1. CLARETIANOS
El P. Kolbe, misionero franciscano en Japón, se encontró en su tierra polaca con la llamada del Señor a vivir lo que había anunciado: La bienaventuranza de los pobres. Detenido por las fuerzas de ocupación e internado en el campo de concentración de Auschwitz, entregó su vida a cambio de un padre de familia condenado a muerte, el 14 de agosto de 1941. Tuvo el valor de asemejarse a Jesucristo, incluso hasta la muerte.
En nuestro entorno no es difícil ver la marca en la frente de los que gimen afligidos por las injusticias. También llegan a nuestro templo para recordarnos que la Gloria del Señor está por encima de ellos. Siguiendo el pensamiento de Sábato de ayer, "se me encoge el alma al ver a la humanidad en este vertiginoso tren en que nos desplazamos, ignorantes atemorizados sin conocer la bandera de esta lucha, sin haberla elegido... Una de las metas de esta carrera parece ser la productividad, pero ¿acaso son estos productos verdaderos frutos? Estamos en camino pero no caminando, estamos encima de un vehículo sobre el que nos movemos sin parar... Ya nada anda a paso de hombre... y quizás, la aceleración haya llegado al corazón que ya late en clave de urgencia para que todo pase rápido y no permanezca. Este común destino es la gran oportunidad, pero ¿quién se atreve a saltar afuera?".
Creyentes, como Maximiliano, dan el salto. Sigue hablando Sábado: "Uno se anima a llegar al dolor del otro y la vida se convierte en un absoluto. La más de las veces, los hombres no nos acercamos, siquiera, al umbral de lo que está pasando en el mundo, de lo que nos está pasando a todos, y entonces perdemos la oportunidad de habernos jugado, de llegar a morir en paz, domesticados en la obediencia a una sociedad que no respeta la dignidad del hombre... Pero las heridas de los hombres nos reclaman".
El P. Kobe muere de
hambre de pan, pero saciado en la generosidad. Supo en su aislamiento de
silencio y de grito, de oración. Quizá, "tampoco sabemos ya rezar porque hemos
perdido el silencio y también el grito".
Miguel Niño, cmf. (cormariam@planalfa.es)
2. DOMINICOS 2003
En manos de Dios
Maximiliano Kolbe (1894-1941) fue un hombre y religioso de nuestro tiempo, de
nuestras cruces, de nuestras guerras e idolatrías en el siglo XX.
¡Qué bien siguió a Cristo! ¡Qué bien imitó la magnanimidad de Francisco de Asís!
Era periodista y franciscano polaco. Un periodista más, de entre los buenos. Su
fama y ejemplaridad van ligadas a las acciones crueles de la Gestapo que le
detuvo en 1939 y 1941 y le condujo al campo de exterminio de Auswitz.
Allí un día, en 1941, los presos organizaron una evasión del campo, pero fueron
sorprendidos en su proyecto de evasión. De inmediato, los responsables del campo
buscaron a los culpables, mas no lograron que se identificaran los promotores de
la evasión.
Entonces, los directivos de la prisión decidieron poner a los prisioneros en
filas con intención de exterminar, para escarmiento general, a todos aquellos
que en la numeración (del uno al diez) ocuparan el puesto número 10.
A Maximiliano le tocó el número 11, pero al ver que el 10 correspondía a un
padre de familia que lloraba por sus hijos, le cambió el puesto, diciendo:
amigo, soy sacerdote católico. Maximiliano murió por amor, su caridad le hacía
vivir en manos de Dios.
ORACIÓN:
Señor y Padre nuestro, fuente de vida, de gracia y amor, te damos gracias porque
inspiras a tus hijos nobles y fieles acciones que nos hablan a todos, por
cobardes que seamos, de la audacia de la fe, de la fortaleza de la esperanza, de
la entrega en el amor. En tiempos difíciles, como los del siglo XXI, ayúdanos a
ser en tu Reino testigos de la Verdad, de la Caridad, de la Fraternidad, de la
Justicia. Amén.
3. DOMINICOS 2004
San Maximiliano
María Kolbe, el de Auswitz
Maximiliano Kolbe (1894-1941) es hombre y religioso de nuestro tiempo, de
nuestras cruces, de nuestras guerras e idolatrías en el siglo XX-XXI. ¡Qué bien
siguió a Cristo! ¡Qué bien imitó la magnanimidad de Francisco de Asís!
Era periodista y franciscano polaco. Un periodista más, pero de entre los
buenos. Su fama y ejemplaridad de vida han quedado para siempre ligadas a las
acciones crueles de la Gestapo que le detuvo en 1939 y 1941 y le condujo al
campo de exterminio de Auswitz.
Allí, en el campo de exterminio, cierto día, en el año 1941, se organizó una
evasión de los reclusos, que fracasó rotundamente. En represalia, los guardianes
buscaron a los promotores de la revuelta, pero éstos no aparecieron.
Entonces los carceleros ordenaron a los prisioneros que se pusieran en filas, y
decidieron exterminar, para escarmiento, a todos aquellos a los que -en la
numeración de 1 a 10- les tocara el número 10. Uno de cada diez.
En ese infausto sorteo, a Maximiliano le tocó un número 11, pero al ver que el
10 inmediato anterior correspondía a un padre de familia que lloraba por sus
hijos, le cambió el puesto diciendo: amigo, soy sacerdote católico. Y así murió
por amor.