San Sixto, Papa y San Cayetano, Fundador
SANTORAL SAN CAYETANO
Dos testigos y un solo Señor
San Sixto II papa, ocupó la sede romana a mediados del siglo III. Antes de ser
consagrado Papa, ejerció como sacerdote con entera disponibilidad, y su
personalidad era reconocida como gran valor.
Pero al año de su consagración como Papa fue víctima de la persecución contra la
Iglesia promovida por un emperador de triste memoria, Valeriano. A este
emperador, que trató de destruir el cristianismo, se le ocurrió decretar que
todos los creyentes sorprendidos en asamblea litúrgica fueran muertos, y que
también lo fueran los sacerdotes que rindieran culto al Dios revelado por
Cristo, y no a los dioses romanos.
El papa Sixto, fue sorprendido, junto a otros fieles, celebrando la santa Misa
en las Catacumbas, y allí mismo fueron asesinados todos. Era el año del Señor,
258.
San Cayetano vivió en el siglo XVI. De nacimiento, italiano. De profesión,
jurisconsulto, acreditado. De ministerio, sacerdote de Cristo. De nombre,
Cayetano de Tiene. Nació en el año 1480, y pasó unos cuarenta años moviéndose en
un nivel de espiritualidad que no resultaba relevante. Pero en torno a los
cuarenta, corriendo el año 1520, se sintió especialmente tocado por el dedo de
Dios, y se propuso seguir la senda de los que llamamos “santos”.
Se unió para ello con algunos colaboradores, optó por vivir en puro amor, y se
dedicó a promover la reforma de la vida sacerdotal en los clérigos de Italia
mediante el retorno a un estilo y rigor de vida que recordara la de los primeros
tiempos de la Iglesia: en pobreza, comunidad, oración y servicio.
Movidos por ese carisma, y por el bien del pueblo de Dios, surgieron en la
historia de la Iglesia los religiosos teatinos. San Cayetano murió en 1547 en
Nápoles.
Sugerencias de san Cayetano en carta a Elisabet Porto, sobre el deseo de ser
santa:
“Yo soy pecador y me tengo en muy poca cosa; pero me acojo a los que han servido
al Señor con perfección, para que rueguen por ti a Cristo bendito y a su Madre.
Pero no olvides una cosa: todo lo que los santos hagan por ti, servirá de muy
poco sin tu cooperación. Antes que nada esto es un asunto tuyo, y si quieres que
Cristo te ame y te ayude, ámalo tú a él y procura someter siempre tu voluntad a
la suya...
Hija mía, no recibas a Jesucristo con el fin de utilizarlo según tus criterios;
quiero que tú te entregues a él, y que él te reciba; así él, tu Dios salvador,
hará de ti y en ti lo que a él le plazca...”