EVANGELIO
Mateo 4, 18-22
(trad. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid,
1987)
18Caminando junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos: a Simón, el llamado
Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando una red de mano en el mar,
pues eran pescadores. 19Les dijo:
-Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres.
20Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
21Pasando adelante vio a otros dos hermanos: a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en la barca poniendo a punto las redes, con Zebedeo, su
padre. Jesús los llamó. 22Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo
siguieron.
1. COMENTARIO 1
v. 18: Caminando junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos: a Simón, el
llamado Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando una red de mano en
el mar, pues eran pescadores.
La llamada de estas dos parejas de hermanos será el paradigma de toda llamada
en Mt. Jesús camina junto al lago/mar de Galilea, en la frontera marítima con
los pueblos paganos. Esta localización ilumina la escena: los hombres que habrá
que pescar serán lo mismo judíos que paganos. Ve a dos hermanos, y Mt insiste
en este vínculo de hermandad. Se tiene aquí una alusión a Ez 47,13s, donde se
anuncia el futuro reparto de la tierra a partes iguales; la expresión original
para indicar la igualdad está muy próxima de la usada por Mt: «cada uno como su
hermano». La insistencia, pues, en el vínculo de hermandad (más acusado aún que
en Mc 1,16-21a) indica que la nueva tierra prometida, «el reinado de Dios»
anunciado por Jesús inmediatamente antes (4,17), será herencia o patrimonio
común de todos sus seguidores, sin privilegio alguno. Los hermanos son
designados por sus nombres, Simón y Andrés, pero el primero lleva ya una
adición: «al que llaman 'Piedra' (Pedro)». No se indica que haya sido Jesús
quien le ha dado tal sobrenombre (cf. 16,18).
vv. 19-20: Les dijo:
-Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres.
20Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
La invitación de Jesús a los dos hermanos se expresa con la frase «Veníos detrás
de mí» (cf. Mc 1,17.20); la expresión se encuentra en boca de Eliseo en 2 Re
6,19; por otra parte, la fórmula «irse» o «seguir tras él» aparece repetidamente
en la escena de la llamada de Eliseo por el profeta Elías (1 Re 19,19-21). Jesús
se presenta, por tanto, como profeta y su llamada promete la comunicación a
sus seguidores del Espíritu profético. Por otra parte, el oficio de los hermanos
(pescadores) y la metáfora de Jesús «pescadores de hombres» aluden a Ez 47,10,
donde se utiliza también la metáfora de los pescadores que recogerán una pesca
abundante. El texto griego de los LXX pone este pasaje en relación con Galilea (Ez
47,8). La mención anterior del mar/lago, la del oficio de pescadores y la
metáfora usada por Jesús esclarecen el significado de la frase: Jesús llama a
una misión profética, que pretenderá atraer a los hombres, tanto judíos como
paganos (el mar como frontera), y cuyo éxito está asegurado. La respuesta de los
dos hermanos es inmediata. Aparece por primera vez el verbo «seguir», que,
referido a discípulos, indicará la adhesión a la persona de Jesús y la
colaboración en su misión. A los que lo siguen, Jesús no pide «la enmienda»
(4,17); la adhesión a su persona y programa supera con mucho las exigencias de
aquélla; comporta una ruptura con la vida anterior, un cambio radical, para
entregarse a procurar el bien del hombre.
vv. 21-22: Pasando adelante vio a otros dos hermanos: a Santiago y a Juan,
hijos de Zebedeo, que estaban en la barca poniendo a punto las redes, con
Zebedeo, su padre. Jesús los llamó. 22Inmediatamente dejaron la barca y a su
padre y lo siguieron.
La segunda escena se describe más escuetamente que la primera, pero tiene el
mismo significado. Estos dos hermanos están unidos no sólo por su vínculo de
hermandad, sino también por la presencia de un padre común. En el evangelio, «el
padre» representa la autoridad que transmite una tradición. Jesús no ha tenido
padre humano, no está condicionado por una tradición anterior; sus discípulos
abandonan al padre humano; en lo sucesivo, como Jesús mismo, no deberán
reconocer más que al Padre del cielo (23,9).
COMENTARIO 2
El apóstol Andrés, humilde pescador de Galilea, deja sus redes para ser pescador
de hombres. Es también el discípulo de Juan Bautista, que apenas descubre a
Jesús, va detrás de él y se queda con él todo el día. Este encuentro es tan
importante para él, que se acuerda hasta de la hora: "era más o menos las 4 de
la tarde" (Jn 1, 39). Andrés llama a su hermano Simón Pedro y confiesa a Jesús
como Mesías (Jn 1, 40-41). Forma con Pedro, Santiago y Juan el núcleo de los 12
Apóstoles, a los únicos que Jesús revela su visión apocalíptica de la historia (Mc
13). Posiblemente también es un núcleo importante en la misión apostólica en el
mundo griego. Andrés, según el significado de su nombre, es "el varón", el nuevo
"adán", que representa la vocación de la humanidad a ser discípula de Jesús.
Andrés debe recordarnos nuestra vocación de apóstoles, los orígenes apostólicos
de las primeras comunidades y el testimonio y martirio que la mayoría de los
primeros discípulos sufrieron por causa de la Palabra de Dios y del Reino. La
Iglesia está construida sobre "el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo
la piedra angular Cristo mismo" (Ef 2, 20). También la muralla de la Nueva
Jerusalén, que baja del cielo, "se asienta sobre 12 piedras, que llevan los
nombres de los 12 Apóstoles del Cordero" (Ap 21, 14). La Nueva Jerusalén
representa la nueva organización social de la humanidad, que baja del cielo a la
tierra. En ella no hay santuario alguno, porque Dios es su santuario. Los
apóstoles son el fundamento de esta visión futura de la humanidad.
1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
2. 2002
El texto relata la vocación de dos parejas de hermanos. Primeramente Simón y Andrés que en Mt 10 encabezarán la lista de los "doce discípulos", y luego Juan y Santiago, los dos hijos del Zebedeo que también allí se mencionan a continuación.
Sólo en esta última lista, Mateo los llama "apóstoles", nombre exigido por el contexto del discurso de misión que sigue a continuación. Esta tendencia del evangelista deriva de sus preocupaciones eclesiales centradas en las personas poseedoras de carismas relacionados con el anuncio: sabios, profetas, escribas (cf Mt 23,34).
Por ello la vocación de los cuatros hermanos se modela a partir de la vocación profética de Eliseo. En uno y otro caso un profeta de paso encuentra a individuos ocupados en su trabajo, a los que dirige una invitación al seguimiento. En ambos casos se concluye con el seguimiento de aquellos individuos convertidos de esa forma en discípulos del profeta.
El recurso a la vocación de Eliseo se fundamenta en un doble motivo: El relato de 1Re 19,19-21 es el cumplimiento por parte de Elías de la orden dada por Dios en 1 Re 19,15-16 para continuar su misión. Según esto, la obra de Eliseo no es más que una continuación de la obra de su maestro. En segundo lugar, Elías es el profeta cuya venida es un signo de la instauración del Reino de Dios.
La figura de Andrés, por tanto, se inscribe en una línea de discipulado profético que no es más que continuación de la misión de Jesús. La vocación de Jesús en su bautismo y la vocación de Elías en 1 Re 19,1-14 tienen como finalidad la actuación del Reino de Dios.
Esa vocación se describe como un cambio de tarea. El cambio de la naturaleza de la pesca es coherente con las imágenes usadas en Mt 9,35-38, en dónde se recurre a la tarea agrícola y ganadera: necesidad de obreros para la cosecha ya pronta y desorientación de la gente semejante a la de las ovejas sin pastor.
La iniciativa parte de Jesús (o de Elías) y es necesaria para emprender la tarea. En Andrés, Pedro, Santiago y Juan queda la posibilidad del rechazo de la invitación, o como aparece en el relato, de su aceptación. Pero para esa aceptación se exige la adopción de un estilo que sólo puede ser definido como seguimiento en cuanto consiste en la adopción de la itinerancia de Jesús y el recorrido del mismo camino de éste.
La nueva tarea puede definirse como una obra de salvación en cuanto se busca capacitar al discípulo para convertirse en "pescador de seres humanos". La imagen parece aludir al río de aguas vivificadoras que salen del Templo en Ez 47 donde "habrá peces en abundancia... habrá vida dondequiera que llegue la corriente. Se pondrán pescadores a sus orillas" (Ez 47,9-10).
La llamada de Andrés, y de sus compañeros, se inscribe entonces en la producción de vida para la humanidad y para toda la creación. Compartiendo el proyecto de Jesús encuentran la fuerza de realizar su misión. Gracias a los discípulos, el Reino se hace presente en la vida de los hombres y se lleva a plenitud la misión profética de Jesús. El futuro de Dios se anticipa y se hace presente en medio de la existencia humana.
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
3. Andrés, el que acercaba a otros a Cristo
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Juan J. Ferrán
El Apóstol Andrés es un hombre sencillo, tal vez también pescador como su
hermano Simón, buscador de la verdad y por ello lo encontramos junto a Juan el
Bautista. No importa de dónde viene ni qué preparación tiene. Parece, por lo que
conocemos de él en el Evangelio, que entre otras muchas cosas algo que va a
hacer es convertirse en un anunciador de Cristo a otros.
"He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1,36). Estando Andrés
junto a Juan el Bautista escucha de él estas palabras. De repente se siente
inquieto por ellas y se va con Juan tras Jesús. Él les pregunta: ¿Qué buscáis?,
a lo que ellos le dicen: ¿Dónde vives?. Jesús entonces les dice: "Venid y lo
veréis". Ellos fueron con Jesús y se quedaron con Él aquel día. Ha sido Juan el
Bautista quien les ha enseñado a Cristo, y antes que nada Andrés ha querido
hacer personalmente la experiencia de Cristo. Estando junto a él ha descubierto
dos cosas: que Cristo es el Mesías, la esperanza del mundo, el tesoro que Dios
ha regalado a la humanidad, y también que Cristo no puede ser un bien personal,
pues no puede caber en el corazón de una persona. A partir de ahí, la vida de
Andrés se va a convertir en anunciadora de Dios para los demás hasta morir
mártir de su fe en Cristo.
"Hemos encontrado al Mesías" (Jn 1,41). La primera acción
de Andrés, tras haber experimentado a Cristo, es la de ir a anunciar a su
hermano Simón Pedro tan fausta noticia. Simón Pedro le cree y Andrés le lleva
con el Maestro. Hermosa acción la de compartir el bien encontrado. Andrés no se
queda con la satisfacción de haber experimentado a Cristo. Bien sabe que aquel
don de Dios, a través de Juan el Bautista que le señaló al Cordero de Dios, hay
que regalarlo a otros, como su Maestro Juan el Bautista hizo con él. Queda claro
así que en los planes de Dios son unos (tal vez llamados en primer lugar)
quienes están puestos para acercar a otros a la luz de la fe y de la verdad.
¡Gran generosidad la de Andrés que le convierte en el primer apóstol, es decir,
mensajero, de Cristo, y además para un hermano suyo!
"Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús" (Jn 12,20).
Se refieren estas palabras a una escena en la que unos griegos, venidos a la
fiesta, se acercaron a los Apóstoles con la petición de ver a Jesús. Andrés es
uno de los dos Apóstoles que se convierte en instrumento del encuentro de
aquellos hombres con Cristo, encuentro que llena de gozo el Corazón del mismo
Jesús. ¿Puede haber labor más bella en esta vida que acercar a los demás a Dios,
se trate de personas cercanas, de seres desconocidos, de amigos de trabajo o
compañeros de juego? Sin duda en la eternidad se nos reconocerá mucho mejor que
en esta vida todo lo que en este sentido hayamos hecho por los otros. Toda otra
labor en esta vida es buena cuando se está colaborando a desarrollar el plan de
Dios, pero ninguna alcanza la nobleza, la dignidad y la grandeza de ésta.
El Apóstol Andrés se erige así, desde su humildad y sencillez, en una lección de
vida para nosotros, hombres de este siglo, padres de familia preocupados por el
futuro de nuestros hijos, profesionales inquietos por el devenir del mundo y de
la sociedad, miembros de tantas organizaciones que buscan la mejoría de tantas
cosas que no funcionan. A nosotros, hombres cristianos y creyentes, se nos
anuncia que debemos ser evangelizadores, portadores de la Buena Nueva del
Evangelio, testigos de Cristo entre nuestros semejantes. Vamos a repasar algunos
aspectos de lo que significa para nosotros ser testigos del Evangelio y de
Cristo.
En primer lugar, tenemos que forjar la conciencia de que, entre nuestras muchas
responsabilidades, como padres, hombres de empresa, obreros, miembros de una
sociedad que nos necesita, lo más importante y sano es la preocupación que nos
debe acompañar en todo momento por el bien espiritual de las personas que nos
rodean, especialmente cuando se trata además de personas que dependen de
nosotros. Constituye un espectáculo triste el ver a tantos padres de familia
preocupados únicamente del bien material de sus hijos, el ver a tantos
empresarios que se olvidan del bienestar espiritual de sus equipos de trabajo,
el ver a tantos seres humanos ocupados y preocupados solo del futuro material
del planeta, el ver a tantos hombres vivir de espaldas a la realidad más
trascendente: la salvación de los demás.
El hombre cristiano y creyente debe además vivir este objetivo con inteligencia
y decisión, comprometiéndose en el apostolado cristiano, cuyo objetivo es no
solamente proporcionar bienes a los hombres, sino sobre todo, acercarlos a Dios.
Es necesario para ello convencerse de que hay hambres más terribles y crueles
que la física o material, y es la ausencia de Dios en la vida. El verdadero
apostolado cristiano no reside en levantar escuelas, en llevar alimentos a los
pobres, en organizar colectas de solidaridad para las desgracias del Tercer
Mundo, en sentir compasión por los afligidos por las catástrofes, solamente. El
verdadero apostolado se realiza en la medida en que toda acción, cualquiera que
sea su naturaleza, se transforma en camino para enseñar incluso a quienes están
podridos de bienes materiales que Dios es lo único que puede colmar el corazón
humano. ¿De qué le vale a un padre de familia asegurar el bien material de sus
hijos si no se preocupa del bien espiritual, que es el verdadero?
Hay un tema en la formación espiritual del hombre a tener en cuenta en relación
con este objetivo. Hay que saber vencer el respeto humano, una forma de orgullo
o de inseguridad como se quiera llamarle, y que muchas veces atenaza al espíritu
impidiéndole compartir los bienes espirituales que se poseen. El respeto humano
puede conducirnos a fingir la fe o al menos a no dar testimonio de ella, a
inhibirnos ante ciertos grupos humanos de los que pensamos que no tienen interés
por nuestros valores, a nunca hablar de Cristo con naturalidad y sencillez ante
los demás, incluso quienes conviven con nosotros, a evitar dar explicaciones de
las cosas que hacemos, cuando estas cosas se refieren a Dios. En fin, el respeto
humano nunca es bueno y echa sobre nosotros una grave responsabilidad: la de
vivir una fe sin entusiasmo, sin convencimiento, sin ilusión, porque a lo mejor
pensamos eso de que Dios, Cristo, la fe, la Iglesia no son para tanto.
4. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004
Rom 10,9-18: ¿Cómo van a oír sin alguien que
proclame?
Sal 18: A toda la tierra alcanza su pregón
Mt 4,18-22: Yo los voy a hacer pescadores de personas
Celebramos hoy la fiesta de Andrés apóstol. Andrés, de oficio pescador en el
lago de Galilea, es hermano de Simón, llamado Pedro (Mt 4,18). También tenemos
noticias de Andrés en Marcos, quien lo ubica de cuarto en la lista de los que
Jesús eligió (Mc 3,16), en todo caso, llamado desde el inicio mismo del
ministerio público de Jesús. Al parecer en la tradición joanea, Andrés era
discípulo de Juan el Bautista, quien después de oír la definición que de Jesús
da Juan –“he ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”- y luego de
un breve diálogo con Jesús, se va con él (Jn 1,35-40). En el mismo cuarto
evangelio encontramos una nueva noticia de Andrés: en Jn 12,22 aparece con
Felipe haciendo de “mediador” (¿interprete?) entre Jesús y unos griegos que
querían hablar con él. De aquí podemos concluir que Andrés era un judío
helenista, es decir, que hablaba el griego, cosa muy frecuente entre los
habitantes de Galilea, particularmente entre los de las ciudades ribereñas del
lago. Por el mismo evangelista Juan nos enteramos de que Andrés era de Betsaida
(Jn 1,44), pero probablemente se había trasladado a Cafarnún con su hermano
Simón “llamado Pedro”.
Si admitimos que Andrés era un helenista, podremos comprender con facilidad el papel que pudo haber desempeñado en la tarea de propagación del evangelio entre los gentiles y paganos de habla griega; aunque de hecho, la tradición cristiana de este tiempo no nos arroja datos sobre la actividad efectiva del apóstol.
Con motivo, pues, de la festividad del apóstol Andrés nos encontramos hoy con la narración mateana de su vocación al discipulado. Tanto para Marcos como para Mateo, el llamado de los cuatro primeros discípulos, entre ellos Andrés, está precedida de un par de versículos redaccionales que nos dan noticia de la actividad evangelizadora de Jesús (Mc 1,16-17; Mt 4,17), y al mismo tiempo establecen la transición entre el bautismo/tentaciones e inicio del ministerio público. No hay noticias sobre la realización de ningún tipo de signo por parte de Jesús antes de comenzar a formar su “equipo” de seguidores. Es como si Jesús tuviera en mente dos tareas fundamentales: por una parte comenzar “ya” el anuncio/realización del reino, y por la otra, comenzar “ya” el proceso formativo de los futuros testigos del anuncio y la realización de ese reino. He ahí la razón de ser de la elección al discipulado: no se trata de llamar a simples acompañantes; tampoco se trata de un mero requisito formal. Sabemos que un judío que quería ser rabino debía tener por lo menos un grupo de cinco discípulos para poder llamarse como tal. Marcos nos da la justificación precisa del por qué Jesús elige para sí un grupo de seguidores (Mc 3,13-14): a) para que estuvieran con él (v. 14a); b), para enviarlos a predicar (v. 14b); c) para que tuvieran (adquirieran) el poder de expulsar demonios (v. 15) y curar a los enfermos (cf. Mc 6,13). Una vez conformado el grupo de quienes serán testigos, el evangelio comienza a darnos noticia sobre la actividad de Jesús tanto en palabras como en obras. Y con ello entendemos que ahí se va formando el discípulo.
Desde el comienzo, el discípulo es alguien que está llamado a una experiencia de “tiempo completo” con Jesús. En la cotidianidad del maestro va aprendiendo el discípulo al tiempo que se va configurando en él el sentido final de su vocación: ser testigo y continuador de la obra del maestro.
Ese es el papel que asumen desde el principio los discípulos. Obvio que con dudas y retrocesos en la marcha. Desempeñaron muy bien su papel en su primera práctica cuando fueron enviados de dos en dos a evangelizar (cf Mc 6,12-13); pero flaquearon en el momento definitivo: cuando Jesús fue tomado preso y condenado a muerte. Sin embargo retoman su papel después del evento pascual de Jesús, y ahí está la confirmación de su misión. El origen apostólico de la Iglesia cuenta, entonces con esa doble faceta: la decisión de unos hombres de “retomar” su vocación, y por otro lado, la fuerza y el respaldo del Padre que decide avalar sin límites la obra de su hijo. Esto último es lo más importante, pues replantea el punto de origen de la autoridad y validez de la autoridad de nuestra Iglesia hoy.
La vigencia de la vocación apostólica nos la hace ver san Pablo, quien es conciente de que el anuncio del evangelio es un dinamismo permanente que no puede darse treguas, pues siempre habrá hombres y mujeres necesitados de escuchar el mensaje, urgidos de conocer lo que no conocen porque nadie se lo hace saber.
A la luz de ello, la vocación apostólica de nuestra Iglesia tendría que aclararse cada vez más, para dejar a un lado pretensiones que hacen de ella un institución imprescindible en la obra de la salvación. Lo que sí es imprescindible es la firmeza y el coraje con que cada día tiene que ser más testigo de Jesús resucitado al estilo de los primeros discípulos.
5.
Comentario: Prof. Dr. Mons. Lluís Clavell (Roma,
Italia)
«Os haré pescadores de hombres»
Hoy es la fiesta de san Andrés apóstol, una fiesta celebrada de manera solemne
entre los cristianos de Oriente. Fue uno de los dos primeros jóvenes que
conocieron a Jesús a la orilla del río Jordán y que tuvieron una larga
conversación con Él. Enseguida buscó a su hermano Pedro, diciéndole «Hemos
encontrado al Mesías» y lo llevó a Jesús (Jn 2,41). Poco tiempo después, Jesús
llamó a estos dos hermanos pescadores amigos suyos, tal como leemos en el
Evangelio de hoy: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt 4,19). En
el mismo pueblo había otra pareja de hermanos, Santiago y Juan, compañeros y
amigos de los primeros, y pescadores como ellos. Jesús los llamó también a
seguirlo. Es maravilloso leer que ellos lo dejaron todo y le siguieron “al
instante”, palabras que se repiten en ambos casos. A Jesús no se le ha de decir:
“después”, “más adelante”, “ahora tengo demasiado trabajo”...
También a cada uno de nosotros —a todos los cristianos— Jesús nos pide cada día
que pongamos a su servicio todo lo que somos y tenemos —esto significa dejarlo
todo, no tener nada como propio— para que, viviendo con Él las tareas de nuestro
trabajo profesional y de nuestra familia, seamos “pescadores de hombres”. ¿Qué
quiere decir “pescadores de hombres”? Una bonita respuesta puede ser un
comentario de san Juan Crisóstomo. Este Padre y Doctor de la Iglesia dice que
Andrés no sabía explicarle bien a su hermano Pedro quién era Jesús y, por esto,
«lo llevó a la misma fuente de la luz», que es Jesucristo. “Pescar hombres”
quiere decir ayudar a quienes nos rodean en la familia y en el trabajo a que
encuentren a Cristo que es la única luz para nuestro camino.
6. FLUVIUM
El triunfo de obedecer
«Oh buena cruz, que has sido glorificada por causa de los miembros del Señor,
cruz por largo tiempo deseada, ardientemente amada, buscada sin descanso y
ofrecida a mis ardientes deseos (...), devuélveme a mi Maestro, para que por ti
me reciba el que por ti me redimió». Con estas palabras, según cuenta la
tradición, finalizaba sus días en este mundo el apóstol San Andrés, cuya fiesta
hoy celebramos. Era el colofón de una vida entregada a Jesucristo, desde el día
en que escuchó su llamada imperiosa, exigente y, eso sí, para una vida cuya
grandeza en modo alguno podría haber imaginado.
Sin duda nos sorprende a los hombres de nuestro tiempo, tan amantes de la
independencia y la autonomía personales, este modo, que podría parecer
autoritario en exceso y hasta arbitrario, en el comportamiento de Jesús de
Nazaret. A Santiago y Juan, sin más, los llamó y, dejándolo todo, le siguieron.
Seguirme, dijo a Pedro y Andrés. En este caso les promete algo –os haré
pescadores de hombres– que nos es difícil precisar hasta qué punto lo pudieron
comprender aquellos pescadores de Galilea. Sabemos, sin embargo, que estaban,
como suele suceder casi siempre con la gente normal, ocupados en sus cosas: con
su quehacer concreto de aquel momento y, sin duda, con sus planes para el resto
de la jornada, una vez concluido aquel trabajo que les ocupaba. Los que llegaron
a ser Apóstoles de Jesucristo eran personas corrientes, posiblemente como cada
uno de nosotros Tan corrientes como la mayoría de las mujeres y de los hombres
del mundo, que se dedican a sus cosas, sin imaginarse en absoluto que una tarea
tan importante como la Redención se ha llevado a cabo, y es preciso que llegue a
ser efectiva en cada persona, en buena medida, por la actividad de gentes
corrientes, como tú y como yo.
Andrés, por referirnos en concreto a uno de aquellos que llegó a ser de los
primeros doce discípulos de Nuestro Señor, según el relato de san Mateo que nos
ofrece hoy la Iglesia en el día fiesta, jamás había sospechado, mientras echaba
la red con su hermano, que podrían llegar a pescar algo mucho más importante que
los peces del lago. Seguramente tampoco imaginaba por entonces que su vida
acabaría discurriendo, hasta físicamente, muy lejos de los afanes que parecían
absorberle por completo un día y otro: aquella pesca de la que dependía su
subsistencia y la de los suyos. Una tarea ciertamente trabajosa y no siempre
grata, según se desprende de otros pasajes del Evangelio, como aquella ocasión
en la que Jesús tuvo que escuchar, por boca de su hermano Simón: Maestro, hemos
estado bregando durante toda la noche y no hemos pescado nada. Una vida, pues,
absorbente, que reclamaba todo su interés y su esfuerzo y, sin embargo, muy
pequeña frente a la que Jesús le iba a proponer.
No se trataba, ante todo, según los planes divinos, de poner aún más empeño, más
heroísmo en la actividad, que ya la vida no era de suyo descansada para los
pescadores de Galilea, hacían cuanto podían. Mientras unos intentaban pescar,
otros se preparaban para la próxima faena remendando las redes deterioradas de
tanta brega. De lo que se trataba en adelante –esa era la diferencia– era de
obedecer a Cristo. Y Jesús se presentó aquel día con la propuesta humanamente
hablando menos oportuna que aquellos hombres podrían esperar. Pero no es
necesario hacer un alarde de imaginación para captar lo que quiere mostrarnos el
evangelista con su relato. El hecho escueto que se nos transmite –y es una
enseñanza para los hombres todos los tiempos– es la prontitud en la respuesta de
cuantos fueron llamados por Jesús mientras pasaba junto al lago. Cristo llama y
le siguen. Se nos quiere mostrar que cualquier otro afán es menos importante.
Que lo demás puede esperar. Que cumplir la voluntad de Dios no admite dilación y
es preciso poner los medios: organizar las cosas como mejor convenga, para que
su voluntad, en lo que depende de cada uno, se cumpla.
¿De verdad que pensamos –seriamente– que es decisivo salirnos con la nuestra? Sí
es razonable, y hasta necesario, que tengamos humanos proyectos nobles. Nuestra
naturaleza nos impulsa a la búsqueda del bien y cada uno concretamos esa
tendencia buena de acuerdo con nuestra personalidad, con nuestras cualidades,
aficiones o gustos; de acuerdo, y además con los deberes que por diversos
motivos nos corresponden. Reconozcamos, sin embargo, que posiblemente ponemos
una ilusión desproporcionada en algunos de nuestros afanes. Que ese proyecto,
aquella otra ilusión, el plan que con tanto cuidado hemos previsto, no se merece
hasta tal punto nuestro interés, pues parece, en ocasiones, como si casi nos
fuera la vida en ello.
¿Sentimos ese mismo afán por cumplir la voluntad de Dios? ¿Nos preguntamos de
cuando en cuando cómo agradar más al Señor en las circunstancias que configuran
nuestra vida a cada paso? Esto sí que es decisivo: trabajar con la impresión
cierta, indudable, de que Dios está pasando, como junto a aquellos pescadores de
Galilea, y nos llama. No posiblemente, para que abandonemos la tarea que nos
ocupa, pero sí para que nos preguntemos si procuramos agradarle positivamente
con nuestro modo de hacer lo que nos ocupa. Y lo mismo en casa que en la calle,
con los amigos que con los colegas, con la familia que con los desconocidos...,
hasta durante el sueño, porque nuestro primer y último pensamiento de cada
jornada deben ser para Dios. Así todo nuestro día puede llegar a ser una
permanente ilusión por hacer lo que Dios quiere, para que su voluntad se cumpla
en nuestras obras. De este modo, el salirnos con la nuestra se convierte, sin
perder en absoluto la libertad, en un imperioso deseo de que la voluntad de Dios
se cumpla en nosotros.
La Madre de todos hombres –Esclava del Señor– no quiso otra cosa que cumplir con
su vida la voluntad de Dios: hágase en mi según tu palabra, manifestó al
arcángel con sencillez. Conducidos por su ejemplo y ayuda, experimentamos
asimismo las delicias del triunfo de Dios en cada uno.
7. Reflexión:
Rom. 10, 9-18. La voz de los mensajeros ha resonado en todo el mundo, y sus
palabras han llegado hasta el último rincón de la tierra. Nada ni nadie puede
quedarse sin el anuncio del Evangelio, conforme a la voluntad de Cristo, nuestro
Dios y Salvador. Él quiere salvar a todas las personas, y que lleguen al
conocimiento de la verdad. Por eso nos podemos crear una Iglesia de santos que
excluyan a los pecadores para atraerlos a la salvación. No podemos trabajar por
una iglesia de clases, en la que los que tienen todo dan algo de lo suyo a los
más desprotegidos, pero olvidan trabajar por devolverles realmente su dignidad
humana y de hijos de Dios. Cristo ha venido a salvar todo lo que se había
perdido. Esa es la misma misión que ha confiado a su Iglesia. Por eso, si en
verdad queremos ser mensajeros del Evangelio debemos darlo todo, con tal de
ganar a todos para Cristo. No nos encerremos en grupos que, probablemente nos
confortan por su respuesta comprometida a la fe. Vayamos a las ovejas perdidas,
descarriadas; salgamos a buscarlas por los montes, pues todos tienen derecho a
conocer a Cristo y a disfrutar de su Vida y de su Espíritu. Sólo entonces no
sólo confesaremos el Nombre de Dios con los labios, sino con las obras y la vida
misma. Entonces la Iglesia se convertirá en el Evangelio, en la Buena Noticia
del amor del Padre para la humanidad entera.
Sal. 19 (18). Nosotros somos obra de las manos de Dios. Hechos a su imagen y
semejanza, y elevados a la dignidad de hijos suyos, hemos de ser una
manifestación de su presencia salvadora en el mundo. Hay muchos signos de amor y
de misericordia en el mundo entero. Muchos lo entregan todo por sus hermanos en
desgracia. Cuando surgen desgracias naturales todos nos solidarizamos con los
afectados para arriesgar incluso nuestra vida por ellos. Esta es la forma como
tratamos de hacer cercano a Dios en medio de los suyos, pues nosotros somos la
imagen de su amor y de su misericordia para los que nos rodean. Sin embargo no
faltan quienes piensan sólo en sus propios intereses; y no sólo pasan de largo
ante el sufrimiento ajeno, sino que son causa del mismo; y, aún cuando tal vez
sean puntuales en el culto a Dios, su vida no puede considerarse como una
alabanza al Nombre Divino, sino más bien ocasión de que el Nombre del Señor sea
denigrado ante las naciones. Procuremos vivir con la máxima fidelidad la fe que
hemos depositado en Cristo Jesús.
Mt. 4, 18-22. No importa el origen: Judío o Gentil, todos estamos llamados a ir
tras las huellas de Cristo. Todo se aprende en la vida bajo la guía de un buen
maestro. El Señor quiere hacernos pescadores de hombres. Es necesario vivir
constantemente como discípulos suyos, si queremos ser eficaces en el anuncio del
Evangelio de salvación. El Señor no nos desligará de nuestros deberes
temporales; pero nos quiere, en medio del mundo, como un fermento de santidad.
Por eso nos hemos de dejar llenar por la Vida que procede de Dios, y poseer por
su Espíritu Santo. Muchos permanecen ligados a sus egoísmos, y difícilmente lo
podrán dejar todo para ponerse en camino para salvar a su prójimo, pues lo único
que buscan son sus propios intereses, y no quieren perder su seguridad, la que
han puesto en la acumulación de bienes temporales. Sin embargo hemos de admirar
a quienes toman en serio su fe y el llamado que Dios les hace para no vivir una
fe intimista, sino una fe que les ponga en camino para continuar la obra del
Señor: Buscar la oveja descarriada para llevarla de vuelta al redil; pues la
Iglesia, al igual que su Señor, ha venido a buscar y a salvar todo lo que se
había perdido.
Para que realmente anunciemos a Cristo en cualquier ambiente y circunstancia en
que se desarrolle nuestra vida, el Señor nos reúne en torno suyo para que
celebremos el Misterio de su amor por nosotros. Él se ha puesto en camino para
salvarnos; Él es el primero que ha lanzado las redes para liberarnos y
rescatarnos del abismo, simbolizado en el mar. Y Él nos quiere en camino, pues
su Iglesia debe continuar siendo salvación para toda la humanidad, hasta el
final del tiempo. Seguir a Cristo nos hace cercanos a Él. Su Evangelio, meditado
con amor, debe tomar carne en nosotros. Así la Iglesia es el Memorial de la
Palabra, que continúa su encarnación en el mundo para conducir a todos al Padre.
Al entrar en comunión de Vida y de Espíritu con Cristo Él quiere que, unidos a
los apóstoles, todos cumplamos con la misión que nos ha confiado. La Iglesia,
construida en torno a la Eucaristía, da testimonio del Señor mediante sus
palabras, obras, actitudes y vida misma. La participación en la Eucaristía nos
hace personas amorosamente entregadas en pro de la salvación del mundo entero.
Vivamos, así, nuestro compromiso con Cristo y con el mundo al que hemos sido
enviados, no para condenarlo, sino para salvarlo.
¿Qué hemos dejado para echarnos a andar tras las huellas de Cristo? No podemos
continuar cargados de nuestras maldades y miserias. Hay muchas cosas que nos han
atrapado y nos han vuelto egoístas, injustos y violentos. Seguir a Cristo nos
hace, antes que nada, contemplar la forma en que nos salvó, pues quiso hacerse
pobre, para enriquecernos con su pobreza; se hizo cercano a todos para
salvarlos. Finalmente es el Dios-con-nosotros. El que no conoce a Cristo; el que
ignora la Escritura; el que trabaja desplazando a Cristo de su vida; el que se
convierte en salvador de la humanidad al margen de Cristo y de los criterios del
Evangelio, no puede arrogarse para sí, el título de hijo de Dios, pues todo lo
que haga para que el mundo sea más recto y justo utilizando la violencia y la
destrucción de los que considera malvados en lugar de salvarlos estará indicando
que en lugar de ser hijo de Dios es hijo del Autor y Padre de la mentira, del
pecado y de la muerte. No podemos hacer relecturas del Evangelio conforme a
nuestros criterios. No podemos justificar nuestras injusticias interpretando la
Escritura a nuestra conveniencia. El Señor nos pide fidelidad a Él, mediante la
Doctrina transmitida a nosotros por medio de los apóstoles y sus sucesores. Si
queremos realmente trabajar por la salvación de los demás, aprendamos a conocer
a Cristo y vivamos, con gran amor, nuestra fidelidad a su Iglesia.
Que el Señor nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de no sólo invocarlo, sino de dar testimonio de Él mediante un
auténtico amor activo a favor de la salvación de nuestro prójimo. Amén.
Homiliacatolica.com
8. Ser mensajero que anuncia la Buena Nueva
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez
"[...] ¿cómo van a invocar al Señor, si no creen en él? ¿Y cómo van a creer en
él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír hablar de él, si no hay nadie
que se los anuncie?”. Estas preguntas, que San Pablo se hace en la carta a los
Romanos, creo que tienen un especial significado en este tiempo de Adviento en
el que estamos preparando la venida del Señor.
Vivimos en un mundo en el que muchas veces los valores cristianos no son
comprendidos; y cuanto menos se comprenden, menos son apreciados. Y, cuántas
veces, comprendidos y apreciados, no son seguidos, no son vividos. Tristemente,
tenemos que confesar que la cultura que nos rodea influye mucho, que las
situaciones en las que nos encontramos tienen un gran peso en el corazón. Y en
cuántas ocasiones estas situaciones nos llevan a tomar decisiones, opciones,
formas de pensar y modos de vivir que, en el fondo, arrancan a Cristo de nuestra
existencia.
Una vocación a la vida cristiana no se puede dar sola, necesita los medios
humanos para darse. Dios ha querido llegar a los hombres a través de otros
hombres. San Pablo, en la carta a los romanos, citando la Escritura, dirá: “¡Qué
hermoso es ver correr sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la
Buena Nueva!”.
Yo les invito a que en este Adviento llenen su alma de Cristo, colmen su corazón
de una generosidad inmensa para seguir al Señor, para que cada uno de nosotros
pueda ser mensajero de la Buena Nueva para la propia vida, mensajero de la Buena
Nueva para la propia pareja, mensajero de la Buena Nueva para la propia familia
y para la sociedad, porque entonces, Jesucristo no se queda atrás en generosidad
para dar el segundo paso: "Yo los haré pescadores de hombres”.
Solamente quien escucha la palabra de Cristo lo puede seguir, y al seguirlo le
entrega todo su ser. Entrega a Cristo su vida, su libertad, sus triunfos y sus
fracasos, sus gozos y sus tristezas, sus esperanzas y sus desesperanzas. La vida
tiene que ser la conjunción de nuestra libertad dada a Cristo, apostada con
Cristo, junto con el dejar que Él opere y transforme nuestra existencia. La
pregunta que todos deberíamos hacernos en este Adviento es: ¿cómo entrego mi
libertad a Cristo? ¿Cómo dejo que Él opere en mí?
El hombre y la mujer pueden no seguir a Cristo.
Ese Simón y ese Andrés, que somos cada uno de nosotros, al escuchar el
"sígueme”, puede no entregar su libertad a Cristo. Y en un primer momento
parecería que no pasa nada. Y, quizá, es verdad: no pasa «nada». Es decir, la
ley de mi vida puede irse convirtiendo en nada, en una vida sin sentido, porque
he sacrificado lo que valía más por lo que me convenía más.
Es una opción que el ser humano debe tomar: seguir lo que vale más o seguir lo
que me conviene más. Si sigo lo que vale más, cambiará mi vida. Si sigo lo que
me conviene más, no pasará «nada». Pero, yo me pregunto: ¿quién es capaz de
soportar la nada en el corazón?
Hay que abrirse a Cristo, hay que ofrecerle el corazón; hay que permitir que el
Señor nos tome y nos lance a una decisión coherente, madura y exigente de cara a
Jesucristo. Que el Adviento reafirme en el interior de cada uno de nosotros la
decisión de ser, para los que amamos, auténticos pescadores de hombres, y que
afiance en nuestro corazón la convicción de ser, para los que nos rodean,
mensajeros que corren por los montes para llevarles la Buena Noticia de Dios.
9. CLARETIANOS 2004
Queridos amigos y amigas:
Antes de comenzar el anuncio del reino, Jesús comienza a buscar continuadores de
su misión. El evangelista ve en la pronta respuesta de estos hombres a la
llamada de Jesús un ejemplo de la conversión radical que exige la llegada del
reino.
El atractivo de esta llamada es tan fuerte que les hace capaces de romper los lazos sociales y familiares para irse a vivir con Jesús. Van a ser testigos de las palabras y de los milagros que después ellos mismos tendrán que proclamar y realizar por encargo del maestro.
Siempre recuerdo un viaje en tren que me hizo coincidir con un muchacho; éramos vecinos de asiento. Él venía de Bilbao e íbamos a Barcelona. Le llamó la atención lo que estaba leyendo y me preguntó si era cura. Así que con la espontaneidad por delante le dije que sí, que estaba de Misionero en América desde hacía algunos años.... Se le fue despertando la curiosidad por saber qué hacía, cómo era allí la gente, qué marcha llevaban los jóvenes, porqué yo había decidido ser misionero. En fin, una conversación que hacía pasar los kilómetros sin sentir.
Como suele suceder en estos casos de las preguntas generales la conversación se fue volviendo más personal y directa.
-Te admiro, Carlos, pero yo no soy capaz de hacer lo que tu haces.
-¿Por qué no? ¿Acaso piensas que yo soy un tipo fuera de serie?
-Es que para hacer lo que tú haces, tendría que dejar cosas que aquí las tengo a mano siempre que quiero.
Al leer el texto del evangelio de hoy uno se queda
asombrado de la decisión de Pedro y Andrés, Santiago y Juan. Dejaban atrás el
trabajo y la familia, y aquel pequeño mar de Galilea para abrir otros rumbos a
sus vidas. ¡Qué generosidad! ¡Qué coraje!
Vuestro hermano en la fe
Carlos Latorre
carlos.latorre@claretianos.ch