MARTIRIO DE JUAN BAUTISTA

08-29

SANTORAL

 

Juan creyó en su misión; cree tú en la tuya. No se buscó a sí mismo y nada hizo por dejar su soledad y deslizarse en el séquito privilegiado de Jesús. Amigo del Esposo como era, se regocijó del júbilo del Esposo, contentándose con el terrible aislamiento de las mazmorras de Maqueronte, de donde no salió más que para el cara a cara de la eternidad. El que Jesús no lo haya llamado al Colegio Apostólico, a la fundación de la Iglesia, a la dicha de su intimidad, no arguye menos amor. De ninguno de los apóstoles hizo panegírico mayor que del que calificó como «más que profeta»: «Os aseguro que no ha surgido entre los hijos de mujer uno mayor que Juan el Bautista» (Mt 11,9-11). Tenía que ser el modelo alentador de las almas que renunciarían a todo, incluso a la suavidad de los favores divinos, para que sea glorificado en ellas y por ellas el Dios mismo de toda consolación. No es poco olvidarse hasta ese extremo y aguantar en el desierto esa suprema austeridad del silencio de Dios sin que se cuarteen ni la fe ni la esperanza.


El Precursor supo comprender la actitud misteriosa de Jesús respecto de él, y en la robustez serena de su fe «por Cristo» -tan distante- «abundaba su consolación» (cf. 2 Co 1,5). Su Felicidad no fue otra que la aurora de la salud del mundo (cf. Lucas 2,29-32). Como no ha recibido ministerio alguno en la nueva economía, se oculta en el silencio de la contemplación. De hecho, el amigo del Esposo es también la Esposa, y desde la Vi¬sitación no ha salido de la cámara nupcial en la que el Verbo la colma de claridades (Un monje, El eremitorio. Espiritualidad del desierto, Cartuja de Miraflores, Burgos).
 

1. CLARETIANOS

Hoy la Iglesia recuerda y celebra el martirio de San Juan Bautista, el precursor de Cristo, antesala, preludio, anunciador del Mesías que el pueblo judío estaba esperando. Los evangelios le recuerdan como un hombre austero, solitario, que finalmente entregó su vida por aquello que configuró su misión: anunciar la Verdad -que es Cristo- y todas las "verdades" por molestas que sean de escuchar. "Convertíos…"

Por eso, de algún modo, San Juan Bautista no sólo anuncia la cercanía del Reino que llega con Cristo, sino que también con su muerte anuncia la Pascua, el Misterio cristiano. No es fácil vivir dando sentido a la muerte, y menos cuando nos encuentra violentamente. Por eso las palabras de Jeremías: no les tengas miedo… porque Yo estoy contigo para librarte; no les temas, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Es muy curiosa esta frase. ¿Cuántas veces son nuestros propios temores ante algo o alguien lo que nos hace realmente apocados, pusilánimes, cobardes?.

Jeremías experimentó que es este mismo Dios que lucha en nuestras luchas y nos acompaña en nuestras empresas, quien nos deja "atrapados" en el miedo, y todo porque no somos capaces de ver más allá, de poner nuestra confianza y nuestras fuerzas en el Señor que nos envía. Recordad a Moisés, a Abraham, o al mismo David ante Goliat: cuando luchamos creyendo firmemente que la batalla es de Dios y no nuestra, no sólo no tememos al mayor de los gigantes, sino que además, cualquier escudo y coraza nos parece demasiado pesado y preferimos seguir con nuestra pequeña onda.

San Juan Bautista no murió por confesar a Cristo y, sin embargo, la Iglesia, desde el principio, le considera mártir, testigo. Pues bien, hoy puede ser para nosotros una fuerte llamada a cuestionar nuestro testimonio en el mundo. ¡Tantas veces no será necesario hablar expresamente de Cristo para anunciarle!, ¡tantas ocasiones para denunciar lo que vemos desde el Evangelio, aún sabiendo que nuestra "cabeza" (en todos los sentidos) puede ponerse a disposición del capricho de cualquier Herodías, o de la sumisión e incoherencia de un Herodes cualquiera.

Como rezamos hoy en el salmo:
Sé tú, Señor, nuestra roca de refugio,
nuestra peña, nuestra seguridad, nuestra única defensa.
Porque no siempre es fácil vivir desde ti y enfrentarnos a lo que nos amenaza
sin perdernos en nuestros propios miedos.
Ayúdanos, Señor.


Rosa Ruiz, rmi (rraragoneses@hotmail.com)


2. COMENTARIO 1  - Mc 6, 17-29

v. 17 Porque el tal Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, debido a Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con la que se había casado.

Herodes priva a Juan de su libertad, impidiéndole continuar su acti­vidad; la medida de Herodes no hace caso de la opinión del pueblo, que veía en Juan un enviado divino. Sin embargo, aunque es Herodes quien da la orden de encarcelar a Juan, otra persona lo ha instigado a hacerlo, Herodías, mujer de su hermano Filipo, a la que Herodes había tomado por esposa.

vv. 18-19 Porque Juan le decía a Herodes: «No te está permitido tener como tuya la mujer de tu hermano». Herodías, por su parte, se la tenía guardada a Juan y quería quitarle la vida, pero no podía...

Juan no era parcial con los poderosos y denunció esa injusticia. La frase no te está permitido apela a la Ley, que prohíbe ese matrimonio (Ex 20,17; Lv 18,16; 20,21). La más sensible a esta denuncia es Herodías, la adúltera. La denuncia de Juan desacredita ante el pueblo al poder políti­co y puede crear una fuerte opinión popular contraria a Herodes que provoque la intervención romana o que decida a Herodes a despedir a Herodías. Esta teme por su posición y su poder; Juan es una amenaza para ella.

v. 20: porque Herodes sentía temor de Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo tenía protegido. Cuando lo escuchaba quedaba muy indeciso, pero le gustaba escucharlo.

Herodías se propone quitar la vida a Juan, pero hay un obstáculo a su propósito, el temor que siente Herodes por Juan, al que considera un hombre justo, es decir, de conducta agradable a Dios y aprobada por él, y santo o consagrado por Dios, un profeta. Conociendo la hostilidad de Herodías, Herodes protege a Juan de sus maquinaciones y no consiente darle muerte. Es más, se siente atraído por Juan, habla familiarmente con él y lo escucha con gusto, aunque no deje de exigirle que se separe de Herodías. Cogido entre el influjo de ésta y el discurso de Juan, Herodes queda irresoluto. El peligro para Herodías es extremo; ella no respeta al profeta, es el prototipo de la impiedad.

El episodio de la muerte de Juan tiene dos lecturas paralelas. Mc lo desarrolla en un plano narrativo, pero dejando ver a través de él un segundo plano, en el que los personajes adquieren un carácter represen­tativo. Los notables judíos de Galilea han renunciado a la idea de un Mesías enviado por Dios; tienen al pueblo sometido y lo utilizan para ganarse el favor del rey ilegítimo. Son ellos los principales responsables de la muerte de Juan Bautista.

v. 21 Llegó el día oportuno cuando Herodes, por su aniversario, dio un ban­quete a sus magnates, a sus oficiales y a los notables de Galilea.

El día oportuno es la ocasión propicia para que Herodías cumpla su designio de matar a Juan (6,19). Todo lo que sigue está, por consiguiente, preparado por ella. El banquete de cumpleaños era para los judíos una costumbre pagana (Gn 40,20; Est 1,3). Se celebra la vida de Herodes, el poder absoluto, y con él la celebran los representantes de todos los esta­mentos del poder. Los magnates son probablemente los gobernadores de distrito, poder político asociado y dependiente del de Herodes; los oficia­les son los jefes de las cohortes, poder militar al servicio de Herodes; los notables de Galilea son los miembros de la aristocracia judía, poder econó­mico aliado con Herodes.

En el plano representativo, al adulterio público de Herodes y Herodías corresponde la infidelidad a Dios de los dirigentes judíos, llamada «adulterio» en el lenguaje de los profetas: los notables de Galilea están en el banquete de Herodes, perseguidor de Juan, reconociéndolo por rey legítimo. Estos son «los herodianos» (3,6; 8,15; 12,13). La figura de Herodías, la adúltera, representa a estos dirigentes.

vv. 22-23 Entró la hija de la dicha Herodías y danzó, gustando mucho a Hero­des y a sus comensales. El rey le dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré». Y le juró repetidas veces: «Te daré cualquier cosa que me pidas, incluso la mitad de mi reino».

Aparece otro personaje, la hija de Herodías, sin nombre, que se defi­ne por su madre: no tiene personalidad propia. El oficio de bailarina en un banquete era propio de esclavas y la hija de Herodías se presta a actuar como tal; danza para divertir a Herodes y a sus invitados; humi­llante adulación al poder. La muchacha está en edad de casarse. Represen­ta al pueblo sin voluntad propia y juguete en manos de los dirigentes (los paralelos con la hija de Jairo: 5,35 y 6,22: hija; 5,41.42 y 6,28: muchacha, muestran que la madre representa a la clase dirigente y la hija al pueblo sometido).

Herodes, muy complacido, se compromete solemnemente a dar un premio a la muchacha, dejándolo a su arbitrio. De aquí en adelante des­aparecen los nombres propios: Herodes es el rey; Herodías, la madre, subrayando el carácter representativo de los personajes. El rey se consi­dera dueño de todo y con poder para todo (cualquier cosa que me pidas); aunque sea la mitad de mi reino (cf. Est 5,3.6), promesa desmesurada.

v. 24: Salió ella y le preguntó a su madre: «¿Qué le pido?» La madre le con­testó: «La cabeza de Juan Bautista».

La muchacha no tiene voluntad propia; mostrando su total depen­dencia, va a preguntar a su madre, que ha urdido toda la trama. La pro­mesa se hizo a la hija, pero decide la madre, que busca sólo su propio interés: eliminar a Juan. Su adúltera participación en el poder vale más que la vida del profeta. Por medio de su hija, somete a Herodes. No quiere la mitad del reino, quiere todo el reino.

v. 25: Entró ella en seguida, a toda prisa, adonde estaba el rey, y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».

Mc subraya la inmadurez de la joven: entra en seguida, a toda prisa, sin criticar ni juzgar la decisión de la madre ni considerar si era o no favora­ble para ella: es una esclava de su madre. Exige (quiero) que se cumpla su petición sin tardar (inmediatamente). El banquete de aniversario, que pre­tendía celebrar la vida, se convierte en un banquete de muerte (en una bandeja).

vv. 26-28: El rey se entristeció mucho, pero, debido a los juramentos hechos ante los convidados, no quiso desairarla. El rey mandó inmediatamente un ver­dugo, con orden de que le llevara la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, le llevó la cabeza en una bandeja y se la dio a la muchacha: y la muchacha se la dio a su madre.

En el poder civil hay un resto de humanidad; Herodes estimaba a Juan y sabe que lo que le piden no es sólo una injusticia, sino un desprecio a Dios (6,20: «justo y santo»); pero un rey no puede quedar en mal lugar, perdería su prestigio. Por encima de lo humano están los intereses del poder. Ninguna reacción por parte de los invitados: al rey le está per­mitido todo, es dueño de la vida de sus súbditos. La joven da la cabeza a la madre, quedándose sin nada. La madre consigue su propósito, acallar definitivamente la voz del Bautista.

Se deduce que Juan no había denunciado solamente el adulterio per­sonal de Herodes, sino también el connubio entre los dirigentes judíos y el poder del tetrarca. La muerte de Juan a manos del poder civil, por ins­tigación del poder judío (Herodías), preludia la muerte de Jesús.

v. 29: Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.

Los discípulos de Juan entierran el cadáver: todo ha terminado, inclu­so para sus discípulos; un cadáver no tiene vida ni futuro. No habrá con­tinuación. Como los discípulos de Juan no siguen a Jesús, no pueden hacer más que dar testimonio del fin de su maestro.

El fin de Juan se narra cuando Jesús va a manifestarse como Mesías y, para eso, ya no hace falta más preparación. Los Doce, por su parte, están preparando al pueblo para un proyecto vano, pues Jesús no va a restaurar a Israel.


COMENTARIO 2

Herodes había ordenado que prendieran a Juan y lo tenía encadenado en la prisión por causa de Herodías, la mujer de su hermano Herodes Filipo, con quien se había casado. Y Juan, un hombre libre con la libertad que da creer sólo en Dios, constantemente le echaba en cara aquello: "No te está permitido tener a la mujer de tu hermano".

Herodías odiaba a Juan, porque era lo único que se interponía entre ella y sus ambiciones. Ella conocía bien a Herodes y temía que la crítica de Juan le hiciera mella; veía cómo le impactaba lo que Juan decía y cómo regresaba perplejo.

El caso es que Herodías se la tenía jurada a Juan y quería asesinarlo, pero no veía cómo hacerlo, hasta que llegó la oportunidad: un día en que Herodes organizó un gran banquete con motivo de su cumpleaños, e invitó a todos los de la corte, a los tribunos romanos y a los principales de Galilea. Entonces la hija de Herodías salió a bailar, toda provocación de la cabeza a los pies, y se dio cuenta de que Herodes no le quitaba la vista. No era la mirada del padrastro orgulloso de la belleza de la hija de su esposa; era algo más. Y eso mismo había en las miradas de los otros. Les agradó. Les gustó.

Herodes entonces, queriendo complacerla y complacerse, le dijo a la muchacha: "Pídeme lo que quieras y te lo daré... incluso si me pides la mitad de mi reino te juro que te lo doy". Ya estaba dicho: la mitad del reino. La insinuación era clara: le estaba ofreciendo hacerla reina... No era, obviamente, el partir el reino en dos, sino el compartirlo; eso era lo que le ofrecía.

Herodías vio una doble oportunidad: de reafirmarse como la única reina, y de quitarse de una vez para siempre la amenaza de Juan. Y cuando su hija le preguntó qué le convenía pedir a Herodes, le dijo sin vacilar: "La cabeza de Juan el Bautista".

1. J. Mateos-F. Camacho, Marcos. Texto y Comentario. Ediciones El Almendro. Córdoba

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3. DOMINICOS 2003

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos (Jesús)

Juan dio su sangre como supremo testimonio por el nombre de Cristo (Prefacio)

La escena que hoy recoge el texto evangélico la hemos comentado ya en varias ocasiones. Juan Bautista, profeta denunciador de pecados, voz de trueno que remueve conciencias, precursor del Señor, es objeto de caprichos femeninos llenos de odio y venganza, que piden en una bandeja la cabeza del pregonero de la verdad.

Hagamos una pausa, y consideremos cuántas veces en la historia habrá sucedido este hecho: que quien denuncia la mentira y defiende la verdad, que quien condena el pecado y proclama la virtud, que quien fustiga la injusticia y pregona la dignidad humana, haya sido objeto de burla y condenado ante tribunal impío. Ni siquiera el Precursor se libró de ello. Mas ¿por qué encarecemos lo de “el precursor”,  si Jesús mismo fue condenado injustamente por decirse Hijo del Padre, Mesías y Salvador?

ORACIÓN:

Reconocemos, Señor, nuestra imbecilidad; nos da sonrojo ver la cabeza de Juan en la bandeja de gloria y triunfo de una pecadora. Pero tememos, Señor, de nosotros mismos, pues somos capaces de volver a herir al inocente y condenar al justo. Ilumina nuestras mentes para que seamos fieles servidores de la verdad. Amén.

 

Palabra que desafía al miedo

Profeta Jeremías 1, 17- 19:

“En aquellos días recibí esta palabra del Señor: Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No tengas miedo a tus adversarios, pues, si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira: yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce frente a todo el país; frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte”.

En este texto se da, primero, una confesión de debilidad. El profeta teme a sus perseguidores. Pero Dios sale en su defensa y le asegura su presencia, gracia, fortaleza y premio. Al fin, siempre vence –por gracia- el mensajero del Señor.

Evangelio según san Marcos 6, 17-29:

“En aquel tiempo, Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Felipe, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Pero Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio. Mas no acababa de conseguirlo, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. En muchos asuntos seguía su parecer y lo escuchaba con gusto.

La ocasión de la venganza llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates... La hija de Herodías danzó y gustó mucho a Herodes y a los convidados, y el rey le dijo a la joven: pídeme lo que quieras, que te lo doy... Ella le dijo: quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista… Y el rey mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan el Bautista...”

Este párrafo nos pone en guardia: no caigamos los creyentes en la tentación de pensar que Dios, que  está con nosotros, nos librará de todo desatino humano. Dios no obra así. Hará siempre justicia, pero no en nuestra forma y tiempo.

 

Momento de reflexión

Difícil papel el de ser profeta.

El texto de Jeremías nos recuerda la difícil misión asignada al profeta en un contexto que muchas veces es adverso. Aunque Jeremías se sintiera, por gracia de Dios, convertido simbólicamente en plaza fuerte, muralla y columna de hierro, la realidad era que se veía sometido a duros sufrimientos y persecuciones, como lo serán los profetas del futuro.

La situación de Jeremías pasa por una escena parecida a la que el Evangelio relata sobre Juan el Bautista, y ésa podría aplicarse a todos los evangelizadores, pues éstos de una u otra forma tienen que sufrir adversidades en el mundo.

La vida en servicio a la fe, a la verdad y a la justicia, siempre supone notable carga sobre los hombros de quienes la mantienen.

Crueldad femenina, la de Herodías.

En cuanto a la reflexión sobre el texto evangélico, ponderemos los contrastes que en él aparecen: Herodes es un pecador, infiel a la vida matrimonial; y Juan le denuncia su conducta, porque esta era obligación del profeta. Como Juan es honrado en sus planteamientos, Herodes, a pesar de sentirse herido, le cobra cierto afecto, como se tiene afecto a quien dice la verdad, aunque nos duela, si somos mínimamente honestos. En cambio, Herodías no quiere saber nada de la justicia y fidelidad; está dominada por las pasiones de la carne, del poder, de la gloria; y está dispuesta a acabar con Juan. A esto se llamaría perfidia. La oportunidad servida por Herodes la aprovecha al máximo: la cabeza de Juan el Bautista es el precio de un baile y de una promesa halagadora.

¡No es así como hemos de conducirnos en la vida, si tratamos de salvar un mínimo de verdad, justicia, respeto, libertad, amor!


4. ACI DIGITAL 2003

18. Véase Lev. 18, 16: "No descubrirás la desnudez de la mujer de tu hermano; es la desnudez de tu hermano".

26. ¿Qué valía un juramento hecho contra Dios? Fue el respeto humano, raíz de tantos males, lo que determinó a Herodes a condescender con el capricho de una mujer desalmada. No teme a Dios, pero teme el juicio de algunos convidados ebrios como él. Cf. Mat. 14, 9 y nota: "A pesar de que se afligió el rey, en atención a su juramento, y a los convidados, ordenó que se le diese". Herodes no estaba obligado a cumplir un juramento tan contrario a la Ley divina y fruto del respeto humano. S. Agustín, imitando a San Pablo (I Cor. 4, 4 s.), decía: "Pensad de Agustín lo que os plazca; todo lo que deseo, todo lo que quiero y lo que busco, es que mi conciencia no me acuse ante Dios".


5.

EL MARTIRIO DE SAN JUAN BAUTISTA

Evangelio: Mc 6, 17-29 Herodes había mandado apresar a Juan y le había encadenado en la cárcel a causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo; porque se había casado con ella y Juan le decía a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano». Herodías le odiaba y quería matarlo, pero no podía: porque Herodes tenía miedo de Juan, ya que se daba cuenta de que era un hombre justo y santo. Y le protegía y al oírlo le entraban muchas dudas; y le escuchaba con gusto.
Cuando llegó un día propicio, en el que Herodes por su cumpleaños dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea, entró la hija de la propia Herodías, bailó y gustó a Herodes y a los que con él estaban a la mesa. Le dijo el rey a la muchacha:
—Pídeme lo que quieras y te lo daré.
Y le juró varias veces:
—Cualquier cosa que me pidas te daré, aunque sea la mitad de mi reino.
Y, saliendo, le dijo a su madre:
—¿Qué le pido?
—La cabeza de Juan el Bautista —contestó ella.
Y al instante, entrando deprisa donde estaba el rey, le pidió:
—Quiero que enseguida me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se entristeció, pero por el juramento y por los comensales no quiso contrariarla. Y enseguida el rey envió a un verdugo con la orden de traer su cabeza. Éste se marchó, lo decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha y la muchacha la entregó a su madre. Cuando se enteraron sus discípulos, vinieron, tomaron su cuerpo muerto y lo pusieron en un sepulcro.

 

Santa Pureza     

Parece, y es verdad, que en todo momento debemos ser puros. "¿Qué tal la virtud de la Pureza?", he preguntado en ocasiones en la dirección espiritual. "Bien..., normal...", suelen responder. Y, a continuación, prosiguen con algo así como que, en ese aspecto, no tienen problemas, pues, son personas sencillas, ocupadas en sus cosas, que procuran no herir a sus semejantes y cumplir las propias obligaciones con justicia. Está claro, que no han comprendido la pregunta; que posiblemente existe en este caso, como en otros, una indeseable alianza entre la ignorancia y la falta de exigencia en el sujeto, que conduce a que muchos ni siquiera lleguen a plantearse vivir la sexualidad con los criterios de Jesucristo. Porque la Pureza –la Santa Pureza– es la virtud cristiana gracias a la cual se regula la capacidad generativa de acuerdo con la recta razón iluminada por la fe. Por lo tanto, no viven esta virtud humana y cristiana, los que incurren, consigo mismos o con otros, en acciones deshonestas, contrarias a la castidad, o se ponen en peligro de cometerlas.

        El pasaje de san Mateo que hoy consideramos, presenta una situación de clamorosa deshonestidad. No podemos detenernos en analizar con detalle el caso. Tomamos ocasión, en cambio, de aquel triste suceso para suplicar para todos la limpieza de corazón y de cuerpo, que, como anunció Jesucristo en las bienaventuranzas, es imprescindible para contemplar a Dios: Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios. La virtud de la castidad, sin ser la primera en el orden de las virtudes, es, sin embargo, imprescindible para vivir otras muchas, entre ellas, la caridad: el amor a Dios y al prójimo en que consiste la esencia de la perfección cristiana.

        Nos serviremos de algunos textos de san Josemaría, tomados todos ellos de Camino, para continuar nuestra meditación sobre esta virtud:

        ¿Pureza? —preguntan. Y se sonríen. —Son los mismos que van al matrimonio con el cuerpo marchito y el alma desencantada... ¡Cuántas veces nos encontramos por desgracia con esta paradoja! Es una pretendida alegría por haber "superado" lo que algunos llaman "perjuicios" únicamente religiosos. Esa falsa risa, tantas veces inducida por la moda, por el qué dirán..., por no ser menos..., viene a ser como el "canto del cisne": el preludio de una amargura y un desengaño, de los que algunos luego no saben o no quieren retornar. Porque parece claro –de modo especial en ciertos ambientes culturales– que la vida pública, la calle..., no colabora positivamente con el ejercicio de esta virtud. El cristiano comprometido con su fe lo sabe. No le resulta extraño, por consiguiente, vivir contracorriente en este aspecto de su vida, ni se deja amedrentar por sentirse solo y hasta raro entre una sociedad que parece haber cambiado sus fines naturales. Los hijos de Dios, responsables y orgullosos de su condición, no se arredran:

        Hace falta una cruzada de virilidad y de pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una bestia.
—Y esa cruzada es obra vuestra, asegura también San Josemaría. La verdad no se consigue ni se garantiza por mayoría. La Historia de la Salvación cuenta con abundante experiencia en este sentido. Recordemos, sin ir más lejos, a aquellos pocos discípulos de Jesús que lograron cambiar la cultura de todo un imperio; eso sí, a costa de sí mismos. Hoy como ayer los cristianos estamos convencidos del triunfo de Dios con nosotros, o también, el triunfo de los hombres en la causa de Dios: las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella, nos tiene asegurado Cristo. La Iglesia y su tan controvertida doctrina no pueden dejar de triunfar. ¡Ojalá queramos estar del lado de los que van a ganar!

        Además, no es para tanto. Sólo parece imposible a los que han claudicado sin apenas lucha: sin el empeño por la virtud que ponen en otros ideales, quizá no tan nobles.

        Cuando te decidas con firmeza a llevar vida limpia, para ti la castidad no será carga: será corona triunfal. En efecto, asegura el Santo de lo ordinario, la pureza cuesta menos –aunque siempre habrá que esforzarse– si hay una decisión firme de vivir limpiamente, de evitar las ocasiones de pecado, como evita el contagio infeccioso quien quiere permanecer sano. Porque el que vive esta virtud, aunque note humana y espiritualmente sus efectos, está en condiciones de valorar su excelencia, sin recurrir al autoengaño de los que dicen sentirse bien, cuando se dejan arrastrar por sus pasiones y debilidades. Así lo recuerda también san Josemaría:

        Me escribías, médico apóstol: "Todos sabemos por experiencia que podemos ser castos, viviendo vigilantes, frecuentando los Sacramentos y apagando los primeros chispazos de la pasión sin dejar que tome cuerpo la hoguera. Y precisamente entre los castos se cuentan los hombres más íntegros, por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que son características de poca virilidad". Recordemos la actitud de Herodes.

        La fortaleza necesaria para vivir esta virtud no será, casi nunca, un alarde de resistencia en los momentos de tentación, sino la energía humilde de quien es consciente de su debilidad y no consiente con la ocasión: No tengas la cobardía de ser "valiente": ¡huye! Así lo aconsejaba el Fundador de la Obra y así se lo pedimos a Santa María, Madre nuestra.