1. CLARETIANOS 2002
Comenzamos la última semana del mes de julio con la memoria de Santa Marta. Es una mujer-tipo de la vida activa como María, su hermana, es un símbolo de la vida contemplativa. Estas distinciones no son muy afortunadas, sobre todo cuando se hacen para acentuar la superioridad de la vida contemplativa. En el relato de Lucas se da, ciertamente, una contraposición entre las dos hermanas, pero desde otro punto de vista. Jesús alaba a María y considera que ha escogido la mejor parte porque "escuchaba su palabra". Lo esencial está aquí: "Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen". A Marta no le reprocha que se dedique a servir (entre otras cosas porque el servicio es la señal de que alguien ha escuchado de verdad la palabra) sino que ande "inquieta y nerviosa" con muchas cosas, que olvide dónde está el centro. La contraposición se establece, pues, entre una vida centrada y una vida descentrada, no entre una vida contemplativa y una vida activa.
La inquietud y el nerviosismo son dos características típicas de nuestras sociedades, aunque no debemos generalizarlas. Recuerdo a este respecto la advertencia que Henri Nouwen hace a los predicadores sobre la necesidad de no generalizar sentimientos personales. Para ilustrarla cuenta la anécdota del cura joven que en la misa de ocho de la mañana en la que participan unas cuantas mujeres mayores de vida sosegada, comienza su homilía diciendo: "Hoy, que todos llevamos una vida agitada, con nuestras agendas repletas de compromisos, sin tiempo para nada". Es claro que estaba dibujando su autorretrato y no el de las ancianas, porque si algo les sobraba a sus simpáticas oyentes era precisamente tiempo. Pues bien, aunque no debemos generalizar, parece claro que muchos hombres y mujeres vivimos hoy un estilo de vida nervioso, que vamos deprisa a todas partes sin saber exactamente por qué y para qué, casi como huyendo. ¿No será éste un síntoma de descentramiento? El relato de Lucas no lo dice expresamente, pero es probable que, después de las palabras de Jesús, Marta viera las cosas de otra manera.
No quisiera hoy
pasar por alto un acontecimiento relevante. El fin de semana ha estado marcado
por la Jornada Mundial de la Juventud. Miles de jóvenes de todo el mundo
se han dado cita en Toronto (Canadá) para seguir una peregrinación de fe a lo
largo de la tierra. Muchos de ellos no son "practicantes" habituales ni
"militan" en grupos cristianos y, sin embargo, se sienten a gusto en su
condición de peregrinos, como si la forma de vivir la fe en este mundo nuestro
estuviera marcada esencialmente por el talante de peregrinación. ¿No es este el
talante propio de quienes tienen que atravesar un desierto? En épocas de cambio
no es fácil pedir a la gente que practique con asiduidad o que se comprometa
establemente, pero quizá sí podemos animarla a buscar, a ponerse en camino, con
la confianza de que "quien busca encuentra". ¿Estaremos llamados a oxigenar un
poco nuestra vida cristiana poniéndonos en camino?
Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)
2. 2002 - Jn 11, 19-27
COMENTARIO 1
vv. 19-20 y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el
pésame por el hermano. A1 enterarse Marta de que llegaba Jesús, le salió al
encuentro (María estaba sentada en la casa).
El nombre de Betania, como se ha visto, designa figuradamente la comunidad de
Jesús (11,1) y el lugar se ha situado hasta ahora más allá del Jordán, fuera de
los límites de Israel (1,28; 10,40). Esta otra Betania, sin embargo, está muy
cerca de Jerusalén; existe, pues, una comunidad de discípulos, personificada en
los tres hermanos, que vive aún dentro de la frontera de Israel. La doble
localización de Betania simboliza así dos estados en las comunidades cristianas:
el de aquellos que han creído saliendo de la antigua institución, y el de otros
que, habiendo dado la adhesión a Jesús y siendo, por tanto, discípulos, aún no
han roto con su pasado y modo de pensar judíos. De ahí nacen las falsas
concepciones sobre la muerte y la resurrección y sobre la obra del Mesías.
Los judíos que han acudido a Betania pertenecen a la institución enemiga de
Jesús; sin embargo, dan muestras de amistad a esta comunidad de discípulos; no
han visto en ellos una ruptura semejante a la de su Maestro.
Jesús está llegando, Marta tiene que salir a su encuentro. María, que no se
entera de que Jesús llega, sigue en la casa donde se expresa la solidaridad con
la muerte. Allí no entra Jesús. María está sentada: la muerte de su hermano, que
para ella ha significado el término de su vida, la reduce a la inactividad. La
idea de la muerte como final paraliza a la comunidad y la hace permanecer en el
ambiente del dolor, mezclada con los que no tienen fe en Jesús.
vv. 21-24 Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto
mi hermano; pero, incluso ahora, sé que todo lo que le pidas a Dios, Dios te lo
dará». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Respondió Marta: «Ya sé que
resucitará en la resurrección del último día».
La frase de Marta muestra su pena e insinúa un reproche; podía haberse evitado
el dolor de la muerte. Piensa que Jesús debería haber venido a Betania para
impedir la muerte de su hermano; cree que esta muerte ha interrumpido la vida de
Lázaro. Esperaba una curación, sin darse cuenta de que la vida que Jesús les ha
comunicado ha curado ya el mal radical del hombre: su esclavitud a la muerte.
Marta sabe dos cosas, ambas por debajo del nivel de fe propio del discípulo. En
primer lugar, ve en Jesús un mediador infalible ante Dios (sé que todo lo que le
pidas a Dios, etc.). No comprende que Jesús y el Padre son uno (10,30) y que las
obras de Jesús son las del Padre (10,32.37). Espera una intervención milagrosa
de Jesús, como la del profeta Eliseo, que había resucitado a un muerto (2Re
4,18-37).
Jesús responde a Marta restituyéndole la esperanza: la muerte de su hermano no
es definitiva. Contra lo que ella habría deseado, no le dice "yo resucitaré a tu
hermano", sino simplemente tu hermano resucitará. No atribuye la resurrección a
una nueva acción suya personal, pues la resurrección no es más que la
persistencia de la vida definitiva comunicada con el Espíritu.
Marta interpreta las palabras de Jesús según la creencia farisea y popular. Éste
es, sin duda, el consuelo que le han ofrecido los que han ido a visitarla. Es la
segunda cosa que sabe Marta (ya sé), pero tampoco en ella llega a la calidad de
fe propia de un discípulo. Sus palabras delatan una decepción; ha oído lo mismo
muchas veces. Esperaba que Jesús pidiera a Dios que resucitara a su hermano,
pero ve que no va a hacerlo y cree que la consuela con la frase que dicen todos.
Para ella, como para los judíos, el último día está lejos. No comprende la
novedad de Jesús.
vv. 25-27 Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida; el que me presta
adhesión, aunque muera vivirá, pues todo el que vive y me presta adhesión, no
morirá nunca. ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor, yo creo firmemente que
tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Jesús no viene a prolongar la vida física que el hombre posee, suprimiendo o
retrasando indefinidamente la muerte; no es un médico ni un taumaturgo; viene a
comunicar la vida que él mismo posee y de la que dispone (5,26). Esa vida es su
mismo Espíritu, la presencia suya y del Padre en el que lo acepta y se atiene a
su mensaje; y esa vida despoja a la muerte de su carácter de extinción.
En la frase de Jesús (yo soy la resurrección y la vida) el primer término
depende del segundo: él es la resurrección por ser la vida (14,6). La vida que
él comunica, al encontrarse con la muerte, la supera; a esto se llama
resurrección. El evangelista usa un lenguaje de su época, dándole un sentido
distinto.
Marta se había imaginado una resurrección lejana. Jesús, en cambio, se
identifica él mismo con la resurrección, que ya no está relegada a un futuro,
porque él, que es la vida, está presente.
Para que la realidad de vida invencible que es Jesús llegue al hombre, se
requiere la adhesión a él, que incluye la aceptación de su vida y muerte como
norma de la propia vida (6,53s). A esta adhesión responde él con el don del
Espíritu, nuevo nacimiento a una vida nueva y perenne (3,3s; cf. 5,24), que la
muerte no interrumpe; esa vida continúa por sí misma.
Inmediatamente después expone Jesús el principio (todo el que) que funda la
afirmación anterior: para el que le da su adhesión, la muerte física no tiene
realidad de muerte. Esta segunda formulación precisa y, de algún modo, corrige
la primera: la muerte, de hecho, no existe. Ésta es la fe que Jesús espera de
Marta (¿Crees esto?). No bastan para ser discípulo las antiguas creencias
judías.
Marta responde con la perfecta profesión de fe cristiana (20,31); para ella,
Jesús no es ya el Profeta (6,14), sino el Mesías, el Ungido, el Consagrado por
Dios con el Espíritu, el Hijo de Dios, la presencia del Padre entre los hombres.
COMENTARIO 2
La memoria litúrgica de Santa Marta, la hermana de Lázaro y María, data del
siglo XIII, cuando los franciscanos, custodios de los santos lugares de tierra
santa, la introdujeron en el calendario de la iglesia, tal vez impresionados por
las ruinas de la basílica cristiana que se levantaba sobre el supuesto lugar de
residencia de esta familia de hermanos amigos de Jesús.
La primera lectura, un pasaje conocido de la 1ª carta de Juan, nos habla del
motivo que hace admirable a santa Marta, y en general a todos los santos y
santas: el amor. Como dice la lectura, no porque ellos hayan amado a Dios, sino
porque Dios los amó primero y los redimió por la sangre de su Hijo. “El que ama
ha nacido de Dios y conoce a Dios”. En el caso de santa Marta hay que tomar la
frase al pie de la letra. Los evangelios apuntan a que se trataba de amigos de
Jesús, que lo hospedaban en su casa, con quienes el Maestro se entretenía en
amables conversaciones (Lc 10, 38-42; Jn 11, 1-44), en fin, que lo conocían y lo
amaban, porque amor y conocimiento entrañable, simpatía de unos por otros,
comprensión y benevolencia, todo va de la mano. Esta santa amistad, que tal vez
comenzó con un gesto de hospitalidad de Lázaro y sus hermanas a favor del
Maestro y de sus discípulos, le mereció a santa Marta y a su familia la dicha y
la gloria de contemplar el rostro humano de Dios, la imagen de su gloria (cf Col
1, 15). Es cierto: a Dios nadie lo ha visto nunca, sólo el amor nos lo hace
cercano, nos introduce en su vida y, al parecer, amor había en la casa de
Betania, sentimientos de hospitalidad, capacidad de servicio. En el amor y en la
entrega generosa del servicio mutuo, se hacía presente Dios en medio de esta
familia singular. No es inverosímil pensar que Lázaro y sus hermanas Marta y
María, hayan sido miembros de una primitiva comunidad cristiana de Betania que
se reuniría en su casa. Y que hayan dado testimonio de su amistad con Jesús, del
amor entrañable con el que los distinguió el Señor. Tradiciones legendarias
hablan de desplazamientos forzosos e, incluso, de martirio.
El evangelio, tomado del capítulo 11 de san Juan, dedicado a la resurrección de
Lázaro, nos presenta el momento en que Marta encuentra a Jesús que, con sus
discípulos, se acerca a la aldea en donde hace poco había muerto su amigo. El
gesto de Marta parece concordar con su temperamento impulsivo, dado a la
actividad, mientras que el de María su hermana, más tranquilo y contemplativo la
retiene en el lugar del duelo, rodeada de judíos amigos que les dan el pésame.
El diálogo entre Jesús y Marta esta centrado en la idea de la resurrección de
los muertos. No era una idea corriente en el mundo anterior al cristianismo.
Muchos judíos la consideraban contraria a las más antiguas y veneradas
tradiciones, entre ellos los saduceos, aristócratas ricos, satisfechos de los
bienes de fortuna y de su posición destacada dentro de la sociedad judía. En
cambio los fariseos, y en general los más piadosos del pueblo, consideraban que
Dios la había prometido a los justos, antes del juicio final, para poder darles
el premio merecido por sus obras, pues no había recibido durante su vida terrena
sino sufrimientos y humillaciones. Entre los paganos la idea de resurrección
escatológica de los muertos era impensable dada su manera de concebir al ser
humano no era más que una chispa divina, el alma, prisionera en una cárcel
destinada a la corrupción: el cuerpo. Esto en el mejor de los casos, porque para
muchos paganos la muerte era el inicio de un sueño eterno, en una región oscura
donde ni se sufría ni se gozaba, sino que se era como una sobra inanimada.
Marta se le queja a Jesús de no haberse hecho presente más a tiempo: habría
evitado la muerte de su hermano. Expresa también una esperanza: ella sabe que lo
que Jesús pida al Padre le será concedido. Jesús la consuela afirmando
simplemente que Lázaro resucitará. Marta replica que eso lo sabe ella, que
resucitará al final de los tiempos. Y esta especie de terquedad que expresa
Marta, que no se resigna a la desaparición de su hermano, le arranca a Jesús las
palabras sublimes que hoy son nuestra firme esperanza y nuestro consuelo: “Yo
soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y
el que esta vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Ante tamaña revelación
Marta se plega: Prorrumpe en una confesión de fe que aún hoy, veinte siglos
después, expresa perfectamente la fe de la Iglesia: “Sí, Señor: yo creo que tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
1. Juan Mateos, El evangelio de Juan. Texto y comentario. Ediciones El almendro, Córdoba 2002 (en prensa).
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
3. DOMINICOS 2003
Marta mujer solícita
En la liturgia de hoy leeremos dos párrafos del Evangelio en los cuales Marta es
una mujer de especial protagonismo, dándonos lecciones de “servicio” y de
“confianza en Jesús”, piezas importantes en la sencillez de nuestra vida diaria.
Para ello, reduciremos el texto del Éxodo, aunque sea muy hermoso. Del Éxodo
venimos reflexionando uno y otro día; en cambio, de la confianza de Marta en
Jesús hablamos pocas veces.
En cuanto a la interpretación de la solicitud con que actúa Marta, y de sus
expresiones de total confianza en el afecto y poder de Jesús, según los relatos
evangélicos, los comentaristas hacen varias lecturas de los textos: Unos ven en
Marta la prontitud psicológica, social y espiritual que la lleva a obrar en
‘espíritu de servicio a los demás’, hasta el extremo de vivir en tensión por
ello. Y ésos hablan de que lo virtuoso sería obrar con moderada solicitud, sin
‘activismo’. Otros ven en Marta la ‘santificación por el trabajo’, pues las
manos ocupadas con espíritu de caridad son camino de perfección en el propio
ambiente. Y algunos tratan de descubrir en Marta ‘la redundancia de un gran
amor’ que, desde la contemplación y amor puro, se derrama en servicio al amigo,
al necesitado, al peregrino...
Cada cual puede hacer su lectura, salvando siempre el contexto de intimidad y
confianza de Jesús con la familia de Betania.
ORACIÓN:
Señor Jesús, tú aceptaste la hospitalidad de Marta y sus hermanos; tú
encontraste en su hogar y en sus corazones descanso y amistad; tú experimentaste
cuán distintos somos los mortales en la comprensión y acogida de nuestros
semejantes. Concédenos fina sensibilidad para estar abiertos a los otros y
descubrir en ellos tu propio rostro. Amén.
Palabras de amigos
Libro del Éxodo 33,7-11; 34, 5-9.28:
“Moisés levantó la tienda de Dios y la plantó fuera, a distancia del
campamento... Cuando él salía de su tienda en dirección a la tienda de Dios,
todo el pueblo se levantaba y esperaba a la entrada de sus tiendas... El señor
hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo...”
Descripción de la vida, oración, trato en amistad con Dios, en forma muy humana.
Apenas se puede decir cosa más grande que esta de la mente y corazón de Moisés:
hablaba cara a cara con Dios, es decir, sin tapujos ni mediaciones, al
descubierto.
Evangelio según san Lucas 10, 38-42:
“En aquel tiempo entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta le recibió
en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del
Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto al
servicio; hasta que se paró y dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya
dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano. Y el señor le contestó:
¡Marta, Marta!, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es
necesaria. María escogió la mejor parte, y no se la quitarán”.
Escena de gran intimidad y ternura, de cercanía y confianza. En ella se pone de
manifiesto cómo en la vida humana convivencial, y en la vida espiritual-mística,
en el trato de tú a tú con los otros y con Dios, se aplaude todo lo bueno, y
todo se eleva en grados a medida del amor sincero.
Evangelio según san Juan 11, 19-27:
“Muerto Lázaro, muchos judíos acudieron a ver a Marta y a María para darles el
pésame por su hermano... Cuando Marta se enteró de que llegaba también Jesús,
salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa.
Dijo Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.
Jesús le dijo: tu hermano resucitará. Marta respondió: sé que resucitará en la
resurrección del último día. Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el
que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá... ¿Crees esto? Sí, señor, yo creo
que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo”.
Esta segunda escena es de gran profundidad psicológica y de fe. En ella aflora,
primero, la amistad; segundo, la confianza en el amigo o amado y en su poder;
tercero, la confesión de fe en el Mesías, Salvador, y en la vida eterna.
Momento de reflexión
¿Quién eligió la mejor parte y amó más?
Haciendo lectura del primer texto evangélico, en clima de gran intimidad,
reparemos en el contraste que Jesús y nosotros mismos observamos entre las
actitudes de Marta y María. Son dos hermanas en familia; una mayor en edad y
otra menor; una más hacendosa en la casa y otra más propensa al coloquio con el
huésped y amigo.
¿Cuál es más responsable? En la historia de la espiritualidad se acomodan este
texto y los gestos concomitantes a la descripción simbólica de la llamada “vida
activa” (Marta) y de la “vida contemplativa” (María).
¿Es ése su verdadero sentido original? Parece que no. Esa aplicación o relectura
mística del texto no es más que acomodación artificial. Lo que parece decir el
Señor a Marta, a María y a nosotros es que lo más importante en la vida del
espíritu es escuchar, acoger y secundar la Palabra de Dios, pero sabiendo que no
puede descuidarse lo demás, simbolizado en la atención, solicitud, delicadeza,
servicio de María. Vale la verdad integral.
Jesús y Marta.
La amistad y confianza que en el segundo relato evangélico quedan de manifiesto
suponen en Jesús y en Marta frecuencia de trato, puertas y corazones abiertos,
admiración sincera y asimilación de la doctrina y mensajes de salvación.
Pero conviene subrayar, en ese clima espiritual de conformidad con la voluntad
de Dios, la intensidad del “lamento” de Marta por la “ausencia del Amigo” en el
trance final de la vida de Lázaro. En el corazón de esa mujer luchan dos
fuerzas: extrañeza de la ‘ausencia’ y ‘seguridad’ de que, a pesar de ello, Dios
siempre escucha lo que Jesús le pide: pídele, pues, Señor, al Padre que Lázaro
siga viviendo.
Marta es como uno cualquiera de nosotros cuando hablamos a Dios, nuestro Padre,
en nuestras continuas “oraciones de petición”. Solo que ella ama más, confía
más, espera más.
4. CLARETIANOS 2003
Santa Marta es un personaje neotestamentario que
me cae bien por tres razones:
- Porque es amiga de Jesús y, por tanto, contribuyó a que Jesús fuera lo que
fue. Toda amistad es un milagro de reciprocidad.
- Porque es una mujer acogedora, que sabe hacer un espacio en su casa y cuidar los detalles.
- Porque es una mujer sincera que no disimula que es un poco “unilateral” y quizá no preparada para el “tú a tú”. Prefiere las maniobras de aproximación a través del servicio.
Santa Marta me cae bien, en definitiva, porque me parece que simboliza mejor que su hermana María nuestra alma contemporánea. Sólo reconociéndonos en su piel podemos calibrar y hacer nuestras las palabras que Jesús le dirige y que se han convertido en un eslogan universal: Solo una cosa es necesaria.
¡Si pudiéramos descubrir, en la barahúnda de
nuestras preocupaciones, la verdad de las palabras de Jesús! ¡Hasta los
psiquiatras perderían clientes!
Gonzalo (gonzalo@claret.org)
5. Martes 29 de julio de 2003
1 Jn 4, 7-16: Todo el que ama ha nacido de Dios
Salmo responsorial: 33, 2-11
Jn 11,19-27: Tu hermano resucitará
Si hubieras estado aquí.
La amistad de Marta con Jesús es una amistad fuerte. Tan pronto siente ella que
Jesús ha llegado sale a su encuentro y le reclama el no haber venido cuando
Lázaro estaba enfermo, Marta estaba segura de que Jesús lo hubiera curado.
En nuestra vida acudimos a las suposiciones para ir encontrando justificación a
lo que hicimos o dejamos de hacer. La muerte de Lázaro era una realidad
inevitable y Jesús lo sabía, por eso no se hizo presente antes. A veces para
solucionar un problema es necesario que llegue a su clímax, porque parece que es
allí cuando nos hacemos más conscientes de la realidad y sentimos la necesidad
de enfrentarla y de buscar salidas.
En la vida hay realidades que nos cuesta mucho aceptar y decimos: “si hubieras
estado aquí...”, “si se hubiera hecho esto...”, “si no hubiera ido...”, “si no
hubiera dicho...”. Encontramos la solución a los problemas cuando ya no hay nada
que hacer. Pero la pregunta es: ¿por qué en ese momento no se nos ocurrió?. Lo
que tiene que suceder, sucede.
Un cristiano debe formarse para sobrellevar los acontecimientos de la vida,
principalmente los que más nos afectan y nos duelen. Marta es consciente también
de aunque su hermano esté muerto, Dios le concederá a Jesús lo que él le pida.
Sin embargo cuando Jesús le dice que su hermano resucitará ella le responde que
en el último día. Jesús le dice que quien cree en El aunque muera , vivirá y que
todo el que vive y cree en El no morirá jamás. La muerte de Lázaro es un símbolo
de nuestra vida espiritual. Es necesario que la palabra de Jesús nos saque de la
tumba en que vivimos, nos libere de nuestras ataduras interiores, para poder
tener actitudes de vida con los demás.
SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
6.
Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel
tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su
casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor,
escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres.
Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en
el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te
preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de
una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».
Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona,
España)
«Te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor,
de una sola»
Hoy, también nosotros —atareados como vamos a veces por muchas cosas— hemos de
escuchar cómo el Señor nos recuerda que «hay necesidad de pocas, o mejor, de una
sola» (Lc 10,42): el amor, la santidad. Es el punto de mira, el horizonte que no
hemos de perder nunca de vista en medio de nuestras ocupaciones cotidianas.
Porque “ocupados” lo estaremos si obedecemos a la indicación del Creador: «Sed
fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla» (Gn 1,28). ¡La tierra!,
¡el mundo!: he aquí nuestro lugar de encuentro con el Señor. «No te pido que los
retires del mundo, sino que los guardes del Maligno» (Jn 17,15). Sí, el mundo es
“altar” para nosotros y para nuestra entrega a Dios y a los otros.
Somos del mundo, pero no hemos de ser mundanos. Bien al contrario, estamos
llamados a ser —en bella expresión de Juan Pablo II— “sacerdotes de la
creación”, “sacerdotes” de nuestro mundo, de un mundo que amamos
apasionadamente.
He aquí la cuestión: el mundo y la santidad; el tráfico diario y la única cosa
necesaria. No son dos realidades opuestas: hemos de procurar la confluencia de
ambas. Y esta confluencia se ha de producir —en primer lugar y sobre todo— en
nuestro corazón, que es donde se pueden unir cielo y tierra. Porque en el
corazón humano es donde puede nacer el diálogo entre el Creador y la criatura.
Es necesaria, por tanto, la oración. «El nuestro es un tiempo de continuo
movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del
“hacer por hacer”. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando “ser” antes
que “hacer”. Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: ‘Tú te
afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria’ (Lc
10,41-42)» (Juan Pablo II).
No hay oposición entre el ser y el hacer, pero sí que hay un orden de prioridad,
de precedencia: «María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc
10,42).
7. DOMINICOS 2004
Marta solícita, gracias por tu acogida y servicio.
Marta, amiga del Señor, gracias por tu fe.
Marta sufriente, gracias por tu confianza en Jesús.
En la liturgia de hoy se nos ofrecen como posible lectura evangélica dos
párrafos alternativos con presencia de Marta: uno es de Juan, con motivo de la
muerte de Lázaro; otro de Lucas, con motivo de la visita de Jesús a Betania.
Como en ambos tiene Marta un protagonismo especial, y esto sucede pocas veces,
vamos a recoger los dos textos para alimento del espíritu.
Y como primera lectura nos serviremos de un párrafo tomado de la primera Carta
de san Juan sobre el buen hacer de la mujer que descubre el Amor y vive con
Amor.
La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Primera carta del apóstol San Juan 4,7-16:
“Queridos hermanos: Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el
que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios,
porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que
Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto
consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos
amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados.
Queridos hermanos: si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos
amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a
otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su
plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos
ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el
Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo...”.
Evangelio según san Juan 11, 19-27. 38-42:
“Muerto Lázaro, muchos judíos acudieron a ver a Marta y a María para darles el
pésame por su hermano... Cuando Marta se enteró de que llegaba también Jesús,
salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa; y acercándose a él, dijo
Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero
ahora mismo sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.
Jesús le dijo: tu hermano resucitará. Marta respondió: sé que resucitará en la
resurrección del último día. Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el
que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá... ¿Crees esto? Sí, señor, yo creo
que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo”.
Evangelio según san Lucas 10, 38-42:
“En aquel tiempo entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta le recibió
en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del
Señor, escuchaba su palabra.
Marta se multiplicaba para dar abasto al servicio; hasta que se paró y dijo:
Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile
que me eche una mano. Y el señor le contestó: ¡Marta, Marta!, andas inquieta y
nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María escogió la mejor parte,
y no se la quitarán”.
Reflexión para este día
Hogar de la confianza de Jesús.
Recreémonos leyendo una y otra vez las palabras del encuentro de Marta con Jesús
de Nazaret, escuchando y sirviendo. La amistad y confianza que estos relatos
ponen de manifiesto que hubo frecuencia de trato entre Jesús y la familia de
Betania, puertas y corazones abiertos, admiración por el Señor y asimilación de
su doctrina y mensaje de salvación.
Apreciemos en primer término, en ese clima espiritual, el lamento sincero de
Marta por la “ausencia del amigo” en el trance final de Lázaro, y también la
“seguridad” de que Él, Jesús, puede salvarlo.
Luego, pensemos también en el contraste que se observa entre Marta y María: dos
hermanas en familia, una mayor y otra menor, una más responsable en la casa y
otra más propensa al coloquio con el huésped y amigo.
En la historia de la espiritualidad se recurre con alguna frecuencia a este
párrafo y gesto de Marta y María para caracterizar la “vida activa” (Marta) y la
“contemplativa” (María). Pero esto no es más que acomodación. Lo que en realidad
parece decir el Señor es que lo más importante es escuchar y acoger la Palabra
de Dios, actitud simbolizada en la atención de María, pero sin descuidar lo
demás, pues la caridad también pisa tierra.
8. CLARETIANOS 2004
Queridos amigos y amigas:
¡Qué bonita es la primera lectura de hoy! El Señor, que pide a Jeremías que baje
a casa del alfarero para hablarle; de nuevo, un Dios que nos habla desde lo
cotidiano, desde la actividad de los hombres, desde lo que podemos comprender.
Un hombre, Jeremías, que obedece a esa llamada de Dios y por eso es capaz de
escuchar el mensaje. Otro hombre, el alfarero, que con paciencia y tesón va
creando una vasija a su gusto, sin importarle tener que empezar de nuevo cada
vez que el cacharro se estropea. Y por último, el mensaje: ¿Acaso no puedo yo
hacer con vosotros igual que hace el alfarero?... Como está la arcilla en manos
del alfarero, así estáis vosotros en mis manos. Creernos esto de verdad da mucha
tranquilidad -a mí al menos-, por saber que siempre estamos en manos de Dios,
que Él nos va creando y recreando con paciencia, muchas veces a pesar de
nuestras resistencias. Pero, al mismo tiempo, creo que hemos de sentir la
necesidad de colaborar a esa obra creadora mediante nuestra docilidad,
flexibilidad, ductilidad... La obra no puede llevarse a cabo sin nosotros.
Celebramos hoy la festividad de Santa Marta, de ahí que el evangelio del día sea
el de la resurrección de Lázaro, el hermano de Marta y María. También en este
texto se trasluce ese estar nuestra vida en las manos de Dios. Lázaro ha muerto;
Marta, desconsolada, sale al encuentro de Jesús y le habla, totalmente segura de
que si él –que es la Vida- hubiera estado, su hermano no habría muerto. En sus
palabras se adivina mucha fe en Jesús y en su relación con el Padre. Además,
ella cree en la resurrección del final de los tiempos. Pero Jesús va más allá
aún: Yo soy la Resurrección, el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el
que vive y cree en mí, no morirá jamás. Creer en Jesús y seguirle es lo que
verdaderamente nos da vida, y vida en abundancia. Marta cree en él. Es gracias a
esta fe de Marta, que Jesús hace que Lázaro reviva. Es como una nueva creación.
También nosotros a veces podemos decir que vivimos porque respiramos, pero en
realidad no vivimos en plenitud, no tenemos vida en abundancia por nuestra falta
de fe. Dejamos que la vida pase por nosotros en vez de pasar nosotros por la
vida. ¡Dejémonos crear y recrear por Dios! Seamos barro en sus manos, dejémonos
modelar, dejemos que cada mañana vuelva a comenzar esa obra creadora, reparando
aquellos pequeños desperfectos que no le acaben de agradar del todo... Ojalá
tengamos esa confianza ciega en Jesucristo que tuvo Marta porque... la obra no
puede llevarse a cabo sin nosotros.
Vuestra hermana en la fe,
Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana (lidiamst@yahoo.es)
9. 2004
Jer. 18, 1-6. La Escritura nos dice que Dios formó
al hombre del barro de la tierra, e insufló en sus narices aliento de vida; y el
hombre fue un espíritu viviente. El Profeta Isaías nos dice: ¿Es el alfarero
como la arcilla, para que le diga la obra a su hacedor: "No me has hecho", y la
vasija diga de su alfarero: "No entiende el oficio"? Tal vez en algunas
ocasiones no comprendamos a fondo los planes de Dios sobre nosotros. Si queremos
llegar a nuestra perfección en Él, hemos de aprender a escuchar su voz e ir tras
Aquel que es el Camino que nos conduce al Padre: Cristo Jesús. Él es el hombre
perfecto; y unidos a Él será nuestra la perfección y la gloria que le
corresponde como a Hijo único de Dios. Tal vez nosotros quisiéramos hacer
nuestro camino de salvación a nuestro modo y a la medida de nuestras
aspiraciones, quitando todo aquello que pudiese reportarnos algún sacrificio,
renuncia o entrega. Sin embargo el Alfarero Divino es el que llevará a cabo su
obra en nosotros para que, conforme a su voluntad, lleguemos a la perfección.
¿Quién será grato a tus ojos Señor? El Hijo amado del Padre, en quien Él se
complace, es Aquel que aún siendo Hijo, por los padecimientos aprendió la
obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna
para todos los que le obedecen. Quien quiera ser grato a Dios no puede ir por un
camino diferente al que nos manifestó el Señor de la Iglesia.
Sal. 146 (145). Alabemos al Señor nuestro Dios. Que nuestra alabanza no sea sólo
con nuestros labios sino con toda nuestra vida confiada totalmente en Él. Quien
confía en los poderosos de este mundo tal vez mientras vivan o detenten el poder
tendrá seguridad, pero jamás podrá encontrar en ellos la salvación, pues, al
igual que todos los humanos, exhalarán el espíritu y volverán al barro del que
fueron formados. Sólo Dios Es y permanece para siempre. Quienes confíen en Él
jamás se sentirán defraudados, pues Dios, creador y dueño de todo, velará por
ellos y no permitirá que al final vayan a su destrucción total, sino que los
hará permanecer con Él eternamente.
Lc. 10, 38-42. Qué bueno que seamos serviciales, que abramos los ojos ante las
necesidades de nuestro prójimo y tratemos, en la medida de nuestras
posibilidades, de buscar soluciones adecuadas que les ayuden a superar sus
pruebas, y a vivir con mayor decoro y dignidad. Sin embargo esto no debe
inquietar nuestra vida llegando a achacar a los demás su falta de solidaridad en
el servicio que nosotros prestamos. No pensemos que el servicio prestado a los
demás ocupa el único lugar en la manifestación de nuestra fe, que nos hace ser
comprometidos en el amor fraterno en ese aspecto. Mientras todo esto no brote de
un compromiso real con Cristo adquirido desde un ambiente de oración, en que
sepamos escuchar al Señor y vivir conforme a su Palabra, probablemente nos
desvivamos haciendo el bien a los demás, pero nuestra vida de fe se quedará en
un amor horizontal, sin trascendencia hacia la vida eterna. Quien, unido a
Cristo sirve a su prójimo, no va en nombre propio, sino en Nombre de Cristo para
que, desde su Iglesia el Señor continúe pasando entre nosotros haciendo el bien
a todos.
El Señor nos reúne en este día para celebrar la Eucaristía. Antes que nada Él
quiere que lo escuchemos. Quien quiera trabajar en su Nombre y colaborar en la
construcción del Reino de los cielos, antes que nada debe entrar en un diálogo
de amor con el Señor para conocer su voluntad. En la Eucaristía el Señor
pronuncia su Palabra Salvadora para que se encarne en nosotros y seamos, así, un
signo de esa Palabra en nuestro mundo. En la Eucaristía no sólo venimos a
contemplar un espectáculo, sino a ser testigos del amor que Dios nos tiene, amor
hasta el extremo, amor que se convierte en alianza para que así como el Padre
está en el Hijo y el Hijo en el Padre, así el Hijo esté en nosotros y nosotros
en el Hijo, recibiendo su Espíritu Santo para poder ir a nuestro mundo a amar a
nuestro prójimo en la misma forma en que nosotros hemos sido amados por Dios. A
partir de nuestra comunión de vida con Cristo su Iglesia no dará a luz viento,
sino hijos que alaben y glorifiquen el Nombre de Dios desde una vida intachable
ante Él, y desde una vida misericordiosa para con todos.
Quienes nos preciamos de creer en Cristo y de ser de Él, no podemos pasar de
largo ante las miserias, necesidades y angustias de que son víctimas muchos
hermanos nuestros. Ya en la primitiva Iglesia el servicio de caridad ocupó un
lugar preponderante en ella, pues fueron instituidos siete diáconos para que se
dedicaran a ese servicio. Sin embargo en la misma Iglesia no se dejó a un lado
el contacto con el Señor, pues los Apóstoles indicaron que se dedicarían a la
oración y al anuncio de la Palabra. Sin la oración la Iglesia deja de respirar,
pues pierde su contacto con el Dios de la Vida. Sin la oración la acción
pastoral de la Iglesia se queda en una simple promoción humana. Sin la oración
buscamos nuestra propia gloria y Dios queda desplazado de nuestra vida. Pero sin
la acción que ha de brotar de la oración la Iglesia se queda como un árbol de
follaje frondoso pero estéril. Sin la acción la Iglesia pierde su vocación de
hacer cercano el amor de Dios al mundo entero. Sin la acción la Iglesia se
desliga de las realidades temporales y se vuelve angelista, incapaz de decir
algo de parte de Dios al hombre de nuestro tiempo. Aprendamos a vivir en el
equilibrio de la oración y la acción, de la acción y la oración. Sólo así no
sólo seremos testigos del amor de Dios en el mundo, sino que la acción pastoral
de la Iglesia será eficaz, con la eficacia que nos viene del Espíritu de Dios
que inspira y guía a la Iglesia en la Misión que el Señor le ha confiado de ir,
buscar y salvar todo lo que se había perdido para conducirlo a la salvación
eterna, iniciando ya desde este mundo, con signos concretos, el Reino de Dios
entre nosotros.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de saber depositar con amor nuestra vida en sus manos; de saber
escuchar su Palabra y dejarla encarnarse en nosotros, para que podamos ir a
nuestros hermanos como un verdadero signo del amor salvador de Dios para la
humanidad entera. Amén.
Homiliacatolica.com
10.
Marta y María
Fuente: Catholic.net
Autor: Javier Cereceda
Reflexión:
El mundo va cada vez más rápido. Los coches, los aviones, las
telecomunicaciones, internet. Todo son cosas que deberían hacer que el hombre
dispusiese de más tiempo, pero parece que el hombre de hoy, cuantos más remedios
encuentra para ahorrar tiempo, más motivos encuentra para gastarlo.
Y no escapamos los cristianos a esta fiebre del tiempo, y muchas veces nos
preocupamos de no poder encontrar más tiempo de encuentro personal con
Jesucristo, de oración. Es cierto, la vida moderna nos lleva a vivir cada día
como un conjunto de actividades en frenética sucesión. No encontramos el momento
para orar, y cuando lo encontramos, la inercia de las actividades que hemos
tenido que desempeñar no nos permiten recogernos y profundizar cuanto
quisiéramos en nuestro diálogo con Cristo.
Una situación similar nos presenta el Evangelio de hoy. Marta representa al
cristiano de nuestro tiempo, que descubre y aprecia la presencia de Cristo en su
vida pero que no es capaz de salir del remolino del activismo para disfrutar de
la cercanía del Maestro. Y no es que Jesucristo en el Evangelio menosprecie el
trabajo de Marta, sino que pretende enseñarla cómo elevarse desde su postura en
la que sólo lo material cuenta para saber gustar, también desde el plano de sus
labores del hogar, de la compañía de Cristo. Nos dejó dicho Santa Teresa que
“también entre los pucheros está Dios”. Son pues para nosotros las palabras de
Cristo una invitación a saber compartir con Él las cosas de cada día. No
pretender que para orar siempre encontraremos el lugar y el tiempo propicio,
sino aprender a estar cerca de Él en el trabajo, en el atasco de tráfico, en la
cocina,... y así hacer de nuestro día una oración continua en la que también
nosotros hayamos tomado “la mejor parte”.
11.
El consejo de Cristo a Marta
Fuente:
Autor: P. Juan J. Ferrán
Encontramos a esta figura en S. Lucas 10, 38-42.
Yendo Jesús de camino, pasó por un pueblo. Parece que Jesús siempre va de paso,
pero siempre va por algo, siempre nos enseña algo. En ese pueblo una mujer
llamada Marta lo acoge en su casa. Mientras ella trajina para atender lo mejor
posible a aquel huésped tan ilustre, una hermana suya, llamada María, se coloca
a los pies de Cristo para escucharle. Marta se impacienta y le reclama a Cristo
la tranquilidad de su hermana. Cristo aprovecha aquella situación para decirle a
Marta con enorme cariño que en la vida realmente sólo hay una cosa importante y
que María ha elegido lo mejor. La confianza que trasmite esta escena indica que
la amistad de Cristo con aquellas hermanas era total. El Señor debió pasar
muchos momentos con aquellos hermanos. Después nos contará el Evangelio que
realizará con Lázaro uno de los milagros más grandes de los que realizó. En esta
escena podemos descubrir cómo la vida humana tiene un sentido y cuál es
realmente ese sentido.
¿Cuál es el sentido de la vida humana? Es ésta una pregunta que todos nos
hacemos cuando vemos que no podemos lograr todo lo que queremos, cuando vemos
que muere una persona en el inicio mismo de su vida, cuando contemplamos el
sufrimiento de tantos seres humanos por culpa del egoísmo de los hombres, cuando
vemos la desesperación de tantas personas ante el sufrimiento propio o de un ser
querido. Y la realidad es que no podemos aceptar que todo se reduzca a nacer,
vivir si es que se puede llamar vivir a muchas vidas, para terminar en la nada.
El ser humano debe tener un fin más allá de las cosas que hace o que ve.
Marta representa para nosotros una forma de vivir. "Marta, Marta, te preocupas y
te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola".
Impresiona el cariño de Jesús por aquella mujer que se desvivía por atenderle y
procurarle bienestar. El hecho de repetir dos veces su nombre es señal de
cariño, de ternura y de reconocimiento a su labor. Pero Jesús quiere prevenirla
contra un gran escollo de la vida: el vivir sin más, el irse tragando los días
sin ver en el horizonte, el hacer muchas cosas, pero no preocuparse de lo más
importante.
Marta es el símbolo de una humanidad que ha dado prioridad al hacer o al tener
sobre el ser, a la eficacia sobre lo importante, a la inmanencia sobre la
trascendencia. Marta somos cada uno de nosotros cuando en el día al día decimos:
"No tengo tiempo para rezar". "No tengo tiempo para formarme". "No tengo tiempo
para pensar". "No tengo tiempo para Dios". Basta asomarse a la calle y a las
casas para ver cuánto se hace, cómo se corre, cómo se vive. Pareciera que
estamos construyendo la ciudad terrena o que hubiera que terminar cada día algo
que mañana hay que volver a empezar.
El consejo de Cristo a Marta, santa después al fin y al cabo, está lleno de
afecto, de afecto del bueno. La invita a tomarse la vida de otra forma, a
respirar, a vivir serenamente, a preocuparse más de las cosas del espíritu. Ahí
va a encontrar la paz y la tranquilidad. Le enseña a construir el presente
mirando a la eternidad, pues así aprenderá el verdadero valor de las cosas. Sin
duda, Marta aprendió aquella lección y, sin dejar de ser la mujer activa y
dinámica que era, en adelante su corazón se aficionó más a lo verdaderamente
importante. Marta, por medio de Cristo, había comprendido que la vida tiene un
sentido, que el fin del hombre está por encima de las cosas cotidianas.
12. Fray Nelson
1. Amiga de Jesucristo
1.1 Hubo una familia en Betania, compuesta, hasta donde sabemos, por tres
hermanos: Martha, María y Lázaro. Uno de los aspectos más bellos de esa familia
está en Jn 11,5: "Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro". Es muy grato
pensar en ese afecto cálido, cercano y puro con que Nuestro Señor regaló a estos
hermanos, porque nos hace sentir de una manera casi tangible el amor humano del
Hijo de Dios.
1.2 Es hermoso y trae mucha sencillez y alegría al alma pensar en Martha como
amiga de Jesucristo. Tal vez esa imagen agradable y cercana matiza un poco la
otra imagen, tan frecuente, de Cristo como un profeta ensimismado en su misión
trascendente y santísima, sin tiempo ni espacio para cultivar amistad con nadie.
Y matiza también la idea de ese Cristo lejano y como aislado en su propia
pureza, incapaz de dar amor si no es a través de una rigurosa distribución
equitativa, como el que da pan en un campo de concentración.
1.3 Martha, amiga de Jesús: ruega por nosotros. Enséñanos ese rostro tan amable
y encantador del "Dios-con-nosotros".
2. Mujer de fe y de esperanza
2.1 Martha de Betania brilla en el evangelio de hoy con el resplandor de una fe
vigorosa y cuajada de confianza en el Señor. Tomemos sus propias palabras, y
admiremos el don de la fe, concedido por el Único que puede darla.
2.2 "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora
estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas". Así habla Martha. Está
segura del poder de Jesús, y esa certeza no queda destruida ni siquiera por el
hecho aparentemente irreversible de la muerte.
2.3 "Sé que mi hermano resucitará en la resurrección del último día". Aquí la fe
se funde en esperanza. En efecto, quien conoce cuánto puede Dios, conoce qué
puede esperar de él.
2.4 Marta, mujer creyente, ejemplo vivo de confianza en el Señor, ruega por
nosotros. Inspira en nuestras almas el don eximio de la fe que vence al mundo, y
de la esperanza que no se arredra ante las dificultades.
13. SANTA MARTA
Como Santiago evangelizó España, Santa Marta evangelizó Francia. Si quisiéramos
conocer la historia de las Diócesis consultando sólo documentos oficiales y
rebuscando archivos notariales, sabríamos muy poca cosa, porque la vida no fluye
sólo por las arterias sino también por los capilares y la vida diaria es la que
fragua la historia, aunque éste no lleve marchamo oficial y canónico. Hay que
contar pues con la tradición e incluso con la leyenda, que siempre lleva una
veta de realidad, teniendo criterio para discerrnir las épocas y los estilos y
los lugares. Poco sabríamos de España y de Francia, de su política y de su
religión e historia si nos quedáramos con los escuetos datos canónicos. Hemos de
acudir a la tradición que nos relata que una barca miserable sin remos y sin
velas luchaba con las furias del mar, navegando desde las costas de Palestina
hasta la desembocadura del Ródano. Marta con un grupito de discípulos de Jesús,
que oyeron su voz junto al lago de Tiberíades, esperan la muerte; las mujeres
lloran, los hombres rezan. Marcial, el joven que sirvió el vino y el pez en la
última cena y Saturnino, rezan en la proa; el anciano Trófimo envuelto en su
capa tiene a sus pies al obispo Maximino. Lázaro, escucha los rugidos del
abismo. Magdalena, continúa en su llanto doloroso, y Marta, se mueve como
siempre, llevando de un lado para otro el optimismo y la confianza. El Espíritu
de Dios les conduce, y la frágil nave llega a una playa sin peñascos. Desspués
de los terrores de la tempestad, se arrodillan sobre la arena; levantan las
manos al cielo, rezan, cantan y hacen resonar por vez primera el nombre de
Cristo en las tierras provenzales. Era la primera misión comunitaria, un
anticipo de la misión familiar practicada hoy por los grupos neocatecumenales.
Los extraños tripulantes se dan un abrazo, y se distribuyen para esparcir la
semilla del evangelio en su nueva patria. Marcial llega a Limoges donde será su
primer obispo; Saturnino lo será de Tolosa,Trófimo irá a Arlés, y Lázaro a
Marsella.
A Marta le pregunta el poeta, ¿adónde vas, oh dulce virgen?. Con una cruz y con
un hisopo Marta, radiante de serenidad, se encamina intrépida al encuentro de la
Tarasca; los infieles, no pudiendo creer en su libertad, se suben a los pinos
para para ver aquel combate insigne. ¡Saltó la Tarasca, el monstruo sobresaltado
en su modorra, hostigado en su cubil, desde el que esclavizaba a Francia,
llamada Tarascón, y que nos recuerda el canto pascual de la Tarara. En vano se
retorcía, rociado con el agua santa; en vano gruñía, silbaba y bufaba; Marta le
encadena con una atadura de mimbres tiernos, y le arrastra a pesar de sus
resoplidos. El pueblo corre a adorarla. "¿Quién eres?” -decian-. Eres la
cazadora Diana? ¿Eres Minerva la fuerte: - '"No, no, respondía la doncella- soy
la esclava de mi Dios." Y los tarasconenses creyeron, doblaron la rodilla ante
el Dios a quien Marta había hospedado en su casa. Con su palabra de virgen hirió
la roca de Aviñón, y la fe empezó a brotar con abundancia caudalosa.
Después allá lejos, junto al mar, entre los acantilados de Marsella, una mujer
ora en el fondo de una gruta. Sus rodillas se lastiman en la aspereza de la
roca, sin más vestido que su cabellera y oye la divina promesa: "Tu fe te ha
salvado."
Así completaron la historia los gustos legendarios de Edad Media; pero ni el
Evangelio, ni los viejos relatos de la extensión del cristianismo a través del
Imperio romano, se acuerdan de la barca milagrosa que arribó a las playas de
Occidente llevando a los discípulos de Jesús. El nombre de Magdalena se pierde
a nuestras miradas; el de Marta en el salón del festín con que Simón el leproso
agasajó al Maestro de Nazareth unos días antes de la Pascua. La vemos entrar y
salir, unas veces llevando el pan en bandeja de plata; otras colocando en cada
mesa las jarras de los vinos espumosos. Lo vigila todo, está en todo. Es siempre
la mujer solícita, hacendosa, llena de energía y de actividad. El día de la
resurrección de Lázaro se precipita fuera de casa en cuanto sabe que el Rabbí se
acerca a Betania. Su fe es ciega, aunque acaso menos inteligente que la de su
hermana. "Resucitará tu hermano", le dice Jesús. "Si - responde ella -; ya sé
que resucitará en el último día.
Había comprendido mal la promesa del Señor, considerándola como una de tantas
fórmulas de consuelo. Jesús insistió con esta verdad maravillosa, que cayó en la
tierra como un germen de alegria y de esperanza: "Yo soy la resurrección y la
vida. El que cree en Mí, aunque hubiere muerto, vivirá; y todo el que vive y
cree en Mi, no morirá para siempre." Entonces Marta, en medio de las tinieblas
de su llanto, encontró una fórmula espléndida de fe, como la de Pedro junto a
Cesarea de Filipo: "Señor, yo creo que Tú erés el Cristo, el Hijo de Dios vivo
que ha venido a este mundo."
Aquella fe ardiente ponía alas en el alma y en los pies de esta mujer casera y
ajetreada. Nos la figuramos menuda y graciosa, midiendo las palabras,
apareciendo con su túnica ondulante en el comedor y en el jardín, en la cocina
y en la puerta de la casa; observándolo todo, poniendo la limosna en las manos
del pobre, y recibiendo al peregrino con noble sonrisa de bondad.
Si el peregrino es Jesús, ella no descansa, ni duerme, ni para un momento. La
casa de Lázaro estaba siempre abierta para Jesús y sus discípulos. Marta aguarda
impaciente la llegada del Rabbí; le recibe alegre y le hospeda orgullosa. Ella
quisiera que anunciase siempre su venida para tenerlo todo de una manera
impecable. Pero más de una vez, los doce llegan repentinamente, escoltando al
Maestro. Como ahora. Marta se ha puesto en movimiento, con nerviosa solicitud.
Corre a saludar al Señor, le trae agua para las abluciones, y toallas y
perfumes; le guía al recibidor, le ofrece una silla y sale para dirigir a los de
siervos y a las criadas. Hay que encender el fogón, buscar el tierno recental,
preparar huevos del día, traer higos maduros, ordeñar la vaca, entrar en la
alcoba para ver si hay bastante ropa en la cama donde va a dormir el Señor;
sacar del arca la vajilla de plata, la escudilla de esmaltes y el mantel rameado
que descansaba entre aromas de tomillo y romero. Marta se agita, cruza el portal
afanosa y sofocada, se asoma a la puerta para ver si viene su hermano de la
bodega con el vino añejo, entra en la habitación donde Jesús conversa con
discípulos y todo le parece poco para mostrar su devoción, la de su hermano y la
de Magdalena.
La Magdalena, entretanto permanecía silenciosa sentada a los pies de Jesús,
escuchando embelesada, con el rostro escondido entre las manos y mirando al
Señor solamente con los ojos del alma. No se acuerda de que es necesario
preparar la cena; el bullicioso ajetreo de su hermana llega casi a molestarla.
Escucha, contempla y adora. Todo es paz en su interior; nada turba su alma.
“Quedéme y olvidéme,
Mi rostro recliné sobre el Amado,
Cesó todo y quedéme
Dejando mi cuidado
Entre las azucenas ovidado”.
De pronto, Marta aparece sudorosa en el umbral.
Aquella actitud de María acaba por enojarla un poco. Siempre va a ser la mimada,
la preferida; ella, que arrastró Ir las calles el nombre de la familia, que nos
hizo sufrir y llorar tanto. Y ahora se queda allí tan tranquila gozando de la
presencia del Maestro, mientras los demás trabajan y se fatigan. "¿No os parece
mal, Señor -dice con acento amargo que mi hermana me deje sola en estas tareas
del servicio? Decidle que me ayude." Jesús respondió: "Marta, Marta, estás
inquieta y te agitas en demasiadas cosas, Y, sin embargo, sólo hay una cosa
necesaria. María ha escogido la mejor parte que nadie le arrebatará."
Marta comprendió. El Maestro no censuraba su ingenua actividad, sino el
derramamiento de su alma en los negocios exteriores. Inclinada, por
temperamento, a la acción, será siempre en la Iglesia el tipo de los espíritus
abrasados por el hambre de las obras; de los luchadores, de los destinados a los
afanes de la vida activa. Pero desde aquel día supo poner en sus cuidados
terrenos algo más dulce, más sereno, más profundo; en cualquiera de sus actos
podía verse la perenne donación del alma. Todo para ella se había transformado
en una oración, hasta el servicio más humilde de la vida cotidiana.
Santa Marta, es la mujer hacendosa, siempre ocupada con los quehaceres
domésticos en su casa de Betania, mientras María escuchaba a Jesús (Lc 10, 38) o
le ungía los pies (Jn 12, 1 A su muerte la enterraron en Tarascón, cerca de San
Front de Périgueux. Es venerada en Provenza (Aix-en-Provence y Tarascón) e
incluso en la Toscana. De acuerdo con la Leyenda Áurea, viste con túnica y manto
o con hábito, porque se dice que llevó una vida monacal, una idea reforzada por
el salterio, alusivo a su vida ascética, como se contempla en el retablo de San
Bartolomé, de la Prioral de Santa María.
JESUS MARTI BALLESTER