfr. Mc 14, 23s; Lc 22,20; 1 Cor 
11,25s). Cuando Jesús, en este momento, tiende a los discípulos el cáliz, 
éstos esperarían, sin duda, a las usuales palabras de ira que eran 
pronunciadas sobre las naciones paganas que no han creído en Yahvé. 
Sus palabras son, sin embargo, de bendición y de salvación, pues la 
«copa de Elías» es ya la copa de su sangre que será derramada por 
muchos, una copa de bendición (1 Cor 10, 16). 

92. Comer y beber con el Señor resucitado 
«Tomad y comed», «tomad y bebed»: la cena del Señor es Cena de 
comunión con el Señor mismo. Así la Eucaristía prolonga 
sacramentalmente entre nosotros el misterio de la Encarnación. La gloria 
del Señor resucitado acampa (cfr. Jn 1, 14) entre nosotros bajo los 
signos del pan y del vino. En su condición gloriosa, la misma carne de 
Cristo y su sangre, nos son dadas como verdadera comida y verdadera 
bebida en orden a la vida eterna: «El que come mi carne y bebe mi 
sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día. Porque mi 
carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida» (Jn 6, 54s). 
Gracias a los dones eucarísticos, a través de su carne y de su sangre, 
se establece una comunión personal entre el Señor resucitado y 
nosotros: entramos con él y con el Padre, en una relación de vida, que ni 
siquiera la muerte podrá rescindir: «El que come mi carne y bebe mi 
sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que me ha enviado el 
Padre que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por 
mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros 
padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 
56ss).

93. Comunión y comunicación de bienes 
La Eucaristía realiza la unidad de la Iglesia y es signo de ella: «Al 
participar realmente del Cuerpo del Señor en la fracción del pan 
eucarístico, somos elevados a la comunión con El y entre nosotros. 
Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos 
participamos del único pan (1 Cor 10, 17). Así, todos nosotros quedamos 
hechos miembros de ese Cuerpo (1 Cor 12, 27), siendo cada uno, por su 
parte, los unos miembros de los otros (Rm 12, 5) (LG 7). Por esta unidad 
reza Jesús en la última cena; tal unidad es esencial para el cumplimiento 
de la misión evangelizadora; más aún, es el signo que el mundo 
entenderá: «Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que 
ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me 
has enviado» (Jn 17, 21). La unidad de los corazones, que brota de la 
Eucaristía y es signo de ella, lleva también consigo a una efectiva 
comunicación de bienes. 

94. Eucaristía: Acción de gracias 
La Eucaristía propiamente dicha está constituida por la gran anáfora 
pronunciada sobre el pan y el vino. Esta anáfora es introducida por una 
invitación a levantar el corazón a Dios y no tenerlo a ras de tierra, a 
abandonar las preocupaciones de la vida y a entonar la acción de 
gracias a Dios y proclamar sus alabanzas, diciendo sin cesar; «Santo, 
Santo, Santo»... (cfr. Ap 4, 8; Is 6,3). La liturgia judía que ha servido de 
marco a la institución de la Eucaristía, tenía entre otros, un sentido de 
agradecimiento por todo lo que Dios salvador había hecho en favor de 
su pueblo (cfr. Neh 9, 5-37; Ex 15, 1-21). 

95. Nos hubiera bastado 
AGTO/DAYENOU DAYENOU/AGTO: Sobre un ritmo de letanía, el 
ritual judío de la Pascua, contiene las alabanzas del Señor, de modo que, 
de versículo en versículo, se precisan y amplifican. Es el canto de acción 
de gracias, cuyo estribillo es dayenou (= nos habría bastado), mostrando 
que los beneficios de Dios superan siempre a nuestra espera: 
«¡Con cuántos favores nos ha colmado!... 
Si hubiese dividido para nosotros el mar sin habérnosle hecho pasar a 
pie seco, eso nos habría bastado.-Dayenou-. 
Si nos lo hubiese hecho pasar a pie seco sin sumergir allí a nuestros 
enemigos, eso nos hubiese bastado.-Dayenou-. 
Si hubiese sumergido a nuestros enemigos en el mar sin proveer a 
nuestras necesidades en el desierto, durante cuarenta años, eso nos 
hubiese bastado.-Dayenou- (...).
Si nos hubiera dado la Ley sin hacernos entrar en el país de Israel, 
eso nos hubiera bastado.-Dayenou-. 
Si nos hubiese hecho entrar en el país de Israel sin levantar para 
nosotros la Casa de la Elección (el Templo), eso nos hubiera bastado. 
-Dayenou. 

96. Memorial: Algo más que un recuerdo MEMORIAL
Ya en la liturgia judía el memorial es algo más que el recuerdo de un 
acontecimiento pasado. Se trata de un recuerdo objetivo, real, en que se 
hace presente lo recordado. Así, celebrar un hecho es vivirle o revivirle. 
Más aún: resucitarle. El memorial judío hace presente, en cada tiempo, el 
hecho de la salvación (cfr. Ex 13, 8): pone a cada hombre en el 
dinamismo de los acontecimientos de otras veces. Le sitúa en la historia 
de la salvación. Y esto se cumple de modo eficaz y verdadero por la 
participación de los creyentes en la celebración. Cada uno es Adán, 
saliendo del paraíso; o Noé construyendo el arca; es Abraham, 
recibiendo de Dios la orden de abandonarlo todo; o Moisés, huyendo de 
Egipto y caminando por el desierto. La liturgia judía de la Pascua precisa 
el sentido siempre actual del éxodo liberador: «aquel que esté oprimido, 
venga a celebrar la Pascua». 

97. Actual, el misterio pascua, Cristo 
La acción liberadora de Dios, manifestada en la historia de Israel, 
alcanza su cumbre en Cristo: la comunidad cristiana celebra la actualidad 
siempre nueva de este acontecimiento, la mayor de las maravillas de 
Dios. Se ha abierto un camino en medio de la muerte. Cada creyente, 
por el don del Espíritu, se incorpora al misterio de Cristo, muerto y 
resucitado, misterio pascual que se hace presente y actualiza en la 
Eucaristía. Como dice San Pablo: «El cáliz de bendición que bendecimos 
¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos 
¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?» (1 Cor 10, 16). Así pues, en 
la Eucaristía se hace presente el misterio de la Pasión, Resurrección y 
Ascensión, de modo indisoluble. La Eucaristía es su anámnesis, el 
memorial eficaz. 

98. Presencia real de Cristo 
«Haced esto en conmemoración mía». No se trata tan sólo de recordar 
un acontecimiento del pasado o, incluso, el significado del mismo. En 
virtud del Espíritu, previamente invocado (epiclesis), Cristo mismo se 
hace presente bajo los signos del pan y del vino. «El pan y el vino te 
parecen en su estado puramente natural; no te detengas ahí, porque 
según la afirmación del Maestro, es el Cuerpo y la Sangre de Cristo», 
comenta San Cirilo de Jerusalén (Catequesis XXII, 6). El Concilio de 
Trento lo expresa así: «una vez consagrados el pan y el vino, nuestro 
Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, está presente 
verdadera, real y sustancialmente en el Santo sacramento de la 
Eucaristía bajo la apariencia de estas realidades sensibles» (D 735). 
«Por la consagración del pan y del vino se realiza el cambio de toda la 
sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo Señor nuestro, y 
de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. Este cambio 
ha sido llamado justa y exactamente transustanciación por la santa 
Iglesia católica» (D. 739). Según el Concilio Vaticano II, la presencia de 
Cristo en la Eucaristía es una presencia especial (por antonomasia) 
dentro de los distintos modos de presencia de Cristo en su Iglesia (cfr. 
SC. 7). 

99. Banquete mesiánico, victoria sobre la muerte 
Todas las narraciones de la institución de la Eucaristía señalan de una 
u otra manera la relación de la misma con la venida gloriosa del Señor 
(Parusía). La Eucaristía es una proclamación de la muerte del Señor 
«hasta que El venga» (1 Cor 11, 26). Por ello, en las reuniones de la 
Iglesia primitiva, surge espontánea esta oración de esperanza y de ansia 
por esa venida del Señor: "Ven, Señor Jesús" (1 Cor 16, 22; Ap 22, 20). 
La presencia real de Cristo en la Eucaristía mira a otra cima: no sólo a 
nutrirnos ahora ya en la vida de Dios, sino, sobre todo, a anunciarnos la 
participación en el banquete mesiánico, en el que se saciarán todos los 
que tengan hambre; aun cuando no tengan dinero» (Is 55, 1s; cfr. Mt 5, 
3.6; Lc 22, 30; Mt 26, 29; 8, 11). En efecto, al final de los tiempos, Dios 
prepara un banquete extraordinario para todos los pueblos. El arrancará 
el velo que oscurece realmente el horizonte de los hombres, el paño que 
tapa a todas las naciones: aniquilará la Muerte para siempre (cfr. Is 25, 
6ss). 

100. Celebración de la Eucaristía en la Iglesia primitiva 
Sobre la celebración de la Eucaristía en la Iglesia primitiva, San Justino 
nos ha dejado este rico testimonio, que data del año 150 
(aproximadamente) y representa diversas tradiciones (él pasó por las 
comunidades de Samaría, Efeso y Roma): "El día llamado del sol se tiene 
una reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en las ciudades o 
en los campos, y se leen los comentarios de los apóstoles o las 
escrituras de los profetas, mientras el tiempo lo permite. Luego, cuando 
el lector ha acabado, el que preside exhorta e incita de palabra a la 
imitación de estas cosas excelsas. Después nos levantamos todos a una 
y recitamos oraciones; y, como antes dijimos, cuando hemos terminado 
de orar, se presenta pan y vino y agua, y el que preside eleva, según el 
poder que en él hay, oraciones, e igualmente acciones de gracias, y el 
pueblo aclama diciendo el Amén. Y se da y se hace participante a cada 
uno de las cosas eucaristizadas, y a los ausentes se les envía por medio 
de los diáconos. 
Los ricos que quieren, cada uno según su voluntad, dan lo que les 
parece, y lo que se reúne se pone a disposición del que preside y él 
socorre a los huérfanos y a las viudas y a los que por enfermedad o por 
cualquier otra causa se hallan abandonados, y a los encarcelados, y a 
los peregrinos, y, en una palabra, él cuida de cuantos padecen 
necesidad» (·Justino-SAN, Apología primera, 67). "Los que tenemos, 
socorremos a todos los abandonados, y siempre estamos unidos los 
unos a los otros" (ibid). 
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TEMA 55 

OBJETIVO: 
DESCUBRIR EL SIGNIFICADO PROFUNDO DE LA EUCARISTÍA, 
LA CENA DEL SEÑOR 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Relato de acontecimientos significativos. 
* Oración inicial: Sal 23. 
* Presentación del tema 55 en sus puntos clave (pista adjunta). 
* Diálogo: interrogantes, aspectos descubiertos. 
* Oración comunitaria: desde la propia situación. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
1. El pan de los perseguidos. 
2. Fracción del pan en el mundo judío, gesto de Cristo. 
3. Los de Emaús le reconocen al partir el pan. 
4. Bendición de la copa en el mundo judío, gesto de Cristo. 
5. Comer y beber con el Señor Resucitado. 
6. Eucaristía: acción de gracias. 
7. Memorial: más que un recuerdo. 
8. Presencia real de Cristo. 
9. Comunión y comunicación de bienes. 
10 Victoria sobre la muerte. 
11 Actual el misterio pascual.