10-17

San Ignacio de Antioquía

 

1. DOMINICOS 2003

Testigo de la verdad

San Ignacio (+ 107) fue sucesor de Pedro en la iglesia de Antioquía. Lo mejor de su vida lo fue poniendo al servicio de la comunidad en la que era pastor, predicador, organizador, testigo de la fe.

Bajo el imperio de Trajano, por no claudicar en su fe, fue condenado a morir devorado por las fieras. El hecho aconteció en Roma.

Los documentos más admirables que nos han quedado de él son sus cartas, escritas a varias iglesias, durante su viaje de Antioquía a Roma, camino del martirio.

En ellas expone su doctrina sobre Cristo, sobre la organización de la Iglesia y sobre el sentido de la vida cristiana. Son fuente inagotable de teología espiritual y eclesial.

Recordemos unas frases memorables dirigidas a los fieles de Roma:  “Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me haría posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios,  y he de ser molido por los dientes de las fieras para llegar a ser pan limpio de Cristo”.

ORACIÓN:

Señor, Dios nuestro, tú has querido que siguiéramos el ejemplo de Jesús, hasta entregar nuestra vida en fidelidad a ti y a los hombres; haznos dóciles a tu palabra, intrépidos en la defensa de nuestra fe, ardientes en la comunión eclesial y difusores de tu Reino. Amén.

 

Palabra transformadora

Lectura de la carta de san Pablo a los filipenses 3, 17-4,1:

“Hermanos: Seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en mí. Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas... Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa...”

Quien ha recibido el don de la fe, como Pablo, ha de sentirse honrado en la fidelidad a la cruz de Cristo, sin ceder a concupiscencias e intereses mezquinos. El creyente es ciudadano del cielo y no comparte otra gloria que la de Cristo.

Evangelio según san Lucas 12, 1-7:

En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos:

Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía. Nada hay encubierto que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis en la noche, se repetirá a pleno día... A vosotros os digo, amigos míos: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar más... Temed al que tiene poder para matar y después echar en el fuego...”

Vivir como hipócritas no es juego limpio. Hay que vivir como hijos de la luz, de tal suerte que el amanecer y atardecer de cada día nos sorprenda en la misma actitud de sinceridad y de verdad. La ficción no va bien con los hijos de Dios y de la luz.

 

Momento de reflexión

Hoy hacemos una excepción en el comentario, y damos la palabra a san Ignacio, obispo de Antioquía y mártir. El modo como siguió a Pablo y, sobre todo, a Jesús, lo tenemos expresado en sus cartas. Como base para la reflexión y meditación nos serviremos de unos párrafos contenidos en la carta a los romanos.

En ella les pide que no intercedan por su liberación sino que le ayuden a dar testimonio por Cristo:

1. “Todo mi deseo y mi voluntad están puestos en aquél que por nosotros murió y resucitó.  Se acerca ya el momento de mi nacimiento a la vida nueva. Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida {nueva}, no queráis que muera {viviendo en el mundo}.
Si lo que yo anhelo es pertenecer a Dios, no me entreguéis al mundo ni me seduzcáis con las cosas materiales...
Permitid que imite la pasión de mi Dios.
El que tenga a Dios en sí entenderá lo que quiero decir y se compadecerá de mí, sabiendo cuál es el deseo que me apremia...”

2. “Os escribo en vida, pero mi deseo es morir. Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de los deseos terrenos. Únicamente siento en mi interior la voz de un agua viva que me habla y me dice: “Ven al Padre”...

Lo que deseo es el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, y la bebida de su sangre, que es la caridad incorruptible...”

3. “Rogad por mí, para que llegue a la meta. Os he escrito no con criterios humanos, sino conforme a la mente de Dios. Si sufro el martirio, es señal de que me queréis bien; de lo contrario, es que me habéis aborrecido...”

Alabado seas, Señor, por la palabra y la sangre de tus mártires. Alabado seas por la luz de la fe con que iluminas nuestro futuro. Alabado seas por las acciones de todos los hombres buenos que ponen su vida en peligro por servir a los demás llevando en su corazón y en su mente mensajes de justicia, amor y paz. Amén.


2. SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA 17-octubre-2003

Rom 11,1-8: Abraham creyó a Dios
Salmo responsorial 31,1-2, 5.11
Lc 12,1-7: No tengan miedo a los que matan el cuerpo

Todos los humanos, ante el peligro de perder ventajas y bienes materiales, sentimos, efectivamente, miedo. Cuando el peligro es de perder la misma existencia, el miedo se convierte en angustia o terror... Jesús nos pide que no nos aterroricemos ante los que «matan el cuerpo pero luego no pueden hacer más». Con ser grave perder la vida física, todavía no es el todo... Somos algo más... El auténtico miedo ha de ser a la pérdida irreparable ante Dios; éste es el verdadero fracaso: la condena, la muerte eterna...

Muchos pretendemos seguir fieles al evangelio, pero a la vez buscamo el facilismo, las seguridades, la comodidad... Por eso, ante una amenaza de persecución, nos viene, dominante, el miedo a perder el prestigio, los bienes, al qué dirán, al riesgo, al desarraigo... Los pobres, por el contrario, están ajenos a estos temores, porque nada tienen que perder...

La invitación de Jesús va en esta línea: es preciso analizar de tanto en tanto cómo está nuestro corazón, cuáles son nuestros deseos más arraigados, y cómo estar «ligeros de equipaje»...

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO