Señor, gracias, por nuestra vida.
Señor , gracias, por la ilusión.
Y gracias, por la esperanza que anida en el corazón.
Sea para ti, Señor, la gloria,
para ti el esplendor, la majestad.
Canten su acción gracias cielo y tierra, por ser obra de tu amor.
Las témporas son días en que la Iglesia convida a sus fieles a ser agradecidos: agradecidos al Dios de la vida, de las cosechas, del trabajo, de las viñas, de la fecundidad ...
No hay cosa más propia de unas criaturas que agradecer, admiradas, todo lo positivo que contemplan sus ojos: las mieses, los hijos, la cultura, la familia, la paz, la vida; y, al mismo tiempo, nada más propio que elevar la súplica del pobre y desvalido, para nunca falte lo necesario a los hermanos que sufren, lloran, pasan hambre...
Todas las religiones, de una u otra forma, han querido tener propicios a sus dioses, y por ello les han ofrecido sus pequeños dones, e incluso a veces sacrificios de víctimas cruentas.
Nosotros, cristianos, que hemos conocido el rostro amable de Dios Padre en su Hijo encarnado, hagamos la ofrenda de nosotros mismos comprometiéndonos en fidelidad, a través de la liturgia de alabanza, adoración y súplica. Pongamos cada uno en el platillo de la ofrenda todos aquellos motivos por los que nos inclinamos, reverentes, a proclamarle Señor, Padre y Rey, y depositemos en el otro las miserias de nuestras ingratitudes pasadas para que Él las queme en la hoguera de su amor misericordioso.
ORACIÓN:
Te damos gracias, de todo corazón, porque eres bueno; porque eres Padre; porque tienes entrañas colmadas de piedad; porque nos das el agua y la sed, el hambre y el pan, el trabajo duro y la cosecha que lo premia, la gracia de ser leales y el perdón por no serlo. Quédate siempre con nosotros y déjanos sentir tu presencia. Amén.
“Habló Moisés al pueblo y dijo: Cuando el Señor tu Dios te introduzca en la tierra buena, que es tierra de torrentes, de fuentes y veneros que manan en el monte y la llanura; tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granados, de olivares y de miel; tierra en que no comerás tasado el pan ... , entonces comerás hasta hartarte y bendecirás al Señor tu Dios por la tierra buena que te ha dado. Pero, cuidado, no te olvides del Señor tu Dios, sé fiel a los preceptos, mandatos y decretos que yo te doy..., no sea que te vuelvas engreído y te olvides del Señor tu Dios...”
En la verdad de lo que somos, criaturas, pero criaturas dotadas con conciencia de serlo, está impresa la huella del Señor y Creador. No devolver amor y gratitud es necedad.
“Hermanos: El que es de Cristo [como vosotros] es una criatura nueva. Para ella lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. [Mas no olvides que] todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar... En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios...”
Somos criaturas privilegiadas, amadas como hijas de Dios, regeneradas por Cristo. ¿Cómo es posible, si reflexionamos un momento con sinceridad, que reneguemos de lo que somos obrando impíamente?
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?... Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden!”
Lo que hoy pedimos es perdón, misericordia, gracia; y lo que ofrecemos es arrepentimiento, compromiso de vida noble y digna, adherirnos a Cristo vivo. Lo demás vendrá por añadidura.
Apropiémonos en unos minutos de meditación sincera los sentimientos que la liturgia de Laudes recoge en este himno de gratitud. Y hagámoslo suplicando que estén espiritualmente con nosotros todos los redimidos por Cristo:
Gracias, Señor, por esta agua que llega
del aire hasta los campos, hasta el bosque y el huerto;
gracias por tu palabra que riega este desierto
del alma, prometiendo las horas de la siega.
Gracias por tanta gracia, tanta cuidada
entrega,
por el sol que calienta este corazón yerto.
Gracias por estas flores primeras que han
abierto
ojos de luz a tanta claridad honda y ciega.
Gracias porque te he visto latiendo en los
bancales,
favoreciendo, urdiendo los tiernos esponsales
del verdor con la tierra, la rosa con la rama...
Gracias porque es llegado el tiempo del que ama. Amén.
2.
Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant
Cugat del Vallès-Barcelona, España)
«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá»
Hoy, como un eco de una antigua tradición ligada a la sociedad rural, celebramos
litúrgicamente una jornada de acción de gracias a Dios por los favores que nos
ha hecho y de petición de ayuda por los frutos de nuestro trabajo en este nuevo
curso.
El medio rural, efectivamente, por la fuerza de los hechos, tenía viva
conciencia de que los frutos recogidos —sin desconsiderar el esfuerzo humano—
eran un don de Dios. Ante los imponderables del clima y de las circunstancias
del trabajo del campo, el hombre era más consciente de que dependía del buen
Dios. Por contraste, el progreso de la técnica y del trabajo industrial parecen
amenazar esta “memoria de Dios”: en no pocos casos, se ha diluido la conciencia
de dependencia de Dios, y el hombre corre el riesgo de auto-divinizarse al
pensar que ya no necesita del Creador. En cambio, Jesús nos ha dicho: «Pedid y
se os dará (...); llamad y se os abrirá» (Mt 7,7), que es tanto como si nos
dijera: —Yo te recordaré y te ayudaré, pero necesito que tú no me olvides y que
no me eches de tu vida.
En este sentido, Juan Pablo II advierte: «Es preciso que el hombre dé honor al
Creador ofreciendo, en una acción de gracias y de alabanza, todo lo que de Él ha
recibido. El hombre no puede perder el sentido de esta deuda, que solamente él,
entre todas las realidades terrestres, puede reconocer y saldar como criatura
hecha a imagen y semejanza de Dios».
Y como prevención ante este riesgo de ingenua “desmemorización”, la oración
colecta de hoy nos invita a decir: «Señor Dios, Padre lleno de amor, que diste a
nuestros padres de Israel una tierra buena y fértil, para que en ella
encontraran descanso y bienestar, y con el mismo amor nos das a nosotros fuerza
para dominar la creación y sacar de ella nuestro progreso y nuestro sustento; al
darte gracias por todas tus maravillas, te pedimos que tu luz nos haga descubrir
siempre que has sido tú, y no nuestro poder, quien nos ha dado fuerza para crear
las riquezas de la tierra».
3. CLARETIANOS 2004
Queridos amigos:
“Todo tiene su tiempo”, decía el Predicador. Su tiempo, la recolección; y su
tiempo, la sementera. Entre una y otra (aunque los agricultores están ya más o
menos metidos en el tiempo de la sementera), se nos invita poner una nota
teologal a estos dos tiempos. La memoria de San Francisco de Asís, celebrada
ayer, nos ha podido preparar para entonarla. Porque él percibió todas las cosas
como un regalo espléndido de Dios. Por eso cantaba en su himno de las criaturas:
Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos, y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!
En este tipo de civilización en que nos movemos está, por así decir, opacada
esta verdad, o están ofuscados nuestros ojos y no la percibimos. En la
industria, en los servicios, en la misma agricultura aparecemos nosotros como
los protagonistas que manipulan y explotan una materia, entre dócil y rebelde,
que tienen ante sí. Concentrados en lo concreto, o en lo sectorial, parece que
hemos perdido una visión más envolvente y global de las cosas. El pasaje del
Deuteronomio sugiere que, efectivamente, las riquezas que nos creamos son fruto
de nuestra inteligencia y nuestra fuerza. Pero nos lleva más allá: la tierra
entera, simbolizada en la tierra prometida en que Yahvéh introduce a Israel, es
un don de Dios a los hombres; y la fuerza que desplegamos en el dominio de las
cosas nos viene dada por Dios. Todo, por tanto, en el orden objetivo y en el
orden subjetivo tiene su fuente en Él.
Concentrados en el ras a ras de lo inmediato, caemos fácilmente en el olvido de
la realidad omniposibilitante que es Dios. En este tiempo en que celebramos el
día sin tabaco, el día sin tráfico, el día de la paz, el día internacional de la
mujer, el día del trabajo (o la fiesta del trabajador), el día de los enfermos
de Sida, o del cáncer, y tantos más, la Iglesia, que parece haberse adelantado a
esta proliferación de días dedicados a uno u otro aspecto de la vida humana, nos
invita al día de la acción de gracias y de petición. En él nos mueve a tomar una
apropiada distancia de lo inmediato para reconocer ese fundamento que todo lo
posibilita: el Dios viviente, que debe ser loado por toda criatura, y en
especial loado por los frutos de la tierra y del trabajo del hombre.
Cordialmente
Pablo Largo
pablolargo1@hotmail.com